lunes, 15 de abril de 2024

Londres en su piel.

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 Al menos con una de las dos lo estaba haciendo bien.
               Había sido un completo gilipollas con Sabrae por tratar de guardar las distancias con ella, pero al menos con Mimi lo estaba haciendo todo bien. Diría que me rompió un poco el corazón verla echarse a llorar de la ilusión que le hacía verme, porque aquello significaba tanto que no había contado con que yo llegaría a tiempo como que me había echado terriblemente de menos, pero no pude evitar sentir un inmenso alivio al saber que no continuaba con mi racha de cagadas apoteósicas.
                No me había sentido con fuerzas de insistirle en que no hacía falta que mantuviera las apariencias con mi hermana si eso iba a significar que nos separaríamos antes de tiempo y no podríamos aprovechar todo lo que pudiéramos de mi nueva visita porque no había podido dejar de notar tampoco su reticencia a quedarse a solas conmigo.
               Y, ¿cómo no iba a estar reticente? Si le había preguntado si íbamos a follar después de que ella me confesara que Zayn casi no la había dejado venir a por mí y que no se había visto con fuerzas de escaparse, joder. Nunca había sido tan cerdo con ella como entonces, así que el que guardara las distancias era algo normal. Doloroso, pero normal. No podía luchar contra ello ni tampoco tenía derecho a sentirme mal.
               Aunque también me preocupaba por ella, y me reventaba que sintiera que ya no podía contar conmigo y que yo no era un buen apoyo, sobre todo cuando precisamente me necesitaba porque me había elegido a mí y no a sus padres.
                Por suerte me había perdonado, o al menos lo había apartado en un rincón de su mente al que le costaría regresar, y con eso de momento tenía que bastarme. Teníamos mucho de lo que hablar, pero primero tendríamos que entrenar nuestra paciencia haciendo que Mimi tuviera uno de los mejores cumpleaños de su vida. Se lo debía después de todo lo que le había hecho pasar y, si Sabrae y yo decidíamos que las cosas estaban mejorando lo suficiente como para que yo siguiera en Etiopía, el sacrificio de mi hermana se extendería exponencialmente en el tiempo.
               Al menos contaba de nuevo con Saab, si la forma cariñosa en que sus ojos estaban puestos en mí era indicador de algo. Puede que tuviéramos aún demasiadas cosas en el tintero, pero, al menos, había recuperado su confianza y sus ganas de estar conmigo superaban a su instinto de supervivencia.
               Al final los gilipollas de sus padres iban a estar en lo cierto y yo no iba a ser tan bueno para ella. Joder.
               -No me puedo creer que estés aquí-gimió Mimi, encogiéndose dentro de mi cama y aferrándose a las sábanas igual que a un bote salvavidas. Algo me dijo que últimamente repetía mucho ese gesto en ese lugar en particular, lo cual no me tranquilizó en absoluto, aunque sí que me llenó de una extraña ola de ternura. Incluso cuando tu corazón se encoge por lo mucho que lo sometes a presión, una parte de él resplandece al sentir cuánto le quieren los demás corazones a tu alrededor.
               Le acaricié el pelo a mi hermana mientras Sabrae nos observaba atentamente, hundiendo los dedos en el pelaje suave de Trufas, que continuaba agitándose en su regazo. Mi chica no quería interponerse entre nosotros; sabía de sobra que el día se trataba de Mimi, que el viaje se trataba de Mimi, y aceptaba ese temporal segundo lugar al que no la tenía acostumbrada. Como si no tuviera suficientes motivos para adorarla.
               Procuré no pensar en que también le venía bien la distancia para perdonarme por todo lo que le estaba haciendo (y puede que siguiera haciéndole), porque el cariño que había en sus ojos mientras nos miraba a ambos no estaba ahí cuando me separé de ella para esperar en el cobertizo de Jordan al momento perfecto de entrar en casa.
               Jor había puesto los brazos en jarras y me había mirado con las cejas alzadas cuando me limité a quedarme allí plantado después de darle un buen abrazo en el que, creo, le transmití todas mis preocupaciones, incluso las que no me había dado cuenta hasta entonces de que tenía. Ni siquiera sabía por qué cojones le había preguntado a Sabrae por el sexo después de que ella me confesara todo lo que había pasado, y haber puesto por delante mis necesidades fisiológicas al bienestar de Saab era algo que no me habría esperado nunca. No era propio de mí, ni del chico que había sido cuando empecé con ella y ella me hizo infinitamente mejor; ¡joder, si incluso me había quedado con ella una vez que se puso enferma durante el fin de semana en lugar de salir de fiesta cuando todavía no éramos nada y no la había escuchado decirle que me quería!
               -Vale, podemos hacer dos cosas-me dijo Jor-: podemos sentarnos a jugar a la consola y esperar a que sea el momento de que te vayas a casa para darle la sorpresa a Mimi, y arriesgarnos así a que te comas tanto la cabeza que termines siendo un vegetal; o puedes decirme qué te pasa y dejar que intente ayudarte en la medida de lo posible.

lunes, 8 de abril de 2024

Mis tormentas y mis días soleados.

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Estar atrapada en el límite entre dos campos gravitacionales distintos era muy, pero que muy raro. Había estado esperando este día durante semanas que se me habían hecho larguísimas; literalmente se había convertido en mi único faro de esperanza y la estrella que se mantenía en el cielo mientras el mar trataba de hundir el barquito en el que navegaba y las tormentas me impedían leer mi carta de navegación. Iba a ser el poco descanso que tendría tras lo que me parecería una extenuante guerra de mil frentes, la recompensa después de un hercúleo esfuerzo.
               Entonces, ¿por qué había sentido un cierto alivio cuando había recibido el mensaje de Mimi invitándome a que fuera a pasar la noche antes de su cumpleaños en su casa, con su familia, y brindándome así la excusa perfecta para alejarme de Alec?

Saab! He conseguido convencer a mamá para que prepare albóndigas para comer mañana, para que así Alec tenga algo que le encante, te vienes a echarnos una mano????? Porfis, porfis, porfis.

Y luego, si quieres, nos metemos en la cama de Alec y nos dedicamos a ver pelis románticas en bucle😈

Recuerda que no puedes decirme que no!!!!! En Australia ya soy una cumpleañera 😜🤗

               Alec había puesto los ojos en blanco cuando le enseñé los mensajes que acababa de recibir, pero se había reído por lo bajo y había negado con la cabeza al ver el último mensaje de Mimi. No en vano, él había sido víctima de aquellos chantajes tantas veces que había perdido ya la cuenta, así que no le extrañaban lo más mínimo.
               -¿Vas a ir?-me preguntó, rodeándome la cintura con los brazos y besándome el cuello, haciendo caso omiso de las muecas de Scott, que se había pasado el viaje entero fingiendo sonoramente un sinfín de arcadas cuando Tommy, Diana, Alec y yo le hicimos darse cuenta de que era el único que se había subido sin su pareja al avión.
               Sus labios eran todo en lo que yo quería perderme, la razón por la que había llegado viva hasta el 13 de noviembre y, a la vez, también podían ser el origen del mayor dolor de mi vida. Era como ver las puertas del infierno abiertas de par en par para mí, en cuyo vestíbulo me esperaba un sonriente Alec que, sin embargo, me conduciría hacia las llamas en las que ardería eternamente, con el sufrimiento añadido de saber que su sitio no estaba allí, pagando por sus pecados, sino en el cielo, al que pronto le pedirían que volviera.
               Sí, su boca era lo más apetitoso de Francia, y también de Inglaterra cuando estuviera en ella, pero yo no quería enfrentarme a lo que podía salir de ella. Debo confesar que me producía un cierto alivio saber que nuestra conversación más dura se había pospuesto para dentro de unos días, aunque eso supusiera que arrastraría mi incertidumbre durante más tiempo, y todo porque me aterraba zanjar ese tema y que el tiempo que faltara para que Alec se quedara definitivamente conmigo no se contara en pasado, sino hacia atrás.
               -No puedo negarme, ¿no?-respondí, encogiéndome de hombros y retirándome de sus brazos lo justo y necesario para poder mirarlo a los ojos. Lo hice por egoísmo puro, sí, porque incluso cuando sabía que no me lo merecía necesitaba disfrutarlo; pero también lo hice por castigarme, por ver en sus ojos el daño que yo le estaba haciendo.
               Quizá mis padres tuvieran razón, después de todo, pero por los motivos equivocados.
               Quizá Alec y yo no fuéramos buenos el uno para el otro, pero porque yo no me merecía su amor, y él, porque no se merecía haber encontrado en mí un infierno que disfrutar a ratos.
               Había parpadeado, sorprendido y también herido por ese cambio que jamás debería haberse producido en mis prioridades. Antes me habría quedado a su lado incluso si se hubiera ido a la primera línea del frente de batalla, ¿y ahora no era capaz ni de darle largas a su hermana?
               -Eh… sí-dijo en el mismo tono en el que le haces ver a alguien que te parece evidente que te está pidiendo una gilipollez-. También quise venir pronto, en parte, para poder aprovechar el tiempo contigo-me pasó una mano por la cintura y yo me estremecí de pies a cabeza, relamiéndome los labios y sintiendo cómo un volcán entraba en erupción allí donde sus dedos calentaban mi piel, a la temperatura del mismísimo sol. Las implicaciones de lo que él esperaba de mí, de todas las molestias que se había tomado para estar conmigo unas horas antes, me arrasaron igual que un tsunami.
               También me rompió el corazón que pensara en venir antes para “aprovechar el tiempo conmigo”; ese aprovechar sólo reforzaba mis mayores miedos, los que me inclinaban a aceptar la propuesta de Mimi.
               ¿Qué me estaba pasando? Yo antes no era tan cobarde, y mucho menos en presencia de la persona que me hacía más fuerte. Supongo que Alec era mi fuente de energía y, a la vez, mi kriptonita.
               -Sí, y lo entiendo-me escuché decir-, pero… si me niego, sabrá lo que pasa y le chafará la sorpresa, Al.

lunes, 1 de abril de 2024

Invicto.

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Esperaba no acostumbrarme nunca a la sensación de tenerlo delante de nuevo y que se me acelerara el corazón como si hubiera estado aguantando la respiración mientras él no estaba, como si el aire que no estuviera impregnado del aroma que desprendía su cuerpo no fuera digno de entrar en mis pulmones.
               Esperaba no acostumbrarme y a la vez no quería dejar de sentirla nunca, jamás. No quería pensar en que se debía en gran medida al tiempo que pasábamos separados y que el aire era más fresco cuanto más tiempo aguantaba la respiración, porque siempre que nos habíamos separado antes me había embargado la misma sensación, pero… por Dios. Cuánto lo había echado de menos. Cuántas ganas había tenido de él, de poder tenerlo de nuevo delante y comparar lo guapísimo que era con la perfección mal acabada con la que lo recordaba. Siempre que pensaba en él creía que no me encontraría a un chico más guapo ni que me moviera tanto, y entonces volvía a tenerlo delante y me demostraba que me gustaba más cada día que pasaba, que el Alec del pasado no tenía competencia, pero el Alec del presente siempre permanecía invicto.
               -Sabrae-me llamó Scott, que no se había separado de mí mientras peinaba la terminal internacional del aeropuerto Charles De Gaulle en busca de mi novio, completamente ciega por las pésimas indicaciones que me estaba dando Shasha, que lo veía en todas partes y en ninguna a la vez. Cuando había empezado a ponerme nerviosa de verdad y a pensar en que puede que no lo encontráramos antes de que embarcara en el avión, me había arrastrado a una esquina y me había calmado diciéndome que teníamos tiempo de sobra, que Shasha tenía ojos en todas las puertas de embarque si lo necesitábamos, y que sabíamos de sobra a qué hora se iba a marchar Alec. Sólo teníamos que estar pendientes de las pantallas de los vuelos.
               Claro que él no lo entendía. Yo no lo había arriesgado todo, no había dado un paso más allá de la línea que pretendía mantener como frontera para la tierra de nadie en que debía encontrarme con papá y mamá, para que al final el tiempo que nos quedara juntos a Alec y a mí fuera exactamente el mismo que si le hubiera esperado en Inglaterra. Habíamos venido a Francia para rascar un poco más de ese tiempo.
               Para que yo me maravillara antes con él.
               Independientemente de la decisión que tomáramos y de si se quedaría o finalmente regresaría a Etiopía, cada segundo del tiempo del que disponía Alec era tan precioso que debía luchar por él con uñas y dientes, como si nuestras vidas dependieran de ello. Lo sentía así en tantos sentidos que no podía relajarme.
               Y ahora lo tenía delante y… todo lo que yo era se había desparramado por el suelo, a sus pies, mientras que él ni siquiera era consciente de que me tenía allí con él. Quería abalanzarme sobre él y comérmelo a besos, pero dentro de mí también había una parte aterrorizada ante la idea de que levantara la vista, me sonriera, y todo se desmoronara antes de que pudiéramos tocarnos. Me aterrorizaba la posibilidad, por remota que fuera, de que todo esto no fuera más que un sueño febril fruto del dolor que me produciría que mis padres fueran intransigentes conmigo y me dijeran que no me dejaban ir a París a encontrarme con Alec, que no valoraran mi tiempo ni mi espacio y que no estuvieran dispuestos a reconocer mi sacrificio con uno propio.
               -Saab-repitió Scott, notando que la gente se agolpaba a nuestro alrededor. Tenía que moverme, y deprisa. Había sido un milagro que nadie se diera cuenta de que Tommy y Diana no habrían venido solos a París, sino que faltaba, por lo menos, Scott. Todo el mundo sabía que Scott y Tommy no iban a ningún lado el uno sin el otro.
               Por eso nos habían acompañado, aunque la gente creería que la causa era el efecto; Scott era el que había venido por acompañarme a mí, y Tommy, que no podía concebir el que mi hermano se subiera a un avión él solo y se arriesgara así a que sus vidas se separaran para siempre si por un fallo improbable de la ingeniería Scott no se bajaba del avión, se había plantado en la puerta de nuestra casa cuando se enteró de lo que nos proponíamos. Diana había sido la última pieza del rompecabezas, ofreciéndonos los recursos que necesitábamos para llegar cuanto antes a París.
               Pero, claro, mi hermano no era capaz de mantener esa burbuja de anonimato que había descubierto que podía invocar a voluntad cuando tenía a demasiada gente a la que proteger. Así que después de bajarnos del avión y recorrer la pista de aterrizaje escoltados por personal del aeropuerto que hablaba un inglés perezoso y de un acento tan marcado que sólo podía ser exagerado,  nuestro pequeño grupito se había dividido para que Scott pudiera protegerme a mí. Después de todo, aunque el regreso de Alec hacía unas semanas había conseguido calmar un poco las aguas en el sentido de que ya no se especulaba sobre si mi silencio en redes se debía a que estaba pasando por una complicada y dolorosa ruptura, todavía había gente que no me perdonaba mi inadecuado comportamiento de niña rica y consentida a orillas del Támesis.