sábado, 26 de enero de 2013

50 sombras de Tomlinson.

Una de las pelirrojas con las que me había puesto a hablar mientras esperaba me dio un codazo con toda la rabia del mundo, y yo me cagué en toda su familia, pero en español, que para algo me había caído bien. Todas nos abalanzamos hacia delante cuando los vimos llegar, incluida yo.
Había sido una niña mala, les había mentido diciéndoles que no iba a ir a buscarles al aeropuerto... y, bueno, técnicamente no les estaba buscando en el sentido en que nosotros pensábamos en ello, no había ido a "recogerlos".
Estiré la mano con el disco que había comprado esa misma tarde con Gemma y esperé pacientemente a que una de las zarpas autografiadoras de los chicos se posara en Up All Night.
Sonreí para mis adentros cuando sentí la mano de Louis presionar el disco mientras hablaba con Harry, sin prestar apenas atención a lo que hacía. Varias chicas se me quedaron mirando, alucinadas, pero negué con la cabeza para que no hicieran nada. Ellas asintieron, y rápidamente se olvidaron de que Eri, la novia de Louis, estaba allí, a su lado, y él aún no lo sabía.
Una morenita le dio un codazo a su amiga para que me hiciera sitio. Me acerqué a las vallas protectoras y esperé a que Niall llegara hasta nosotras. Frunció el ceño cuando llegó a mí, se me quedó mirando, con la mano posada en mi disco, su autógrafo a medio hacer.
-En España acabamos lo que empezamos, hermano.
Niall se echó a reír, terminó su rúbrica y sonrió.
-¿Qué haces ahí?
-Conseguir autógrafos. ¿No lo ves?-espeté, cogiendo los discos de las chicas que tenía detrás y pasándoselos.
-Louis acaba de pasar.
-Lo sé-repliqué, inclinándome hacia delante. Louis miraba en dirección contraria a mí, se reía de algún comentario que había hecho Harry.
No veía a Alba ni Noe por ninguna parte.
-¿Lo llamo?
-Me harías un gran favor-me quité el flequillo de la cara mientras Niall llamaba a sus amigos. Apoyé le codo en la valla, aburrida, y alcé las cejas cuando Louis se giró y miró al irlandés. Niall me miró a mí.
Los ojos de mi novio se clavaron en mí, por fin, y su mirada se iluminó cuando me vio.
-Buenas noches-sonreí-. Veo que eres muy profesional, no te sales de tu línea ni aun teniendo a tu chica aquí.
Varias personas silbaron por semejante pulla, pero no contaban con algo: mi contrincante era Louis Tomlinson.
El príncipe de las puñaladas.
El rey de los insultos.
-No como otras, que, además de poco profesionales, son mentirosas.
Sonreí, Harry me alzó la mano y continuó con su labor.
-¿Qué haces ahí?
-Conseguir autógrafos originales. Siempre es mejor cuando los firmáis vosotros-sacudí el disco en el aire y Niall se echó a reír.
Louis se relamió los labios, y, de repente, la atmósfera entre nosotros cambió.
-Sal de ahí-susurró por lo bajo, con un tono de voz ronco, excitado. No sabría decir si alguien notó ese cambio en su voz, pero poco me importaba en ese instante. Le había echado de menos, muchísimo.
Esto de dormir con él más de una semana había sido matador para mis hormonas. Y acostarme con él una semana seguida había sido insoportablemente delicioso.
-No puedo-repliqué, coqueta. Varias chicas soltaron risitas tontas a mi alrededor. Louis me recorrió de arriba a abajo, seguramente decidiendo si iba vestida o no.
-¿Podéis parar?-preguntó Liam desde el otro extremo del pasillo que se había formado, ocupado en la misma tarea que sus compañeros.
-Cortaos un poco-nos provocó Zayn. Louis alzó una ceja en su dirección.
-O id a un hotel-sugirió Harry, pasándole un brazo por los hombros al mayor de todos, y sonriendo.
Louis hizo una mueca, seguramente pensando lo mismo que yo. Tardaríamos demasiado.
Se me quedó mirando un momento y los dos nos echamos a reír. Sí, habíamos pensado lo mismo.
-Ayudadme a sacarla-le pidió a los demás. Niall me cogió un brazo, Louis otro, y los dos me alzaron sobre la valla para dejarme en el suelo un segundo después.
Louis me miró un segundo.
-Estoy trabajando.
-Ya lo sé-sonreí e hice un gesto con la mano para quitarle hierro al asunto. Me besó la cabeza y rápidamente se volvió con las fans. Noté varias decenas de ojos posarse en mí, pero yo me limité a mirar a los chicos, mirar cómo firmaban, cómo se hacían fotos con ellas. Sus bocas se ensanchaban en enormes sonrisas, sonrisas que solo se mostraban tan grandes cuando estaban con ellas.
Noté unos toquecitos en el hombro y me volví. Noemí y Alba me sonrieron.
-Hola-saludaron a la vez, perfectamente sincronizadas.
-Hola-susurré, sonriéndoles.
Ni abrazos, ni besos.
Las cosas estaban realmente extrañas entre nosotras. ¿O debería decir, simplemente, mal?
Noemí no paraba de toquetearse la mano.
-Bonito anillo-dije, señalándole el anular. Me guardé el comentario sarcástico de que el mío no tenía nada que envidiar.
-Gracias-musitó, poniéndose colorada por primera vez en hacía mucho tiempo, contemplándolo-. Me lo ha regalado Harry.
-Es bonito-añadí, encogiéndome de hombros, y aguantándome las ganas de restregarle por la cara mi anillo con dos brillantes de Tiffany. Estaría mal, porque parecería que estaba con Louis por lo que me regalaba, cuando nada más lejos de la realidad.
Fui delante de ellas a la salida de la terminal, dándole un codazo en la espalda a Paul cuando pasé a su lado. Los chicos estaban demasiado emocionados y ocupados con las Directioners como para ver cómo se desquiciaba su guardaespaldas porque no era capaz de controlar a los cinco a la vez.
Me apoyé en el coche de los chicos, que había traído un taxista hasta allí, y les sonreí cuando llegaron. Dejé que me estrecharan entre sus brazos, y los estreché yo, salvo a Louis, al que besé con un descaro y una pasión que nosotros solo conocíamos los viernes. Solo los primeros besos de un fin de semana cargado de ellos sabían y eran como aquel que nos dimos.
-Te he echado de menos-susurró, acariciándome la cintura. Sonreí, me puse de puntillas y volví a besarlo, con mi brazo alrededor de su cuello.
-Mira que ir  la ciudad del amor y no suplicarle a tu novia que te acompañe.
-Si te hubiera suplicado, ¿habrías ido?-inquirió, medio divertido, medio arrepentido. Negué con la cabeza.
-Nos ha venido bien esto.
-Habla por ti.
-No puedo.
-Pues no hables por mí-replicó, inclinándose él esta vez para besarme en la boca. Niall bostezó, Zayn tiró de él.
-Vamos, Romeo. Tengo sueño.
Louis gruñó por lo bajo, me abrió la puerta y me hizo un gesto para que me metiera dentro. Se metió tras de mí en el coche y cerró. Se estiró, se medio tumbó y me alzó las cejas. Me eché a reír.
-Oh, Dios. Ya empezamos-gimió Liam. Louis sonrió en su dirección.
-¿Qué, hombre?
-Nada-sacudió la cabeza, con una sonrisa  socarrona en los labios.
Mis niños, pensé con cariño, aun sabiendo que yo era la segunda más pequeña allí.
-BooBear no te sacaba de su boca, Eri-se burló Harry. Louis puso los ojos en blanco.
-Tío, ni que...
-Tenías que verlo borracho. Oh, Eri-empezó, sacudiéndose y cambiando la voz a un registro mucho más agudo, haciendo que mi novio frunciera el ceño-, ¿por qué me has dejado solo? ¿Ya no me quieres? Oh, Eri, cuánto te echo de menos.
Louis le dio una colleja.
-Cierra la boca, Rizos.
-¿Te emborrachaste?-fruncí el ceño y lo miré con los ojos como platos. Volvió a poner los ojos en blanco.
-Sabías que iba a hacerlo.
-Quiero estar ahí cuando te emborraches.
-Yo no quiero que estés ahí cuando me emborrache-gruñó el por lo bajo. Me acerqué a él y me acurruqué contra su pecho mientras Liam enfilaba el camino hacia la autopista, saliendo, por fin, del aeropuerto.
-¿Por?
-Porque a ver si te voy a hacer algo-susurró contra mi cabeza. Cerré los ojos, meciéndome por su respiración.
-No podrías hacerme nada ni aunque quisieras. Eres un amor, Lou.
-Soy capaz de insultar a los chicos. Así que imagínate qué podría hacerte a ti, que eres la que de más mala leche consigue ponerme-me acarició la cintura, y yo no pude evitar sonreír.
-No me harás nada.
-Prefiero no ponerme a prueba.
Alcé la vista y nadé en el mar de sus ojos.
-Te quiero. Muchísimo.
-Oh, Dios, ya empiezan-gimió Alba. Le di una patada en plena cabeza. Muy suave, eso sí.
-Cállate, me cago en tu madre ya-gruñí. Louis sonrió.
-Yo también te quiero, nena.
-Creo que voy a vomitar-se burló Zayn. Louis le dio un guantazo a mano abierta.
-Iros a la mierda. Todos. Ya.
Me incliné hacia su oído.
-Será la última borrachera.
-Oh, no, ni de coña. Necesitaré emborracharme cuando cumpla 21. ¿La penúltima?
-De acuerdo,-asentí-, la última.
Volví a besarlo, despacio, muy despacio, como si fuera a rompérseme. Como si estuviera hecho de humo y la más mínima presión fuera a hacer que se esfumara entre mis labios.
Ellos comenzaron a contarme cosas sobre la estancia en Italia, el día anterior, y Alemania, ese mismo día. Era viernes por la noche, y yo llevaba sin verlos desde el miércoles. Les había echado muchísimo de menos, no pensaba que tan poco tiempo fuera a afectarme tanto.
Entre beso y beso, el ambiente entre Louis y yo se cargó. Nuestras caricias se volvieron más profundas, nuestros labios, menos dubitativos. Cerré los ojos y me dejé llevar cuando una de sus manos se metió bajo su camiseta y me recorrió lentamente el vientre, encendiéndome.
Recordándome qué usos alternativos tenía ese espacio entre mis piernas.
Me sonrojé al recordar qué había deseado más fervientemente aquel 9 de septiembre en la encimera de su casa, en el tercer polvo que había echado en mi vida. El tercer polvo con él, que era el primero, el único.
Y estaba decidida a hacer de él el último.
Mis manos se enredaron en su pelo mientras mi lengua empujaba la suya lenta pero sensualmente.
Tiró de mí para sentarme sobre él, se quitó el cinturón y me lo pasó por delante. Sonreí, con la espalda pegada a su pecho, y acaricié el cinto, que me pasaba entre los míos. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro. Me besó el cuello, y no tardé en imitarlo.
-Me dejaste solo-me recriminó, sin poder creérselo del todo. Sus manos estaban ahora en mis caderas, acariciándome despacio ese hueso que se alojaba bajo la piel, destrozándome los nervios, haciendo que deseara mil y un hijos suyos.
-Lo siento-susurré en su mandíbula. A ese juego podíamos jugar dos.
-No, no lo sientes. Aún no. Te vas a enterar de a quién el dijiste que no, nena-su voz sonaba ronca. Me clavó las uña en las caderas, y yo gemí-. Vas a suplicarme que pare.
Noté un torrente cálido llegar hasta el centro de mi ser, y él me tapó la boca para ahogar mi gemido.
-Louis...
-Mm.
-Te deseo.
-Ya lo sé. Estarías mal de la cabeza si no lo hicieras-sonrió.
-Eres un puto creído.
Se echó a reír.
-Es uno de mis muchísimos encantos, nena. Pero lo digo muy en serio. Vas a acordarte de mí. Vas a suplicarme que pare.
Una de sus manos bajó hasta mi pantalón, sus dedos exploraron por debajo.
Ahora, no, con ellos no. Si me tocas ahí, no responderé de mis actos.
Sonrió para sus adentros, besándome el cuello, y continuó bajando la mano, piel contra piel. Tiró un poco del cinturón de mis pantalones para desabrochármelo, asegurándose el camino.
-Lou...
-Confía en mí-me instó, besándome el cuello. Cerré los ojos, concentrándome en su mano y su boca. Solo existían su mano, y su boca.
Bueno, y aquella erección que estaba creciendo debajo de mí. Pero estaba demasiado distraída con su mano como para darme cuenta de aquello.
-¿Qué es lo que no tienes que hacer?
-Decirte que no.
-¿Cuándo?
-Nunca.
Aquello me sonaba. Me sonaba mucho.
-Porque, si lo haces, ¿qué pasará?
-Que me vas a hacer suplicar.
Llegó a ese punto donde yo más lo deseaba. La erección cobró pleno protagonismo.
-Podría hacértelo aquí mismo-gruñí contra su cuello, mordiéndoselo. Me dedicó una sonrisa de autosuficiencia.
-¿Por qué no lo hacemos?-sugirió, zalamero.
-Porque no. Por ellos. No será porque ninguno se vea incapaz.
-Tú no te lo ves, desde luego-replicó, moviendo sus dedos-. Podríamos inundar el Sáhara  con esto.
-Niño, no me hace ni puta gracia-espeté en voz más alta, y todos se giraron para mirarnos. Y él, ¡la madre que lo parió!, no sacó la mano de mis vaqueros.
-Es la verdad, nena.
Noté cómo me sonrojaba, por dentro y por fuera. No podía estar haciéndome eso, allí, justo allí. Nunca me lo había hecho, no tan descaradamente, era cierto que a veces, yo llevaba "casualmente" una falda, y él dejaba caer "casualmente" su mano en mis muslos, pero... Joder. Tenía la mano metida en mis pantalones. ¿Cómo se suponía que iba a manejar eso?
-Sé de alguien que te ha echado de menos mucho. Muchísimo-me sorprendí diciendo a mí misma. Podía ser una auténtica golfa cuando me lo planteaba. Los demás ya no nos miraban, solo Alba tenía su vista clavada en nosotros dos. Cuando crucé los ojos con ella, noté que estaba mirando precisamente al centro de mi vergüenza y mi placer a partes iguales. Suspiré, alcé las cejas y fruncí el ceño en su dirección. Ella me devolvió el fruncimiento y se giró para mirar hacia delante, apoyando su cabeza al lado de la de Liam, que, concentrado en la carretera, no le dio más importancia a lo que ella hacía.
Le mordisqueé el lóbulo de la oreja a Louis, que parecía demasiado ocupado en sentir mis dientes contra su piel como para seguir moviendo la mano. Bien. No necesitaba más distracciones ni más movimiento, tenerlo allí, tan cerca, tan deliciosamente cerca, era distracción suficiente.
-No te vas a librar esta noche.
-No pensaba hacerlo-ronroneé contra él, que sonrió y gimió cuando le clavé los dientes en la mandíbula, en el punto donde a él más le gustaba.
-Louis, ¿en serio?-Liam frunció el ceño por el espejo retrovisor. Louis puso los ojos en blanco.
-Ha sido ella.
-Si pego un frenazo os encantará.
-La aplastarás. Tú mismo-gruñó, pero soltó el cinturón y me empujó delicadamente para que me quitara de encima de él. Hice pucheros, pero él negó con la cabeza.
-Te necesito entera para matar a Niall de la risa-se excusó. Todos nos echamos a reír, Liam tan solo se permitió una sonrisa. Zayn se giró y me puso cara rara, yo le devolví el gesto, y continuamos el viaje haciéndonos muecas el uno al otro, intentando hacer que nuestro contrincante se riera. No era tarea fácil que Zayn se riera cuando hacías una mueca, pero yo tampoco me quedaba atrás. Solo consiguió sacarme una sonrisa cuando puso los ojos en blanco, colocó en su cara una sonrisa boba y murmuró:
-¿Sabes quién soy?
Negué con la cabeza, aunque me hacía una idea.
-Tu novio.
Me habría echado a reír de no haber estado segura de que a Louis le entrarían ganas de darme una bofetada  pero, como al fin y al cabo, seguía siendo yo, una chica, su chica, simplemente se cabrearía, sonreí.
Y Louis recompensó a su amigo devolviéndole la misma cara, como diciendo gilipollas de mierda, sacudiendo la cabeza y mirando por la ventana para distraerse.
Se me secó la boca cuando contemplé al pequeño monigote haciendo skate en su brazo. Debería ser ilegal que alguien tuviera el brazo tan fuerte.
Debería ser ilegal que Louis en sí existiera. Y debería ser ilegal que yo fuera lo suficientemente imbécil como para estar pensando en eso precisamente. No debería quejarme porque tenía demasiado, mucho más de lo que me merecía. Debía callarme y disfrutar con lo que me habían dado, sufrieran lo que sufrieran mis ovarios.
Llegamos a casa y nos sorprendimos a nosotros mismos no violándonos el uno al otro en la misma puerta, sino que conseguimos subir a nuestras habitaciones como personas civilizadas.
Tiré del brazo de Louis cuando pasó al lado de mi habitación, cerré la puerta y lo pegué contra mí. Devoré su boca como hacía mucho tiempo no había devorado nada. Cuando me quise dar cuenta, estaba en sus brazos, con la espalda contra la pared, el pelo revuelto, mezclándose con nuestra saliva. Pero él, que parecía no haberlo notado, no se había quejado, a pesar de que resultaba bastante asqueroso tener pelos continuamente rascándonos las lenguas.
Sus labios se cerraron en torno a los míos, y pensé que aquello era le final. Me despertaría en mi casa, bañada en sudor, para descubrir que nada de aquello era real: seguiría siendo la chica gorda y amargada que no tenía otra cosa mejor que hacer que estar todo el rato jugando a juegos por Internet.
Pero no. Louis estaba allí, sus fortísimos brazos me sujetaban, derritiéndome en lo más profundo de mi ser, y en lo no tan profundo. Me coloqué un par de mechones de pelo detrás de la oreja, decidiendo que si a mí no me daba asco, era porque su boca estaba allí, y todo lo que estuviera en su boca me sabría delicioso.
Seguramente incluso aquel órgano que nos hacía a las mujeres me resultaría un manjar probado de sus labios.
Me detuve en seco, alarmada por dónde iban mis pensamientos. ¿Y si...?
-¿Qué?-sonrió él contra mis dientes. Noté cómo el calor que se extendía por mi sexo subía hasta mis mejillas, poniéndome colorada en décimas de segundo. Negué con la cabeza.
-Nada.
Asintió una sola vez, sus ojos, (Dios, qué ojos más bonitos) clavados en los míos, intentando dilucidar lo que se cocía detrás de aquel chocolate. Parpadeé y le sostuve la mirada, me perdí en aquel mar y no me preocupé de naufragar y de que no me encontraran, de ahogarme allí... se estaba a gusto entre sus brazos.
-¿Estás cansado?
Di que no. Necesito que me hagas tuya.
-Un poco-confesó.
Recorrí sus bíceps, hinchados por el esfuerzo de tenerme suspendida en el aire, me deleité con la suavidad de ellos y, sin levantar la vista de mis dedos en su piel, susurré:
-Puedes bajarme, si quieres.
Me obedeció. Eligió ese preciso instante de su vida para obedecerme por primera vez. Procuré no poner cara de tristeza, dándole a entender que estaba bien que no me estuviera echando el polvo de mi vida contra la pared, en la cama, en el suelo o en el baño, donde fuera, cuando en realidad eso era precisamente lo que yo quería.
-Vamos abajo a cenar-sugirió, haciéndome caso omiso. Bien, Louis, bien. Me vuelvo anoréxica durante cuatro días y te pones de mala leche; quiero que me eches un polvo y se me nota a la legua, y pasas del tema. Me encanta esa cualidad tuya de elegir qué es importante y qué no.
Sacudí la cabeza, sacándome ese pensamiento estúpido de la mente. ¿Qué mierda me pasaba? Yo nunca me comportaba así. Nunca le pedía más de la cuenta, hacer nada que él no quisiera...
Nunca le había zorreado a un repartidor de pizza.
Nunca había metido el número de un tío al que apenas conocía en el móvil.
-Tengo que contarte algo-espeté casi sin pensar, aunque era lo mejor que podía hacer. Contárselo. No le estaba poniendo los cuernos. Solo iba a avisarle de que cabía la posibilidad que sacara mi yo más estúpido cuando él no andaba cerca. Me miró, se apoyó en el marco de la puerta y se pasó una mano por el pelo.
Oí una explosión en mi cuerpo, entre las caderas. La bomba atómica de Hiroshima habría sido nada comparado con aquello que me sacudió.
Pam. Adiós ovarios.
-¿No puede esperar?
Vuelve a pasarte la mano por el pelo de esa manera y tendrás que esperar por tus hijos, chaval.
Me encogí de hombros.
-Supongo.
-Si quieres decírmelo ahora, ya sabes que...-descruzó los brazos y me mostró las palmas de las manos. Le interesaba.
-No importa, es igual. Puede esperar-asentí, dando un paso hacia delante y entrelazando mis dedos con los suyos.
-Guay-murmuró, posando su boca en la mía, y la sonrisa reflejada en sus ojos.
Si le quitas esa sonrisa, te partiré la boca, zorra, me amenacé a mí misma.
Hubo otra cosa que no se hizo de rogar, algo a lo que no tuvimos que esperar demasiado. Después de cenar, lavarnos los dientes y quedarnos un rato tirados en el salón, todos juntos, viendo la tele, cada uno subió a su respectiva habitación. Yo estaba entrando en la mía, dispuesta a coger el teléfono y meterme en la de Louis (no estaba lo suficientemente loca como para no intentar meterme en su cama), cuando noté unas manos abrazándome la cintura.
-¿A dónde vas?-inquirió, zalamero, besándome el cuello. Cerré los ojos y no contesté; no me dio tiempo-. Eres mía esta noche. No te vas a librar tan fácilmente.
-Mm.
-Me debes algo.
Sí, es verdad. Varios orgasmos, un par de polvos, y bebés. Muchos bebés.
-¿En serio?
Me arrastró hasta su habitación, cerró la puerta de una patada y me tumbó en la cama. Cuando quise darme cuenta estaba encima de mí, recorriendo mi  cuerpo con su boca.
Me di cuenta inmediatamente de que la ropa sobraba.
Tiré de su camiseta y le ayudé a quitársela, él hizo lo mismo la mía. Nos desnudamos rápidamente, nos contemplamos el uno al otro un buen pedazo, sin parar de besarnos, acariciarnos y, por qué no, hacernos cosquillas.
Me contempló en mi total esplendor: debajo de él, húmeda, preparada para que me hiciera suya de mil maneras posibles. Me mordí el labio inferior, contemplando su pecho, contemplando su rostro, sus ojos, su boca. Me apetecía muchísimo morder aquellos labios. Me incorporé lo justo y necesario para hacerlo, y tiré de él hacia abajo, clavándole las uñas en la espalda, con sorprendente delicadeza. Gimió.
-¿A qué estás esperando?
-A que palpites cuando entre en ti.
Oh.
Dios.
Mío.
-Me vacilas-repliqué por lo bajo, cogiéndole la mano y llevándomela a un pecho. Me lo acarició, sopesó, sin rechistar.
-Para nada.
-Ya estoy palpitando, Louis-supliqué, cerrando mis dedos en su muñeca y llevándole la mano mucho más abajo. Su erección creció un poco más; la verdad es que no lo consideraba posible.
-No es suficiente.
-¿Quieres tenerme de mala leche?-sonreí, bajando lentamente por la cama, tirando de él para colocarlo boca arriba.
Una sonrisa divertida se implantó en su rostro.
-¿A dónde vas?
-A palpitar, ¿a ti qué te parece?-sonreí, sentándome sobre él y deslizándome lentamente hacia sus caderas. Me contempló los pechos.
-Bonita vista.
-Ya verás lo que viene luego.
Estiró la mano y me acarició la piel alrededor del ombligo, llevando corrientes de fuego por allí. Llevó sus dos manos hasta mis caderas, yo entreabrí la boca y cerré los ojos. Mi pelo cayó en cascada por mi espalda al echar la cabeza hacia atrás.
Él se incorporó también, y empezó a torturarme besándome el pecho.
Enredé mis dedos en su pelo y lo acerqué aún más a mí.
-¿Eri?
-¿Qué?
-Ya estás palpitando.
Me eché a temblar de puro placer. Ya era hora, por fin. Después de casi cuatro días, iba a acostarme de nuevo con él.
Me alzó sobre sí, sujetándome siempre por las caderas, y me contempló con ojos brillantes. Sonreí al pensar que parecíamos el mono y el león de la primera escena de El Rey León, se lo comenté, y se echó a  reír.
Y, mientras aún nos reíamos, me dejó caer, y me penetró.
Ahogué un grito y me dejé caer contra él, que me besó el hombro y fue subiendo hasta arriba.
-Quieto-susurré cuando se movió dentro de mí.
-¿Por qué?
-Siento algo.
Se apartó lo justo para poder mirarlo.
-¿El qué?
Clavé mis ojos en los suyos.
-Palpitaciones.
Sonrió.
-¿Creías que te estaba vacilando?
-Sí-asentí, avergonzada, bajando la cabeza.
-¿Tengo pinta de aplazar lo inevitable, nena?
Como me llamara nena una sola vez, bueno... en menos de un año tendría trillizos lloriqueando en una cuna.
Colocó sus dedos bajo mi barbilla y me obligó a levantar la cabeza.
-Dirígenos tú, Eri.
Alcé una ceja.
-Haz que nos corramos los dos.
-Te vas a acordar de esta, Tommo. Te vas a acordar-le prometí, empujándolo sobre la cama y moviéndome sobre él, dejando que entrara y saliera a mi antojo, mientras él no paraba de tirar de mí para besarme en la boca. Salió y entró varias veces, y yo llegué demasiado pronto. Me sujetó por las caderas y gruñó con voz ronca.
-No, espera, por favor.
Volví a echarme a temblar cuando su lengua llegó a mis pezones, y sus dientes jugaron con ellos a su antojo.
Me rompí y, segundos después, él también se rompió. Nos corrimos los dos, gritando el nombre del otro en nuestras bocas.


-Te quiero-susurró de repente, en un espacio en el que me esperaría un te deseo o eres preciosa.
-Y yo a ti. Muchísimo-respondí, acariciándole la mejilla. De repente, estábamos los dos indefensos, sin poder luchar el uno contra el otro. Era un niño pequeño. Mi niño. El niño por el que yo mataría, moriría, si hacía falta, con tal de que se mantuviera como estaba.
Negó con la cabeza.
-No. No lo entiendes. Te quiero muchísimo. Más que a nada ni a nadie. Nunca he sentido esto, Eri-sus ojos eran cristalinos como el agua, como las palabras que estaba pronunciando-. Nunca nadie me ha ayudado y apoyado tanto como tú.
Noté cómo me sonrojaba de nuevo. Tampoco me parecía que fuera para tanto, yo solo estaba haciendo lo que se suponía que una buena novia hacía. Apoyar a su novio incondicionalmente; pasara lo que pasara, estar siempre ahí para él.
-Como sigas estando ahí para todo lo que yo necesite, terminaré pidiéndote que te cases conmigo.
-Estaré.
-Cásate conmigo.
-Como me lo vuelvas a pedir, te diré que sí.
-¿Necesitas una segunda vez?
-No, porque mi nombre encaja a la perfección con tu apellido.
Susurró mi nombre de casada, el nombre con el que deseaba morir, el nombre para el que estaba destinada desde que nací. Suspiré, me estremecí, y pegué su rostro al mío para poder besarlo mejor.
Los rayos de sol nos acariciaban, aún perezosos, pues no tenían la fuerza suficiente para clavarse en nuestras pieles. Seguramente cuando el día avanzara un poco el sol conseguiría calentarnos un poco, pero no en esa mañana. Me estiré bajo él y dejé que me besara lentamente el pelo.
Eri Tomlinson.
Sonaba bien.
Sonaba muy, muy bien. Y a él parecía gustarle ese nombre, lo que lo hacía más bonito aún.
Llevó sus dedos por mi costado hasta mi cintura, y me acarició suavemente.
-Hazme el amor, Lou-le pedí, mirándole a los ojos. Sonrió.
-¿A estas horas de la mañana?
-Yo no dejo de quererte por muy temprano que sea.
-Eso es profundo-sonrió para sí, no pude evitar devolverle la sonrisa. Qué sonrisa tan perfecta, tan preciosa; y lo era más porque yo era la causa de ella, porque yo conseguía hacer que apareciera en su rostro. Se metió entre mis piernas y me acarició suavemente los muslos, juguetón.
-¿Así?-inquirió. Asentí, y frunció el ceño-. ¿Por qué? Sentimos los dos más cuando tú estás encima.
-Tú lo haces con más cuidado.
-Eso es verdad-asintió con la cabeza, besándome el cuello. No me habría importado que llevara un colgante al cuello y este rebotara en mi pecho, siempre lo había visto en las películas y me había encantado la impresión que daba, tan tierna, tan sensual... le acaricié el pelo y separé un poco las piernas. No me hizo esperar, entró en mí despacio, me hizo el amor lentamente, como aquella primera vez, en aquella misma ciudad pero en distinta calle, casa, habitación, cama... y seguía siendo el mismo con el que había perdido la virginidad, aquel al que se la había entregado sin dudar ni un segundo. El que me había querido desde siempre, incluso antes de ser bonita y merecerlo como mi físico podía hacer que lo mereciera ahora. Nos dejamos llevar despacio, entregándonos al otro como en una barca sin remos en un mar en calma, a merced de las corrientes.
Una vez terminamos, nos miramos un rato en silencio, a los ojos, y no necesitamos decirnos nada para entender de qué deseábamos hablar. Bueno, yo quería hablar con él de aquello, a él no le apetecía realmente que tocara el tema. Y, como era su día, como estaba allí para apoyarle e iría donde me llevara para apoyarle, me mantuve callada, a la espera de que decidiera en qué momento quería hablar de la estrategia que íbamos a adoptar cuando llegásemos a Doncaster.
No se me escapó el hecho de que cuando inició la conversación no salió de mí. Y a mí me apetecía muy poco que lo hiciera, se estaba a gusto con él dentro. Estaba bien no sentir esa sensación de pérdida cuando se retiraba, el vacío cuando ya no estaba...
-Estoy nervioso, amor.
Me estremecí de placer al oír aquella palabra, una de mis favoritas, salir de sus labios, mis favoritos.
-Estaré contigo-le acaricié la cara interna del brazo y sonreí. Él contempló la sábana con sus perfectos ojos y tiró de ella hasta cubrir media espalda, de forma que cayera sobre mí como si estuviera metida en una tienda de campaña, a su merced.
-Lo sé, Eri. Lo sé. Es solo que... por primera vez en mi vida vuelvo a casa, pero no siento ya que Doncaster sea mi casa.
-Siempre lo será. Pase lo que pase tu familia te querrá igual.
-Lo sé.
-Serían imbéciles si no lo hicieran. Eres un encanto, Louis-suspiré, le besé en los labios y me dejé caer; mi pelo se esparció por la almohada. Él me contempló con sincero amor, desnuda debajo de él, total e irrevocablemente suya de un modo en que nunca llegaría a serlo para ningún otro, ni aunque me lo propusiera, algo que se me antojaba muy improbable.
-Me gusta cuando me miras así-confesé, jugueteando con mi anillo. Se apoyó en sus codos, tumbándose sobre mí, y, sin apartar sus ojos de mi expresión, se posó lentamente en mi pecho. Cerré mis brazos automáticamente alrededor de su cabeza y suspiré. No me importaría quedarme así el resto de mi vida, toda la eternidad, hasta que el mundo se acabara, el tiempo se detuviera... cualquier momento sería poco.
Lejos de todo. De mi casa, mis padres, el pánico absoluto que le tenía al lunes, cuando me separaría de él. La impaciencia por lo de Simon, el nerviosismo por la negativa que se materializaba en el horizonte, y que sin embargo no podía ser...
Lejos incluso de preocuparnos si el condón se había roto y yo tendría que tomar, por primera vez en mi vida, la píldora. Pero no en ese momento, ya nos ocuparíamos de todo eso más tarde.
Ahora solo existía lo que había dentro de aquella cama.
-Tú me miras así siempre-susurró, besándome el colgante de la estrella que no recordaba haberme puesto esa mañana, aunque, si lo pensaba bien, tampoco recordaba haberme quitado de noche.
Nos quedamos así, él sobre mí, yo abrazándole, durante lo que pudo ser una hora. Una hora que a mí me supo a cinco minutos.
-Deberíamos levantarnos ya-terminó murmurando por fin, su aliento me acarició el pecho. Me encogí de hombros.
-Se está bien aquí dentro.
-Dímelo a mí-replicó, levantando la cabeza y mirándome. Nos echamos a reír.
Se incorporó y se deslizó fuera de mí, a lo que yo respondí con un puchero y un suave nooo... que hizo que se riera aún más.
-Nunca he salido y me he quedado siempre fuera.
Noté cómo me sonrojaba, y no precisamente de vergüenza.
-Louis Tomlinson, ¿teniendo razón en algo? Dios mío, el mundo se va a la mierda-me burlé, saliendo de la cama y paseando mi desnudez hasta su armario. Con una sonrisa sarcástica en los labios, sonrisa que no me importaría morder, se tumbó de lado y me contempló mientras me estiraba a coger una de sus sudaderas del armario.
Me giré y lo pillé mirándome el culo. No se cortó un pelo, continuó con sus ojos fijos a esa altura de mi cuerpo. Alcé las cejas, me puse una de sus camisetas y luego una sudadera. Gimió cuando descubrió que me quedaban de vestido, y me recorrió de arriba a abajo. Noté una chispa en su mar.
-Te gusta que lleve tu ropa, ¿eh?
-Es como si todavía te estuviera abrazando.
-Oh, amor, eso es muy bonito-sonreí, mirándole.
Joder, primero lo del matrimonio, y ahora esto. Definitivamente podía destrozarme el amor propio si continuaba así y luego me exigía que me convirtiera en su esclava para seguir escuchando aquellas palabras.
Cogí sus vaqueros y se los enseñé.
-¿Me entrarán?
-Te van a quedar largos.
Fruncí el ceño.
-Quiero decir-se explicó, no es que yo sea Michael Jordan-hizo un gesto con la mano para que me guardara la respuesta socarrona que escalaba a grandes zancadas por mi garganta-, pero no es que tú seas muy alta, precisamente, nena.
-¿Me estás llamando enana?-me burlé, con un tono enfadado, aunque no me sentía ofendida en absoluto. Mi tono pareció ser lo suficientemente bueno como para pasar por verdadero.
-No, amor-se levantó, caminó hacia mí y me abrazó la cintura. Procuré no pensar en que lo tenía desnudo detrás de mí. Me besó el cuello-, tienes la altura perfecta. Me gustas así, porque si te da la gana, te pones tacones y me alcanzas, pero no me superas.
Sonreí, sacudí la cabeza en su dirección y metí los dos pies por sus vaqueros. No pensaba ponérmelos para andar por casa, estaba a gusto con su ropa, pero tampoco era para tanto, pero tenía curiosidad por saber si me entrarían.
-No me caben-lloriqueé, estupefacta. Los patos se giraron y preguntaron ¿qué?
La reina de Inglaterra dejó su taza de té a medias y espetó ¿qué?
La Tierra se detuvo y preguntó ¿qué?
Los alienígenas detuvieron su disección y murmuraron con acento de cowboys ¿qué?
¿Hola? Louis tiene más culo que yo. Bueno, casi. Más o menos. ¿CÓMO NO ME VAN A SERVIR SUS VAQUEROS?
-Tienes más cadera que yo.
-Ya-susurré. ¿Eres boba o algo, Eri? ¿Cómo no se te ha ocurrido a ti? Pues claro que tienes más cadera que él. Se supone que tú tienes que meter un bebé entre tus caderas, gilipollas.
-Estaríamos buenos si fuera al revés.
Me giré en redondo y me acerqué a él, recordando de repente algo relacionado con mis caderas y las suyas. Le levanté la camiseta y sonreí.
-¿Qué pasa? ¿Qué miras?
-Si tienes la línea de la V.
-¿Qué es eso?
Las recorrí con el dedo índice, y se estremeció.
-Las líneas de V son, amigo mío, las líneas más sexys que un chico puede tener. Y tú las tienes.
Se echó a reír y nos besamos.
-Es que yo soy una bomba del sexo.
Alcé una ceja y me lo quedé mirando.
-Será que tienes buena compañía.
-Será que he hecho-tiró de mí para pegarme aún más contra él, juguetón- buena compañía.
Bajamos a la planta baja, donde cada uno hacía lo que le venía en gana, como venía siendo ya natural en aquella casa: Alba jugaba con su conejo, Noemí y Harry se enrollaban en el sofá, Zayn  y Liam miraban la tele con gesto distraído, aburridos el uno del otro, seguramente, y Niall se sentaba en el sillón donde yo leía ojeando uno de los libros que habíamos comprado por el verano en español mientras que, con la mano que no sostenía la historia de Caperucita Roja en versión extendida, que seguramente incluía los pensamientos internos de la protagonista mientras atravesaba el bosque en dirección a la casa de su abuela, pinchaba con su tenedor en un plato lleno hasta arriba de pasta. Sonreí.
Mi familia. Mi nueva familia, la familia a la que  debería haber pertenecido desde el momento en que nací. La familia que me apoyaría siempre, que no me levantaría la mano, con la que no tendría miedo de discutir por posibles represalias.
Me senté en el reposa brazos del sillón de Niall y miré por encima del hombro de este. Y, después de meses, le arrebaté el tenedor y pinché una de las albóndigas de sus espaguetis.
Niall frunció el ceño, preguntándose quién osaba sacarle comida del plato, pero, cuando levantó la cabeza, me sonrió. Su Eri había vuelto.
-Te he echado de menos.
-Todo este tiempo, he pensado en tu sonrisa y en tu forma de caminar-canturreó Alba en español, alzando a Arena sobre su cabeza y sonriéndole, haciéndole carantoñas, como si fuera un bebé.
-¿No me vais a contar qué tal por Roma y esa bella tierra habitada por mi querida Angela Merkel?
Liam sonrió, se rascó la nuca y miró a los demás. Estaba claro que se moría de ganas por ilustrarme acerca de su tour por Europa, pero quería el permiso del resto de los chicos.
Niall asintió  con la cabeza, se giró, colocó su plato sobre sus rodillas y contempló al más sensato del grupo, invitándole a empezar.
Zayn se giró a mirarlo, se encogió de hombros y volvió a clavar la vista en la tele. Harry detuvo un momento su momento de pasión con la más pequeña de todos, me sacó la lengua y volvió a lo suyo.
Louis se apoyó en la parte trasera del sofá y escuchó atentamente en cuanto Liam abrió la boca y comenzó a hablar a una velocidad infernal. No me afectó su rapidez, ya que ya estaba acostumbrada a las distintas formas de hablar de los chicos. Durante lo que fue más de una hora, todos me estuvieron contando con pelos y señales lo que les había pasado en Europa: Noemí había fundido todo lo que le quedaba en la tarjeta de crédito correteando por Roma, entregando su tarjeta de crédito al mejor postor, que no dejaba de ser nunca Chanel, Dior o Prada.
Y ahora estaba escasa de dinero.
Alba y Liam, según me contaron los demás, subsistieron a base de besos y caricias, muestras de cariño que rara vez se profesaban, al menos conmigo delante.
Y los demás, bueno... Los demás eran los demás.
Cuando Niall me dijo que él y Louis habían bajado tres pisos del hotel de Alemania rodando escaleras abajo, miré a mi novio, y él asintió con la cabeza. Me aparté el flequillo de la cara e hice un gesto muy exagerado, que hizo reír a los demás.
Tras finalizar los relatos, Louis se palmeó las piernas y me hizo un gesto para que me levantara. Era de irse.
Corrí escaleras arriba, me cargué la mochila al hombro y bajé a toda velocidad de vuelta con los chicos.
Liam le estaba echando la bronca a Louis, que se había metido las manos en los bolsillos, y asentía con la cabeza como intentando librarse de la cháchara del mayor.
-Miras a ver si controlas la lengua que tienes-le recriminaba Liam. Louis puso los ojos en blanco-. La que se divorcia es tu madre de tu padre, no tu madre de ti. ¿Está claro?
Louis asintió.
-Modera tus borderías, que en casa seguro que lo están pasando peor de lo que crees.
-Vaaaaaaale-baló Louis con su característica respuesta para librarse de algo que lo aburría soberanamente. Alcé una ceja y se me quedó mirando-. Eri me controlará, Liam. ¿Quieres relajarte? Es mi madre, no es la tuya.
-A la mía no le harías lo que le has hecho a la tuya, BooBear.
-Ya, eso es verdad.
Se abrazaron todos, se dieron un par de palmadas en la espalda y esperaron a que me despidiera de ellos. Me quedé frente a las chicas mientras Louis tiraba mi mochila al asiento trasero y se sentaba donde el conductor.
-Suerte-susurró Alba, con una sonrisa que invitaba a la calma. Asentí.
-Gracias.
Aún no me cabía en la cabeza cómo había cambiado tanto nuestra relación; habíamos pasado de ser íntimas y contárnoslo todo, absolutamente todo, a ser unas desconocidas. Al menos ellas lo eran para mí. Nuestro distanciamiento llegaba a ese punto, a que yo no supiera si estaba sola en mi barca, o si, por el contrario, las tres habíamos decidido zarpar de la isla con un único cocotero que había sido nuestra amistad, cada una flotando en una dirección (oh, una dirección) diferente.
Noemí se llevó la mano al dedo donde descansaba el anillo que Harry le había regalado. Me pregunté si las garantías de Eleanor sobre mi relación con Louis podrían extenderse hasta ellas. Lo dudé mucho.
-Seguro que conseguís arreglarlo.
Asentí con la cabeza y le dediqué una sonrisa tímida. No podía cagarla ahora que parecíamos volver a acercarnos, que los delfines habían decidido empujar nuestras balsas de vuelta a aquella pequeña isla.
¿O serían las tortugas marinas de Piratas del Caribe?
-¿Nos llamamos?-sugerí. Asintieron con una amplia sonrisa.
-Nos llamamos.
No lo hicimos.
Me metí en el coche y puse la radio, escuché en silencio mientras Louis nos sacaba de la capital y enfilaba la autopista en dirección al norte. Parpadeé lentamente un par de veces, tal y como lo hacían en las películas, mientras un batallón de árboles se deslizaba apresuradamente por mi campo de visión, corriendo a la batalla.
Noté la mano de Louis en mi pierna. Me giré y me encontré con sus ojos.
-¿Estás bien?
Asentí con la cabeza,  colocando mi mano sobre la suya.
-Sí. ¿Y tú?
Se encogió de hombros, se mordió el labio y volvió los ojos a la carretera. Adelantó a un par de coches, meditando qué me iba a decir.
-Estoy nervioso.
-Lo superarás.
-Ya.
-Estaré contigo.
-Lo sé.
-Siempre estaré contigo-recalqué la primera palabra, ganándome una sonrisa cariñosa. Dios, cómo quería a Louis.
-Y yo contigo, nena.
-Te quiero.
-Yo también.
-Ya lo sé-susurré. Me desabroché rápidamente el cinturón, posé mis labios en su mejilla y volví a sentarme. Se llevó los dedos al lugar donde le había besado, como si le hubiera dado una bofetada.
-Me encanta cuando haces eso.
Yo iba a responderle que a mí me encantaba él, pero se me adelantó el sonido de su móvil en su bolsillo. Lo sacó y me lo tendió.
Ni siquiera miró la pantalla. Mejor. Descolgué y conecté el Bluetooth del coche a la llamada.
-¿Sí?-preguntó Louis.
-¿Louis?
Mi novio se giró en redondo y se me quedó mirando, los ojos como platos, las pupilas apenas dos puntos sobre su mar.
-La madre que te parió-me gritó sin palabras.
-Soy Robbie-continuó el que le llamaba.
-Hola, Robbie, ¿qué tal?-preguntó Lou, pretendiendo sonar casual.
-Bien, tío, ¿y tú?
-Estoy bien.
-Oye, acabo de enterarme de lo de tus padres. Si quieres hablar un poco de ello, aunque no tenga demasiada experiencia, ya sabes dónde estoy.
La sonrisa de Louis cruzó toda su cara.
Esta vez la que alucinó fui yo. ¿No estaría...?
Sí, sí estaba. Se metió el puño en la boca, intentando no gritar.
-Gracias, Robbie, tío. Lo aprecio mucho.
-De nada, hombre, para eso estamos. Eh, ¿sabes lo de mi concierto?
-Pues claro que lo sé, Robbie, joder. Eres mi ídolo, ya sabes.
Se tapó la boca rápidamente, y cerró los ojos. Me estiré y cogí el volante; lo único que nos faltaba era tener un accidente mientras Louis controlaba sus ganas de ponerse a hacer fangirl.
-Ya-replicó el otro, no sé si sonó incómodo. Louis se tapó la cara con las manos.
-Mira a ver si coges el volante-le susurré. Él asintió.
-El caso es que, como ya sabes, aún no han salido a la venta las entradas, y quería saber si querrías algunas.
Louis parpadeó a la velocidad de la luz. Un pensamiento me asaltó, aterrorizándome. ¿No habría hecho yo eso cuando conocí a Taylor?
Le lancé una mirada envenenada a mi novio, que apoyó el codo en la ventanilla del coche y apoyó su cabeza a su vez en la mano.
-Estaría de puta madre.
-¿Cuántas quieres?
-¿Cuántas me das?
-Las que tú quieras.
-¿Si te pido las 14 mil...?-tanteó él. Volvía en sí. Robbie Williams se echó a reír.
-Van a ser mucho pedir.
-De momento, guárdame siete. Para mis amigos y mi chica.
Me estremecí. Oh, sí.
-Vale. ¿Qué tal ella? ¿Sabe ya algo de Simon?
Negó con la cabeza, como si pudiera verlo.
-No, seguimos esperando.
-Seguro que está decidiendo si darle ya el disco de platino.
-¿Sabes que está escuchando?
-Sí.
-Cabrón.
-Hola, Robbie-saludé.
-Hola, Eri-me devolvió el saludo él-. ¿Todo bien? ¿Te trata bien Louis?
-Sí, es un amor.
-Oh, calla, en serio.
-Me alegro. Bueno chicos. He de irme. Pasadlo bien, ¿vale? ¿Siete, entonces?
-Siete-asintió Louis. Se me quedó mirando, y nos sonreímos.
-Vale. Adiós, chicos.
-Adiós.
Estiré la mano hacia el teléfono, y Louis miró por la ventana.
-¿Lou?-pregunté.
-La. Madre. Que. Me. Parió. ¿HAS VISTO ESO? ¡ROBBIE WILLIAMS ME ACABA DE INVITAR A SU CONCIERTO! ¡OH, TÍO, ESTO ES UNA PUTA PASADA! ¡CÓMO AMO MI TRABAJO! ¡QUÉ VIDA ME PEGO, HERMANO! ¡JODER! ¡PELLÍZCAME, DEBO DE ESTAR SOÑANDO!
Miré el teléfono.
-Uy.
-Uy, ¿qué?-espetó él. Se quedó mirando su móvil-. ¿UY QUÉ?
-No sé si...
Me arrebató el móvil de las manos y observó la pantalla, dispuesto a suicidarse si sus temores se confirmaban.
-Es coña-me eché a reír, y me dirigió una mirada de odio puro que me habría hecho estremecer.
Parpadeó un par de veces.
-A mí no me hace ni puta gracia.
-Ya me río yo por los dos, no te preocupes.
Alzó las cejas.
-En la próxima gasolinera te bajas del coche.

viernes, 25 de enero de 2013

La que se pone mis apellidos en Twitter.

Necesito que salgas de la  pantalla en la que has decidido meterte.
Bueno, aun que me haya llevado un palo enorme hace un rato cuando mi madre me dijo que no podía ir, mañana será un buen día.
Será un buen día porque mi clon seguirá a mi lado, al que ya lleva meses, años.
Realmente lo que más me jode de todo esto no es no poder ir al concierto, si no que no la podré ver.
Me había imaginado cientos de situaciones, cientos de reacciones. Me había imaginado todo lo que pasaría.
Lo que diría y la cantidad de lágrimas y gritos que soltaría nada más verla.
Porque hemos tenido nuestras peleas, y es cierto que hemos tenido temporadas en las que hablábamos más que ahora,pero sigo necesitándola a mi lado. Estuvo aquí desde que nos conocimos, cuando todos me dejaron sola, ella siguió aquí.
Cuando todos me tomaron por loca, ella siguió aquí. Ella estuvo presente en una de las épocas más oscuras de mi pasado, estuvo a mi lado.
Y espero que siga aquí. Porque ha pasado en poco tiempo de ser desconocida a ser... una gran parte de lo que compone un "todo".
Acabo de leerme el último capítulo que ha escrito, y he sonreído todo el tiempo, con cada puta línea, con cada letra.
Porque se que algún día puede llegar a publicar esa historia, o una parecida, y yo seré una de sus primeras fans.
Que me acuerdo de cuando me contaba sus problemas, y de que una vez me dijo que se sentía invisible.
Aquella vez le dije que eso era una tontería, pero hoy le digo que no es invisible.
Que para mi siempre será un cartel de neón en medio de una foto en blanco y negro.
Un verdadero amigo es aquel que sabe que eres gilipollas y te quiere igual, pero una verdadera clon es la que es gilipollas contigo.
Espero que todo esto te saque una sonrisa después de la mención que te he puesto hace un rato de "no me dejan".
Tranquila, que algún día esas situaciones que me imaginé, serán reales.
No se cuándo, ni cómo, ni dónde, pero se que sí.
, me he puesto poética de madrugada, y para variar las he pagado contigo, lee mis anteriores tweets anda.
Yo no necesito una madrugada para ponerme poética. Necesito una vida para hacerle saber lo importante que es.

domingo, 20 de enero de 2013

20 años sin ella.


Para tener una boca bonita, pronuncia palabras bonitas. Para tener unos ojos bonitos, ve siempre lo bueno de las personas.

sábado, 19 de enero de 2013

No te molestes en despertarme mañana.

Empujé la puerta con la  cadera mientras sacudía la cabeza. Rihanna no dejaba de chillar en mis oídos que aquella tía era demasiado fría mantenerla, pero lo suficientemente caliente como para no poder dejarla marchar.
Tiré las llaves en el platito y cerré dando una coz hacia atrás mientras las luces del taxi se alejaban calle abajo, giraban una esquina y desaparecían en la oscuridad.
-¡SHE HAS BEEN A CRAZY DITA DISCO DIVA AND YOU WONDER WHO'S THAT CHICK, WHO'S THAT CHICK!-bramé con mis pulmones a su libre albedrío, al fin y al cabo estaba en casa.
Sola.
Miré las llaves y sonreí.
Era la primera vez en toda la historia de mi existencia o mi amistad con los chicos que las utilizaba.
Silbé mientras subía escaleras arriba con la mochila colgando del hombro, sin detenerme a escuchar cómo me temblaban los tímpanos por el sonido de David Guetta metiéndole aún más caña a la voz de Rihanna. Iba a terminar como mi novio, solo que con una diferencia: yo me lo merecía, y él no.
Recordar a Louis me detuvo en seco. Me había dicho que le mandara un mensaje cuando aterrizara en su país, y eso había hecho. Había tenido una bronca importante con la azafata cuando salí del avión, porque había murmurado entre dientes que estos críos de hoy en día no podíamos estar más de media hora sin contar nuestra vida por Internet.
Al menos mi vida le interesaba a la gente, rubia de bote. 
Encendí la luz de mi habitación, tiré la mochila sobre la cama, me senté encima de las mantas y saqué el teléfono. Me aparté el flequillo de la cara y desbloqueé el móvil.
Amor, ya estoy en casa. Voy a ver si como algo.
La respuesta me llegó casi al instante.
¿Tú, comiendo? Necesitaré pruebas.
Gilipollas.
Eso siempre, nena.
No bebas mucho, ¿eh?
Seguramente beba tanto que me muera. Dile a mis hermanas y a mis fans que las quiero. A ti, no. Eres una mala pécora.
¿Quieres quedarte sin sexo un mes?
Eres la criatura más bella que he conocido en toda mi existencia y no puedo esperar a darte mi apellido.
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA buenas noches BooBear <3.
Buenas noches, amor.
Sonreí. ¿Por qué siempre sonreía como una boba cada vez que nos mensajeábamos? Le había tenido conmigo una semana, y la única vez que había sonreído así fue cuando me espetó que me quería sin venir a cuento, cuando estaba hecha un desastre, el pelo recogido, las mejillas sonrosadas por el esfuerzo de acarrear para un lado y para otro la leña...
Estás sonriendo como si fueras tonta, reconócelo.
Vete. A. Dormir.
Puse los ojos en blanco y me quité las zapatillas. El iPod todavía estaba reproduciendo una canción, pero los auriculares estaban desperdigados por la cama. A pesar de eso, aún oía los gritos histéricos de Rihanna a su micro.
Me descalcé, rebusqué en los cajones de mi mesilla de noche unos calcetines gorditos (calcetines toalla, según los había llamado mi primo pequeño), me quité la chaqueta y me puse una sudadera. Suspiré, comprobé que el anillo de plata estaba correctamente colocado, me metí el móvil en el bolsillo y cogí el iPod. Me coloqué un auricular en la oreja y bajé las escaleras a todo correr. Estuve tentada de deslizarme por la barandilla, como hacían en las películas, pero desistí en el último momento, pensando que si me caía y me mataba tardarían días en enterrarme, lo cual sería bastante molesto.
Me metí en la cocina y estudié las alacenas, desesperada por encontrar algo que llevarme a la boca.
El modo aleatorio me arrastró hasta un Harry de mi misma edad audicionando para hacerse famoso.
-¿No es ella preciosa?-musité por lo bajo, en mi propia lengua, acompañada de la voz de uno de mis mejores amigos-, oh, es que es taaaaaaan preciosa-repliqué, aunque la canción no seguía por allí. Me importaba un carajo.
Me puse de puntillas, intentando alcanzar un tarro que no sabía lo que contenía.
-Me cago en mi madre-gruñí, subiendo las rodillas a la encimera y estirándome aún más. Me colgué como pude de la puerta, temeraria como pocas veces lo había sido en mi vida, y me puse de pie.
Tendría que haberme caído y abierto la cabeza, pero el karma, que me debía muchos favores aún, fue generoso. Giré el tarro y solté una maldición cuando leí pepinillos en vinagre.
-La virgen, Niall.
Pensaba que los pepinillos había que meterlos en una nevera, o algo así. 
Me incliné hacia atrás y estudié la pequeña caja blanca. Bajé de un salto de la encimera. No me rompí el tobillo. Milagroso.
Me incliné hacia delante y comencé a revolver entre los pequeños tuppers. Alcé las cejas, sorprendida de que Niall fuera capaz de meter comida en una caja de plástico y meterla luego en la nevera. Seguramente fuera pensando en mí.
Rebusqué en los cajones de las hortalizas y saqué una bolsa de zanahorias.
Sonreí, cogí una y la lancé al fregadero. Devolví la bolsa a su sitio original y cerré la puerta. Tras lavar y adecentar un poco mi pequeño, gran aperitivo, comencé a roerlo como si no hubiera mañana. Subí a mi habitación y rebusqué en la mochila hasta sacar el portátil que Lou me había prestado amablemente. Lo encendí y mastiqué despacio mientras el pequeño se tomaba su tiempo para iniciar.
Necesitaba comida, coño. ¿Tan difícil era que los electrodomésticos de esa puñetera casa fueran eficientes e hicieran lo que se les pedía? A mí me parecía que no.
Sostuve la zanahoria entre los dientes y busqué en Google recetas sencillas. Pinché en la primera página y leí algunas cuantas, pensando para mis adentros Vale, no sé qué es esto, ¿Orégano sirve?, No tenemos canela en rama en casa, no somos una pastelería, y ¿CÓMO VOY A ESPERAR DOS HORAS PARA CENAR? ¿ESTAMOS LOCOS?
Le metí otro buen mordisco a la zanahoria y la contemplé. Tal vez pudiera hacer un pequeño estofado, o algo así... Tampoco sería tan complicado, ¿no?
Fui hacia atrás, eliminé la búsqueda y metí estofado de zanahoria. Las imágenes de los sitios de cocina hicieron que mi estómago gruñera y se retorciera.
-Que ya voy, carajo-le informé, acariciándolo despacio.
Papá lo hace con champiñones también. ¿Servirá?
Hice una foto con el móvil (no sabía conectar la impresora de la habitación de Liam con el portátil de mi novio, así que era la forma más segura y eficaz), bajé la tapa del ordenador y me apresuré escaleras abajo. Coloqué el papel con un imán de la nevera, deshaciendo el Vas Happenin que Zayn había hecho en un momento, me recogí el pelo en una coleta y comencé a sacar cosas.
Obedecí paso a paso a la receta: que si limpia las zanahorias, pélalas y córtalas en rodajas, échalas en una olla con agua caliente, tira tomate más tarde, añade cebolla bien picada, tira sal, etc. etc.
Algo me rozó la pierna cuando estaba picando el perejil. Di un brinco y chillé con el grito más femenino que encontré.
Miré hacia abajo, temblando de pánico, dispuesta a apuñalar a la araña gigante/rata asquerosa que había osado tocarme. ¡Tocarme!
Un conejo pardo me devolvió una mirada bizca.
Fruncí el ceño y lo estudié un segundo. El pequeño esperó paciente, su naricita se sacudía periódicamente mientras respiraba. Se alzó sobre sus patitas traseras.
Entonces, lo recordé.
Liam me ha comprado un conejo, me había dicho Alba esa semana.
Arena.
-¿Arena?-pregunté, esta vez en voz alta. El pequeñín pareció reconocer su nombre; se flageló la espalda con una de sus orejas.
Me agaché y le toqué la punta de la nariz.
-Me has asustado, pequeño.
Arena pestañeó. Se posó sobre sus patas delanteras y olfateó el aire. Volvió a pestañear, y sus ojos brillaron. 
Recordé al conejo de mi profesora de piano, Pichi, y me estremecí. Cuando se escapaba de su jaula y se dedicaba a corretear por el pasillo tenía una mirada demoníaca, parecía poseído.
El animalito se acercó un poco a la encimera. Miré una de las zanahorias que me habían sobrado del estofado. Tenía hambre.
-¿Quieres comer?-inquirí. ¿Por qué coño le estaba hablando en inglés? Ah, claro, era un conejo inglés. Tal vez no me entendiera.
No seas gilipollas, Eri, los conejos no entienden. 
Cogí la hortaliza y la coloqué en el suelo, a su lado. La hice rodar hasta que lo tocara; Arena dio un paso vacilante hacia atrás.
-Cómetela, hombre.
Porque, ¿era un hombre, no?
Arena rehízo el paso y se inclinó hacia la zanahoria. La olisqueó cautelosamente, y yo juraría que asintió, satisfecho, antes de dar un saltito para acercarse más a ella y comenzar a roerla.
Me reincorporé y  volví a mi tarea con el perejil... dejando sangre de por medio. Suspiré, subí de mala gana al baño y me puse una tirita.
Cuando volví, apenas quedaba zanahoria en el suelo. Arena la sostenía entre sus patas, tumbado boca arriba y visiblemente contento.
Abrí los ojos, sorprendida, pues nunca había visto a un conejo de esa guisa.
Terminé de picar el perejil y lo eché todo en la olla. Entonces, saqué el móvil de mi bolsillo trasero y me senté a esperar a que mi comida estuviera lista.
Arena comenzó a balancearse adelante y atrás, intentando captar mi atención, como si quisiera ser fotografiado en esa postura tan sexy. Sonreí, y le hice un par de fotos. 
-¿Duermes por ahí tú solo, pequeño?-le pregunté, acariciándole la cabeza cuando se acercó a mí y me tocó el pie con la nariz. Quería otra zanahoria, pero no pensaba dársela. Parecía rechoncho-. Vamos a buscar tu jaula, ¿te parece?
Arena pestañeó, lo que interpreté como un sí.
Siempre mirando hacia el suelo, temiendo pisar a la mascota, hice un tour por la casa. El lugar que me pareció más lógico para tener Arena su residencia había sido la habitación de Alba, pues para algo era suyo. 
Tras comprobar que no estaba ni en la de su dueña ni en la de Noemí, bajé las escaleras de nuevo. Arena me esperaba en la planta de abajo, no parecía querer aventurarse hacia arriba.
-¿No puedes subir?-le pregunté. Genial, estaba empezando a parecerme a la típica abuela loca que habla con sus gatos. O conejos, lo que sea.
Y me entendió.
La bola de pelo suprema y adorable subió de un salto el primer escalón, me miró, meneó su nariz y salvó a saltos la distancia que nos separaba. Lo cogí en brazos y hundí sus dedos por primera vez en su suave melena.
-Vale, eres bueno subiendo escaleras. Vamos a buscar tu casita-murmuré, acariciándole la frente con el dedo índice.
Tras volver a la cocina y comprobar que allí no había nada, me asomé a la ventana. No me parecía un buen lugar para la jaula de un conejo, pero mis amigos eran... bueno, mis amigos.
El mayor elegía a sus novias por sus gustos culinarios.
El segundo mayor se pasaba la vida repartiendo besos.
El mediano no comía con cuchara.
El extranjero se volvía loco cuando le hablabas de Justin Bieber.
Y el pequeño se paseaba por la casa como Dios le había traído al mundo.
Miré a la criatura, pensando que no era muy afortunado por tener de cuidadores a Louis, Zayn, Liam, Niall y Harry.
Arena me devolvió la mirada... bizco.
-¿Por qué serás bizco?-pregunté para mis adentros, en apenas un murmullo. Arena pestañeó; su nariz se contrajo al hacerlo.
-¿Por qué no dejo de hablarte si no me vas a contestar?
La pregunta del año.
Decidí meterme en la habitación del piano, pensando que un sitio con música sería un buen lugar para un conejo... pero nada.
Así que me dejé caer en el sofá y coloqué a Arena en el suelo.
-Corre como el viento, Perdigón-le insté, citando a Toy Story. Liam me habría besado si me hubiera oído en ese momento.
Arena me contempló un momento, su naricita no dejaba de temblar. Entonces, echó a correr por el salón, alrededor del sofá, en círculos. Sonreí cuando lo vi pasar la quinta vez, con gesto de concentración, las orejas pegadas al cuerpo de forma que apenas se veían.
Y reparé en la pequeña nota que había sobre la mesa de enfrente de la televisión.
G, cuida al bicho bien. O te mato. No es coña rezaba una letra apresurada, la letra de Harry.
Horace come mucho informaba una letra de niño pequeño que no podía ser de otra persona que no fuera Louis.
En realidad se llama Arena, no hagas caso al Tommo, informaba Liam.
Yo no tengo nada que decir pero firmo porque soy muy guay espetaba Niall.
Pues a mí el conejo me quiere comentaba Zayn, sin darle importancia. Sí, las us en forma de cerradura eran suyas.
¿G? ¿Quién es G?
¿No sería yo?
¿G, de qué? ¿De guapa o de gilipollas?
Sacudí la cabeza. No, ninguna de esas palabras se decía así en inglés. Tamborileé con los dedos en la barbilla, pensando qué narices significaría G.
Levanté un poco la vista y ahí estaba. La jaula de Arena, la dichosa jaula. Colocada en el descansillo de la ventana para que no se aburriera. Claro. Liam. O Niall. 
Sonreí, me coloqué el pelo a un lado y me levanté. Comprobé que la puerta estaba abierta, seguramente la habían cerrado mal. Y me atravesó la duda.
¿Dónde había hecho sus necesidades el animal?
Por millonésima vez, me aparté el flequillo de la cara. Me alejé despacio de la jaula de Arena, como si fuera a morderme (aunque el que podía hacerlo y lo haría era su dueño, tenía experiencia con esos puñeteros sacos de pelo que no hacían otra cosa que roerte las muñecas como si no hubiera mañana cuando osabas cogerlos en brazos, aunque el pequeño aún no lo había intentado todavía, por si decidía meterlo en mi guiso de zanahorias), y volví a la cocina. El agua de la olla bullía satisfactoriamente, haciendo burbujas. Removí un poco el caldo con una cuchara de madera, y me incliné para dar un sorbo.
No morí en el acto.
No sentí ningún espasmo.
Lo cual era todo un avance para mí, que era un peligro en la cocina. Sabía hacer flanes, cierto, pero porque desde pequeña llevaba practicando (me encantaba la leche condensada, y mi padre se veía obligado a estar controlándome siempre para que no metiera una cuchara de servir sopa en el bol donde estábamos mezclando el flan y nos quedáramos sin materia prima), pero eso no significaba que fuera una cocinera digna de cinco estrellas, el mayor reconocimiento culinario, en París. Oh, cielos, no.
Incluso Harry mezclaba los cereales con más arte de lo que yo lo hacía, a pesar de que él cogía un puñado de la caja de cereales (lo que equivalía más o menos a los que cabían en el cazo de una excavadora de varios metros de altura), lo echaba en un tazón, y bañaba con leche.
Miré al conejo, que continuaba correteando por el salón como si no hubiera mañana. Al menos alguien en aquella casa estaba contento.
El simple hecho de pensar en mi padre me revolvió el estómago, y estuve pensando un buen rato en no comerme al final mi cena.
Me mataría en cuanto pusiera un pie en España sin Louis. Lo que sería, más o menos, el domingo por la tarde; el lunes si le pillábamos despistado.
Lo que significaba que me quedaba menos de una semana de vida.
Me estremecí hasta lo más hondo y me fui al salón. Me tumbé en el sofá como solían hacer los chicos cuando estaban solos y contemplé la tele apagada durante más de media hora.
Es probable que me durmiera.
De hecho, lo hice.
Cuando me desperté, estaba desorientada. El conejo se había tumbado a mi lado en el suelo, con las orejas gachas y los ojos cerrados. Nunca había visto a un conejo dormir.
Me levanté tambaleándome y me toqué la sien. Recordé la cena un segundo después, y corrí hacia la cocina.
-No. No, Dios, no-gemí, levantando la pota y contemplando lo que iba a ser mi cena, que estaba hecho un pegote rojo. Hice un gesto de asco-. No, por favor. No.
Coloqué la pota despacio sobre un mantel individual, busqué un plato y me serví.
Arena se acercó lentamente hacia mí. Tras mucho pensármelo, contemplando mi plato lleno de comida, decidí buscar uno más pequeño y servirle a él. Si tuviéramos un perro o algo así, con su típico cuenco de plástico, sería fantástico. Así podría echarle la comida al bicho de Alba con libertad.
Eché varias cucharadas de mi experimento científico y lo coloqué despacio en el suelo. Arena dio un par de saltos vacilantes hacia el plato, olfateó y contempló en silencio su improvisada cena.
-Tampoco tiene que estar tan mal, Don Tiquismiquis-susurré, cogiendo un tenedor y observando el plato.
No me extrañaría que mi cena me hubiera hecho un corte de manga o me hubiera pegado un mordisco.
Metí lentamente el cubierto en la cena y lo saqué rápidamente, esperando que se fundiera. Cuando no lo hizo, me planteé seriamente que tal vez la comida podría estar bien. Un poco chamuscada, sí, tal vez los bordes de la olla estuvieran un poco ennegrecidos, pero... siempre había una primera vez para todo.
Volví a meter el tenedor, esta vez lo saqué con comida y me lo llevé a la boca.
-¡OH JESUCRISTO!-bramé, corriendo al fregadero y escupiendo todo, absolutamente todo. No me hubiera extrañado lo más mínimo que comenzaran a salir óvulos de mi garganta. Dios, aquello estaba asqueroso. Me río de aquellos que dicen que comer tarántulas es lo peor del mundo. No han probado mi guiso especial, la madre que me parió.
-Arena, es oficial, vamos a pedir una pizza-espeté, mirando al conejo. Normal que la pobre criaturita no se atreviera a meter su nariz en el estofado, seguro que aquello no era nada sano para un animal tan pequeño. Me saqué el móvil del bolsillo, marqué un número que no recordaba haber memorizado nunca y recité de memoria los ingredientes de la pizza gloriosa que Niall me había dado a probar. Y, sintiéndome un poco rebelde, añadí:
-Y con pepperoni, por favor.
Colgué el teléfono y corrí a ponerme el pijama. No iba a retirar mi experimento de la mesa hasta que no estuviera segura de que podría modificar mi ADN en el caso de que entrara en contacto con mi piel. Recogí el plato de Arena del suelo y el mío propio e hice serios esfuerzos para no correr a lanzar aquella abominación por el baño.
Ya te puedes ir poniendo las pilas, nena, porque como quieras casarte con Louis, tendrás que darle tú de comer murmuró mi yo más sarcástico. Ese que ahora se dedicaba a tocarme los ovarios más a menudo que de costumbre, a falta de alguien exterior que me amargara la existencia.
¿Me oyes, zorrilla de barrio? Dios, ¿por qué tenía que sonar y ser exactamente como Lily Collins? Mi odio por esa tía estaba dejando de ser normal. ¿Eh? Louis no va a cocinar para ti después de venir a trabajar. Vete quitándotelo de la cabeza.
Tomé aire despacio varias veces, tiré de la camiseta de mi pijama y me apoyé en la encimera. Incliné la cabeza hacia atrás y hacia delante, pensativa, suplicando una única cosa.
Sal de mi cabeza. Tengo bastantes problemas ya. Sal de mi cabeza.
El principal de ellos seguía siendo mi muerte inminente a manos de aquel que 16 años atrás me había dado la vida.
Y el segundo uno que llevaba toqueteando mi subconsciente, pinchándolo con un compás, más o menos una semana. Simon me dijo que me llamaría en seguida, que su veredicto no tardaría, y que si lo hacía, me avisaría.
Ya habían pasado casi tres semanas.
Y Simon no daba señales de vida.
Abrí la nevera y busqué un pastel de chocolate. ¿Por qué siempre se acababan los pasteles de chocolate? Aquello era injusto. Necesitaba un puñetero pastel, pero a aquellas horas nada estaría abierto, ni siquiera el Starbucks.
Tragué saliva y volví a escalar la encimera para ver si había algo.
Y ahí, al fondo, estaba esperándome. Con un fulgor celestial, una pose digna de una reina.
Un bote de Nutella.
Sonreí para mis adentros, me estiré a cogerlo y, cuando mis dedos se cerraron en torno a él, llamaron a la puerta.
-¡ME CAGO EN MI MADRE!-bramé en español, saltando hacia abajo, dejando mi trofeo allí. Pero volvería, estaba segura de que volvería.
Abrí la puerta sin ni siquiera mirar; tuve suerte de que solo era el repartidor.
Que no estaba nada mal.
Eri, tienes novio.
Que tenga novio no significa que no pueda mirar el menú...
Por mi mente deslizaron mis imágenes favoritas de Louis; sus perfectos ojos, su sonrisa, ese dientecito de la mandíbula que tenía torcido (el mismo que había tenido yo hasta un par de meses atrás, cuando mis dientes aún se paseaban desnudos, sin vestido de hierro, por el mundo), su mandíbula, sus brazos con o sin tatuajes, su pecho desnudo... todo él... y se me secó la boca.
Un fuego familiar y líquido, apremiante, ya conocido, se deslizó por mi pecho hasta mi vientre. Más abajo, aún más... y me estremecí.
El chico me contempló de arriba a abajo, seguramente decidiendo si merecería la pena intentar ligar conmigo, y yo alcé una ceja. A ver, tío. No he pasado por una anorexia para que ahora dudéis, ¿sabes? gruñó mi parte más diva. Me sonrojé nada más pensar eso.
Había pasado por una anorexia para ser mejor para Louis, no para los demás. Los demás no importaban nada, era Louis el único que contaba.
El pequeño bombón inglés terminó tendiéndome la caja con mi manjar, tal vez recordando quién era yo y por consiguiente decidiendo que no merecía la pena cabrear a mi novio, o tal vez decidiendo que no era lo suficientemente buena para él.
-15 libras con 40.
Le tendí un billete de 20 y le dije que se quedara con el cambio.
-Mejor, porque no he traído-me respondió con un acento que no llegaba a ser el que yo catalogaba como pijo londinense.
-Ya-repliqué, buscando mis reservas de borde en el centro de mi ser.
-Oye, ¿no piensas salir esta noche? Es Halloween, y...
Oh, dios, ¿me estaba pidiendo salir?
-No, creo que me quedaré en casa-asentí con la cabeza, toqueteando nerviosa la caja de la pizza.
Era la primera vez que un tío intentaba... pedirme una cita.
¿Quieres dejar de hacerte la interesante? Tienes novio. Quieres a Louis. Y él es perfecto para ti. Deja de ser una estúpida ingrata.
-Bueno, si cambias de opinión, tan solo... llámame-el chaval sacó un bolígrafo de su bolsillo y escribió rápidamente un número en la caja de la pizza. Asentí con la cabeza, pues supuse que era lo menos que podía hacer. Seguramente estuviera a punto de terminar su turno pero un jefe antipático le hubiera ordenado salir a la fría noche a llevarle una pizza a una amargada extranjera que aunque procedía de un país en el que la comida era la mejor, no sabía cocinar. Ah, y, además, la extranjera se dedicaba a hablar con conejos de otra gente. Dato importante.
Cerré la puerta y apoyé la espalda en ella, todavía sin poder creerme lo que acababa de pasar.
Un repartidor de pizzas que no estaba nada mal me acababa de meter ficha descaradamente cuando yo iba con un puñetero pijama. ¿Qué haría si me pillaba arreglada? ¿Violarme?
Sé de uno que no te importaría que te violara, respondió mi yo interior, sonreí, me mordí el labio y sacudí la cabeza cuando recordé que le volvía loco que me mordiera el labio.
Deposité la caja en la mesa de la cocina sumida en mis pensamientos, para terminar empujando la pizza hacia el horno y calentarla un poco.
Diez minutos después, Arena saltó con toda su rabia para llegar al sofá, hasta mí, y mi pizza. Le tendí un trozo de pepperoni, que se dedicó a rumiar en silencio, mientras yo miraba una reposición de Friends.
-Jennifer Aniston es la mejor-le confié a mi pequeño comensal. Arena parpadeó y miró en dirección a mis manos, exigiendo sin palabras otro  trozo de pepperoni-. Se merece un Oscar-aseguré, pero después me callé-. Bueno, este año no. Este año se lo tienen que dar a Anne Hathaway. Si no se lo dan, nos levantamos como los franceses, ¿te parece?
Arena no contestó.
-A veces me olvido de que eres inglés y le tienes pánico a hacer revoluciones. Soso. Soso tú, soso Louis, sosa mi suegra y sosa tu reina. Y la Merkel... bueno... la Merkel es una zorra-asentí con la cabeza y sonreí. Arena se me quedó mirando, seguramente entendiendo mi monólogo interior, y decidiendo que era mejor desconectar su departamento cerebral de comprensión de las conversaciones humanas por si yo terminaba friéndole el cerebro.
-¿Sabes, Arena?-cómo va a saber, gilipollas, si es un conejo-. Creo que deberíais revolucionaros de vez en cuando. Sois demasiado... no sé. Si os hubierais puesto en vuestro sitio, Estados Unidos seguiría siendo vuestra. Pero, ¡no! ¡No había que revolucionarse! Pues peor para vosotros, que lo sepas. Seguro que vosotros no habríais dejado que crearan Los Ángeles. Y Hollywood. Y tendría que mataros-me encogí de hombros.
Le tendí otro trozo de pepperoni, que el conejo aceptó encantado.
-Lo único, Nueva York. Son unos pijos, todos ellos. No se dan cuenta de que Broadway no le llega ni a la suela de los zapatos a Beverly Hills. Pero bueno, yo ahí no me meto.
Arena rumió en silencio, pensando en mis palabras.
-Aunque sois unos putos por quitarnos las colonias. Estoy dando ese tema ahora en historia. Cabrones. ¿Tanto os costaba no putearnos con el oro? Te recuerdo que fuimos nosotros los que nos arriesgamos a mandar a un tío al fin del mundo.
Arena parpadeó y se flageló el lomo con una de sus orejas, visiblemente incómodo.
-¡Sois unos perros! ¡Y los corsarios! ¡Cabrones! ¡Cientos de españoles murieron porque vuestro puñetero rey estaba demasiado ocupado cargándose a los abuelos de Taylor Lautner en lugar de yendo a explorar y buscando oro!
Arena se arrimó un poco a mí; parecía estar de acuerdo. Me limpié la mano con una servilleta y le palmeé el lomo.
-Pero tú aún eres un bebé. Puedes cambiar las cosas. ¡Manifiéstate, pequeñín! ¡Puedes hacer cosas grandes aun siendo chiquitito!
Arena me observó. La preocupación por mi estado mental estaba en sus ojos.
-Oh, y se me olvidaba. ¿TANTO OS CUESTA VOTARNOS EN EUROVISIÓN? ¡Que somos como primos, hombre! ¡Si dominamos los mares en la Edad Media! ¡Por los viejos tiempos!
Alcé mi lata de Pepsi en dirección a la tele cuando mencionaron algo del Empire State y asentí con la cabeza.
-Puedes tirarte del Empire State-gruñí por lo bajo a una de las compañeras de Jennifer, que no tenía nada de graciosa. Y, sin embargo, monopolizaba las risas enlatadas.
Cerré la caja de pizza con el pie y me levanté, estiré, bostecé y rasqué la barriga a gusto. La verdad es que hacía muchísimo tiempo que no comía tanto. Media pizza. No estaba nada mal para alguien como yo.
Louis no se lo creería.
Niall lloraría de alegría.
Harry sonreiría.
Liam estaría orgulloso.
Y Zayn sacaría un espejo y contemplaría su belleza, exigiéndome que no le molestara con mis asuntos mundanos.
Metí la pizza en la nevera y subí a lavarme los dientes. Arena se dedicó a perseguirme por la casa, deseando que mi generosidad regresara y poder robarme un poco de pepperoni de nuevo. Pero ya no iba a ceder; estaba cansada y tenía pensado hacer lo que llevaba mucho tiempo deseando: dormir a pierna suelta hasta la hora que me diera la gana.
Porque si el vivir en casa con los chicos tenía algo malo, era la actividad ruidosa que había en casa cuando alguien decidía que las 6 de la mañana era una buena hora para levantarse.
Aún recordaba mi primer despertar en la capital inglesa. O el primer día que Zayn decidió levantarse a las cuatro de la mañana, harto ya de dormir, y comenzó a meter ruido por casa.
Salí de mi habitación hecha una fiera porque apenas había dormido seis horas (y yo necesitaba diez, como mucho), le metí una bofetada y volví a mi habitación. Ya no pude dormir más, pero al menos estuve tranquila, sabiendo que me había vengado.
Tampoco debíamos olvidar que había tenido una semana ajetreada en cuanto a sueño se refería. Mi novio inglés se negaba a dejarme salir de la cama cuando sonaba el despertador para ir al instituto, pero los fines de semana mi puñetero novio inglés ya se despertaba a las 9 (las 8 de su país) y empezaba a dar vueltas en la cama. Me despertaba, le miraba, nos sonreíamos, nos besábamos, me decía que me volviera a dormir, cuando era imposible.
A ver, Luisín, no puedes estar en una cama, sin camiseta, conmigo, y querer que yo vuelva a dormirme. Simplemente NO PUEDES había pensado en chillarle en más de una ocasión cuando me ordenó que me durmiera.
Me eché a reír y salpiqué el baño de pasta de dientes al pensar en él como Luisín, y no Louis. Hacía mucho que no me refería a él con el diminutivo a la española.
Tras limpiar el espejo del baño, fui a mi habitación, y me tumbé en la cama. Saqué le portátil que Louis me había prestado (en realidad me lo había metido en la mochila a traición y me había dicho que como me dedicara a darle golpes a la mochila por ahí me colgaría de los pies hasta que muriera), y abrí la tapa. Corrí a Google, tecleé Twitter y contemplé su perfil.
El de Louis.
Los mensajes privados brillaban en un rincón.
¿Se cabrearía si los leía?
La pregunta no era esa. La pregunta era si yo los iba a leer.
Miré en todas direcciones, como si alguien pudiera estar observándome, y deslicé el cursor hacia el pequeño icono del sobre.
Pero no pinché.
No, porque merecía privacidad. Merecía tener algo que fuera específicamente suyo.
Merecía mi confianza, aunque yo no estaba para pedirle que me la devolviera, pues me dedicaba a tener pensamientos impuros con repartidores de pizzas.
Cerré sesión, tecleé mi contraseña... y volví a entrar en su perfil.
-¿Pero qué coño es esto?-espeté, mirando al conejo. Cogí a Arena y lo subí al colchón. Saltó un par de veces en derredor, satisfecho por la nueva superficie, y se acurrucó en una esquina.
Repetí la operación otras tres veces, y las tres fui incapaz de entrar en mi perfil; pasaba directamente al de él. Suspirando, cogí el móvil y marqué su número, que me sabía de sobra.
Un timbrazo.
Dos.
Tres.
Me relamí los labios mientras tamborileaba con los dedos en el ordenador. Suspiré, colgué y volví a llamar.
A los diez, decidí dejar la cosa como estaba. Contemplé en silencio su cronología, que se deslizaba tranquilamente.
Pero yo quería poner algo en Twitter. Jo. En mi Twitter.
Le envié un mensaje.
Amor, no puedo salir de tu cuenta de Twitter. ¿Cómo cierro sesión?
Esperé diez minutos.
Louis.
Otros diez.
Louis, ¿eres tonto, o algo? ¿Quieres que me ponga a escribir desde tu cuenta y seguir gente? ¿Eh?
Cinco.
Eres un borde :(
Lo que yo no sabía era que mi novio estaba borracho perdido en un bar de Roma, disfrazado de uno de los tíos de Kiss.
Alcé una ceja, pinché en la pequeña cajita de escribir tweets y me preparé para el caos que estaba a punto de ocasionar.
Hola, soy Eri, y no puedo cerrar la sesión del Tommo.
Tan solo necesitaron diez segundos.
Diez segundos, y la cronología explotó en menciones, suplicándome que dijera algo, que siguiera gente... lo de siempre. Solo que multiplicado por 4, pues 4 eran las veces en que Louis me superaba a mí en seguidores.
-Me vacilas-repliqué yo, mirando las menciones. Era incapaz de leer un tweet, pues estas se refrescaban continuamente, y los tweets desaparecían según iba leyéndolos.
Joder, Louis, quita la mierda esa de recordar la contraseña bramé.
AAAAAAAAAAAAAH, ¡SOCORRO! ¡NO PUEDO SALIR! ¡ESTOY ATRAPADA! ¡QUE-ALGUIEN-ME-SA-QUE!
DIOSSSSSSSSSSSS ME AGOBIO.
Volví a las menciones, esperando que alguien me ayudara (como Stan, o... Stan), pero lo único que vi eran súplicas por una pulsación. Una única pulsación que haría felices a cientos de chicas si yo lo hacía.
Pero era su Twitter.
Pero estaba atrapada.
No tenía potestad para ponerme a seguir a la gente...
Pero es que les haría tan felices...
Yo sabía lo que era que uno de los chicos te empezara a seguir. Sabía qué era que te siguieran todos, las 6 cuentas de One Direction.
Pues voy a seguir a gente dado que él no tiene alma.
Me dieron tratamiento de princesa para arriba y, aunque me hubiera gustado seguir a más gente, el sentimiento de culpa por estar haciendo que Louis viera más tweets de los que quería fue superior al sentimiento de estar contribuyendo al bien común. Me despedí, apagué el ordenador y me dispuse a dormir.
Dos horas y treinta y siete minutos después, me sorprendería a mí misma diciéndole a Arena que nos largábamos a la habitación del mayor de los chicos. No podía dormir.
No podía dormir porque estaba sola.
Así que me despatarré en la cama de Louis, me metí bajo las mantas y aspiré el aroma de su almohada. Nunca me había percatado de lo bien que olía su habitación. Simplemente, olía a él.
Hundí la cara en la almohada y, con le sensación de que podía estar allí, me quedé dormida, por fin.

Oí la puerta de la calle abrirse y me quedé paralizada en el sitio, con la galleta a medio masticar. Observé al conejo, que se había pasado la noche correteando por la cama, aburrido de la vida, sin otra cosa mejor que hacer que molestarme a mí.
Por suerte, cuando le arreé la tercera patada (y la tercera que fallé), el bicho pareció entender que yo no estaba para juegos. Quería dormir. Quería volver a ese sueño perfecto que había tenido con los chicos antes de que esa bola de pelo infernal me sacara de los cálidos brazos de Morfeo sin consideración alguna.
Como no había oído el sonido de ninguna llave meterse en la cerradura, me temí lo peor. No tenía demasiado conocimiento acerca de la tasa de crímenes de esa zona de Londres, y tampoco me apetecía quedarme a averiguarla. Me acerqué sigilosamente a la encimera, con los pies descalzos, apenas apoyándose en la parte delantera, me incliné y saqué el cuchillo más grande que había en un cajón. Uno de estos de cortar sushi.
Niall y su afición por comprar utensilios de comida que luego nunca utilizaba (yo nunca le había visto comer sushi y mucho menos prepararlo). Agradecí a los cielos que mi amigo irlandés fuera tan amante de la cocina.
Me pegué contra la pared y Arena contempló mi avance con curiosidad. Seguramente estaba pensando que yo era una cabra loca fea, ya que no me parecía a una cabra, que no tenía otra cosa mejor que hacer que rebozarse cual croqueta contra las paredes. Escuché pasos en la entrada. ¿Tacones?
Joder, qué estilo tenían las inglesas. Hasta para meterse a robar en las casas tenían que ir de tacones.
Me llevé el índice a los labios y negué despacio con la cabeza para que el conejo no se pusiera a chillar o decidiera que era un buen momento para recitar Hamlet. Arena contempló al ladrón un momento y echó a correr hacia él.
Cerré los ojos. Bien. El ladrón cenaría conejo al ajillo.
Pero yo no podía salir de mi escondite y defender al animalito, de lo contrario, perdería el factor sorpresa. La sombra que apareció un par de segundos cuando la puerta se abrió me había hecho pensar que el ladrón sería más alto que yo.
Solo tendría una oportunidad: atacar por la espalda y correr como una endemoniada a la calle, pidiendo auxilio a gritos.
-¿Qué haces suelto, Arena?-preguntó el ladrón. La ladrona.
Tenía una voz suave, de gato ronroneando.
Pestañeé, confusa, pero cerré aún más los dedos en torno a la empuñadura del cuchillo.
La ladrona se movió al salón, probablemente mirando qué podría llevarse. Pues no se llevaría nada, a no ser, claro está, que la puñalada contase.
Me desplacé lateralmente hacia el hall y me coloqué a su espalda.
-¿Quién eres?-gruñí por lo bajo, sosteniendo el cuchillo entre nosotras.
Los rizos me resultaban tremendamente familiares.
La chica se volvió y me clavó unos ojos azules como el mar. Abrió la boca, sorprendida, y contempló el cuchillo, preocupada.
Sí, nena, soy yo la que tiene la sartén por el mango. ¿O debería decir el cuchillo? me permití una sonrisa de autosuficiencia; la ladrona estaba desarmada, pero yo no. Ganaría la pelea si llegaba a producirse.
-¿Quién eres tú?-espetó la tía.
La nueva dueña, ama y señora de esta casa, me gustaría haber respondido.
-Yo te he preguntado antes.
-¿Cómo mierda has entrado?
-Tengo llave-gruñí por lo bajo, acercándome a ella-. Contesta, inglesita, o te juro por Dios que me hago un cinturón con tus tripas.
La ladrona dio un paso atrás.
-Gemma. Me llamo Gemma. Soy hermana de Harry.
Parpadeé.
Mierda, esos ojos. Esos putos ojos.
Eran iguales a los de mi amigo.
Dejé caer el cuchillo al suelo, incrédula.
-Hostias...
-¿Y tú eres...?-replicó ella, de repente chula, envalentonada por mi gesto.
-Soy Eri. La novia de Louis.
No sé quién de las dos alucinó más: si yo por no reconocer a Gemma (¿eres imbécil o algo, nena? ¡La conociste en los Juegos!), o ella por comprender por fin lo loca que podía estar la novia de un amigo de su hermano.
-¿Tú... eres... Eri?-silabeó, sin poder creérselo. Asentí con la cabeza y recogí el cuchillo bajo su abrasadora mirada.
-Sí.
-Pero... pero... ¿desde cuándo eres tan... del montón?
Alcé una ceja, ofendida, y entonces lo comprendí.
No llevaba maquillaje, nada de maquillaje, y el pelo estaba hecho un desastre, recogido en un apretadísimo moño de bailarina medio deshecho, y con un pañuelo anudado en torno a la cabeza para apartarme el flequillo de la cara. Yo era todo lo que ELo no sería nunca en ese preciso instante.
-Con maquillaje gano  mucho, como puedes comprobar.
Sonrió, y, ¡cómo no! ¡Ahí estaban los hoyuelos de la familia Styles!
-Entiendo. ¿Y sueles ir así todos los días, o solo hoy, porque ayer fue Halloween?
-Cuando estoy sola. Ya sabes. No podemos dejar que los hombres nos vean en todo nuestro esplendor-hice un gesto con la cabeza y ella se echó a reír. Su risa no tenía nada que ver con la de su hermano, era en lo único en que se parecían. Hice un gesto con la cabeza para que me siguiera a la cocina y, mientras terminaba de desayunar, le eché un vistazo. Jersey de punto crema, combinado con botas Hunter, una bufanda más grande que ella y pitillos ajustados que resaltaban su figura. La raya del ojo perfectamente delineada, fina en el lagrimal y gruesa hacia fuera, pelo impecable...
Dios, por favor, si tengo trozos de galleta entre los dientes... no te molestes en despertarme mañana.
-¿Cómo es que no estás con mi hermano el super guay y el resto de los chicos?-preguntó, mordisqueando con aburrimiento una manzana y mirando por la ventana, aburrida de la vida. Arena correteaba en círculos alrededor de su taburete. Traidor.
Sonreí.
-¿Y ese asco repentino por Hazza?
-No es repentino. Llevo sin soportarle desde que nació.
-¿En serio?
-Pregúntale a Louis qué siente por Lottie, a ver qué te responde.
-Tienes que estar vacilándome. Louis adora a sus hermanas. A todas.
Gemma me dedicó una cálida sonrisa.
-Pues sí. Las adora. Y yo a Harry. Pero eso no quita de que mi hermano sea gilipollas perdido.
-Yo no necesito ser la hermana de Louis para saber que es gilipollas perdido, ¿sabes?
Gemma volvió a reírse.
-Ahora entiendo por qué tanta obsesión con la pequeña pero famosísisma Eri. No se callan contigo. Jamás-sacudió la cabeza y le dio otro sustancioso mordisco a la manzana. Noté cómo me sonrojaba.
-¿En serio?
-Ya lo creo. Dicen que eres como Louis en chica, lo cual, cito textualmente... "básicamente, mola... bastante. Como... bastante"-su voz se volvió grave, sus palabras se arrastraban las unas a las otras.
Esta vez me tocó a mí reírme.
-¿Va en serio?
-Oh, sí. Cuando empezó con Noemí no paraba de hablar de ella. Ahora su amor platónico eres tú.
-Hay Eri de sobra para los cinco.
-Déjame a Liam. Quiero darle caña.
-Tiene novia. Es Alba.
-¿Y qué? Yo no soy celosa. Y más le vale a Alba no serlo tampoco.
Me guiñó un ojo y me eché a reír aún más fuerte.
-Siento lo del cuchillo.
-No pasa nada, nena-se encogió de hombros-. Tu cociente intelectual debe de ser bajo, sobre todo, considerando que crees que mi hermano es adorable. ¿Adorable? ¿Harry? ¿Mi Harry? ¿Estaremos hablando del mismo hombre?
Sacudí la cabeza.
-Louis te matará como sepa que me llamas subnormal.
-Louis sabe cómo soy. Soy la que más les tocó los huevos con Larry Stylinson-me guiñó un ojo-, así que sabe cómo me voy a poner con esto de Louri Tomlinson.
-¿No mezclamos apellido?
-Eres mujer, nena. Te quedas con el de él. Ley de vida-se encogió de hombros y contempló el cielo a través de la ventana.
-Gemma Payne-me burlé. Gemma sonrió y alzó los brazos.
-¿No queda glorioso? He nacido para ese apellido, reconócelo.
-No queda mal, no.
Gemma tamborileó con los dedos en la mesa y miró el reloj de la cocina.
-¿Qué vas a hacer hoy?
Me encogí de hombros.
-Supongo que tirarme a la bartola y viciarme a ver vídeos de los chicos-di un lento sorbo de mi ColaCao y puse mala cara cuando bajó por mi esófago, quemándolo todo a su paso.
Gemma negó con la cabeza.
-Te llevaré a dar una vuelta, entonces. ¿Has hecho turismo en mi ciudad?
-¿Tu cuidad?
-Nena, he estudiado turismo. Créeme si te digo que esta es ahora mi ciudad.
-Vale-puse los ojos en blanco y ella se rió, yo la imité-. Pues no, la verdad es que no.
-Mucha cita con Louis, mucho romanticismo, pero si no te saco de casa, ellos no hacen nada-se puso en pie-. Ponte guapa, nena. Vas a conocer la capital de Inglaterra como nadie la ha conocido hasta ahora.
Obedecí.
-De acuerdo. Pero quiero hacer una cosa.
Y la hice, Gemma me dejó hacerla. Me llevó a Kings Cross Station y sonrió cuando corrí entre los andenes. Me acerqué tímidamente al pilar con los dos carteles, 9 y 10, y se echó a reír cuando comprobé la pared, acariciándola.
-Se hace así, pequeña extranjera-murmuró ella, dándole un guantazo al pilar. Cuando quise darme cuenta, un buen grupo de gente, todos muggles, estábamos dándole la paliza de su vida al andén nueve y tres cuartos.
Un guardia se acercó a poner orden, clavó sus ojos en Gemma y abrió la boca.
-¿Otra vez tú, Gemma?
-Mi puñetera carta se está retrasando demasiado-se limitó a decir ella.
Y nos echamos a reír.