lunes, 27 de mayo de 2013

Tinta y golpes.

-¿Eri? ¡ERI!-grité al teléfono, al pitido que me indicaba que la llamada se había acabado. Me cago en la puta, no me había dejado explicarme; había conseguido sacar esa vena reconorosa y vengativa mía, la vena que en Doncaster se había dedicado a repartir hostias cuando me tocaban suficiente los cojones. Y ahí tenía el resultado de no haberme controlado.
-JODER-grité con toda la fuerza de mis pulmones, lanzando el móvil contra la pared y dejándome caer en la cama, sentado, con las manos tapándome la cara. Ni siquiera presté atención al ruido que hizo el aparato cuando toda la pantalla se resquebrajó, y se apagó. Ya era inservible. Como mi corazón.
Tenía unas ganas tremendas de llorar mientras escuchaba en mi cabeza aquel se acabó, Louis, no puedo confiar en ti después de esto.
Habíamos terminado. Para siempre. Lo había prometido, y tenía experiencia en cuanto a lo que ella se refería: cumplía sus promesas.
No podía luchar contra las lágrimas. Tantos años aguantándomelas, tanto tiempo siendo yo el fuerte, la tabla de salvación a la que agarrarse cuando todo estaba perdido... y la última vez que me había permitido desahogarme, había sido con ella delante.
Empapé la almohada mientras, de vez en cuando y llevado por la rabia, me dejaba ir y aporreaba el colchón, como si fuera a arreglar algo. Nada me iba a devolver a mi chica, y lo peor era que la había perdido por haberla protegido de un modo en el que ella no quería  ser protegida.
Cuando me levanté, tenía la almohada empapada. Tendría que echarla a lavar, o tenderla, o algo así. Me incorporé, me froté los ojos y miré al teléfono, que descansaba plácidamente lejos de mí, temiendo que volviera a acercarme para terminar con el asesinato que había llevado a cabo. Lo recogí del suelo y probé a desbloquearlo, pero el botón de menú no me respondía. Suspiré, recorrí con los dedos los cientos de líneas que de repente habían surgido en la pantalla del móvil. Casi prefería que se negara a trabajar; no soportaría verla ahora, ver todas esas rayas cruzando de arriba a abajo mi fondo de pantalla, donde ella sonreía mientras me besaba en la mejilla y miraba de reojo a la cámara. Era perfecta. Lo es. Lo será siempre. Bueno, perfecta, no. No era mía, así que eso contaba como defecto.
Miré el reloj, preguntándome cuánto tiempo habría pasado desde que me levanté del sofá y me fui a mi habitación a hablar con ella; pues el tono que le había notado me hacía saber lo difícil que iba a ser nuestra conversación. Pero nunca, jamás, habría pensado que la conversación acabaría con algo más que consigo misma: con un nosotros que sonaba a gloria.
Bajé las escaleras sintiéndome ligero como una pluma, abrí la puerta de la lavadora y metí la almohada dentro. Volví a frotarme los ojos y me asomé al salón. Los chicos no me miraron, siguieron con la vista fija en la televisión. Seguramente creían que todo ese tiempo había estado hablando con Eri, como siempre hacíamos cada vez que uno levantaba el teléfono con la única intención de hablar con el otro, pero ahora...
-¿Qué tal Eri?-preguntó Zayn, con su eterno cigarro en la boca. Casi preferiría que se lo tragara en esos momentos y empezara a escupir humo como los dragones de las películas a que mencionara su nombre.
-Mal-espeté por lo bajo, metiéndome las manos en los bolsillos. Todos se giraron a mirarme, me estudiaron de arriba a abajo, vieron mis ojos, y abrieron la boca.
-¿Estás... bien?
-He roto con ella.
Bueno, ella ha roto conmigo, o hemos roto los dos, o... no sé, pero esto es muy deprimente y me apetece tirarme al Támesis con una bolsa de piedras atada en el cuello, así que mirad a ver si hacéis el favor de decirme cómo mierda voy a hacer para reconquistarla, porque al igual que no se puede vivir sin oxígeno, está claro que yo no puedo vivir sin Eri.
Todo One Direction era ojos en ese momento. Salvo yo. Porque yo molaba y ni siquiera me sentía yo mismo.
-Joder, Lou, lo siento...-empezó Liam, levantándose y yendo a abrazarme. Esperé a que me envolviera con sus brazos y apoyé la cabeza en su hombro, obligándome a no llorar, no debía llorar, no iba a llorar, pero, joder, se estaba tan bien allí, estábamos tan a gusto, éramos tan amigos, y yo necesitaba tanto que alguien me abrazada, aunque no me estuviera abrazando ese alguien que yo más deseaba...
Varias lágrimas se lanzaron en parapente de mis ojos, pero no sollocé. Qué grande era. Hasta cuando me dejaba la chica de mis sueños seguía haciéndome el machito duro con cuya sonrisa todo el mundo podía contar. Pero no, joder, no me apetecía sonreír. Me apetecía tirarme en la cama y morirme. Rápidamente. O tal vez lentamente. Me daba lo mismo.
Liam esperó pacientemente a que me separara de él, cuando lo hice y pude mirar a los demás, descubrí que estaban a mi alrededor, apoyándome. Mis amigos...
-¿Cómo fue?-preguntó Harry, tocándome el codo y haciendo que me sentara en el sofá.
-Simon la llamó. Se cabreó. Me dijo que no podía confiar en mí-me limpié los ojos y agradecí un pañuelo que me tendió Niall. Me soné ruidosamente e hice una bola con él.
-No llores, Louis. La recuperarás-dijo Zayn, aplastando su cigarro contra el cenicero y asegurándose de que ni una sola nube salía de él. Negué con la cabeza. Notaba los ojos demasiado sensibles para enfocar nada. Joder.
-No se fía de mí, tío-repliqué, abriendo los brazos y pasándome una mano por el pelo.
-Volverá. Hablarás con ella. No podéis estar el uno sin el otro.
Suspiré.
-No se fía de mí-repetí, terco como una mula, pero es que había sido precisamente esa necedad lo que había hecho que mi chica hubiera sido mía durante aquellos 7 maravillosos meses. No había sido la relación más larga a pesar de que nos habíamos jurado amor eterno. Probablemente ese fuera el problema: que Eri no tenía ningún problema en romper ningún juramento, mientras que no fuera una promesa. Debería haberlo sabido.
-Llámala-dijo Niall, señalando el móvil. Les enseñé la pantalla y me tendió el suyo, pero lo rechacé.
-No. No quiero engañarla. Ya no más. Que sepa que soy yo el que llama.
Habían sido suficientes mentiras para esta vida y para varias de las siguientes. Había pagado un precio muy alto, la había perdido a ella. Y si las mentiras nos habían alejado, sólo la verdad podría reunirnos de nuevo. Decirnos la verdad el uno al otro era lo que mejor se nos daba. Pero mis mentiras habían sido gran parte de lo que nos había mantenido juntos, todo el tiempo, con más fuerza que la verdad. Había tenido miedo de que se fuera a Los Ángeles a intentar hacer carrera y que me dejara a mí en la isla más importante del Viejo Mundo, mirando hacia el horizonte por el que el sol se ocultaba, preguntándome qué estaría haciendo en aquel instante, si estaría grabando, estaría descansando, o estaría pensando en mí. Y ahora, por no querer compartir con ella tan sólo unos minutos cada día, no volvería a compartir nada.
En el fondo me lo merecía. La confianza era la base de las relaciones, los dos lo creíamos.
Pero nos queríamos, joder, yo la amaba con toda mi alma, y ella me amaba a mí. Se veía en sus ojos cada vez que nuestras miradas se cruzaban, y nuestros corazones parecían sincronizarse... igual que se sincronizaba un iPod cuando lo conectabas al ordenador.
Suspiré, miré a Harry y le pedí el teléfono. Él me lo tendió sin dudar y me siguió cuando empecé a subir las escaleras sin tan siquiera pedírselo. Los demás se quedaron abajo, asomados por si algo salía mal y tenían que subir a animarme. No estaban acostumbrados a que fuera yo el deprimido. Ninguno lo estaba, ni siquiera yo, en realidad. Y no me gustaba.
Deslicé su móvil en el bolsillo de la chaqueta que me puse para salir y revolví toda la ropa de la estantería hasta encontrar una gorra. Bufé, me miré en el espejo y asentí con la cabeza. Las Directioners me reconocerían bien, pero porque podían reconocerme con tan sólo ver una foto de mi meñique. El verdadero problema eran los paparazzi, que se lanzarían a por míen cuanto saliera de casa, y no me apetecía darles explicaciones a aquella panda de buitres carroñeros que lo único que querían era una buena noticia con la que llenarse los bolsillos de dinero. ¿No se daban cuenta de que la gente tenía sentimientos y le dolía todo, absolutamente todo, de lo que allí se decía?
-¿Qué vas a hacer?-preguntó, mordiéndose el labio. Le enseñé mi móvil con la pantalla hecha añicos.
-Arreglarlo. Será más fácil que otras cosas.
Se pasó una mano por el labio y se sentó en la cama, con las piernas cruzadas, mientras yo me acordaba de mi santa madre por parirme con aquella preciosa costumbre de nadar en el desorden. Ahora no encontraba la cartera.
-No te preocupes. No puede vivir sin ti. El viernes la tendrás aquí como siempre.
-El problema es que yo no voy a aguantar hasta el viernes, Harry.
Y encima, el día antes del viernes era San Valentín. Jodido Simon. ¿No podía haber elegido otra fecha para llamarla? ¿Tenía que haberla llamado precisamente hoy? En esos momentos, si me lo hubieran puesto delante, lo habría estrangulado con mucho gusto.
-Es fácil.
-Tú soportaste varias semanas, tío, pero tú eres tú. Sabes que a mí me cuesta hasta dormir cuando no la tengo al lado en la cama-me quité la gorra y me pasé una mano por el pelo; había hecho de este gesto mi marca personal y mi canalizador de rabia. Cerré los ojos y me los froté. Ya no picaban. Lo peor parecía haber pasado.
-Son sólo cuatro días.
-¿Sabes que sé cuántas horas estuve sin ella cuando nos separamos para ir a Japón? Algo así es muy difícil de olvidar.
-¿Las horas que estuviste?
-No. Bueno, sí. Pero me refiero en realidad al hecho de que sabía las horas. Sufrí cada una. Y ahora no estoy seguro de que vaya a venir.
-Vendrá. Siempre lo hace.
Esperaba, rezaba, suplicaba porque así fuera. Pero no iba a ser así. Si no arreglaba el teléfono pronto y conseguía localizarla y suplicarle una segunda oportunidad, sabía que ella no iba a venir. Era demasiado orgullosa. Sabía que lo era, y sabía lo que el orgullo la llevaría a hacer, porque éramos tal para cual incluso en esas situaciones.
Volví a ponerme la gorra y suspiré. El universo se había confabulado para que no encontrada nada.
Miré a Harry, que sonreía mientras lanzaba mi cartera al aire, y con la otra mano hacía girar las llaves sobre un dedo.
Sonreí en aquel oscuro día y le tendí la mano. Dejó las llaves sobre ella y, más tarde, me tendió la cartera.
-Gracias, tío. En serio.
-No es nada. ¿Quieres que te acompañe?
Negué con la cabeza, girándome para buscar las gafas de sol.
-Prefiero ir solo. Para pensar, y eso.
Se levantó de un brinco y me puso una mano en el hombro.
-No te tortures mucho, ¿quieres, Tommo? Estabas protegiéndola, simplemente.
-Ya, pero... aun así... me jode mucho.
Asintió con la cabeza.
-Sé de lo que estás hablando, tío. Ojalá pudiera hacer algo por que volvieras a sonreír.
-Tráemela-le pedí, cansado de todo aquello... y ni siquiera llevaba media hora soltero. Pero dolía, dolía de una manera en la que nada me había dolido jamás. Ni siquiera  cuando lo dejé con mi primera novia, o cuando Hannah y yo rompimos después de un par de años de relación. Habían sido 7 meses muy intensos. Los mejores de toda mi existencia. Pero se habían acabado.
Quien hubiera dicho "lo bueno, si breve, dos veces bueno" se merecía una hostia a mano abierta.
¿Acababa de pensar en una hostia a mano abierta? Genial. Eri se había metido bajo mi piel y se había dedicado a chuparme el cerebro hasta dejarme sin ideas propias. Y encima iba a seguir queriéndola igual.
El amor era siempre la base de una relación. ¿Por qué debíamos estar separados cuando nos queríamos? No creía que fuéramos a ser tan estúpidos de dejar irse a nuestra alma gemela cuando éramos de la tan escasa población mundial que la había encontrado contra todo pronóstico.
Bajé las escaleras de la casa pareciendo más un extra de The Walking Dead que un chaval de 21 años y abrí la puerta con las mismas ganas de un preso que está a punto de ser ejecutado. Me despedí de los chicos con un grito, que se arremolinaron a la puerta y se me quedaron mirando mientras me metía en un coche y enfilaba la calle hasta el centro de Londres.
Me metí en un párking, me ajusté las gafas de sol y la gorra para que nadie que no me estuviera buscando me reconociera, y salí a la calle. Ir de incógnito tampoco era una buena idea, pero era mejor que nada. Mientras cruzaba las calles, esperando como cualquier mortal impaciente a que los semáforos se pusieran en verde, reproducía mentalmente con los amplificadores de mi memoria los últimos retazos de conversación que habíamos tenido, cuando yo ya había visto lo que se avecinaba y me negaba a dejarla marchar tan fácilmente.
Cuando llegué a la parte en la que los dos nos empujábamos el uno al otro por el precipicio, me detuve en medio de la calle. Una mujer vestida de traje chocó contra mí, me lanzó una mirada envenenada y siguió su camino hablando por su BlackBerry. Apenas pude disculparme, estaba demasiado ensimismado con todo lo que había ido pasando a lo largo del día.
-¿Qué se supone que voy a hacer con el regalo que te tengo preparado para San Valentín?-le espeté a la desesperada, aferrado a la esperanza de que así, tal vez, ella se ablandara y no terminara mandándome a la mierda como acabó haciendo en el momento en que me colgó el teléfono.
-Guárdalo para otra-escuché con asco su tono de fingida indiferencia; los dos sabíamos que la fiesta del 14 de febrero era más importante para ella que para mí, a pesar de que yo estaba bastante entusiasmado con la idea.
-No voy a encontrar a otra-gruñí, pensando que no iba a hacerlo porque me negaría en redondo a que ninguna otra se me acercara, y mucho menos no iba a encontrarla porque no iba a ponerme a buscarla.
Soltó una risa sarcástica que me sentó igual que una bofetada.
-Louis, joder, eres Louis Tomlinson, de One Direction, y ya solamente por eso un millón de chicas matarían por estar contigo-Me mordí la lengua para no espetarle que antes ella solía estar la primera de todas esas chicas, armada con un revólver del tamaño del Empire State-. Al margen, claro está, de cómo eres tú. Eso sube la cifra bastante.
-Vaya, que no quieres el regalo-la pinché, esperando a que se echara a reír por mi terquedad, que la encontrara simpática y que se planteara darme una oportunidad. Un instante de vacilación sería suficiente para mí. Suplicaría como nunca había suplicado en mi vida.
-Te voy a revolver el iPhone-me dijo con un hilo de voz, conteniendo las lágrimas. Me odié a mí mismo por no estar allí a su lado, abrazarla e impedir que llorara, pero sobre todo me odié a mí mismo por ser yo el causante de aquellas lágrimas.
-No.
-Y el anillo.
Un pensamiento me había cruzado la cabeza a la velocidad de la luz: no debía dejar que me devolviera nada de lo que yo le hubiera dado, porque si me lo devolvía, no tendría ningún recuerdo mío, y podría terminar olvidándome, y hundirme en el mar oscuro como la noche del olvido era algo que no me apetecía en absoluto.
Me había echado a temblar con la simple mención del anillo, aquel anillo que se negaba a quitarse bajo ningún concepto, a no ser que la posibilidad de perderlo fuera lo suficientemente grande como para ser tenida en cuenta.
-Quédatelo. Quédatelo todo, joder, quédate todo lo que tengo, todo lo que yo más quiero, porque lo que más adoro y deseo y amo en todo lo que alguna vez fue mío ya no lo es.
Me había dejado bastante claro qué acababa de pasar a ser con respecto a mí en cuanto habló en pasado de nuestra relación. Yo me había negado en redondo a sacarle provecho a aquello, pero cuando ya no parecía quedar más remedio y dar el tema por zanjado, al menos temporalmente, era la única solución, me había visto obligado a hacerlo.
Doblé la esquina de la calle en la que estaba la tienda y me calé un poco más la visera de la gorra. Ahora en mi campo de visión apenas había una franja gris en representación de la calle. Con las manos en los bolsillos, apenas me atrevía a moverme más de lo necesario para pasar desapercibido entre la gente: lo último que necesitaba era que unas fans me reconocieran y se montara un lío importante en el que seguramente notarían algo raro. Y los rumores empezarían, a pesar de que yo no estaba preparado para ello aún.
Empujé la puerta de la tienda y la chica se me quedó mirando. Era una de las dependientas que nos había atendido la vez que fuimos a encargar los teléfonos, pero había una ligera diferencia: ninguno de los cinco que se dejó caer por allí parecía un terrorista a punto de poner una bomba capaz de volar el corazón de la ciudad más importante del mundo.
Me quité la gorra y las gafas de sol y ella suspiró de alivio. La anciana a la que estaba atendiendo se giró, me estudió de arriba a abajo, deteniéndose en última instancia en mis ojos, y abrió ligeramente la boca. Alcé las cejas, como diciendo sí, soy yo, señora, y empujé la puerta con la cadera para cerrarla. Recé porque a nadie le apeteciera mirar en esa dirección y me encontrara allí. Entonces, sí que estaría perdido.
La anciana volvió a girarse y contempló con desconfianza aquel teléfono sin botones con el que a partir de entonces se tendría que pelear para hablar con su familia.
-Si necesita ayuda o algo, no dude en venir y preguntarme lo que sea.
La mujer asintió con la cabeza, se guardó su nueva adquisición en el bolso, tomó su bastón y se encaminó a la puerta. Se la abrí y la mantuve para que pudiera salir. Pasó mirándome con una tierna sonrisa en los labios.
-Ojalá quedaran caballeros como tú, guapo.
Si hubiera sido cualquiera de los chicos, me habría puesto rojo. Pero yo no.
-Quedan, señora. Lo que pasa es que se esconden.
Se echó a reír; tenía una risa sorprendentemente musical para su rostro ajado y su edad avanzada. Me pregunté si la risa de Eri sonaría tan bien cuando tuviera la edad de aquella mujer, y en seguida hallé la respuesta: sí, claro que sonaría así de bien. Sonaría incluso mejor. Sonaría a cielo.
Y yo iba a perdérmelo.
-¿Qué te ha pasado, Louis? ¿Tienes problemas con el teléfono?-preguntó la chica, apartándose nerviosamente el pelo de la cara, intentando parecer más guapa. La verdad es que no lo necesitaba, pero eso era otra historia.
Saqué mi móvil destrozado con timidez del bolsillo del pantalón, aprovechando de paso para subírmelo, y lo coloqué cuidadosamente en el mostrador. Casi pude escuchar las protestas del pequeño iPhone negro: ¡Eso! ¡Me tiras contra la pared, me dejas hecho añicos, y ahora te haces el bueno y me dejas como si fuera un barquito de cristal! ¡Eres muy lógico, Louis!
¿Por qué aquella voz sonaba tanto a mi chica favorita en el mundo? La comisura izquierda de mi boca se elevó por sí sola, traviesa, recordándome que la tenía metida debajo de la piel, corriéndome por las venas, metiéndoseme en el corazón, dueña, ama y señora absoluta.
-Lo he roto-dije a modo de explicación, encogiéndome de hombros y colocándome el pelo hacia delante. Pude sacar una sonrisa de donde apenas quedaban, disculpándome. Ella alzó las cejas, cogió el móvil y abrió la boca cuando vio el estropicio que yo había causado.
-¿Se te ha caído?
-En realidad, lo he tirado yo.
Me remangué la chaqueta, hecho que ella no pasó por alto, y aprovechó para comerme con los ojos. Aún tengo dueña. La tendré por mucho tiempo. Para siempre, de hecho.
-¿Contra un camión en marcha?
Negué con la cabeza.
-¿Lo has tirado desde un avión?
Volví a negar.
-Contra la pared.
Silbó. Ella sí que me haría cosas contra la pared. Sus ojos volaron hasta mis brazos, cada vez más hinchados; sabía de sobra lo que le gustaba a Eri que tuviera los brazos fuertes. Le ponían muchísimo. Y por eso los cuidaba, para que ella los disfrutara y yo poder disfrutar de con cuánta adoración me los acariciaba ella. Entreabrí los labios, sintiendo sus dedos sobre mi piel, haciéndome estremecer de puro placer mientras unas corrientes eléctricas me recorrían todo el cuerpo.
-¿Malas noticias?
Casi se corrió allí mismo ante el infinito mar de posibilidades que se abría ante ella. Me encogí de hombros, pensando que estaba dejando que se emocionara demasiado, y volví a taparme los brazos, con ello también los tatuajes.
-No es que todo me esté saliendo perfecto hoy.
-¿Quieres hablar?
Negué con la cabeza.
-¿Podréis arreglarlo?
Se incorporó y se puso tiesa como un palo. No me había dado cuenta de que se había apoyado en el mostrador y había empezado a rizar un mechón de pelo entre sus dedos corazón e índice, coqueta. Estaba muy distraído. Solía darme cuenta de cuándo las chicas intentaban ligar conmigo. Tal vez llevar tanto tiempo fuera del mercado, o el no estar interesado en volver a él, había oxidado mis receptores.
Asintió con la cabeza, revolviendo en los cajones del mostrador. El aire se impregnó de un incómodo silencio mientras ella se dedicaba a buscar cajas, mordiéndose el labio de una forma que me recordaba mucho a mi chica (antes que llamarla mi ex chica prefería que me arrancaran las uñas lenta y dolorosamente) después de leer los libros guarros que le había regalado por Navidad (con los que habíamos aumentado la fogosidad en la cama, dicho sea de paso).
Torció el gesto y negó con la cabeza. Sacó una libreta y pasó el dedo índice sobre los nombres que tenía allí apuntados con el ceño fruncido. Evité inclinarme hacia delante para no tocarla. No sabía qué me podría pasar si tocaba a otra chica en ese momento.
Sonrió.
-Nos tiene que llegar un cargamento en un par de horas. ¿Vas a estar por la zona?
Me encogí de hombros.
-Puede. Si me vas a dar uno, me quedaré por aquí.
-Bien. Te voy a dar directamente el de sustitución, a los de la compañía no les hará gracia que te dediques a ir por la vida sin teléfono siendo cliente nuestro.
-Qué halagador.
Se echó a reír.
-No tires cohetes, Louis. Relájate.
Sonreí.
-¿A qué hora vengo a por el nuevo?
Meneó los labios poniendo morritos.
-Mm... ven dentro de hora y media. Por si llegan tarde, para que no te quedes esperando.
-Vale.
-¿Llevas móvil ahora?-inquirió, dándose la vuelta y sacudiendo las caderas excesivamente, intentando conseguir que yo me planteara meterla en mi cama. Pero no, no iba a tener esa suerte. Y menos ese día.
-Sí, tengo el de Harry.
Se dio la vuelta con un alfiler en la boca y me enseñó una BlackBerry.
-Antes que andar con esa mierda prefiero un ladrillo con una antena, gracias.
-Van bastante bien.
-Ya. Pero es una BlackBerry.
Volvió a reírse.
-Vale, señorito. ¿Algo más? ¿Le forro su próximo móvil con oro, o algo así?
-Si me lo dierais chapado en oro molaría, la verdad-me encogí de hombros.
Extrajo la tarjeta del teléfono y se quedó mirando el puerto USB.
-¿Tienes cosas importantes ahí?
-Sí-me apresuré a decir. No estaba dispuesto a perder todas las fotos que tenía allí metidas. Demasiado valiosas, demasiados recuerdos, demasiados momentos preciosos vividos. Y todo apuntaba a que no iban a repetirse. No iba a renunciar a todo aquello sin luchar.
Asintió de nuevo, estudiando con ojos de experta a su pequeño paciente.
-Vale. Pues... intentaré extraerlo todo a una memoria externa y luego meterlo en el nuevo teléfono.
-¿Qué vais a hacer con ese?
Le dio varias vueltas sobre la palma de su mano. Eri lo había mordido. Era un teléfono especial. No le había dejado marca (me había puesto a gritarle que se estuviera quieta en cuanto se lo metió en la boca, haciéndome burla, solo que yo lo cogía con los labios, no con los dientes, como un asno, y ella había parecido un asno en ese momento, y yo se lo dije, y se cabreó, me lo tiró a la cara, yo lo cogí a tiempo y ella echó a correr por casa, enfadada con el mundo y sobre todo conmigo, y yo corrí detrás de ella, conseguí alcanzarla, la agarré de la cintura y le mordisqueé el cuello mientras ella se reía con aquella risa que sonaba mejor que Claro de Luna, se había dado la vuelta, me había besado despacio, diciéndome que me perdonaba, pero sólo por esa vez, yo le había sonreído, había seguido besándola, así hasta hartarnos, porque éramos jóvenes y estábamos enamorados, y eso era todo lo que podíamos pedir y desear), pero la marca la tenía en mis recuerdos, lo que era más que suficiente.
-Seguramente lo reutilizarán...
-Si podéis repararlo...
Frunció el ceño.
-Te voy a dar uno nuevo, Louis.
-Ya, pero... tiene muchos recuerdos dentro. ¿Sabes? ¿Lo intentareis reparar y me lo devolveréis? ¿Por mí?
Puse cara de cachorrito, la misma cara que ponía cada vez que no me apetecía fregar los platos, la misma cara que le puse a mi madre cuando le dije que repetía curso pero que no por ello no iba a ir al viaje que el instituto había preparado... y la cara de cachorrito funcionó. Siempre lo hacía. Me daba la impresión de que era porque tenía los ojos azules.
-Vale-dijo con un hilo de voz, y guardó mi móvil prejubilado en un cajón, lista para ponerse a trabajar en ello. Dejó la tarjeta en una bolsa hermética y le puso una etiqueta. Me dio el ticket con el mismo número que había escrito allí, y me observó salir con desesperación en la mirada. Si hubiera sido por ella, me habría encerrado allí dentro y no habría abierto la puerta hasta que le hubiera dado hijos. Gemelos, tal vez. O trillizos. ¿Quién sabía?
Nada más salir de la tienda me golpeó una sensación de vacío y soledad que apenas había experimentado en toda mi vida. Miré en derredor: de repente, todo el mundo parecía ir en pareja. Suspiré, preguntándome a dónde ir, y se me ocurrió una idea. Las fotos. Una cámara. Un tatuaje. Eso era. Y la tienda no estaba muy lejos de allí.
Me coloqué bien la gorra y eché a andar en dirección al lugar donde tantas veces había entrado ya, bien con Zayn, con Harry, con Liam, acompañando a uno de ellos a hacerse un tatuaje o uno de ellos acompañándome a mí. Pero, por primera vez, iba solo. Y por primera vez estaba soltero, por mucho que me pesara. Haría todo lo posible por cambiar esto, pero de momento, aquella era mi situación.
Jack, nuestro tatuador, frunció el ceño cuando me vio entrar solo.
-¿Tommo? ¿Tú solo?
-Me estoy volviendo un malote-dije a modo de respuesta, encogiéndome de hombros. Estaba sorprendentemente ocioso. Aunque, claro, era por la mañana. La gente que más frecuentaba ese local tenía clase... aunque no fuera.
-¿Qué va a ser?-inquirió, cerrando la revista con tías en bolas y motos a partes iguales y acercándome, como tantas otras veces, el libro con las plantillas.
-Una cámara.
-¿Va en serio?
Asentí.
-¿Puede saberse por qué?
-He discutido con Eri.
-Y te tatúas una cámara-asintió, enarcando una ceja. Sonreí.
-Es complicado.
Alzó las manos y buscó la página donde tenía los objetos. No tenía muchas cámaras de fotos, pero había una que me enamoró. Le dije de qué tamaño la quería, me pidió que le señalara la zona, y me llevó hasta el sillón.
Cogió el libro con cuidado ceremonioso y lo depositó despacio en una pequeña mesa. Le quitó el plástico protector a la página en cuestión y, en menos de dos minutos, me había colocado la plantilla con una precisión abismal. Me incliné a mirar el resto de imágenes. Había una pequeña taza de té humeante al lado del hueco que mi incipiente tatuaje había dejado. Y me gritó dos palabras.
Little Things.
La toqué con los dedos y le dije que también me la pusiera. Él asintió con la cabeza sin rechistar; al fin y al cabo, había hecho un buen negocio conmigo. Dos tatuajes en una sola sesión. El doble de precio a cobrar. Y sabía que yo no me quejaba por mucho que me dolieran las agujas clavándose en mi piel, grabando a fuego lo que yo quería, necesitaba o deseaba.
Salí de la tienda como un cachorrito desorientado, toqueteando con los dedos la venda que Jack me había puesto para que no fastidiara mis nuevas adquisiciones. Poco a poco me estaba llenando el brazo; llegaría un momento en el que no tendría más sitio, y entonces empezaría lo realmente jodido: encontrar otro lugar en el que grabarme cosas a fuego, para siempre. Recordaría a base de tinta, aprendería a base de golpes. Y siempre, siempre, me levantaría y lucharía por lo que quería. Estaba decidido a que aquella cámara estuviera solo haciendo las veces de recuerdo de una pelea, no de una ruptura. La pequeña cámara inmortalizaría el momento en el que me daría cuenta de lo importante que era una chica extranjera para mí. Más que la vida, el aire que respirara o la comida que me metiera entre pecho y espalda.
Podría tener a todas las que quisiera, todas las que deseara, con solo pedirlas. Simplemente intentando conseguirlas las tendría para mí. Pero mil chicas no valían nada, no podían compararse con ella. Nunca lo harían.
Aún faltaba media hora para que mi móvil nuevo llegara, así que decidí dar otra vuelta  mientras esperaba. Grave error, pues lo único que vi fueron parejas enamoradas, cogidas de la mano, paseando por las calles de la ciudad como si les perteneciera por el simple hecho de tener a aquel a quien deseaban besar a su lado, sin necesidad de coger un avión o de suplicar una segunda oportunidad. Y lo que más me jodía era que ninguno quería a su novia como yo quería a Eri.
Entré en la tienda a toda pastilla 5 minutos antes de la hora acordada.  La dependienta alzó la vista y se me quedó mirando un segundo, para bajarla después rápidamente, sonrojada ante el pensamiento impuro que se le había pasado por la cabeza. Pecadora, pensé, con una sonrisa condescendiente atravesándome la cara y dividiéndola en dos.
-¿Está?-pregunté, acercándome y apoyándome en el mostrador. Asintió con la cabeza, terminó de configurar el teléfono y me lo entregó. Lo primero que hice no fue darle los gracias: fue buscar en la galería las fotos que me había hecho con mi chica. Y, efectivamente, allí estaban.
-Gracias, nena.
Se sonrojó aún más. Y le dio una taquicardia cuando la miré a los ojos.
-¿Qué te puedo dar?
-Un beso y una flor-espetó sin pensar, y puso una cara que quería decir claramente que se daría de bofetadas así misma por aquel atrevimiento. Me eché a reír, me mordí el labio y recogí las cosas.
-Mañana te traigo la flor.
-No tendré listo el móvil hasta mañana.
-No importa-repliqué, encogiéndome de hombros. Iba a tener mucho tiempo para pensar. Le guiñé un ojo, fingiendo que todo iba bien, y salí a la calle. Con el móvil de sustitución en la mano y los ojos fijos en la infinidad de fotos de aquella época feliz que se había acabado, o al menos eso se empeñaban en hacerme creer, vagabundeé por la ciudad. Con cada paso que daba me iba sumiendo en un estado de depresión que no podía ser buena para la salud de nadie. Decidí recurrir a la más fiel y dulce medicina: el alcohol.
Sabía que con el primer trago rompería mi promesa, pero las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas. Me metí en el primer local que encontré, me senté en la barra mientras esperaba a que una  camarera de mi misma edad terminara de servir a un par de trabajadores que estaban allí disfrutando de un descanso, y me quité la gorra. Sentí cómo todos los ojos del local se clavaban en mí, reconociéndome al instante. Sí, casi me apeteció gritar, soy Louis, de One Direction. ¿No puedo tener un momento de tranquilidad?
La camarera se acercó a mí al trote.
-¿Qué vas a tomar?-preguntó, comiéndome con los ojos. Me pregunté qué efecto tendría eso en Eri, si le cabrearía de verdad que las demás no pudieran apartar la vista de mí y lo hicieran con total descaro.
-Lo más fuerte que tengas.
-¿Absenta? Es muy fuerte. Tal vez no lo soportes.
-Aguanto bastante bien-me encogí de hombros.
-¿De veras?
-Si no, tendrás que llevarme a casa.
Sonrió, divertida, seguramente porque pilló la broma al vuelo. Y eso que no era de las más originales ni de las mejores que tenía.
Si quería coger una borrachera, y la quería coger rápido, la absenta sería lo mejor, aunque no es que me supiera especialmente bien. Pero las cervezas eran demasiado lentas en ese sentido, y yo necesitaba ahogar mis penas en ese instante, no en la media hora que tardaría en beberme cuatro botellas.
Una pelirroja con el pelo rizado se sentó a mi lado, me miró un segundo y luego llamó a la camarera por su nombre. La chica le preguntó si quería lo de siempre, ella asintió con la cabeza y tiró su bolso en la barra, revolviendo desesperadamente en su bolso negro, mordiéndose el labio hasta hacerse sangre.
-Vodka lima-anunció la camarera, Rachel, sonriéndole. Di un trago y seguí estudiando a la pelirroja. Sería tan alta como yo, era bastante delgada, y más con aquella ropa totalmente negra. Llevaba un anillo enorme en la mano izquierda, y las uñas pintadas de blanco.
Levantó la vista y se me quedó mirando. Alcé las cejas.
-¿Qué pasa? ¿Tengo que pedirte permiso para sentarme a tu lado?
-Estaría bien, que lo hubieras hecho.
Puso los ojos en blanco.
-Duque de Cambridge, ¿puedo sentarme?
Tenía un deje sarcástico en la manera de contestarme que me recordó muchísimo a cuando Eri se ponía borde con todo el mundo. Y cuando yo le tocaba lo suficiente las pelotas y acababa cabreándola, me miraba de la misma manera que lo hacía aquella chica, solo que la mía tenía unos ojos chocolate preciosos, mucho más bonitos que aquel tono verde parduzco de mi compañera de asiento.
-Estamos en un país libre-me encogí de hombros, volviendo a dar un sorbo de la bebida y notando cómo se me subía a la cabeza poco a poco. Oh, sí. Estudié las estanterías abarrotadas de bebidas de todos los colores, tamaños y tipos habidos y por haber del bar.
La chica asintió.
-De momento-señaló mi vaso-. ¿Problemas?
Me encogí de hombros.
-Mal de amores.
No debería hablar con tanta franqueza con ella; estaría bastante mejor que respondiera a su sarcasmo con mi sarcasmo superior. Al fin y al cabo, ni siquiera sabía su nombre, podía ser una periodista, o podía ir a la prensa con el cuento de que Louis Tomlinson, de One Direction, sufría del corazón. Casi podía escuchar ya los titulares en los periódicos y los programas esos de cotilleos que veían mi madre y mis abuelas. Las tres. Nadie en el sector femenino de mi familia parecía tener medio dedo de frente.
Como decía Eri, el más normal iba a terminar siendo yo, y aquello sería muy preocupante.
-¿Lo sabe ella?
Traducción: ¿Te estás emborrachando para suplicarle que te dé una oportunidad para follártela salvajemente y luego hacer como si no hubiera pasado nada?
La miré.
A ver, tía. ¿A ti qué cojones te importa?
-Ella es el problema-suspiré. Sus ojos chispearon., una pequeña sonrisa de complicidad se dibujó en su boca, pintada de un rosa pálido.
-¿En serio?
Me encogí de hombros.
-Ya ves. Todos somos mortales, al fin y al cabo.
Asintió con la cabeza, dando un lento trago de su bebida a través de la pajita. Frunció el ceño cuando la sintió bajar por su tráquea... exactamente igual que Eri la primera vez que me las arreglé para emborracharla.
Joder, Louis, para, tío, en serio. Para.
-Soy Daphne.
-Louis.
Me tendió la mano y yo se la estreché.
-No esperaba que me contestaras.
-Ni yo esperaba que necesitara contestarte.
Se echó a reír.
-Parece que tienes facilidad para encontrar a tías con algo extranjero, ¿eh?
-¿Te refieres a tu nombre? Porque el mío es francés.
Alzó una ceja.
-Y el mío griego. De hecho, mis abuelos eran griegos. Me lo pusieron por mi abuela.
-Ahá.
-Y te la suda.
-Básicamente, sí-sonreí, dando un trago de la bebida. Empezaba a achisparme peligrosamente. Y una tía intentando ligar conmigo no haría buena combinación con esto último.
-Bueno, a mí me la suda bastante tu banda y me jodo y la trago cada telediario, ¿sabes?
Me encogí de hombros.
-Es la maldición de tener tanto talento.
Estiró la camiseta de Iron Maiden que llevaba puesta.
-Chaval, esto es talento. Esto es música. No vuestro puñetero crazy crazy crazy til we see the sun.
Me estaba vacilando de una manera que sólo otra chica me había vacilado en toda mi vida. Y, muy a mi pesar, me estaba gustando.
-Para empezar, nosotros somos más que un crazy crazy crazy. Escucha algunas de nuestras canciones, ¿vale? No sólo las de la radio. Y nosotros no nos creemos más que Iron Maiden. A muchos nos gustan. Y punto.
-Las he escuchado.
-Kiss You no cuenta.
-Summer Love.
Fruncí el ceño. Era también su canción favorita. Joder.
-Vale, Summer Love sí que cuenta. ¿Y?
-Es preciosa-suspiró, buscó en su bolso hasta sacar un iPod y me la enseñó. Había comprado el disco o, por lo menos, se había molestado en ponerle la carátula en iTunes. Le había puesto cinco estrellas.
-Me siento halagado.
-No soy de ponerle cinco estrellas a las canciones.
-Pues me siento doblemente halagado.
Sonrió, dio otro sorbo de su Vodka, esta vez directamente del vaso, y se me quedó mirando mientras acababa la copa. ¿Por qué no me daba vueltas nada? No era justo.
-Seguro que no es nada.
La miré. Tenía en los ojos motitas marrones que me recordaban a un tigre... y más con su maquillaje, una esmerada línea negra rodeándole los ojos, enmarcándoselos como a una gata. No me solían gustar las tías que se maquillaban  tanto, pero la verdad es que le quedaba bastante bien.
-¿El qué?
-Lo de tu novia. Al fin y al cabo... eres... tú. Seguro que se le pasa. Siempre se nos pasa-se encogió de hombros. Alcé mi vaso en su dirección.
-Ojalá tengas razón, nena.
Se rió. Tenía los dientes muy rectos. Y brillaban casi con luz propia. Parecía que la frase de What Makes You Beautiful la habían sacado de verla a ella.
En ese momento me vibró el móvil. Ella lo miró, como haciéndome ver que tenía razón, y esperó a que mirara en la pantalla.
-¿Es ella?
-No. Mis amigos. Tengo que irme ya-dije, levantándome mientras guardaba el teléfono.
-¿Una firma de discos para fans sin ovarios?-se burló.
Me eché a reír:
-¿Qué tienes en contra de mi banda, tía?
-Mi ex no entró en The X Factor porque vosotros sí.
-Lo siento-aunque en realidad no era así; me alegraba muchísimo de haber entrado en el programa, de haber conseguido todo lo que había conseguido. Y, sobre todo, me alegraba de haberme hecho famoso porque así mi alma gemela pudo buscarme hasta encontrarme. Volveríamos. Daphne la griega (¡como los yogures!, escuché a una Eri encerrada en mi cabeza exclamar, sorprendida por su inteligencia superior) tenía que estar en lo cierto. Los griegos eran gente lista. De no ser así, no habrían tenido quinientos dioses en total, con todo lo que implicaba: hacerles fiestas y tener que saber su nombre y su historia.
-Yo no-dio un trago de su Vodka y entrecerró los ojos. Mentía-. Era un capullo. Y desafinaba. Mucho. Cantaba como una cabra.
-Ah, bueno, como Shakira, entonces.
Se echó a reír a carcajada limpia,echando la cabeza hacia atrás. Era Eri encerrada en un cuerpo desconocido, con físico totalmente diferente, pero seguía siendo Eri la que estaba allí dentro, con la que estaba hablando.
-Vale, Louis. Lo que tú digas-se limpió pequeñas lágrimas que le resbalaban por la mejilla con mucho cuidado de no tocar las líneas azabache de su maquillaje. Alcé los hombros.
-Soy así, ¿qué le voy a hacer?
Parpadeó, divertida, sin dejar de mirarme con una sonrisa en la boca. Sentí una necesidad imperiosa de sentarme para seguir compartiendo tiempo con aquella chica tan diferente de Eri y a la vez tan idéntica a ella.
-Te llamaré-dije a modo de promesa casi más para mí que para ella. Sonrió.
-No te he dado mi número-sacudió la cabeza, reflejos pelirrojos volaron gracias a las luces.
-Pero investigo. Soy un tío con recursos.
Se me quedó mirando, con una ceja alzada y la boca ligeramente torcida en una sonrisa de lo más chulesca. Si me hubiera soltado que era mi novia no lo habría dudado un sólo segundo.
-En realidad volveré mañana a pedirle tu número a la camarera.
Volvió a echarse a reír. También se reía como Eri. Joder.
Dejé un billete de diez en la barra y protestó.
-¡No!
-¡Sí!
Negó con la cabeza.
-Y luego dicen que no quedan caballeros.
-Es que me escondo bien.
Volvió a reírse, agité la mano y salí del local. Me persiguió afuera, y me colocó la gorra torcida en la cabeza.
-¿Qué haces, tía?
-¡Te la dejabas!
-¿Y si quería dártela?
-Lo dudo mucho. Yo no llevo horteradas de esas.
-Ni yo hablo con góticas. Y mira lo que he hecho.
Sonrió, se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla. Me habría apartado de un brinco de no haberme paralizado por la sorpresa.
Tenía los labios de mi chica. ¿Qué cojones...?
-Adiós, Louis Tomlinson, de One Direction.
-Adiós, Daphne la griega.
-Como los yogures.
Abrí los ojos y la boca, se echó a reír y se metió a todo correr en el bar.
La bebida comenzó a hacerme efecto de la que llegaba a casa, y más cuando abrí la puerta. Pareció querer que Liam me echara la bronca.
-¿Y esos ojos? Has bebido y venido en coche.
-No me arrepiento de nada en esta vida.
-PODRÍAS HABER TENIDO UN ACCIDENTE.
-Estoy bien, joder.
-Y te podría haber parado la poli.
-De hecho, lo hizo.
-¿Y QUÉ TE DIJERON?
-Que me multarían. Y yo le convencí.
-...
-Le dije: Agente, soy Louis Tomlinson. Y él me contestó: Tu grupo le gusta mucho a mi hija. Está triste porque no puede ir a veros. Y yo le dije: Agente, si me deja en libertad sin cargos, le daré a su hija entradas de primera fila. Y si me cambia la pegatina de la itv tal vez le de un ticket para después del concierto, para que nos conozca.
-¿Y?
-Ya tenemos adjudicado nuestro primer M&G.
Se echaron a reír, aliviados porque vieron que mi antiguo yo había vuelto. Daphne me había hecho ver que podía haber más esperanzas. Si sólo veía a Eri cada vez que la miraba, era que no podía vivir sin ella. Y si no podía vivir sin ella, no la dejaría marchar así como así.
Tan cierto como que los yogures griegos eran de los mejores de la Tierra.

miércoles, 22 de mayo de 2013

The queen is dead.


Me habían avisado, me lo habían dicho, y yo había sido tan estúpida de pensar que no iba por mí, que yo era intocable, invencible. Y no era así, ni de lejos.
-¿Qué problema hay en que esté embarazada? Hacéis que aborte, y listo.
-Sólo Caroline puede hacerle algo. Son las reglas: cada una se encarga de su propia sustituta.
-Además, eso no es lo que nos preocupa. Lo del bebé tiene solución. Es lo que significa lo que nos da miedo.
-¿Y qué significa, si puede saberse?
-No lo vimos venir. Es la primera vez que nos pasa-Eleanor se llevó una mano a la frente, apoyó los codos en las rodillas y se echó a llorar. Danielle le dio unas palmadas y le acarició la espalda.
-Cálmate, El.
-Dani, ¿qué pasa?
-Deberíamos haberlo visto. Deberíamos saber que pasaría. A partir de ahora sois impredecibles. 
Se me secó la garganta.
-Totalmente impredecibles.
Y llevaban razón. Porque, ¿quién iba a decirme a mí que una noche de febrero iba a estar intentando matarme, porque ya no tenía ninguna razón por la que seguir viva? ¿Quién me iba a decir que iba a ser yo la que lo alejara de mí, y que no sería él el que se daría cuenta de que yo no me lo merecía? Había leído una vez en Twitter que un corazón no muere cuando deja de latir; muere cuando sus latidos no tienen sentido.
Ya no era necesario que mi corazón latiera; sus latidos no tenían sentido.
Nunca iba a querer a nadie como había querido a Louis. Así que, dado que ya no había razón por la que debería quererle, lo mejor era dejar de gastar oxígeno.

Las cosas habían empezado a ir mal después de que yo apareciera en casa de los chicos, apenas dos días después de empezar las clases. Ellos se habían mostrado estupefactos al verme,  pero Noemí, que había terminado saliéndose con la suya y siendo ella la que se mudara con la banda, pues su madre le había echado de casa por culpa del bebé que llevaba en su vientre y que nadie excepto ella quería, se había limitado a cerrar la boca. Le había contado lo mínimo de por qué estaba allí, aunque le había dicho la razón principal, y estaba segura de que le iría con el cuento al que todavía era mi novio por aquel entonces nada más verlo entrar por la puerta. Pero, sorprendentemente, no lo había hecho. Se había quedado callada y había encogido los hombros, diciendo que no le había dicho nada de por qué estaba allí.
Oí la puerta del baño abrirse un segundo antes de que su voz flotara hasta mí.
-Soy yo.
-Vale-asentí, volviendo a poner el agua para que cayera por el teléfono de la ducha, y no por el grifo. Mientras sujetaba el chorro para que cayera sobre mi cabeza y me deleitaba con la calidez del agua lamiendo mi pelo y corriendo por mi cuerpo, pensé en cómo habían cambiado las cosas desde el pasado junio: la yo de entonces ni siquiera podía contemplar la idea de ser amiga de un grupo de chicos; debido a mi aspecto tan sólo podía aspirar a, a lo sumo, un par; y ahora cinco chavales podían entrar y salir del baño mientras yo me duchaba, me daba un baño o lo que fuera.
El proceso siempre era el mismo (sospechaba que antes de entrar se detenían a escuchar correr al agua para asegurarse de que no veían nada que no debieran): la puerta se abría, una voz masculina musitaba soy yo, y yo debía reconocer la voz, o bien, soy Zayn/Harry/Liam/Niall/Louis. Y sólo en este último caso yo podía salir y entrar de la ducha sin preocuparme de nada ya que, al fin y al cabo, mi novio me había visto desnuda más de una vez. En algunos casos, incluso decidía sorprenderme y hacerme sonreír entrando a "ahorrar agua" conmigo.
-¿Te importa que me duche contigo?-preguntó. Me eché a reír, solté un perezoso qué va, y afiné el oído para escuchar el suave susurro que hacía la ropa al deslizarse por su piel a medida que se iba desvistiendo. De un salto, Louis entró en la bañera y cerró la cortina. Me recorrió rápidamente con la mirada, como cerciorándose de que no era ni Alba ni Noe, y me besó suavemente.
Lo chisqué con el teléfono de la ducha. Se rió, me lo arrebató, se cobró su venganza y se lo pasó por encima una vez se dio por satisfecho.
Algo captó su atención cuando volvió a mirarme.
Algo en mí.
Colocó el teléfono de la ducha en el soporte y se me quedó mirando. Con un dedo recorrió mi costado, dibujando exactamente la silueta del gran moratón estampado allí.
Tantos mimos me habían hecho bajar la guardia, había terminado cometiendo un error que en mi casa jamás sucedería. Claro que también había destapado sin querer las muñecas y había enseñado los tatuajes.
Caí en la cuenta de que, desde que había llegado a Londres, no lo habíamos hecho.
Su mano bajó hasta mi cadera, perseguida por sus ojos. Yo respiraba por la boca, jadeando, sabiendo lo que vendría a continuación. Se pondría como loco, como era natural, y me juraría que haría pagar a cada persona que había hecho posible todo aquello. A continuación, recorrió mis piernas, con cardenales que me hacían parecer un dálmata.
Su mirada perspicaz se plantó en mi mejilla hinchada, y mi labio cortado. Ahí fue cuando la coartada que me había preparado para no formular respuestas a las preguntas obligatorias, la teoría que el tropezón por las escaleras, ese intencionado tropezón, me había ocultado, se evaporó igual que el agua que flotaba hasta el techo.
Cuando frunció el ceño noté cómo quemaban, cuánto dolían, aquellas marcas, como si le hubiera dado a algún interruptor que me devolviera mis recuerdos.
-¿Quién te ha hecho eso?-la palma de su mano acunó mi mejilla buena, sus dedos acariciaban mi nuca. Incliné la cabeza hacia ese lado, disfrutando de la calidez de su mano, y cerré los ojos, sumida en mis pensamientos.
Me había estirado durante la comida para coger la botella de agua, y mi madre enseguida había clavado los ojos en mi muñeca.
-¿Qué tienes ahí? ¿Qué te has pintado?
Sabía de sobra que odiaba que me pintaran las manos, por eso le extrañaba tanto lo que lucía mi cuerpo. Tiré rápidamente de las mangas de mi pijama, pero ya era tarde. Mi padre me cogió el brazo. Deslizó despacio la prenda hasta el codo. La pequeña D apareció a la vista de todo el mundo.
Odiaban los tatuajes. No tenía permiso para hacérmelos. Y me los había hecho. Era una gilipollas si me creía con el derecho a hacer lo que me diera la gana, no mientras estuviera en su casa. Yo contesté. Siempre contestaba, sobre todo desde que tenía un novio de 21 años que era capaz de sacarle los intestinos a alguien si yo se lo pedía. Y llegó la primera bofetada, la que me tiró al suelo. Y la otra. Y las demás. Las patadas. Todo. Lo de siempre. A lo que se suponía que me había acostumbrado, lo que en una época había dejado de sentir... pero mi padre parecía decidido a dejarme él también su propio tatuaje a base de golpes. Mi madre había conseguido pararlo antes de que sangrara, lo cual había sido un milagro. Yo me había levantado, había corrido a mi habitación y había cerrado la puerta. Coloqué una silla para que no pudieran abrirla, preparé la mochila y salí como un bólido con mi pasaporte y los pocos ahorros en metálico que tenía en la mano, decidida a no volver, chillando que me largaba de aquella puta casa, que me iba a donde realmente me querían.
Corrí como una puta desgraciada por las calles de mi ciudad hasta estar segura de que me alejaba lo suficiente de casa. Di varios rodeos por lugares donde vivía gente que yo conocía, y terminé cogiendo un taxi. No fui directamente al aeropuerto: esperé al último vuelo de la tarde dirección Londres, sólo para asegurarme de que mis padres no estarían allí cuando yo llegara. El vuelo se fue atrasando hasta la madrugada. Cogí el avión. Me dormí allí, cosa que nunca hacía. Desembarqué. Y, antes de ir a casa de los chicos sin nada pensado, decidí ir a un hotel, dormir un poco, y entrar en casa con alguna excusa creíble.
Abrí los ojos, volviendo a la realidad. Ahora estaba segura. O eso creía.
Al ver que cuando abría los ojos no tenía pensado decir nada, lo entendió. Su otra mano se posó delicadamente en la otra mejilla, obligándome a nadar en aquellos ojos azules.
-¿Por qué no me dijiste nada?
Me encogí de hombros, moví las costillas al hacerlo, e hice una mueca de dolor.
-No quería que te enfadaras.
-¿Y que me preocupara?
Le besé en los labios.
-Tampoco.
Nos duchamos en silencio, él observó los cardenales que tenía en la espalda, los que yo nunca llegaría a ver.
-Voy a terminar matándolo-musitó para sí más que para mí. Una parte de mí deseó que así fuera.

Y, sin embargo, otra gran parte tampoco quería que hiciera nada. Me acerqué a él mientras se ponía los pantalones y le besé la espalda.
-¿Tienes la regla de verdad?
Negué con la cabeza, pegando mi mejilla contra su la piel debajo de su omóplato. Suspiró, se alejó un poco para ponerse la camiseta y se miró en el espejo. Acarició mis manos rodeando su cintura.
-No necesitabas mentirme.
-Te cabrearías.
-¿Como ahora?
-¿Lo estás?
-¿Te pegan una paliza, y pretendes que no me cabree? La verdad es que no sé de dónde saco fuerzas para no largarme ya mismo a España.
Le obligué a girarse, lo miré a los ojos y me puse de puntillas para besarlo.
-Hazme el amor-le pedí. Se me quedó mirando.
-Te voy a hacer daño.
-No importa.
-A mí sí.
-Hazme el amor-le repetí, acariciándole el pelo, que aún goteaba agua. Suspiró, pasándose una mano por él. Le mordisqueé el labio.
-Estás jugando sucio.
Sonreí, y, envuelta en la toalla, lo arrastré hasta su habitación, donde me la quitó despacio, se quitó la ropa, y lo hicimos muy lentamente, poniendo él mucho cuidado en no tocar mis moratones, por miedo a que me quejara.
Él también estaba jugando sucio, pero yo no lo sabía aún. Por aquel entonces, ya me estaba engañando.

El mismo día que sería el último, horas antes.
Colgué el teléfono y eché el pestillo del baño, sentándome después en la taza y mirando el fondo de pantalla que había puesto. Me llevé una mano a la frente y me la rasqué, intentando saber por qué me había mentido. Todavía tenía las palabras de Simon resonando en mi cabeza, preguntándome por qué no había aceptado el contrato con una discográfica más modesta que la de los chicos, pero que aun así movía millones de euros al año. No me habría cabreado tanto de haber sabido que había tenido una oferta de otro lugar, pero que los chicos me habían engañado y habían hecho que fuera a un estudio a grabar maquetas para demostrarles a los de Syco que estaban equivocados, que Simon se había equivocado y que yo realmente valía. Desbloqueé el teléfono, toqué el icono de la agenda y me quedé quieta un rato, mordiéndome el labio hasta prácticamente hacerme sangre, con los ojos fijos en su nombre.
Habían financiado lo que habían costado las primeras maquetas, por lo que seguramente perderían dinero, en lugar de haber consentido que otros corrieran con los gastos. Y quería saber por qué.
Pulsé la palabra Louis, mi favorita en aquel mundo, y me llevé el móvil al oído. Esperé dos toques hasta que lo cogiera.
-Nena-saludó. Cerré los ojos.
-Acabo de hablar con Simon. ¿Por qué no me lo habéis dicho?-pregunté con calma.
-¿Decirte qué?
-Louis. No seas cínico. Mi disco. La otra discográfica. ¿Por qué?
Nos fuimos deslizando poco a poco hacia la pelea, algo a lo que estábamos acostumbrándonos de una manera muy peligrosa. Cerré los ojos con fuerza mientras escuchaba sus excusas: en Syco verían lo buena que era, querrían ficharme, trabajaría con los chicos, no estaría con la discográfica, tal vez incluso tuviera una gira conjunta con ellos...
-Yo quería estar contigo, Lou. Y ahora no sé qué pensar. ¿Cuánto llevas mintiéndome? ¿Cuándo os dijo Simon que no?
-Al mes o así de que hicieras la actuación-confesó, suspirando a su vez. Me mordí el labio. Deseaba tenerlo delante, que se echara a reír y me dijera es broma, joder.
-No puedo confiar en ti, Louis. No después de esto.
-Te estaba protegiendo. Querías hacer música. Y querías hacerlo con nosotros.
Y la discusión empezó con una simple frase, una frase que nos dolió a ambos.
-¡A mí me la suda la música, Louis, joder! ¡Yo quería estar contigo!
Seguramente que hablara en pasado lo había precipitado todo.
-A mí no-gruñó con ese tono que ya había escuchado varias veces, la última, cuando tuvimos la bronca del siglo cuando le dije que volvía a España porque no podía hacer vida allí, mi lugar estaba en mi país, al menos hasta que me graduara y acabara el instituto. Entonces, sería libre. Pero no antes. Y recordaba haber agarrado el pomo de la puerta mientras él bajaba las escaleras a la carrera, preguntándome a voces si quería que me matasen. Me había girado, lo había mirado de arriba a abajo con tanto veneno en la mirada que bien podría haber tumbado a un búfalo, de no estar cierto búfalo cavernario acostumbrado a todos y cada uno de mis gestos y a amarlos en silencio, y le había gritado que era una pena que no nos hubiéramos casado y que él no fuera a cobrar pensión de viudedad. Me llamó retrasada. Abrí la puerta y le dije que era un cabrón gilipollas. Eché a correr por la calle, pero me detuve a un par de manzanas. Lo tenía detrás de mí, a diez metros. Se me quedó mirando con los brazos en jarras, mientras sonreía con una sonrisa cínica y medio Londres estaba pendiente de nosotros.
-¿No me vas a dar un beso de despedida?
Había corrido a sus brazos, lo había besado como si no hubiera mañana, y él mismo me acompañó al aeropuerto, cogiendo el vuelo posterior al de Alba. Sorprendentemente, había sobrevivido a una paliza para ver una disculpa que era única en su especie. Pero había sobrevivido para ser yo misma la que me quitara la vida un par de semanas después, no más tarde
-Me dedico a ella, ¿sabes?-bufó al otro lado del teléfono.
-Deberías dedicarte a mí también-espeté, en un alarde de orgullo desconocido en mí cuando se trataba de Louis. Y él se cabreó. Y yo me cabreé. Y empezamos a gritarnos. A gritarnos de verdad, a darnos unas voces que nadie nunca jamás podría (ni debía igualar). Colgué el teléfono, me quité el anillo y lo tiré contra el espejo de tanta rabia que sentía, rompiéndolo en mil pedazos, simulando el estado de mi corazón en ese momento. Me apreté contra la puerta del baño, deslizándome despacio con la espalda pegada a ella, llorando a lágrima viva.
Tras lo que me pareció media hora de tratar de controlar mis sentimientos, e intentar calmarme, cogí el teléfono y lo llamé. No podíamos acabar así, por teléfono. No, me negaba. No podíamos acabar, punto, pero ni por asomo de aquella manera.
Mientras escuchaba miles de veces a la chica decir que el número al que había llamado estaba apagado o fuera de cobertura, me sumí en recuerdos que casi hacían mejor ahogándome.
Me encogí de hombros y me mordí el labio inferior, en un gesto más indeciso que coqueto. 
-Es sólo que no soporto esto, Lou. No soporto esperar.
Estábamos en su casa, en aquel fin de semana tras Navidad, hablando del asunto de Simon, de lo que él ya sabía y se negaba a contarme.  Más tarde lo descubriría yo por mi cuenta, y rompería mi relación con la persona más maravillosa y perfecta jamás vista.
Asintió y me acarició el cuello. Noté sus dedos sobre mi piel a pesar de que ya ni era mío, ni estaba a mi lado.
-Lo sé. Sé de qué me hablas.
Aparté la cara, pero me tomó la mandíbula para obligarme a mirarlo.
-Esperé un año entero, un larguísimo año, tras 23 horas que parecieron milenios-como esos minutos entre llamada y llamada que tenían como única función recordarme que había apagado el móvil porque no quería aguantarme más, ya se había librado de mí, se había a-ca-ba-do-. Pero, ¿sabes qué fue lo peor?
Negué con la cabeza, tomó mi rostro entre sus manos y me miró con ojos brillantes. Iba a echar mucho de menos esos ojos.
-Tú-No, lágrimas, ahora no-. Te estuve esperando 20 años. 20 largos años. A veces me pregunto cómo he vivido tanto tiempo sin ti.
Sonreí, bajé los ojos, azorada, y él buscó mi mirada. Ahora me odiaba por haber perdido preciosos segundos en los que podría haber contemplado aquél rostro que todavía me pertenecía.
-Es la verdad. Pero, ¿sabes qué? La espera ha merecido la pena. Cuando tienes que esperar más es cuando eso que esperas es mejor.
Le acaricié el cuello, me incliné hacia él y nos besamos lentamente, declarándome a él y él declarándose a mí mejor de lo que haríamos con palabras.
Fueron las últimas palabras que pronunció en su recuerdo las que me hicieron darme cuenta de que yo ya no pintaba nada allí. Nadie, absolutamente nadie, podría superarlo a él. Y estaba jodida. Porque había aprendido a amarlo como si fuera a ser mío para siempre, y cuando yo aprendía algo, lo interiorizaba tanto que me lo grababa en el alma a fuego cual tatuaje... igual que su nombre estaba en mi corazón, ocupándolo, negándose a irse jamás.
Me limpié las lágrimas y eché el pestillo. Tenía que acabarlo. Podrían encontrarme después, tendrían todo el tiempo del mundo para encontrarme. Empecé a recoger los pedazos de espejo, con un único pensamiento rebotándome la cabeza. Se acabó, se acabó, se acabó.
Y luego, éste fue sustituido por otro.
Déjame cortarme, Eleanor, deja que me corten.
Las pequeñas heridas se cerraban tan rápido como se abrían, dejándome sola con mi dolor. Ni cicatrices, ni sangre, ni nada.
Pero Eleanor terminó rindiéndose. Yo era más fuerte que ella y, como me habían dicho cuando Danielle se volvió loca y fue a por Alba a su casa, podía ganarla en una pelea si realmente lo deseaba.
Y sentir cómo me caía al vacío y me rodeaba una negrura infinita en la que ya no sentía ningún tipo de dolor, ni físico, ni sentimental, ni nada, donde sólo flotaba hasta el fin de los tiempos, donde cualquier recuerdo era tan sólo una ilusión, era lo que más deseaba.
Tenía experiencia en que mis sueños se hicieran realidad. El mayor de todos se había realizado el 24 de diciembre de 1991. El segundo acababa de romperse. Ahora el tercero crecía hasta ser el principal. El último. El auténtico.
El final.

lunes, 20 de mayo de 2013

Kiss you in Ghana.

Me había costado Dios y ayuda separarme de los chicos. Y sobre todo de él. Harry había conseguido traer de vuelta a Noemí, que ahora se sentaba con las piernas cruzadas en el avión, leyendo una revista y toqueteándose la barriga de vez en cuando. No podía creerme lo que había hecho. Y menos me creía que Harry le hubiera perdonado y la hubiera dejado con vida después de todo lo que ella había hecho. Un bebé no era algo de risa, no era algo que se pudiera tener así como así, sin el acuerdo de los dos. A mí ni se me ocurriría quedarme embarazada de Louis a esa edad. No podríamos hacernos cargo de él; además, yo sería demasiado joven, y no seguramente me quedara en la camilla del hospital en el que naciera mi hijo. Así que no podía hablar de Noemí. Tenía que abortar. Y tenía que hacerlo cuanto antes mejor.
Me llevé la mano a la chapa que Louis me había dado la noche anterior, antes de que hiciéramos los seis meses. Medio año ya con él. Medio año disfrutando de su perfección. Me había regalado un pequeño trozo de metal con nuestros nombres grabados y la fecha en la que habíamos empezado a salir. Yo le había dado una pulsera con mi nombre. Él había quedado mejor, menos egocéntrico. Y su boca aún seguía posada en la mía a pesar de que habíamos tomado rumbos distintos y no podíamos hablar.
Todavía notaba sus labios en los suyos, su lengua invadiendo mi boca, incitando a la mía a darme la caña que me debía. Mis dedos enredándose en su pelo y sus manos en mi cintura.
-Te voy a echar de menos, joder. Y dentro de unos días tengo que ir a clase. Pégame un tiro.
-Me quedaría sin ti-replicó, jugueteando con la  pulsera. Sabía que no se la iba a poner, pero no se me había ocurrido nada mejor que regalarle, así que había decidido ir por lo tradicional y no complicarle mucho la vida. Ninguno de los dos iba a tener el regalo que más deseaba: la compañía del otro. Tendríamos que conformarnos con unos trozos de metal.
-Llámame en cuanto aterrices.
-Estarás volando.
-Tú llámame.
-Sí, Superman-sonreí, pues había dormido con la parte de arriba del pijama de uno de sus superhéroes favoritos. Se echó a reír y volvió a besarme. La sombra de su barba volvía a recordarme su edad. No podía tener la suerte de estar saliendo con un tío de 21 años, ya no comentemos que ese tío de 21 años era uno de los mejores cantantes que había escuchado en mi vida.
Me dio una palmada en el culo, allí, delante de todo el mundo. La madre que lo parió.
-Te quiero.
-Yo más-me puse de puntillas para volver a probar su boca una última vez. Sonrió y, a regañadientes, me dejó marchar. Ya nos llamaban para coger el vuelo. Abracé a los demás, dejando a Victoria la última.
-Cuida de mis niños, ¿vale?-le dije a la galesa, dándole un beso en la mejilla. Ella asintió con la cabeza.
-Por ti, por ellos, por todo el mundo.
-Todos los días, de todas las formas.
-Te llevaré arriba.
-Nunca pararé.
-Sabes que te llevaré a otro mundo.
-Eri, joder, que perdemos el avión-espetó Alba, tirando de mí e interrumpiendo nuestra canción improvisada a capella. Victoria se echó a reír, se despidió con la mano igual que los demás, y desapareció tras los cristales de la pasarela en la que nos metimos Noemí, Alba y yo.
Tiré la mochila en mi asiento y protesté porque Alba había sido más rápida y se había apropiado del lugar de la ventanilla.
-Voy a sacarte los intestinos, zorra. Sal de ahí.
-No.
-Que salgas, hija de puta.
-No.
La miré con los ojos entrecerrados y me senté en el medio. Noemí se sentó en el pasillo, se abrochó rápidamente el cinturón y observó cómo las azafatas iban de acá para allá, ultimando los detalles para el despegue. Le habría dicho algo sobre la  facilidad de que perdiera el bebé con los cambios de presión, pero decidí que aquel no era el momento ni el lugar.
Me incliné en mi asiento lentamente hasta quedar prácticamente tumbada, mientras Alba escudriñaba a través de las ventanillas del avión al personal de pista, que metía las maletas en su lugar.
-Tenía que hacerlo-musitó Noemí en español. Ambas nos la quedamos mirando. Sus ojos estaban empañados de lágrimas-. Habladme, por favor. Tenía que hacerlo. No podía perderlo.
-Casi lo pierdes-repliqué yo, moderándome para no gritarle. Se me quedó mirando como si no entendiera el grave retraso que arrastraba, como si hubiera sido yo la que había dejado solo a su novio, sin importarle nada cómo se pondría él al ver que me ponía demasiado cariñosa con otro hombre. Y, encima, sin dejarle oportunidad a vengarse. En el fondo me habría gustado que Harry le diera una buena paliza a Justin, tenía que admitirlo. Había visto a Harold entrenando en el gimnasio, practicando boxeo, y la idea de que pudiera focalizar tanta rabia hacia una persona, y no hacia un saco, me seducía enormemente.
-Yo no elegí esto.
-¿Qué no elegiste, Noemí?-gruñó Alba, inclinándose hacia delante. Abrí los ojos, mirándola. No pensé que fuera a entrarle al trapo-. ¿No elegiste que fuera el ídolo equivocado el que se enamoró de ti, o no elegiste conseguir ese bombo? Porque, que yo sepa, Harry no te habría dado la posibilidad de tenerlo de saber que realmente esa posibilidad existía.
-Yo quiero a Harry. Pero sigo teniendo a Justin por encima de él. No es mi culpa no ser una chaquetera como lo fuisteis vosotras-espetó, mirándonos de arriba a abajo. Parecía la zarina de Rusia Catalina la Grande. Sólo le faltaba ponerse a dar vueltas por el avión bramando qué grande y poderoso imperio es el mío. Le daría una hostia en ese preciso instante de no estar embarazada. O tal vez la hostia nos haría un favor a los demás.
-¿Me llamas chaquetera por querer más a mi novio que a un famoso al que he visto tres veces?-ladró Alba. Le cogí de la mano y negué con la cabeza. No era ni el momento ni el lugar, por mucho que Noemí derrochara condescendencia.
-Sí.
-Si amas a dos hombres, escoge al segundo. Si realmente hubieras amado al primero, el segundo no significaría nada para ti-cité una de mis frases favoritas, que me había ayudado a dar el paso y poner a mi chico por encima de aquel que me había enseñado que nada venía sin trabajar duro, algo necesario para la salud de mi relación y, sobre todo, para la felicidad de Louis y, por tanto, la mía.
La chica a la que iba dirigida la frase se echó a reír.
-¿Eso os decís para convenceros de que sois buenas fans?
-Mira, Noemí. Te estás ganando a pulso una hostia. El bofetón de tu vida. Y sabes que me dará igual dártela aquí, dártela en casa, o dártela delante de los chicos. No me toques más los cojones, y reconoce que has metido la pata.
-Lo que os pasa es que os jode que vaya a tener un hijo con Harry y vosotras con Liam y Louis no.
-Me cago en dios-repliqué, negando con la cabeza e incorporándote. Alba musitó un prepárate, que vienen curvas al que apenas hice caso-. Mira, niña. Para empezar, no soy tan egoísta como tú. Yo no pondría a un crío que todavía ni existe por delante de lo que quiere Louis. Eso para empezar. Después, te diré que no soy una puta cagada. No saldría corriendo al otro extremo del océano para asegurarme de que voy a tener esa póliza de seguros con patas que me garantizará verlos para siempre. Y para terminar, a mí me da la mollera para darme cuenta de que, lo primero, no voy a poder parir a ese hijo porque todavía soy demasiado joven, no hablemos ya de tu estatura. Y tampoco podría criarlo. ¿Pillas lo que te digo, o te hago un jodido croquis?
Los ojos de Noemí brillaban, pero yo estaba tan cabreada que no podía ni regodearme ni sentirme mal por este hecho. A mí no iba a venir a tocarme las pelotas después de hacer llorar a Harry. Conmigo iba de culo con esa actitud. Como siguiera así, no necesitaría el avión para nada: con un buen tortazo yo misma la mandaba a España sin necesidad de barreras aéreas. Un simple ¡PUM! y ya estaría en nuestras praderas verdes del norte.
-Voy a tener el crío-espetó, limpiándose las lágrimas que aún no se atrevían a salir.
-Me la suda, nena. En realidad, me la suda. Ya irás llorando cuando Harry te diga que ha sido un error todo esto. Y te lo hemos dicho.
-Todavía puedes arreglarlo-le aconsejó Alba, estirando la mano y tocándole el brazo. Estuve a punto de vomitarle en la cabeza para que se dejara de tantos sentimentalismos. Habíamos metido al lobo en casa y ella todavía le ofrecía pastas con chocolate caliente. En aquella fila de asientos, la más normal iba a terminar siendo yo. Lo que era preocupante, jodidamente preocupante.
-El pequeño no es un error.
-Oh, mi madre.
-Dejad el tema ya, ¿vale? En realidad no es cosa nuestra-Alba se me quedó mirando, yo la miré y fruncí el ceño-. No es nuestro hijo. Es el de Harry y Noe. No es de nuestra incumbencia.
Miré a la pequeña.
-Como le hagas daño a Hazza, prepárate para correr. Sabes de sobra que iré a por ti.
-No vas a tener esa suerte.
Me eché a reír.
Sacudí la cabeza, saliendo de mi ensoñación y mis recuerdos, y comprobando por enésima vez la hora. Quedaban tres minutos para el estreno de Kiss You, pero Twitter ya celebraba por todo lo alto este vídeo. Y con razón: los chicos habían hablado mucho del vídeo, lo habían dirigido ellos mismos, y se lo habían pasado muy bien. Además, la cosa estaba que ardía, porque Louis había dicho que sería un vídeo muy estúpido, y si Louis decía algo así, con su criterio, era que no podríamos parar de reírnos con todo el vídeo.
Me senté en la cama, recolocándome las pulseras que llevaba alrededor de las muñecas para tapar los tatuajes, pues si mis padres los veían seguramente me crucificasen, y metí la mano en la bolsa de Doritos que había arrastrado hasta mi habitación. Me hundí un poco más en la cama y esperé, recargando la página cada 23 segundos. Los WhatsApps del grupo en el que los chicos me habían metido estaban que echaban humo, Niall estaba haciendo la cuenta atrás en segundos, por lo que cada dos por tres, mi teléfono vibraba. Y yo apenas hacía caso del teléfono, demasiado ocupada en suplicar a la gente que me pasara el enlace en cuanto los chicos subieran el vídeo.
Harry y Louis eran los únicos que no daban señales de vida en el grupo. Liam, Niall y Zayn se peleaban por los mensajes del irlandés mientras yo de vez en cuando mandaba un placentero jajaja para recordarles que aún respiraba... de momento.
El reloj del salón dio las siete en punto. Me puse como no disponible en el móvil y rápidamente refresqué la página. Nada. Volví a refrescarla. Nada.
Así, hasta las siete y dos minutos. Entonces, el vídeo apareció delante de mí. Me quedé muy quieta, intentando absorberlo todo. Luego, con una calma desconocida en mí, cambié la pestaña mientras dejaba que el vídeo sonara por 5ª vez. Y empecé a Twittear.
Lo siento, Directioners, pero tengo que decirlo. JODER, QUÉ VÍDEO, TÍAS,  QUÉ VÍ-DE-O. NO SÉ SI ME EXPLICO.
ME CAGO EN TODO, LOS CHICOS HAN VUELTO. DIOS.
¿Y LA PARTE DE LAS OLAS? ¿CUANDO SALE ZAYN NADANDO CON LOS MANGUITOS? ¡QUE ALGUIEN ME SUJETE, POR DIOS!
Y, llamado por una voz celestial, Louis acudió a mencionarme.
@ItsErii: Eri, te quiero, pero estás muy loca.
@Louis_Tomlinson: ¿DESDE CUÁNDO ESTÁS TAN BUENO? EH, NO, TÍO. A LA CAMA. YA.
SIN OVARIOS ME HALLO. NO SÉ VOSOTRAS CÓMO ANDÁIS.
ES QUE LOS COGÍA Y LOS ENCERRABA EN UNA HABITACIÓN Y HACÍA MIL DE ELLOS, Y NO CLONÁNDOLOS, PRECISAMENTE.
Los chicos empezaron a mencionarme, riéndose de mí y de que la fan que llevaba dentro hubiera sabido cómo hacer para superar las barreras a las que normalmente la sometía.
@ItsErii Nena, ¿todo esto te convierte en presidenta de nuestro club de fans, o algo? Me estoy asustando.
@Louis_Tomlinson mira tus mensajes directos.
@ItsErii vale :)
Entré en el perfil de Louis y rápidamente le escribí un mensaje.
-Tienes un polvo muy salvaje, Louis.
-Ya ves lo que hay. ;)
-Y Niall parece un Dorito.
-Lo sabemos. Lo embadurnamos en Doritos.
-JAJAJAJAJAJA, ¡SOIS MALÍSIMOS!
-Lo  sé JAJAJAJAJAJA ¿estás en Skype?
-No, ahora me conecto.
Corrí a abrir el programa y teclear la contraseña mientras Niall canturreaba algo de que quería presumir de mí delante de sus amigos, hacer que se rascaran la barbilla... Tamborileé con los dedos y bufé de satisfacción cuando por fin se abrió la ventana. Ni siquiera me dio tiempo a hacer una petición de videollamada, Louis fue más rápido. Acepté rápidamente, mesándome el pelo y esperando no tener un aspecto acorde con cómo me sentía: total y absolutamente desquiciada. Presentía estar asistiendo a un momento histórico. Seguramente lo fuera.
Ante mí apareció una imagen de un Louis con camiseta de tirantes, un poco de barba y el pelo echado hacia delante. Se lo echó para atrás, sonriendo, y sonrió en cuando me reconoció. Me mordí el labio y no dejé que dijera nada. Lo echaba muchísimo de menos, y necesitaba tenerlo cerca, cuanto antes mejor. Nunca era capaz de darme cuenta de cuánto lo quería, cuánto lo amaba, hasta que lo tenía delante, especialmente cuando no estaba en realidad frente a mí, sino tras una pantalla. La sensación de añoranza y vacío se multiplicaba por mil.
-Te follaba ahora mismo.
Se echó a reír. Distinguí las paredes de su habitación en el piso que compartía con Harry, el lugar donde había perdido la virginidad, entregándosela a él, meses atrás. Qué oportuno era tenerlo allí.
-Hazlo.
-No puedo. Ven.
-Ven tú.
-Me ha gustado el vídeo, por cierto.
-Lo he notado-me guiñó un ojo y yo hice una mueca.
-Eres un imbécil.
-Y tú eres preciosa.
Me encantaba cuando hacía eso, porque no sabía qué hacer. Me encantaba que me dejara desarmada, sin saber dónde meterme, recordándome que en el fondo le pertenecía de una manera en que no pertenecía a nadie.
-Te quiero.
-Yo más.
-Mientes.
-Para una vez que digo la verdad...-suspiró, mirando el móvil y sonriendo ante lo que vio allí. Luego, levantó la vista, y la calvó directamente en la cámara. Sin querer, estiré los dedos hasta tocar la pantalla del ordenador, deseando probar su boca. Sus ojos me quemaban el alma, por estar tan lejos y a la vez tan cerca-. Por cierto, feliz mesversario.

Recogimos las cosas de la parte de arriba del avión y salimos lentamente. Nos habían dicho que nuestra estancia en Ghana iba a ser muy dura, y no nos apetecía demasiado pasarlo mal porque a cuatro multinacionales estúpidas no les parecía un buen mercado el país africano, por lo que no se molestaban en enviar sus mercancías allí. Ni siquiera los residuos.
Pero estábamos ahí para cambiarlo.
Dejé la mochila en el todoterreno mientras los chicos se metían lentamente, en plan procesión, y Louis hablaba con el conductor. Nos había dado a elegir entre ir al hospital directamente, o visitar primero las escuelas, algo que me parecía totalmente estúpido, dado que por la tarde los niños no tendrían clase y el colegio al que íbamos a ir estaría vacío. Louis nos miró un momento, clavó sus ojos en Liam, que oteaba el horizonte como si la cosa no fuera con él, tal vez intentando encontrar una roca que se recortara contra él, una roca en la que un babuino estaría alzando a una cría recién nacida de león mientras todos los animales de la Sabana se inclinaban ante su nuevo príncipe. Zayn jugueteaba con una piedra en el suelo, preparándose para lo que iba a venir, algo contra lo que no podríamos luchar, y Niall miraba cada rostro que cruzaba su campo de visión, intentando memorizarlo. Empecé a mordisquearme las uñas.
-Al colegio-murmuró Louis, apenado porque ni siquiera habíamos visto a los críos y los habitantes del poblado al que íbamos a ir en general, y ya estábamos que no podíamos con el alma. Las vistas desde el avión habían podido con nosotros: cientos y cientos de kilómetros vacíos, en los que casas a medio construir eran consideradas mansiones por las que mucha gente mataría, literalmente, a varios miembros de su familia. Lo peor de lo que habíamos visto no era que la destrucción fuera la reina del lugar: era que ni tan sólo parecía haber rastro de un intento de civilización. Nadie les había ayudado a crecer. Y ellos no habían crecido, porque no podrían hacerlo solos.
Alguien me pasó una mano por el hombro y me lo acarició lentamente. Miré a mi derecha. Louis me observaba con unos ojos que gritaban soy tu hermano mayor, estoy aquí para cuidar de ti. Era la misma mirada que veían cada una de sus hermanas cuando necesitaban que alguien las protegiera.
-¿Estás bien?-me preguntó. Asentí con la cabeza, pasándome una mano por el pelo, echándomelo para atrás. Necesitaría una cinta para ver bien a los niños y transmitirles algo de felicidad.
-Sí-musité con un hilo de voz. Tragó saliva, me miró de arriba a abajo y se separó de mí para reunir a los demás. Liam se había cruzado de brazos, pensativo. Fue el último en venir al círculo y fundirse con nosotros.
-Tenemos que sonreír, aunque sea únicamente por los pequeños, ¿vale?-nos dijo Louis, no dejándonos escondernos, clavando sus ojos en cada uno de nosotros mientras hablaba, asegurándose de que escuchábamos sus palabras y las interiorizábamos como era debido. Pero yo no me podía concentrar en su discurso improvisado, no era  capaz de dejar de darle vueltas a lo mismo: Noe tenía en camino a un bebé en ese sucio mundo en el que niños con las mismas características no tenían las mismas posibilidades. Había niños que morían sin tener fuerzas ni para poder respirar. Había niños que perdían a todas sus familias y se quedaban abandonados en medio de una tierra inhóspita, condenados a vagar y conseguir alimentarse o a morir solos.
Los de Comic Relief nos habían dicho que no se nos ocurriera buscar información del país al que íbamos en Ghana. Y, como buena prohibición, la habíamos roto en cuanto llegamos a casa. Todavía recordaba haberme metido en Internet en el piso que compartía con Louis mientras él se desabotonaba la camisa que había llevado y se ponía una camiseta de los Boston Celtics, adquirida en nuestro primer viaje a Nueva York. Las tasas de mortalidad en el país y su escasa esperanza de vida nos dejaron helados. Y más nos intranquilizó la cantidad de niños que no conseguían sobrevivir a sus primeros años de vida.
-No quiero un hijo en un mundo así-me sorprendí diciendo en el coche, mientras las casas se sucedían tras de sí, en una rápida procesión avergonzada por su existencia. Los chicos se me quedaron mirando, todos a una.
-¿Cómo vas a evitarlo?-preguntó Niall, frunciendo el ceño y pasándose la lengua por los dientes. Desde que el dentista le había anunciado que en breves perdería los hierros que le rodeaban la boca, no paraba de acariciarlos con la lengua, intentando memorizarlos al máximo posible. Dudaba que, cuando se los quitaran, quisiera recordar cómo se sentía al tener algo pegado continuamente a los dientes, algo que no debería estar ahí pero que, a la vez, su desaparición no conllevaba nada bueno.
-Tal vez pueda... hablarlo con ella. Y pararlo antes de que sea tarde-me encogí de hombros, sin atreverme a establecer contacto visual con ninguno de los chicos. Louis jugueteaba con una moneda, le daba vueltas y más vueltas con los dedos, contemplando la cara y la cruz, como si esperara que fuera a cambiar por el simple hecho de que la estuviera mareando.
-¿Quieres que aborte?-preguntó Liam, inclinándose hacia delante y apoyando la cabeza en el hombro de Louis, que levantó la vista y la clavó en el horizonte al que nos dirigíamos. En el fondo, sospechaba que estaba total y absolutamente en contra del aborto. Crecer en una familia numerosa debía conllevar aquello.
Observé cómo la  nuez de mi amigo subía y bajaba mientras sus ojos buscaban algo más allá de lo que podían ver.
-No lo sé. Suena tan fuerte...
-Pero tú no quieres el bebé-replicó Louis, sin mirarme. Todos los demás se quedaron callados, esperando la tormenta cuyos rayos se adivinaban entre las colinas.
-No-admití-. No estoy preparado.
-Entonces-se giró y sus ojos nadaron en los míos. Me estremecí, sintiendo cómo el mayor de nosotros leía todos y cada uno de los pensamientos que me pasaban por la cabeza en ese instante-, díselo. Seguro que lo entiende.
-Es Noemí. Se largó lejos cuando se enteró de que estaba embarazada-le recordó Niall. Zayn sacó su eterno paquete de tabaco y nos preguntó si nos importaba que encendiera un cigarro. Todos negamos con la cabeza. Estábamos bastante acostumbrados al tema, y sabíamos lo bien que le sentaba a Zayn sentir la nicotina inundando sus pulmones.
-Técnicamente lo que hizo fue quedarse lejos-Liam se frotó los ojos y apoyó de nuevo la espalda en el asiento. Louis los miró a todos, se encogió de hombros y continuó dándole vueltas a la moneda entre los dedos. Fue entonces cuando se lo pregunté.
-¿Le pedirías que abortara?
Todos los ojos se clavaron en Tommo. Verdes, marrones, azules... todos estaban centrados en él, expectantes.
-¿A quién?
-A Eri-musité. Estaba claro que no se lo iba a pedir a Noemí; eso era asunto mío y, además, él nunca haría nada que pudiera dejar a mi chica embarazada. Ni darle esperanzas, tan sólo.
-Eri no haría eso-se encogió de hombros, pasándose una mano por el pelo y dejando la moneda en manos de Niall, que le dio vueltas, tratando de adivinar si era real o falsa.
-Si lo estuviera. Si se quedara embarazada. ¿Le pedirías que abortara?
Suspiró, cerró los ojos, pensativo, y sacudió despacio la cabeza, haciendo que sus ideas se cayeran de las estanterías de su mente, intentando decidir cuál era la correcta.
-Lo hablaría con ella.
-¿Y si no quiere?
-Sabéis lo que haría.
A Lou le gustaban los críos, le encantaban, los quería con locura, y sabía más o menos lo que era criar a alguien. Había visto cómo había que hacer para convertir no a uno, sino a cuatro bebés, en personas hechas y derechas. Había experimentado en primera plana el milagro de la vida.
Claro que Louis tendría el bebé.
-Te encargarías de él.
-Porque soy yo.
-No es porque seas tú. Es porque es lo correcto.
-Es lo correcto en mí, Harry-en su mirada había un sufrimiento sólo comparable al mío. Supe que sentía mi dolor como si fuera a él a quien le estuvieran poniendo en una situación tan difícil-. Sabes que lo que yo haría no se puede aplicar a nadie más que a mí y a Eri.
-En vosotros sería normal tener un hijo. Incluso ahora.
-Somos jóvenes.
-Pero te ocuparías de él.
-Si sucediera, sí. Pero si lo provocara ella, las cosas cambiarían. Mucho.
Asentí con la cabeza.
-Eso es exactamente lo que me pasa a mí.
-Yo no sé qué haría si Victoria se quedase embarazada a propósito-confesó Niall, pensativo. Liam se encogió de hombros.
-¿Qué más dará eso? Quiero decir, da lo mismo si lo hubiera hecho a posta, o si simplemente fuera un descuido. Lo importante es que hay una situación de la que queréis salir. Salís, y ya está.
-Si fuera Alba, ¿le pedirías que no tuviera el crío?-Louis se giró en el asiento, mirando al más sensato de todos, el mediano. Liam volvió a frotarse la cara.
-Seguramente no.
-Yo creo que el problema no es el bebé. El problema es que te mintió: se fue lejos cuando más la necesitabas y cuando más te necesitaba ella a ti, y simplemente esperó a que llegaras tarde para que no pudieras elegir.
-Podría haber elegido igual-respondí a Zayn,que había bajado la ventanilla para que el humo de su cigarro saliera-. Podría haberme quedado solo o quedarme con los dos.
-¿Y qué habrías elegido?
Se hizo el silencio en el coche.
-No lo sé-admití.
-Yo quiero mucho a Eri. Lo sabéis. Pero no sé si podría confiar en ella después de eso.
-Es que yo... ahora no sé de lo que es capaz Noe. No la creería capaz de esto.
-Pídele que lo pierda-murmuró Niall, clavando en mí aquellos zafiros irlandeses suyos.
-Ni siquiera es por el bebé, ¿a que no? Es porque ahora sabes que no puedes confiar en ella-Zayn volvió a dar otra calada.
-Nos incumbía a los dos-me excusé. ¿Tan malo era que me creyera con el derecho a saber que tenía un hijo en camino? No me parecía que fuera razón suficiente para que San Pedro me negase la entrada al cielo.
-Habla con ella, tío. Dile cómo te sientes. Cuéntaselo todo, incluso lo que nos estás diciendo a nosotros ahora.
-La destrozaré.
-Bueno, así no tienes que encargarte del pequeño estiloso, ¿no?-sonrió Louis.
-No tiene gracia, Lou.
-En realidad, si te paras a pensarlo, sí.
-Sí... si eres un puto sádico-asintió Liam, alzando el pulgar.
-Joder, Liam, que intentaba rebajar la tensión.
-Lo que más me cabrea es que ahora tengo más confianza incluso con Perrie que con Noemí.
-Ah, no, pues eso te lo miras. A mi Perrie no la tocas-me amenazó Zayn, alzando la mano en mi dirección, plantando la palma a escasos centímetros de mi cara.
-Zayn, ten cuidado, que le hace un bombo también-se burló Louis, echándose a reír. Le di lo más fuerte que pude en el brazo.
-No tiene gracia, Louis.
-¿No ves cómo me río?
-Igual te tengo que partir la cara para que dejes de reírte. Estoy hablando en serio, hostia-pero sonreí, a pesar de que luchaba por no hacerlo. No podía estar indiferente ante la risa de Louis. Si no te reías con lo que decía (lo cual era un síntoma de una enfermedad fatal que en varios días terminaría contigo), te reías con su risa.
Cuando me quise dar cuenta, el coche estaba lleno de carcajadas y pullas que nos lanzábamos los unos a los otros. Casi reventamos el coche cuando Liam le espetó algo a Louis sobre la facilidad que tendría de meterse en las bragas de su chica y Louis se puso serio de repente, mientras le aseguraba que como se atreviera a tocarle un pelo a Eri, lo mataría lentamente, no sin antes crear un par de clones para asegurarse alguien con quien ir a dar un paseo en bici si le apetecía y nadie más estaba por la labor de acompañarlo.
-¿Cuánto hacía que no nos reíamos así?-preguntó Niall, limpiándose las lágrimas que le caían a más velocidad que un deportivo por el rostro. Una nueva oleada de carcajadas le interrumpió.
-Mucho. No puede ser esto.
-Así me gusta, tíos. Tomándonos la vida con humor-Louis asintió con la cabeza, satisfecho. Nos miró con orgullo, uno por uno-. Mis niños.
Volví a reírme.
-Hablaré con Noe.
-Y le dirás todo lo que hemos hablado en este coche, porque eres así de guay-sonrió Zayn, que se había acabado el cigarro hacía ya bastante y que ahora no sabía qué hacer, después de tener la boca tan ocupada en reír.
-¿Creéis que cederá?
-Si no lo hace, haz lo que hago yo cuando quiero que Eri coma de mi mano.
-Eri ya come de tu mano-le recordé a Louis, poniéndole una mano en el hombro. Él asintió.
-Yo creo que es al revés-replicó Liam, sonriendo y chocando los cinco con Niall, que apenas podía hacer otra cosa que reír a carcajada limpia.
-Vete a la mierda, Payne. Que sepas que no te quieren ni en casa.
-¿Y tú no me quieres, Tommo?-lloriqueó, haciendo pucheros y frotando su mejilla contra el hombro de Louis.
-A ti ni agua. Bicho, que eres un bicho.
-Me están entrando ganas de suicidarme.
-Corre, hijo, corre.
-¡CORRE, FOREST!-bramó Niall, que apenas cabía en sí de tanta risa que le sacudía el cuerpo. En breves empezaría a hincharse y terminaría convirtiéndose en un dinosaurio, de esos del cuello kilométrico.
-Ruego una oración por la inteligencia de Niall-dije, limpiándome las lágrimas que me resbalaban por la cara. No podía creerme que estuviéramos hablando de esa manera en una de nuestros viajes oficiales, cuando se suponía que más serios teníamos que estar. Aunque, pensándolo bien, una buena dosis de felicidad nunca iba mal.-
-Era normal cuando lo compramos-Zayn le revolvió el pelo.
-Tiempo atrás-convine. Luego, miré a Louis-. ¿Qué le dices a tu nena?-alcé las cejas. Louis se echó a reír.
-Le digo mira, nena, ¿cómo me llamo? Busca mi nombre en la Wikipedia y alucina un ratito con lo importante que es la persona a la que te follas.
-¿Y ella qué te contesta?
-Que no tiene constancia de haberse tirado nunca al presidente de los Estados Unidos.
-Eri es Dios reencarnado en mujer.
-Eri lo que es es el demonio-protestó Louis, mordiéndose el labio y mirando la pantalla de su móvil, en la que aparecía su novia a su lado sonriendo a la cámara.
-Creo que Eri es muy nueva ídola-sonrió Zayn-. Cualquiera que vacile a Louis es mi ídolo.
-Vete a la mierda un rato.
-¿Y tú no le dices nada?
-A veces no le contesto, otras le digo que como me toque mucho los huevos le pongo los cuernos, y otras veces simplemente me echo el pelo para atrás y me río mientras ella se sujeta para no violarme.
-No es una violación si queréis los dos.
-Como el día del estreno de Kiss You-se rió Liam. Louis lo miró de arriba a abajo.
-Envidia que tienes de que a mi chica se la sude cuánta gente la vea ponerse cariñosa.
-Fue genial. ¿O me vais a decir que no? Y a las fans les encantó-sonreí, recordando cómo se habían puesto las Directioners con los tweets de Eri. No eran especialmente cariñosas con las chicas, pero, cuando vieron cómo se ponía Eri con el vídeo, cómo ella era una Directioner más cuando había eventos importantes, no dudaron en defenderla de la gente que criticaba que diera su opinión de una forma tan expresiva. Había sido bonito ver cómo las demás saltaban todas a una defendiendo a alguien que tal vez no les cayera bien, especialmente por con quién estaba.
-Lo cual demuestra que, cuando las chicas quieren ser simpáticas, pueden serlo de sobra.
-Estoy orgulloso de cómo reaccionaron-confesó Niall, mirando por la ventanilla.
Una aldea apareció por el parabrisas, el conductor nos dijo que estábamos muy cerca. Me revolví en el asiento.
-¿Cómo estarán?
-Bien-Lou se encogió de hombros, desbloqueando el teléfono-. Siempre están bien.
Iba a echar de menos a las españolas y a la galesa. Terminabas acostumbrándote a tener una presencia femenina a la que recurrir cuando estabas mal.
Y estábamos a punto de ponernos muy mal.
El todoterreno recorrió el poco camino que quedaba sumido en un silencio sepulcral. Como el conductor vio que no comentábamos nada, decidió hablar un poco con nosotros, decirnos cómo era la situación que íbamos a ver. Se suponía que nos quedaríamos en Ghana un par de días, tres a lo sumo, si la grabación era lenta y queríamos conocer más a fondo la zona a la que íbamos. A mí no me apetecía mucho ver cómo funcionaban las cosas allí, tenía miedo de encontrarme con algo demasiado doloroso.
El todoterreno fue aminorando la velocidad, y, nada más entrar en el poblado, cuando las casas nos rodeaban por ambos lados, decenas de niños salieron a nuestro encuentro, bien porque éramos quienes éramos, bien porque simplemente les gustaba correr tras los coches.
Se detuvo en un pequeño descampado. Abrimos las puertas y saltamos abajo. Los niños se nos quedaron mirando, curiosos.
Una chica rubia se acercó hasta nosotros con un pequeño en brazos, enganchado a ella. Saludó a nuestro conductor y luego se dirigió directamente a nosotros.
-Bienvenidos, chicos-sus dientes eran casi tan blancos como los de la población negra que la superaba en número. Nos tendió la mano libre, que fuimos estrechando uno por uno-. Gracias por venir.
-Gracias a vosotros por darnos la oportunidad-replicó Liam. Todos asentimos con la cabeza. Louis se moría de ganas por coger a un crío en brazos, se le notaba en la mirada. La chica debió de notarlo.
-Soy Susan. Ellos... bueno... son demasiados para que os los presente. Pero os han preparado algo. ¿A que sí, niños?
Los chicos bramaron a coro un ¡sí! perfectamente sincronizado, levantando los brazos de pura emoción, igual que una ola chocolate. Sonreí.
Parecía mentira la diversidad de rostros. Tenían el mismo tono de piel, se parecían entre sí, pero sin embargo eran todos muy diferentes los unos de los otros, únicos en su especie. Los más valientes fueron los primeros en acercarse y tomarnos de la mano, llevándonos hacia la escuela, mientras los más tímidos se quedaban a una distancia prudencial, observando nuestros movimientos. No necesariamente los más lanzados eran los mayores ni los más pequeños; cada uno respondía a un tipo de comportamiento.
Susan siguió a la marea humana dentro de un edificio bajo lleno de sillas con sus mesas incorporadas. Al fondo de la sala había una pizarra en la que se podían leer varias frases sencillas en nuestro idioma. Nos indicó con un gesto que nos pusiéramos delante, y, poco a poco, fue haciendo a los niños entrar en sus aulas y quedarse en silencio, a la espera de que nosotros dijéramos algo.
-Louis-cuchicheamos los otros cuatro a la vez, mirándolo. Louis suspiró, se adelantó un paso y saludó a su clase. Los niños contestaron un educado buenos días, tan a coro como el primer sí.
-Vale, pequeños. ¿Quién de aquí nos conoce? ¿Alguien sabe alguna canción?-preguntó Louis, acercándose a una mesa y sentándose en ella. El niño que tenía delante lo miró con ojos como platos.
Alguien al fondo de la clase levantó la mano.
-Dime, guapísima.
La chica se ruborizó.
-Vosotros cantasteis hace poco en la tele. Salís mucho.
-¿Sabes cómo nos llamamos, preciosa?-preguntó Liam. Un murmullo general se extendió por la clase, nadie se atrevía a decir nada. Sonreí a los niños, animándolos en mi fuero interno a que contestaran.
-Nosotros somos One Direction-murmuró Zayn, colocándose la gorra-. Hemos venido porque queremos ayudaros, y queremos ayudar a otros a que os ayuden.
-¿Cómo?-preguntó el niño que tenía delante a Louis. Él le sonrió.
-Es fácil-respondió Niall-. Estamos aquí para hacernos amigos. Ser amigos es bueno, y ayuda mucho. ¿Sois todos amigos?
Los niños que se llevaban mal se miraron los unos a los otros, queriendo hacernos saber que no estábamos en el país de la piruleta, donde todo el mundo era amigo de todo el mundo, y las cebras salían de paseo, cogidas de la mano con los leones.
-Eso está muy mal, niños. Muy mal. Tenéis que llevaros bien entre todos-les dije. Todos se me quedaron mirando, sentí cómo se me secaba la garganta. Miré a Louis.
-Vamos a ver, ¿quién ha hecho los deberes hoy?-preguntó, mirando a todos los niños, que empezaron a chillar a la vez, levantando la mano-. ¿Nadie?
Los niños chillaron más fuerte. Los Liam, Zayn, Niall y yo intercambiamos una mirada divertida. Estaba claro que Tommo sabía manejar a los críos.
-¿Quién quiere salir a la pizarra a corregir sus deberes?
Los gritos se hicieron más fuertes; algunos padres se asomaron para ver qué pasaba, a qué se debía todo aquel alboroto. Cerré los ojos, sin poder creerme que estuviéramos allí realmente. Íbamos a ayudar a aquello niños, que se merecían las mismas oportunidades que nosotros, pero que tenían que conformarse con ser los "afortunados" que se levantaban cada día, que habían burlado a la muerte, quien los espiaba de noche y decidía llevarse a algunos cuando menos se lo esperaban.
Louis señaló a una niña del fondo, que parecía demasiado tímida para levantar la mano más alto que los demás. La clase entera se giró para mirarla mientras su profesora habitual contemplaba lo que hacíamos con una sonrisa de satisfacción en los labios.
-Tú, preciosa, ¿cómo te llamas?
La niña murmuró algo.
-¿Cómo?
-Mercy-dijo la niña, un poco más alto. Louis le hizo un gesto.
-¿Quieres salir tú?
Ella se encogió de hombros, se levantó y cogió un papel. Se acercó despacio a nosotros.
-¿Qué teníais que hacer para hoy?-le pregunté, inclinándome hacia ella para ponerme a su altura. Me tendió el papel.
-La profe nos dijo que teníamos que escribir una especie de carta.
-¿Una carta?
-Sí-asintió la niña, no muy segura de lo que decía-. Para vosotros. Ayer nos habló un poco de vosotros.
-¿Y qué os contó?
-Bueno, que sois muy simpáticos, y que veníais porque queríais ayudarnos-la pequeña se encogió de hombros, dándome la hoja de papel-. Nos dijo que escribiéramos una carta para daros las gracias, y daros la bienvenida.
Liam sonrió.
-¿Todos tenéis la carta?
Los niños asintieron.
-Dádnoslas. Las leeremos. Ahora vamos a hacer una clase más divertida. ¡Nada de lengua, ni cosas de estas! ¡Música!-clamó Niall, alzando los brazos. Los niños gritaron de emoción. Rodeé la cintura de Mercy y leí su carta, en la que nos daba las gracias por llevarles un poco de "luz europea" a un lugar tan oscuro como su aldea. Le besé la mejilla a la nena, que se puso colorada bajo su piel color café.
-Vale, chicos, vamos a hacer una cosa. Vamos a coger todas las sillas y las ponemos hacia atrás, ¿os parece bien?-preguntó Liam. Sin necesidad de que dijera nada más, los pequeños se levantaron y corrieron a amontonar sus mesas en la parte de atrás.
-¿Sabéis algo de la canción de este año de Comic Relief?
Un  niño levantó la mano.
-Dinos.
-¿Qué es Comic Relief?
-¡Isaac!-bramó su profesora, incrédula, pero nosotros nos echamos a reír.
-Son los señores que quieren ayudaros. Los que nos han dicho que necesitabais ayuda, así que son un poco... la causa de que estemos aquí-sonrió Zayn, acercándose al niño y colocándole la gorra. Todos los chicos lo miraron con envidia; querían una gorra. Deberíamos haberles llevado gorras.
-El caso, pequeños-dijo Louis, y todos los ojos se centraron en él-, es que nosotros somos los encargados de hacer la canción de este año. Se llama One Way Or Another. Y queremos que salgáis en el vídeo con nosotros.
Decenas de bocas se abrieron lo más que pudieron.
-¿De verdad?
-Claro, tesoro-Niall le revolvió el pelo a una niña-. Todo esto es por vosotros.
-¿Os apetece?-preguntó Louis, sonriendo, pues sabía la respuesta. Claro que les apetecía.
Los niños chillaron, se levantaron de sus asientos y se acercaron a nosotros, obedeciendo en lo que les pedíamos. Se juntaron todos para poder salir en el vídeo, y empezamos a grabar. Después salimos fuera, jugamos con los pequeños, y con algunos que ya no eran tan pequeños, al fútbol, y a muchos juegos más que nos quisieron enseñar. Nos lo pasamos en grande, e hicimos muchos amigos. Después, los chicos nos fuimos separando. Louis se hizo con un pequeño grupo a los que no paraba de hacer reír, mientras Niall enseñaba a otros niños a tocar la guitarra, y Zayn dejaba que un grupo de niños le tocaran los brazos, pues no entendían que eran aquellas extrañas marcas a las que él llamaba tatuajes.
Liam y yo contemplábamos las escenas de nuestros amigos: Louis cogiendo a un niño y sentándolo en sus rodillas, haciéndole reír a base de sacudirlo, Zayn dejando a los pequeños coger su gorra y ponérsela, y Niall haciendo rular su guitarra y aplaudiendo a pesar de que las notas que nuestros nuevos amigos tocaban no eran demasiado buenas. Pero sonaban a esperanza, y nos alegrábamos de llevar esperanza allí. Unas niñas se acercaron a Liam y a mí y nos preguntaron sin queríamos jugar con ellas. Cedimos, porque aquellas sonrisas eran las más bonitas que habíamos visto nunca.

Nada más entrar en el hospital supe que deberíamos haber seguido el trayecto inverso; ir primero allí y luego al colegio, y conocer todo lo demás a continuación. Que la imagen más reciente fuera la de los niños sonriendo, chillando y correteando por todas partes, no la de bebés postrados en camas, demasiado débiles para levantar la cabeza y echar un vistazo al mundo que les rodeaba, que apenas conocían. Bebés postrados en camas esperando con sus madres a su lado una medicina que no llegaba, una muerte que acabara con aquel suplicio, algo, lo que fuera... Deberíamos haber dejado a los niños más afortunados y felices para el final para recordar más la parte pura de Ghana, no la oscura, la triste. Las risas deberían haber seguido a los llantos y los suspiros jadeantes, luchando por un poco más de oxígeno, de vida, y no al revés. Partía el corazón aquella escena,  y necesitaría otra dosis de vitalidad afortunada para combatir la penuria de aquel lugar.
Y, sin embargo, sentía que habíamos acertado. Así lucharíamos más por los pequeños, y convertiríamos aquella destrucción en vida con más fuerza y ahínco.
Cuando la mañana había avanzado, habíamos pasado de la escuela a los campos en los que intentaban ganarse el sustento los padres de algunos de los niños con los que habíamos estado, o incluso sus hermanos mayores. La imagen de Zayn contemplando el vertedero, sin poder creerse lo que veía, y quitarse la gorra cuando se acercó a un hombre para darle la mano, recordándome tanto a quien se quita la chistera cuando asiste al funeral de alguien muy querido, permanecería grabada a fuego en mi memoria.
-Encantado, yo soy Zayn-había dicho mi amigo mientras los demás mirábamos alrededor. Louis seguía siendo un imán para los críos, la mayoría de los que estaban allí trabajando se habían acercado a él, seguramente porque ya había ganado buena fama por las risas que consiguió extraer de los tiernos corazones de los más pequeños del poblado. Iluso de mí, había pensado que lo del vertedero sería de las peores cosas que iba a ver en Ghana. Había sido de las peores cosas que había visto en toda mi vida: al fin y al cabo, ver cómo alguien que revolvía en la basura, que ni siquiera era de sus vecinos, tan sólo para conseguir un par de dólares al mes, arriesgando su salud, dolía en el alma. Mi corazón se rompía cada vez que miraba a alguien que se afanaba en encontrar algo de provecho en todos esos restos que estaban destrozando su ambiente... porque en Europa nos negábamos a reducir los desperdicios, a quedarnos con ella. Para Europa, África era el contenedor de basura al que se bajaba cada mañana con una bolsa llena a rebosar, al que se lanzaba esta bolsa, y que nunca parecía tener fondo, pues de noche un camión se encargaba de recoger los deshechos para seguir con el ciclo de contaminación que habíamos creado y con el que tan a gusto nos sentíamos.
Mis ojos se habían llenado de lágrimas, me las había limpiado rápido, pero, al no haberlas derramado, éstas seguían expectantes, esperando para salir. Y eligieron el hospital para hacerlo.
Dado que Comic Relief nos había encargado que consiguiéramos fondos para los tratamientos para los niños, especialmente la malaria, nos habíamos centrado en los niños. Alguien había sugerido ir a ver a los adultos, pero yo no quería ver más, no estaba preparado para ver más. Bastaba con todo lo que tendría que ver esos días.
Tragué saliva y me senté al lado de una cama en la que un niño con una cabeza desmesuradamente grande para su raquítico cuerpo se esforzaba por mirar a todas partes a base de girar los ojos en sus órbitas. Parpadeaba muy lentamente. Liam se quedó a mi lado, apoyado en la cortina con la que las enfermeras separaban a un paciente de los demás. Una mujer que bien podría tener 30 años pero que aparentaba 300 le acariciaba despacio la mano al bebé. Supuse que sería su madre. Sonrió al pequeño con infinita ternura. Era realmente guapa.  El niño era realmente guapo. Todos los que vivían en aquel país eran muy guapos, tanto por dentro, como por fuera.
-¿Cómo se llama el pequeño?-pregunté con un hilo de voz. Volvían a picarme los ojos, pero esta vez, con más fuerza que en el vertedero. Atrás quedaban ya los instantes de risas con los niños con los que jugaba, atrás la foto de grupo que nos habíamos hecho todos juntos, la conga que habíamos bailado para el vídeo...
Una de las cámaras que nos acompañaba para documentar nuestra visita y demostrar al mundo cómo se vivía realmente allí entró. El cámara se nos quedó mirando, nos contó, y, al darse cuenta de que sólo éramos tres, preguntó por Zayn y Niall.
-Están en otra habitación-dijo Louis sin apartar los ojos de otro bebé, que, al igual que el mío, apenas se movía. Tan sólo su pequeño pecho luchaba por ir arriba y abajo, arriba y abajo, repitiendo su ritmo como si de una canción céltica se tratara. Tenía las plantas de los pies más blancas que yo.
-Se llama Joseph-respondió la mujer. Detrás de mí, Louis pidió permiso a la madre del bebé para tocarlo. La mujer se lo concedió. Louis le preguntó qué tal estaba.
-Está muriendo.
-¿Eres tú su madre?
-No.
-¿Dónde está su madre?
-Ha muerto.
Me giré justo para ver cómo Louis bajaba la mirada para contemplar al pequeño, tan joven, tan desprotegido, que ya era huérfano de madre. Louis tragó saliva y le acarició despacio la cabeza. Al bebé parecía gustarle.
Por la expresión de mi amigo supe que estaba luchando por no meterlo en una mochila y salir corriendo a llevarlo a Londres, tratar de curarlo, devolverle la vitalidad y conseguirle una nueva madre.
La primera lágrima de muchas se deslizó por mi mejilla. Me limpié con la muñeca y volví al paciente que compartía con Liam.
-¿Cuántos años tiene?
-Apenas llega al año.
-¿Y cómo está?
Liam era el que hablaba, yo simplemente callaba y escuchaba. No me daba para más. Me costaba incluso respirar. ¿Cómo podía nadie permitir que niños inocentes pasaran por eso?
-Necesita medicamentos. Antes los tenía, y mejoró bastante, pero ahora...-negó con la cabeza.
-¿Y el hospital no se los da?
-No llegan. No hay dinero para los medicamentos. Hasta hace un par de meses, teníamos aquí una ONG, pero cambió su destino.
Parpadeé.
-¿Cuánto valen sus medicamentos?
-Cada vacuna cuesta alrededor de 30 mil cedis.
Liam y yo intercambiamos una mirada.
-¿Tan caras son?
-Tan sólo son 5 libras-replicó Zayn, que se había apoyado en la puerta. También estaba llorando, aunque no tanto como yo. Luchaba por mantener el gesto serio. Era probable que se sintiera tan mal como yo por estar llorando: los niños estaban muriéndose, y simplemente miraban a su alrededor, con unas expresiones que ya no tenían miedo. Le acaricié la mano al pequeño. Sus ojos negros como la noche se clavaron en mí.
-Cómo puede nadie estar haciéndote esto...-susurré, besándole la mano. La madre permaneció impasible. Tanto tiempo de sufrimiento y de dureza, de que el mundo tratara tan mal al fruto de tu vientre, acababa pasando factura y endureciendo el carácter.
Zayn se marchó de allí, y la cámara lo siguió. Le había dicho algo de ven conmigo, porque esto es ridículo, nadie debería morir porque le faltasen 5 libras.
Me levanté despacio y me acerqué a otro niño, esta vez mayor. Yacía también tumbado sobre su cama, que se había inclinado ligeramente en la parte de arriba. Apenas pudo mantener la vista en mí. Respiraba con dificultad. Las enfermeras no se acercaban a él, no se acercaban a ningún crío, pero a nosotros no nos importaba. Estábamos allí para ayudarlos, e íbamos a ayudarlos, costara lo que costase. Yo mismo les daría mi propia salud. Vivir casi 19 años era vivir muchos años, sobre todo en un país como aquel. Tenía que buscar en Internet cuánto era la esperanza de vida, pero seguro que era muy baja, seguramente, si fuera ghanés, ya habría pasado la mitad de mi vida. O, al menos, así parecía por lo que habíamos visto en esa parte del país. Deseaba fervientemente que nos hubieran llevado a la peor parte para meternos el miedo en el cuerpo, pero sospechaba que realmente no era así.
El niño me sonrió. Le devolví la sonrisa.
-No me duele-dijo con una voz de ultratumba. Le cogí la mano y se la apreté, muy despacio, temiendo romper sus delicados huesos-. No me duele, no llores.
-Os ayudaremos. Os pondréis bien.
-No vamos a salir de esta. Casi nadie sale.
-Vosotros sí.
Cerró los ojos. Su pulso se ralentizó despacio.
-No se está tan mal. No después del dolor.
-¿Te duele?
-Echo de menos a mamá-suspiró despacio, cada vez le costaba más hablar. Noté cómo el silencio se iba apoderando poco a poco de la sala, anticipando algo que yo aún no veía venir.
-Seguro que viene a verte pronto. Espérala.
-Estoy cansado de esperar.
Pasé un dedo por su mejilla. Mis manos parecían todavía más grandes, comparadas con su pequeño cuerpecito.
-Vendrá a verte pronto.
-¿Cómo te llamas?
-Harry-susurré. Cerró los ojos, saboreando mi nombre, procesándolo como quien procesa la fórmula matemática más larga.
-Dile a mamá que papá me cuida, Harry. Y que la quiero-abrió los ojos, y se me quedó mirando.
Rompí a llorar.
Tuvo los ojos abiertos, sin cerrarlos, durante los cinco minutos que tardé en cerrárselos yo mismo.
Acababa de ver morir a un niño inocente delante de mí sin poder hacer nada para evitarlo.

Liam se inclinó en el balcón, contemplando las luces que se distinguían muy a lo lejos. Tenía las manos cerradas en un puño. Aún sentía sus brazos rodeándome, apartándome del joven cadáver y acunándome mientras me instaba a dejar de llorar, me recordaba que el niño estaría en un lugar mejor... pero a mí me jodía mucho que pusieran por delante un billete en el que salía nuestra reina a la vida de un niño cuyo único pecado había sido nacer con una enfermedad que se podía curar con los medios adecuados. Louis me había cogido y me había sacado fuera. Cuando estábamos volviendo a entrar, Niall salía hecho un mar de lágrimas. Estaba con una niña que también había parecido morirse, pero al final sólo se había desmayado. El mío no había corrido tanta suerte.
-Ni siquiera sabía su nombre-había balbuceado, apoyándome en  el hombro de Louis y empapándole la camiseta con mis lágrimas. Louis me acarició despacio.
-Ahora estará en un lugar mejor.
-¿Por qué pasa esto? ¿Por qué la gente mala sigue por ahí y esos niños no...?
Louis se separó para mirarme.
-Ojalá pudiera contestar a esa pregunta, Hazza, ojalá pudiera contestarte.
Y le dije que no pensaba traer un niño de mi sangre a ese mundo hasta que esa situación no se hubiera solucionado. Me miró, triste, y contestó que entonces podía ir preparándome para no tener hijos en la vida. Sólo nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos podrían cambiar aquello.
-De repente me parece una gilipollez que me paguen por cantar-dijo Liam, negando con la cabeza y apretando aún más los puños, hasta tal punto que sus nudillos se volvieron blancos.
-Damos esperanzas, Liam-llevaba todo el día repitiéndome ese mantra, hasta el punto de que llegué a comenzar a creérmelo. Ya lo tenía tan interiorizado que podría recitarlo en sueños. Tal vez incluso soñara con ello.
-No salvamos vidas-gruñó Liam, negando con la cabeza y bajando la mirada a la calle y la gente que paseaba por ella. En aquel 2º piso las personas se distinguían bastante bien.
-Sí... algunas sí.
Aquella a la que habíamos salvado tenía nombre. Y estaba en casa. Y estaba sana gracias a nosotros... aunque también había enfermado por culpa nuestra.
-No tantas como esos médicos que no tienen dinero ni para atender a sus pacientes. ¿No es muy injusto, Hazza? ¿No es injusto que podamos cambiar de móvil cuando nos dé la gana, las veces que nos dé la gana, que tengamos varios coches, varias casas, simplemente porque cantamos bien, y que estos médicos no tengan recursos?
-Podemos cambiar eso.
Lou sabía convencerte si se lo proponía.
-Las cosas así hacen que pierda la fe en los humanos.
-La recuperaremos. Los cinco. Juntos.
Me habría gustado decirle que habíamos pasado por situaciones peores, pero en realidad nunca había visto morir a nadie ante mis ojos. Las películas no te preparaban para eso; por muchos intestinos que vieras desparramados por el suelo de una carretera, seguían estando metidos en una pantalla, y tú sabías que aquello no era real, que la persona se había levantado en el rodaje y había recogido un bocadillo y lo había devorado como alguien que estaba vivo. Nadie te preparaba para que un niño se te quedara mirando y supieras en el momento exacto, sólo mirándole a los ojos, cuándo había dejado de contarse entre la población para pasar a engrosar la tasa de mortalidad. Nadie te preparaba para sentir los brazos de la muerte llevarse un alma que estaba a tu lado, que podría incluso reconfortar la tuya, ni nadie te preparaba para saber a qué olía morir. Ni lo que dolía.
Me brincó el estómago. No había probado bocado en todo el día, ninguno había comido, apenas. Sólo un par de galletas los que más habían podido meterse entre pecho y espalda. Y lo peor había sido que al final, todos habíamos llorado. Daba miedo cuando también el mayor de nosotros lloraba. Pero éramos humanos. Simpatizábamos con los demás.
Sentíamos su dolor.
En nuestras manos estaba cambiar la situación. Lucharíamos por cambiarla hasta romper nuestras espadas, destrozar nuestros escudos y quedarnos desarmados esperando la estocada final, la que acabaría con nosotros. Terminaríamos reuniéndonos con el niño del hospital, con la madre del niño de Louis, pero nosotros podíamos hacer que el resto de la gente tardara más en unirse a ellos.