domingo, 30 de marzo de 2014

Canta el pueblo su canción

nadie la puede detener.
Esta es la música del pueblo
que no se deja someter.


Barcos. Cadenas. Trajes de época. Presos. Carceleros. Obispos. Obreros. Prostitutas. Rebeldes. Hijas. Madres. Padres. Amantes. Amor no correspondido. Libertad. Justicia. Injusticia. Huidas. Llegadas. Tabernas. Barricadas. Palacios. Bodas. Funerales.
París.
Los miserables.
Crees que por ver una película de musicales ya eres un experto en el género, pero te diré algo: no hay nada que pueda compararse a la voz de un actor elevándose hasta notas que ni sabías que existían, frente a ti, usando únicamente su garganta y los instrumentos de la orquesta para que se te pongan los pelos de punta, ni hay nada que se compare con ver la acción en primera persona, teniendo el escenario al alcance de los dedos, que el humo te ciegue y te piquen los ojos, que la pólvora inunde el ambiente, que las explosiones te sobresalten, que la música haga vibrar las paredes de todo el teatro.
Ni ver morir a alguien frente a ti para que se te salten las lágrimas.
No son musicales. Son magia.
Y cada día estoy más segura de qué es lo que mueve el mundo.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Es cosa del apellido.

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Eri entró en su habitación como si fuera la dueña y señora del universo, con el andar de alguien que había creado algo tan grande que aún no era capaz de comprenderlo, pero que sí conocía la envergadura de su talento.
Levantó una bolsa de comida basura que traía colgada precariamente de los dedos, sonrió en dirección a su marido, y suspiró cuando se dio cuenta de que no le estaba prestando la más mínima atención.
Louis se había tirado en la cama como había cuadrado, sin ni siquiera ponerse a pensar en si estaba en su lado o en el de ella, y se había colocado el brazo por detrás de la cabeza, apoyando todo el cuerpo en el colchón a modo de almohada. La película de acción que estaban echando en el canal Hollywood, longevo como pocos en aquella isla gigante, lo tenía totalmente ensimismado, de tal manera que a duras penas conseguía parpadear. No quería perderse absolutamente nada.
Eri se desplazó hacia él con movimientos sensuales, más para curar su orgullo herido que para arrancar de él una mínima respuesta. Tiró la bolsa encima de su vientre y alzó la ceja cuando Louis se giró un único segundo a mirarla. Luego, volvió la vista a la pantalla, ignorando su vientre plano, que se asomaba ligeramente sobre su camiseta, sus caderas redondeadas, donde sobre una reposaba una pequeña L, símbolo del amor que sentía por aquel que ahora no le hacía el menor caso. Llevaba el pelo recogido en un moño, controlado en la cabeza con un pañuelo rojo que hacía las veces de corona con su pequeño lazo, anudado a un lado del rostro de la mujer, a modo de las bandanas que Harry solía llevar cuando eran jóvenes.
Los pantalones colaboraban con ella para buscar la atención de aquel cuya opinión era la única que importaba para ella, pero Louis no parecía estar por la labor de admirar cómo la goma de aquel pantalón, híbrido entre pijama y chándal, lamía la piel de su esposa con la lujuria que a él le faltaba. No podía detenerse a admirar las suaves curvas que cubrían a un cuerpo que le pertenecía casi tanto como el propio, porque un actor que llevaba años muerto era demasiado importante y conseguía atraer demasiado la atención como para osar, si quiera, en pensar en desviarla.
-Louis-dijo ella por fin, molesta porque se le pasara tan por alto y sus esfuerzos por brillar se apagaran antes incluso de encenderse. Louis levantó una ceja, bufó al aire y siguió sin moverse.
Ella se colocó delante de la tele, y él se limitó a gruñir en silencio e inclinarse para poder ver.
-¿Apago la tele?-amenazó la española, notando cómo la rabia le subía desde la punta de los dedos hasta la cabeza, quemándolo todo a su paso, incluido aquel vientre que no era el de una cuatro veces madre, sino el de una quinceañera. Se preocupaba demasiado por mantenerse en perfecta forma por terror a que su marido la abandonara como para que ahora él se atreviera a pasar de ella.
Louis puso los ojos en blanco.
-¿Me vas a dejar por lo menos acostarme? Estás en mi lado de la cama.
-Quítate de en medio-respondió él, pero obedeció sin pretenderlo si quiera. Era una especie de pacto secreto que tenían entre los dos: las discusiones, si se daban, de una en una, y por temas concretos. Lo general llevaba al desastre por buscar siempre algo en lo que los dos podían no coincidir (y, de hecho, no lo hacían casi nunca).
Ella le pasó una pierna por encima, se apartó un mechón de pelo de la cara, y sintió cómo su interior florecía en una sonrisa cuando Louis no pudo resistirlo más y volvió sus ojos sobre el cuerpo de la que ahora era una mole desplazándose sobre él. Louis sonrió, contemplándola sobre él, y se apartó un poco más para que llegara a su lado de la cama, divertido porque cada noche las cosas se repetían: a Eri no le gustaba nada destaparse mientras dormía. Lo odiaba tanto que se aseguraba de haber metido a conciencia las mantas con las que iba a dormir debajo del colchón, entre éste en la cama. Luego se las apañaba para meterse entre las mantas y el colchón y conseguir dormir.
Como a Louis le daba igual destaparse, tanto se movía, habían llegado al acuerdo tácito de que ella se metería en la cama por el lado en que él iba a dormir, con el único propósito de dejar su lado intacto.
Una vez terminó su trabajo de sobrevolar a su marido, se tumbó a su lado y abrió la bolsa de bollería industrial, con más colorantes que una pintura del siglo XVIII, y se metió un par de nachos en la boca. Le tendió uno a Louis, que, demasiado preocupado por no perderse un sólo movimiento del actor, se limitó a abrir la boca y tantear hasta que encontró lo suyo.
-Es una lástima que haya muerto en aquella película.
-Sí, sobre todo por lo mala que es porque él no está. Es una auténtica pena-asintió Eri, clavando los ojos en la televisión y decidiendo dos segundos después que se aburría, mucho.
Demasiado.
Besó a su marido en el pecho, buscando la manera de abordar el tema tan delicado que tanto la preocupaba de manera que él se posicionara, sin saberlo, a favor de la posición que no iba a defender.
-Quiero que hablemos-musitó mientras le besaba el pecho, acariciándole el cuello con la yema de los dedos. Louis se giró un segundo, la miró, la besó, y luego volvió a la televisión. Le pasó el brazo por detrás de la cabeza y la pegó contra sí. De esa forma estaban más cerca, lo que satisfacía a ambos, y a ella le era más difícil distraerlo, lo que gustaba a uno y a la otra no hacía gracia.
-La película está a punto de acabar.
-¿Cuando termine sin falta?-sugirió, y aquella sugerencia fue tan fuerte que se consideró como una orden en toda regla. Louis asintió con la cabeza, contento de que por fin pudieran estar con él sin molestarle. Eri se limitó a acurrucarse contra él y esperar.
Esperar a que el bueno de la película matara a todos los malos de la fortaleza construida con dinero robado pro el malo malísimo de la película.
Esperar a que el malo creyera haber ganado y le soltara un discurso memorable, de esos que los adolescentes querían tatuarse en la espalda pero luego nunca tenían valor a hacerlo.
Esperar a que el bueno demostrara al otro lo equivocado que estaba y le friera, literalmente, los sesos a balazos.
Esperar a que el bueno rescatara a la chica, la sacara de su prisión y la pareja se fundiera en negro mientras las proposiciones de sexo se recompensa flotaban en el ambiente.
Cuando los créditos empezaron a desfilar por la pantalla en orden ascendente, se sorprendió de haber devorado la mitad de la bolsa. No se había dado cuenta tampoco de cómo agarraba la mano de su marido, aprisionando sus dedos con los suyos, de tal forma que las alianzas que tanto le gustaban se marcaban en su piel con dureza.
-Habla.
-¿Qué película van a echar ahora?
-Querías verla. Ahora, habla-espetó Louis, impaciente, incorporándose lo justo para poder aprovechar los recursos de la bolsa.
-Me preocupa lo de Diana.
Él se echó a reír. Sabía que la conversación iba a tomar ese rumbo, y la verdad era que no le gustaba lo más mínimo.
-Ya hemos hablado de ello, Eri. Serás una buena madre.
-No es eso lo que me preocupa. Es lo que conlleva-murmuró ella en un tono que no pretendía ser misterioso. Los niños llevaban mucho tiempo dormidos; Tommy había cogido la costumbre de dormir con los auriculares puestos, seguramente escuchando algún partido de fútbol o alguna radio que asegurara no poner publicidad jamás, pero que acababa colando los anuncios entre canción y canción, como quien no quería la cosa, por lo que no tenían que preocuparse de hacer ruido o no.
Louis alzó una ceja, molesto por tanto secretismo. Quería dormir. O tener sexo.
No quería que le pidieran que descodificara mensajes enigmáticos, en los que su mujer era toda una experta.
-¿Que es, amor?-animó.
-Tendremos una responsabilidad demasiado grande. Tenemos que hacerlo bien no sólo por el bien de la cría (lo cual ya asusta bastante), sino porque es un favor que nos han pedido Harry y Noemí, y... no podemos fallarles. El caso-decidió resumir, incorporándose y poniéndose de rodillas. De repente su ombligo se convirtió en el centro del universo de Louis, ya que éste bajó la vista y luchó por contener una sonrisa. Falló la batalla, pero ella decidió ignorar y seguir, las piernas bajo el cuerpo, como si estuviera meditando-, es que si aceptamos esto, tendremos que aceptar una serie de cosas en las cuales no hemos pensado.
-¿Qué te preocupa?
-Obviamente, no es el dinero-meditó ella.
-No, por eso no tienes que hacerlo-replicó él. Millones de libras esperaban en el banco a que alguien creyera que era un buen momento para moverlas. Cuando aún estaban en la industria en una carrera tan meteórica como vertiginosa, los chicos, en especial Liam y Louis, habían creado una discográfica que se dedicaba a dar nuevas oportunidades a los talentos más prometedores y desconocidos de todo el globo. Los primeros a los que habían acogido habían sido sus teloneros, 5 Seconds of Summer,quienes habían reunido una gran suma de dinero tan sólo en su primer tour mundial. Así, las arcas de One Direction, y sobre todo de estos dos miembros, se llenaron aún más con un dinero que no era exactamente propio, pero tan legítimo como el resto. Ahora, el sello discográfico para el que trabajaban gran cantidad de artistas y bajo cuyo mando se encontraba parte de aquella banda que había roto récords no hacía más que competir por ese título de “destroza leyendas” que se habían colgado One Direction antes de aquel descanso que no iba a durar tanto como lo estaba haciendo.
Que los chicos trabajaran era algo tan anecdótico como extraño en el mundo que les había dado de comer hasta hacía poco. Louis y Liam tenían tanto dinero que podrían hacer lo que se hacía en muchas películas: bañarse en billetes de 100 dólares, o fumárselos si lo creían conveniente.
Pero el aburrimiento hacía milagros, y ambos habían movido el culo hacia una industria totalmente diferente.
Con todo, aquellos trabajos más “serios” no implicaban que ellos consiguieran controlar la vena artística, con sangre ardiente y pura en su interior. Así, de vez en cuando, aún se reunían y preparaban cosas para la banda que antes habían formado, o reservaban algo de su creatividad para los artistas que realmente necesitaban un buen empuje y no sabían cómo obtenerlo.
Los anuncios irrumpieron sonoramente en la televisión. Eri volcó toda su atención en la caja tonta, y torció la boca. Louis comprendió el gesto y bajó un poco el volumen.
-Oye, estaremos bien. Y Diana también. Relájate, nena.
-No estoy segura-contestó ella. Louis suspiró, puso cara de cordero degollado y se quedó mirándola así un rato.
-Por favor, Eri. No eres tan mala madre. Zayn lo ha dicho: si has podido controlar el gen Tomlinson que los monstruos en potencia que tenemos en casa tienen (y me consta que lo hacen porque tienen algunas cosas que sólo pueden ser mías), una Styles será un verdadero paseo. ¿No querías recoger flores en el campo como hacían en las películas? Bueno, pues Diana es el campo.
Eri se mordió el labio, insegura. Louis suspiró, se incorporó y se sentó a su lado. Le acarició la nuca y le dio un profundo beso, largo pero suave, dándole la intimidad y el espacio que ella necesitaba. No estaba segura de lo que podía hacer, y Louis era el encargado de demostrarle sus límites que, en ocasiones, ni siquiera existían.
-Dime qué te preocupa, nena. Cuando te lo saco yo acabamos mal.
Ella sonrió, recordando que la última vez que había intentado mantener un secreto con él había terminado pasándolo tan mal por la noche que, nueve meses después, tenía un bebé en brazos. A su pequeña y preciosa Astrid.
Otra cosa no, pero Louis de extraer lo que quería cuando lo quería, sabía un rato.
-Estoy molesta porque Harry no nos ha dado oportunidad de hablarlo-murmuró ella, dejando que la verdad saliera a la luz de la misma manera que eclosionan los huevos y preciosos pollitos, impolutos, salen de la fría cáscara, ahora ya rota. Pero la verdad no era como el pollito, no le parecía nada tierna. Más bien todo lo contrario. Odiaba reconocer eso, porque era el primer síntoma de lo que a todas luces iba a ser una pelea, y no precisamente de las pequeñas. Louis siempre terminaba poniéndose de lado de sus amigos (al fin y al cabo, eran hombres y tenían un código que nadie había redactado y ninguno había firmado pero que acataban de todas formas, y ese código obligaba a defender a los amigos por encima de todas las cosas, incluso de las mujeres, sobre todo de las mujeres).
Pero Louis no parecía demasiado dispuesto a pelear. El cansancio de todo un día de trabajo, con regañina a su primogénito incluida, estaba haciéndole mella.
-Lo estamos hablando ahora-murmuró con tono cansado. Eri asintió con la cabeza, mordiéndose el labio. Se mesó el pelo y dijo:
-No puedes rechazarlo sin quedar mal con él, Lou. La única manera de hacerlo es que sea yo la que se niegue a ello.
Así que es eso, pensó Louis, negando con la cabeza, tanto mental como físicamente.
-No voy a dejar que quedes como la mala de la película, nena. Estamos en esto juntos. Mañana le llamaré y le diré que no podemos...
-Estoy acostumbrada a ser la mala, no te preocupes-se apresuró a cortarlo, sabedora de que si él seguía hablando terminaría convenciéndola de lo contrario. La mejor solución era la más fácil, pero a veces había que tomar la solución más complicada y la peor, porque en ocasiones las cosas se entremezclaban tanto que lo correcto terminaba escondiéndose en la peor opción que uno podía imaginar. Sentía que le debía esto a Noemí, pero, por otra parte, no quería ejecutar su deuda. No de esa manera-. No me ve a doler cumplir ese papel otra vez.
-Pero yo no quiero que lo hagas.
-Tampoco está tan mal. Quiero decir... todo el mundo quiere hacer de malo, pero no serlo. El malo tiene más maneras de reaccionar-se burló, mirando al infinito, viendo una carrera que nunca había sucedido, una carrera en la que ella se alzaría como una de las actrices consagradas del mundo. Decenas de personas aclamando su nombre, cientos de miles llenando las salas de cine sólo para verla, adolescentes forrando sus carpetas, sus fotos en pantallas grandes como edificios, en vallas publicitarias donde una pestaña suya, una simple pestaña, midiera dos metros...
… vida a la que había renunciado muchísimo tiempo atrás.
-Eri. No-espetó Louis, tumbándose de nuevo a su lado y apoyándose sobre un codo. La pelea estaba acabando, gracias al cielo. Eri no llegó a saber si le había leído la mente (cosa muy probable) o si había pasado por alto su expresión nostálgica y soñadora.
-Es el papel que tenemos-musitó apartando la vista de un sueño que terminó de evaporarse ante sus ojos-. Y de verdad que no me importa seguir interpretándolo.
-Yo te quiero-interrumpió él, brusco, como quien habla del tiempo. Cerró los ojos un segundo, disfrutando del silencio que ella no iba a romper, y continuó-. No voy a dejar que seas algo que no eres. Me gusta este lado tuyo de cabrona, pero no es el que más me fascina de ti... ni lo que ha hecho que me enamore.
Ella torció la boca, y se inclinó a su lado. Ahora una muchacha estaba hablando de la increíble actuación que hacía la actriz protagonista, a la que Eri tenía una tirria especial, y daba paso a unos cuantos americanos que comentaban detalles nimios que a nadie se le ocurriría observar. Si la actuación de la protagonista era tan buena, ¿por qué preocuparse de la buena realización o del vestuario hasta el más mínimo detalle?
-Estoy asustada.
-Bienvenida al club.
-No, Louis. Es diferente, es... nunca me había enfrentado a esto.
-¿Sabes cuándo estuve yo realmente acojonado?-frunció el ceño, ella esperó, colocándose a su lado y observando las trazas de queso cheddar que aún permanecían entre sus dedos. Se encogió de hombros sin alzar la vista, temiendo la furia que se iba a encontrar en los ojos de su esposo-. Cuando diste a luz a Tommy. En serio, literalmente, y tú lo sabes, estaba de los nervios. Creía que no ibas a poder conseguirlo.
Erika puso los ojos en blanco.
-Se agradece el apoyo moral.
-Pero, ¿sabes qué? Lo que más me acojonó de todo aquello fue cuando las enfermeras me lo dieron. Quiero decir, ¡venga! Había cogido a mis hermanas, pero no era nada comparado. Tenía los brazos mucho más pequeños y era más delicado. Podría haber aplastado a Tommy, o se me podría haber caído, o...-negó con la cabeza-. Verte parir sí que fue acojonante, nada comparado con que ahora venga una Styles a casa y me tenga que ocupar de criarla.
-Yo no quería que estuvieras allí.
-Pero estuve. Porque era mi deber. Y sigue siéndolo.
-Yo tampoco creí que fuera a poder con ello.
-¿¡Me lo dices o me lo cuentas!? Aún tengo pesadillas, tía. Perdona, pero es que tú no viste aquello. Dios mío, podrían hacer películas de terror cojonudas con una simple cámara y una mujer pariendo-hizo una mueca y Eri se echó a reír. Se acercó a él y, rompiendo la sonrisa que se había formado en aquellos labios enmarcados por una barba del color del chocolate, posó sus labios en los dientes de él, que no se hizo de rogar y le devolvió el beso.
-Yo también te quiero, por cierto.
-Menos mal-respondió él. Eri se echó a reír y le dio con la almohada en la cabeza. A veces seguían comportándose como críos, y lo mejor de todo era que la infantilidad de uno alimentaba al del otro, de manera que una vez que uno de los dos empezaba a comportarse como había hecho hacía muchos años, el otro se veía arrastrado y terminaba siendo peor que el que había empezado.
Después de revolcarse por la cama mientras los expertos charlaban animadamente sobre la película, que era un éxito del que pocos iban a poder disfrutar (nadie tenía la paciencia que tenía la pareja de enamorados como para soportar tanta cháchara de algo que aún desconocían), Louis, como siempre, acabó ganando y colocándose encima de Eri. Ella se rió, se tapó la boca y cerró los ojos, achinándolos completamente, y rodeándolos de un marco de pequeñas arrugas que llevaban allí una eternidad, pero que se acentuaban con el paso del tiempo. Louis pensó que si a su mujer le salían las arrugas a esa rapidez, estaba haciendo algo bien. Si le salían esas arrugas era porque se reía. Y si ella se reía, él era feliz, y estaba cumpliendo con su trabajo.
-No hagas eso.
-¿Que no haga qué?-respondió ella, colándose su voz entre los dedos.
-No te tapes la boca cuando te ríes.
-¡Pero si es lo que llevas haciendo tú toda la vida!-protestó ella, dándole un empujón, pero sin la fuerza suficiente como para conseguir que se moviera. Louis tiró un poco de Eri para alejarla de los pies de la cama, temiendo que pudiera hacerse daño, con tanto acierto que al tirar de ella, sujetándola por la cadera, le desplazó la goma de los pantalones, que se deslizaron por su piel suavemente. También sus bragas cedieron a la tentación, y pudo apreciar una buena parte de fisonomía de la cadera de Eri.
Con una sonrisa pícara extendiéndose por su boca, se separó un poco de ella e introdujo suavemente la mano por su pantalón, mientras ella no paraba de reír.
-Para, para, pa...-ordenaba sin éxito, presa de las cosquillas y de algo mucho más importante que no eran cosquillas, pero que se manifestaba de una manera muy diferente-. Vamos a despertar a los niños.
-Bueno, ya saben que no les ha traído la cigüeña-respondió él, volviendo a tumbarse encima de ella y besándole la boca, el mentón, toda la cara, mientras los dos recordaban la vez en la que sus hijos les preguntaron por primera vez de dónde venían los niños.
Su madre se había quedado sin palabras, echando cuentas, intentando adivinar si los críos eran demasiado espabilados, buscando en su memoria cuándo le habían dicho sus amigas que los hijos habían empezado con aquellas preguntas...
… pero su padre, raudo, se limitó a remangarse las mangas de la chaqueta y contempló a sus dos hijos, el mayor curioso, y la pequeña aún demasiado pequeña para enterarse bien de cuál había sido la pregunta, y empezó con su disertación, no demasiado literaria:
-A ver, niños... escuchadme bien. Cuando un papá y una mamá se quieren mucho...
Los ojos de Erika alcanzaron el tamaño de la esfera del reloj del Big Ben.
-¡LOUIS! ¡NO! ¡LO DE LA CIGÜEÑA!
-Eso son gilipolleces-replicó él, mirándola con dureza-. Cuando...
-¡¡LOUIS!!
-¡¿Te quieres callar?! Mirad, cuando una mamá y un papá se quieren mucho, se van a la cama. Allí, el papá...
-Dios mío de mi vida, no me lo puedo creer, Dios, Dios, van a salirnos buenos, Dios-murmuró ella, levantándose y corriendo de un lado a otro, llamando a cualquier divinidad dispuesta a ayudar a una atea.
-El papá mete su polla en la vagina de la mamá-continuó Louis después de suspirar-. Y se forman los niños.
-¡PERO NO LES DIGAS ESA PALABRA!
-Dios, Eri, la van a aprender en la guardería. ¿Qué más da?
La pareja del presente se echó a reír.
-Por suerte no se acuerdan de eso-susurró ella, volviendo a taparse la cara-. Oh, Dios, lo pasé tan mal...
-Te encantó, y lo sabes.
-¡Para nada! Bueno, aunque no debería extrañarme. Conociéndote...
-Te encantó, Eri. Fue muy yo. Fui yo al 110%.
-A veces me gustaría que te controlaras y sólo lo fueras al 100%.
-Si hubiera sido al 100%, probablemente habría sido mucho menos delicado.
Ella negó con la cabeza.
-¿Gemelos?-ronroneó él, acariciándole el vientre y bajando dos dedos muy despacio. Ella se mordió el labio y cerró los ojos-. Eh. Quiero oírte.
Pero Eri negó con la cabeza, y tuvo suerte, ya que empezó la película justo cuando estaba a punto de ceder a las peticiones de su marido, persuasivo como pocas personas habían sido nunca. Era la parte mala de la que la conociera tan bien: sabía exactamente dónde había que tocar para desatar a la bestia que llevaba dentro, y que se esforzaba en enjaular cuando estaban en público.
Les había costado mucho salir de la cama cuando estrenaron habitación y colchón, y todo porque la iniciativa, siempre, la llevaba Eri. Louis se limitaba a dormir, levantarse para ir al baño cuando quería, comer cuando tenía hambre, y luego volver a la cama, a meterse y esperar a conseguir convencer a Eri de que se podrían hacer cosas extremadamente interesantes si se unían. Todo el peso del bienestar de la casa, y el suyo propio, recaía en ella. Así como los castigos, que consistían en rechazar a su compañero de cama cuando éste se comportara como un “verdadero gilipollas”, cosa que sucedía cada vez que ella se movía, en especial cuando lo había hecho después de una sesión particularmente dura. Él se reía, porque Louis era así, y a ella le tocaba sufrir por los dos, porque tenía que luchar contra él, y contra las ganas de sentirlo dentro. La vida no era justa.
La chica se las arregló para arrastrarse hasta poner la cabeza sobre la almohada y mirar a Louis con una sonrisa tímida, pidiendo un perdón que él seguramente no tenía pensado concederle. No, al menos, con demasiadas facilidades. Louis suspiró, se sentó al lado de ella y le cogió la mano, llevándosela a la rodilla doblada. Metió la mano que tenía libre en la bolsa de comida basura y se molestó en hacer el mayor ruido posible, tratando de incordiar a su mujer.
-¿No te vas a poner el pijama?
Él se limitó a negar con la cabeza, fingiéndose obnubilado por la primera escena, en la que la protagonista, una pelirroja de ojos oscuros, se paseaba por las calles de Nueva York mientras los maniquíes de los escaparates se esforzaban por llamar su atención.
-¿Esta otra vez?
Eri se encogió de hombros, echando mano de su teléfono móvil, que había dejado en la mesita antes incluso de entrar en la habitación. Desbloqueó la pantalla, provocando una serie de temblores y sonidos amortiguados por su piel, y entrecerró los ojos.
-Es lo mejor que echan.
-Apuesto a que no lo es-respondió él, tumbándose sobre su vientre y revolviendo entre las sábanas, que se habían arrugado por aquellos juegos sin inocencia que habían terminado consiguiéndola, en busca del mando a distancia. Eri le pegó con algo en el trasero, y él se volvió. Ella sostuvo el mando con dos dedos, sacudiéndolo en el aire, como un trofeo.
-Eri, hemos visto esta película mil veces... y eso que ni siquiera te gusta.
-Sí que me gusta-replicó ella, frunciendo el ceño y cruzando las piernas-. No me apasiona, pero...
-Algo bueno estarán echando.
Ella puso los ojos en blanco.
-Ayer elegiste tú la película.
-¡Era una serie!
-Haber pensado antes qué día querías elegir tú lo que veríamos en la tele. Hoy me toca elegir a mí.
-Pues paso de verlo-contestó él, poniéndose de pie y encogiéndose de hombros. Louis abrió los brazos y Eri se encogió de hombros.
-Vale, lo capto. Ahora el de la mala uva eres tú. ¿Si te hago un masaje te quedas?
Louis inclinó la cabeza a un lado.
-¿Con ropa o sin ella?
-No te pases. Estoy cansada.
-Me refiero a mí.
-Ah-respondió su mujer, recorriéndole con la mirada. Por su boca se extendió una sonrisa lasciva-. Puedes... cambiarte de ropa, si quieres-asintió con la cabeza, contenta por haber llegado a aquella solución.
Louis le devolvió la sonrisa, se quitó la camiseta y, sin mediar palabra, se tumbó cuan largo era en la cama. Eri se quitó el pañuelo que llevaba a modo de diadema, apretó la cola de caballo que se había hecho más fuerte con éste, y le ordenó que se pusiera con la cabeza mirando hacia la televisión. Le apetecía enterarse de lo que le pasaba a la pelirroja con desavenencias en la tarjeta de crédito.
-Eri...
-Ni Eri ni hostias. No soy un spa. Yo también quiero hacer lo que a mí me da la gana, y no puedo.
-No vives tan mal.
-No me puedo tirar a mi marido cuando me sale de los cojones-protestó, negando con la cabeza-, ¿sabes? Tengo que esperar hasta por la noche y rezar por no cansarme demasiado durante el día.
-¿Hoy iba a haber fiesta?
-Louis, llevo con gana de fiesta desde que nos conocimos-confesó ella, sujetándole la mandíbula y obligándole a mirarla. Sus ojos llamearon.
-Si me lo hubieras dicho me habría inventado alguna excusa para que Zayn no viniera.
-Las cosas empezaron a ir mal cuando necesitasteis excusas-murmuró entre dientes, encogiéndose de hombros y asegurando los anchos tirantes de la camiseta que utilizaba para dormir... cuando dormía con ropa.
Había cogido aquella camiseta hacía mucho tiempo del fondo de armario de Louis, cuando éste se encontraba de gira y ella se veía muy sola. Necesitada de algo que supliera la ausencia de aquella persona a la que más quería en la Tierra, sintiendo la cama tan vacía que parecía que todos los mares se habían secado, y cansada de pasar noches en vela sin otra cosa que hacer que dar vueltas en la cama mientras la frase “le echo muchísimo de menos” era lo único que cabía en su cabeza, había acabado cansada y dando con una solución que, aunque simple, parecía haber hecho efecto. Simplemente una noche se levantó, abrió los cajones y se vistió con la ropa que su aún novio había dejado en la casa. Al principio le bastó dormir con ella, pero luego terminaba quitándosela a sí misma de noche, porque sus manos reconocían el tejido y las formas.
De modo que terminó dándole un toque personal a unas cuantas prendas de él. Tan personal que había cortado las camisetas, que ahora parecían más tops que otra cosa, y poniéndoles gomas a los pantalones que antes no la llevaban. Y, para sorpresa y secreto placer de Louis, recogiendo los bajos de los pantalones y adaptándolos a su estatura.
A Louis le encantaba que hubiera tenido que recortar sus pantalones porque, por una vez, se había sentido demasiado alto, sentimiento que no se repetía mucho en una banda en la que los demás miden 1,80m y tú sigues atascado en el 1,75.
Aunque no quería hacerlo, fue Eri la que empezó la conversación. Cada mañana se levantaba esperando ya que fuera de noche, porque era cuando se sucedían aquellos momentos tan íntimos con Louis: ambos dos compartían lo que habían hecho por el día, se hacían carantoñas y se contaban hasta la más mínima tontería, molestos por que el otro no lo había vivido, pero contentos de tener algo de qué hablar. Se escuchaban como nadie se había escuchado jamás, y se hablaban como poca gente había hablado nunca.
-¿Cansado?-sugirió, notando la tensión de los músculos de la espalda de Louis bajo sus manos. Eri se apartó un mechón de pelo rebelde de la cara y se lo colocó tras la oreja.
Procuró moverse lo menos posible encima de él, sabiendo que si le encendía, aquello terminaría en un fuego.
-Bastante-susurró él, bostezando. La chica de la televisión se había enamorado, para variar, de una prenda que no se podía permitir y, aun así, se empeñaba en comprar.
-¿Qué has hecho hoy?
-He tenido dos clases con los pequeños, y ya sabes cómo son.
Eri sonrió a su pasado; aquel año que había sido sustituta de la profesora de español que se fue de baja por maternidad había sido muy bonito e interesante para ella. Como no tenía cualificación, ni siquiera había pedido el puesto, pero la directora se lo había ofrecido igualmente: no habría nadie mejor que un español para dar clases de aquel idioma que traía de cabeza a todo aquel que no nacía hablándolo. Y la experiencia fue enriquecedora para Eri, porque comprendía muchas cosas que antes no habían tenido ningún sentido para ella, y porque había podido estar más cerca de su esposo cuando llevaban poco tiempo casados.
Además, fue durante ese trabajo cuando se quedó embarazada por primera vez.
-Ahora me siento mal por no darte lo que te mereces.
Él se encogió de hombros, y ella se mordió el labio al ver el efecto que esto tenía en la espalda de su marido. ¿Por qué una espalda podía ser tan atractiva?
-Me lo han compensado. Mañana no tengo clase las primeras horas. Los de primero tienen excursión.
-¿Y no tienes que ir? Fantástico-susurró ella, retorciéndose de placer en su interior. Tal vez podrían tener un desayuno más sabroso que los habituales, aunque no tan nutritivo como unas cuantas galletas.
-La jefa de estudios me ama.
-¿Por qué?
-¿No ves que casi no me da guardias?-dijo él, girándose y mirándola con el ceño fruncido. En sus ojos se veía una frase “Jesús, Eri, a veces no te entiendo”. Ella sonrió y le besó los labios apretados, calmando su malestar.
-Tampoco es para tanto.
-En serio, nena. Me ama. Con todas las letras. Estoy seguro de que quiere chupármela-respondió, tumbándose de nuevo, sin darle importancia a lo que acababa de decir. O tal vez sí que se la diera y estuviera esperando la reacción de mujer latina celosa que le encantaba y que a Eri le molestaba tanto.
-No es la única-contestó ella para sorpresa de él.
-¡ERI!-bramó, girándose y riéndose. Ella simplemente se encogió de hombros; el tirante de la camiseta, muy oportuno, se deslizó por su hombro, dejando al descubierto una piel limpia, sin marcas de biquini. Ella sabía tomar el sol, no como el resto.
-¿Qué?
-Mi mujer está salida y no hace más que ponerme cachondo a mí-le informó al aire, suspirando y volviendo a bajar la cabeza. Abrió la boca y dejó escapar lentamente el aire, disfrutando de las manos de su mujer sobre su piel, adorando cada poro como sólo ella sabía hacerlo, y como sólo él lo hacía con ella.
-Soy tuya. Y tú eres mío. Sólo mío. Recuérdalo.
-Me da la impresión de que vas a hacer que me acuerde de esto-susurró, divertido y a la vez expectante. Se lo estaba jugando todo a una sola carta, y ahora dependía de si ella iba a seguir con las apuestas o no.
-Mañana, cuando se vayan los niños-accedió ella, sin saber hasta qué punto quería recompensarlo y hasta cuál quería recompensarse a sí misma. Echó cuentas de cuándo fue la última vez, sabiendo que no llevaban una mala vida en cuanto a esos temas, pero, como vio que nada podría hacer que Louis se tranquilizara y no buscara algo que le encantaba, pensó en que no le importaba. ¿Por qué poner fecha de caducidad a algo que era eterno?
-No puedo esperar-comentó él.

Ella se echó a reír y volvió a subir el tirante de su camiseta a su hombro, privándole a él de un trabajo que hubiera hecho encantado.

lunes, 24 de marzo de 2014

Campeón.

¿Me creería alguien si dijera que la esencia de mi presa llegó volando hasta mí, y que cuando la percibí, me limité a perseguirla como un sabueso? ¿Me creería alguien si decía que casi había olfateado al ángel y había seguido su rastro, como un carroñero seguiría el rastro de sangre, inconfundiblemente procedente de una herida mortal, de un animal al que le quedaba poco tiempo disfrutando de nuestro mundo?
¿Me creerían si les decía que había desarrollado dotes más propias de una rastreadora experimentada que de una runner?
¿O lo achacarían a que estaba en una simulación?
No lo sabía, y no tenía interés alguno en averiguarlo. De repente me apetecía terriblemente estar en la Edad Media, y tener como única arma una espada. La sangre venía bien en ocasiones. Te hacía fuerte, o al menos eso nos enseñaban. En nuestro entrenamiento muchas veces nos hacían sangrar para que nos acostumbrásemos al olor empalagoso de la sangre, a su sabor metálico, a su brillo escarlata que pretendía competir con el sol. Nos daba un subidón impresionante ver sangre, casi como le darían a los vampiros de las novelas que se habían hecho famosas a principios de milenio, pero era un subidón diferente: el subidón del que sabe que está a punto de ganar la batalla, y que pugna aún más por alzarse con la copa tan ansiada y perseguida.
Además, podías hacer mucho más daño con una espada que con una bala. Las posibilidades eran infinitas: desde ensartar a alguien, hasta arrancarle un brazo, pasando por atravesarle la cabeza. Un agujero en el pecho no podía competir con el fuego que te destrozaba por dentro. Y la espada sería el mechero.
Azuzada por esa esencia que voló hasta mí, esencia que se parecía en exceso a la sangre, apreté aún más el paso. Ahora ya no estaba entrenando: estaba en una caza en toda regla, y me preparaba para luchar. Mi corazón latía enloquecido, pero ya no era de cansancio, sino de rabia, e, incluso, lo contrario a lo primero: expectación. Ansia. Deseo.
Casi lujuria.
Estaba enloquecida, apenas era capaz de reconocerme a mí misma.
Y por eso me lancé a la carrera con más ímpetu de lo que había hecho en mi vida: porque por una vez era completamente Kat, había olvidado a Cyntia, ella se había quedado atrás, muy lejos. El personaje y la historia que se escondía detrás de aquella piel de hombros limpios, sin un solo tatuaje, se había desvanecido en el aire, y ahora lo sustituía la esencia que yo estaba persiguiendo.
Kat sería fuerte.
Kat destrozaría.
Kat vencería.
Kat sería eterna mientras Cyntia se perdía en la oscuridad, cada vez más y más pequeña, pegándose más y más a la pared y deseando fundirse con ella. Llegaría un momento en el que lo conseguiría.
Y ese momento podía ser, perfectamente, este.
No lo pillé desprevenido. Era imposible. Primero, porque era un ángel, y segundo, porque era una simulación. Se suponía que las cosas habían de ponérseme difíciles, al menos ese era el trato. Yo sufría mil y una heridas para aprender a curarlas, y luego despertaba viendo que estaba intacta e ilesa. Así sería más fácil que llegara de una pieza a casa el día en que los juegos de guerra se convirtieran en batallas de verdad.
Estaba de pie, ante mí, con las alas desplegadas, contemplando un gran salto al vacío que no haría más que cargarle la fuerza de sus preciosos y monstruosos miembros, esperando a que llegara. En el fondo deseaba la batalla tanto (o más) que yo.
Mis pulmones se llenaron de aire, mis ojos enloquecieron y se cegaron con su visión. Ahora sólo tenía al ángel frente a mí, todo lo demás se había desvanecido, y tardaría mucho tiempo en volver.
Me llevé la mano a la espalda, y comencé a deslizar la pistola con una mueca asesina en la boca, semejante a la sonrisa de un lobo. Estudié a mi enemigo mientras éste aún me daba la ventaja de darme la espalda. Había mirado al suelo, auscultándome por el rabillo del ojo y decidiendo que no era lo suficientemente buena como para merecer que se girara. Pobre. No sabía lo que le esperaba.
Reparé en su constitución fuerte, en su piel oscura, curtida por el sol, acostumbrada a bañarse en él como lo hacían las antiguas ninfas en los ríos, peinándose unos cabellos kilométricos, dorados, por los que miles de chicas estarían dispuestas a matar. Sus brazos estaban hinchados por un ejercicio que había hecho hacía poco, sus piernas, tensas. En el fondo no le era tan indiferente como pretendía hacerme creer. Quería hacerme daño tanto, o más, de lo que yo quería hacérselo a él. Pero fingía que no era así, para que yo atacara a lo loco. De lo cual tenía ganas. Muchísimas ganas.
Sin embargo, sabía contenerme y esperar al momento propicio.
Su pelo, corto y negro, apenas se dejaba inmutar por la brisa envalentonada de la cima de los edificios. Estaba allí, quieto, único rastro de la pregunta inquisitiva que rebotaba en las paredes del interior de mi enemigo. ¿Quién era yo? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cuánto le llevaría derrotarme antes de poder largarse para ir un rato con las putitas que, de seguro, le estaban esperando en casa, tal vez hipnotizadas para servir sus crueles fines sin rechistar?
¿Podría ser yo una de esas?
Le quité el seguro a mi pistola, y lo encañoné.
-Date la vuelta-ordené con una voz exageradamente de ultratumba. No parecía yo. No sonaba como yo. No era yo.
Intuí la sonrisa que le cruzó el rostro, motita de polvo en el haz de una linterna que se hace monstruosamente grande en la pared a la que alumbras.
Una de sus manos pasó de estar colgando, impasible, a un lado de su costado, a apoyarse en su cadera. Fue entonces cuando reparé en que tenía una pierna de más, la tercera mucho más tiesa y delgada que las anteriores.
-No puedo creerlo-le dije al aire, y alcé la mirada a un sol despampanante que representaba a mi controladora. Sí, había escuchado mis deseos y los había llevado a cabo. Estaba armado con una espada.
Lo cual lo hacía todo más interesante, porque todo se volvía mil veces más peligroso.
-¿Cuál es tu nombre?-preguntó el pájaro, de piel de cuervo y alas de cisne, girándose y estudiándome. Odié la mueca de satisfacción al comprobar la diferencia de tamaño entre nosotros. Si se trataba de peso y estatura, llevaba las de ganar.
Pero mi arma era mejor que la suya.
Punto para mí.
-Llámame Muerte-respondí, sonriendo y lanzándome hacia él. Se esperaba, lógicamente, mi reacción enloquecida, cosa que no hubiera sucedido en la vida real. Me recibió con los brazos abiertos y las palmas sujetando un muro invisible entre nosotros. Un muro que rompí. Me cogió con sus manazas y me lanzó al suelo ipso facto, sin darme tiempo a reaccionar. Choqué estrepitosamente contra el suelo de la azotea, y escuché el crujido de algún hueso virtual.
No, me dije. No son tan fuertes. No rompen huesos así. Yo estoy preparada para esto.
Me levanté de un brinco, ignorando un dolor punzante en el pecho, y volví a la carga. Se me había caído la pistola, pero aún llevaba otra con la que disparar.
Quería freírle la cara, al mamón. Y mi puntería no era demasiado buena cuando estaba en movimiento. Es por eso que quería acercarme al máximo antes de disparar. Si me salpicaba con su sangre, tanto mejor. Victoria sucia.
Esperó mi llegada de nuevo con los brazos abiertos. Seguramente la programadora aún no hubiera podido ponerle un modo de proceder mejor. Me daba lo mismo. Aunque fuera un ángel virtual, seguía siendo un ángel. Serviría para aplacar mi furia, al menos de momento, hasta que encontrara algo mejor, más real, con lo que cebarme.
Justo cuando estaba a escasos centímetros de sus dedos metálicos, me lancé al suelo como los nadadores profesionales que se tiran sin temor alguno al agua de la piscina. De cabeza. Con las manos por delante.
Pasé entre sus piernas abiertas y alcancé mi pistola con la yema de los dedos. La sujeté en el momento en que mi oponente me agarraba un pie y me levantaba en el aire, arrastrándome con él.
Sabía que no podía hacer eso.
Louis me lo había dicho: les costaba muchísimo despegar si llevaban a alguien cargado. Bastante tenían con su peso propio, como para encima llevar sobrecarga.
Louis me lo había dicho.
Louis.
Su nombre se hizo hueco en mi mente como un tren en un túnel que le era pequeño: dolió. Dolió en exceso, tanto que me hizo perder la concentración y soltar la pistola. El arma cayó girando en el aire, dando vueltas enloquecida, para chocar y dispararse contra un cristal que no había hecho nada malo.
Contemplé al ángel, vi cómo ascendía por el cielo de la misma manera que yo ascendía por la pared de un edificio: con seguridad, como quien sabe que ha nacido para eso y que eso es lo que ha de hacer hasta que no pueda hacer nada más.
El sol ardía en mi cara y me impedía ver poco más que una sombra negra recortándose contra todo lo oscuro.
Y la sombra se inclinó cual guadaña y me estudió. Observó mis facciones, decidiendo que era bonita, muy bonita (tenía ego, era mi punto débil, y los ángeles encontraban los puntos débiles como los runners encontrábamos los maletines que se nos encargaba transportar). Vi algo blanco nacer entre la negrura, y me estremecí de pies a cabeza... o de cabeza a pies, dado que estaba dada la vuelta.
Se despidió de mí agitando la mano.
Y soltó la que me sujetaba.
Mi caída me recordó mucho al típico sueño en el que estás cayendo, y no terminas de caer. Estás encerrado en una trampilla sin fondo, y tú caes y caes, y nunca llegas al final, jamás llegas a espachurrarte contra el suelo ni poner fin a ese sufrimiento que es el estar viendo cómo tu cuerpo se cree que puede convertirse en un paracaídas, y se echa para atrás y para atrás, sufriendo los gastos psicológicos y físicos que eso conlleva. Tú te retuerces en tu caída, pero, ¿de qué sirve? Con un poco de suerte, pierdes velocidad. Con mucha mala suerte, la ganas, y tu sufrimiento aumenta.
Yo, por suerte, no estaba en una pesadilla.
Y mis manos chocaron contra el borde de un edificio mientras mi cuerpo seguía obedeciendo la ley más simple y poderosa del universo: la de la gravedad.
El golpe frenó mi caída, no lo suficiente como para que pudiera sujetarme allí, pero sí lo bastante como para que encontrara dónde agarrarme.
Las tuberías digitales y medio pixeladas servirían. Pegué mis manos a ellas, sintiendo cómo comenzaban a arder por la velocidad, y tiré de mi cuerpo volador hasta pegarlo contra la pared. Puse los dos pies alrededor de la tubería y mi velocidad fue disminuyendo poco a poco.
Caí de culo en el suelo.
La subida no fue fácil, teniendo en cuenta las ampollas que habían surgido debajo de mis guantes sin dedos. Pero mereció la pena.
Jodía mucho despertarse en la sala del simulador empapado en sudor y con la mente acelerada porque no era capaz de comprender que hubiera pasado un segundo entre la situación de tensión y muerte en la que se empezaba a deshacer, y la tranquilidad de la base.
Los simuladores acabarían por volvernos locos.
Rabiosa, busqué la manera de subir hacia la azotea. El ángel, tan seguro de su victoria, ni se había molestado en contemplar cómo moría. Seguramente tuviera ganas de volver a casa y ya lo estuviera haciendo.
La tubería parecía una buena opción, de no ser porque yo tenía orgullo, y me recordaba la casi derrota a la que me acababan de someter.
Tardé apenas un minuto en encontrar una ruta alternativa, y casi cuatro en llegar arriba de nuevo.
La azotea estaba vacía, con la única excepción de mi fiel pistola esperando por mí.
Miré en derredor y, hasta que no vi la sombra negra alejándose de mí, no sentí que el aire fuese aire, y no agua envenenada.
Molesta porque me hubieran dado por muerta mucho antes de estar siquiera fuera de mi estado consciente, pegué un tiro al aire.
Vi cómo el ángel se giraba.
-¡Sorpresa, putita!-bramé con toda mi fuerza pulmonar; de nuevo aquella voz desconocida para mí.
Apenas veía el cuerpo del ángel, de modo que su cara fue algo imposible para mí. Sin embargo, pude ver perfectamente la furia ciega que se instaló en él cuando descubrió que su orgía deprimente tendría que posponerse unos minutos más.
Tal vez para siempre, si yo no jugaba limpio.
Y estaba decidida a no jugar limpio.
Se lanzó a por mí como un bólido, mientras yo me limitaba a esperarle con los brazos en la espalda y una sonrisa de cazadora, la misma que había tenido anteriormente, instalada en mi boca y negándose a abandonarme.
Cuando estuvo lo bastante cerca de mí, apunté y disparé. La bala izquierda le dio en el pecho; esa fue la que lo mató.
La bala derecha le dio en un ala. Esa fue la que más le dolió.
Herido y con un motor deshabilitado, comenzó a girar sobre sí mismo y se estrelló contra el suelo, dejando un reguero de sangre tras de sí. Fui hasta él. Le costaba respirar; la bala estaba en su pecho, inundando sus pulmones con la sangre y haciendo que se ahogara. Debía de ser horrible el hecho de que el propio líquido que te mantenía con vida y sin el cual no podías vivir se volviera contra ti. A mí no me gustaría tener que probar eso en mis propias carnes.
Caminé sobre él, y le puse un pie en la garganta. Contemplé la súplica rastrera de sus ojos convertirse en una plegaria de llorica.
-No tengo el gusto de saber tu nombre-murmuré, sonriendo y enseñándole a su frente la hermosa oscuridad del cañón de mi pistola.
Ahora había un orgullo indecible en sus ojos. Sonrió.
Dijo un nombre. No era el de mi pájaro del averno.
Pero para mí sonó tan parecido a “Louis” como si lo hubiera nombrado a él.
Un volcán explotó en mí. El mismo que apretó el gatillo e hizo al ángel pasar al otro barrio, a reclamar unas alas espirituales.
Asentí con la cabeza, diciendo que ya había acabado, y que quería salir de mi ensoñación a todo aquel que quisiera escucharme.
Mientras la ciudad se desvanecía a mi alrededor, perdiéndose en un abanico de líneas rectas, paralelas y perpendiculares entre sí, tuve tiempo para inclinarme hacia el ángel y estudiar la bolita de plata, surcada por líneas de azul luminoso, que llevaba colgada del pecho.

La gemela de la que la yo real llevaba aún metida dentro del sujetador.

jueves, 20 de marzo de 2014

Pequeñas cosas, grandes sentimientos.

Estar en la cama, tapado hasta las cejas, mientras fuera está lloviendo. Escuchar música en el coche. Leer ese libro que lleva esperando en tu estantería tanto tiempo. Ir por la calle con la cabeza alta y sonreír a un extraño. Tener un 10 en un examen que has preparado mucho. Saber la lección antes de que te la digan. Tumbarte en el prado a mirar el cielo nocturno de una noche estrellada. Ver auroras boleares. Acariciar a tu mascota. Reírte tanto con algo que la barriga te duela. Ver tu película favorita con un buen bol de palomitas en el regazo. Sentarte de noche a la brisa del verano. Besar. Jugar a las cartas en la playa. Sentir cómo el sol te dora la piel. Encontrar un lugar de sombra cuando hace mucho calor. Tomar un helado sin que se te derrita y te pringue las manos. Hacer muñecos de nieve. Jugar con las hojas marrones en otoño. Oler las flores en primavera. Echar de menos sabiendo que los momentos compartidos con ese alguien a quien añoras se exprimieron al máximo. Recibir una llamada inesperada. Recibir una carta. Que alaben tu trabajo. Abrazar a tus seres queridos. Decirles "te quiero" a quienes quieras. Sentarte con tu mejor amiga en un parque, simplemente a hablar. Comprar una bolsa de chucherías y comértelas todas, sin dejar ni una. Esperar con impaciencia a que las luces del cine se apaguen y empiece la película. Escuchar los aplausos del público después de actuar en tu primera obra de teatro. Escuchar el acento extranjero. Saber que hay gente a la que el exterior no le importa. Alejarte de la gente tóxica. Que te dé igual lo que los demás piensen de ti. Ser valiente. Esperar el futuro porque deseas lo que va a pasar. Tener una aplicación de "días que faltan para..." y abrirla cada dos minutos, esperando que el día baje. Beber agua cuando tienes sed. Encontrar una oferta para el viaje de tu vida. Comer una hamburguesa después de mucho tiempo sin probarla por estar a dieta. Meterte en los charcos los días de lluvia. Pisar descalzo la hierba recién cortada. Ver a los niños jugando con sus mascotas en el parque. Luchar por lo que deseas y saber que lo que haces sirve para algo. Ver cómo tu famoso favorito recibe el premio que tanto se merece. Ir a un concierto. Ir a una firma de libros. Ir a un preestreno.Ser pequeño y que llegue la Navidad. Ponerte un jersey mullido en los días de invierno. Recogerte el pelo para que no te moleste. Terminar la época de exámenes. Dormir hasta tarde. Bailar como si no hubiera nadie mirando. Escuchar tu canción favorita en la radio. Ver por millonésima vez el musical que tanto te gusta y cantar las canciones tal y como lo hacen los protagonistas. Enamorarse. Amar. Coleccionar fotos, y hacerlas. Viajar. Ayudar a quien más lo necesita sin pedir nada a cambio. Pasarte el videojuego en el que tanto tiempo has estado atascado. Quedarte sin respiración de tanto reír. Dejarte bambolear por las olas del mar. Contemplar una puesta de sol. Ponerte un vestido, y que te quede perfecto. Ver fotos de tu persona favorita en el mundo, y sonreír. Sonreír porque sí. No tener preocupaciones. Saber que el karma te está reservando algo. Sentirte libre.
Cuando eres pequeño, la felicidad es la luz de los días de verano, otoño, invierno y primavera.
Cuando eres joven, la felicidad son pequeñas gotas de luz en la oscuridad.
Cuando eres viejo, la felicidad es una vela de cuya existencia eres consciente intermitentemente.
Está todo dentro de ti.
Sólo tienes que dejar que cerrar los ojos... y ver.
(Los comentarios con más pequeños instantes que traigan felicidad son más que bienvenidos)

sábado, 15 de marzo de 2014

Santuario.

Ojalá pudiera decir que su marcha me afectó menos de lo que pensaba. Que no me dolía el hecho de sentir cómo la esencia que me había traído al besarme aquella vez en aquellas oficinas desiertas, de cristales rotos por mi entrada estelar, se difuminaba en el aire a medida que en mi cabeza iba calculando, sin pretenderlo, la distancia que nos separaba. Cada vez mayor. Cada vez más lejos. Cada vez menos Cyntia y más Kat de nuevo.
Me quedé en la azotea, observando la noche y encontrando demasiadas similitudes con las que habíamos pasado allí arriba, o en mi habitación, con la luna cómo única testigo de nuestro pequeño secreto y la gran traición que éste suponía. No quería bajar, y, sin embargo, tenía que hacerlo. No podía quedarme allí para siempre, bueno, tarde o temprano alguien empezaría a buscarme, y si me encontraban allí, todo por lo que había luchado se iría al traste. No tendría a quién acudir. Esta vez el perdón no era una solución: aquella vía estaba cortada, yo misma la había cortado al besarle... al acostarme con él en aquel parque tan lejano.
Respiré hondo, preguntándome si sería malo quedarme allí un poco más, buscando el hilo de la armonía en mi interior... pero se había roto y deshilachado. No podría meditar en bastante tiempo. Necesitaría correr para compensar todo aquello.
Cuando comprendí esto, tomé una decisión: si Cyntia había desaparecido porque él la había robado, Kat sería toda yo. Podría ser como Faith, hacer que todo el mundo me llamase Kat y servir para correr, no tener tiempo libre, no buscar nada más que una misión imposible que yo pudiera cumplir. No sería tan malo, después de todo, ¿verdad? Ella podía hacerlo, y no era mejor runner que yo.
Tal vez pudiera huir de mí misma si corría lo suficientemente rápido.
O tal vez no.
Dado que no perdía nada por intentarlo, eché un último vistazo a la losa negra que conformaba el cielo nocturno, rota en los lugares en que las estrellas más valientes y poderosas lograban vencer a la luz que manaba del suelo, letal y terrible para ellas, y me despedí en silencio de la azotea. Me juré a mí misma que nunca, jamás, volvería a subir allí. Era el santuario de la traición.
Eché a andar sin saber muy bien a dónde iba; lo único que había en mi mente era esa simple palabra “adelante”. Simple y llanamente “adelante”. La cumpliría hasta el fin de mis días, estaba claro... siempre y cuando ese “adelante” no implicara seguir caminando por el cielo y hacer caso omiso a mi conciencia, que bramaría al borde de un edificio “¿a dónde vas, subnormal? ¿No ves que no tienes alas? Da la vuelta, coge carrerilla, y salta. Es lo que mejor se te da”.
Estaba bien tener principios y defenderlos a capa y espada. Pero si la espada se había roto y no tenías nada con qué defenderte, lo mejor era que utilizaras aquel entrenamiento que tanto dolor y a la vez felicidad te había aportado, te dieras la vuelta y pusieras pies en polvorosa.
Bajé en silencio por las escaleras, escondiéndome en los rincones oscuros cuando sentía cómo alguien se acercaba a mí. No tenía ni idea de mi aspecto, al igual que tampoco tenía ganas de rendir cuentas ante nadie y explicar por qué me había encerrado en mi habitación toda la tarde y me había negado a dejar que nadie me viera, y había optado por pasear de noche, como los ladrones. Sería un comportamiento sospechoso que habría que explicar tarde o temprano, y mis ganas de hacerlo eran nulas.
Me cubrí el rostro con la capucha, como si mi comportamiento no fuera lo suficientemente sospechoso, y vagabundeé por los pasillos sin un rumbo fijo. Sorprendida, noté lo sobrevalorado que estaba correr para escapar de los problemas, pues un simple paseo también servía para alejarte de ellos. Y, en ocasiones, era mejor, porque los problemas no oían tus pasos alejarse y no se afanaban en ir tras de ti, abalanzarse como jaguares nocturnos sobre ti y destrozarte. Con un paseo ponías distancia entre tú y ellos, mucho más lentamente, pero con mayor duración.
Cuando quise darme cuenta, estaba al lado del gran boquete en la pared producido por la bomba negra que había debilitado nuestra fortaleza. Cerré los ojos y apreté los puños, pensando en lo injusto que era todo, en cómo nos habían herido en tan sólo unos minutos, echando abajo muros de poder que habían tardado generaciones y generaciones en alzarse. Los aprendices tenían miedo. Los principiantes no se fiaban. Los expertos estaban perdidos. Los mejores nos habíamos vuelto mediocres.
Y todo aquello se reducía a una única frase: “Por ser una traidora”.
Tomé aire, lo expulsé y volví a tomarlo. Observé la escena ante mí: las casas recortadas contra la noche, las farolas rasgando la oscuridad con su luz débil, las alambres de espino de algunas partes de la valla que impedían que nos atacaran, y, a la vez, nos encerraban, y pensé: Esto no está bien.
Las primeras familias ya habían vuelto a sus casas, pero a aquellas horas de la noche no había una sola lámpara que hiciera una promesa de salvación y libertad al estar encendida. Los monstruos podrían campar a sus anchas aquella noche, mientras los niños se revolvían en sus camas, con las sábanas de escudo, temiendo que algo saliera del armario y los arrastrara dentro llevándoselos cogidos por los pies. Suficiente para perder el alma en las entrañas del inframundo.
Así que, si ni siquiera las que tenían por oficio salvar a los suyos, ¿por qué yo habría de salvar a nadie y nadie me tendría que salvar a mí?
Me retiré de nuevo a mi paseo nocturno y, sin saber muy bien cómo, terminé llegando a la sala con el simulador. Apreté la cara contra los cristales y comprobé que había dos runners tumbados en aquellos asientos rescatados de algún dentista descuidado. Sólo una informática controlaba lo que estaban viendo mientras mordisqueaba una chuchería. Era lo bueno de no ser alguien de acción: te dejaban comer lo que quisieras, y no tenías que desobedecer mirando por encima del hombro temiendo por las consecuencias.
La chica bajó la vista un segundo para comprobar su teclado, le dio un manotazo para limpiar los trazos de azúcar que habían osado llegar hasta su sagrada zona de trabajo, y luego volvió a alzar la vista. Tragó el trozo de gominola que estaba comiendo y conectó el micrófono presionando una tecla que todos los teclados de los simuladores tenían. Pronunció un par de palabras y frunció el ceño con la respuesta.
Mis manos se cerraron en torno al pomo de la puerta y, cuando quise darme cuenta, había caminado como una zombie hasta colocarme al lado de la chica en cuestión. Me apoyé en el respaldo de su silla y estudié las pantallas. Había tres: la central, en la que se colocaba cada obstáculo al que se sometía a los runners que estaban dentro, la lateral izquierda, en el que se controlaban las constantes vitales y mentales de los dos que estaban corriendo (ninguno de los que entraba en los simuladores sabía a ciencia cierta si aquello era peligroso, pero era precisamente el morbo de poder sufrir algo lo que nos hacía aplicarnos más; de lo contrario, nos lo tomaríamos todo a risa) y la lateral derecha, en la que se veía el ambiente de los runners desde tres puntos de vista diferentes. Además de ver lo que los otros veían, también podías tener una visión global del escenario, como en los típicos videojuegos en los que ves siempre la espalda del personaje principal y puedes anticipar una puñalada en la espalda antes de que esta termine de prepararse.
-¿Cuánto llevan ahí metidos?-pregunté, estudiando las líneas irregulares de la pantalla izquierda. La chica se encogió de hombros.
-No me han dicho que les cronometre.
Asentí con la cabeza, temiendo volver a hablar. Era sorprendente cómo sonaba mi voz, como si... estuviera compuesta de trozos de cristal rotos.
Había un tintineo en ella que no me resultaba familiar. Y el tintineo no era el típico procedente de una campanilla ni nada por el estilo.
-¿Quieres entrar?-preguntó, alzando la mirada. No había caído en la cuenta de lo joven que era. A pesar de estar maquillada con los ojos ahumados que le daban aspecto de una pantera nocturna, resaltando aún más la pureza del azul grisáceo que había en las cuencas oculares, la chiquilla apenas pasaría los 15 años. De manos finas y dedos largos acabadas en uñas como arpones, tecleaba a toda velocidad sin centrarse en el teclado. Comprobó una fórmula que había escrito en la pantalla y pulsó Enter con un sonoro golpe del dedo meñique.
Sintiendo la boca seca, asentí lentamente.
-Ponte en el sillón 2 y conecta las cosas.
-Mi código es...
-Eres Kat-replicó, señalando mi perfil. Nos tenían totalmente fichados en la base de datos; así nos evitaban la dolorosamente aburrida tarea de decir cuáles eran nuestros logros y en qué nivel de simulador estábamos. La dificultad. Nuestro personaje. Todo estaba allí.
Una versión pixelada de mí misma, con hombros limpios, apareció en la pantalla.
-¿No se supone que no deberías saber los códigos de memoria?
-Y no lo sé. Pero sé leer tatuajes-respondió, señalando varias barras que se cruzaban y enredaban entre sí, creando un entramado al que no le encontraba lógica alguna. No me habían dicho qué significaba aquello; es más, era la única parte de mi cuerpo que no conseguía encajar en algún esquema mental. Todos los demás tatuajes tenían sentido, todos salvo ese.
-¿Esto es...?
-Es como un código de barras-respondió, bajando la mirada y tecleando a toda velocidad en la parte de los números. Sus labio seguían a sus dedos y lo que la pantalla representaba a la velocidad del rayo.
Alzó una única vez sus ojos hacia mí para comprobar que no se había equivocado, y luego señaló el sillón número 2, pegado a la cabeza del chico que estaba allí tirado.
-No quiero ir con ellos.
-De acuerdo. Prepararé un escenario específico para ti. ¿Qué sección de la ciudad quieres?
-La de la Central de Pajarracos.
Frunció el ceño.
-¿Por qué esa?
-Necesito entrenarme en la pelea contra los pájaros. Ya sabes-murmuré, estirándome a pesar de que aquellos músculos no iban a moverse. Hice que mis nudillos crujieran-. Cada vez son más, y nosotros cada vez menos.
-Ya-respondió, moviendo pequeños interruptores alrededor de las pantallas. Alzó la mano un segundo para que me callara. Mientras tanto yo me quité la capucha y la cazadora; dejé que se deslizara por mis brazos fantaseando con que aquel contacto era una caricia masculina, de esas que te metían en tantos problemas pero sentaban tan bien-. Tardaré un poco en crearte a un ángel. La base de datos sobre la Central es casi nula. Te dejaré en algún punto cercano y mientras te acercas iré preparando la zona, ¿de acuerdo?
-Nada de efectos especiales ultra realistas. Sólo el ángel y yo.
Se metió otro trozo de gominola en la boca.
-Detecto venganza en tu voz.
-El ordenador sabe cómo me gustan-repliqué cortante, tumbándome y tratando de detener la sensación de pánico y quemazón en la garganta que me embargó cuando sentí cómo los aviones sin alas rodeaban mi frente y se colocaban en mi nuca, justo al lado del cerebro.
-La transición siempre me pone nerviosa.
-Relájate, bombón. No te va a pasar nada.
La última palabra a la que encontré sentido fue “bombón”. Y eso no hizo más que acrecentar mi sensación de malestar. Esta vez ya no eran nervios. Era pura rabia.
La luz azul que manaba de aquel casco que en ningún momento me tocaba la cabeza me cegó, y fue haciéndose más y más pálida hasta que se convirtió en simplemente la pared de un edificio particular, igual al resto y diferente de todos, tal y como era todo en aquella maldita ciudad.
¿O tal vez era el suelo?
Apenas pensé en la posibilidad de que tal vez estuviera tirada en el suelo, algo tiró de mí y me lanzó a un lado hasta estrellarme contra sabía dios dónde.
Me giré en el aire y eché un vistazo a mi alrededor, pero estaba sola. Estudié mis manos, temiendo que hubiera magia (aquella magia que se había extinguido hacía tanto tiempo) en ellas y que no supiera controlarla. Pero no. Era normal como siempre, común la resto de los mortales, de no ser por ser extraordinaria en lo que hacía. Lo cual no era poco.
-Perdón-dijo una voz en mi cabeza y a la vez en el cielo. Me sentí como si las nubes hablaran conmigo y quisieran disculparse por tapar el sol.
El único inconveniente era que no había nubes. Ni sol. Había luz y punto, pero ésta no venía de ningún sitio.
-Por lo menos necesito sombras, ¿sabes?-le dije al cielo, a aquel dios informático que controlaba todo en mí, y que podría matarme con sólo quererlo. Pero mi diosa particular se mostró piadosa y me mandó a la mierda mientras me ordenaba que esperase, calificándome de “zorra impaciente”.
Como si de una explosión lejana y silenciosa se tratase, una bola de luz apareció en el cielo y se quedó clavada allí, mirándome con superioridad.
Ahora sí que todo está bien, pensé, y me permití un momento para mirar en derredor y...
… y me di cuenta de que estaba en el puente que no conseguí cruzar. El puente que lo cambió todo.
Casi podía verme a mí misma a través del velo de mis recuerdos lanzándome al vacío ante la visión del ángel aproximándose hacia mí, las alas recortándose en el cielo y proyectando sombras infernales.
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Empecé a buscar a mi presa, sabiendo que en cuanto la encontrase no tendría piedad.

La mejor forma de sentirse viva en ocasiones era matando a alguien.

martes, 11 de marzo de 2014

Favores.

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 Eri se había vestido no con sus mejores galas para la ocasión, pero tampoco estaba demasiado informal. Fiel a su estilo de seguir los dictados de su corazón, escuchó a sus instintos y se puso una blusa que, según su marido, le sentaba como un guante. Ella se limitó a sonreír y besarlo rápidamente.
Una cosa era una visita de Zayn, con quien estaba a gusto, y otra muy distinta; la visita de su recién estrenada esposa, la madre de Scott, que había resultado ser una vecina de Bradford del segundo mayor de la banda. Sherezade era la típica mujer de piel tostada y ojos verde aceituna, que hacían darse la vuelta a los hombres, y Eri... bueno, no era ninguna belleza, no tenía nada que la hiciera destacar sobre los demás. Louis había encontrado algo en ella que ella aún no había conseguido ver, pero, mientras su esposo siguiera viendo ese algo, todo estaría en orden.
Simplemente no quería que Sherezade la ganara en su propia casa. Eran algo parecido a amigas, ya que habían estado mucho tiempo juntas (sus hijos eran mejores amigos), pero tampoco llegaban a ser tan cercanas como lo habían sido las madres de los integrantes del grupo al que sus maridos pertenecían porque, simplemente, no habían necesitado apoyarse la una en la otra ante la ausencia de sus hijos.
Sherezade y Eri tenían una relación de amistad cortés, no demasiado distante, pero no lo bastante cercana como para que las dos mujeres pensaran en irse de compras la una con la otra por iniciativa propia.
Eri suspiró, se llevó las manos a los pantalones vaqueros y se las frotó repetidamente, intentando calmar sus nervios. Hacía bastante que no veía a Zayn, desde que había empezado el curso, de lo que ya habían pasado varios meses, y la confundía hasta qué punto era capaz de echar de menos y recriminarse no ir a verlo cuando lo tenía a escasos minutos en coche, viviendo en la misma ciudad. Se había acostumbrado a la añoranza en esos temas, ya que Niall y Liam vivían muy lejos, y Harry ya era un caso aparte, separándose de los demás colocando un océano entre ellos.
-¿Te puedes creer que estoy nerviosa?
Louis levantó la cabeza del periódico y se encogió de hombros. Él no se había preparado en absoluto; seguía con la camiseta que se había puesto cuando llegó a casa, la chaqueta vieja, y los pantalones de chándal. Al fin y al cabo, ¿para qué prepararse? Sólo era Zayn. Había estado con él mucho tiempo.
Y no necesitaba causarle buena impresión a su mujer, ya que a) era su mujer y b) él era Louis Tomlinson, de One Direction. No necesitaba esforzarse demasiado con esos temas: todo el mundo tenía una opinión ya formada de él, y a él no le interesaba lo más mínimo tratar de cambiarla. Seguiría siendo él mismo.
Esa era una de las cosas que atraían a su mujer hacia él.
-Tan sólo es Zayn-susurró pensativo cuando la escuchó corretear por la cocina, asegurándose de que había preparado suficiente café-. ¿Vamos a decirles lo que nos ha contado Harry?
-La cría de Harry y Noemí es el menor de mis problemas ahora mismo-replicó Erika con la boca seca, comiéndose la cabeza al meditar si sus invitados querrían pastas con el café. Se mordió el labio-. ¿Querrán té?
Louis puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Cerró el periódico, lo dejó encima de la mesa, y se acercó a su mujer. Sus alianzas tintinearon al chocar, pero Eri estaba demasiado ocupada volviéndose loca por detalles insignificantes como para enternecerse por el hecho de que llevaban anillos idénticos, y el significado de estos.
-¿Quieres relajarte? Ya han venido muchas veces, y nunca te has puesto así.
-¿Acaso no te das cuenta de la presión a la que nos acaba de someter Harry? ¿Por qué nos ha elegido a nosotros en vez de a Liam, Niall, o Zayn? ¿Por qué tú, Louis, de entre todos ellos? Si Liam siempre fue el más disciplinado, y Niall el más alegre, y Zayn...-frunció el ceño un momento-. Bueno, a Zayn ya le buscaré un rol que encaje con tener hijos en la banda.
Louis se echó a reír.
-Tal vez te haya elegido a ti, y yo sea el efecto colateral de haberte elegido.
-Eso me asusta más aún. Quiero decir, ¡venga! ¿Realmente Alba no puede ocuparse de este asunto? Es la más tranquila, su hija va a la universidad y su hermano es el primero de su clase, mientras que nosotros... bueno... Tommy-señaló la puerta y negó despacio con la cabeza, sin dar mucho crédito a lo que debía decir a continuación. Hubiera querido detener el tiempo en el instante en que le mencionó a Louis que había que ir a comprar y él le masajeó el cuello, dejó que sus manos bajaran por el costado de su mujer, convenciéndola de que no sería necesario ir a comprar ese día... podrían ir otro.
El contenido sexual de aquella conversación y la profundidad de aquellas caricias le habían causado verdadero pánico, porque era algo totalmente público, rayano en la exhibición de sexo gratuito ante aquellos a quienes había tratado de proteger con todo su empeño.
-Louis... los niños-murmuró tratando de acallar los gemidos que veían en el fondo de su garganta el lugar idóneo para salir al mundo y retozar en el aire-. Están delante-lo dijo tan bajo, temiendo esa verdad, que temió que él no la oyera. Pero él lo hizo. Llevaba acostumbrado a escuchar sus gemidos mucho tiempo.
-Me da igual. Así aprenden.
-Pues a mí no me hace ni puta gracia-replicó.
En ese momento había sido muy feliz, a pesar de la angustia y el terror a que los pequeños entraran y la descubrieran así. Había sido feliz y ahora le habían arrebatado la felicidad, dejando sólo la angustia y la presión que conllevaba el ser una buena madre.
Se apoyó en la encimera y contempló a Louis con ojos entrecerrados. Él le puso las manos en los hombros, y la instó a respirar profundamente.
-¿Quieres que cancele lo de hoy de Zayn? Puedo decirle que te encuentras mal...
Eri negó con la cabeza, frotándose la frente.
-No... no podemos echarnos atrás por esto. Tengo muchas ganas de ver a Zayn y a Sherezade, incluso a Scott, y no puedo dejar que estas cosas me afecten. Y mucho más ahora que me van a meter a otra adolescente de hormonas revolucionadas en casa.
-Diana no puede estar tan mal.
Eri alzó las cejas, apartando la mano de su frente y mirando a su marido.
-¿Louis?-lo llamó, tratando de atraer toda su atención.
-¿Qué?
-Noemí bajo ningún concepto reconocería que no puede con su hija y me la mandaría a mí para que me encargue yo de ella a no ser que Diana no fuera una santa, como vuestra princesa.
-Ahora también es la tuya.
-Louis.
Él asintió con la cabeza, alzando las manos.
-Sólo intentaba ayudar, ¿vale?
-Lo sé, y te lo agradezco, amor, pero... quiero seguir con esto. No sé hasta qué punto voy a aguantar, pero si no fuerzo hasta el límite, no sabré dónde lo tengo.
-La última vez que forzaste hasta el límite lo pagamos caro, Eri.
-Me volvió a crecer el pelo.
Louis se echó a reír, la besó despacio, y le acarició la cintura. Ella se dejó hacer, rodeando su cuello con las manos y sonriendo para sí, disfrutando de algo que no iba a cambiar nunca por mucho empeño que pusieran los demás.
Sonó el timbre, ella suspiró, lo miró a los ojos y se colocó bien la blusa, asegurándose de que la había colocado como debía.
-Ya abro yo-baló Eleanor, que estaba en el salón, viendo el programa de talentos de rigor. America's Best Top Model se había tomado un descanso, pero los británicos rápidamente habían hecho su propia versión del programa, muy exitoso en el país que se creía continente, lo que alentaba las esperanzas de la mayor de los hermanos Tomlinson de meterse en la industria de la moda algún día. Que sus padres hubieran hecho sendos pinitos posando para diversas revistas del mundo, aunque ese no hubiera sido su trabajo “oficial”, hacía que ella tuviera secretas esperanzas en que podría triunfar. Le corría por las venas. Lo sabía. Tenía que correrle. Era algo natural.
Louis le apretó la mano a su mujer y le pasó el brazo por la cintura, acariciando su vientre nuevamente plano, que tanto había hecho abultarse a causa de aquellas noches de pasión, vestidos con los halos de luz de luna, siguiendo a su hija.
-¡Zayn!
-¡Louis!
Ambos se abrazaron como si no trabajaran juntos.
-Estás preciosa, Sherezade.
-Oh, gracias, Louis. Sólo es un trapito, es lo primero que he cogido.
-Sí, lo primero después de revolver todo el armario-se carcajeó Malik, riendo a carcajada limpia. Eri escuchó pasos subiendo las escaleras, y estuvo segura de que Scott había ido con sus padres, aprovechando para hacer una visita a su mejor amigo y contarle qué tal había ido la clase a la que Tommy había faltado.
-¿Y Eri? Quiero abrazarla; hace mucho que no la veo.
-Sí, tengo muchos cotilleos que contarle-asintió la señora Malik más legítima, esbozando una sonrisa luminosa, cuya pureza blanca se alimentaba de la oscuridad de su piel.
-Está preparando las cosas. Hoy ha tenido un día muy atareado.
-Más trabajo va a tener ahora-contestó Zayn, entrando en la cocina y viendo cómo Eri colocaba cuidadosamente las tazas de café que iban a tomar. Eri se apartó el pelo de la cara, se colocó un par de mechones tras las orejas, levantó la vista y sonrió como si hubiera visto al mismísimo arcángel San Gabriel.
Erika abrió los brazos y Zayn se escurrió entre ellos, levantándola y haciendo que sus pies se despegaran del suelo. La española se echó a reír, le dio un beso en la mejilla y murmuró:
-Cada día estás más guapo.
-Es la genética-replicó el musulmán, sonriendo y colocando inconscientemente la lengua entre los dientes, como solía hacer en las fotos.
Eri se apartó el pelo de la cara, echándose un mechón tras la oreja, y se acercó a Sherezade. La señora Malik sonrió y le dio dos besos a la señora Tomlinson, que no se hizo de rogar y los devolvió sin dudarlo. Sherezade tenía ese efecto en todo el mundo: la gente, cuando pensaba en ella, se sentía se sentía amenazada por esa belleza exótica, que la hacía semejante a una diosa egipcia, debido al tono de su piel y sus ojos verdes; sin embargo, cuando estaban con ella, se relajaban, como si los poros de la esposa de Zayn emitieran alguna sustancia que relajaban a todo aquel que se encontraba frente a ella.
Zayn era el encargado de poner en su sitio a los hombres que se sentían demasiado cómodos con la mujer, que se mostraba azorada y tímida cuando alguien desconocido se acercaba a ella.
-Estás preciosa, Eri-sonrió Sherezade, mostrando unos dientes que parecían brillar en la oscuridad. Eri se echó a reír y negó con la cabeza.
-¿Tú crees? ¿No estarás hablando de ti?
Después de intercambiar las cortesías de rigor, las dos parejas pasaron al comedor, con vistas a la ciudad de Londres, capital del mundo (Eri había dejado de luchar por hacer ver que Londres no lo era, siempre defendiendo a su querida Los Ángeles, dando el caso por perdido; al fin y al cabo, la adoración por la capital inglesa era muy superior a la de la ciudad que ostentaba el título de Meca del Cine), recortándose contra el cielo encapotado tan usual. Zayn se sentó entre las dos mujeres, y Louis se colocó al lado de su invitada, ligeramente alejado de su esposa, que no protestó. Tendrían mucho tiempo para estar solos; no era ocasión de discutir por tonterías.
-Así que, ¿qué tal todo? ¿Has hablado con Niall?-inquirió Zayn dando un sorbo de su taza de café. Louis negó con la cabeza, apartándose la taza de té de los labios. Sherezade alzó una ceja, mirando a su marido, preguntándose en silencio a dónde quería llegar dando rodeos.
-¿Debería?
-Me llamó ayer por la noche, y, como en el instituto estábamos tan liados, no me apetecía demasiado hablar con toda esa gente escuchando.
-Y por eso me habéis hecho preparar de comer-contestó Eri, alzando las cejas y echándose a reír. Sherezade puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
-Hubiera traído pastas si no hubiera creído que tal vez te resultase ofensivo, querida.
-Me lo resultaría-aseguró la española, dejando su taza posada sobre el plato y tomando una pasta de la pequeña bandeja plateada. Louis experimentó un pequeño placer, semejante al que le recorría la espina dorsal cada vez que su esposa comía sin que él se lo pidiera.
Sherezade rió, pero Zayn la ignoró.
-Quiere volver a las andadas.
-Niall siempre quiere volver a las andadas, así que eso no es nada nuevo-contestó Louis, haciendo un gesto desdeñoso con la mano-. ¿De qué tipo de canción estamos hablando? ¿Has hablado con Liam? Siempre escribimos mejor juntos...
-Habla de la banda-murmuró Zayn, clavando los ojos en su compañero. Louis frunció ligeramente el ceño.
-¿One Direction? ¿Va en serio?
Zayn asintió con la cabeza.
-Hace muchísimo que no trabajamos juntos, y necesitaríamos muchos ensayos. Además, Harry está en Nueva York...
-Eso mismo le dije yo, pero... la verdad es que tengo ganas de revivir los viejos tiempos.
-Yo tenía ganas de cambiar el nombre de la banda y vosotros no me hicisteis ni caso.
-Siempre te dije que One Direction está bien tal y como está-contestó Eri, molesta. Siendo una gran fan de la banda como era, vivía en el pasado, recordando cada uno de los premios que su marido y sus amigos habían ganado, los momentos que les habían regalado, los instantes compartidos con ellos, las decepciones... Y todo aquello tenía una historia con un título, el mismo nombre de la banda. Que se quisiera cambiar este título no le hacía ninguna gracia.
Louis suspiró.
-El caso es que deberíamos hablar de todo. Al fin y al cabo, Niall y Harry están triunfando en solitario, somos nosotros los que más desaparecidos estamos.
-Entra en Twitter; todavía tienes un millón de seguidores.
Louis y Zayn se echaron a reír, recordando la pequeña competición que montaron cuando ambos estaban rozando los cien millones de seguidores. El resto ya los habían alcanzado (Harry, de hecho, casi duplicaba esa cifra), pero ninguno de los dos quería ser el último. Así, habían hecho de todo con la intención de ser el primero de los dos en traspasar esa frontera, llegando Zayn antes que Louis, y cachondeándose de eso en cada ocasión que se le brindaba.
Que Louis no se callara nada era una de las cosas que hacía que fuera el menos seguido, porque siempre hablaba de lo que pensaba, sin preocuparse de las opiniones ajenas. Así, comentaba siempre lo que le apetecía (y el fútbol ocupaba la mayor parte de su tiempo), lo que hacía que dejara de ser interesante para los que una vez habían visto en él el centro de su mundo.
Louis se mordió los labios y cogió otra pasta, mientras Sherezade y Eri admiraban la pulsera de la última, que rara vez se quitaba, pues era un regalo de hacía mucho tiempo de su marido. Se la había comprado una de las primeras veces que salieron juntos.
-No quieres volver, ¿verdad?-preguntó Zayn, mirándolo. Las dos mujeres interrumpieron su charla y alzaron la vista. Todos los ojos de la habitación estaban clavados en Louis, el mayor de la banda, el que había sido el mayor soporte, el que había hecho a sus compañeros sonreír cuando las cosas no iban nada bien.
-Claro que quiero. La música es mi vida, ya lo sabes. Es sólo que... los hijos de Niall aún son pequeños. Y los nuestros no.
Zayn asintió con la cabeza.
-No había pensado en eso.
-Yo sí-replicó su mujer, encogiéndose de hombros-, pero no quise decirte nada porque parecías muy ilusionado.
-Sher...
Sherezade se encogió de hombros.
-Te eché mucho de menos la última vez. Casi me volví loca.
-Escucha, Tommo. Escucha, porque eso se puede aplicar a mí.
Louis sonrió con una sonrisa escondida tras sus dedos índice y corazón, que había apoyado cuando Sherezade se volvió hacia Malik.
-No quiero que te vayas, pero tampoco quiero que te quedes. Es tu sueño, y yo no soy quién para meterme en medio, pero... no soportaría otro tour.
Eri asintió con la cabeza. Zayn cerró los ojos.
-Tenemos que hablar con Niall, pero esto es cosa de todos. De nuestras mujeres también, Zayn-respondió Louis.
Zayn abrió los ojos y sonrió.
-Es increíble que seas tú el que esté diciendo esto. ¿Te lo imaginas?
-El mundo está jodido-respondió Louis.
-Entonces, ¿hablamos con Niall?
-Podemos hacer una vídeo llamada entre los cinco y hablar de esto-contestó Louis, encogiéndose de hombros-. Yo por mí volvía, Zayn, sabes lo que me gusta todo eso. Me lo paso genial con vosotros y no lo cambiaría por nada.
-Pero...
-Pero tengo una familia. La última vez que me largué de tour, cuando volví tenía un bebé más en casa-lanzó una mirada envenenada hacia su mujer, que se ruborizó y bajó la vista. Sherezade rió con una risa musical como el tintineo de una campanilla. Se había enterado del embarazo de Erika cuando ella estaba en el sexto mes. Por suerte para la sorpresa, fue a visitarla a ella antes de llamar a Louis para felicitarlo por la noticia y a Zayn para reñirle por lo ocurrido.
-No volveré a hacerlo, puedes confiar en mí.
-Confiaba en que me hubieras dicho qué pasaba mientras pasaba, no después.
-Reconoce que te encantó la sorpresa.
Louis alzó una ceja, y Eri le imitó. Sherezade se echó a reír.
-No tuvisteis ninguna bronca, así que no estuvo tan mal, ¿verdad?
Louis negó con la cabeza, esbozando una tímida sonrisa.
-La verdad es que no, pero eso fue porque estaba cansado. No me apetecía ponerme a discutir apenas había llegado a casa.
Zayn se mordisqueaba la uña, divertido por esa pequeña riña que sus amigos parecían haber librado más veces y querían sacar a la luz, pero aliviado porque no lo hicieran de verdad. Eso era lo mejor de la banda y lo mejor de las chicas que habían estado con ellos desde casi el principio: no se tomaban las cosas demasiado en serio, podían hablar con tranquilidad sin temer que hubiera malas vibraciones o malas contestaciones y, si las había, no les daban mucho crédito.
Siguieron charlando de cosas insustanciales, alejándose cada vez más de lo que realmente importaba a los Tomlinson. Sherezade le cambió el sitio a su marido, y ahora las mujeres cotilleaban como nunca habían hecho antes, hablando de que si la vecina había estado con otro hombre y su marido no lo sabía, de la ropa que había llevado tal actriz a tal entrega de premios, del vídeo de una cantante juvenil que había seguido los pasos de Miley Cyrus y terminaba desnudándose como lo había hecho ella, pero esta vez sin una metáfora relacionada con la canción por detrás... Mientras tanto, los hombres echaban partidas a las cartas y comentaban momentos del pasado, que iba a volver pero a la vez era irrecuperable.
-¿Recuerdas aquella vez en Italia en la que las fans se las apañaron para entrar en el hotel y las chicas estaban dentro y casi se pelean?
-¿No fue en México, tío?
-Puede ser. La verdad es que los países se mezclan.
-Yo me acuerdo de cuando fuimos a la India. ¿Te acuerdas tú? Nos lo pasamos muy bien en Bollywood, a ti querían cogerte para hacer una película o por lo menos salir de extra.
-Lo habría hecho si me hubieran dejado.
-Casi no había tiempo.
-Creo que donde mejor me lo pasé fue en Dubai. Había mucha tranquilidad allí.
-Porque llevábamos un montón de guardaespaldas.
-Sí, pero las tiendas, el ambiente... todo allí era diferente, era como si los demás estuvieran demasiado ocupados controlando que no se les escaparan sus millones de dólares como para fijarse en nosotros, ¿no te acuerdas?
-Apenas me acuerdo de Dubai, tío. Estuve metido en el hotel casi todo el tiempo, viendo películas de ninjas. Tenía demasiado miedo de la tormenta de arena que habían anunciado el día anterior.
-Y que al final no nos pilló.
-Me habría recriminado eso toda la vida de no ser por una de las películas que vi. Era genial.
-¿Te acuerdas del título?
Louis negó con la cabeza.
-Era muy raro.
-¿Cuánto hace que no habláis con Harry, Zayn?-preguntó Eri. Sherezade había cambiado radicalmente de expresión, ahora estaba seria, observando a su anfitriona con ojos suspicaces, tratando de leer algo inscrito en su piel, más hondo que sus pulmones.
Zayn se encogió de hombros sin darle importancia a la pregunta, que había hecho que Louis pusiera los ojos en blanco un segundo, alzara la vista al cielo y asintiera con la cabeza. Así le hizo saber a su mujer que había captado el mensaje en forma de indirecta que le había mandado.
-Un mes, quizá dos. La verdad es que no lo recuerdo muy bien. ¿Muñeca?-se giró hacia Sherezade, poniendo especial cuidado en no enseñar las cartas. Los ojos de Sherezade chispearon, a juego con su blusa, y sus hombros se alzaron.
-Puede que haga mes y medio. Seguramente. Sí.
Zayn sacó una cajetilla de tabaco y se la mostró a Louis, que se encogió de hombros y señaló con la mandíbula a Erika, auténtica dueña de la casa, a pesar de que las escrituras estaban a nombre de él. Ella cuidaba de la casa y la mantenía en buen estado, limpiando regularmente y acicalándola cada vez que se le presentaba la ocasión, de manera que para él el verdadero poseedor del hogar era su mujer.
Eri le dio luz verde con un movimiento de la mano y Zayn encendió el cigarro. Dio una larga calada y se levantó a por un cenicero colocado estratégicamente en una de las pequeñas mesas que había en el comedor. Su boca esbozó una sonrisa sarcástica, respondiendo a la previsión de la mujer que, una vez más, iba por delante de él.
-¿Por qué?
-Hemos hablado hoy con él.
-Ah, ¿sí? ¿Y cómo estaba? ¿Todo bien en Nueva York?
-Quiere que nos quedemos con Diana-espetó Eri sin ningún pudor. Sherezade frunció el ceño y apretó los labios un poco más de lo que ya lo estaba haciendo. Zayn alzó las cejas y miró a la pareja.
Louis estiró el brazo y sacó un cigarro del pequeño paquete que traía su amigo.
-Lo siento, nena.
Erika se encogió de hombros. La conversación se repetía tanto y se parecía tanto a las demás que era capaz de reproducirla de memoria, y no quería tenerla con los Malik delante.
-Tengo constancias de que lo haces más a menudo de lo que te atreves a confesar.
-Sólo en situaciones desesperadas que requieren medidas desesperadas.
-¿Por qué te cabrea el asunto, Louis?-preguntó Zayn, sentándose de nuevo en el lugar que previamente se le había asignado a su mujer. Louis se encogió de hombros, encendiendo el cigarro apoyándolo apenas sobre la llama que no iba a sostener nada, y se encogió de hombros. Dio una larga calada, se encogió de hombros y soltó el humo tóxico que habían almacenado sus pulmones con semblante serio.
-Porque no me ha dado oportunidad a negarme.
-Pero, ¡es Harry! Podrías haberle dicho que no-respondió Sherezade-. Sabes que no se lo tomaría a mal. Es un cielo.
-Ya, pero también sé que él sabe que yo no le podría decir que no a un favor. Y menos siendo él.
-Larry-respondió Eri esbozando una sonrisa. Louis frunció el ceño.
-A mí dejó de hacerme gracia hace muchísimo tiempo.
-A mí me la sigue haciendo porque seguís con esos lazos, por muy lejos que estéis.
-Stan no me toca los cojones a este nivel-respondió Louis, echando la cabeza hacia atrás y tragando saliva.
-Eso es porque Stan es un tío legal, y Harry no lo ha sido nunca-replicó Zayn, riendo a carcajada limpia.
-Pobre Harry, cómo le estáis poniendo en un momento-sonrió Erika, incorporándose y echando un vistazo por encima del hombro de su marido, contemplando sus cartas. Sherezade se limitó a inclinarse para hacer lo mismo que ella con el suyo. Hizo una mueca que a Eri no se le escapó pero, dado que no era su partida, y no estaban jugándose nada verdadero, no dijo nada.
-¿Qué te preocupa, Louis?
Louis se encogió de hombros.
-Me preocupan muchas cosas. Tengo mucho en qué pensar, y no me ayuda el hecho de que ahora Harry quiera que nos hagamos cargo de su hija.
Eri suspiró levemente y asintió con la cabeza sin demasiada energía, como si de repente le hubieran quitado toda la energía para utilizarla ya en la empresa de cuidar de Diana Styles.
-¿Os ha dicho por qué quiere que os encarguéis de ella?
Ambos negaron con la cabeza, a pesar de que la mujer no había hablado realmente de ello con el que ahora vivía en Estados Unidos. Se había limitado a hacer de telefonista.
-No, no nos lo ha dicho, pero la cría debe de haber hecho algo malo-murmuró Louis, tocándose la mandíbula con la mano que sostenía el cigarro y extendiendo una carta. Zayn asintió, meditabundo, y lanzó otra carta a la mesa. Habían cambiado de juego sin decir nada, y las mujeres estaban perdidas, sin saber muy bien cuáles eran las nuevas reglas.
-Podréis con ello.
-¿Por qué estáis tan seguros de que ha hecho algo malo? Tal vez sólo quieren que estudie algo que se trabaja mejor en Reino Unido-comentó Sherezade, llamando a la calma. Eri negó con la cabeza, haciendo que sus rizos chocolate levitaran un segundo rodeando su cara.
-No; lo habrían dicho a principios de curso, no en pleno primer trimestre.
-Que para Scott y Tommy resulta ser finales-intervino Zayn, recogiendo un manojo de cartas y colocándolo en un montón ya hinchado que acababa de formar.
-En todo caso, han hecho una buena elección.
Louis y Eri levantaron la cabeza al unísono, haciendo gala de una coordinación que se creía desaparecida, y que se había perdido realmente, porque no se daba entre ellos dos, sino entre Niall y Louis cuando estos se lo proponían.
-¿A qué te refieres?
-Bueno, Eri... te has casado con Louis, y tus hijos han salido normales. Les has cuidado bien y estás haciendo un trabajo muy bueno conteniendo esos genes Tomlinson que tienen. La sangre de Louis tiene mucha influencia, lo sabemos (no hay más que pensar en tus cuñadas), pero vuestros críos no han hecho nada particularmente gordo-se explicó Zayn, alzando las cejas con la vista perdida, pensando en sus cosas, seguramente recordando algo que sus hijos habían hecho y de lo que no se alegraba demasiado. Scott, Sabrae, Shasha y Duna (el nombre de esta última había sido motivo de muchas mofas hacia su padre, porque los chicos creían que continuaría con la tradición y le pondría un nombre iniciado en S, pero resultó no ser así) no eran malos, pero sí revoltosos. Con predilección por el alboroto, los hermanos Malik eran una bomba de relojería cuando se juntaban, y minas antipersona cuando se separaban. Sin embargo, sólo las chicas se comportaban relativamente bien, pues la timidez las frenaba.
Eso y que las mujeres siempre estaban mucho más sometidas a la presión de la sociedad y del ambiente que las rodeaba, cosa que con los chicos no pasaba. Y eso, por muy jóvenes que fueran, los niños lo notaban, haciendo que los varones tuvieran más libertad para hacer lo que quisiera sin temer por lo que los demás dijeran, y las chicas tuvieran que medir más sus actos, haciendo incluso cosas en la sombra, escondiéndose de los demás por temor a los juicios.
-Después de lo que está pasando con Tommy, no sé cómo tomarme eso-comentó Eri, dando un trago de su bebida y apretando la mano en el hombro de su marido que, automáticamente, le puso la mano sobre la suya, mostrándole que no estaba sola.
-Son sólo etapas, querida, no te preocupes. Tu hijo la superará.
-Además, con la cabeza que tiene, seguro que se lo rifan en cualquier universidad. No debéis preocuparos por eso.
-El problema es que ahora no da un palo al agua, y deberíamos estar encima de él constantemente y, si viene la hija de Noemí y Harry, no vamos a poder hacer mucho de eso.
-Podréis con ello-aseguró Sherezade, sonriendo de nuevo, devolviendo la luz a la habitación y recuperando la confianza de quienes la estaban escuchando. Ella era la luna en una noche oscura; en ocasiones se ocultaba tras una nube, pero cuando volvía lo hacía con tanta gloria que nadie se quedaba indiferente ante ella.
Después de animar a la pareja con bromas y más charlas recordando el pasado, o comentando los cambios de peinado de tal cantante que estaba dando mucho que hablar, y cuando el sol parecía ocultarse, perezoso y abatido por no conseguir que los Malik se echaran a la calle antes de que él tuviera que irse, Zayn y Sherezade se levantaron de la mesa. Llamaron a su hijo, que bajó con aires tristes la escalera, seguido por su mejor amigo de cerca, y se despidieron de sus anfitriones.
-Ánimo con la cría de Harry, Louis-le susurró Zayn al oído-. Si necesitáis algo...
-Lo sé, Zayn, lo sé. No te preocupes-le dio una palmada en la espalda, agradecido por el gesto.
-No te agobies, ¿quieres, Eri?-inquirió Sherezade tras darle dos besos a Erika, que asintió con la cabeza, pero cuya expresión demostraba que estaba lejos de obedecer-. Lo harás genial.
Y se fueron así, después de intercambiar besos y promesas de que volverían a unirse pronto.
Cuando se fueron y se quedaron solos en el salón, Louis y Eri se miraron. Suspiraron y se tiraron en el sofá, en silencio, mirando la tele con la pantalla apagada, pero que parecía igual de interesante que cuando echaban noticias de algún accidente de aviación o alguna catástrofe natural.
Eri terminó rindiéndose y acercándose a su marido. Se pasó el hombro de este por encima del hombro y le besó el costado. Louis cerró los ojos, disfrutando del contacto de su mujer.
-Deberías hacer más caso a Sherezade.
-Estoy preocupada.
-Oh, vamos, Eri. Es una Styles. Lo ha dicho Zayn. Comparada con Tommy y Eleanor, Diana será una tontería.
Eri torció la boca, no muy segura de sí misma.
-Pero la cuestión es no cómo la vaya a cuidar, sino si estoy preparada para cuidar de alguien que no sea mi hija. No sé si estoy preparada aún para cuidar de la hija de Noemí, Lou. Si la hace irse es por algo.
Louis tomó la mandíbula de la mujer con sus manos y la obligó a mirarla. La besó en la boca despacio, con aquella delicadeza que a Eri siempre le daba la impresión de tener miedo de que se rompiera entre sus manos, esfumándose como el humo que se escurre entre los dedos.
-Lo has hecho bien con los nuestros, nena. Una Styles será un paseo.
Eri sonrió con ternura, observando aquellos labios tan apetecibles, y se inclinó hacia ellos. Se dejó besar y besó, acariciándole el cuello, con el mismo sentimiento que había puesto en su primer beso.
-Louis.
Él no le hizo caso, siguió besándola y pegándola contra él como solía hacer. Tiraba de su ropa, la cogía por la cintura y la acercaba a su cuerpo, dejándose llevar por el sentimiento.
-Louis-repitió ella, sonriendo cuando él le besó el cuello, en un “cállate” mudo, y negó con la cabeza. Lo apartó despacio, él se la quedó mirando. Se mordió el labio y ella sintió cómo algo se retorcía en su interior, respondiendo a esto y a la expresión hambrienta de sus ojos. Supo que esa noche se lo iba a pasar bien.
-Tengo que preparar la cena.
-Puedo hacerla yo luego. O podemos pedir una pizza.
-No-respondió su mujer, viéndose atraída de nuevo a sus brazos-. ¡Louis!-baló, alargando su nombre todo lo que pudo, y echándose a reír. Él se separó, bufó, se pasó una mano por el pelo y murmuró para sí:
-Debo de haber perdido muchas facultades si es tan fácil para ti rechazarme de esta manera.
-No es fácil, pero tengo que hacerlo-se defendió Erika, besándolo rápidamente, tanto que a él apenas le dio tiempo a cerrar los ojos y notar sus labios sobre los de ella-. ¿Qué preparo?
Su marido dejó caer la cabeza sobre el sofá, con los brazos extendidos en actitud de absoluto amo de todo, y se encogió de hombros.
-Carne. Siempre carne.
-¿Tienes cosas que hacer?
-Oh, sí, mierda-gruñó él, frotándose la cara. Eri volvió a reírse, se levantó y le tendió la mano.
-Voy a cambiarme de ropa. Luego puedes ir a la cocina y estaremos un rato juntos, ¿qué te parece? Hace mucho que no estamos juntos.
-Creo que quiero suicidarme-respondió él, cerrando los ojos y haciendo un gesto de dejadez con la mano-. Vete. Déjame morir en paz.
Eri volvió a echarse a reír, le cogió la mano y tiró de él. Le besó la nuez del cuello, que se marcaba especialmente ahora que él tenía aquella posición tan comprometedora, y consiguió arreglárselas para levantarlo. Le ordenó que fuera a la cocina o que la esperara allí, pero que, bajo ningún concepto, se fuera con ella a la habitación, porque se conocía y sabía qué iba a pasar si se metían en la misma sala en la que ella se iba a desnudar.
Y se habían prometido no hacer eso cuando los niños estaban en casa.
Cuando volvió, vestida de nuevo con ropa totalmente informal, se encontró con que Astrid había conseguido convencer a su padre para que jugara con ella. Daniel estaba jugando al balón con Tommy, por lo que no le prestaba atención, y Eleanor seguramente estuviera encerrada en su cuarto, hablando por teléfono con cualquiera de sus innumerables ligues del instituto, con los que hacía malabares para tener las tardes y los fines de semana ocupados.
-¿Quieres venir a hacer la cena, Astrid?-preguntó Eri, inclinándose hacia ella. El rostro de la niña se iluminó, bramó un emocionado “¡sí!” en español, y se levantó corriendo. Louis la miró, agradecido, ya que las muñecas no eran algo que le atrajera especialmente de el asunto de ser padre, y siguió a dos de sus tres mujeres favoritas hacia la cocina. Astrid escaló como pudo, arreglándoselas para subir al taburete y extendiendo sus brazos rechonchos por encima de la mesa. Eri le tendió una bolsa de pistachos, y le pidió que los sacara de su cáscara. Astrid asintió con la cabeza, tomándose la misión como si de un auténtico asunto de estado se tratara, y se concentró al máximo. Louis abrió su libreta y se dispuso a corregir deberes del colegio.
-¿Qué tal las clases?-preguntó Eri, sentándose al lado de la niña y enfrente de su marido para pelar patatas.
-Bien. No me dan guerra. ¿Y tú por casa?
-Bien. No me da guerra-se burló Eri sin evitar una carcajada. Astrid no oía nada; su misión la tenía totalmente absorbida.
-¿Qué has hecho hoy?
-He barrido toda la casa y luego me he tirado al sofá, compareciéndome de lo dura que es la vida de la mujer casada.
Louis se puso serio de inmediato.
-Oye, Eri, ya sabes que si te ves sobrepa...
-¡Estoy bien! No te preocupes, amor. No vamos a contratar a nadie que limpie la casa estando yo aquí sin hacer absolutamente nada. Me aburriría demasiado.
Louis torció el gesto.
-No te preocupes-le repitió, poniéndole una mano sobre el brazo y acariciándole con le pulgar el bíceps. Louis cerró los ojos.
-Podrías volver a dar clase.
Ella negó con la cabeza.
-No tengo la carrera; además, realmente no necesitamos el dinero. Tú también podrías quedarte aquí... y hacerme compañía-susurró en tono íntimo, dirigiendo una rápida mirada a su hija pequeña, que seguía concentrada en sus asuntos-. Así tal vez no nos aburriríamos tanto-bajó la vista como queriendo comprobar si su sonrisa era tan bonita como Louis la veía y luego se echó a reír-. Pero entiendo que quieras ir. Al fin y al cabo, es tu segunda vocación.
-Es la tercera.
-No me gusta que juegues al fútbol, eso es todo. Te has lesionado mucho en esa carrera meteórica que podría competir con la de David Beckham.
-Sólo caridad-coincidió él, pasándose una mano por el pelo, asegurándose de que lo tenía bien peinado, y siguiendo con sus correcciones.
Hablando entre ellos como si realmente estuvieran solos pasaron el tiempo mientras Eri preparaba la cena y Louis terminaba su trabajo. Daniel y Tommy entraron en la cocina y exigieron que ella se diera prisa, recibiendo una merecida riña pro parte de su padre, que les invitó a hacer lo que estaba haciendo su madre tan bien como lo hacía ella y más rápido. Los chicos se sentaron a la mesa; Daniel trató de ayudar a su hermana, pero Astrid interpretó esa intrusión como un boicot a su trabajo y protestó enérgicamente, amenazando con desbordarse en lágrimas si no la dejaban tranquila.
-¿Has hecho los deberes, Dan?-inquirió Louis. Dan bajó la cabeza y sonrió, azorado porque le habían pillado en media fechoría. Louis esbozó una media sonrisa y le instó a que fuera a hacer sus deberes.
Eleanor fue la última en llegar, vestida con un pijama que dejaba al descubierto su vientre pano y dejaba entrever unas piernas fuertes y sanas, perfectas, las de una chica que arrancaba miradas allá por donde pasaba. Cenaron juntos, como siempre solían hacer, y luego se fueron distribuyendo por la casa: Tommy y Eleanor en sus respectivas habitaciones, viendo la televisión (podrían haberse reunido, ya que veían el mismo programa, pero su orgullo les hacía creer que no era acertado reunirse con el otro, y menos con las peleas que podían desatarse), y los dos más pequeños se quedaban viendo en el salón el último programa infantil del día, esperando a que los dibujos animados les dieran la señal para ir a la cama.
Louis se metió en la ducha, decidido a descargar toda la tensión del día en el agua y dejar que ésta se escurriera por el desagüe... y no pareció avisar a Eri, ya que ella se dispuso a fregar los platos (quejándose una vez más de que Eleanor se quejara de que tenía mucho que estudiar y se escaqueara, sin demasiadas ganas de iniciar otra pelea con su hija mayor, que era igual que ella incluso en aquellas cosas).
Tommy pudo escuchar los improperios de su padre en la habitación contigua, que resultaba ser el baño, cuando cerró el grifo. Louis se envolvió la cintura con una toalla y abrió la puerta del baño.
-¡Erika! ¡ERIKA!-bramó con todas sus fuerzas. Tommy se asomó a la puerta, sorprendido: su padre sólo llamaba a su madre así en ocasiones muy contadas.
Cuando por fin la interpelada se dio por aludida, lanzó un grito que recorrió toda la casa.
-¿QUÉ ESTÁS HACIENDO!
-¡Fregar!
-¡CIERRA ESE PUTO GRIFO, QUE ME ESTOY DUCHANDO!
Tommy frunció el ceño. Louis se giró, se lo quedó mirando un segundo, y notó la mirada de su hijo recorriendo todos sus tatuajes, cada uno con una visión distinta, cada uno mostrando secetos al mundo que nadie era capaz de descifrar. Se preguntó por millonésima vez por qué no le dejaban tatuarse un símbolo tribal en el hombro si su padre tenía un ciervo en el mismo lugar. Y un gorrión en el antebrazo.
Un puto gorrión en el antebrazo.
-Tommy, si tanto te gusto puedes teclear mi nombre en Internet. Te sorprendería ver hasta qué punto se me conoce-se cachondeó su padre.
-No quiero ver montajes de tu polla al aire, papá.
-¿La tengo grande?
-Enorme.
-Entonces no son montajes, chico.
-¡PAPÁ!
Louis se echó a reír, negó con la cabeza y cerró la puerta. Pero Tommy ya había abierto la caja de Pandora que era su mente, y ya estaba pensando en los tatuajes. Cada uno de los cuales, sin excepción, y de eso estaba seguro, contaba una historia pasada hacía mucho, pero lo bastante importante como para que alguien, por temor a perderla, utilizara su piel a modo de diario y la estampara allí para la posteridad, sin importar lo dura que fuera.

Y es que son precisamente las historias duras las que te hacen ser quien eres.