lunes, 27 de octubre de 2014

Si no soy yo, ¿entonces, quién? Si no es ahora, ¿cuándo?



Fui nombrada embajadora de buena voluntad de las Naciones Unidas hace seis meses, y cuanto más hablaba sobre feminismo, más me daba cuenta de que pelear por los derechos de las mujeres se había convertido, de manera demasiado corriente, en "odiar a los hombres". Si hay una cosa que sé con seguridad, es que esto debe acabarse.
De hecho, el feminismo, en su definición, es la creencia de que tanto hombres como mujeres deben tener los mismos derechos y las mismas oportunidades; se trata de la teoría de la igualdad de sexos clásica, en lo político, económico y social.
He estado cuestionándome los supuestos de género desde hace mucho tiempo. Cuando tenía 8 años, me parecía extraño que me llamasen "mandona" por querer dirigir la obra de teatro que íbamos a representar delante de nuestros padres, pero que no les dijeran eso a los chicos.
Cuando tenía 14 años, empecé a ser sexualizada en ciertos aspectos por los medios de comunicación.
A los 15, mis amigas comenzaron a abandonar los deportes que practicaban, porque no querían parecer masculinas.
A los 18, mis amigos chicos ya no eran capaces de expresar sus sentimientos.
Decidí que yo era feminista; y esto no me pareció nada complicado. Sin embargo, mi reciente investigación me ha llevado a descubrir que "feminismo" se ha convertido en una palabra muy poco popular. Las mujeres eligen no ser identificadas como tales. Al parecer, pertenezco a esa clase de mujeres cuyas expresiones son vistas como demasiado fuertes, agresivas, aisladas y anti-hombres. Incluso, nada atractivas.
¿Por qué se ha convertido el mundo en algo tan incómodo?
Soy británica, y creo que es lo justo que se me pague lo mismo que a mis compañeros hombres. Creo que es justo que yo pueda tomar decisiones sobre mi propio cuerpo, y creo que es justo que, como mujer, se me dé voz y voto en las decisiones políticas que afecten mi vida. Creo que es lo justo que yo merezca socialmente el mismo respeto que los hombres. Lamentablemente, puedo decir que no hay un sólo país en el mundo en el que toda mujer pueda esperar tener estos derechos;es más, ningún país puede decir que haya alcanzado la igualdad de género.
Considero este derecho como uno de los fundamentales del género humano, y, aun así, soy una de las "afortunadas". Mi vida es un completo privilegio, pues mis padres no me quisieron menos por haber nacido hija. Mi escuela no me limitó por haber sido una muchacha. Mis mentores no asumieron que yo no fuera a llegar lejos porque algún día vaya a dar a luz.
Estos influenciadores son los embajadores de la igualdad de géneros que me han convertido en lo que soy hoy. Tal vez no lo sepan, pero son feministas inadvertidos que están cambiando el mundo a día de hoy. Necesitamos más de esos.
Y, para aquellos a los que no les gusta la palabra; no es la palabra lo que importa, sino la idea y la ambición que hay detrás de ella, pues no todas las mujeres han tenido los derechos que he tenido yo. De hecho,según las estadísticas, muy pocas los recibieron. En 1997, Hillary Clinton dio un famoso discurso en Pekín acerca de los derechos de las mujeres. Lamentablemente, muchas de las cosas que quería cambiar, se mantienen aún hoy. Pero lo que más me impactó fue que menos del 30% de la audiencia eran hombres.
¿Cómo podemos cambiar el mundo si la mitad no está invitado, o no se siente invitado, a tomar parte?
Hombres, quisiera aprovechar esta ocasión para enviaros una invitación formal. La igualdad de género es vuestro problema también. Porque hoy, he visto el rol de mi padre como tal ser menos valorado que el de mi madre, a pesar de que necesité de su presencia cuando era niña tanto como la de ella. He visto a hombres jóvenes sufrir enfermedades mentales y verse incapaces de pedir ayuda, por temor a sentirse menos hombres. De hecho, en Reino Unido, el suicidio es el mayor asesino de hombres de edad entre 20 y 49 años, eclipsando incluso a accidentes de tráfico, cáncer, y enfermedades coronarias. He visto hombres haciéndose frágiles e inseguros por los estereotipos de lo que constituye ser un hombre "hecho y derecho". Los hombres tampoco tienen el beneficio de la igualdad. No solemos hablar de los hombres siendo aprisionados por los estereotipos masculinos, pero yo puedo verlos. Y, cuando estén libres, las cosas cambiarán para las mujeres como consecuencia natural.
Si los hombres no tuvieran que ser obligados a ser agresivos para que les aceptasen, las mujeres no estarían obligadas a ser sumisas.
Si el hombre no tiene que controlar, las mujeres no tendrán que ser controladas.
Ambos, mujer y hombre, deben sentirse libres para mostrarse sensibles, y tanto hombres como mujeres deben ser libres para ser fuertes. Es hora de que todos percibamos el género como un espectro, en lugar de considerarnos dos conjuntos cuyos ideales están opuestos.
Si dejamos de definirnos por lo que no somos, y empezamos a definirnos por lo que somos, podremos ser mucho más libres. Y esto es lo que HeForShe apunta. Apunta hacia la libertad.
Quiero que los hombres asuman este papel, de tal manera que sus hijas, hermanas y madres puedan ser libres del prejuicio, pero también para que sus hijos tengan permiso para ser vulnerables y humanos. Queremos reclamar esas partes de sí mismos que han abandonado, y, haciendo esto, convertirse en algo verdadero, una versión completa de ellos mismos.
Seguramente estaréis pensando, ¿quién es esta chica de Harry Potter? ¿Y qué está haciendo dando un discurso en las Naciones Unidas? Y es una muy buena pregunta; yo me he estado preguntando lo mismo. Todo lo que sé, es que me importa este problema, y quiero hacerlo mejor, y habiendo visto lo que he visto y habiendo obtenido esta oportunidad, siento que es mi responsabilidad decir algo.
El estadista Edmund Burke dijo una vez: "todo lo que se necesita para que las fuerzas del mal triunfen, es que los hombres y mujeres buenos no hagan nada". En mi nerviosismo por este discurso, y en mi momento de duda, me he dicho a mí misma, con firmeza: "Si no soy yo, ¿entonces quién? Si no es ahora, ¿cuándo?" Si tienen dudas similares cuando se les presenten este tipo de oportunidades, espero que esas palabras les ayuden, porque la realidad es que, si no hacemos nada, llevará 75 años, o, en mi opinión, 100, que las mujeres reciban el mismo salario que los hombres por el mismo trabajo. 15,5 millones de niñas se casarán en los próximos 16 años siendo aún niñas, y, según tasas actuales, no será hasta el 2086 cuando todas las niñas de zonas rurales de África tengan una educación secundaria.
Si crees en la igualdad, puedes ser uno de esos feministas inadvertidos de los que he hablado antes, y por esto, te aplaudo. Estamos peleando por una palabra que nos una a todos, pero la realidad es que tenemos un movimiento para unirnos, al que llamamos HeForShe. Te invito a que des un paso adelante, seas visto, y te preguntes, "si no soy yo, ¿entonces quién? Si no es ahora, ¿cuándo?"
Muchísimas gracias.

sábado, 25 de octubre de 2014

Nerón.

-Otra vez-ordenó Perk, levantándose de un brinco y volviendo a coger la barra de metal que nos habían entregado los ángeles. Yo sonreí, caminando en círculos a su alrededor cual león en torno a la gacela a la que acaba de cazar y de dejar coja. Le tendí la barra para ayudarlo a levantarse, pero él la rechazó de un manotazo y se incorporó con un brinco, no demasiado elegante, pero sí muy eficiente. Se limpió la suciedad de los pantalones y caminó hacia el otro extremo del círculo, una arena muy similar a la que nos había juntado por primera vez, con suelo de hormigón y gradas en torno a ella.
Mientras él se encaminaba a recoger el arma que nos habían proporcionado los ángeles, semanas después de hacer las comprobaciones pertinentes para constatar que no éramos peligrosos, yo me volví para observar a Louis, sentado con las piernas separadas y los codos apoyados en las rodillas, que nos estudiaba con el ceño fruncido, negándose a dejar entrever muchos más de sus pensamientos. Angelica lo acompañaba, sentada unas filas por detrás, con las piernas y los brazos cruzados, un dedo tamborileando en su antebrazo con aburrimiento. En cuanto le presentabas la ocasión, ella misma extendía las alas y se dejaba caer, literalmente, en la arena para presentar un poco de batalla y darle emoción al asunto.
El resto de ángeles que nos ayudarían a dar el golpe que, con suerte, cambiaría el curso de la historia de esa ciudad, devolviéndolo a donde nunca debería haber salido, se repartían por los pasillos, caminando de un lado a otro como si estuvieran esperando a que mamá leona les llevara la comida a los pequeños cachorros dorados que representaban.
Angelica se volvió para mirarlos, y Louis notó su movimiento, pues movió un poco la cabeza, lo justo para echar un vistazo por encima del hombro y comprobar que no le estaba apuntando con ninguna pistola y que su vida no corría peligro.
Escuché el golpe que venía hacia mí antes incluso de percatarme de que el viento silbaba al cortarlo el cuchillo redondeado que ella aquella barra. Me dio en pleno costado, cegándome por un momento con el latigazo de dolor estrellado que se apoderó de mí. Ni siquiera pude gritar, sólo exhalé un triste “ugh” y caí al suelo de rodillas. Levanté la cabeza y miré a Perk, que se regocijaba de mi sufrimiento. Me encañonó con la barra.
-Mantén siempre la cabeza en la pelea.
Me recordó tanto a cómo me hablaba Puck, a sus consejos susurrados en mi oído a kilómetros de distancia, y a las palabras que había usado en mis entrenamientos al aire libre, sin importar la lluvia o las temperaturas invernales que azotaban con impasividad la ciudad, que quise gritar. Apoyé las manos en el suelo y luché por recuperar el aire, después de levantar un dedo, pidiendo una tregua que no me darían en otra situación. Escuché sus pasos retirándose mientras por mis ojos deslizaban cientos de imágenes.
Angelica abandonando la habitación después de hacerme sabe que, en realidad, no era la mala de la película, la representación más alta y perfecta de la malicia que yo me iba a encontrar a lo largo del desarrollo de la historia.
La cara de Louis cuando volvió a casa, después de hablar con Taylor, y enterarse de que Angelica sabía de sus planes. No le había contado nada, y lo había llevado todo en el más absoluto de los secretos... o eso creía.
La primera reunión que tuve en el nido de traidores, con el puñado de ángeles que ahora no me quitaban ojo de encima, y que cuidaban de que nadie nos hiciese daño, ni a mí ni a Perk, cuando nuestros ángeles de la guarda estuvieran con nosotros.
Blueberry contemplándome en el comedor de mi Base, cuando no me habían secuestrado nunca en mi vida, y pidiéndome que le prometiera que la llevaría algún día al Cristal.
La cara de Blondie en los conductos de ventilación del Cristal, cuando tuvimos que separarnos y acabamos encontrándonos frente a frente, pistola a pistola, listas para disparar.
La sala de hospital donde me habían quitado las cicatrices de la caída patrocinada por Angelica.
Las fotos de la infancia de Louis.
La pequeña Gwen volando arrastrada y echándose a llorar por el dolor que les producía todo aquello a los de su grupo.
Louis besándome aquella primera vez, en aquellas oficinas.
Y la reunión donde los demás ángeles decidieron que Perk y yo éramos la única esperanza (qué irónico, ¿no? La única esperanza de los pájaros eran las ratas, los saltamontes; ellos serían sus únicos salvadores cuando llegase la hora de la verdad). La larga e intensa conversación de Louis con los demás, contándoles cada detalle de un plan que llevaba tejiendo prácticamente desde que levantó el vuelo y descubrió que llevar alas a la espalda era sinónimo de tener un par de volcanes que vomitaban lava sobre tu piel en el momento en que levantabas los pies del suelo; las conversaciones que mantenía con mi ex novio y las exigencias constantes de éste por verme, saber que estaba bien y que no se trataba de un farol.
Todavía se me formaba un nudo en el estómago al ver marchar a Louis, saltando de las ventanas de su habitación, y abriendo las alas justo cuando yo creía que había decidido suicidarse. Ver cómo se hacía más y más pequeño a medida que se alejaba, y yo sólo poder esperar.
Esperar, y entrenarme, pero con unos métodos que no estaban preparaos para mí.
Mi cabeza ya no iba tan bien como antes, porque los dolores que experimentaba ya no se repartían entre ilusiones y verdad: ahora siempre era físico, duradero, y mi cuerpo había aprendido a reaccionar con una cautela que acabaría por matarme justo cuando más necesitase yo vivir.
A efectos de conocimiento de mis captores, yo sólo corría. Y nunca lo hacía con Perk. Íbamos a correr a horas distintas, paseándonos a la mayor velocidad que nuestras piernas me permitieran, por esa réplica de la ciudad a la que terminamos llamando “La Canica”, porque incluía al Cristal entre sus edificios, pero no lo equiparaba en tamaño (como es natural) ni en majestuosidad.
Por ende, no podía hacer mucho más que practicar saltos, carreras y demás situaciones que no me resultarían problemáticas. El problema llegaría cuando apareciese en el campo de batalla, aún sin determinar, y tuviera que enfrentarme a la auténtica acción: policías armados, falsos runners que había entrenado el Gobierno pero a los que no conseguían preparar lo suficiente (se negaban a mandarlos a correr por encima de los edificios, y ése era el único entrenamiento válido y que mereciese la pena), y los ángeles que no se pusieran de parte de su rey sin corona. No eran muchos, ni serían poderosos, pues la mayoría estarían ocupados esquivando balas y tratando de librarse del batallón de runners que se abalanzaría sobre ellos a la mínima oportunidad, pero, aun así, no iba a arriesgarme. Debía seguir peleando, y hacerlo con alguien que pudiera contrarrestarme bien, y ninguno de mis guardianes en el territorio enemigo era capaz de moverse a mi velocidad, pues sus alas les robaban la agilidad terrenal a cambio de otorgársela en el aire.
Así pues, Perk y yo nos dábamos de hostias prácticamente cada día. Nos escabullíamos con nuestros ángeles guardianes, o a veces sin ellos, y nos peleábamos hasta casi hacernos sangrar. Casi, porque en realidad parábamos en cuanto uno se quedaba sin aliento o un cardenal más feo de lo normal hacía acto de presencia en alguno de nuestros cuerpos. Jamás podía ser en una zona que se viera durante las carreras, de manera que precisamente lo más frágil era lo que más terminaba sufriendo.
Estaba casi segura de que tenía alguna costilla rota, pero nadie podía solucionar esto. No podía ir a que me curaran, porque, ¿cómo justificar que me había roto una costilla si no me había caído durante los entrenamientos? Ponía muchísimo cuidado en ser precavida cuando corría, sabiendo que había muchos ojos puestos en mí, ojos que estudiarían hasta el más mínimo de mis movimientos e intentarían crear un patrón de comportamiento de runners en emergencias. Y yo no iba a arriesgar la vida de nadie por mi propio bienestar.
No lo haría en situaciones normales, no hablemos ya de no habiendo sido corrompida tiempo atrás. Aunque luego esa corrupción me hubiera llevado a una causa aún más noble.
Y lo mismo podía decirse de Perk.
-¿Kat?-de su voz ya no manaba aquel tono distante, frío, de quien está peleando y quien hará lo que sea por mandarte a casa de una patada en el culo. Sacudí la cabeza; aún no sé si era que me estaba negando a continuar, o que le estaba negando al dolor el poder que tenía sobre mí.
Simplemente era un “no”.
-¿Cyn?-inquirió mi ángel de la guarda, y algo en mí se encendió. Supe que podría seguir luchando, porque Cyntia no había muerto, a pesar de lo que muchas veces pensara. Por mucho que me llamasen “runner” de manera despectiva, seguía siendo una persona. Los ángeles también eran personas. Eran hijos, sobrinos, nietos... hermanos.
Y tenía algo que hacer.
Agarré mi barra y ejecuté un barrido limpio y rápido que pilló desprevenido a Perk. Intentó saltar, pero fue tarde; un horroroso chasquido hizo que perdiese el equilibrio y cayera al suelo mientras yo me levantaba con los pulmones incendiados. Me incliné hacia él: mi trenza, con algunos mechones anudados, pero por lo demás perfectamente disciplinada, le rozó la cara.
-No hay misericordia-murmuré, y Perk, a pesar de que seguramente le hubiese destrozado el tobillo del leñazo, sonrió. Me tendió la mano, y yo se la cogí.
-Esto ha sido todo por hoy-dijo, haciendo fuerza para levantarse. Su brazo se hinchó tanto que me extrañó que no reventara.
Nos volvimos hacia nuestros espectadores, cuyas carreras se habían detenido, y, cogidos de la mano, ejecutamos una reverencia al más puro estilo circense, tal y como se veía en las películas que nos permitíamos ver, de vez en cuando, en la Base.
Los ángeles se echaron a reír. Todos menos Angelica, que dejó que un amago de sonrisa le iluminara el rostro, y Louis, que siguió con su expresión meditabunda durante todo el día.
Una vez solos, dejó que me metiera en la ducha y me examinara los moratones. Sí, cada vez tenía más: me parecía a una puñetera vaca de manchas púrpura. El agua caliente parecía cebarse con ellos, de modo que pasé al modo Océano Polar Ártico, apretando los dientes para no chillar.
Esperaba que la batalla se celebrase cerca del río, porque si conseguía tirarme con algún ángel al agua, la voz cantante la llevaría yo a partir de entonces.
El Gobierno no había conseguido aún unos ángeles con plumas de cisne que les permitieran levantar el vuelo desde el agua, cosa que Angelica habría celebrado de no ser porque le sería extremadamente útil. Ya que era medio cisne, ¿por qué no ser medio cisne al completo?
-Algo te preocupa-le dije a Louis cuando salí de la ducha, cepillándome el pelo.
-Algo lleva preocupándome desde el día en que nací.
Puse los ojos en blanco.
-Algo más.
-Han terminado de descifrar los planos que robaste.
Quise corregirle, decirle que los habíamos robado juntos, pero bastantes cosas tenía ya en la cabeza como para encima recordarle que él había participado en el proyecto Llenemos (aún más) de experimentos genéticos el cielo de nuestra bella y libre ciudad.
-¿Cuánto tiempo tardarán en empezar a experimentar?
-Aún tienen que encontrar la manera de reproducir las células, pero, dada la facilidad con la que entraste aquí, no me sorprendería un mierda que ahora mismo una coalición estuviese dentro y sacando alas de los laboratorios sin que nosotros nos enterásemos.
-Habéis aumentado la seguridad.
-Sí.
En realidad, no le había hecho una pregunta, pero lo vi tan nervioso que decidí no corregirlo.
-¿Y?
-Seguís siendo más listos.
Abrí los brazos.
-Vaya, gracias.
Él sacudió la cabeza, pasándose una mano por el pelo.
-Tenemos un mes como mucho, Cyntia. Wolf no está seguro, porque no está dentro de la comisión que lleva todo eso, pero dice que la euforia va creciendo a cada minuto que pasa. Ya hay runners ofreciéndose voluntarios para que les pongan las alas y prueben con sus espaldas, aun sabiendo que es bastante probable que no sobrevivan.
Eso me produjo un escalofrío. Se suponía que nos entrenaban precisamente para aborrecer a los ángeles, y la velocidad con la que los míos cambiaban de opinión (según había podido comprobar en mis propias carnes) era tan chocante como tirarte a una piscina de agua helada en un día en que el calor fuese insoportable.
Casi podía sentir la sangre coagulada de mis cardenales protestando de puro terror.
-No podemos dejar que empiecen a suicidarse por amor al arte. Todos y cada uno son necesarios y muy valiosos-medité, acariciando el borde de mármol de la barra americana. Él asintió.
-Ya habrá bastantes bajas en la pelea, como para que encima tengan que ir sacrificándose alegremente.
-¿Wolf te ha dado alguna fecha?
-No quiero que empiecen a desarrollar las alas, Cyn. Si las desarrollan, o las roban, ya nada podrá pararlos.
-¿Te ha dado una fecha o no?
-Hay rumores. No te van a gustar.
-Me han llamado traidora; eso es lo peor que he escuchado en mi vida.
-Se habla de dos semanas.
Vale, tenía razón. No me gustaba lo que acababa de oír.
Dos semanas en un rumor significaban en realidad una semana en la vida real. Así funcionábamos en todas las Bases, sin importar la Sección a la que perteneciéramos: los demás runners sabían que se avecinaba algo, y estaban alertas desde el instante en que escuchaban el rumor. No importaba si se hablaba de que en un año se fuera a hacer tal cosa: si la oías el 2 de enero, el 2 de enero ya estabas a la expectativa, preparado para ayudar.
Nuestros rumores eran así: amenazas que se lanzaban al viento para que la víctima se asustara, y luego se enajenara, creyendo que tenía una oportunidad de vencer, porque se prepararía... pero sólo haría que su caída fuese aún más rápida. La gente enfadada comete errores. Y nosotros bebíamos de esos errores cuales manantiales del agua de lluvia.
Taylor me lo advertía a través de Louis sin decirle a Louis cuál era la advertencia real: el peligro era inminente, debía estar preparada para salir disparada y volver a luchar en mis filas, con los míos, y destruir ya a todos los ángeles que fueran con el Gobierno. Sin ellos, tendríamos más oportunidades de prenderle fuego a aquella ciudad y tocar la lira mientras ésta era pasto de las llamas, como aquel emperador de la época antigua, cuyo nombre se negaba a acudir a mi cerebro.
Taylor me estaba diciendo que me preparase ya para pelear. Que curase mis heridas, que no me hiciese ninguna nueva, que entrenase mis piernas todo lo que pudiera y que fuese tanto como me fuera posible a campos de tiro, porque disparar y acertar me salvaría de aquel y de muchos apuros más.
Porque en dos semanas la Revolución ya habría empezado. Y la jodida corría deprisa.

O te subías al tren, o te arrollaba. No había términos medios.

viernes, 24 de octubre de 2014

Terivision: Si decido quedarme.

¡Hola, Startie! Hoy te traigo una novela que seguramente conozcas, bien porque la hayas leído o bien porque hayas visto la película o, por lo menos, te hayas enterado del tráiler. (Tengo constancia de que al menos 45.000 personas vieron el tráiler a la vez). Se trata de:
No he encontrado el título en español. No me odies.
Si decido quedarme, de Gayle Forman.
Esta es la historia de Mia, una chica de 17 años con un talento angelical para el violonchelo. Con un futuro muy prometedor por delante, su vida se ve truncada cuando su familia, en un día nevado, sufre un accidente de coche que acabará dejándola a ella en coma. Mia deberá decidir entonces si muere, siguiendo así el camino de sus padres, o si se queda con sus seres queridos. Mientras toma la decisión, asistimos a cantidad de recuerdos de la chica sobre su vida: su primer beso, la primera vez que cogió el chelo, etc.
Tengo que decir que me ha encantado el libro. Lo leí en poco más de 3 días, porque es cortito pero la historia engancha mucho. Nunca antes había leído nada por el estilo; sí que es verdad que había leído otro parecido, donde la chica debe resolver las cuentas pendientes antes de poder avanzar al Más Allá (se trata de Bel: amor más allá de la muerte), pero jamás me había encontrado con nada que le diera este enfoque, que expresara esa decisión de, "¿me quedo o me voy?" que acosa a Mia desde la página 20 (sí, lo he mirado). Me encanta, además, cómo está estructurado el libro: hay una parte lineal, la del coma de mía, que ella narra en presente, y otra que se entremezcla con la primera, sus recuerdos y experiencia vital, contado en pasado, por lo que es imposible perderse. Este tipo de narración es muy auténtica, porque plasma a la perfección la asociación de ideas que llevamos a cabo todos y cada uno de nosotros cada día: una simple cosa activa algo en tu cerebro, y ese algo desata un pensamiento que desemboca en otro, y éste en otro, y éste en otro, y así sucesivamente, hasta no tener nada que ver lo que has terminado pensando con el estímulo primero.
No voy a decir que llevaba años queriendo leer este libro, porque estaría mintiendo. Me enteré de casualidad de la existencia de esta historia, cuando fui al concierto de One Direction el 10 de julio y pusieron el tráiler (que, por cierto, me encantó). Decidí que vería la película cuando saliera en los cines, pero un día, estando en Twitter, me enteré de que había un libro en el que se basaba la película, así que decidí esperar. Cosa que, por cierto, no suelo hacer nunca, porque cuando uno ya sabe el final se puede centrar mejor en el principio, los pequeños detalles que convierten a libros de 140 páginas en grandes libros.
Lo mejor: la manera de enfocar el tema, que yo nunca había experimentado.
Lo peor: PUEDE SER SPOILER ASÍ QUE TÚ MISMO la autora se esfuerza mucho en intentar hacer un giro argumental, lo que hace que se la vea venir desde milenios.
La molécula efervescente: "Constelación de pecas", entre otras muchas frases preciosas.
Grado cósmico: Estrella (4/5).
¿Y tú? ¿Has leído el libro, o visto la película? Personalmente tengo muchas ganas de verla, especialmente después de cazar a este pequeñín entre las estanterías de la Fnac. La compra que hice ese día fue espléndida, aunque... tal vez no debería haber esperado hasta que retiraran la película de la cartelera.


martes, 21 de octubre de 2014

Góndolas en Venecia.

Sientes un nudo en el estómago, y no puedes dejar de sonreír como si te fuera la vida en ello y las comisuras de tus labios no quisieran tomarse unas vacaciones nunca. Por fin, esa espera que se ha hecho tan eterna ha merecido la pena: están ahí, son reales, son de verdad. "No son píxeles, son células", escribiste una vez, y qué razón tenías.
La habitación, esa habitación en la que llevas esperando tanto tiempo pero en la que, a la vez, no recuerdas haber acudido, se llena con un murmullo expectante. Ellos empiezan a hablar. Varias chicas lloran, otras luchan por llenar sus pulmones con aire y conseguir seguir viviendo aunque sea un minuto más.
Y las palabras entran en tus oídos deslizándose como góndolas en Venecia. Y lo entiendes todo, y respiras ese lenguaje y bebes de cada pausa en las frases, a pesar de que no naciste con él, sino que tuviste que aprenderlo.
El más alto termina de hablar, y llega el turno de las intervenciones, que nadie abre, pero que todo el mundo sabe que ya se ha iniciado. Varias chicas luchan por sacar de sus bocas frases comprensibles. Y luego tú, te levantas, y, como si llevaras tus dieciocho años de vida meditando cada sílaba, les das las gracias, les dices que han sido geniales, que han sido los mejores, que serán los mejores, que serán geniales... y algo más, que más tarde no vas a recordar, pero que va a ser la clave.
Porque el más alto sonreirá, y se acercará a ti, y tu corazón se parará, y tu boca se ensanchará un poco más (¿acaso era posible?), y, en un segundo, estás entre sus brazos. Te está abrazando .Y tú cierras los ojos, y te dejas llevar; registras en tu memoria cada sensación, por si no se repite. Como si necesitaras guardar copias de seguridad, no vaya a ser que se te olvide.
Se acaba el abrazo, y se suceden otros. Y llega el último, el más especial, porque no te lo crees, porque está ahí de verdad, porque ese alguien que te anima a luchar te está mirando con sus ojos azules como el cielo, la piel cubierta de tatuajes que puedes contemplar hasta el más mínimo detalle. Y te sonríe como hicieron los otros, el rubio, el que se está rebelando, y el que se rebeló, según dicen, hace ya tiempo.
El más bajo te sonríe, y también te abraza, y tú aprietas un poco más fuerte, porque no puedes evitarlo, porque es todo lo que deseabas, todo a lo que dedicabas las 11:11 de cada día, deteniéndote en el patio del recreo, esperando que el universo también se detuviera a escuchar. Qué bien huele. Qué suaves tiene las manos. Qué alto es, a pesar de ser tan pequeño. Qué fuerte es.
Sientes su respiración bajando por tu espalda, y una parte de ti sabe, lo intuye, que ha cerrado los ojos. Y no te podría hacer más feliz.
-Sé fuerte, Louis. Sé valiente-le dices. Y él detiene un momento ese balanceo en el que os había sumido a ambos, y sabes que ha abierto los ojos, aunque sea por un segundo. El hechizo se ha roto un sólo instante, luego, él vuelve a alzar la varita hacia el cielo y a proteger a Hogwarts con su magia.
Os separáis, porque "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Aunque sea mentira. Pero os miráis un instante. Y constatas que sus ojos sonríen aún más. Te acaricia el brazo, y se va. Y tú te dices "se va a acordar de esto". Y te apetece bailar. Y piensas "puedo poner un 5/5 en la biografía", y no hablas de la que tiene 160 caracteres.
Casi podrías echarte a reír.
Qué gran equipo forman la almohada, la sábana, la manta, el colchón y el corazón, ¿verdad? Cuando se unen, lo único que necesitas es dejar constancia de esa pequeña unión. No puedes perderla. No puedes perderla.
No vas a perderla.
Porque ya está aquí.

sábado, 18 de octubre de 2014

Oasis.

Me reprendí internamente a mí misma por no haberme dado cuenta de que, si él se iba, yo me quedaría encerrada en la habitación hasta que regresase.
Y seguramente aquello fuera más pronto que tarde, ya que Taylor no se iba dejar cazar tan rápidamente.
Louis tendría una oportunidad con él, pero, en el caso de ser Wolf, el elitista runner que rastreaba como poca gente lo hacía y era rápido y eficaz como los lobos de los antiguos bosques, mi ángel de la guarda no tendría ni una sola oportunidad. Acabaría con él, en el mejor de los casos.
Ni las alas resultarían una ventaja contra las carreras rápidas, certeras y de quiebros ágiles que caracterizaban a mi ex novio.
¿Ex?, me pregunté a mí misma. La realidad era que llevaba mucho tiempo sin considerarlo nada cercano a mí; nada que no fuera profesional, por supuesto. Pero una cosa era creer que estabas atrapada en un bache (porque aquello era un bache, ¿no?) que tarde o temprano acabaría con la relación que te traías entre manos, y otra muy diferente era sentarte con esa persona y hacerle entender que los lazos que antes os ataban habían sido recortados con dureza.
Dejé que las yemas de mis dedos se posaran suavemente en la ventana, como si el más mínimo contacto fuera a hacer que esta se rompiera en mil pedazos y me precipitara al vacío, un vacío que no deseaba tanto como lo había llegado a hacer durante mi encierro.
Habían sido días duros, semanas confusas, sí, pero todo se hacía más llevadero cuando tenías alguien en quien confiabas a tu lado.
La cosa cambiaba cuando ese alguien saltaba por la ventana, desplegaba las alas y echaba a volar en una búsqueda cuya duración desconocías, pero de la que estabas segura de que te terminarías desesperando.
Entonces, la cárcel volvía a ser la cárcel, la soledad volvía a hacerte sentir sola, y tu mente era la única que llenaba la estancia con sus comentarios, decidiendo qué hacer, cómo, cuándo, dónde.
Las razones nunca había que entregarlas; ese envío era un encargo expreso del corazón, que no se quería involucrar en absoluto en los demás asuntos.
Mi aliento formaba nubes de vapor en la ventana, y alrededor de mis dedos se extendía una finísima capa de vaho, resultado de la magia que manaba de mi interior. Esa magia era tan sencilla como el calor corporal, pero no sabes lo útil que puede ser echar humo por la boca cual dragón o ser capaz de calentar algo cuando por las noches hiela y durante el día los edificios reflejan el sol, multiplicando su poder con cada pequeña ventana.
Hacía poco que él había desaparecido en aquella maraña de edificios, coches, ángeles y azul celeste, pero yo ya lo echaba de menos.
Comprendí en ese instante que tenía un ligero atisbo de libertad, un espejismo en el desierto del oasis más perfecto y hermoso que podías soñar jamás, y ese oasis era antropomórfico y alado.
Nada de correr, ni siquiera caminar más allá de aquellos muros. Nada de asomarme a la ventana ni subir a la azotea para conseguir un poco de aire fresco. Tocaba tumbarse en el sofá, odiarme a mí misma por el tono que tanto me había costado alcanzar y tan rápido estaba perdiendo, y autocompadecerme por pasar a formar parte de la gran masa cuyo único objetivo en la vida era llegar a casa después del trabajo y comerse con patatas y alguna que otra bebida las patrañas que el Gobierno le tenía preparadas, con guiones impecables y de todos los tipos, para no aburrir a sus fieles corderos mientras se acercaban al corral para que los esquilaran... o los convirtieran en filetes.
Arrastré mi alma entristecida hasta nuestra habitación (no sabía si podía considerarla mía también, pero, dado que dormíamos allí, en la misma cama, sobre el mismo colchón y bajo las mismas sábanas, decidí considerar que la compartíamos y que, por tanto, era de ambos), y me acurruqué un rato sobre las mantas, embarulladas en un lado de la cama. Claro, ni siquiera había tenido tiempo de hacerla; se había largado corriendo en cuanto yo se lo pedí.
Después de estudiar minuciosamente los cuadros que adornaban la habitación, como si las vistas no fueran ya de por sí espectáculo suficiente, me propuse encontrar algo que me diera más información sobre mi ángel de la guarda. Cualquier cosa: desde redacciones que hubiera tenido que hacer en el colegio (¿realmente habrá ido al colegio?), vídeos de sus primeros entrenamientos, porque los primeros pasos ya estaban demasiado vistos, discos que hubiera escuchado, libros que hubiera leído, o algún ordenador en el que registrara cualquier tipo de cosa, por pequeña que fuera.
Aunque la ropa no parecía una fuente demasiado fiable y poderosa de información, me obligué a probar y mirar dentro de los armarios.
Cabe destacar que no me esperaba una pequeña caja de cartón, lo más discreta posible (créeme, había visto cosas mucho más llamativas en la Base, cosas que pasaban desapercibidas a la mayoría de personas, pero no a las que estaban entrenadas para ver, no mirar), apartada en una esquina, con aires de temer la luz que surgía de las ventanas.
Me agaché para recogerla con el mayor de los cuidados y, una vez en mis manos, la sostuve un segundo en alto. Parecía ser que me había acordado de repente de que podía ver a través de los objetos con una especie de don que teníamos los runners, que hacía a nuestros ojos más especiales, si los acercaba lo suficiente a mis globos oculares.
Por supuesto, todas las gilipolleces que se me ocurrían para explicar el por qué de esto o aquello no bastaban para resumir el hecho de que, cuanto menos tiempo hubiera pasado corriendo, más gilipollas terminaba sintiéndome.
Deslicé los dedos temblorosos por la caja, temiendo que, al abrirla, los males contenidos en ella se distribuyeran por el mundo, como ya habían hecho miles de años antes, en teoría, cuando una tal Pandora desobedeció y decidió explorar el contenido de algo que estaba guardando.
Lo que allí estaba escondido, refugiándose del exterior y negándose a asomar la cabeza, no habría hecho ningún mal en el mundo normal y corriente, en el mundo estricto. Sin embargo, en un mundo más pequeño y personal, en un microcosmos contenido dentro de un macrocosmos superior, sí que tenía ciertos efectos.
Como el que el temblor de mis manos aumentara al descubrir que se trataban de fotografías. Fotografías impresas, con el papel típico que había dejado de usarse hacía más tiempo del que yo llevaba en aquella dimensión. Fotografías ligeramente desteñidas, fotografías con los bordes desgastados y con ligeros arañazos que, sospeché, se debían al uso y a caricias de dedos en ocasiones no muy gentiles.
Pero eran, al fin y al cabo, fotografías impresas, de aquellas que se habían extinguido al mismo tiempo que las religiones, cuando se dejaron de realizar actos de fe, porque era preferible que una cámara te vigilara las 24 horas del día.
Habían formado un grupo homogéneo tiempo atrás, pero mi secuestro las había convertido en un grupo revuelto, asustado. Las ordené antes de recogerlas y estudiarlas con el ceño fruncido, esperando planos, colecciones de la construcción de algunos de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Desde luego, no esperaba encontrarme que el protagonista fuera un chiquillo de ojos claros, pelo de chocolate enmarañado y alas en la espalda.
Fueron las alas las que me robaron definitivamente el aliento, que ya se había visto mermado por la visión de aquel pequeñín de mirada dulce. Pasé las diapositivas en una presentación manual con el corazón en un puño y un nudo en la garganta que hacía muy difícil que mis pulmones cumplieran su objetivo.
Louis de pequeño, con cinco o seis años, caminando por la ciudad (¿sería la réplica que tenían los ángeles dentro de su Central, o sería la verdadera?), de la mano de una muchacha.
Louis de bebé con su familia y las alas a ambos lados de su cuerpo dormido, reposando inertes en su cuna.
Louis con el que, estimé, era su padre, sentados en una mesa.
Louis con un par de niños, chico y chica. El chico tenía la piel oscura, y pequeños rizos negros le poblaban la cabeza. La chica era de piel más clara, más incluso que la mía antes de comenzar a correr (los reflejos de la luz del sol en las ventanas hacían estragos en la piel de todos y cada uno de los míos), y estudiaba unos cubos con los que estaban jugando los tres chiquillos. Los chicos, por el contrario, se mostraban más aburridos por éstos, ya que tenían la cabeza vuelta directamente hacia el objetivo y te taladraban con la mirada.
No hace falta destacar que sólo uno de los tres pequeños tenía alas en la espalda.
Pasé otra hoja, y me encontré con los mismos tres niños, pero más crecidos; allí tendrían 11 o 12 años; 13 a lo sumo. Estaban sentados con las piernas colgando del borde de un edificio. En esta ocasión, el uno que destacaba sobre los dos era el muchacho de rizos negros. No tenía alas, mientras que la chica ya las lucía orgullosa. En la expresión de mi ángel de la guarda había un deje de tristeza que se debía probablemente a la emoción de su compañera y amiga.
Antes de pararme a observar con más detenimiento cada detalle de la fotografía (estaba segura que se había tomado en algún edificio auténtico), la puerta de la habitación se abrió.
Recogí las fotos en un montón equiparado y las metí dentro de la caja. Me apresuré a ponerle la tapa y me dirigí hacia la puerta, deseosa de preguntarle a Louis por aquel pequeño descubrimiento.
No fue hasta cuando vi a Angelica en la puerta, con expresión malhumorada, que caí en la cuenta de que Louis casi nunca utilizaba la puerta para entrar en su habitación; mucho menos si venía volando.
Toda mi emoción por haber ahondado en el futuro de mi chico (porque ya le podía considerar eso, ¿no? Nos acostábamos y todo lo demás) se heló bajo los glaciares que tenía en la cara la mujer, que me miraba con expresión de puro fastidio. Se puso las manos en las caderas, los brazos en jarra, y espetó:
-¿Qué hacías ahí?
-Dormir-mentí, y no pude evitar hacer una mueca por lo mal que lo había hecho. Ni siquiera estaba despeinada.
Angelica no se lo tragó, evidentemente. Hacía tiempo que las rubias habían dejado de ser tontas y, para colmo, los ángeles recibían un entrenamiento y selección especiales, con lo que era más complicado encontrar a una rubia subnormal entre sus filas. Y fue precisamente ese entrenamiento, combinado con la inteligencia que se le presumía a la chica, lo que hizo que atravesara la habitación como un bólido, con sus alas de cisne excesivamente grandes persiguiéndola como la capa de un mago, y me empujó a un lado para entrar en ella.
Sus ojos se detuvieron en los puntos más importantes: ventanas, puertas, armarios. No había nada fuera de lo común, por lo que frunció el ceño y me miró, preguntando sin palabras “¿qué escondes?”. Entonces, su examen se hizo más riguroso, e inevitablemente acabó por fijarse en la caja.
-¿Qué es eso?-un dedo largo encañonó el pequeño oasis de paz que había descubierto en aquel mar tormentoso. Reprimí mi instinto de recoger la caja y abrazarla, pegarla tanto a mi pecho que acabara fundiéndose con él, alejando a los niños inocentes, el uno sin alas y los dos con ellas, de aquel monstruo de exterior angelical.
-Nad...-pero ella ya estaba atravesando la habitación y recogiendo el paquete con rapidez. Si fuera una bomba, habría explotado en aquel instante, porque delicada, lo que se dice delicada, no lo era. Una parte de mí deseó haber escondido una granada y echar a correr, poniendo distancia entre la explosión y mi cuerpo. Obviamente, no lo hice. Me quedé allí, viendo cómo ella desvelaba el pequeño secreto que yo había robado previamente.
Lo que vino después me sorprendió más que cualquier otra cosa en el mundo: en ese momento podrían haber entrado todos mis compañeros de la Base y decirme que habían tomado la Central sin derramar sangre; Taylor podría haberse presentado con unas alas en la espalda, y no me habría impactado tanto.
Angelica sonrió. Le sonrió a la caja y a su contenido.
Me acerqué a ella y contemplé lo que sus propios ojos estaban tocando con sus manos invisibles: la primera fotografía, la de un Louis jovencísimo de mirada dulce y cabello enmarañado.
Sabía que le gustaba, sabía que tenían un pasado, pero nunca pensé que estuviera enamorada de él.
-Hacía años que no veía esta foto-murmuró, recogiéndolas con el cuidado de la madre a quien le dan a su primogénito. Yo no podría flipar más ni aunque quisiera.
Comenzó a ojearlas, sonriendo para sus adentros y con los ojos brillantes. Los tres niños le devolvían la mirada, impasibles tanto a su presencia como al propio paso del tiempo. Sus rostros, pensamientos y emociones estaban capturados por el resto de la eternidad, y no se inmutaban absolutamente ante nada.
En la foto última que había conseguido examinar, en la que el dos se convertía en un uno y el uno se convertía en un dos, la expresión del ángel cambió. Sus ojos pasaron a las alas de la chica, y sus dedos recorrieron su contorno con lentitud.
Entonces, caí en la cuenta.
La chica era Angelica.
No se había emocionado por ver a Louis de pequeño, ni porque lo amase. Ella recordaba todo aquello. Lo había vivido con él.
-¿De cuándo son estas fotos?
Alzó los ojos, y todo rastro de rabia y rencor hacia mi persona había desaparecido de su expresión. La tormenta había dado paso a la calma, y el sol comenzaba a salir de entre las nubes grisáceas.
-Éramos pequeños. En la primera no tendríamos ni cinco años. Dios-negó con la cabeza, y terminó girándola y contemplando lo que la perseguía desde que cumpliera los once años-. Se me hace tan raro verme sin ellas... En esa época todo estaba bien, ¿sabes? La espera es lo más emocionante de todo. Saber que estás seleccionada, que serás uno de aquellos privilegiados y, para colmo, puedes compartirlo con el primero de los ángeles naturales que acabarán poblando el mundo. Que puedes contar con él y que él te entiende, y que te cuente qué se siente al notar el viento azotando tu rostro. Es una sensación que no cambiaría por nada.
Volvió a bajar la mirada y, para mi sorpresa, lanzó las fotos al aire, y decenas de papeles cubrieron el silencio de la habitación con el susurro que hacían al combatir contra éste, bailando con la gravedad. Angelica recogió una única foto, en la que aparecían Louis y ella, solos esta vez, sujetándose a una antena de un edificio. De fondo se intuía el Cristal.
-Ésta fue de las últimas que nos hicimos. Ahí las cosas ya no eran las mismas-susurró con un hilo de voz, suspirando con los hombros caídos.
-¿A qué te refieres?
-Cuando pasas de ser una admiradora a una colega, es inevitable que todo lo demás cambie. Una cosa es que yo no rechazara a Louis por las alas que tenía en la espalda, pero créeme si te digo que cuando me las puse, todo cambió. Nuestra relación se volvió más equitativa. Ahora él era más experimentado que yo; nada más. En el resto, éramos iguales. Y hay gente a la que eso no le sienta del todo bien.
»Te habrá convencido de que soy mala persona, y la verdad es que para ti lo soy. Son mala cuando hay que serlo. “Mezquina” y “egoísta” son las palabras que más me gustan de todas las que me han dedicado. Y estoy de acuerdo con ellas, pero es el precio a pagar por el dolor del vuelo. Te cambia el carácter radicalmente. Y cambia tu manera de ver el mundo. Y a los demás. Por eso él no quiere que te pongan alas-dijo, y la maldad comenzó a asomar en sus ojos. Se regodeaba en contar una verdad que podía doler. En el fondo de mi alma no había ni un solo rastro de tristeza; había crecido aborreciendo a los ángeles, que habían matado a mi hermana, destrozando así mi familia. No iba a convertirme en el bulldozer que reducía a recuerdos la selva de la que yo me alimentaba, en la que yo crecía y a la cual amaba. No le iba a dar ese gusto a nadie, empezando por el asesino de hermanas.
-Os acostabais.
-La atracción no es lo mismo que el amor, y la amistad tampoco. Louis y yo fuimos muy amigos, llegué a considerarlo un hermano, claro que él nunca me contó realmente de qué iba todo, ¿sabes? No fue hasta que me pusieron las alas y eché a volar por primera vez cuando entendí por qué le gustaba estar con nosotros: le gustaba tener cerca a gente que no supiera lo que eran los ramalazos de dolor, las púas lacerantes clavándose en la espalda y los látigos al rojo vivo abriéndote brechas por el cuerpo.
El silencio se apoderó de la sala mientras yo asimilaba todo.
-Te dolió que no te dijera cómo era todo.
-Me dolió que dejara que le envidiara cuando era yo la que merecía serlo. No me arrepiento de estas alas, puedes estar segura-acarició una con la mano, luego, se la acercó a la cara y saboreó suavidad-. Pero cada vez que despego y el dolor es más fuerte, no puedo evitar acordarme del crío que dejó de ser en el momento en que a mí me dieron este don. Cuando yo conseguí mis alas, él perdió su inocencia.
-Pasó por muchas cosas malas.
-Cree que es fruto del mal en sí-asintió con la cabeza, recogiendo las fotos después de darles la vuelta y echarles un rápido vistazo-. Y yo no le culpo por haber nacido en las condiciones en que lo hizo, así como tampoco lo hago por hacer que deseara convertirme en la diosa que soy hoy. Lo que él detesta es que cree que todo a su alrededor es corrupción. Cree que es un rey Midas del dolor; todo lo que toca, lo rompe y lo hace doloroso.
-Tú no haces nada por impedir que piense así.
Esbozó una sonrisa que me heló la sangre.
-Bueno, es que la rabia es útil, ¿sabes? Te puede hacer cambiar. Pasar del bando ganador al perdedor... y convertir al último en el primero. No me contó que dolía; tuve que averiguarlo después. Pero no importa realmente, porque una baja en la guerra no es una gran pérdida si al final la ganas. Y, por si no te has dado cuenta, son los malos los que acaban ganando siempre.
-La historia la escriben los vencedores.
-Que, casualmente, son los que a más gente han conseguido asesinar. ¿Nunca lo has visto de esa forma, runner? Así todo cobra un tinte nuevo. Tal vez este dolor sea el precio a pagar por algo. Tal vez su silencio y la traición posterior fueran las condiciones para convertirnos en verdaderas máquinas de matar, porque nos programan para pensar que el dolor nos lo causáis vosotros, Kat, y no nuestras alas. Es el oxígeno exterior lo que nos molesta y nos impide respirar, no el cáncer del interior de nuestros pulmones que lo va tiñendo todo poco a poco de negro.
Dicho esto, se levantó y se fue sin más. Yo contemplé el montón de fotos, sin saber muy bien qué me acababa de confesar.
Tenía la impresión de que me acababa de decir que estaba de nuestra parte, y de la de él. Que con sus alas cortaría las del Gobierno.

Que, en realidad, la mercenaria con sed de sangre runner que me había tirado desde el Cristal, era el fantasma de un ser mucho más peligroso... ser que estaba a punto de volver a la vida.

jueves, 16 de octubre de 2014

Terivision: La venganza viste de Prada.

¡Hola otra vez, Startie! Renovando un poco la sección (en realidad, con este motivo tenía pensado estrenarla), hoy la cosa no va de comida. Ni de películas. Es algo más... físico. Más longevo. Más plausible.
Se trata de un libro.

Y no es otro que la continuación de "El diablo viste de Prada", libro adaptado al cine al cual tengo mucho cariño, por cosas como esta:
Untitled
(No me refiero a Miranda Priestly en sí, que también, ya que es la representación del putoamismo más cabrón que puede haber, sino a Meryl en sí misma).
Con esta película conocí a dos de mis actrices favoritas; la más importante, Meryl (léase Miranda Priestly), orgullosa ganadora de 3 Oscar y la mejor actriz de todos los tiempos, según la mayoría de la crítica (¡chúpate esa, Katharine!), y Anne Hathaway, alias Catwoman, alias Andy Sach.
Pero dejemos de hablar del diablo y pasemos a la venganza.
Este libro se desarrolla 10 años después de SPOILER DEL PRIMER LIBRO (por si vives debajo de una piedra) la renuncia de Andy a ser la asistenta de Miranda en la semana de la moda de París. Ahora, Andy está a punto de casarse, siendo fundadora a demás de una prestigiosa revista de bodas que crea com Emily Charlton (sí, es normal que te suene ese nombre). La vida de Andy parece perfecta... parece. Porque las cosas empezarán a desarrollarse de una forma que ella nunca pensó que sucedería, y "sus esfuerzos por construir una nueva vida la llevan de nuevo al infierno del que escapó diez años atrás".
Y hasta ahí puedo leer.
Confieso que llegaba al libro con las expectativas demasiado altas. La precuela no es una joya de la literatura que vaya a ser recordada por lo siglos de los siglos, pero le tenía muchísimo cariño por lo ya mencionado arriba. Y, sinceramente, no me parece justo en absoluto lo que Lauren Weisberger ha acabado haciendo: se ha cargado todo lo que había creado en el primer libro, convirtiendo a una luchadora valiente en una simple mujer aterrorizada de su pasado, que se une a una anterior enemiga con el objetivo de escapar de Elias-Clark, cuando sabe perfectamente en qué bando jugó siempre Emily.
Me ha dado la impresión de que el libro estaba sacado a marchas forzadas, en un intento de sacarle más jugo a una historia que, después de leer éste, te das cuenta de que no había mucha más chicha que agarrar. Dejando a un lado la calidad literaria (nefasta, en algunos casos, incluso mis fanfics de mierda están mejor), el argumento no estaría tan mal si no se viera venir de sobra el final. Y si a mediados de la lectura el libro se convirtiera en toda una oda a lo asquerosa que es la maternidad y tratara de convencerte de que BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA tuvieras hijos porque son VOMITIVOS.
Ah, y no olvidemos que Miranda Priestly, el Diablo, la inspiradora de la historia y la que siempre movió los hilos en la primera parte, en esta segunda a duras penas aparece en 50 páginas. Así que no hay tanta venganza ni tanto Prada como en un principio puedes creer.
Lo mejor: que Andy y Miranda han vuelto, aunque las circunstancias de su regreso no sean las mejores.
Lo peor: frases como "tipazo como parar un tren" (????). Por favor, analicemos esto. Analicemos qué está mal en el género humano para que alguien permita que otro alguien meta semejante perla en un libro que va a ser impreso y publicado en medio mundo. Encendamos la televisión y pongamos algún documental. Insisto.
La molécula efervescente: "Creo que siempre lo querré. Es Alex, ya sabes. Pero todo eso ya pertenece al pasado".
Grado cósmico: Lo siento, pero... meteorito. (1/5).
Tú también deberías aprender a dejar las cosas como están y no intentar ver en acción a unos personajes cuya historia ya se ha acabado, ¿verdad que sí? Tú también deseas una segunda parte de El diablo viste de Prada, pero no deseabas precisamente esto que acaba de suceder.
Corramos un tupido velo.
Meryl Streep

lunes, 13 de octubre de 2014

Terivision: wwafilm.

¡Hola, Startie! Siguiendo con la tradición ya casi semanal, hoy vengo a hablar de algo muy cercano a mí, debido a mi posición en los fandoms de Twitter. Se trata de la película del Where We Are Tour.

En la película, básicamente, sale el concierto de los chicos en San Siro (Milán), pero no al completo, sino algunas canciones seleccionadas. Además, antes de empezar, hay una entrevista dirigida por Ben Winston, en la que les preguntan fundamentalmente gilipolleces que no le importan a nadie, cuya mejor parte es, claramente, las preguntas de las fans.
He de decir que el hecho de que costara 11€, precio cerrado al que no le puedes aplicar descuentos (olé vosotros, Modest!), me llevaba echando bastante tiempo para atrás, pero como fui con una amiga que no había ido al concierto de julio, y como iban a salir primeros planos de muy buena calidad, decidí pasar y convencerme de que merecía la pena.
En realidad, me estaba engañando a mí misma, porque tengo la tendencia de pensar que en el fandom hay un mínimo porcentaje de subnormales que nos hacen quedar mal a las demás, pero, ¡pobre de mí cuando entro en la sala de cine y me la encuentro llena de crías que no pasaban de los 13 años! Y, aun así, yo con mi bol de palomitas me consideraba feliz, porque las chiquillas no se iban a poner a chillar, ¿verdad? ¿VERDAD?
¿V E R D A D?
Verdad al principio, con contadas excepciones, especialmente cuando se apagó la pantalla y se pusieron a berrear... para un anuncio de Coca-Cola. Lo que me reí de eso no es normal. Aprendieron la lección, y se estuvieron calladitas (más o menos) durante el primer tercio de la película.
No recuerdo en qué canción fue, sólo sé que fue un single,y que una amiga de Twitter me lo remarcó ("sólo se saben los singles, me descojono de su cara"), cuando empezaron a agitarse.
En Little Things, encendieron las linternas de los móviles.
Las.
Linternas.
De.
Los.
Móviles.
En una puta sala de cine.
No me extraña que media España nos tenga asco.
Y para rematar, cuando llegó What Makes You Beautiful las pobres criaturas se levantaron de los jodidos asientos y se pusieron a chillar y bailar.
Y en Best Song Ever, bueno... digamos que casi ni miré para la pantalla, porque ni oía nada y me parecía bastante más entretenido el espectáculo de puro patetismo que se desarrollaba en la parte trasera del cine. Entre las berridas y el baile del final (que encima, era sólo el de owoa, les tuve que gritar a las nenas "AHORA VA EL GIRO, RETRASADAS"), casi me dan ganas de llorar. Aún no sé si fue de la risa o de la vergüenza ajena.
Que vinieron las acomodadoras y todo a ver a qué se debía el escándalo, gente. Que me moría de la vergüenza. Que no me extraña nada que nos deseen el ébola, porque yo nos lo desearía si la imagen que obtuviera de nosotras fuera así.
Histéricas a parte, la película estuvo bastante bien. ¿Se merecía los 11€? Hombre, por una parte, como los primeros planos, sí. Por otra, como el hecho de que no fuera el concierto completo, o que no salieran otros proyectos de otros países (léase las banderas del 10 de julio), amén de la entrevista estilo 50 cosas que no sabías de One Direction: 1. Niall es irlandés., pues... no. Con 8€ ya iban que chutaban, y seguiría pareciéndome un robo.
Lo mejor: los primeros planos y la calidad en general de la fotografía. Me quito el sombrero, en serio.
Lo peor: los animales de bellota que entran al cine y no te dejan ver la película tranquila.
La molécula efervescente: el beso de la italiana con su novio en Story of my life, el proyecto de Milán, y el mini-paseo por el backstage mientras Liam se queda en el escenario hablando.
Grado cósmico: Satélite con asteroide. (2.5/5). Lo siento, Zayn, Liam, Niall, Harry, Louis, pero los shows que se montan en torno a vosotros me parecen repulsivos. Medio punto por cada uno de vosotros, y nada más.
¿Y tú? ¿También pasaste vergüenza en el cine? ¿También entraron los acomodadores a ver el festival de retraso que había en la sala?

sábado, 11 de octubre de 2014

Half Direction.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

Eri corrió hacia Niall, se abalanzó sobre él y le echó los brazos al cuello. Él la cogió de la cintura y la alzó en el aire, riéndose, mientras ella arrimaba la nariz a su cuello e inhalaba su aroma, el aroma de Irlanda. Le encantaba su olor a despreocupación, cerveza, diversión, y campos esmeralda de hierba pura y fuerte. Nunca, jamás, perdía ese aroma suyo, y ella lo agradecía, porque le recordaba todo lo que había sido y se había abandonado hacía mucho tiempo.
De los cinco, Niall era el que más se parecía a su mejor versión: con la vitalidad de un veinteañero, seguía comportándose y pensando como tal, lo que hacía que todo el mundo se sintiera atraído por él. Además, el tiempo se había olvidado de sus facciones, tan poco castigadas y suaves como siempre.
Niall enterró la cara en el pelo de ella, y también aspiró, probando el aroma a frutas tropicales que manaba de su melena y a frambuesa que despedía su piel en rayos de sol.
La besó en la mejilla mientras ella lo abrazaba con fuerza, y le susurró al oído “yo soy español, español, español”, en su perfecto castellano, sin acento, lo que provocó que le acariciara la nuca y le devolviera el beso.
Lo mejor era que Niall le quitaba 20 años de un plumazo, y Eri volvía a sentirse sana y llena de vitalidad, como la adolescente que había sido cuando los conoció.
Louis dejó escapar una risa jocosa que no pudo, y tampoco quiso, evitar. Le dio un codazo a Zayn, que volvía a tener la lengua entre los dientes, dibujando aquella sincera sonrisa que tantas pasiones había levantado y casi ninguna había encontrado la oportunidad de apaciguar.
-Tócate los huevos, tío. Cómo saluda a los amigos. Se alegra más de ver al puñetero irlandés que de verme a mí cuando vuelvo a casa del trabajo.
-Es que a ti te tengo muy visto.
-Vale, ¿eh? Vale. Ya llorarás cuando me vaya con otra.
-Peor para ti, Louis. Así me quedo yo con ella-Niall se echó a reír, y recibió un beso como prenda de la dama de la que era caballero andante. Ésta, que vestía vaqueros y algodón en lugar de sedas y volantes, tuvo que ponerse de puntillas sobre sus pies descalzos para agradecer a su soldado que marchase a la batalla por ella, para defender su honor.
-Coged las cosas más importantes, haced las maletas e idos a la mierda-espetó Louis, fingiéndose enfadado, tal vez por ser ajeno a aquel rollo medieval que tanto divertía a los dos únicos extranjeros en su casa.
-Así tendrán tiempo para ponerse al día... y lo que no es al día.
-Zayn, me cago en la puta, ¿voy yo a tu casa a pinchar a tu mujer?
-Cada vez que puedes.
-Bueno, pero eso es... divertido. Además, que yo lo haga no quiere decir que automáticamente lo tengas que hacer tú.
-Pero es que... es divertido.
Los compañeros de travesuras se midieron con la mirada, pero la tensión se disipó y se sonrieron. Louis alzó las cejas mientras Zayn achinaba los ojos, cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro y miraba al suelo un segundo, cada uno con una sonrisa en la boca.
Mientras tanto, Erika se lamentaba por haber dejado que Niall cogiera un avión para, encima, ayudarla a poner a punto su casa. Niall agitó la mano en el aire.
-Es lo bueno que tiene ser rico: haces lo que quieres, sin preocuparte por lo que los demás más lo hacen.
En ese instante, cuando la bolsa de Niall regresó a la captura de los dedos de su dueño, Eleanor hizo la aparición estelar de un cometa: a pesar de no querer atención, se encontró con todos los ojos fijos en ella, y lo que iba a ser un trayecto discreto, silencioso y rápido se convirtió en un paseo de horas, en la que el público apenas respiraba por miedo a que el aliento hiciera perder algo importante.
-¿Adónde vas tú?-quiso saber su padre, cruzándose de brazos y separando las piernas, recuperando el aura de macho dominante que había tenido siempre.
-He quedado con mi novio-Eleanor se encogió de hombros, con el bolso colgado del brazo.
-Ah, no. Ni de coña. Todavía eres joven para quedar a estas horas con tíos.
-El, no seas boba. No hagas caso a tu padre, ve y diviértete.
-Eri...-recriminó Louis.
Pero eso le bastó a la muchacha para escabullirse con un escueto saludo a los dos compañeros de banda del hombre a quien debía la vida. Sus falsos tíos la saludaron con la mano o alzando la cabeza.
Niall y Zayn se juntaron para sonreírse cuando Louis murmuró:
-Deberíamos estar unidos en esto y no llevarnos la contraria.
-Vamos, Louis. Sólo cayéndose aprenderá a levantarse-Niall asintió, Zayn se mordió el labio ante tal exhibición de sabiduría materna.
-No me cae bien ese novio que se ha echado-argumentó él ganándose una mueca de incredulidad.
-Tú tampoco les caías bien a los míos, y aun así, mira-abrió los brazos, señalándolo todo, y luego se acercó a su marido y le acarició la mejilla.
-No me imagino por qué-contestó Zayn, provocando una carcajada explosiva recién importada de Irlanda.
-Pero ellos se equivocaban. Yo no.
Eri se echó a reír y se separó de él, mirándolo a los ojos como el que tiene la suerte de contemplar la historia haciéndose, a base de un baile de entramados hilos, los cuales formarán el tapiz más importante del legado humano. Con esa mirada decía tanto lo que ya estaba dicho como lo que llevaba tiempo en silencio; todo lo sabía Louis, y todo lo ignoraban el resto de criaturas que poblaban el mundo.
Niall y Zayn apartaron la vista ante el poder de esa mirada, azotados por una ventisca que les hizo sentirse extraños piratas en un mar en calma, sin saber cuánto había de amor y gratitud a los cielos por lo que tenía entre sus brazos, y cuánto una promesa deliciosa que dos personas mantenían en celoso secreto.
En realidad, en los ojos de la mujer se formaba un cosmos de emociones: toda una vida compartida por la que estaba dispuesta a matar... y a dar su ser hasta convertirse en menos que polvo. Eran promesas y gracias desgastadas por el uso, sonrisas cómplices a 20 metros de distancia en una fiesta, caricias en la nunca cuando hacían el amor y mordiscos en el cuello cuando follaban, abrazos cuando la muralla se agrietaba y amenazaba con desmoronarse y dejar desnudos los muros del castillo del interior, reproches que no iban en serio y carcajadas que partían el silencio de la noche.
Todo el reconocimiento que merecía la roca que la sirena utilizaba para abandonar las profundidades del mar, salir a la superficie y entonar un hermoso cántico tan letal como vital.
Y Louis lo comprendió, supo que le agradecía todo lo que había pasado hasta entonces: que le hubiera sostenido la mirada con valentía en aquel bar, que le hubiera ofrecido pasar el verano en Londres, que la hubiera llevado a la cima y le diera la llave de las puertas de la gloria, que la hubiera dejado acompañarlo cuando sus sueños pasaban de ser fantasías nocturnas a realidades en la prensa, que la transportase por las noches al paraíso terrenal desde que se puso el sol en su decimosexto cumpleaños, que le hubiera dado su apellido y la familia que deseaba...
Eso, y que le hubiera dado un masaje, que la hubiera ungido en agua, jabón y paciencia, y hubiera ido con ella a comprar los muebles que harían del frío ático un hogar para la inminente americana.
Le agradecía tanto lo que le había dado como lo que había sacrificado.
Se sentían solos en el universo, pero no solitarios. Y aquella era la mejor sensación del mundo.
-No sabes lo que te quiero-decían los ojos de uno en un nanosegundo, a lo que los del otro respondían con velocidad superior:
-Casi tanto como yo a ti.
El falso rubio y el moreno tanto de piel como de pelo se miraron un segundo, satisfechos de saber qué era aquello: uno lo sentía todos los días, cada vez que cruzaba la mirada con la de su mujer (especialmente cuando se sentía dentro de ella), y el otro lo sentía cada noche, cuando otra fémina accedía a hacerle compañía en el momento en que todos los gatos eran prados, aquel espacio de tiempo que pertenecía, según decían, a los poetas y a los locos.
-Detesto romper ese vínculo casi espiritual, pero... no he venido para ver cómo os contempláis-sonrió Niall. Eri y Louis los miraron, con la confusión escrita en los ojos, lo que les confirmó que no recordaban que estaban allí.
-Especialmente teniendo en cuenta que todo el mundo sabe que yo soy más guapo-asintió Zayn.
-Exactamente-Niall señaló con el pulgar a su amigo-. Me parece una ofensa hacia ti, Zayn.
-Debería marcharme.
-Deberíamos irnos y que se arreglen, tienes razón.
-Vámonos por ahí de fiesta, Niall. Aunque sea de día.
-Las mejores fiestas se alargan hasta estas horas.
Se pasaron los brazos por los hombros y caminaron hacia la puerta, pero Eri los retuvo con las risas huyendo de la cárcel que eran sus costillas.
-Chicos, sabéis que os necesitamos. Yo os necesito-aseguró, poniendo las manos en el pecho de cada uno y reteniéndolos allí. Por la boca de Zayn hubo un amago de sonrisa, sonrisa que se manifestó finalmente en los labios del irlandés, cuya boca era más fácil de alegrar y más feliz en general.
Comenzaron a repartirse las tareas con el fin de que, cuando llegase la esposa de Zayn, todo estuviera preparado. Apenas estaban terminando de planear su táctica de guerra, sonó el timbre de la puerta.
Por ella apareció Sherezade, con el pelo negro azabache recogido en una coleta a medio deshacer, y mechones enmarcándole el rostro cada día más perfecto. La anfitriona se tocó el pelo, nerviosa, y su marido le susurró al oído que estaba preciosa. Ella esbozó una sonrisa triste, sabiendo que no iba a poder competir con semejante belleza tan fácilmente.
Sherezade le dio un beso en los labios a su Zayn, quien la agarró de la cintura y le acarició suavemente más abajo de la espalda, mientras se le recompensaba con una sonrisa. Detrás llegaba todo el clan Malik: las tres hijas, Sabrae, Shasha y Duna, y Scott, el mayor de todos ellos.
Niall y Eri se miraron un segundo, constatando el gran parecido físico que tenían sus hijos con sus padres: lejos de la variedad que había en la casa Tomlinson, la casa Malik se caracterizaba por una homogeneidad que parecía calculada al milímetro: ojos que reaccionaban a la luz tiñéndose ligeramente de verde (en eso, los del mayor y la pequeña, Scott y Duna, eran los especialistas, pareciéndose al verde pardo de los de su madre), una piel color café que prometía evitar quemaduras, y pelo negro como la noche, haciendo de marco a rostros igual de parecidos, con los rasgos árabes de las familias de ambos padres, aunque suavizados en mayor o menor medida, como si la mera presencia en un país europeo consiguiese hacer mella en la genética oriental.
Sabrae, la mayor de las chicas, sonrió con timidez al ver a tanta gente contemplándolas, y le dio un codazo a su hermana mediana, Shasha, que no apartaba la vista del móvil. Shasha alzó la cabeza, asintió un segundo a modo de saludo, y luego volvió a sus quehaceres más cotidianos, consistentes en toquetear una pantalla y esperar respuesta con impaciencia.
Y finalmente estaba Duna, la más pequeña, de la misma edad que Astrid. Arrastraba consigo un peluche de un oso canela que no parecía demasiado emocionado por estar en aquella casa: seguramente la voluntad del pobre animal de mentira era la de volver a su casa y disfrutar de una agradable tarde de juegos en solitario con su dueña, disfrutando del delicioso monopolio de su compañía.
Dan y Astrid alzaron la cabeza y sonrieron cuando la vieron aparecer. Duna, venciendo un poco a su timidez, se despegó de la mano de su hermano y se acercó a ellos. Astrid le saludó dándole un abrazo, a lo que Duna respondió quedándose anonadada. Al fin y al cabo, una era hija de una española, y otra era hija de Zayn, que se abrumaba fácilmente con las muestras de cariño de personas ajenas a su familia.
Sabrae alzó las cejas y tiró de su hermana hacia el rincón donde estaban jugando los niños, mientras Zayn se quedaba mirando a su único hijo mayor, vestido con una camiseta de baloncesto roja y azul. Chicago Bulls, pensó Erika con asco, y frunció la nariz. Seguramente tuviera la dorsal del tan mítico como añorado Michael Jordan.
-¿Tommy ya se ha despertado?
-¿Qué te apuestas a que sí?-contestó el padre del mencionado. Scott se tocó la gorra a modo de despedida, besó a su madre y corrió escaleras arriba.
-¿No nos ayuda la juventud?-inquirió Niall. Todos negaron con la cabeza.-. Es una pena, ¿sabéis? Son el futuro de este país, y... van a jugar a baloncesto.
Ni siquiera vieron a Tommy marchar: estaban demasiado ocupados pintando las paredes del ático con una pintura extrarrápida (ventajas de vivir ya avanzado el siglo XXI), que requería de una mano constantemente revolviéndola con el objetivo de que no se secara. Hubo peleas por conseguir la tarea más sencilla y agradable de todas... pero sólo entre los hombres; las mujeres tenían muy claro que iban a pintar.
-Soy inmigrante. Y voy a trabajar en este país como trabajaría en España-alegó Erika, cogiendo un rodillo. Sherezade asintió con la cabeza y le dio un toque al suyo.
-Mujeres al poder.
-¡Viva el feminismo, hostia! Sabemos pintar, ¿verdad?
-Vaya que sí; no sólo servimos para limpiar, también podemos hacer las tareas de “hombres”-atacó Sherezade, haciendo las comillas con los dedos y consiguiendo que su compañera de género se riera.
-Vale, chicas, no nos comáis, ¿mm?-respondió Louis, negando con la cabeza-. Yo puedo revolver, tengo los brazos fuertes.
-¿Eso es que tu señora no te atiende, Louis?-se burló Niall.
-Eso es porque toda la vida me he cuidado mas que vosotros, panda de vagos.
-Louis siempre tuvo los bíceps más hinchados que vosotros, chicos. Deberíais asumirlo ya-asintió Sherezade, y Louis abrió los brazos.
-¡Gracias, Malik!
-Lo siento si yo no me hacía el chulito con las pesas, pero es que me aburrían-objetó Zayn-. Además, llevo fumando más tiempo, así que me canso enseguida. Me quedo sin aliento. Debería ser yo quien revolviera.
-Yo soy el más bajo-espetó Louis, y Eri se volvió hacia él. Seguramente fuera la primera vez en diez años que decía esa frase sin una pizca de molestia.
-Y yo nací cansado, y vivo para descansar. Y soy irlandés. Si no me dejáis hacer lo que me dé la gana, seréis uno putos xenófobos de mierda-ladró Niall, ya sentado al lado del cubo de pintura, dispuesto a pasarse la mañana haciendo círculos en pintura blanca.
-¿Qué te ocurre con la pintura blanca, Eri? ¿Qué especie de obsesión malsana tienes con este color?
-El blanco es precioso.
-El blanco es la ausencia de color-replicó Louis, apoderándose de una brocha y negando con la cabeza al ver la desgana con la que Niall hacía girar la masa lechosa. Zayn se lo quedó mirando.
-Dibujo es la única asignatura que aprobaste en el año que repetiste, ¿no es así?
-En realidad, fue música-respondió él, encogiéndose de hombros.
-Pero, ¿no estarían mejor dos colores? Tal vez el techo de blanco y las paredes de azul celeste no lo hagan tan monótono...-comentó Sherezade, y la anfitriona asintió, contemplándola-. Además, las paredes blancas se ensucian muy rápido.
-Sí, pero... Diana tiene el cuarto pintado de blanco. Y quiero que se parezca lo más posible a su casa.
Sherezade chasqueó la lengua mientras los hombres se miraban entre sí.
-¿Cómo sabes tú cómo tiene la habitación la cría, nena?
-Vi el documental de la línea de Noemí cuando salió. Por eso he elegido los muebles que he elegido. En casa de Noemí, la mayoría de muebles son de su línea.
-No sabía que Noemí diseñase también muebles.
-Noemí diseña de todo-contestó la española, llenándose ya de pintura y bufando cuando una gota le pasó rozando la cara.
-Yo lo único que sé es que cada vez que hay una entrega de premios importante, me llega un traje con una nota que pone “como hayas engordado, te mato”-murmuró Louis, pasando al otro extremo de la habitación y encogiéndose, de paso, de hombros.
-A mí me llega siempre. Amenazas incluidas-respondió Niall, deteniéndose un momento.
-Noemí se toma el curro en serio-respondió Zayn.
-No cómo tú, tío.
Zayn hizo una mueca, y no contestó. Sin embargo, siguieron lanzándose pullas, haciendo más entretenida la tarea. Un par de horas después, ya estaba acabada, y los chicos comenzaron a pelearse por ver quién pasaba por la ducha antes.
Las mujeres, por el contrario, se encaminaron a la cocina con la intención de preparar algo para sus hijos, que seguían jugando ajenos al trabajo que llevaban a cabo sus padres.
-Dejadnos a nosotros hacer nuestra comida-pidió el musulmán, con un coro de asentimientos que no se hizo esperar.
-Pero, ¡qué liberales sois, ¿eh?! Queréis hacerles la comida a vuestras mujeres, porque eso de que cocinen ellas es tope machista-espetó Sherezade, alzando una ceja. A pesar de su religión, la mujer era muy crítica con las posturas que aún conservaba la sociedad, poco o nada diferentes de las medievales, y no le había gustado ese tono de favor que había escuchado en la voz de su marido. Sí, podían hacer la comida ellos, sí, de hecho, iban a hacerla ellos, ya que para algo se repartían las tareas. Eso no quería decir, con todo, que fuera un favor personal que Zayn le hacía a ella o que Louis, Niall y aquél les hicieran a Erika y a ella. Había un equilibrio en los hogares que no debía romperse, y frases como aquella lo hacían. O, por lo menos, lo alteraban.
-Es para follar esta noche-espetó Louis, llamando a la calma como sólo sabía hacerlo. Sherezade se obligó a no sonreír, pero fue incapaz de mantener heladas ambas comisuras de su boca; una de ellas se alzó en armas, clamando por la revolución.
-Yo follo esta noche, haga lo que haga-replicó Niall, encogiéndose de hombros, y apañándoselas para entrar en el baño antes de que los demás siquiera pudieran gritar su nombre.
Mientras ellas se encargaban de preparar sándwiches para sus retoños, ellos hacían cosas más elaboradas para sí mismos. Los sándwiches estuvieron listos en seguida, y la juventud se concentró alrededor de la mesa de acero de la cocina como un ejército de fieles se concentra en una iglesia cuando viene un arzobispo, o un papa.
Eri acompañó a Sherezade una de las tumbonas del jardín. Aprovecharon el día despejado y ligeramente cálido para reponer fuerzas, con sendas bebidas al alcance de la mano.
-Gracias por venir a echar una mano, corazón-susurró Eri, enfundándose unas gafas de sol y estirándose cuan larga era. Sherezade hizo un gesto con la mano, quitándole hierro al asunto.
-Aunque yo no fuera parte de One Direction, ya que es verdad que llegué más tarde que las demás, soy una de las chicas de la boyband, y eso me obliga a ayudaros. Al margen de que es un placer ser útil.
-No eres la más tardía. A última todavía se toma su tiempo en aparecer.
-De verdad que me hubiera gustado mucho que lo de Niall y Vee funcionase-suspiró la de piel aceitunada, y su interlocutora asintió.
Zayn y Louis se miraron, contentos de que sus mujeres se llevasen tan bien como ellos (o, por lo menos, así lo pareciera). También había comprensión en sus ojos, pero sabían cómo era Niall: un espíritu libre que amaba la vida por encima de todo. En ocasiones, vivir amando a una persona era estar atado a ella, no ser libre, y para Niall aquello era equivalente a no estar vivo del todo. Había amado con locura a la madre de su hijo, pero la cosa no cuajó, y punto. Era ley de vida, así lo entendían todos, y mejor se estaba solo que con alguien a quien no querías. De modo que se repartieron las cosas que habían conseguido juntos (no se habían llegado a casar, Niall era el único soltero que quedaba en la banda, y aquello les recordaba a sus años mozos, cuando estaban en la cúspide de su carrera), y, a partes iguales, cuidaron del hijo de ambos, Chad, que, contra todo pronóstico, había obtenido el apellido de su padre. Para su madre, no hacían falta ningunos papeles que acreditaran que había sido la mujer de Niall Horan durante una temporada: bastaba con lo que habían vivido juntos, lo que habían sentido, y el bebé que había estado entre sus brazos.
-¿Dónde está el pequeño Horan, por cierto?-inquirió Louis, mientras sus manos bailaban entre centenares de utensilios de cocina. Zayn se encogió de hombros.
-El crío es como él cuando éramos jóvenes.
-Aún somos jóvenes, Zayn... y Niall no ha cambiado una mierda desde que tenía 13 años.
-Estará con Greg, Denise y Theo, seguramente. Ya sabes cómo es el pequeño irlandés.
-A Chad le gusta trabajar tanto como a mí-contestó Niall, entrando en la cocina, destilando un aroma a jamón y agua fresca que haría que muchas mujeres (más) cayeran rendidas a sus pies inmediatamente. Se subió las mangas de la camiseta hasta los codos e inquirió-: Bien, ¿qué puedo hacer?
-Encárgate de esto-Zayn le tendió una cuchara de madera en la que estaba revolviendo una salsa de color pálido. Niall alzó las cejas, pero obedeció. Mientras se ocupaban de sus tareas, los chicos permanecieron en silencio, escuchando la conversación de las mujeres, que compartían consejos y opiniones de todas las cosas habidas y por haber. Louis constató que nunca, jamás, había escuchado a la Malik y la Tomlinson hablar tan de seguido y con tanta confianza. Parecía que el trabajar unidas, contarreloj, y codo con codo, había incrementado a niveles insospechados la relación que ambas mantenían.
Llegaron a hablar de cómo el coco podía ayudar en gran medida a la piel seca. Así era como Sherezade mantenía unas manos y un rostro tan bonitos.
A lo largo de la tarde, cuando ya había pasado lo peor y sólo tocaba subir los muebles y colocarlos en los lugares que ambas iban indicando, los cuerpos se iban resintiendo poco a poco; no así los ánimos. Lo bueno de trabajar con tus mejores amigos, pensó Niall, era que el trabajo se convertía en un juego y no te cansarías tanto como si lo hicieses en solitario.
Curiosamente, ese tipo de pensamientos eran los que le asaltaban en las giras, cuando se veía echado en un sofá rodeado del equipo que preparaba el siguiente concierto, y él simplemente se preocupaba de tener cerca la guitarra y de hacer sonar unos acordes mientras Louis llenaba el silencio con sus charlas que prometían carcajadas, Harry se sentaba observando el móvil pero asintiendo a todo lo que le decían y contestando, siempre alzando la cabeza y clavando los ojos en los de su interlocutor, cuando se dirigían directamente a él; Zayn se limitaba a sentarse y contemplar la televisión o garabatear algo en sus infinitos cuadernos de notas, y Liam se dedicaba a escuchar con atención lo que Louis contaba, y a reírle las gracias cuando estas llegaban.
Podías sentirte en casa sin necesidad de estar en una casa. Bastaba con la compañía, con esperar que aquello se repitiera cada noche, y con disfrutar cuando lo hacía.
Estaba orgulloso de llamar a aquello un “hogar”, cuando mucha gente lo hubiera encontrado caótico, pero, ¿cómo iban a entenderlo? No habían sido parte de la banda más famosa del mundo. No podían entenderlo. Ni siquiera los cinco afortunados que estaban dentro de aquella gran maravilla lo entendían, así que era demasiado pedir que alguien ajeno lo hiciera.
Acabados los preparativos para la llegada de la americana, ya sólo quedaba esperar, y eso debían hacerlo los Tomlinson a solas. Zayn y Sherezade recogieron a sus pequeñas y se despidieron de ellos, Niall esperó a que Eleanor regresara a casa después de una tarde muy interesante, la abrazó, la besó y escuchó cómo la joven sollozaba al tener allí a su tío favorito (ella jamás lo admitía, pero los dos sabían que su conexión era más fuerte que las de los otros) y rogarle que no se fuera, y Tommy y Scott volvieron cuando Niall sacaba de nuevo a la chiquilla a dar una vuelta para que le contara qué tal le iba la vida.
-Estaremos en el cuarto de juegos-anunciaron los mayores de las siguientes generaciones de aquellas familias tan famosas, tanto fuera como dentro del país, a pesar de ser plebeyas, de sangre más roja que los rubíes líquidos.
Con la ida de sus amigos, Louis y Eri se vieron abrumados por la sensación de cansancio agotador que les invadió. Se sintieron agotados, más de lo que cabría esperar, pero había merecido la pena. Disfrutabas mucho cuando estabas tan cansado pero no te dabas cuenta de ello hasta que no era tarde. Así no había manera de que tu cansancio influyese en ello.
Eri apoyó la cabeza en le pecho de su marido, que le rodeó la cintura con el brazo, y le besó el pelo.
-Todavía hay un par de cosas que quiero ultimar.
-Muebles no, por favor-suplicó él. Ella negó con la cabeza, lo besó y le agradeció con los ojos todo lo que había hecho aquel día. Desde aguantar con paciencia la intensa sesión de compras, hasta colocar cada mueble donde ella le decía sin rechistar ni poner mala cara. La cama, cada cuadro, cada mesilla y el pequeño puf en el que la modelo americana podría sentarse a hacer lo que quisiera se habían depositado en los lugares destinados a ello sin una palabra más alta que otra y sin gran desencanto.
Louis había sido increíblemente paciente ese día, y él nunca era paciente en aquellos temas.
Deseó no estar tan agotada como para verse incapaz de recompensarle por aquel día, pero las cosas eran como eran.
-Le diré a Tommy que prepare algo cuando se vaya Scott.
Ella asintió, y se tumbaron en el sofá, con Astrid y Dan a cada lado. Louis miró a su hijo varón más pequeño, y le revolvió el pelo, recordando cuando los chiquillos salieron a jugar y sonrió, murmurando:
-Mirad. Contadlos. ¿Os recuerdan a alguien?
Nadie dijo nada.
-Lottie, Fizzy, Daisy, y Phoebe. Y yo. Somos mis hermanas y yo.
Y era cierto, había tantas chicas como había habido en el hogar en el que creció Louis, y tantos chicos como había habido en aquella casa. La única diferencia radicaba en que el chico no era, esta vez, el mayor.
La Luna avanzó en su escalada por el firmamento, que llevaba teñido de negro más de lo que le correspondería en un día de verano; no así en los días otoñales de mediados de Noviembre, donde la noche mandaba más que el día, fuese República o Imperio, con el gobierno intermitente e omnipresente de su señora. Los niños, por su parte, iniciaron su propio ascenso hacia sus habitaciones, mientras marido y mujer se quedaban sentados en el sofá, hundiéndose a cada minuto un poco más en los profundos cojines, pero no por ello alejándose el uno del otro.
Louis miraba de vez en cuando a Eri, que contemplaba la televisión mordiéndose el labio, con gesto tan abstraído que a él le daba apuro preguntar qué ocurría en las corrientes más profundas de su mente.
Apenas intercambiaron palabra mientras veían la televisión; por mucho que él quisiera hablar, siempre tenía la impresión de que iba a molestarla, que no iba a poder hacer nada más ese día. Por cómo se movía, cómo fruncía el ceño y la lentitud con la que parpadeaba, sabía que no iba a poder cruzar más de dos sílabas. Si le arrancaba tres, debía considerarse afortunado.
La película que habían puesto y que ninguno de los dos estaba viendo avanzó impasible, ajena a que nadie le hacía caso y que no estaba cumpliendo con el cometido para el que la habían creado; esto era, entretener. Desde que empezó y el silencio se instauró entre ellos, apenas después de que los chiquillos abandonaran la estancia, Louis había sentido que, por el mero hecho de respirar, estaba molestando a su mujer. No sabría decir por qué, simplemente... lo sabía.
-Me voy a la cama-acabó por anunciar, deseando que el silencio explotara. En gritos, en susurros, en chasquidos de lengua, incluso en golpes y cristales rompiéndose, pero que explotara, por favor, era lo único que deseaba.
Erika lo miró un momento, asintió despacio con la cabeza y se arrulló aún más en el sofá, cubriéndose hasta la barbilla, y clavando los ojos castaños en la televisión. Él se levantó esforzándose por no hacer ruido, le besó la frente y subió las escaleras como alma en pena.
La razón por la que no podía cabrearse con ella era que la comprendía mejor de lo que esperaba y podría desear hacerlo. Sentía el cansancio clavado en los huesos, impidiendo que éstos se movieran y que él pudiera olvidarse de que estaban allí, que tenía compuestos de calcio dentro de su cuerpo, y no sólo músculos. Se dejó caer en la cama, se las apañó para quitarse la camiseta, meterse debajo de la manta, y se quedó dormido en el acto.
Se despertó entre el frío de una noche que se colaba por la ventana cuya persiana nadie se había molestado en bajar, y se preguntó por qué nadie había prestado atención a aquello. Acarició la cama a su lado, la cama vacía y plana, que se escondía debajo de las mantas aterciopeladas... y se asombró de lo plana que aparecía.
-Nena-musitó, pero no había nadie allí para responderle. Su vista se clavó en el reloj, que marcaba en letras sangrantes la hora intempestiva en la que nadie debería estar solo en su cama, y menos alguien que había encontrado con quién compartirla hacía mucho tiempo.
Las tres de la mañana.
Y el lado de ella seguía imperturbable, como si nadie hubiera dormido realmente allí. Constató que apenas se había movido, y que sus piernas hormigueaban (había tenido la poca delicadeza de quedarse dormido con una pierna debajo de la otra), pero ninguna de aquellas molestias le preguntó.
Se puso una camiseta con la preocupación instalada en los pulmones del mismo modo que se localizaba allí el alquitrán de los cigarrillos que fumaba, siempre el último, siempre rompiendo la promesa de que lo dejaría algún día, siempre apareciendo con ocasiones especiales que no lo eran tanto.
Bajó las escaleras, y una parte de él no se sorprendió al ver que la televisión seguía encendida, con el volumen bajo. Cinco mujeres con más silicona en el cuerpo que muchos juguetes infantiles hablaban de posturas sexuales para “volverlos locos”, pero el sonido apenas daba para distinguir las exclamaciones de asombro del público, que parecía tan conservador como hacía años.
E, iluminada por una estrella plana azulada, estaba ella. Con la cara apoyada en una mano, la otra reposando cálidamente en el teclado; seguramente se hubiera quedado dormida a mitad de una frase que había acabado siendo más fuerte que ella.
Louis se inclinó para mirar a qué se debían las búsquedas nocturnas de su chica, y no le sorprendió una mierda descubrir que se trataba de la muchacha consentida que vendría al día siguiente. No hizo falta más que un vistazo a la página para constatar que en el buscador se había afanado en descubrir cada detalle, hasta el más secreto, de Diana Styles.
No iba a despertarla. Sería una crueldad.
Así que suspiró, musitó un:
-Joder, Eri, que ya no tengo 20 años.
Y la alzó en volandas como pudo. La llevó a la habitación y la dejó sobre las mantas para después cubrirla con ellas, pensando que se merecía el premio a marido del año, que poca gente se sacrificaba como él...
… y ella no se despertó para poder agradecérselo.