miércoles, 31 de diciembre de 2014

Un pato, un huevo, una vela, y una bandera.

Como ya va siendo tradición, toca hacer balance de estos 365 últimos días, sonreír mientras se van, despedirlos con la mano y, acto seguido, abrir los brazos para recibir los 365 siguientes, que por caprichos del destino vienen agrupados así, en años, en el tiempo en que nuestro planeta tarda en dar una vuelta completa alrededor de su estrella, a pesar de que nosotros no notemos que nos desplazamos a miles de kilómetros por segundo, o a un par.
Hay cosas de las que quejarme este año y cosas por las que estar agradecida, así que, como vengo haciendo gran parte de mi vida, voy a ser positiva: ha sido un año bueno. No el mejor (espero que esté por llegar), pero sí muy bueno. Me ha hecho aprender gran cantidad de cosas y, aunque suene a tópico, me siento una persona muy diferente de la que empezó este año. Es como si fuéramos dos versiones de una misma película: ella, la de la lista con los 12 deseos que le pedía a las uvas frente a ella mientras el reloj de la puerta del Sol daba las campanadas, todo en blanco y negro y sólo acompañada de la música de un piano, y la yo de ahora, en alta definición, con increíbles efectos especiales y sin una lista que ir formulándole a un reloj para que se lo transmita al universo, porque los 12 son el mismo, y, oh, algún día van a cumplirse. No los voy a suplicar como hice hace un año, esta vez voy a pedir permiso para armarme.
Las cosas que he aprendido este año son muchas; tal vez influya el hecho de que haya cambiado de instituto y que tenga que ir a otra ciudad (Oviedo, la tercera capital que tuvo España en toda su historia, toma) en este viaje sin estudios ni apuntes que es la vida.
He aprendido que, bajo ningún concepto, debo dejar de dar mi opinión, por mucho que venga nadie a reclamarme que le parece "ofensiva". Lo siento. Es lo que tengo. Es lo que pienso. Al igual que yo no voy parándote en el pasillo para decirte que todo lo que dices me parecen gilipolleces, tampoco tienes por qué hacerlo tú.
He aprendido que quien te quiere, te busca, y quien te quiere no hará las cosas con un doble rasero, sin avisar de una cosa para poder pillarte desprotegido.
He aprendido que quien quiere estar contigo, va a estarlo, y tendrá tiempo para preguntarte si estás bien. Y te contestará con más de un monosílabo, y te mirará a los ojos mientras hablas con él, por muchos mensajes que le estén llegando al teléfono.
He aprendido que sólo estás obligado a decir adiós si tú quieres hacerlo. Y, si no, las despedidas pueden ser un hasta luego. Y creedme, escenarios, son un puto hasta luego. Hasta más pronto de lo que os gustaría.
He aprendido que la familia es aquel grupo de personas con quien te sientes cómoda, pero no tiene por qué ser aquel grupo de personas sin las cuales tu existencia no se habría dado. A veces, son gente que te recibirá con globos en una fiesta sorpresa, gente a la que escuchas decir que tiene el estómago hecho un nudo porque el teatro se está llenado, gente a la que deslumbran los focos, a la que apoyas entre bambalinas y que te hace salir al escenario segura, porque ellos están allí, cuidando de leer el guión si se te olvida tu frase.
También he aprendido lo equivocada que está la gran mayoría de la gente (no me gusta llamarla "sociedad", porque yo también estoy en ella), que valora más un trozo de metal extraído de Dios sabe dónde que a un árbol muerto, triturado y con tinta tatuándole palabras en su piel desgajada; y que ya no tiene en consideración a aquella criatura inexpresiva que escarba en el cielo, cambiando los desechos de nuestros pulmones por el alimento con el que nos hacen sobrevivir. Que no está bien coger el coche para ir a cualquier sitio, que el autobús o el tren es mil veces mejor, más preferible, que los océanos no son un vertedero, que nosotros no somos los reyes de este planeta, que hay seres que llevan en él más tiempo que nosotros, y que no se merecen que destruyamos nuestro hogar sin pararnos, por un segundo, a pensar en ellos.
Y, por fin, me han hecho abrir los ojos y ver cómo la mitad de la población de este mundo somete a la otra mitad, estando ésta, a su vez, apoyando este sometimiento con frases como "es una zorra, mira qué falda más corta lleva", "menuda cerda, se ha liado con dos tíos esta noche". Y me pone enferma, pero a la vez me alivia que me ponga enferma, porque significa que estoy viendo lo que pasa, lo jodido que está todo, la mucha falta que hace un cambio.
Pero, sobre todo, he aprendido a valorarme a mí misma, y a luchar por lo que quiero. He conseguido interiorizar, por fin, que la única manera de someterme a un cambio es ponerme a trabajar yo. Si quiero escribir bien, debo hacerlo y leer mucho, para adquirir vocabulario y mejorar el estilo. Si quiero llevar una 36 (o una 34, si me da la puta gana, o una 38, me tira de los cojones), tengo que dejar de comer como un marsupial, empezar a meterme más frutas en el cuerpo, y a mover este culo que tengo, y pasarme la primavera y el verano, tal y como he hecho, sobre una bicicleta, bebiendo dos litros de agua al día y viendo cómo el deporte me subía el autoestima, el estado de ánimo, a la vez que me recompensaba con una salud mejor, una bajada de peso y tallas menos.
Nunca pensé en lo gratificante que podía ser que un pantalón se te quedase grande como resultado por meses y meses de esfuerzo y constancia, pero he tenido la suerte de cambiar el chip, y experimentarlo en mis propias carnes. Y es una de las mejores cosas que me han pasado este año.
Y eso que no me han pasado muchas cosas buenas: graduarme en el instituto con una matrícula, ser uno de los tres primeros dieces en Literatura Universal de la PAU de mi instituto, haber visto en el cine mi libro favorito convertirse en película, haber leído mis libros favoritos en su idioma original...
...y, cómo no, el 10 de julio. No son píxeles. Son células, pensé mientras salían a escena, y no podía creerme que estuviera allí, que fueran de verdad.
Ya el día antes había sido absolutamente genial: conocer, por fin, a una de mis mejores amigas, la primera que conocí por Internet; Cris, "Cristina la de Madrid", como yo la llamaba en casa. Abrazarla después de casi 7 años de amistad, ver su colgante de las Reliquias de la Muerte, comer en el Burger King de Príncipe Pío mientras nos contaba, a mí y a Irene, todos los famosos a los que había conocido, los conciertos a los que había ido y todas las posibilidades que brindaba esa preciosa cuidad por la que nos guió. Ir al Starbucks después de 4 años del primer Frapuccino, observar a una chica Tumblr mientras devoraba delicadamente su sándwich, hacernos fotos en cada rincón, subirnos a las barcas del Retiro, pisar mi cámara de fotos porque soy una puta retrasada, poner la música de Piratas del Caribe mientras nos deslizábamos por el agua, gritarles a desconocidos "sí, soy asturiana, ho" y que ellos lo fueran también, subir por Gran Vía, hacernos una foto con Lucía Gil, luego con el presentador de Cazamariposas, al que sólo Irene reconoció, mientras cubrían el interesantísimo reportaje de Mario Vaquerizo (ew) y Akaska dentro de un Burger King en el que se apelotonaba la gente, debatir sobre los reyes, y despedirnos en la estación de Príncipe Pío con un abrazo, un beso y un "hasta luego", para seguir planeando en el verano una visita a Asturias que, por desgracia, no se produjo.
Cris, no podría estar más agradecida por ese día. Espero que se vuelva a producir pronto.
Y luego, claro, estuvo el concierto. Una de las mejores cosas fue llegar al Calderón a las 7:20, y estar dentro antes de las 7:25, porque la agilidad que tienes en los conciertos no la tienes en cualquier lugar. Aprovechas cada hueco libre, nadie es tan rápido como tú...
... excepto Mayte, que te guarda el asiento y te llama para decirte dónde está. Y tú llegas al sector, después de preguntarles a 100 personas distintas, y miras a todas partes, y no la ves, y empiezas a correr porque te estás poniendo nerviosa, y cruzas el sector y finalmente está allí, y perreas con ella porque ni tú ni ella sois normales, pero no importa, podéis ser anormales juntas, y ella te llama "Érika", y tú se lo perdonas "por los asientos cojonudos que me has guardado", y bajáis juntas a por los famosos palitos luminosos que ponen One Direction, y luego tú bajas a por agua a pista a pesar de que no se te está permitido, pero nadie realmente te lo impidió, y luego vuelves a las gradas, y bailas al ritmo de Little Mix mientras Mayte e Irene se despollan, y presumes de coreografía cuando suena Single Ladies, y te levantas de tu asiento después de horas de espera, a la vez que 45.000 personas, porque está sonando la Macarena, y "no estás del todo vivo hasta que no ves a 45.000 personas bailando la Macarena en sincronía mientras esperas por una boyband", y por fin se apagan las luces, se encienden las pantallas del escenario, y ellos están ahí, son reales, no son un producto de miles de montajes sino que existen de verdad, y Louis es muy pequeño, y tú sacas los prismáticos porque te niegas a verlos por una pantalla otra vez, y Louis es muy pequeño, y Niall habla español, y Louis es muy pequeño, y Harry es mago porque manda callar a 45.000 personas sin esfuerzo, y Louis es muy pequeño, y Zayn suena increíblemente mejor en directos, y Louis es muy pequeño, y Liam repite que sois el público más ruidoso y que "lo dice en serio", y Louis sigue siendo pequeño, y Louis es muy guapo, y Louis se pone la bandera de España por el cuello y tú le das hostias a Irene porque mira, mira, es muy pequeño, mira, mira, lleva NUESTRA BANDERA, y Liam y Louis se ponen gafas y hacen el tonto en Little White Lies, no sin antes no haber podido cantar Shes not afraid porque Louis estaba meando, y tú haberte cagado en todos sus putos muertos porque es tu canción favorita y no la cantan porque Louis es muy pequeño y su vejiga más aún, y tu puta madre, louis, esto no te lo perdono en la vida, y cantan Best Song Ever, y dicen que bailarán toda la noche, y acto seguido se van, y queda mucha noche por delante, el sol se ha puesto mientras ellos estaban ahí, pero tú no te das cuenta; y, en el último segundo, antes de los fuegos artificiales, o quizá durante de ellos, Louis, que es muy pequeño, se gira un momento, mira al Calderón, el Calderón que gritó con Niall "yo soy español español español" a pesar de ser él irlandés, y asiente para sí mismo, y desaparece siguiendo a los demás, y tú estás vacía, porque ya no están allí, Louis sigue siendo pequeño pero ya no lo es frente a ti, y te bajas de las gradas y te dispones a irte, no sin antes haber abrazado a Mayte y haberte hecho fotos con ella y con su amiga, con las que compartiste los prismáticos mientras sonaba One Thing, sobre aquella plataforma que se elevaba y que hacía las veces de pantalla de televisión/videojuegos gigante.
Y Mayte te mira, y luego mira a quien nos hizo la foto, y dice "ahora, ¿puedo una con ella sola,por favor? Es que me hace ilusión" y tú quieres gritar porque Mayte es muy tierna y tiene un acento muy gracioso, y le das un beso y así queda plasmado en la foto que después irá a parar a Instagram, al igual que la de Cristina, y después os volvéis a abrazar, os cogéis las manos, os las soltáis, y Mayte también se ha ido, igual que se fue Cristina e igual que se fueron los chicos.
(Louis es muy pequeño).
Pero tú, lejos de estar triste, casi corres por el paseo al lado del río, y cruzas una calle sin paso de cebra con el palito luminoso en alto para que no te pillen los coches, como si fuera una bombilla de mil vatios.
Y tú e Irene os vais a cenar, con un hambre de lobos, y mientras cenáis Niall y Louis twittean que ha sido uno de los mejores conciertos, que "la atmósfera ha sido eléctrica", y tú bien podrías meterte la vajilla del bar al completo en el estómago porque, ¿qué puede estropearte eso?
Mayte, no podría estar más agradecida por esos asientos cojonudos que me guardaste, por los perreos y por las tonterías que dijimos mientras esperábamos a que los chicos salieran. Ojalá podamos compartir también el próximo concierto de los chicos.
Y al día siguiente, mi hotel bullía con la excitación de decenas de nenas de 12/13 años (toma castaña, soy una puta dinosauria) que habían visto a los chicos en directo, como yo, y que se preparaban para irse a casa, como yo, con la diferencia de que yo aún tuve un tiempo para ir de pequeñas compras y hacer un poco más de turismo por edificios egipcios que, curiosamente, están en el corazón de la Península Ibérica.
Sí, este ha sido uno de los mejores veranos de mi vida, y eso que el viaje a Madrid (con su correspondiente rap a la llegada y mis tweets sobre los girasoles) fue lo único destacable que me pasó, pero, joder, ¿no hace un viaje así el año en el que se encuentra extraordinario?
Claro que llegó Septiembre, y, a pesar de pasarme las noches llorando por la que se me venía encima, el primer día no fue tan malo. De hecho, ya hice una amiga (que se acercó a mí para mi gran alivio y gratitud), que me llevó a hacer más, y, sin darme cuenta, tengo un grupo de amigos como no lo había tenido nunca, y compartimos bromas sobre nuestra carrera y me la hacen más llevadera, porque vacilar a las chicas es lo mejor de ir a clase, pero incluso mejor es cuando nos ponemos sentimentales y nos decimos que vamos a clase para vernos, que tenemos ganas de llegar porque volveremos a estar juntos.
Gracias, Baru, Miri, (C)Lara (alias la cubana), Khadija, María (aunque nos veamos poco) y Lorena (aunque nos veamos menos) por aguantar mis gilipolleces con una sonrisa en la boca. Consejito: no os riáis. Me anima a decir más gilipolleces.
Y también gracias a Pepe, con el que me pongo muy puñetera y al que a veces contesto muy mal sin merecérselo.
También tengo que darles las gracias a mis padres, por estas Navidades tan geniales que me han dado. Echaba mucho de menos el no poder esperar al 25 de diciembre, el levantarme por la mañana, desenvolver los regalos con los dedos temblorosos y sentarme a leer nada más hacerlo.
Hace 45 minutos he terminado el tercer libro en inglés que he leído en toda mi vida. Y no he podido sentirme más orgullosa de mí, porque hace más de 10 años, yo me metía en la cama con los auriculares puestos y Britney Spears atronando en los oídos, cantando cosas que yo no comprendía, y ese era, precisamente, su objetivo: aislarme de los sonidos de la tele y permitir que me concentrara en la televisión. Y ahora se me hace imposible escuchar música en inglés y leer, ya que lo entiendo todo y se me forma un barullo en la mente. Y eso, el haber pasado de utilizar el inglés como un muro a convertirlo en un puente, es una de las cosas de las que más me enorgullezco en esta vida.
Como tiene que ser, no han sido todo cosas buenas: también me han pasado cosas malas, como el que no se me dejara audicionar para entrar en la Escuela Superior de Arte Dramático, o que se me obligara a entrar en una carrera que no me va a servir para nada, o llorar frente a un "orientador" que para lo ÚNICO que está en tu instituto es para confundirte más. O la ruptura de mi pobre y fiel Teclas, quien me acompañó durante toda su vida de ordenador sin una sola queja. Pero he decidido tomarme eso como una lección, y he decidido sacar la puta carrera, para pirarme a Madrid, ganarme mi destino a pulso... sin pisar más juzgados que los que necesite para obtener mi título.
Y espero hacerlo con el apoyo de los nuevos de este año, como las chicas de ese grupo de whatsapp en el que sólo decimos polladas (sí, Eritioners, va por vosotras), mis chicas de la Uni (el Trifeminato de mazapán -no preguntes si no eres una de ellas-), Lara, Inés, a la que aún le debo un audio en agradecimiento por el del cumpleaños; Celia, Eva, mi compañera de debates sobre Hollywood y en quien más confío en cuestiones cinematográficas, los chicos de teatro, a quienes llevo en mi corazón... y Lu. Mención especial para ti, nena. Porque nunca en mi vida había visto dos películas en el cine en el mismo día. Y porque siento  que eres mi protegida, no sé por qué, y porque me gusta tener a alguien de quien cuidar.
Por supuesto, a Rosi y Adri. O no. Quién sabe. Je.
Y, por último, a todo aquel que lea esto. Porque los números al lado del título de las entradas animan a una a seguir escribiendo sus gilipolleces, y es indescriptible que te digan que lo que escribes les gusta, o que eres buena persona, o que te mereces un follow/abrazo de Louis, aunque ya no esté en tu lista de prioridades. Es simplemente genial que inviertas parte de tu tiempo en mí; ojalá pudiera recompensártelo de alguna manera, especialmente porque voy a necesitarte todavía más cuando salga de la facultad.
¿Qué le pido al 2015? Es demasiado pretencioso pedirle ya un Oscar a mi nombre, incluso un papel, así que sólo le pediré fuerza, valor. Que no me haga olvidar las noches de Septiembre. Que no me haga olvidar el sufrimiento del 21 de junio, que nunca llegué a exteriorizar. Que no me permita perdonar a quienes no lo merecen.
Un Oscar para Leo, que ya va siendo hora.
Otro para Meryl, para que destruya definitivamente la memoria de la hija de puta de Katharine.
Un hijo de Logemma.
Y arte.
Sobre todo, y ante todo, arte.
Que yo pueda formar parte de ella o no es secundario, pero, por favor, danos arte.
Gracias, 2014. Ahora le toca a tu hermano trabajar. Asegúrate de que lo haga.




lunes, 29 de diciembre de 2014

Boxeo.

Lo prometido, para los ángeles, era deuda.
En menos de dos días, había conseguido lo que sería imposible en cualquier otro lugar, pero no allí: nos trasladó de habitación sólo y exclusivamente para que yo estuviera más cerca de Perk y, a la vez, más cerca de un lugar en el que entrenarnos. Un lugar del que nunca había oído hablar, del que nadie fuera de la Central tenía noticias, y que no dejó de sorprenderme apenas entré en él.
Se trataba de una sala llena de máquinas de hacer gimnasia, pero no las típicas con las que me había cruzado en los gimnasios de la ciudad, como cintas de correr ni asientos para tonificar la parte superior del cuerpo, sino de auténticas obras de arte de la ingeniería que dejarían anonadados a todos nuestros programadores y harían que se tirasen de los pelos y se matasen entre ellos para, simplemente, tener la oportunidad de apretar un botón.
Decir que aquella sala estaba "llena" tal vez sonase un poco exagerado, dado que apenas eran varios pares de manchas negras en un entorno totalmente blanco (tenían un problema con el blanco, en la ciudad, al parecer). Tal y como estrellas negras en un universo cuyos colores estaban invertidos, las máquinas atraían tu atención y conseguían que sólo pensases en ellas, muerto de la curiosidad y a la vez teniéndoles un respeto casi reverencial.
Nunca supe para qué servían todas: Louis se limitó a acercarme a una, la más pequeña, que se reducía a un cubo colocado estratégicamente sobre lo que probablemente fuese un pilar en otra vida, al que habían pulido y dado forma de pedestal níveo.
Notaba la presencia de Perk a mi lado, con Angelica detrás de sí, preparada para saltar a la mínima de cambio. Aun a pesar de que llevábamos tiempo con los ángeles, ella seguía sin fiarse de él. Hacía bien. No tenían el mismo vínculo que yo tenía con Louis, que me impediría traicionarlo y abandonarlo a su suerte, sino que se hallaban en una situación mucho más tirante y tensa; Perk la necesitaba a ella para poder comer y sobrevivir en general en aquel lugar infernal dentro de una zona que podría no estar tan mal, y Angelica lo necesitaba para estudiar la conducta de los runners y asegurarse de que yo nunca, jamás, podría volverme contra ella cuando las cosas se pusieran feas, y reclamar la confianza de los demás con su cabeza colgando de mi mano, sus rizos dorados enredados en mis dedos y una estela de sangre, su sangre, aquella sangre tan cara, tras de mí, en ofrenda a aquellos dioses a los que nadie hacía ya caso.
Perk, con libre albedrío, se había acercado a la máquina más grande: una pesadilla de andamios, cuerdas y demás, que dejaba poco a la imaginación, pero mucho al entrenamiento. Me pregunté por qué no íbamos con ellos.
-Esto-murmuró Louis, cogiendo la cajita con sumo cuidado- es lo que usamos cuando necesitamos entrenarnos en ambientes desconocidos. De tanto volar en la Canica, acabas aprendiéndote los edificios de memoria.
-¿No es muy... pequeña?-inquirí. Angelica me respondió con una mofa.
-Pequeña-repitió.
-¿Eres medio cisne, o medio loro?-la ataqué, pero ella ya no vio necesario volver a contestarme. Tanto mejor.
-Esto crece, bombón. O tú menguas. Como prefieras.
Se metió la mano en un bolsillo y sacó una pequeña bola plateada con luces azules bailando en su superficie cuales corrientes de lava. La reconocí al instante.
Estiré la mano para alcanzarla, pero él la encarceló en sus dedos y no me dio opción a poseer lo que me pertenecía por derecho. Puse mala cara.
-Es mía-me limité a protestar. En su boca apareció una sonrisa divertida, la típica de un padre a la que su hijo divierte con sus ocurrencias… pero al que terminará castigando de todas formas.
-En realidad, nos la robaste. Se la quitaste a alguien que se iba a convertir en policía, y, técnicamente, cuando robas algo no se convierte en tuyo.
-Dijiste que la había activado.
La sonrisa se ensanchó todavía más: el padre había descubierto que su hijo no sólo podía ser gracioso, sino también inteligente, una cualidad tanto o más valiosa en un pequeño.
-Sí, pero el hecho de que tú abras primero una carta que Angelica me envió a mí, no significa que las letras vayan a cambiarse a medida que tus ojos las acarician.
-Ni que el tono vaya a ser mucho más agradable-asintió ella, encogiéndose de hombros con una sonrisa triunfal en los labios.
Tragué saliva, y contemplé cómo colocaba mi bola encima del pequeño cubo. El resto se hizo solo.
La bola, en un principio, se negó a reconocer a la caja hermética. Tuvimos que esperar un momento antes de que ésta parpadease una única vez, y su brillo comenzase a aumentar más y más. Al principio creí que se debía a uno de los poderes de la bola, pero no era así.
La caja había reconocido a la bola, y estaban colaborando para llenar el ambiente de un brillo azulado que rebotaba en las paredes y golpeaba mi cuerpo con la violencia de mil boxeadores que comparten un saco de boxeo.
La luz al principio fue soportable, puede que incluso agradable; sin embargo, no conocía un límite de confort, y no paraba de aumentar y aumentar para deleite de los ángeles y angustia de aquellos que teníamos la espalda desnuda, las ratas. Tal vez fuese verdad que a las ratas les molestaba la luz, pero que los pájaros bebían de ella un éter que no compartían con los seres terrestres.
Finalmente, con un jadeo en la boca, me cerré los ojos y me los tapé con las manos, cuando el brillo fue tan potente que rasgó mis párpados y me alcanzó las retinas que desearían no funcionar.
Entonces, se detuvo.
Abrí los ojos y me encontré en un ambiente nuevo. Ahora, todo era de un gris pálido, sin ningún tipo de sombra: bien podríamos estar dentro de la bola, en la caja mezclada con las paredes, o en un universo paralelo en el que no hubiese ninguna hoguera que pudiese arrojar ninguna sombra en ninguna dirección.
Miré a mi alrededor: estaba sola. Louis había desaparecido sin darme posibilidad de conocer las reglas del juego. Tendría que averiguarlas yo sola.
-¿Qué hago?-le pregunté a la esfera/pared/techo. La voz de mi ángel resonó por la estancia.
-Corre. Como si estuvieran persiguiéndote. Corre.
Obedecí, pero la cosa no era tan fácil. Evidentemente, si no tenía ninguna motivación que me hiciese temer por mi vida, la falta de sombras de las que sospechar no conseguiría que mis piernas llegaran al tope del que me sentía orgullosa. No había nada que saltar, por lo que era una runner mediocre allí.
-No vas lo bastante rápido-me espetó él, como queriendo provocarme. No lo consiguió. Yo reaccionaba a pistolas, no a putas faltas de respeto.
-Es lo que hay.
Unos susurros en la esfera mientras el suelo que pisaba dejaba mis huellas en un color que no supe identificar. Era un color nuevo. ¿Cómo describir un color nuevo?
De nuevo, volvió la estrella masiva azulada. Esta vez me obligué a tener los ojos abiertos y observar el milagro: de la nada, una luz en aquel techo grisáceo estalló, moldeándose con una figura femenina. Entonces, descubrí a Angelica, que se iba generando (sí, generando) de la cabeza a los pies, como si de un personaje de videojuegos se tratara.
Exhalé todo el aire contenido hasta el momento: acababa de darme cuenta de que los runners tenían un simulador portátil, en el que podía entrar tanta gente como se quisiera.
Claro que no parecía ser tan perfecto como el nuestro; al menos nosotros teníamos adornos, edificios. Cosas sobre las que saltar. Cosas útiles en las que entrenarte.
-¿Qué se supone que es esto? ¿Una cinta de correr gigante?
Angelica se limitó a mirarme con odio.
-Es vuestro simulador-explicó con un tono y unas palabras que me helaron la sangre-, sólo que perfeccionado-descendió como levitando hasta quedarse en el suelo a pocos metros de mí. Puso los brazos en jarras y se echó a reír-. ¿Qué pasa, runner, crees que no sabemos que vivís de nuestras sobras? No te eches a llorar. Tu secreto estará a salvo conmigo. Y con los demás-volvió a reírse, luego sacudió la cabeza-. Como sucede con el vuestro, esto tarda un tiempo en cargar. Mientras lo hace, te preparas. Y, cuando ya estás al ciento diez por ciento, echas a volar, a tanta velocidad que te silbe el viento en los oídos y no te impida pensar. Los mecanismos se accionan cuando pasas de una velocidad. Velocidad que eso-señaló mis piernas- no te va a aportar. Así que vamos, saquito mío: revivamos viejos tiempos.
Alzó el vuelo sin previo aviso, lo que hizo que el corazón me diera un vuelco y una sustancia que llevaba mucho tiempo sin sentir inundara mi cuerpo en un glorioso torrente: adrenalina. Eché a correr, esta vez para ofrecer resistencia, en venganza por lo que había sucedido la última vez…
… y Angelica me levantó en el aire, agarrándome por debajo de los brazos.
Jamás me acostumbraría a la sensación de no tener nada a lo que agarrarme más que el cuerpo de otra persona que podía burlar a la gravedad a voluntad. Mi estómago protestaba de puro terror: allí podría venderme, ofrecer después a Louis a los directivos de la central, que tendrían pocas ganas de que sobreviviera y contara sus secretos… y sólo tendría que dejarme caer.
Pero, en su lugar, clavó sus ojos en los míos, chasqueó la lengua y me instó a mirar hacia delante.
No lo había visto venir.
Me soltó cuando el primer muro se cernía sobre nosotras, apresurándose a nuestro encuentro a toda velocidad.
Giré en el aire, con la trenza haciendo espirales que cortaron como cuchillos el viento, caí con gracilidad y me puse a trabajar con el cuerpo ofreciéndome todo lo que tenía, cosas que había echado de menos muchísimo.
Angelica volaba sobre mi cabeza, demasiado ocupada en atravesar aros girando, trazando espirales, cayendo y ascendiendo en picado, como para prestarme más atención de la que merecía: es decir, nada.
Con las piernas doliéndome de pura felicidad, pues así es como se manifiestan los músuclos, me eché a reír mientras saltaba de un edificio blanco como la nieve, que tampoco proyectaba sombra, y me permití un vistazo hacia arriba. En ese momento Angelica descendía a una velocidad pasmosa.
Me recordó a Blondie. Y pensé que podríamos formar un buen equipo.
-Ahora empieza lo bueno, runner-gritó sobre el estruendo de un viento que no existía más que en aquel pequeño universo-. Espera a que vengan los polis.
Nos aproximábamos al puente que unía las dos mitades de la ciudad.
El puente en el que había tratado de burlar a Louis.
Y, en la base de los edificios, una maraña de coches de policía de intenso color azul, y berreantes sirenas rojas, esperaba para recibirnos.

Tenemos que conseguir uno de estos para nuestra Base, pensé. Puck podría hacer milagros con esto.




Eso es todo. Por ahora. En mi defensa diré que se me ha roto el ordenador, estoy con el de mis padres, y el teclado es demasiado diferente del mío como para poder escribir cómoda (tiene runas, ¿vale? Runas mesopotámicas; no es agradable escribir así), con lo que se me hace casi imposible escribir seguido, a la velocidad con la que lo hacía antes, y las palabras se me escapan entre los dedos como el humo. Y eso me cabrea. Además, estoy preparando los exámenes de la Universidad, así que no me puedo permitir perder un tiempo que, con mi ordenador, no perdería (RIP Teclas, te echaremos de menos, gracias por tus servicios. Has sido fiel; no te merecías este final). Así que este capítulo es más corto, pero te desea felices fiestas y próspero año nuevo, y su escritora se disculpa por su brevedad y promete acción pronto. O de calidad. A ver qué sucede finalmente.
Chan chan chan...

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Veintitrés.


No sé si el año pasado te escribí algo; la verdad es que poco importa. Que algo no suceda cada año no quiere decir que no sea legítimo, ni que se deje de sentir. El cometa Halley pasa cada 75 años: esperarlo mañana es inútil, pero hacerlo dentro de unos 60 es lo más sabio que puedes hacer.
El caso es que hoy es tu cumpleaños, hoy las cifras se vuelven redondas, y hace 23 años que se creó mi telescopio particular.
Y doy las gracias, pero no a ti. Ya sabes que te estoy agradecida; no yo como Erika, sino como fan, como parte de ese conjunto que te ha ayudado a llegar a donde te mereces, por cómo eres, por quién eres, por quién quieres ser y por quién has sido. No voy a hablar de cómo me haces reír, cómo nunca he llorado ni estado triste por tu culpa, cómo iluminas el mundo ni "me haces fuerte".
No, hoy doy las gracias al Universo por ponerte en mi vida, por haberte puesto en este planeta. Porque tú me has enseñado estrellas que aún no han sido descubiertas y, oh, qué bonito es alzar la vista al cielo y ver cómo las nubes se despejan con tu magia, y poder contemplar la galaxia que nos acoge en todo su esplendor.
Le doy las gracias al Universo por haberme dado algo a lo que aferrarme cuando estoy cansada y quiero abandonar.
Le doy las gracias al Universo por darme algo en lo que inspirarme.
Por darme algo en lo que intentar reflejarme.
Porque tú, Louis, eres casi un ídolo para mí; no te lo tomes a mal, detesto esa palabra, "ídolo". Me suena demasiado a las estatuas de barro que nuestros ancestros utilizaban para llamar a unas divinidades que nunca estaban allí. Pero esta vez tengo que usarla, porque me has enseñado que el querer entretener a la gente y ser feliz cuando ellos se ríen no es algo malo, sino una de las cosas más nobles que se pueden hacer.
Eres la musa que las estrellas me han dado, así que les doy las gracias por hacer de ti el arte de mis ojos, lo más valioso de este mundo.
Así que gracias, estrellas.
Gracias por darme a mi musa, sobre todo en esta forma.
Gracias por darme mi arte, sobre todo en esta forma.
Gracias por hacer que lo mejor que hago siempre esté relacionado con él...
... y querer darle las gracias en persona, algún día, pero no ya como fan. De igual a igual. De artista a artista.
Gracias, y, por favor, dejadme contemplar su sonrisa a un metro de la mía, en directo. Sin pantallas. Sin píxeles. Sólo aire. Sólo células.
Gracias por darme este regalo antes incluso de entregarme el mayor, mi vida, en el día de Nochebuena, para que estuviera segura de que lo que me traíais era especial, único, el regalo que Papá Noël te trae para que duermas tranquilo, esperando a los demás.
No podríais haberlo hecho mejor.
Feliz cumpleaños, amor de mi vida. Gracias por ser mi platónico, porque el mundo de las Ideas siempre va a ser mejor que aquél en el que vivimos. Aunque, contigo, se me hace difícil pensar en una tierra mejor.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Leopardo.

Hola. Soy yo, Eri. La puta vaga de mierda que debería haber publicado este capítulo hace casi dos meses, de no ser por un inconveniente: es vaga, y lo escribió hoy. Esa misma. Encantada.
¿Que a qué se debe este parón? Ojalá pudiera decir que estuve estudiando, esforzándome por mi carrera de mierda (que no me va a servir para nada pero xd), pero la verdad es que no es así. Me "bloqueé", por así decirlo.
Es la manera elegante que tengo de decirte que no me daba la gana pensar más en la trama y que prefería tocarme los cojones en Twitter día sí, día también. Sé cómo va a terminar la historia (lo sé desde que la empecé), pero no sé cómo llegar hasta ahí. Y en algunos ratos libres he podido meditar cómo alcanzarla, y ahora lo tengo más claro.
Siento mucho, muchísimo, esta espera a la que te he sometido.
Puedes insultarme en los comentarios y, aunque sé que me lo merezco, me reservo el derecho a responder con este gif:

Porque me hace puta gracia. (Necesitaba ponerlo en la entrada, con la esperanza de hacerte sonreír, y que puedas perdonarme).

Eso fue, exactamente, lo que hice: no me puse en peligro en absoluto. Sabía que mi salud era demasiado valiosa y útil como para ofrecérsela en bandeja de plata al Gobierno.
No, desde luego que no.
Perk se puso de puntillas a mi lado cuando se lo dije, en lo alto del Cristal, la espalda apoyada en el aire, los labios apretados , y los pies tocando mínimamente el suelo. Estaba preparado para oír en cuanto oyera la voz de alarma: ambos lo sabíamos.
Pero no podíamos permitirnos el creer escuchar la voz de alarma; ésta debía sonar. Un paso en falso, y acabaríamos muertos. O algo peor.
-¿Estás segura?
-Louis ha hablad...
-No le llames por su nombre-me reprochó, apretando aún más los labios-. No es nuestro amigo.
-Louis-repliqué-ha cuidado de mí más de lo que ha cuidado nadie en toda mi vida. Ni siquiera la Base habría podido curarme de la caída del Cristal. Y a ti tampoco.
-Lo que sea-respondió, cogiendo una minúscula piedra que parecía estar allí, esperando a sus dedos, y lanzándola lejos. Fantaseé con que fuera una bomba que acabase con la vida de todos los que había en la Canica, con la excepción de nosotros dos, evidentemente.
-Louis ha hablado con Wolf-llevaba varios días intentando cambiarle el nombre, no pensar en él como “Taylor”. Hacía más fácil el estar encerrada con mi ángel-. Le ha contado que han conseguido descifrar los planos que robé-cuando conocí a Louis, pero decidí omitir ese detalle. Mis sentimientos hacia nuestros captores no eran de la incumbencia de mi compañero. Él ahogó un grito de júbilo.
-Pero, ¡eso es genial! ¿Por qué no lo estamos celebrando?
-Porque, cuando haya dos tipos de ángeles en el cielo, la guerra estará más equilibrada, y nos aniquilaremos mutuamente.
Perk suspiró.
-Preferiría que no le dierais tantas vueltas a la cabeza tú pájaro y tú.
-Tenemos que levantarnos antes de que los demás tengan preparadas las primeras alas. En cuanto nos las pongan a la espalda, nada podrá pararnos.
-Pero de eso se trata, ¿no? De no tener competencia. Arrasar el Gobierno e instaurar la libertad de nuevo. No me parece que sea tan malo.
Puse los ojos en blanco, y él suspiró.
-¿Cuánto tiempo tenemos?
-Wolf ha hablado de dos semanas.
-¿¡Dos semanas!? ¡Joder!
Le di un manotazo en el tobillo.
-¿Quieres bajar la puta voz? Conseguirás que nos maten a los dos-le eché un vistazo al entorno, pero estaba todo despejado, salvo por los típicos ángeles que se detenían tras de los cristales a observar a las mascotas con que se acababa de hacer la Central. Deseé fervientemente que no pudieran leer lo que decíamos en nuestros labios: lo único que nos faltaba era no poder hablar tranquilamente en la azotea de un tejado.
Pero así era.
-Está bien. No nos entrenaremos más, entonces-murmuró Perk suspirando. Me lanzó una mirada desde toda su envergadura. Podría haberme empujado y tirado de la cima de aquel falso Cristal, pero no lo hizo-. Ten mucho cuidado, Kat. Las cosas van a ponerse feas a partir de ahora.
En eso se había equivocado. Ya no tenía que soportar las miradas de los ángeles cuando corría, como tampoco tenía que aguantar el despertarme por las noches por el dolor de los cardenales, a los que les molestaba desde el roce de las sábanas hasta el contacto con la piel suave, homogénea y tersa de Louis.
Ya no dormía por la noche.
Sólo conseguía dormir cuando uno de los ángeles estaba en la casa de mi chico, mientras él estaba fuera, o cuando él mismo estaba por el salón. Dedicaba las noches a pasearme por el salón y la cocina, como un animal salvaje al que acaban de enjaular, meditando sobre todas y cada una de las preocupaciones de este mundo.
Y todas aquellas preocupaciones edulcoraban mi cuerpo con tales niveles de cansancio que me era imposible no dejarme caer, agotada, en la cama.
El descanso que me proporcionaban las sábanas y las mantas conseguía que, al día siguiente (o, mejor dicho, a la madrugada siguiente) me dedicara a mis labores histéricas con aún más pasión.
Pasaron los días, y nada sucedía, aparte de que mi sangre se cargaba más y más de adrenalina con cada paso de las agujas del reloj.
Un día de finales de la segunda semana, Louis se levantó de la cama en plena noche y fue a visitarme. Yo me había acurrucado junto a la ventana más grande, la que utilizaba para salir a cumplir con sus deberes, y acariciaba el cristal lentamente, dibujando siluetas con la tinta invisible cargada en los dedos.
-No sé qué especie de criatura de la noche pareces ahí, pero, joder, Cyn. Me gustas. Te quiero. Ven a la cama.
Me volví para mirarlo: sólo unos bóxers cubrían ese cuerpo angelical (hostias, qué graciosa soy). Me mordí el labio.
-No creo que pueda dormir.
-No vamos a dormir, mi pequeño leopardo pelirrojo-me tendió la mano, y yo la acepté, y dejé que me llevara hasta la cama, y todo el cansancio se convirtió en rabia que volqué sobre nuestros cuerpos unidos y nuestras bocas juntas.
Bajé la guardia por una vez, y me quedé dormida. Al despertar, me lo encontré a mi lado, con los ojos cerrados y el pecho subiendo y bajando tan despacio que podrías darlo por muerto. Pero yo escuchaba los latidos de su corazón, notaba el calor que manaba de sus brazos y el aleteo de sus pestañas mientras soñaba.
Me levanté y me encaminé a la cocina, con la sorpresa de que Angelica ya había llegado para hacer su guardia. Alzó las cejas al contemplarme allí, despierta en pleno día.
-Vaya, vaya, vaya. El vampiro decide cambiar de rutina.
-Esta noche me he follado a Louis-repliqué, y me quedé tan a gusto que cualquiera hubiera dicho que llevaba semanas sin casi probar bocado de puro estrés y nerviosismo, que tenía ojeras y un aspecto demacrado que brindaba pesadillas a todo aquel que me echase un vistazo. Realmente necesitaba correr, necesitaba a Perk, que alguien me dijera que todo por lo que había luchado, llorado y sangrado había sido real. Que no había entregado mi vida en vano.
-Bien por ti-sonrió, los ojos chispeando, los rizos rubios enmarcándole aquel bellísimo rostro que dejaba sin aliento a todo aquel que lo miraba. Qué distintas éramos, y cuánto nos íbamos a necesitar la una a la otra-. Louis puede hacer que cualquier chica se relaje, ya lo creo. Incluidas las runners, por lo que parece.
Se sentó en el sofá, con un libro en la mano, y no volvió a prestarme atención en todo el día.
Louis se despertó para besarme y marcharse, como siempre. Y yo volví a la cama, entregándome a un sueño reparador sobre la parte del colchón en la que había remoloneado él, dejando que el calor que todavía conservaba aquel lugar celestial penetrara cada uno de los poros de mi piel. Las sábanas aún olían a nosotros.
Me despertaron susurros al otro lado de la puerta, con el sol pintando el cielo de dorado, naranja y carmesí a través la batalla que perdía contra el inexorable tiempo.
-... podrías hablar con los de arriba, pedirles que te traigan algo. La estás matando teniéndola aquí encerrada, ¿sabes?
-No voy a dejar que salga otra vez. Ya oíste a los demás. Saben que se cuece algo, y si se la ponemos cerca, serán capaces de ir a por ella.
-No es tuya. Kat es una persona también, ¿sabes?
-Se llama Cyntia. Llámala así. Le gusta más que su nombre de runner. Y averigua cómo se llama el tuyo; les hace recordar que son personas, que están sometidos también, por mucha libertad que crean tener.
-Cyntia, Kat, como quieras llamarla. El caso es que necesitamos hasta la última de las fuerzas que tengamos de nuestra parte listas para saltar en cuanto sea necesario, y encerrando a nuestros runners, lo único que conseguimos es apartar a dos guerreros de la línea de combate. Son lo mejor que tenemos, Louis.
-¿Te crees que no lo sé? Puedo ver lo que le está haciendo este encierro, Angelica, pero no puedo soportar pensar en abrir la puerta y dejar que los demás entren a por ella. Nadie está preparado para una unión entre ángeles y runners, y sabes tan bien como yo que la matarán la próxima vez que la vean.
-Encerrarnos como a simples lechuzas a la espera de enviar una carta para poder volar no beneficia a nadie. Los demás están cansados. Yo estoy cansada. Y se ve claramente que tú ya no vuelas como volabas antes.
-Me duele más que de costumbre, es verdad.
-Tienes que volar más; lo sabes.
No me di cuenta de que me había arrastrado hasta la puerta hasta que sentí las uñas clavándoseme en las palmas, rodeando el pequeño pomo del que sólo tendría que tirar para ver sus caras. Pero no me atrevía, no me atrevía... ¿y si me veían?
-No puedo pasarme el día fuera sabiendo que ella está aquí dentro.
-Pues ¡llévatela!
-Tampoco puedo cargar con ella-bufó el chico. Me imaginé a Angelica cruzándose de brazos.
-Entonces ya sabes qué tienes que hacer. Ir al Cristal. Quedarte allí unas horas. Cuanto más alto estemos, más fuertes nos hacemos. Y sabes de sobra que vas a necesitar todas tus fuerzas para arrastrar a esa runner a la batalla contigo. No voy a morir por ella, al igual que tampoco voy a morir por ti-el tema se zanjó con un portazo.
Conté hasta 20 y abrí la puerta despacio, fingiéndome dormida. A pesar del tiempo transcurrido, Louis seguía contemplando el lugar por el que se había ido Angelica con el ceño fruncido, un brazo rodeándole la cintura y el otro acabando en una garra que se afilaba en sus dientes.
-¿Cuánto has oído?-inquirió sin dar más muestras de su presencia que aquella frase. Suspiré.
-Yo... Louis... esto...
-Ahora ya sabes que no te tengo encerrada por gusto.
-Jamás pensé tal cosa.
Era cierto que sí que se me había pasado por la cabeza que se fuera a combatir cuando yo estaba aún en casa, pero había desechado la idea rápidamente. Él no me haría algo así; sabía que podía pelear y, sobre todo, sabía que sería más útil que nadie en un campo de batalla, porque conocía a los dos bandos, sabía de qué pie cojeaba cada uno y cómo podríamos aprovechar los puntos flacos. Definitivamente no me iba a dejar allí.
-Ojalá hubiera otra manera de mantenerte a salvo, pero...
-Yo no te culpo por lo que me está pasando.
Me acerqué a él y le acaricié el brazo.
-Necesito correr, Louis.
-Y yo necesito saber que no tengo que estar vigilándote cada segundo, sin perder un solo instante, so pena de que los demás aprovechen mi despiste para desmembrarte.
Nos quedamos en silencio, hasta que él se disculpó con un:
-Estoy muy tenso, bombón.
-¿Las alturas te relajan?-espeté, aceptando la disculpa. Él abrió los ojos.
-Un poco. Sí. Me fortalecen.
-Entonces, haz lo que ha dicho Angelica. Vete al Cristal. Quédate allí unas horas. No me va a pasar nada-junté las manos por las palmas, en un gesto de súplica más antiguo que el mundo-. Prometo portarme bien, no abrirle la puerta a nadie... a cambio de que tú vayas a donde te hagas más fuerte.
-Cuando más fuerte soy es cuando estoy contigo-respondió con toda naturalidad, besándome en la frente-. Vamos a la cama, bombón. Mañana pensaré la forma de conseguir que corras aquí dentro.
A diferencia de la vez anterior, fui yo la que le condujo a la cama, le quitó la ropa y lo guió a aquellos parajes que sólo nosotros dos conocíamos, con el sabor de sus besos, la victoria y la dulce esperanza en mi lengua.

Me sorprendió cuánto los había echado de menos a los tres.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Polvo de luna en tus pulmones, estrellas en tus ojos.

Llevo un tiempo reflexionando sobre lo que quiero para mí; y no me refiero a lo que me apetece tener para comer, o la ropa que quiero ponerme, sino cosas mucho más profundas y, en mi opinión, importantes.
Las preocupaciones de los demás, como las notas, las relaciones, las apariencias, en definitiva, todo, la vida presente, no se me pasan ni un segundo por la cabeza.
Antes solía preocuparme mucho el no encontrar pareja a mi edad, el no haber sentido nada por nadie, y qué haría en un futuro si las cosas seguían así: dónde buscaría el amor, el cariño, el sexo...
Pero eso ya no me pasa, y no sé si se debe a que algo no funciona en mí, o que no debe importarme para centrarme en lo que busco de esta limitada existencia con la que me gustaría hacer obras ilimitadas.
¿Es mala la despreocupación, o es buena?
¿Se pueden cambiar tus metas en la vida y diferenciarlas tanto de las de los demás que, aun consiguiendo lo que los demás quieren, tú no te creerías feliz?
¿Se puede imponer la piel, el cuerpo, a la mente, el alma?
¿Es eso sano?
¿Es eso normal?
¿Ya no soy humana? Y, si la respuesta es afirmativa, entonces, ¿qué soy yo? Porque una diosa, o una musa, está claro que no. Yo sangro, como ellas. Hago lo mismo que hacen los demás, con motivos tan diferentes que hacen que me despierte por las noches, aferrándome a las sábanas cual prisionero a los barrotes de su celda, preguntándome cómo voy a interpretar algo que nunca he sentido; cómo voy a fingir tener experiencia cuando nunca he pasado de ser una aficionada.
¿Podré alguna vez volver a mirar a una pareja y apartar la vista deseando lo que tienen, en lugar de sonreír y desear poder retratarlos simplemente?
¿Cuándo me van a dar la capacidad de preocuparme por los asuntos terrenales, en lugar de seguir alzando la cabeza hacia las estrellas, consciente de que hasta la última molécula del mundo está hecha con su polvo, fantaseando con devolverles el favor que nos hicieron al explotar para poder crearnos?

domingo, 14 de diciembre de 2014

Terivision: Exodus: dioses y reyes.

¡Hola, Startie! Como ya viene siendo costumbre, te cuento mi opinión sobre una película que se acaba de estrenar hace nada (¿dos días? No tengo vergüenza). Se trata de:


Como seguramente ya hayas deducido por su nombre, Exodus: dioses y reyes narra la historia de Moisés. El Éxodo, de toda la vida de Dios. (10 puntos menos para Gryffindor por el chiste malo).
En ella, Moisés es interpretado por Christian Bale, que desde el minuto uno ya promete: lejos de la versión de Disney (la única que conozco, siendo sincera), se nos presenta a Moisés como un general de guerra que hará todo lo que sea necesario para defender a su "hermano", Ramsés alias el mayor gilipollas que se ha visto (en la película, será Ramsés II el Grande; tendría que comprobar si efectivamente el mito bíblico se asienta sobre este faraón bajo cuyo mandato el Egipto llegó a su máxima extensión y gloria como imperio), el heredero al trono de un padre que, en realidad, confía más en su hijo adoptivo/sobrino que en su propia sangre.
Enviado a otra ciudad con el objetivo de hacer un informe sobre la situación de los esclavos hebreos (se habla de 400 a 600.000), Moisés se enterará de que, lejos de ser un egipcio de pura cepa, tal y como se considera, es un hebreo, y no uno cualquiera: el líder prometido por Dios para liberar al pueblo de la esclavitud a la que lo tienen sometidos los faraones y guiarlos hasta su tierra prometida, a saber, Canaán.
Tras esto, una serie de conflictos empujarán a Moisés a marcharse de Egipto y hallar refugios en una aldea de pastores, donde encontrará el amor...
... y a Dios, quien le hará pasar de un saludable ateísmo/agnosticismo a un fanatismo religioso que le empujará a liberar a su pueblo y guiarlo hacia la libertad.
No puedo ser objetiva con esta película, pero, ¿quién lo es? Christian Bale se sale de la pantalla, como ya nos tiene acostumbrados. Su interpretación es brutal, puedes ver los cambios psicológicos de Moisés reflejados en su cara; cómo pasa de querer proteger ciegamente a su primo/hermano a ponerse en su contra y plantarle cara para que libere a los hebreos de la esclavitud que "construyó la gloria d Egipto". Además, Christian está rodeado de un elenco estelar que cumple muy bien con su papel, entre los que merece la pena destacar a Joel Edgerton (Ramsés), experto en hacer papeles de cabrón, y María Valverde, que hará de Séfora, la mujer de Moisés, con la que intercambiará unos preciosos votos que merece la pena escuchar (o aprenderse de memoria, lo mismo da).
En cuanto a la fotografía y los efectos especiales de la película, así como el guión, son de proporciones bíblicas, como suele decirse. Tal vez no haya muchas frases que, al escucharlas, pienses "oh, debería enmarcarlas y ponerlas en el salón de mi casa", pero no he encontrado ni una sola incongruencia. No pasa lo mismo con los efectos especiales: hay muchas escenas de grandes planos generales, con ejércitos y demás, controladas hasta el más mínimo detalle.
Lo mejor: las famosas plagas, ilustradas como nunca antes se han visto, y con intentos de explicaciones por parte de los egipcios. También merece una mención especial las disputas entre Dios y Moisés, que no siempre se mostrará de acuerdo con su líder, lo cual, bajo mi punto de vista, es extremadamente sano.
Lo peor: hay algunas cosas que no tienen ni pies ni cabeza incluso para tratarse de milagros, SPOILER A PARTIR DE AQUÍ (no mucho, pero por si no sabes cómo acaba el Éxodo), como el momento en que las aguas del Mar Rojo vuelven a su lugar. Una gigantesca ola cae sobre Moisés y Ramsés y, a pesar de que acaba con el ejército egipcio, que aún no había logrado llegar a la orilla, faraón y profeta consiguen sobrevivir a una caída de miles y miles de toneladas y salir tan pichis a la superficie y volver cada uno a su lugar. Sí señor. Con dos cojones.
La molécula efervescente: no quisiera fastidiarte una sorpresa de la película, pero: ¡Dios es un NIÑO! Un niño de 5 o 6 años, como mucho. No es el típico anciano de barba blanca y rostro arrugado pero afable que todos nos imaginamos (o me imaginaba yo cuando creía). Fue un giro argumental sorprendente y precioso.
Grado cósmico: estrella galáctica (4,5/5). Joder, soy muy fan del Antiguo Testamento, aun siendo atea. Viva Hollywood y esta obsesión por adaptarlo de forma cíclica con los actores del momento.
¿Y tú? ¿Has visto, o planeas verla? Si ya la has visto, ¿qué te ha parecido? Y si planeas verla, ¿cuál es la principal razón que te llevará a sentarte frente a la pantalla?
Espero, como siempre, tus comentarios.
¡Un beso!

jueves, 11 de diciembre de 2014

La caza ha comenzado.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

Sabía que mi madre estaba llorando antes incluso de salir del baño y escuchar sus sollozos en el piso de abajo. Seguramente en el salón; tal vez, en la cocina. Ni estaba segura, ni pensaba bajar para descubrirlo. ¿Por qué darle más atención cuando yo era el foco de ésta, y cuando yo era la única con derecho a estar llorando cual magdalena desconsolada, a la espera de un milagro que no iba a producirse?
Me metí en mi habitación sin más ceremonia que el portazo de rigor, para que mis padres supieran qué me parecía aquello a lo que me obligaban a enfrentarme. Sola. Y, de paso, para martirizar un poco más a mi madre, la mujer que me había dado las vidas (la metafórica y la real) para luego quitármelas.
Nunca había pensado que fuese mala persona, pero, después de ver lo que me estaba haciendo, ya no estaba tan segura.
Lejos de ponerme a hacer las maletas y empaquetar todo en mi habitación, me limité a sentarme en la cama y contemplar mi ambiente. Allí se estaba a gusto. Nada podía hacerme daño siempre y cuando me mantuviera dentro de aquellas cuatro murallas, custodiadas por cuadros o bien fotografías de las mujeres más poderosas de aquel siglo, y del anterior. En la cima de todas ellas, Elizabeth Taylor, contemplando a las demás con altanería, engalanada en el traje que había llevado en la Cleopatra que le había asegurado la eternidad.
Al lado de ésta, la puta Katherine Hepburn, que había renegado de todo lo que tenía (mi mundo) a pesar de ser una de las que más talento tenía para vestirse en moda.
Una frente a otra, la otra Hepburn, la reina de la elegancia, y la reina de la sensualidad. Marilyn y Audrey, que se contemplaban sonrientes a pesar de pertenecer a mundos radicalmente opuestos.
Y las más cercanas a mí, mis favoritas: la diosa de ébano y la princesa nívea; Naomi Campbell y Barbara Palvin. Una lástima que el tiempo hubiera hecho estragos en la salud de Naomi; me habría encantado conocerla a fondo, y no sólo limitarme a contemplar con horror cómo saltaba en las noticias el letrero que anunciaba su trágica muerte, sabía Dios dónde y cómo, cuando yo era pequeña y no podía hacer más que girar la cabeza y preguntarme qué ocurría, por qué mi madre se mostraba tan conmocionada, por qué mi padre la miraba en silencio con los labios apretados.
Por suerte, Barbara era un poco más joven, y había sabido combatir al mayor enemigo de toda mujer, el tiempo, de la forma más fiera posible; lucía arrugas, era irrebatible, pero mantenía la belleza serena y feliz con la que había nacido.
Memoricé cada detalle, cada frasco de las colonias a las que había obsequiado con el privilegio de posarse en mi piel, cada libro de diseño y de historia de la Moda, cada número especial de la Vogue o cada portada en la que me habían permitido aparecer, preguntándome cómo haría para trasladar aquella habitación de ensueño, mi Edén privado, a 9000 kilómetros de distancia y a 8.000 de altura. No iba a ser fácil, pero tampoco era imposible.
Si habíamos mandado hombres a la Luna, bien podían ayudarme a mover mi puta habitación de la Ciudad que Nunca Dormía a la Ciudad Vieja del Humo.
Oí pisadas acercarse hacia mí por el pasillo, y deseé con todas mis fuerzas que papá se alejara de mí, que no entrara y me concediera unos minutos más de estudio incesante. Tal vez los ingleses tuvieran la manera de imprimir muebles directamente del recuerdo de sus dueños; por si acaso, yo iría a aquel infierno lluvioso preparado.
Unos toquecitos en la puerta despertaron al dragón feroz que había dentro de mí. Apreté los labios, entrecerré los ojos, y estudié el inmóvil pomo de la puerta.
-¿Diana?
Déjame ser el que encienda un fuego en esos ojos. Has estado sola, y tú no me conoces, pero te puedo sentir llorando.
Me enfureció pensar eso.
-Diana.
Déjame ser el que alce tu corazón y te salve la vida. No creo que te des cuenta, pero, nena, tú has estado salvando la mía.
No sabía si lo estaba haciendo a propósito o si simplemente era retrasado por no asomar la cabeza y asegurarse de que seguía en la habitación. Podía, no sé... haber abierto la ventana y lanzarme al vacío para convertirme en puré de pasarela en el asfalto de allí abajo.
-¿Qué?-ladré, antes de que volviera a llamarme y el estribillo de la puñetera canción retumbara de nuevo en mi cabeza.
-¿Puedo entrar?
-Estamos en un país libre. Libre para los padres; las hijas tenemos que obedecer e irnos al exilio con una sonrisa de felicidad cuando nos lo ordenan.
Sé que suspiró, a pesar de que no pude oírlo y, cuando la puerta se abrió para mostrarme su cara, ya se había recuperado.
-Te he traído las cosas del instituto.
-Me parece cojonudo lo que me estás contando. ¿Algo más?
Muchos pensarían que yo era una hija de puta por comportarme así. Seguramente lo fuera, pero, joder. ¿Nueva York por Londres? Y ni siquiera por Londres, sino por las afueras. Me apetecía llorar y arrancarme los ojos. Así que perdón, universo, por tratar al cachorrito desvalido de mi padre como a mierda, pero no es oro todo lo que reluce, y no hay ángeles caminando por este mundo.
Papá me miró un momento, inseguro. De la mano que colgaba al otro lado de la puerta se asomaba uno de sus múltiples tatuajes; el único que había en su brazo derecho. Aquella pequeña frase.
Tu nuevo padre tiene el brazo derecho ocupado, y el izquierdo, casi limpio, susurró una voz en mi cabeza. Si hubiera sido alguna protagonista de las series baratas que echaban en la Fox, me habría convertido en un animal gigantesco y habría acabado con toda la población de la ciudad en menos de un día. Pero, claro, yo sólo era una chica.
Una chica exiliada.
-Te vas el domingo.
-De puta madre. Así podré suicidarme varias veces. Creo que en la última me ataré unas medias al cuello y me colgaré del Empire State, para que la gente pueda ser testigo de la vergüenza de esta familia.
Se marchó sin decir nada.
Y yo me eché a llorar con lágrimas incandescentes, que llevaban tiempo secas cuando se produjo otro toquecito en la puerta. No me había dado cuenta de que el Sol había hecho un amplio recorrido por el cielo y que ahora jugaba al escondite entre los rascacielos del vecindario. Sólo podía esconderse en su totalidad en el el New World Trade Center.
¿Conseguiría alzarme yo también como un nuevo edificio, retorcido y más alto, más fuerte, después de aquel atentado terrorista al que me estaban sometiendo?
Esta vez me levanté y fui hacia la puerta. Era mamá la que estaba allí.
-Es la hora de cenar.
-Estoy en huelga de hambre. Según mis cálculos, la palmaré antes del domingo si no bebo nada.
-Déjate de gilipolleces, Diana, y baja a comer.
-Subídmelo a la habitación.
-Baja. A. Comer.
-Si no hay almohadas, no hay digestión.
Para las palomas, claro. Tiraría la bazofia por la ventana.
-¿Quieres que le hable a Clinique de la puta bolsita con polvo de hadas que tienes en el colchón?
Me puse pálida.
-No serías capaz.
-Niña, te voy a mandar a la otra esquina del mundo. ¿Crees que no puedo irme de la lengua sin querer?
Zorra sin corazón. Hija de puta. ¿Cómo se había enterado?
De mala gana, cerré la puerta de mi habitación, no fuera a ser que hubiera contratado a un ejército de criadas en secreto, que guardarían cada una de mis cosas sin mi supervisión, y la seguí escaleras abajo.
No fue hasta que no me senté a la mesa cuando me di cuenta de que yo no guardaba la coca en el colchón.
Y tampoco fue hasta después que terminé de pasear el poco flan que me quedaba por el plato cuando descubrí que mi madre no sabía nada de mi buena relación con los estupefacientes. Claro, era modelo, y aquello era normal, pero, ¿acaso no nacía una langosta azul entre diez mil rojas? Bien podía ser yo una langosta azul.
La observé con rencor, y ella debió de captar mi mirada, pues me la devolvió con una sonrisa de suficiencia mientras daba un trago de su bebida.
-Termínate el flan, Diana.
-Estoy guardando estómago para el pescado con patatas inglés, querido padre-repliqué, imitando el acento inglés que tanto se escuchaba en las semanas de la moda de cada ciudad-. Más tarde tomaré un poco de delicioso té, acompañado de pastitas.
Y empecé a arder cuando los dos se echaron a reír a mi costa.
-¿Te acuerdas de que Louis tomaba el té sin nada? A pelo. Dios mío. Eso sí que es fortaleza-comentó mamá, a lo que papá le respondió con una carcajada.
-La primera vez que lo vi hacerlo fue cuando me di cuenta de hasta qué punto necesitábamos a alguien como él.
Siguieron con sus patéticas anécdotas de sus viejos días de gloria mientras el verdadero futuro se levantaba en silencio y regresaba a su búnker.
Mentiría si dijera que aquel fin de semana me dejé mecer en los brazos de la depresión hasta la llegada a la terminal, porque la realidad fue bien distinta: fumé, bebí, me drogué y follé como si fuera a morirme de un día a otro.
-¿Te imaginas que te quedas preñada y pares en el convento? Tía, serías legendaria si lo consiguieras-me pinchó Zoe, y yo no pude por más que reírme para acabar llorando, abrazada a ella, porque separadas éramos las putas amas, pero juntas éramos diosas. Y yo detestaba que me recordaran mi propia mortalidad.
Con todo, tuve la sensatez de no dejar que ninguno de los chicos me “conociera” en el sentido bíblico sin un poco de látex por en medio. Por mucho que quisiera putear a mis padres y a mi nueva familia de acogida (oh, sí, papá mataría a Louis si se enteraba de que me quedaba embarazada, a pesar de que la culpa la tuviese él), me tenía en más aprecio que el necesario para tener un bebé con alguno de mis amigos. Eran buena gente, pero no pertenecían a la realeza.
Y a mí iban a estudiarme en los libros de Historia, joder. Conseguiría que los niños a partir de mí se cagaran en mi figura y en la de mis muertos porque había nacido en tal fecha que debían recordar y había hecho tantas cosas que necesitarían 4 folios para desarrollar mi vida.
En lo relativo a las drogas, en mi defensa diré que fui tonta, y creí que no habría nada en condiciones en la famosa Capital del Mundo. Todo lo bueno estaba en Nueva York, nada podía superar a esa ciudad, de manera que, ¿por qué contentarme con cristal del malo cuando podía esnifar diamante hasta bailar con la muerte y dejar que me diera un beso frío y eterno?
Zoe, por desgracia, tenía más aprecio a mi vida del que yo nunca llegué a tener bajo la mirada de aquellas estrellas invisibles, que se ocultaban en las farolas de la ciudad. Cuando veía que estaba demasiado mal, me apartaba y me convencía de que debía hacer lo que le dijera, y expulsar las sustancias de mi cuerpo era la orden más repetida. Y yo obedecía entre risas, porque me lo estaba pasando muy bien y quería morirme allí mismo.
Jamás supe cómo, el domingo por la mañana me las apañé para terminar de preparar mi equipaje, con la ayuda de la mejor amiga de la que me pretendían separar.
-Ojalá pudiese irme contigo.
-Deberíamos haberles cortado la garganta a dos mendigos; tal vez nos dejasen compartir celda en la cárcel, ¿quién sabe?
-Me encantaría compartirla, pero la verdad es que el Malik está mejor de lo que nunca te vas a merecer.
Y era verdad. Habíamos dedicado nuestra última noche a investigar en la medida de lo posible a mi nueva familia. Erika, la amiga española de mi madre, había tenido 4 hijos, todos de parto natural, con Louis.
Recordé que Zoe había alzado las cejas y estirado una uña pintada perfectamente de gris hacia la frase.
-¡Cuatro!
-Yo le daría ocho a Louis si tuviera mi edad.
-A mí no me importaría darle diecisiete a Zayn. Y no hace falta parir diecisiete veces; ya me entiendes.
-Gemelos hasta que salgan a pares, ¿eh?
Y nos echamos a reír, y seguimos investigando, y casi estallamos de la risa cuando descubrimos que se había filtrado, hacía décadas ya, un vídeo de los dos papis fumando maría en una furgoneta camino de un concierto.
-¿Tu padre te manda a rehabilitación, o te ha buscado un camello incluso mejor que el que tenemos?
Y más risas.
Ninguna de las dos lloró cuando Zoe se fue de mi casa, aunque las dos nos preguntamos con angustia cuándo podríamos volver a abrazarnos y hundir nuestras cabezas en el cuello de la otra, mezclar nuestras melenas como se mezclan dos bolas de helado de vainilla y fresa.
-Sé fuerte. Tírate al Malik. Si puedes, tírate al Tomlinson. Y si es posible, a los dos a la vez. Que sepan los ingleses cómo nos las gastamos en este país.
Me apretó las manos, nos besamos en la mejilla, y ella desapareció por la puerta, deteniéndose en el rellano para mirar atrás una última vez.
Volví a quedarme sola con mis pensamientos, que me acompañaron todo el trayecto en taxi hasta el aeropuerto. Mi castigo ya empezaba en mi propia ciudad: nada de limusinas. Mis maletas cabían bien en el maletero de un mugrosos taxi, así que en un mugroso taxi iría.
Azoté a mi padre con un silencio sulfuroso durante todo el trayecto. Él ni se inmutaba de mi rabia o, si lo hacía, lo disimulaba bien.
En mi cabeza, mientras tanto, se repetía la conversación escuchada a hurtadillas como escudo contra los sonidos infernales que la radio del coche vomitaba sin descanso.
Como en un sueño en el que sientes esa sensación de estar fuera de tu cuerpo, floté fuera de mí y me pude ver sentada en las escaleras, escuchando la conversación de mis padres. Mamá sollozaba, como llevaba haciendo todo el fin de semana, como si a la que fueran a alejar de todo lo que la hacía feliz fuese a ella, y no a mí.
-He hablado con el piloto, Harry. No sabía nada. ¿Cuándo...? ¿Cuándo se lo ibas a...? Llama al avión, Harry, joder. Se va mañana. ¿Cómo vamos a llevarla si no tenemos avión?
-Se va en un vuelo comercial.
Me apeteció abrirme la cabeza contra una esquina al escuchar esa frase. En un vuelo. Comercial. Con más gente. Muy cerca. Durmiendo. Babándome encima.
Ew.
-Harry...-murmuró mi madre, con la incredulidad tatuándole la voz.
-Noemí-cortó él-, no se va de vacaciones. Está castigada. No podemos con ella, y lo último que vamos a hacer será premiarla con un vuelo en un avión donde podrá hacer lo que le dé la gana, con quien le dé la gana. ¿Sabes qué fiestas se monta la cría cuando nosotros no estamos en casa?-vaya, pues mi padre tiene huevos y no es tonto, después de todo. La paciencia que tenía con la prensa, desde luego, no se extendía hacia su mujer y su hija-. Imagínate qué hará sin barreras como el hecho de que pueda llegar a un edificio en cualquier momento y pillarla sabe Dios cómo.
Como si los gatos tuvieran que tener miedo de que las ratas llegaran a las azoteas donde se acurrucan.
-Pero, por lo menos, en turista no, ¿verdad? En turista no, Harry...
Me hervía la sangre. ¿Tanto le importaba a mi madre que los demás supieran las condiciones de mi exilio? Bastante vergüenza me había librado de pasar no yendo el viernes a clase. Una reina sin corona ya no es una reina.
-Claro que no pequeña. Es un castigo, no un asesinato.
Me levanté y me fui a mi habitación. Podría romperle las costillas al primer campeón de lucha libre que se me pusiera por delante.
El taxi zigzagueaba entre los coches como una culebra por las zarzas buscando su próxima presa. Por fin, el aeropuerto se extendió ante nosotros como una flor abriendo sus pétalos al inicio de la primavera. Abrí la puerta y salí de allí; me quedé mirando la construcción mientras mi padre sacaba las maletas y le daba al taxista su merecida propina por su increíble gusto musical.
Consideré la posibilidad de atravesar la pista y ponerme delante de un Boing para que me atropellase de la que despegaba, pero había vallas que me lo impedían.
Esperé a que él se colocara la mochila que había elegido como equipaje de mano al hombro, se pusiera las gafas de sol y alzara las cejas en un gesto que me invitaba a echar a andar. Una vez más, tuve que ignorar a todos los periodistas que querían hacer su agosto con los dos Styles de Nueva York paseando juntos por el aeropuerto. ¿Tal vez se habían vuelto locos y lo habían confundido con Central Park? ¿Por qué habían cambiado los bolsos de Gucci de la chiquilla y las bolsas de palomitas de él por maletas en las que bien podrían ir escondidas dos contorsionistas aficionadas?
Dirigí una mirada enfurecida a la turba que se arremolinaba a nuestro alrededor. Debían dar gracias porque no tuviera poderes psíquicos, pues les habría obligado a comerse los dedos de los pies y las manos allí mismo con sólo chasquear los dedos.
Las puertas automáticas se abrieron, dejándome un momento para cavilar si podría usarlas como guillotina. Tal vez, si “tropezaba” en el momento y lugar idóneos...
La voz de papá me sacó de mi ensoñación.
-¿Qué?
-He dicho que no estés enfadada con tu madre. Lo ha pasado muy mal.
Había tenido que darle un beso y dejar que me abrazara hecha un manojo de lágrimas. Incluso me estropeó mi top favorito con su llorera y sus mocos. Fantástico.
-Oh, sí, me lo imagino.
-Ella no tiene la culpa de nada, Diana; no se merece el castigo al que la estás sometiendo.
-¿Cómo que no? Se atreve a llorar cuando la idea ha sido sólo suya. Por su culpa me voy de mi ciudad, me alejo de mis amigos. Y todavía tiene el cinismo y la cara de llorar.
-No. La idea ha sido mía. Las lágrimas de tu madre son de verdad. Ella no quería esto, pero está de acuerdo en que es lo mejor para ti.
Tuvo que agarrarme del antebrazo y obligarme a seguir caminando mecánicamente. Todo tenía tanto sentido y encajaba tan bien que no tuve más remedio que aceptarlo, y la verdad me golpeó como una masa de clavos. Todo mi mundo se desmoronaba y yo no podía hacer nada para impedirlo más que contemplarlo con asombrada estupefacción. Y, lo peor de todo, era que había achacado la caída del castillo de naipes a un terremoto, cuando la realidad era que había sido una mano fantasma la que había retirado una de las cartas de la base, precipitándolo todo al vacío.
Le entregó mis maletas, el patético reducto de mi existencia americana a una cinta transportadora que las recibió con el chasquido de los números pasando del 0 al peso real de mi equipaje. Papá suspiró cuando vio que superaba los límites, pero, afortunadamente para él y desgraciadamente para mí, la muchacha que se encargaba de facturar le conocía. Y también a mí, pero, evidentemente, no le prestó la misma atención.
-No pasa nada, señor-susurró con voz melosa, como si mi padre no pudiera ser el suyo también, como si no estuviera casado, como si yo no existiera-. Como son de primera clase, se puede hacer una excepción.
-Sólo va mi hija-replicó mi padre, sacudiendo la cabeza, pero agradeciendo el gesto con una arrebatadora sonrisa que solía dejar sin aliento a las masas. La chica asintió con toda profesionalidad, y se ocupó de darme el mejor asiento en el aparato.
Recogidos los billetes y reservado mi asiento, lo único que se interponía entre mí e Inglaterra eran las agujas de un reloj. Y no iban a ser demasiado concesivas conmigo, precisamente.
El aeropuerto estaba tan ajetreado como siempre, y nadie, a excepción de los paparazzi que lo guardaban cual dragón un castillo, se percató de nuestra presencia ni hizo más gesto de reconocimiento que una sonrisa en la distancia al comprobar que los dos éramos más altos de lo que en un principio parecía (en papá era toda una hazaña, en mí era algo normal, aunque siempre resultaba despampanante).
Deseé que alguien se nos acercara; deseé que algún periodista estúpido y con ganas de camorra se metiera conmigo para poder yo contestarle. Con suerte, llegaríamos a las manos; con suerte, los de seguridad se me llevarían a un calabozo; con suerte, me meterían en la cárcel a pasar la noche (en una sala privada y con toda comodidad, se entiende); con suerte, perdería mi vuelo.
Pero nadie hizo nada por intentar salvarme, y yo no podía expulsar más rabia hacia mi padre. Se había cubierto mi tope, y no podía soportarlo más. Tenía un nudo en la garganta, pero debido a cosas bien diferentes.
El nudo se fue apretando cada vez más y más, y se multiplicó en mi estómago y se tradujo en una presión en mi pecho, a medida que mi vuelo subía y subía en la escala de las pantallas. Finalmente, llegó al tope. Era mi turno de embarcar.
Me acerqué a la puerta, preparada para dejar mis cosas en la bandeja y salir corriendo hacia la pista de aterrizaje para que algún camión descuidado me atropellara. Nada pasó, evidentemente; el mundo se había puesto en mi contra desde el jueves anterior.
Cuando hube dejado la mochila en la bandeja y hube sacado le pasaporte, mi padre dio un paso hacia mí, me tomó de la mandíbula y me obligó a levantar la cabeza para mirarlo.
-Venga, Di. Alegra esa cara. Te vas a la otra punta del mundo sin tus padres. A Inglaterra, nada menos. Mi casa. Es el sueño de cualquier chica.
-El mío, no-pude replicar, a pesar de las tormentas que se desarrollaban en mi interior. Yo ya estaba viviendo un sueño, yo ya había conseguido todo lo que quería. Y era mucho más injusto que te quitaran algo que no tenías a no haberlo poseído jamás.
Suspiró, abrió los brazos y me estrechó entre ellos. Pude oler una última vez el aroma que desprendía su cuerpo, el de mi infancia, que tantas veces había olfateado y con el que tantas veces me había dormido rodeada, como si de una manta se tratase. Haciendo caso omiso de las advertencias de seguridad que incluso el más estúpido de los turistas conocía, dejé caer mis cosas para abrazarlo. Papá. No me dejes ir; tú mismo lo suplicaste en una canción cuando eras joven. No, papá. Por favor.
Sus manos me acariciaron la espalda y me pellizcaron la cintura, intentando hacerme reír.
-No sabes lo duro que resulta esto, pequeña. Recuerda quién eres. Sé buena. Y recuerda, siempre, que tu madre y yo te queremos más que a nada. Daríamos la vida por ti. De hecho, ya lo estamos haciendo-su voz se iba apagando como un murmullo, y no supe si debería haberme enterado de aquello. Pero lo hice, y surtió el efecto que mi padre hubiera querido conseguir: accedí, por una vez en mi vida, a obedecer ciegamente.
Sentía una sierra en el estómago y los ojos poblados de lágrimas. “Eres la viva imagen de tu padre”, decía todo el mundo. Y tenían razón, salvo en dos cosas: papá era un ángel, y yo era el demonio. Había tenido que ser así.
Y mis manos no eran tan grandes como las suyas. Nada de ser del tamaño de Rusia. Nada de que tu primogénita te cupiera en la palma de la mano, siendo tú el primero en cogerla, para susurrar “oh, dios, qué pequeña es, mi amor. ¿Cómo se puede querer a algo tan pequeño?”.
Tuve la certeza de que papá se moriría de pena cuando embarcara al avión. Es más, lo vi escrito en su rostro cuando me metí en el túnel que me llevaría a la aeronave.
No sólo me iba a un país extraño que no iba a considerar jamás un hogar: también me iba a quedar huérfana.


Los viajes en un vehículo que no era el mío me ponían de un humor de perros.
Aunque, en mi defensa, diré que agradecí la rabia que me corría por dentro mientras sobrevolábamos el Atlántico. Las lágrimas y los sollozos edulcorados con hipidos se convirtieron en puños apretados y brazos que temblaban de furia absoluta.
Me negué en redondo a ver ninguna de las películas que pusieron a bordo, a escuchar nada de la música que llevaba en el iPod, o a leer los emails que la agencia me había mandado nada más conocer la noticia de que se cerraba la mina de diamantes de la que tantas y tantas gemas habrían sacado; ahora tocaba buscar una mina de oro. No daría tantos beneficios ni tanto prestigio, pero menos era nada.
En lugar de todo eso, me dediqué en exclusiva a detestar hasta la última célula de todos y cada uno de los que me acompañaban en el viaje; en especial, la de una señora que tenía a mi lado, con un abrigo de visón y una estola de cola de zorro, con demasiado maquillaje y muy poco Martini en su copa, o, al menos, para su gusto.
La mujer se había dedicado a ver comedias románticas mientras yo me retorcía en mi asiento, rechazando cada una de las invitaciones de las azafatas a terminar ya con mi martirio de puro aburrimiento y echando vistazos a la ventana, comprobando que no se acercaba ninguna bomba que nos mandase a todos de vuelta al infierno, de donde nunca deberíamos haber salido.
Ya el solo hecho de pasarme las nueve horas de viaje mirando por la ventana hacia un demoníaco manto azulado, nunca interrumpido ni por la más triste de las nubes, hubiera bastado para ponerme de mal humor por los próximos cincuenta años. Añadiendo a esto la presencia de mi amiga con cara de zarina rusa y la falta de entretenimiento, tuve que contener mi emoción desenfrenada cuando el avión tocó por fin tierra, después de varios brincos cuando estaba a punto de aterrizar. Habría abierto una botella de champán de tenerla a mano, y la habría vaciado de un sorbo antes de estampársela en la cabeza a la zorra de las pieles.
El camino hacia la recogida de maletas fue rápido y angustioso, para finalmente encontrarme con dos japonesas tirando de mi equipaje y tratando de sacarlo de la cinta. Reconocería aquellas maletas llenas de pegatinas en cualquier parte: cada vez que visitaba un aeropuerto cuando era pequeña, mamá me llevaba hasta el kiosco más cercano y me invitaba a elegir la pegatina que más me gustase. La compraríamos y la pegaríamos en la maleta nada más llegar a casa.
Las japonesas me miraron con asombro cuando me acerqué y me llevé los trolleys sin mediar palabra con ellas. Bastante habían hecho intentando robarme sin yo darles permiso para pensar en mí, como para encima concederles el don de escuchar mi voz. De ningún modo.
Arrastré mi desdichada existencia por la gran sala llena de cintas, donde cientos de personas esperaban por sus cosas, y di a parar con un pasillo cuya iluminación espectacular me recordó a casa.
Sabiendo que si le metía un leñazo a un periodista entrometido me iría a la cárcel antes de poder decir mi nombre, me puse las enormes gafas de sol tras las cuales siempre me escondía cuando no quería ser vista, y caminé frente a las decenas de personas que esperaban impacientes a sus familiares y amigos (incluso había hombres trajeados con apellidos escritos en un cartel, wow, pero si esto también pasa en casa), que, desilusionados, soltaron a la vez el aliento contenido al descubrir que yo no era ni su tía lejana ni sus padres recién llegados de su viaje de aniversario.
Por primera vez en mi vida, me sentí sola y desamparada. Louis podría haber tenido la decencia de llegar a tiempo y colocarse en primer a fila, o sea, ¡no todos los días una top llegaba a tu país para irse a vivir en tu casa! ¡Un poco de respeto!
Pasada la gente, hice un barrido con la mirada. Decenas de tiendas poblaban ambos lados del pasillo, a cual más cara y con mejores dependientas (otra cosa era la clientela). Cientos de personas pululaban de acá para allá, arrastrando maletas o con pasaportes en la mano.
Y, en medio de todo, una figura se alzaba con las piernas separadas y las manos en los bolsillos. Me vi atraída hacia él igual que se había sentido mi vista; cuando quise darme cuenta, estaba a unos pocos pasos del chico.
Le hubiera echado una buena reprimenda a mi “tío” Louis por haber intentado romper el hielo cuando me di cuenta de que no era mi tío Louis, sino alguien un poco más lejano.
En su defensa, diré que de Tommy Tomlinson se podían decir muchas cosas, pero no que no fuera un Tomlinson auténtico. No podía ser bastardo: era igual que su padre.
-¿Thomas?-inquirí.
-¿Diana?-me contestó, en el mismo tono, y con un deje en la voz que me pareció de lo más...
...oh, señor.
Sensual.
-¿No me has visto en las pasarelas?-espeté, poniendo una mano en la cadera y bajando con la libre un poco mis gafas, regalándole una vista de mis preciosos ojos de la que no todo el mundo conseguía disfrutar.
-¿Y tú no has visto a mi padre en mí?
O sea que lo sabía. No era de extrañar que todo el mundo se lo dijera, la verdad: una cosa era parecerse a tu padre (yo me parecía al mío, todo el mundo lo decía, aunque los rasgos de la cara eran más los de mi madre) y otra cosa muy diferente era ser su clon.
Le eché un vistazo de arriba a abajo. Buen cuerpo. Se notaba que era deportista. Mm, sí, también tenía buen culo, según podría constatar más tarde. Sí, el gen Tomlinson estaba definitivamente allí. Era un hijo legítimo, de eso no había duda. Labios... pasables.
Pero, ¿sus ojos?
De otro mundo.
Lo juro.
Sería un volcán en la escala que tenía con Zoe.
-Hola-saludó por fin después de comprobar que efectivamente era yo. Nadie se habría quedado tanto tiempo frente a él después de tamaña insolencia si no hubiera sido yo a la que esperaba. No había ni una pizca de influencia en su voz. O se la había dejado en casa o había nacido sin ella. O yo era la causa de ser atrevido. Tal vez le divirtiera mi sorpresa porque no había paparazzis acosándonos.
Me quité las gafas de sol y las dejé de diadema. Oh, sí. Sin el cristal color sepia podía admirar que estaba bien. El color natural le sentaba definitivamente bien.
-Esto va a ser divertido-comenté, pues no me había pasado desapercibido aquel acento suyo que en él resultaba irresistible, pero que a los demás les quedaba como una patada en las nalgas.
-¿Quieres que te ayude con eso?-inquirió, sin hacerme caso, señalando mi maleta.
-Oh, qué bien. Un digno caballero inglés. Me ha tocado el solo de la Superbowl.-dije, entregándole mi maleta más pesada, que no me costaba en absoluto llevar... pero me apetecía llevar al límite aquellos músculos de dios griego.
Casi podía oír la voz de Zoe en mi cabeza: “la caza ha empezado”.
Vaya si lo había hecho. Como buena depredadora que iba, dejé que mi presa me guiara tras el viaje de nueve horas. Me condujo por el aeropuerto como si llevara la vida llevando y trayendo gente y, en menos de lo que cantaba un gallo, ya habíamos salido al exterior. El sol llenaba el cielo inglés, pues los taxis poblaban la tierra. Nos metimos en le primero que encontramos (creí que me iba a abrir la puerta, pero aún era joven, no habían tenido tiempo a inculcarle esa caballerosidad innata), con una de mis pequeñas maletas de por medio, la que menos pegatinas tenía.
El trayecto en coche fue silencioso, pero en mi vida me lo pasé mejor. Durante todo el viaje, sólo pude pensar en las ganas que tenía de que el taxista parase a tomar una hamburguesa con patatas fritas en cualquier bar de carretera, y que él me desnudara y me poseyera en los asientos traseros en los que íbamos.
Casi podía sentir sus dedos clavándoseme en las nalgas, cómo me embestiría contra los asientos y me haría susurrar su nombre entre gritos ahogados, los cristales empañados por nuestros alientos cargados de fuego.
Crucé las piernas apenas cubiertas por mi minifalda y seguí mirando por la ventana, animada por la indiferencia que él intentaba demostrarme. No me había mirado más que para cogerme la maleta, como asegurándose de que era yo y no otra, y después me había guiado como cualquier guía turístico.
Me encantan los retos. Hacen la vida mucho más interesante, más... divertida.

Y, por primera vez desde que me dieran la noticia de mi mudanza, las cosas no pintaban tan mal. Puede que incluso hasta me gustara ese país.