sábado, 24 de septiembre de 2016

Hágase la magia.

Fue un comienzo de año cojonudo; creo que el universo me estaba avisando de que mi suerte se estaba dando la vuelta, y de que los dioses se volvían en mi contra.
               No contento con preocuparme por Sabrae, también tenía que preocuparme por Tommy, porque el muy imbécil había elegido la única noche en la que era yo, por ley, el que me desmadraba sin temor a que me pasara nada más grave que acercarme peligrosamente a un coma etílico, para beberse hasta el agua de los floreros.
               Tuve que aguantar la cabeza dándome vueltas, los estridentes sonidos perforándome la mente y los colores cuyas formas se iban difuminando a medida que yo bebía (poco) e iba teniendo más y más sueño (mucho), esperando una señal que no parecía llegar.
               Tommy se empeñaba en seguir bebiendo, y yo tenía que quitarle la botella, recriminarle que quisiera ponerse aún peor, y él me miraba con ojos vidriosos. Seguro que ni sabía quién era el que le hablaba.
               Puede que debiera aprovechar para decirle lo de Eleanor.
               -Soy un ser humano pésimo-espetó, mirando la tabla de parchís en que estaban echando una partida. Yo no podía parar de fumar. Todos lo miraron, un poco alelados; yo era el único más o menos espabilado del grupo.
               Bueno, también estaba Alec, pero con él no podía contar. No con mi hermana en ese estado. No con mi hermana tan cerca.
               -¿Por qué?-cacarearon a la vez, y yo puse los ojos en blanco, y encendí otro cigarro, intentando no pensar en que Sabrae podría estar en coma a unos metros de mí, convenciéndome de que no podía subir a ver cómo estaba, porque en cuanto yo me marchase, se desataría la locura en mi grupo de amigos.
               Tenía que cuidar de ellos, porque ellos habían cuidado de mí.
               -Estoy haciendo barrera-comentó Tommy, con los ojos tristes, y de repente se echó a reír, le dio un manotazo a la tabla, y todas las fichas de colores salieron disparadas. Los demás lo miraron en silencio-. ¿Creéis que así es como se elige a qué cuidad van las Olimpiadas?-preguntó, y yo fruncí el ceño.
               El sol empezaba a salir por el horizonte cuando Tommy se volvió hacia mí, y espetó:
               -Quiero dormir.
               Se tumbó cuan largo era encima del sofá que ocupábamos, me pegó la cara en el hombro, se quitó la chaqueta y se la tiró por encima. Dejó escapar un profundo suspiro y  se acomodó contra mí. Le di un beso en la cabeza, y le dije que se durmiera.
               -Sssssssssssssscott-siseó, como si fuera una serpiente.
               -Mm.
               -He estado pennnnnnnnsando-murmuró. Y yo asentí.
               -¿En qué?-di una calada al cigarro, Tommy lo miró con fascinación. Era un troglodita que descubría el fuego-. ¿Tommy?
               -¿Qué?
               -¿En qué has estado pensando?
               -¿Yo? En nada, bastante tengo con lo que tengo-bufó.
               -¿Y qué tienes?
               -¿Tengo algo?
               -Eso has dicho.
               Se quedó pensando un momento.
               -Somos gays-soltó, y yo me tuve que echar a reír-. Estamos en el armario. A mí no me basta con una tapadera. Por eso necesito dos-comentó-. ¿Me quieres?-clavó los ojos en mí, los ojos azules que volvían loca a Diana, los ojos que reconfortaban a Layla, los ojos en los que yo me quedaría a vivir sin dudarlo.
               -Claro, T.
               -¿Ves? Somos gays-sentenció, acurrucándose contra mí-. Pero no me pones. Eso, nunca, Scott-me aseguró.
               -Sabes que los gays se sienten atraídos unos por otros, ¿no?
               -Somos gays light-refutó, y yo asentí con la cabeza.
               Los cuerpos de la gente que se había quedado tirada en el suelo, dormida, arrancaban sombras extrañas a la luz que se iba colando por las ventanas. ¿Qué hora era?
               Tommy me pasó una mano con torpeza por la boca.
               -Te falta el piercing-observó.
               -Se me ha caído-mentí, y no me sentí muy bien al hacerlo, a pesar de que estaba borracho y no podía darse cuenta. Precisamente por eso era por lo que no me sentí tan bien.
               -¿Estando con mi hermana?-preguntó, y me volví para mirarlo.
               -¿Qué?
               -¿Se te cayó estando con mi hermana?
               Me empezaron a sudar las manos.
               -¿Cómo se me iba a caer estando con Eleanor, Tommy?-espeté, y mi voz se elevó un par de octavas.
               -Sabrae quería que te lo quitaras; puede que el que se te cayera estando con ella…
               -¿Sabrae?-espeté-. Sabrae es mi hermana, no la tuya.
               -¿De verdad?
               Me eché a reír.
               -¿Sabes que eres blanco, y ella, negra, Tommy?
               -No soy blanco. Soy color carne. No es lo mismo-me discutió, tozudo como él solo-. Blancos son los folios. Y Sabrae es marrón. Tú también eres marrón. Bueno, no marrón, marrón-meditó-. Sólo la mitad. Sabrae sí que es marrón. Tú eres mar. Ella es marrón-debatió, por fin, y yo alcé las cejas, sorprendido ante aquella tesis doctoral-. ¿Scott?
               -¿Mm?
               -¿Sabrae se pone morena?

jueves, 22 de septiembre de 2016

Querida Laura Gallego,

Domingo, 18 de Septiembre de 2016.



               Te escribo estas líneas un minuto después de terminar de releer Memorias de Idhún. Y, a pesar de que no soy de las que se emocionan con facilidad ni con películas (a no ser que se muera algún perro) ni con libros (a no ser que Dumbledore se precipite por la torre de Astronomía), has conseguido humedecerme los ojos, arrancarme lágrimas, como si la diosa de los mares que ha hecho acto de presencia en tu historia se hubiera manifestado en mí.
               Lo siento, pero tengo que robarte unos minutos de tu tiempo, porque necesito sacarme esto del pecho. Leí Memorias de Idhún siendo muy pequeña; no recuerdo la edad que tenía. Nací en 1996, y me recuerdo siempre siendo capaz de leer, algo por lo que siempre estaré agradecida a mis padres. Y, con todo, ya desde muy pequeña fui perfectamente consciente de la cantidad de libros que hay en el mundo y del minúsculo espacio de tiempo que tenemos para poder leer aunque sólo sea una muestra diminuta, así que no está en mi naturaleza releer obras que ya sé cómo terminan.
               Rompí esta “máxima”, por así llamarla, mía, hace dos años, cuando pedí para Reyes los libros de Harry Potter en su versión original. Pero, en el fondo, podía autoconvencerme de que no estaba siendo infiel a lo que me había prometido durante tanto tiempo: al fin y al cabo, no los estaba releyendo en el sentido estricto de la palabra, pues nunca los había leído en inglés.
               Este verano he vuelto a romperla, y lo he hecho a lo grande, sólo para descubrir una cosa: a pesar de que recordaba retazos más o menos nítidos (siempre evocaré con qué escándalo leí la primera vez que Victoria besaba a Kirtash, o cómo me encantó la forma en que Jack le pedía a Victoria dormir con ella por primera vez), en realidad, estaba leyendo tus libros por primera vez, porque había, hay, infinidad de cosas que no recordaba, de las que no tenía ni idea. Supongo que es lo que sucede cuando eres pequeña y te empeñas en leer un libro de 900 páginas en tres días: a la fuerza tienes que perderte cosas, por narices tienes que pasar por alto una millonada de detalles que son, al fin y al cabo, los que terminan haciendo una historia, y no la trama en sí.
               Es curioso cómo, en las dos ocasiones en que he releído un libro que había leído hacía mucho tiempo, he sentido cómo me trasladaba a mi infancia, pero con tu obra ha sido aún más emotivo. Cumplí 20 años el 8 de septiembre (fiesta, además, en mi preciosa Asturias), pero no ha sido hasta que terminé de leer tus palabras cuando sentí que, realmente, le decía a dios a mi niñez, ya para siempre… o, al menos, hasta que vuelva a Limbhad.
               Debo confesarte algo, la razón de por qué volví a este universo, por qué me animé a armarme de valor y volver a abrir el libro de nuevo: estoy escribiendo una novela. Sí, otra fan más que te manda una carta para hablarte de su novela. Pero no te preocupes; no quiero pedirte que la leas, y entiendo perfectamente que, aunque te lo pidiera, tú no lo hicieras. No tendrías tiempo, de todas formas.
               El caso es que ya tengo dos historias a mis espaldas. Nada serio, la verdad. Las he subido a mi blog, han recibido más o menos visitas, y me he sentido muy feliz mientras las escribía, pero esta… ésta es diferente. Quiero hacer las cosas lo mejor posible con ella.
               Volví a Memorias de Idhún por un triángulo, pero no uno astral: amoroso. Uno de mis personajes se embarca en una relación con dos chicas a la vez, y quería documentarme, hacerlo a fondo, y recordaba con claridad cómo habías retratado una relación entre tres personas sin ningún tipo de prejuicio. Esta historia mía es muy especial para mí, Laura. Mentiría si te dijera que no me muero por encontrar a quienes me la publiquen, porque sí, lo hago.
               No para ganar dinero de ella.
               No para que nadie me la quite y se enriquezca a mi costa.
               No para que nadie la coja y la modifique.
               Me encantaría que me la publicaran porque así podría tenerla protegida, saber que nadie puede tocar a mis personajes, saber que los he metido en una cajita de cristal para que todos los contemplen en su máximo esplendor (porque, por Dios, ni siquiera sé cómo he conseguido crearlos, por qué me han elegido las musas a mí para darles vida, meterlos en mi cabeza y que yo los exteriorice como buenamente pueda) sin poder echarles el guante, ni hacer que su luz varíe, ni aunque sea titilar un mínimo. Así que, Laura, antes de entrar al verdadero objetivo de esta carta; ¿tienes algún consejo que puedas darme, para poder cuidar a unos personajes a los que yo quiero como a los hijos que no voy a tener, como tú cuidas de los tuyos? Sé que entiendes lo que siento; se ve que hay un infinito cariño en cada uno de los personajes que has creado. O, por lo menos, yo lo veo.

martes, 20 de septiembre de 2016

El Sauce Boxeador.

Me lo encontré hablándole a un cactus, la madre que lo parió, ni media hora podía dejarlo solo.
               -Tommy-dije, cogiéndolo del brazo y obligándolo a mirarme-. ¿Sabes que eso es un cactus?
               -¿Sí? Ya me parecía que estaba muy callado. Escucha que da gusto-se le escapó un hipido-. Te estaba buscando.
               -¿Y el cactus te iba a decir dónde estaba?
               -Era más bien de escuchar.
               -¿Qué querías?
               -Es Duna.
               -¿Duna?
               -Sí, está muy borracha.
               -¿Duna está borracha?
               -¿Duna está borracha?-replicó él, sin comprender.
               -¡Acabas de decir eso, T!
               -¡Noooooooooooooooooooooooooooo!-se fue para delante, yo lo cogí para que no se cayera-. ¡Shasha está borracha!
               -¿Shasha?
               ¡Nooooooooooooooooooooooooo!-repitió, y se fue hacia atrás. Le quité la botella que algún gilipollas le había dado por hacer la gracia-. ¡Síiiiiiiiii!-se corrigió-. ¡Tu hermana está borracha!
               -¿No estarás hablando de ti?-pregunté, porque sería lo más lógico.
               -Yo no soy tu hermana-replicó-. Tengo polla. Soy un chico. Digo tu hermana. La mayor. No me acuerdo de cómo se llama.
               -¿Sabrae?
               -No, Sabrae no es tu hermana mayor; es más pequeña que tú.
               -Sabrae es mi hermana mayor de las pequeñas que tengo-contesté, y Tommy se echó a reír, me puso una mano en el hombro, y soltó.
               -¡Es verdaaaaaaaaaaaaaaaaaad!-se fue para un lado, volví a recogerlo. Se echó a reír-. Estaba llorando.
               -¿Sabrae? ¿Por qué?
               -¿Sabrae?-inquirió, mirándome-. ¡No! ¡Sabrae no! ¡Layla! He llamado a Layla.
               -¿Por qué?
               -Pues… para felicitarle el año. Pero calculé mal. Todavía faltaban un par de horas.
               -Hablas de Diana.
               -No. Layla estaba llorando. He llamado a Diana, y calculé mal. Ay, Scott, hoy estás muy bobo, ¿te encuentras bien?-me miró con los ojos entrecerrados, y yo me eché a reír.
               -Tengo que ir a buscar a mi hermana. Ver si está bien, ¿vale, T?
               -Sí.
               -¿Me ayudas?
               -Sí.
               Hizo amago de seguirme, y se cayó de bruces contra el suelo del jardín.
               -Uy-dijo solamente. Lo levanté.
               -Creo que será mejor que te quedes aquí.
               -Sí. Hablaré con el cactus. Me gusta cómo me escucha. Creo que me entiende. Aunque es un poco borde. No contesta.
               -No le intentes dar un abrazo, ¿vale?-sonreí.
               -No le voy a dar un abrazo-replicó, ofendido-. Acabo de conocerlo.
               -Vete con Logan y los demás. Y quédate allí. No te vayas tú solo a ninguna parte.
               -Vale.
               Me alejé un poco de él.
               -Scoooooooooooooooooooooooooooott-se lamentó, y yo me volví.
               -Tengo que ir a buscar a Sabrae, ¿qué pasa?
               -¿Sabrae? Estaba muy borracha. Tamika y Bey le hicieron unas trenzas por si potaba, para poder cogerle el pelo. Se puso a sacudir la cabeza y a gritar que era el Sauce Boxeador-la madre que me parió, no había nadie normal en mi puñetera casa-. Ahora está con Alec. Están arriba. Creo que están haciendo eso que no querías que yo hiciera con Layla. Z e x o-me confió. Sí. Zexo. No sexo. Zexo. Me quedaba más tranquilo, la verdad.
               Mentira; una rabia como un volcán en erupción tomó posesión de mi persona. Agarré a Tommy, lo arrastré por entre la gente, lo tiré en el sofá, le grité a Max que si era gilipollas, dejándolo por ahí solo viendo cómo estaba, también le grité un poco a Tommy, por coger semejante borrachera sin tenerme a mí cerca para controlar que no se metiera en ningún lío o le diera la venada y se tirase a una piscina y se hiciera el muerto, y acabara ahogándose de verdad; y luego, le grité un poco a Bey por no vigilarlo por si se tiraba a alguna piscina, les grité a todos, que se pusieron a jugar la parchís durante mi bronca (manda huevos), hasta que ya me di por satisfecho y reservé un poco de aire de mis pulmones para Alec.
               Porque sabía lo que Alec estaba haciendo con Sabrae.
               Y tenía pensado desmembrarlo.

sábado, 17 de septiembre de 2016

¡Entonces Zeus llegó!

En el último capítulo, Yumlis me pidió que subiera unas fotos de cómo me imagino los vestidos de las chicas para hacerse una idea. No me gusta meter fotos en los capítulos, así que he decidido subirlos al twitter del blog, y aquí tenéis la conversación con las fotos. Tened en cuenta que son imágenes orientativas y que, para empezar, ni yo me imagino del todo así los vestidos, ni es obligatorio que os ciñáis a las fotos para que los penséis.
Lo bueno de leer es que cada uno crea su propio mundo con unas bases en común ☺

Fui a casa de Kiara casi 45 minutos antes de la hora en que habíamos quedado. Ella no se sorprendió. Me conocía de sobra. Sabía que me entraría ansiedad nada más cambiar el año. Ya no tenía ninguna excusa para permanecer en casa.
               No había nada que me hiciera quedarme allí dentro.
               Y no quería dejar a Aiden esperando por mí como la otra vez.
               Cuando aparecí por su casa, ya con el traje y con los mechones de pelo enredándoseme, su hermana mayor me hizo un gesto con la cabeza. Me indicaba que atravesara la casa, y fuera a la habitación de Kiara, la que compartía con dos de sus hermanas pequeñas.
               Kiara se estaba aplicando un delineador de ojos. Ni siquiera se inmutó cuando me senté en la cama. Supe que me había visto porque era imposible que no lo hiciera: su cama estaba justo enfrente del tocador que usaba para obrar sus milagros.
               Había sido un regalo de su familia, después de ver cómo se peleaba con la bombilla del baño y los espejos giratorios que colocaba en la cocina, donde había más luz.
               -Llegas temprano-observó.
               -No podía quedarme en casa.
               -Contaba con ello, pero no te esperaba hasta dentro de quince minutos. Te ha bajado Niall, ¿a que sí, mimado?
               -No-sonreí, digno-. Mamá.
               -Vee es una santa. No te la mereces.
               -Lo compenso cargando con la cruz que eres tú.
               Se echó a reír.
               -¡Chad! ¡No hagas que me ría mientras me estoy haciendo la línea!
               Sonreí, inclinándome hacia delante. Terminó con la línea, comprobó que estuviera bien. Se repasó la sombra de ojos, se repasó la línea, y pasó a sus labios. Ya se había pintado las mejillas. Y la nariz. Y la frente. Faltaba el toque final.
               Conté cuatro productos diferentes
               Las mujeres eran fascinantes.
               A continuación, se deshizo el moño que tenía con las trenzas, y me miró.
               -¿Tenemos prisa?
               -Depende de lo que quieras hacer.
               -Rizarme el pelo.
               Puse los ojos en blanco.
               -¿Eso es un sí?
               -No te va a dar tiempo.
               -¿Que no qué?-replicó, girándose sobre su silla. Alcé las cejas-. 50 euros.
               -Vas a perder, K.
               -75.
               -Que sean 100.
               -Me encanta hacer negocios contigo-sonrió, girándose de nuevo. Abrió un cajón, cogió las tenacillas. Empezó a deshacerse la infinidad de trenzas que llevaba. Me acerqué a ayudarla. Así, perdería la apuesta, pero prefería perder 100 euros y llegar pronto a dejar en la ruina a Kiara y, a cambio, hacer que Aiden se preguntara si iba a venir.
               Si me tomaba en serio lo nuestro.
               Si lo de la semana pasada había sido importante para mí.
               Se había terminado mi cumpleaños, y había empezado el suyo. Todavía no lo había felicitado.
               Tenía pensado hacerlo en persona.
               Me parecía más especial.
               Tardamos unos 7 minutos (sí, los conté) en terminar de prepararle el pelo. Y luego, otros 12 en terminar de rizárselo. Por fin, sonrió, atusándose los rizos.
               -Estoy preciosa.
               -Meh-repliqué yo, y ella me dio un puñetazo en el hombro.
               -¡Lo estoy, Chad!
               -Sí, la verdad es que te he visto más fea. Ahora lo estás menos.
               Se bajó un poco el vestido, de un morado tan oscuro que se confundía con negro. Tenía una cremallera en el pecho.
               Se bajó un poco más la cremallera.
               -¿Adónde vas así?-inquirí, riéndome.
               -De fiesta-replicó-, pásame el bolso, venga.
               Hice lo que me pedía; volvió a bajarse el vestido. Y, finalmente, me miró.
               -¿Crees que es demasiado corto?
               -Creo que vas a coger una pulmonía ovárica.
               -Eso no existe, Chad.
               -Lo vas a inventar tú.
               Kiara se rió.
               -No estoy segura de…
               -Kiara. En serio. Estás guapa. Yo diría que incluso “buena”. Pero, si no te gusta… cámbiatelo.
               -Me gusta.
               -Pues vamos.
               -Es que no me convence cómo me…
               -¡Kiara!-troné-. ¡No voy a llegar tarde por tu culpa! ¡Si te tengo que sacar a rastras, y desnuda, te saco a rastras, y desnuda!
               Me miró largo y tendido.
               -Vuelve a decirme que estoy buena.
               -Estás buena.
               -Vale-sonrió-. Cómo sois los hombres, ¿eh? Os ponéis ansiosos en cuanto oléis el sexo.
               -Nadie va a tener sexo esta noche-protesté, y ella se rió.
               -Lo que tú digas, Chad. Te llevo condones en el bolso, sólo por si acaso.

martes, 13 de septiembre de 2016

Muñeca, bombón.

¡Feliz cumpleaños, Vir! Aquí tienes tu regalo .


Fue papá quien les abrió la puerta a Scott y su familia. Sherezade ya no estaba con ellos; todos los años, se iba a comer el día de Nochevieja con sus socias de bufete, discutían sobre cómo les había ido el año y ponían en común nuevas propuestas para mejorar tanto la política como las relaciones dentro de sus cuatro paredes.
               Papá y Zayn siempre se iban toda la tarde a hospitales infantiles, a visitar a niños, regalarles juguetes, y estar un poco con ellos; hacerles más amenas sus vidas y, de paso, permitir que las madres les hicieran una millonada de fotos porque, ¡vaya, Louis, el de One Direction! ¡Zayn, el que se fue de One Direction!
               Mamá sería la última en abandonarnos; iría al centro, a las oficinas, a firmar el papeleo que se enviaría a los pocos días a las oficinas de Hacienda, estudiar los balances de año, y decidir en último momento a qué organizaciones se destinaban los excedentes.
               También se ocupaba de ayudar a los encargados del refugio de animales que habían construido a alimentar a las criaturas.
               Pero, primero, tenía que vigilar a sus propias criaturas.
               -¿Estás?-preguntó Zayn, mirando a papá de arriba abajo. Papá asintió, se dio la vuelta, nos dio a todos menos a mamá un beso en la frente (a ella, fue en los labios), me revolvió el pelo, me dijo que intentara no quemar la casa, y salió por la puerta, al encuentro de Zayn.
               Era el primer año en que yo estaba al mando de toda la cena; el anterior, había estado mi tío para cuidar de que no estropeara nada, aunque él mismo casi se cargó la cocina de inducción, porque no sabía cómo funcionaba.
               Duna y Astrid salieron disparadas en dirección al cuarto de juegos; Dan las siguió, un poco más tímido, mientras Sabrae y Shasha se acercaban a Eleanor y se quedaban tiradas en el sofá, mirando la tele sin prestarle apenas atención.
               Miré las bolsas que traía Scott.
               -¿Es el pescado?-pregunté. Él alzó las cejas.
               -¿Pescado? No; me dijiste que el pescado lo cogías tú. Yo he comprado la verdura.
               Me lo quedé mirando.
               -¡Scott! ¡Te dije que yo tenía verdura de sobra! ¿Cómo…?
               Se empezó a reír.
               -Claro que tengo el pescado, T.
               -¿Lo traes todo? ¿La lubina? ¿El cabracho?
               -Sí.
               -¿Lo has cogido fresco?
               -Sí.
               -¿Pero estás seguro de que…?
               -¡Que sí, Thomas, joder! Viví 6 meses sin ti, ¿sabes? Creo que sé comprar pescado fresco. Especialmente, cuando voy con mis padres-gruñó. Puse los ojos en blanco.
               -No te acuerdas de aquellos 6 meses-acusé, poniendo los brazos en jarras.
               -Fueron los mejores de mi vida-replicó, llevándose la mano al pecho, herido, como si no llevara engañándome mes y pico sobre su soltería… o lo que se traía con mi hermana.
               -Es mentira-dije, tajante.
               -Sí, es mentira-asintió, suspirando-. Venga, chef, a por las estrellas Michelín.
               Le dio un beso a Zayn (después de que éste protestara, “oye, chaval, ¿adónde vas sin despedirte?”), y me siguió a la cocina. Yo había dedicado la mañana a limpiar y despejar el espacio, sabiendo que no tardaríamos en tener becarios (más bien, becarias) que querrían participar del festín de agradecimiento a nuestros padres por criarnos y hacernos personas decentes… más o menos.
               Mamá todavía estaba en casa; nos contempló con aprensión mientras sacábamos lo indispensable, lo que sabíamos que íbamos a necesitar.
               -¿Seguro que no queréis que…?-empezó, pero me envaré.
               -¿Madres? ¿En la cocina?-chasqueé los dedos y me volví hacia mi mejor amigo-. ¡Scott! ¿Dónde se ha visto eso?
               -En casas ancladas en la Edad Media.
               -¡Exacto, S! ¡Gracias! Los chicos del futuro nos manchamos las manos cocinando, mamá-asentí. Ella sonrió, se acercó y me pasó un brazo por el cuello. Me dio un beso en la mejilla-. Mamá, ¿estás llorando?
               -No puedo creerme lo mayores que sois los dos ya. Si… es que fue ayer cuando os vi por primera vez, y erais tan poquita cosa… habéis mejorado un montón con la edad. En todo.

jueves, 8 de septiembre de 2016

La cabra tira al monte.

Caminamos en silencio, pegados el uno al otro, con los brazos rozándose y las manos metidas en los bolsillos. Nos estábamos comiendo la cabeza con sincronización.
               Yo pensaba en las cosas que podíamos haber hecho mal, en que el cadáver estaría en una posición extraña, en que si la cabeza no ardía estaríamos muy jodidos; no sólo nosotros, sino también Layla.
               Y también pensaba en lo jodido que estaba yo, en lo jodida que estaba Layla, y en lo jodida que iba a estar Diana por mi culpa si seguía con esto. Tenía que elegir, hacerlo rápido, que el corte fuera limpio y se amputara el miembro infectado.
               Scott se mordía el piercing, mirándose los pies. Sabía, sin que yo se lo dijera, que me estaba comiendo la cabeza de forma bastante más seria de la que había pensado en un momento.
               No podía decirme que estaba con Eleanor.
               Le necesitaba… y él me necesitaba a mí.
               Eleanor iba a matarlo.
               O Eleanor me lo largaría, y yo me pondría como una fiera, me cebaría con ella, y luego él y yo tendríamos movida… y, total, él estaba seguro de que íbamos a tener movida, así que lo de cebarme con ella era absolutamente innecesario.
               Estábamos a un par de manzanas de la estación de metro en la que nos íbamos a meter cuando Scott escuchó una llamada en su interior. Se detuvo, levantó la cabeza y miró a su derecha.
               Yo me detuve también, y lo miré un segundo, contemplando cómo la chispa de la esperanza acompañada del arrepentimiento nacía en su interior. Miré el edificio que estaba mirando.
               No había que tener un máster en arquitectura para saber que aquello era una mezquita. Es decir, la separación que tenía con respecto a los demás edificios, su tamaño, y sobre todo su decoración, formada exclusivamente por figuras geométricas de colores, te daba un par de pistas sobre lo que sucedía allí.
               Había frases escritas sobre las puertas de entrada, y un rosetón en el centro.
               En ningún sitio había ni una sola figura humana.
               Lo único que no me cuadraba en el islam, y que yo no me tragaba de Scott, era que fueran capaces de rogarle una miríada de cosas a un ente al que ni siquiera le ponían cara. No concebía cómo podías hablar con alguien, con algo, cuya apariencia ni siquiera te permitías imaginar.
               Incluso los cristianos que no seguían la doctrina bíblica le ponían cara a Dios. Y no tenía por qué ser la de los frescos del Vaticano o las esculturas de las catedrales. Podía ser perfectamente la de un niño, como en Exodus, pero… eso de adorar algo sin forma, no me entraba en la cabeza.
               -¿Quieres entrar?-pregunté, porque sabía que Scott cuidaba de su espiritualidad, de forma muy suave, pero la cuidaba. Su religión era como un cactus para él: aguantaba, y aguantaba, y aguantaba, sin que él hiciera mucho por cuidarla, pero, de vez en cuando, necesitaba que lo regaran.
               Clavó los ojos en mí. Yo giré la cabeza.
               -¿Quieres entrar, sí o no?-insistí.
               -Necesitamos ayuda, Tommy-me dijo solamente-. Cualquier mano que nos eche un cable es buena.
               Asentí con la cabeza, y lo seguí en dirección a las puertas. Se me quedó mirando.
               -¿Vas a entrar conmigo?-espetó.
               -¡Claro! Si necesitas ayuda es por mi culpa, ¿no? Venga, tira.
               Nos quitamos las gorras antes de empujar la puerta, nos lavamos las manos y accedimos a la nave interior.
               Me quedé mirando las paredes y el techo, totalmente desnudos y, a la vez, increíblemente elaborados. No había ninguna imagen tampoco allí dentro, pero por todas partes había palabras en el idioma de los ancestros de mi mejor amigo que no dejaban un solo rincón sin contagiarlo de arte.
               Scott fue hasta el centro de la estancia, iluminada por unas velas. Un par de hombres de mediana edad nos miraron un momento, y luego, siguieron a lo suyo. El imán colocado junto a un pedestal en el que se mantenía abierto un libro clavó sus ojos en nosotros… en mí.
               Dejó sus gafas encima del libro y se acercó mientras dejábamos las cosas al lado de unas alfombras viejas y deshilachadas.
               -Salam malecum-nos saludó, y sus ojos no se apartaban de mí, desconfiados.
               -Malecum sala-respondimos automáticamente.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Gladiadores con traje.

Eleanor había cambiado tanto en un fin de semana que no me habría fijado en ella de no haberlo hecho para bien. Cuando me bajé del tren y me la encontré frente a mí, esperando con paciencia frente a la multitud, la vi tan preciosa que por un momento habría clavado los ojos en ella…
               … de no haberme pasado todo lo que me había pasado en menos de una semana.
               Primero, Diana.
               Y ahora, Layla.
               Tenía la cabeza demasiado ocupada dándole vueltas a otras ideas como para prestarle la atención que se merecía.
               Mis ojos pasaron por encima de ella, escaneando a la gente, sin prestarle mucha atención. Pero luego, en mi subconsciente brilló un reconocimiento.
               Clavé los ojos en mi hermana pequeña, que simplemente sonrió.
               Y de qué manera lo hizo.
               La criatura brillaba con luz propia, como si se hubiera comido las estrellas para desayunar y éstas se hubieran decidido a hacer acopio de fuerzas para atravesar su piel y hacer que emitiera un halo celestial.
               Hacía un montón que no la veía así, mi niña preciosa.
               -Hola, nena.
               Eleanor sonrió un poco más.
               Le gustaba que la llamase así, porque así también la llamaba Scott.
               -Hola, T-y me estrechó entre sus brazos, y un pensamiento cobró fuerza en mi mente, terminando de elaborarse cuando se separó de mí.
               Está enamorada.
               Había cogido un poco de peso, se le notaban más las curvas… creo que hasta tenía más culo. Scott estaría encantado con eso.
               Cuando se echaba novio, Eleanor siempre ganaba un par de kilos. Nadie en casa sabía por qué lo hacía, ni si ella se daba cuenta de ello: sólo sabíamos que, de repente, un día, unos vaqueros que le quedaban holgados o anchos se ajustaban mágicamente a su piel… y a ella le gustaba lo que veía. Presumía muchísimo de su figura, sin aparentemente encontrar relación entre su delgadez y su soltería.
               Me vino bien que volviera a acercarse a mí. Había comprado entradas para el cine y yo no tenía inconveniente en meterme en una sala oscura a permitir que los ruidos me embotaran la cabeza, si con eso no tenía que pensar en las cosas que había de hacer… cuando volviera Scott. Porque, por muy triste que fuera, era incapaz de hacer algo a derechas estando solo. Necesitaba a mi mejor amigo para una cantidad vergonzosa de tareas.
               Por lo menos, era recíproco.
               Fuimos a casa, le pregunté por su fin de semana, ella me dijo con entusiasmo que se lo había pasado genial, que había sido uno de los mejores de su vida, y se rió mientras yo le contaba el mío.
               Me preguntó por la noche que pasé con Diana. Le dije lo de ir a cenar y lo de la visita al museo, pero me guardé lo del banco frente a los cuadros, igual que me guardé lo de mi declaración cuando ella se marchaba.
               También me preguntó por Layla, y su luz titiló levemente cuando le conté que había sido difícil separarme de ella, porque sentía que me necesitaba…
               -No pasa nada, T, seguro que en casa saben cuidarla bien.
               Yo asentí, sin querer pensar mucho en ello. En casa no iban a poder cuidarla bien porque no sabían que necesitaba cuidados. Había ido a Wolverhampton para ayudarla a contar la verdad, pero todo había sido en vano.
               Después de saludar a mamá y papá, me cambié de ropa y me la llevé al centro, a ver la película de turno para la que había cogido entradas. Era un thriller nuevo de DiCaprio, menos mal.
               Mamá nos había educado a los dos en el arte de amar al cine, y apreciar el trabajo de DiCaprio (que ella había temido que decayera un poco cuando él pasara los 55, como ocurrió con De Niro, pero gracias a Dios, no fue así) era parte de apreciar las buenas películas.
               Nos peleamos por ver quién pagaba las palomitas. Terminé teniendo que pagarlas yo, dado que ella se había encargado de las entradas… y me premió pidiendo el cubo más grande y las bebidas más grandes, con lo que, al final, yo salí perdiendo.
               O no, porque ver cómo se reía mientras la vacilaba, y sacudía el pelo y miraba el móvil con una sonrisa, bien merecía que la invitara a dos millones de cubos de palomitas.
               -¿Y bien?-quiso saber mamá, apenas entramos por la puerta-. ¿Qué os ha parecido?
               Eleanor y yo intercambiamos una mirada, dimos una palmada, y soltamos a la vez:
               -Quiere un Oscar.
               Mamá chasqueó los dedos, poniéndose tiesa.
               -¡Nos ha jodido que quiere un Oscar! ¡Hola! ¡Estamos en Diciembre, mis niños! ¡El cabrón quiere quitarle a Meryl el récord de actor más oscarizado de la historia, pero, ¿sabéis qué?! ¡No lo va a conseguir! ¿Y por qué?