viernes, 23 de junio de 2017

Caramelito.

¡Vota aquí tu nombre favorito para el programa al que van a ir Chasing the Stars y Eleanor!


No le oigo levantarse. La cama es tan cómoda y calentita y suave que no existe nada más que ella. No hay ruido, ni nada que ver. Sólo estamos la cama de mi hermano y yo.
               Hasta hace poco, éramos tres.
               Pero ahora ya no. Scott se ha levantado hace poco. Ha encendido la luz y se ha bajado despacio de la cama. Ha reprimido el impulso de cubrirme a besos. Es lo que lleva haciendo desde que me encontró: comerme a besos cada vez que puede.
               Y a mí me encanta.
               Ojalá pudiera pasarse el día comiéndome a besos.
               Sin embargo, ahora está concentrado en otra cosa. Ha posado los pies en el suelo y ha caminado en silencio hacia su mochila. Ha sacado lo que llevaba dentro y lo ha guardado en un cajón. No lo ha cerrado del todo para no hacer ruido.
               La rellena de peluches. Cosas blanditas y suaves para su hermana.
               Cuando la tiene preparada es cuando se acerca a mí. Escala de nuevo hacia la cama y se inclina a besarme. Yo abro los ojos y lo miro. Y bostezo. Y empiezo a escuchar mientras él canturrea.
               -Buenos días. Buenos días. Buenos días, pequeñita. Buenos días, hermanita. Buenos días, preciosa. Buenos días, Sabrae. Buenos días-Scott sonríe, me toca la nariz y yo lanzo una exclamación a modo de risa. Me gusta que me haga eso.
               Todo lo que Scott me hace me gusta.
               -No te asustes-me pide. Me da un beso en las manitas y mete las suyas por debajo de mi espalda. ¿Qué pretendes, jovencito?, me gustaría decirle. Pero no lo hago. Porque soy un bebé. No sé hablar.
               Y, de todas formas, no importa que no lo haga. Scott me lo explica igual.
               -Te voy a llevar al cole-me confía-. Vas a ir de incógnito-añade. Me coge en brazos, me mira y me lleva con cuidado hacia su mochila. Luego descubre que no puede sostenerme y abrir la mochila a la vez. Me mira con angustia. Se muerde el labio. Nos mira alternativamente a la mochila y a mí.
               Chasquea la lengua. Yo me sobresalto. No me gusta que haga esos ruidos.
               -Confía en mí, Saab-me dice. Como si necesitara pedírmelo. Yo siempre confiaré en él. ¡Es mi hermano mayor! ¿Cómo no voy a confiar en él?
               Se sienta con sumo cuidado. Me deposita sobre sus piernas abiertas y coge la mochila. La arrastra hasta tenerla a su lado. La abre. Bien abierta. Me coge por debajo de los hombros y me mete con precaución dentro.
               No me gusta estar dentro. Es un sitio apretado. No me revuelvo bien. Lo miro con los ojos empañados. Es una advertencia, aunque yo no lo sé. No voy a aguantar mucho tiempo aquí metida, le digo sin usar palabras.
               Pero Scott no las necesita, porque es mi hermano mayor. Abre más la mochila y me da un beso en la frente.
               -No te preocupes, Saab. Sé lo que me hago. Esto lo aprendí de Layla-me confía. Nunca he escuchado ese nombre. Pero me gusta. Me gusta porque él lo usa para que yo me tranquilice, tiene que gustarme, así que me gusta-. Ya verás cuando la conozcas, Saab-susurra-. Te va a encantar. Es guapa, y lista, y es mayor-anuncia con fascinación. Guau. Es mayor.
               No sé lo que quiere decir mayor.
               Solo no, al menos. Sé que Scott es mi hermano mayor. Pero lo que me interesa y me importa y adoro de Scott es que es mi hermano. Creo que, si no fuera mayor, me daría igual.
               Hay un ruido en la habitación de papá y mamá. Algo que me asusta. Scott me achucha y me arrulla para que no me eche a llorar. Mira por encima del hombro. Cierra la mochila hasta que queda una ranurita por la que le puedo ver.
               -No hagas ruido, Sabrae. Estás bien. Confía en mí, ¿vale? Estás bien. Enseguida se acaba esto-me promete. Yo quiero decirle que confío en él. Pero no puedo. Así que le miro y le sonrío. Haz lo que tengas que hacer. Scott me deposita un último beso, traído con sus dedos, en la mejilla, y se va. Le escucho meterse en la cama. Taparse con las mantas un segundo antes de que la puerta se abra.
               Es papá. No sé cómo lo sé, sólo lo sé. Es papá, algo dentro me lo dice. Una sabiduría tan ancestral como mis sentimientos por mi familia. Como el afán de protección de mi hermano.
               Papá se acerca a la cama. Scott finge despertarse, se estira y bosteza. Papá le da un beso.
               -Hay que ir al cole, S-le dice papá. Scott asiente con la cabeza. Le da un beso y salta de la cama, poniendo especial cuidado en no destapar la muñeca que ha puesto para que parezca que yo sigo dormida. No deja que papá me eche un vistazo.
               -¡No!-le reprende-. Está dormida. No la despiertes, papá. Es un bebé, necesita dormir.
               Papá sonríe.
               De repente, todo el mundo se mueve. Scott me ha cogido.
               -Al cole-dice. Se carga la mochila a la espalda y trata de salir hacia la habitación.

               Pero el plan no sale bien. Misión fallida. Papá me ha destapado para darme un beso y comprobar que estoy bien. Que no estoy boca abajo, porque puedo asfixiarme si me he dado la vuelta y me he quedado boca abajo. Los bebés somos extremadamente delicados.
               Sólo que papá no me ha destapado. Porque yo estoy en la mochila. Ha destapado a la muñeca.
               -Scott-advierte papá. Scott se agarra la picaporte de la puerta.
               -¿Mm?-inquiere, mirando a papá por encima del hombro.
               -¿Dónde está tu hermana?
               -Ahí. Durmiendo. No la despiertes.
               -Scott-replica papá. Scott suelta el pomo de la puerta.
               -¿No la ves?
               Papá coge la muñeca y la sostiene con una mano. Ha alzado una ceja. Scott se toca la barbilla. Se mesa la barba que no tiene y que va a tardar cerca de 15 años en conseguir. Pero es lo que le ha visto hacer a papá cuando piensa. Así que lo hace, porque él también está pensando. O haciendo ver que lo hace.
               -Puede que se haya ido a dar una vuelta-dice por fin. Papá bufa.
               -Tiene una semana.
               -Está muy desarrollada para su edad-protesta Scott. Papá se echa a reír. Sabe que debería cabrearse con él, pero no lo hace.
               -La llevas en la mochila, ¿a que sí?
               Scott chasquea la lengua. Deja la mochila con cuidado en el suelo. Oigo pasos. Papá se acerca. Abre la cremallera y la luz me inunda. Lo veo mirarme desde arriba, como un dios creador.
               Y me sonríe.
               Y yo a él.
               -¡Augh!-festejo. Me gusta esto de que aparezcan de sitios insospechados. Papá se ríe, me coge en brazos y me acuna. Bostezo sonoramente, abro la boca tanto que no sé cómo no me parto en dos, y le toco la barba. Él me muerde la mano y yo me río.
               Scott está fascinado. Prácticamente se le cae la barba.
               -Ah-digo, estirando el brazo hacia él. Scott se acerca y me acaricia la mejilla. Mira a papá con ojos suplicantes. Pero a papá no se la va a colar tan fácil.
               -¿Ibas a raptarla, Scott?-inquiere papá en tono neutro.
               -No-responde mi hermano con la convicción de un rey que sabe que su nación es la más importante del mundo-. La iba a sacar prestada. Como los libros de la biblioteca. La traería de vuelta de tarde-explica. Papá alza las cejas y se muerde el labio. Intenta no reírse. Sabe que no debe. Pero es que Scott es gracioso. Lo iremos descubriendo durante todas nuestras vidas.
               Especialmente cuando se enfada. Porque Shasha y yo le hemos hecho alguna novatada.
               Claro que ahora no podemos hacer que se enfade. Porque yo soy un bebé y Shasha ni siquiera es un proyecto. Ni siquiera sé que Shasha va a existir.
               Así que papá pone los ojos en blanco. Le da una palmada en el culo y le dice que se vaya a desayunar. Scott se enfurruña y le da una patada al suelo. Papá dice su nombre, en un tono que me infunde respeto. Scott se está rebelando a cada segundo que pasa. Esto de ser un hermano mayor le insufla un valor que no está del todo bien. Coge la mochila de muy malos modos y la arrastra por el suelo en dirección a la cocina. Papá me mira y suspira.
               -Vamos a tener que aprender a domar a tu hermano tú y yo, ¿te parece, preciosa?
               Yo le toco la cara. Le intento meter la mano en la boca según está hablando. Papá se echa a reír, me muerde la mano y se va a su habitación. Me deja sobre el pecho de mamá, que sube y baja. Ella aún duerme. Yo soy la encargada de despertarla, tirándole del pelo.
               Mamá se despierta despacio, como la llegada de una nueva estación. Las hojas de los árboles no caen de repente en otoño, sino que se van destiñendo hasta madurar y salir a explorar mundo. No es que vayan muy lejos.
               Ni que yo sepa mucho sobre el otoño. Es más, no conozco otra estación que no sea la primavera.
               Da igual. Me gusta la primavera.
               El caso es que mamá se despereza y me mira y me sonríe y… guau. Mamá es preciosa. Su sonrisa es preciosa.
               -Hola, mi amor-me saluda mientras papá se viste. Me da un beso en la frente y su sonrisa titila cuando la mía aparece. Me acaricia la espalda. Le da los buenos días a papá. Esposo, lo llama. Papá tiene muchos nombres. ¿Por qué tiene tantos nombres?
               Papá le da un beso en los labios. Se chupan la cara. A mamá no le importa que la cara de papá pinche, ni rasque, ni nada. Se muerde el labio, lo mira y le da un piquito.
               -S está desayunando-dice. Le cuenta que Scott quería secuestrarme pero le ha salido mal el plan. Le propone llevarme al cole, para que me pueda despedir bien de él. Mamá acepta. Me deposita cuidadosamente entre los brazos de papá y sale de la cama. No lleva ropa.
               Me gusta el cuerpo de mamá. No es como el de papá. Es más… raro. En el buen sentido de la palabra. Como especial. Cambia según bajes. Tiene el pecho más ancho que papá, el vientre más estrecho, la cintura más estrecha, las caderas más anchas. Me pregunto si tendrá que ver con la longitud de su pelo.
               Yo quiero un pelo como el de mamá. Y quiero un cuerpo como el suyo. Espero que tengan relación y me pueda crecer el pelo así.
               -Mira cómo te mira, Sher-se asombra papá. Mamá se da la vuelta. Se ha puesto algo raro en el pecho. Es rosa. Le cambia un poco la forma del cuerpo. Me pregunto si estará hecho para que lo que la hace especial desaparezca. No quiero que deje de ser especial-. Mamá es preciosa-comenta papá, arrullándome-, ¿verdad, Sabrae?
               Mamá se echa a reír.
               -No tanto como ella cuando sea mayor.
               -¿Crees que habrá nunca alguna mujer que sea más guapa que tú, Sherezade?-inquiere papá, en un tono diferente. Es ironía. Pero yo aún no la conozco. Y tampoco me importa. El pecho de papá es cómodo y calentito. Francamente, podría vivir muy bien no conociendo nada más que su pecho y sus brazos.
               -La tienes en brazos ahora, Z.
               Papá sonríe.
               -No vas a dar el brazo a torcer, ¿eh?
               -Yo de pequeña no era tan bonita como es ella ahora.
               -Seguro que la pubertad hizo un milagro contigo, gatita.
               -Eres tonto-mamá se echa a reír. Se sienta a nuestro lado y nos besa. Primero a él, luego a mí. Pero a mí más. Chúpate esa, papá.
               Vamos a la cocina. Scott está desayunando enfurruñado. Nos mira y vuelve su vista al plato. No saluda. No dice nada. Está muy enfadado porque no me puede llevar al cole y enseñarme a sus amigos y presumir de mí.
               -¿Qué pasa, S?-mamá le da un beso en la mejilla y le limpia un poco de leche de la comisura del labio. Scott se enfurruña aún más.
               -Papá no me deja llevar a Sabrae al cole.
               -Es que es pequeña todavía para ir al cole. Además, hoy tenemos cosas que hacer con ella.
               -¿En serio?-pregunta mi hermano, esperanzado y roto a la vez. No quiere perderse nada de lo que vayan a hacer conmigo. Mamá asiente con la cabeza.
               -Vamos a llevarla al médico. A terminar con los papeles de su adopción. Y a comprarle cositas-añade, mirando a papá, que asiente con la cabeza.
               -¿Qué clase de cositas?
               -Ropa, sobre todo.
               -¡No es justo! ¿Por qué no puedo ir yo también a comprarle ropa a Sabrae?
               -Porque tienes que ir al cole, S.
               Scott tuerce la boca.
               -Pues… ¡dejo el cole! ¡Seré uno de esos señores que viven en el parque porque no saben leer! ¡Quiero ir a comprar ropa con Sabrae!
               -No vas a ser uno de los señores que viven en el parque, Scott-bufa mamá-. Vas a ir al cole. Vas a aprender a leer y a sumar y a restar.
               -Primero tendrá que aprender a contar hasta 100, Sher-responde papá.
               -¡No quiero contar hasta 100!-brama Scott.
               -¿Quieres que Sabrae te acompañe al cole?-inquiere mamá. Las palabras mágicas. La furia de Scott se disipa y sonríe.
               -Vale.
               Mamá me lleva en brazos. Papá lleva a Scott de la mano, que me mira de vez en cuando. Llegamos a la puerta del cole y Scott corre en busca de Tommy. Vuelve con él y empiezan a tirarle de los pantalones a mamá para que se agache y puedan darme un beso. Lo hacen. Hay un montón de gente allí. Guau. Toda la población mundial debe de estar congregada en ese patio en el que Scott y Tommy me dan besos.
               Louis se acerca a nosotros. Le ha tocado traer a Tommy. Su mujer tenía un examen en la universidad. Me coge en brazos un momento y mamá me agita el brazo para despedirme de los chicos cuando las profesoras los llaman. Scott arma alboroto cuando llega a un par de niños y les dice que yo soy su hermana. Me señala con su dedo. Los dos niños me miran, pero yo estoy bostezando y no estoy prestando atención, así que no puedo ver que uno de los niños es como yo. Bueno, como yo voy a ser de mayor.
               Papá invita a Louis a tomar algo en casa, pero él se niega. Tiene que ir a cuidar de Eleanor.
               Así que me llevan a casa. Me ponen ropa extraña. Me meten en una cesta que no es mi cesta, y que se mueve, y me meten de nuevo en el coche. Mamá conduce. Lo echan a suertes y ella pierde. Papá viene conmigo. Me llevan al hospital.
               La primera traición de mi vida será a los pocos días de haber llegado al mundo.
               Esperamos sentados en una sala de espera en que la población mundial vuelve a estar congregada. Y hacen ruido. Es un ruido diferente. Hay madres que sisean cuando sus hijos se pasan de ruidosos. Hay padres que juegan con sus hijos mientras sus madres esperan sentadas. Hay niños peleándose en silencio por juguetes. Y hay niños de pie y sentados y arrodillados y dibujando y paseando una especie de oruga con ruedas y volando aviones y sacudiendo muñecas en el aire.
               Este sitio es fascinante. Aparte, es colorido. Es como si Scott hubiera estado pintando en las paredes con todos los colores del mundo. Mamá me arrulla y me acuna suavemente mientras esperamos, pero yo no me pierdo detalle de absolutamente nada.
               La variedad de personas que hay por aquí es abismal. Melenas naranjas, amarillas como el anillo de mamá, castañas como su piel o negras como su pelo. Papá mira en derredor de vez en cuando, pero sobre todo contempla su móvil. Está tecleando y mamá no le molesta.
               Dicen el nombre de mamá. Nos levantamos y todos los ojos se clavan en nosotros. Hay muchas sonrisas. Sonrisas para mí, mamá y papá. La gente se alegra de que seamos una familia. Yo también me alegro.
               Nos recibe una chica que viste una especie de camisa muy, muy larga. Es blanca, con un bolsillo de color rojo. Y unos bolis en el bolsillo. Y pines de animalitos. Se sienta tras una mesa llena de papeles y escucha mientras mamá le cuenta cómo me encontró. Anota varias cosas.
               -¿No se sabe nada de su madre biológica?
               Mamá niega con la cabeza.
               -La dejaron de madrugada en una cesta con una nota en la que ponía su nombre y el día en que nació. Al día siguiente, nosotros la encontramos.
               La doctora asiente.
               -Le vamos a sacar sangre. No me fío de que haya nacido en ningún hospital-explica-. Bien, si puedes descubrirle el talón, Sherezade…
               Mamá me destapa. Está concentrada, así que yo me dejo hacer. Papá la ayuda mientras me desenvuelve de la crisálida en la que me han metido y me quita un calcetín. El aire es frío y agito un pie a modo de protesta, pero, como mamá no hace nada, enseguida me tranquilizo.
               Error.
               La doctora saca un tubo de un cajón. Es blanquecino y acaba en un tubito más pequeño. De otro cajón saca una bolsa, que abre y tira a la basura. Qué raro que hagan bolsas para sólo tirarlas a la basura.
               Ah, no. Que ha sacado algo de la bolsa. Coloca un tubo aún más fino y brillante encima del tubo. La aguja de la jeringuilla. Me encanta su color, y cómo brilla. Estiro la mano para cogerla, pero mamá me aparta enseguida. Estoy confusa, es la primera vez que me niegan algo sin explicarme por qué. Miro a mamá, interrogante, pero ella tiene los ojos fijos en la aguja.
               -Déjala aquí-la doctora indica una pequeña camilla. Es plana. E incómoda. Me agito a modo de protesta, quiero que mamá me vuelva a coger.
               Y, entonces… el desastre.
               La traición.
               Y su consecuente insubordinación.
               La doctora me coge el pie, susurra palabras tranquilizadoras, y me hace algo raro. Me clava la aguja en la piel y empieza a sacar algo rojo de mí.
               Oh.
               Dios.
               Mío.
               Me está robando el alma.
               Chillo y me remuevo y pataleo y berreo y busco a mis padres, enfurecida porque no me están ayudando y desconsolada porque, de alguna manera, son partícipes de mi sufrimiento.
               La pesadilla termina pronto. La doctora termina de robarme el alma, se sienta en su escritorio mientras mamá me coge, y papá me aprieta el trocito de algodón contra mi herida.
               ¡Desastre! Ya no estoy a estrenar. Tengo una tara. Jamás me recuperaré de esta violación de mi integridad física. Lloro y lloro y lloro y lloro, para que hasta la última nube del cielo se entere de lo disgustada que estoy con la traición de mi familia, y mamá me acuna y me acuna y me acuna hasta que me duele la garganta y decido callarme. La doctora ha vuelto a entrar. Mala, pienso. Porque todavía no soy lo bastante mayor para llamar a nadie “arpía”, ya no digamos “hija de puta”.
               Pero, en mi cabeza, llamarla mala es incluso más escandaloso de lo que pueda parecer en un principio.
               Me hacen pruebas “rutinarias”, como las llama la doctora. Me deposita sobre una balanza y trata de que me esté quieta mientras papá y mamá me observan. Pero yo estoy de muy mal humor y me sacudo justo cuando los números digitales están deteniéndose.
               -Con lo tranquila que es en casa-comenta mamá. Papá le acaricia el hombro. Oigo el tono disgustado en su voz y me modero un poco. Sólo un poco.
               Porque la traición se paga.
               -Es por el pinchazo-responde la doctora-. Normalmente esto dura muy poco, pero como no teníamos ninguna constancia de que se le haya examinado la sangre, había que hacerlo.
               -¿Y no podía ser al final?-pregunta papá, un poco molesto.
               -Bueno, a no ser que quisierais esperar por los resultados y pasaros aquí media mañana… me ha parecido mejor hacerlo al principio-responde la doctora sin mirarlo. Me he quedado quieta y la balanza ha pitado. Ya soy, oficialmente, un número-. Tres kilos ciento cincuenta-lo anota en un cuadernillo que se saca del bolsillo mágico-. No está mal-añade, escuchando el silencio tenso de mis padres. Los dos exhalan, agradecidos.
               -Vamos a ver lo que mides, ¿qué te parece, pequeña?-me pone una cosa muy rara alrededor, fría y metálica, y del mismo color que la aguja traicionera, así que me encojo instintivamente y lanzo un chillido que hace que todos den un brinco.
               Me gusta mi recién descubierto poder.
               La doctora vuelve a acercarme la cosa y yo lanzo un nuevo alarido, y seguimos así un par de veces hasta que papá anima a mamá a que me coja en brazos. Lo hace y me calmo un poco. Sólo un poco. Le doy la oportunidad de que no vuelva a hacerme daño, y no me decepciona. Mamá me arrulla, me da mimos, besos y caricias, y yo me olvido de que la doctora está ahí.
               Me olvido de que el mundo está ahí. Sólo hay sitio para mamá, sus besos y su sonrisa. Y lo bien que se sienten sus brazos a mi alrededor. Lo segura y tranquila que me siento. El mundo se desvanece y sólo existimos nosotras dos.
               La doctora se acerca. Por el rabillo del ojo veo la cosa plateada. Mamá no la mira ni una sola vez. No es peligrosa, si no le atribuye importancia. Así que yo tampoco. Me dejo hacer cuando mamá estira los brazos para ponerme recta y espero con paciencia a que la doctora haga lo que tenga que hacer.
               -46 centímetros. Tampoco está mal.
               Mamá me besa en la cabeza y a mí no me parece tan mal ser dos números. Me acaricia la mejilla y yo me dejo llevar por el sueño. Papá y mamá se sientan de nuevo en la mesa, frente a la doctora.
               -Todavía tengo que mirar sus análisis, pero puedo deciros que no es prematura. Y que está relativamente sana.
               Todas las alertas se encienden.
               -¿Relativamente?-inquieren papá y mamá a la vez. La doctora se reclina.
               -Bueno, no conociendo a la madre, tampoco puedo asegurar que las condiciones de su embarazo sean óptimas. Responde bien a los estímulos. Es bastante lista. Ya veis cómo ha asociado colores con sensaciones, como plateado-dolor. El problema… es que es pequeña. Nada de lo que preocuparnos, por supuesto. Entra dentro de los límites de la normalidad, pero… su tamaño podría indicar que no nació con nueve meses. O puede deberse a otros factores, como el nivel de estrés en la vida de la madre, o algo similar.
               -Pero… ¿está bien?-pregunta papá. Mamá me está mirando. Una enfermera entra con unos cuantos papeles, se los da a la doctora, me mira, dice que soy muy guapa, y se marcha.
               -Sólo son meros apuntes. Nada por lo que preocuparse-la médica echa un vistazo a los resultados de mi análisis y alza las cejas-. Vaya.
               -¿Qué?
               -Su grupo sanguíneo. Es cero positivo. Supongo que eres una bendición para los que te rodean en todos los sentidos, ¿eh, pequeña?
               -¿Eso es malo?
               -No… si quiere donar sangre. El problema será al recibirla. Es donante universal, y a la vez…
               -Sí, sólo puede recibir sangre de otro cero positivo. Lo entendemos.
               -¿Alguien en vuestra familia lo es?
               -Tendría que… preguntar-mamá mira a papá, que se encoge de hombros.
               -No pasa nada. Simplemente me ha llamado la atención porque es algo usual. Las defensas están un poco bajas, eso sí. Está en el límite de glóbulos blancos. Otra vez, nada que sea muy serio por sí mismo, pero tenemos que tenerla controlada. No quiero que os relajéis. Todo lo que veníais cuando Scott se ponía malo tenéis que hacerlo también con ella. Hay parejas que… “descuidan”, por así decirlo, a sus segundos hijos. No lo hagáis con ella.
               -¿Está enferma?-inquiere mamá. Tiene lágrimas en los ojos. Me despierta la angustia de su voz. La miro.
               -No, no, Sher. Está perfectamente. Es sólo que es un poco más sensible a enfermedades. Puede cogerlas más fácilmente. Por supuesto, esto irá mejorando con el tiempo. Todas las carencias que pudo sufrir mientras la madre biológica estaba embarazada de ella, las podréis ir contrarrestando vosotros.
               Papá le acaricia la cintura a mamá y le da un beso.
               -Podemos con esto, Sher. ¿Hay algo que podamos hacer para que se mejore desde ya?
               -Esperar. Exponerla de manera razonada a riesgos. Tengo que ponerle varias vacunas, pero esperaremos un poco a que se ponga más fuerte. Temo que no haya podido disfrutar de las comodidades de otros niños, y…-la doctora mira a mamá de pronto-. ¿Sigues dándole el pecho a Scott?
               -Tiene tres años-espeta mamá, escandalizada.
               -Hay niños de tres años a los que todavía se les da el pecho.
               Mamá baja la vista.
               -Yo… yo…
               -Scott dejó de tomarlo. Fue cosa suya-interviene papá.
               -Si le quitaste el pecho es una decisión totalmente respetable, Sherezade. Ningún tribunal te condenaría por ello. Sólo te lo preguntaba porque la leche materna es la mejor aliada para las defensas de un bebé. Les fortalece. Por supuesto, no pasa nada por no tomar el pecho cuando se es pequeño. Nadie se ha muerto por ello.
               -Yo no tomé el pecho-explica mamá-. Mi madre murió en el parto-añade, y se muerde el labio.
               -Y sin embargo aquí estás-la doctora sonríe-, fuerte y sana y madre de dos niños preciosos-mamá sonríe con timidez-. Lo mismo le sucederá a tu pequeña.
               -¿Y no hay manera de conseguir que yo vuelva a tener leche?-inquiere mamá. Papá se la queda mirando.
               La doctora los mira a los dos.
               -La forma más garantizada que se me ocurre tardaría un poco-comenta, y mamá se pone colorada y papá baja la vista al suelo, mordiéndose la sonrisa-. Pero… el año pasado salió un tratamiento.
               Mamá casi brinca en la silla.
               -¿De verdad?
               -Dio bastantes buenos resultados, y es rápido. En cosa de mes y medio o así, algunas mujeres ya podían dar leche.
               -Mes y medio-musita mamá, mirándome, reflexiva.
               -Por supuesto, tiene efectos secundarios. Mareos, vómitos… algunas incluso perdieron la conciencia.
               -¿Que perdieron la conciencia?-espeta papá, incrédulo. La doctora asiente con la cabeza.
               -Principalmente debido a anemias, pero…
               -No-gruñe papá, adelantándose a mamá. La mira con la determinación en la mirada.
               -Ha dicho algunas, no todas, Zayn.
               -Me da igual. No vas a correr ese riesgo.
               -Tenemos que cuidar de ella.
               -No voy a dejar que te tomes unas pastillas para ayudar a Sabrae si eso significa que tú vayas a enfermar, Sherezade.
               -Hay gente que muere en accidentes de avión, ¿eso significa que yo puedo evitar que te subas a uno el resto de tu vida?
               Papá bufa y se frota la cara. Mamá se vuelve hacia la doctora.
               -Las quiero. ¿Las tienes?
               -Habría que pedirlas.
               -Cuanto antes, por favor.
               -Te avisaré en cuanto las tenga.
               -¿Tendría que tomarlas siempre?
               -Sólo durante el primer mes en el que tengas leche. Luego tu organismo se sentirá como si hubiera dado a luz. Y la producirás tú sola.
               -Pues qué bien-refunfuña papá, pero no le hacen ni caso. Pasan a hablar de la leche que estoy tomando. Es una marca bastante buena. Papá interviene diciendo que era la más cara de la farmacia, y que si era la más cara tenía que ser por algo.
               Les entregan un librito en el que irán marcando mis vacunas y mis revisiones y nos dejan marcharnos. Papá le abre la puerta a mamá y espera a que salga conmigo en brazos. Mamá va con la cabeza alta. Apenas me mira. Sabe lo que va a pasar.
               Lo que ya está pasando. Pero yo no. De todas formas, poco importa. Me gusta mirarla, aunque no esté sonriendo. Sigue siendo preciosa se ponga como se ponga.
               Abren la puerta del coche. Me colocan en mi silla y me dejan un segundo sola. Papá es el que conduce esta vez. Mete las llaves en el contacto y arranca mientras se pone el cinturón.
               -No vas a ponerte en peligro otra vez-le advierte a mamá, incorporándose al tráfico. Mamá lo mira.
               -¿Disculpa?
               -No voy a dejar que te arriesgues a enfermar por un capricho, Sherezade.
               -¿“Un capricho”?-espeta mamá, incrédula. Se miran un momento.
               -Sabrae no necesita que le des el pecho. Puede crecer fuerte y sana perfectamente sin que…
               -Sabrae sí que lo necesita. Y yo también lo necesito. Y lo voy a hacer, Zayn.
               -¡No voy a permitir que cambies tu salud por la de ella, Sherezade! ¡No sabemos si va a venirle bien que le des el pecho después de mes y medio tomando leche en polvo!
               -¡Tampoco sabemos si le va a venir mal! ¡Tengo que arriesgarme!
               -Vas guapa si te piensas que te voy a dejar ponerte en peligro como te pusiste con Scott. No voy a dejar que te arriesgues a volver a despertarte sangrando otra noche.
               -Es decisión mía si me pongo en peligro o no. Y es mi hija. Tengo que hacer esto por ella.
               -¿Por qué? ¿Ya sólo porque tu madre murió dándote a luz, tú tienes que lanzarte a las vías cada vez que un nuevo bebé se te pone a tiro?
               Mamá se lo queda mirando. Papá se da cuenta de que se ha pasado. Intenta cogerle la mano, pero mamá la aparta y mira por la ventanilla.
               -Me quitaron sentirla crecer dentro de mí, darme pataditas, Zayn-dice. Se le empañan los ojos, pero no se permite llorar. Yo no estoy despierta, así que puede hacerlo, pero no se lo permite, porque tiene que ser fuerte en mi presencia, aunque yo no esté consciente-. Me quitaron traerla al mundo. No voy a dejar que nadie me quite alimentarla también.
               -Ya la estás alimentando.
               -Sí, como si fuera un cachorrito abandonado-estalla mamá-. Quiero darle el pecho, Zayn, quiero que se nutra de lo que viene de mí, quiero amamantarla.
               -¿Tan esencial te parece el haber tomado el pecho de bebé? Porque tú misma no lo tomaste y…
               -¡Yo soy huérfana, Zayn! ¡No tenía nadie que me lo diera!-trona mamá, furiosa y triste. Me despierta del susto y me echo a llorar. Mamá se limpia unas lágrimas y se gira para consolarme. Balancea mi cestita para que me tranquilice-. No quiero que ella también lo sea.
               -No lo es.
               -Sí lo es. Si yo no la amamanto, no voy a llegar nunca a ser su madre.
               -Ya eres su madre, Sher-dice papá. Mamá me sonríe.
               -No. Sólo la he salvado. No soy su madre. Si no puedo darle de comer, yo no soy su madre.
               Papá se queda callado. Gira un par de calles. Mamá consigue que me vuelva a dormir. O, por lo menos, que me tranquilice.
               -Lo vamos a pensar. Tenemos tiempo hasta que te consiga las…
               -Es mi cuerpo-corta mamá.
               -Mi opinión contará algo, ¿no?-espeta él-. Eres mi mujer.
               -Ni siquiera estamos casados de verdad, Zayn.
               Papá para en seco. En un semáforo. Pero da igual. La mira, estupefacto.
               -No puedo creerme que acabes de decir eso-dice. Y es lo último que se dicen en bastante tiempo. Me sacan del coche, me acunan, me dan el biberón y me acuestan. Mamá se queda sentada al lado de mi cuna, en la cama de Scott, mirándome. Reflexionando.
               Papá está abajo. Tiene una habitación en la que pinta. Está pintando. A mí, a mamá, a Scott y a él. A nosotros, siendo la familia que mamá no cree que podamos llegar a ser.
               Y a mamá le pesa el corazón. Le duele sentirse tan triste estando tan cerca de mí. Me acaricia la cabeza, me da un beso en la frente y se marcha. No cree que se merezca estar conmigo si de verdad piensa que yo no soy su hija.
               Se presenta en la puerta abierta de la habitación en la que pinta papá. En la que años después pintará también mi hermano, cuando todo vuelva a la normalidad con él y con Tommy. Se abraza a sí misma y mira a mi padre.
               Él le devuelve la mirada. Tiene unos espráis de pintura en las manos. Y una bandana tapándole la nariz y la boca. Se la baja.
               -No… lo decía en serio-dice mamá por fin. Se pasa un pie por la pierna contraria. Papá la observa-. Eres mi marido. Estamos casados. Puede que al sistema inglés no le sirva lo que hicimos en Grecia, pero a mí sí. Eres mi marido, Z. El padre de mis hijos.
               Papá deja los botes. Se acerca a ella y le acaricia la cintura. Mamá le pasa las manos por el cuello y se pierde en sus ojos. Los ojos en los que se perdió para hacer a Scott. Los ojos en que encontrará las instrucciones para hacer a mis dos hermanas.
               -Yo tampoco debería haberme puesto así, Sher, pero… es que no quiero que sufras. No quiero que lo pases mal. No quiero que te despiertes sangrando por la noche.
               -No me despertaré.
               -Sher, por favor, tiene que haber otra manera… podemos buscar… no sé, en las dinastías reales no se daba el pecho a los bebés. Lo hacían nodrizas. Seguro que aún quedan…
               -Quiero hacerlo yo-susurra mamá-. Necesito hacerlo yo.
               -No necesitas alimentarla para ser su madre.
               -No, pero necesito amamantarla para poder conseguir quererla tanto como la quiero a Scott.
               Papá le aprieta la cintura.
               -No seas tan dura contigo misma. Ya la querrás.
               -Lleva tres días en casa y aún sé a quién salvaría de un incendio si sólo pudiera sacar a uno de los dos. Y no debería ser así.
               -Necesitas tiempo para acostumbrarte a que ella esté aquí. Ahora mismo ni siquiera te habrías dado cuenta de que estás embarazada. Todavía no tienes la falta. No puedes querer a algo que no sabes que existe.
               -Pero sé que ella existe, Zayn-responde mamá. Se le empañan de nuevo los ojos. Se siente muy mal por preferir a Scott. No tiene por qué. Yo también prefiero a Scott sobre cualquier otra persona en el mundo.
               Mi hermano es, y será siempre, mi ser humano favorito.
               -Ya, pero todavía no has asimilado que ella es tu hija-papá le besa la frente. Mamá se abraza a él. Y él a ella. Hunde los ojos en su melena negra e inhala el aroma a hogar-. Vamos a ver a tu pequeñita, mami-canturrea, y mamá se echa a reír. Se limpia con el dorso de la mano y le acompaña escaleras arriba. De la mano. Porque así es como se acompaña a la gente que quieres. Se sientan en la cama de Scott a mirar cómo duermo. Cogen un ordenador y miran las pastillas que ha mencionado la doctora. Mamá no lee los efectos secundarios. Papá, sí.
               -Podría afectarte al útero-comenta. Mamá pone los ojos en blanco.
               -Pf. Como si milagros como Scott fueran a repetirse-mamá se mira las manos, y sonríe.
               -¿Qué pasa?-pregunta papá. Mamá niega con la cabeza.
               -Me gustó estar embarazada. Eso es todo.
               Papá le mordisquea el cuello.
               -Bueno, cuando Sabrae crezca un poco, si quieres…
               -Ya sabes que no-responde, pero se deja hacer-. Si lo hiciéramos por eso, no tendría sentido que nos buscásemos de noche.
               -Yo no me acuesto contigo porque quiera dejarte embarazada. De lo contrario, te habría repudiado nada más entrar en casa a vivir conmigo.
               -¿Y no lo hiciste un poco?-mamá se rió-. Te quedaste a dormir en el sofá sin refunfuñar.
               -Necesitabas tu tiempo, nena. Además, si querías compañía, sólo tendrías que decirlo.
               -La habría agradecido los dos últimos meses.
               -¿Sí? Es una lástima, ¿ves por qué es tan importante hablar? Yo te habría empotrado las 24 horas del día incluso estando embarazadísima.
               Mama se lo queda mirando.
               -Qué romántico eres, Zayn, no me extraña que tengas discos de platino.
               Papá se echa a reír y le da un beso en la mejilla. Mamá apoya la cabeza en su hombro. Me observa dormir. Papá le acaricia los nudillos. Le besa la mano. Nos mira a las dos. Y se le ocurre algo.
               -Ya sé cómo podemos hacer para que estrechéis lazos-dice. Mamá lo mira sin entender. Papá me coge en brazos, me despierta, me sonríe, me da un mordisquito y hace que me ría. Le toco la barba y él sonríe. Me da otro mordisquito en la mano y yo lo encuentro divertidísimo. Mamá también sonríe. Sólo necesita un poco más de tiempo para enamorarse de mí como lo está de Scott. Pero creo que lo conseguirá.
               Lo conseguiré.
               Lo conseguiremos, entre las dos.
               Sin decir nada, papá hace que mamá nos siga. Va al baño. Se sienta en la taza del váter y empieza a desnudarme. Mamá frunce el ceño.
               -Vamos a ver si tenemos una pequeña sirenita-explica papá. Mamá mira la bañera. Luego, a mí. Y sonríe con esa sonrisa que me hace lamentar no poder hablar, porque mamá necesita saber lo hermosa que me parece. Llenan la bañera de agua. Mamá se mete dentro. Se sienta y estira los brazos para cogerme.
               Papá se quita la camiseta y está desabrochándose los vaqueros cuando toco el agua.
               Y oh.
               Dios.
               Mío.
               Es la mejor sensación del mundo. Está muy por encima de las cosquillas en los pies del jardín. Mejor que mirar las nubes y tratar de agarrarlas con las manos.
               Está calentita y mojada. Tengo un vago recuerdo de una vida pasada. De cobrar conciencia. De saber que soy.
               Es una sensación nueva y conocida a la vez. No tiene relación con nada que haya sentido hasta entonces, y a la vez lo tiene con todo. Es como se debe de sentir un paleontólogo cuando va a una excavación y se encuentra unos dibujos en una cueva. El sentimiento de hogar está ahí. Sólo que no es tu cuna, es la de la humanidad.
               Y la vida surgió en el agua.
               Intento explorar. Mamá me lo permite. Me deposita suavemente sobre sus muslos. El agua me cubre hasta medio costado. Meto las manos dentro del líquido. Me gusta la sensación. Chapoteo. Río y chillo y miro a mamá. Mamá me moja un poco y yo la mojo a ella. Mamá sonríe.
               Lo estamos haciendo bien. Nos estamos enamorando la una de la otra.
               Papá se sienta a nuestro lado, embelesado. Le miro y me río y sigo jugando y chapoteando. Se me olvida todo. Sólo recuerdo el agua en el que estoy metida. La sensación de peligro contenido por las manos de mamá. Nuevo y viejo entremezclándose. Tradición e innovación.
               El pelo de mamá se une en sus puntas. Es como si el agua no quisiera que nada estuviera separado. Yo lo manoseo. Mamá me lo permite. Mamá me permite todo. Sonríe como no la he visto sonreír nunca mientras yo juego y la mojo y chapoteo y echo agua fuera. Pero no importa. Sólo importamos yo. Yo y mi felicidad.
               Estoy sana.
               Y soy querida.
               Muy, muy querida. El tesoro de la isla del tesoro.
               No puedo parar de reír y hacer ruiditos, es como si todo mi cuerpo fuera demasiado pequeño para la felicidad que siento en este instante. Mi alma se crece tanto que no quepo en mí de gozo.
               Papá nos observa como si fuéramos el origen de un universo de posibilidades. Se levanta de un brinco, mamá lo mira.
               -¿Qué pasa?
               Él niega con la cabeza. Se marcha y vuelve con algo blanco en una mano, un bolígrafo en la otra. Mamá abre los ojos, maravillada.
               -¿Vas a escribir?-pregunta en un susurro, temiendo romper la atmósfera mágica que se acaba de crear en el baño, que papá y yo hemos creado. Papá asiente-. ¿Una canción?-quiere asegurarse mamá.
               -Ya tengo el título-dice papá. Mamá se muerde el labio inferior en su sonrisa.
               -¿Cuál es?
               -Sabrae-contesta. Mamá sonríe. Le acaricia la cara con una mano mojada, mientras con la otra me rodea el cuerpecito y me aprieta contra ella. Yo protesto, no quiero alejarme del agua tan pronto, pero enseguida vuelvo a mi posición original. Investigo más. Me encanta esto. Agito los pies, y me río, y papá escribe mientras mamá siente que nada de lo que pueda hacer nunca podrá superar lo que está sintiendo en este momento. Ella, que siempre ha querido una niña, sosteniendo a su hijita en brazos mientras juega en el agua y se lo pasa como nunca.
               Ella, que nunca se había atrevido a soñar con una familia, compartiendo casa con unos hijos que la adoran y un marido que la quiere.
               El agua se enfría y yo me canso de jugar. Me acurruco y duermo un poco más. Cuando me despierto, estoy envuelta en una toalla, casi seca, y calentita en brazos de papá. Mamá también se envuelve en una toalla. El pelo se le pega a la espalda mojada.
               -Scott no nos va a perdonar nunca que la hayamos bañado sin él-sonríe, poniéndose un albornoz. Papá la mira. Me mira y me alza las cejas, como diciendo “así es como te voy a tratar cuando puedas ponerte en pie”. Agarra a mamá de la cintura y la acerca a nosotros. Le da un beso en el vientre y mamá se ríe.
               -Sobrevivirá-dice.
               Mi hermano lo hace. Sobrevive a nuestro segundo día separados y corre como loco a verme. Me cubre de besos y me muerde los mofletitos y se ríe cuando yo lo hago.
               Me saca de la cestita en la que le espero y me examina con atención. Pregunta qué tal ha ido en el médico. Papá y mamá le dicen que muy bien, que he sido muy buena y que me han traído a casa para no agobiarme. Mentira. He sido una rebelde y he venido a casa porque no podían manejarme hoy. Decidieron esperar a que me pusiera de mejor humor. Scott asiente, complacido, y continúa examinándome.
               -¿Qué pasa, S?
               -Me aseguro de que está enterita y de que la habéis tratado bien-contesta Scott. Papá y mamá se ríen. Le dan de comer y le cuentan que me he dado mi primer baño. Scott se pone como una fiera. Les grita, se enfada, llora, patalea, dice que no se puede creer que le hayan hecho esto…
               … resulta que me parezco a él en la vena dramática…
               … proclama que nunca, jamás, se esperaría una traición semejante…
               … y mamá corta su llanto con un:
               -¿Quieres darle tú el biberón, S?
               -Vale-proclama él, todo desaire olvidado.
               Estamos sentados en el sofá, yo con la tetilla del biberón en la boca y Scott con el vaso entre las manos, cuando llaman a la puerta. Papá va a abrir. Yo no me asusto, porque Scott me da un beso para que me mantenga tranquila y fuerte. Y yo lo hago.
               Por Scott, lo que sea.
               -Scott, ¡mira quién ha venido a verte!-celebra papá. Scott mira por encima del sofá y me deja en brazos de mamá, echa a correr en dirección al recién llegado.
               -¡Tío Abdel!-celebra mi hermano, saltando a los brazos del hombre que se ha arrodillado para cogerlo. Scott vuela por los aires en brazos de Tío Abdel, y se ríe mientras tanto.
               -¿Cómo está mi sobrino favorito en el mundo?
               -Bien-dice Scott, pero luego le señala con un dedo acusatorio-. Pero ya no puedes decir eso.
               -¿Ah, no? ¿Y eso, por qué?
               -No está bien. Sabrae podría ponerse triste.
               -¿Sabrae? ¿Quién es…?-pregunta, y mira a mi madre. Mamá se levanta y me muestra a tío Abdel. Tío Abdel abre muchísimo los ojos-. ¡Hermanita! ¡Estás que no paras! ¿Cuánto…?
               -La adopté-explica mamá-. Hace tres días-sonríe, hundiendo la nariz en mi cara, acariciando la mía con la punta. Mira a tío Abdel y sonríe, tímida.
               -Es… preciosa-susurra tío Abdel. Se asoma a mirarme y puedo ver en él un poco a mamá. Sus ojos son parecidos. El pelo es el mismo. Y la nariz. Son familia. Son familia y por eso tío Abdel es tío Abdel.
               -Te presento a tu sobrina, hermano-sonríe mamá, poniéndome en sus brazos-. Sabrae Malik. Saab, mi amor-se inclina a mirarme-, éste es tu tío Abdel.
               ¡Mi familia aumenta por momentos! ¡Esto es genial!
               Tío Abdel me arrulla. Me da besos y me acaricia. Pregunta todo sobre mí y Scott se lo cuenta lo mejor que puede. Cuando mi hermano se queda sin palabras o no sabe qué responder, papá o mamá intervienen por él. Scott tiene que ir a bañarse. Papá lo acompaña. Me pregunto si se bañarán juntos como mamá y yo lo hemos hecho. Me gustaría verlo. Y me gustaría bañarme con Scott. Ver si él chapotea como lo hago yo, o si me cuida como ha hecho mamá.
               Mamá se ofrece a prepararle un café a tío Abdel (aunque mamá sólo lo llama Abdel, no tío Abdel). Abdel asiente. La seguimos a la cocina, yo escoltada en sus brazos, él con la atención fijada en mí, mamá con la melena balanceándose en su espalda. Estiro la mano pero no llego a cogerle ningún mechón.
               Me colocan en mi cestita. Mamá prepara el café mientras Abdel nos mira a las dos. Parece fascinado. No tanto como papá cuando me mira o mira a Scott, pero sí lo suficiente para que yo lo note. Agito un pie para conseguir su atención. Él sonríe y me hace cosquillas en la planta. Me gusta que me hagan cosquillas. Automáticamente empiezo a quererle. Supongo que él también empieza a hacerlo entonces, y las cosquillas son parte de ese cariño, porque me hace más hasta el punto de que yo no paro de reírme. Y me duele la tripita. Así que escondo los pies para que me deje en paz, y él lo hace. Bostezo. Tengo sueño. Últimamente tengo mucho sueño por todo.
               Mientras se hace el café, traído de otra dimensión gracias a una máquina que escupe gotitas marrones, mamá balancea despacio mi cesta hasta que yo me quedo plácidamente dormida.
               -Es preciosa-susurra Abdel. Mamá asiente.
               -Sí que lo es.
               -No me dijiste que ibas a adoptar a una niña.
               -La idea fue de Zayn-explica mamá, echando el café en dos tazas. Vacía una jarra de leche en ellas. Echa dos cucharadas de azúcar en el primero y ninguna en el segundo. Se queda el primero y le da el segundo a su hermano.
               Su Scott particular.
               -Llevábamos más de un año intentando tener otro bebé-alude, pasándose una mano por el pelo. Abdel asiente con la cabeza-. Fue duro.
               -Aún eres joven, Sher. Eres la pequeña-razona-. Y eres la única con hijos. Tienes toda la vida por delante.
               -No era sólo por mí. Scott también quería un hermano. ¿Recuerdas a Tommy? Pues hace poco menos de un año que su madre tuvo otra hija. Eleanor. Scott la adora-mamá sonríe, mirando la taza-. Quería una para él. Se puso bastante insistente, el pobrecito. Que Dios le bendiga-susurra mamá en otra lengua, muy diferente a la que habla con normalidad. Abdel repite la frase y mamá sonríe, mirando su taza-. No sabe… bueno. Lo mío-se encoge de hombros-. No sabe de dónde vienen los niños. Sólo sabía que quería tener una hermanita. Y Zayn y yo sólo sabíamos que queríamos que nuestro hijito fuera feliz.
               -Seguro que lo es con ella-hace un gesto con la cabeza en mi dirección.
               -Todos lo somos-responde mamá. Pero… bueno, el caso es que lo intentamos. Muchísimo. Casi acaba con nosotros. Zayn consiguió que Scott dejara de insistirme. Yo me moría cada vez que me preguntaba qué estaba haciendo mal, por qué no tenía ninguna hermanita. No era culpa suya-mamá traga saliva y mira a su hermano-. Cuando le intentamos explicar que era yo la que no podía darle una hermanita, se puso a cuidarme. Me calentaba el café, o me llevaba mantas cuando me quedaba dormida en el sofá…
               -Tu hijo es un sol-sonríe Abdel, dando un sorbo de su café.
               -Sí-mamá asiente-. De hecho… funcionó. Un poco, al menos.
               Abdel deja su taza en la mesa, fijando la vista en mamá.
               -Me quedé embarazada. Y… no podía estar más feliz. Después de todo lo que me dijeron los médicos siendo una adolescente, ahora… parecía que se habían equivocado. Que Dios me había perdonado lo que fuera que le hubiera hecho. Me regaló un nuevo bebé. Y todo marchaba sobre ruedas. Teníamos pensado decirlo en fin de año, cuando fuéramos a veros, para ver vuestras caras… pero lo perdí-musita con un hilo de voz-. Scott estaba en casa. Él me ayudó. Llamó a su padre y luego Zayn vino y me llevó al hospital, y…-mamá niega con la cabeza-. Parece ser que Scott es único e irrepetible. Un despiste de Dios.
               -Lo siento muchísimo, cariño-Abdel le acaricia la mano a mamá. Ella se deja hacer.
               -Lo pasé fatal. Creí… creí que no iba a poder superarlo. Pensé que iba a perder a Zayn. Pero él me dijo que no pasaba nada, que podíamos intentarlo más tarde, seguir siendo sólo tres, o ser sólo tres para siempre… pero él quiere más hijos. Y yo también. No quiero que Scott sea hijo único. Llegué a decirle que si buscaba a otra para formar una familia con ella, que no me importaría. Incluso lo entendería-mamá sonríe, triste, pero le brillan los ojos.
               -¿Y qué dijo él?
               -Que ya tiene una familia-susurra ella.
               -Siempre me cayó bien, ese novio tuyo-comenta tío Abdel. Mamá se ríe.
               -Se le ocurrió adoptar. Estuvimos mirando por internet. Informándonos de cómo hay que hacerlo. Y hay un montón de orfanatos en Londres. ¡Sólo en Londres debe de haber más de 20! Imagínate la cantidad de niños sin hogar que hay por Inglaterra, y yo aquí lloriqueando porque no puedo traer otro bebé a este mundo súper poblado-mamá se ríe, se limpia una lágrima.
               -Bueno, hermanita, supongo que no hay mal que por bien no venga, ¿no?
               Mamá respira hondo.
               -¿A qué te refieres?
               -Pues… a esto-Abdel se encoge de hombros tras señalarme. Mamá me mira.
               -Ah, menos mal, creía que lo decías por lo de crecer sin madre, ser estéril… esas cosas-espeta mamá. Abdel se la queda mirando. Sabe que no debe entrar al trapo. Y no lo hace. Intenta conciliar el tono, evitar la discusión.
               -Sher, ¿ella no lo compensa?
               Mamá me mira. Se odia por lo que está pensando. Pero no puede no ser sincera con Abdel. No con su hermano mayor, que la cuidó tanto como su padre, que la crió y le habló de su madre cuando los demás se cansaban de hacerlo para que ella sintiera que no le faltaba nada. Que había conocido a mi abuela.
               -Hasta cierto punto, Ab-admite ella-. Suena horrible decirlo, y lo he hablado con Zayn, créeme, sé que es terrible de escuchar, pero… no es mi hija auténtica. Yo no soy su madre de verdad. Ni siquiera puedo alimentarla. La quiero con locura, daría la vida por ella, pero… no ha salido de mí, y no me veo reflejada en ella. Y sí me veo reflejada en Scott.
               Abdel vuelve a cogerle la mano.
               -Sólo tienes que habituarte. Creo que todavía no has asumido que ella esté en casa.
               -Zayn me dijo lo mismo-sonríe mamá-. Pero… es que no me la merezco, Abdel. Si pienso esas cosas de ella, no me la merezco.
               -Algún día la mirarás, y no verás más que una versión mejorada de ti misma, hermanita. Confío en ti. Es lo que eres tú de mamá. Es lo que Sabrae será de ti cuando crezca.
               -Es que… hay tantas cosas que nos hemos perdido la una de la otra-mamá suspira.
               -Eso lo dices ahora, pero ya verás cómo no tienes valor a decirle “llámame por mi nombre de pila” cuando ella diga “mamá”.
               Mamá se echa a reír.
               -Ojalá deje de sentirme así con ella algún día.
               -Lo harás más pronto que tarde, mi niña-Abdel le besa la mano. Mamá sonríe con timidez. Pasan a hablar de otras cosas. Más ligeras. Mamá le cuenta lo de las pastillas. Abdel parece igual de preocupado que papá, pero no discute cuando ella le dice que es su cuerpo, su salud. Puede que sepa mejor que papá que mamá puede ser muy tozuda cuando se lo propone. Se termina el café. Rechaza otro y dice que se tiene que ir. Scott acaba de terminar su baño cuando tío Abdel se va, no sin antes prometer que no dirá nada en casa. Yo soy un secreto, una sorpresita, que debe madurar.
               Abdel me da un beso, le da otro a Scott y le revuelve el pelo, otro a mamá, y abraza a papá. Se dan la mano y tío Abdel se va. Scott lo despide por la ventana. Luego, se sienta en el sofá, mira el reloj y enciende la tele. Me acuna contra su pecho mientras espera a que den las cinco.
               No llegan a darlas. Cuando suena el timbre por primera vez y Tommy aparece por la puerta, nadie se extraña. Pero cuando lo hacen las gemelas, sí.
               Mamá y papá se miran cuando las niñas entran en casa, llenando la estancia con sus carcajadas. Abrazan a Tommy y Scott mientras papá y mamá hablan con los padres de las niñas.
               -Es que vimos a Sabrae de lejos, y queríamos conocerla-dice una.
               -Scott nos invitó-añade otra.
               -Por supuesto que lo hizo-responde mamá. Mira a Scott con los ojos entrecerrados, pero él se encoge de hombros y alza las manos.
               -¡Venid a conocer a Sabrae!-festeja. Vienen al sofá y me coge en brazos. Me enseña a sus amigas, que son idénticas salvo por una cosa: sus peinados. Una lleva dos trencitas, la otra, un par de moños que le recogen una melena rizosa, esponjosa, del material del que están hechas las nubes.
               Y su piel.
               Su piel.
               SU PIEL.
               Son de mi color.
               ¡Son de mi color!
               -Bey, Tam. Es mi hermanita. Sabrae-anuncia Scott, orgulloso. Las dos niñas se inclinan un poco más hacia mí. Lanzan una exclamación al unísono.
               -¡Oh!
               Y luego, de nuevo al unísono.
               -¡Hola, guapa!
               -Podéis llamarla Saab-dice Scott. Tommy se revuelve detrás de él.
               -A mí no me dejas llamarla Saab.
               -Porque tú tienes mucho morro-suelta Scott. Tommy le saca la lengua. Scott se la saca más. Tommy se la saca más. Scott se inclina hacia él y se sacan las lenguas tanto que están a punto de tocárselas con la puntita.
               -Cosita-dicen las niñas a coro. Se miran, se aplastan las mejillas y se echan a reír. Estiro una mano para tocarlas. Quiero asegurarme de que son de verdad. Su piel brilla con un tono dorado. Como lo hará la mía dentro de poco. Le agarro un dedo a una y decido no soltárselo.
               -¡Tam, te ha elegido!-dice la niña de los moñitos a lo Mickey Mouse. La de las trenzas se ríe, balancea el dedo moviendo consigo mi brazo. Nos reímos. A Scott prácticamente se le cae la baba.
               -¿Podemos cogerla?-preguntan de nuevo a la vez.
               -Vale-cede Scott-. Pero os tenéis que sentar en el sofá.
               -¡A mí me hiciste insistir para dejarme cogerla!-protesta Tommy. Scott se vuelve hacia él.
               -Es que eres muy descuidado.
               -¿Sí? Pues no vas a volver a jugar con Eleanor, ¡ea!-Tommy da un taconazo en el suelo y Scott hace un puchero.
               -¡Porfa, Tommy, sabes que es broma!
               -No. Eso me ha dolido. Creía que éramos amigos.
               -Y lo somos, Tommy. ¡Jopé! ¡Déjame jugar con Eleanor!
               -Me lo pensaré.
               -Quietas-les dice Scott a las niñas. Han estirado las manos y han empezado a agarrarme, y yo me he asustado un poco. Tengo la impresión de que no van a saber cogerme, me voy a caer al suelo y me voy a romper-. Sentaos en el sofá.
               Las niñas obedecen, escalan por el sofá y se sientan con la espalda pegada a la parte trasera. Nuestros padres nos observan atentamente.
               -¿Quién le va a coger la cabecita?
               -Yo-dicen a la vez. Las niñas se miran.
               -¡Tú ya la has tocado, Tam, eso no es justo!
               -¡Me quiere más a mí, Bey!
               -¡Eso es mentira!
               -No, no lo es.
               -¡Sí que lo es!
               -Somos compañeras de trenza, unidas por la conexión mística del tocamiento mutuo de pelo.
               Bey se la queda mirando.
               -Eso es una bobada que te acabas de inventar.
               -¡Lo pone la Biblia!
               -¿En la Biblia también pone que eres tonta?
               Tam lanza una exclamación ahogada.
               -¡Eres una borde!
               -¡Y tú eres fea!
               -Pues tú eres ¡el doble de fea!
               -¡Te voy a arrancar las trenzas!
               -¡No tienes valor!-responde la otra. Y empiezan a pegarse. Pero a pegarse raro. Es como si agitaran las manos frente a la cara de la otra mientras intentan alejarse de las manos de la otra.
               -Niñas-gruñe su padre.
               -No os voy a dejar a Sabrae si seguís así-las detiene Scott. Y ellas se sientan con la espalda recta, las manos sobre las piernas, entrelazadas. Tommy sonríe, Scott también. Me dejan sobre sus piernas y las dos niñas me cogen. Bey, la de los moñitos de Mickey Mouse, es la que me coge la cabecita. Me sonríe y yo le sonrío a ella. Levanto las manos y hundo los dedos en sus rizos. Ella deja escapar una risita. Tommy y Scott nos miran, muy atentos. Se han apoyado en el sofá, al lado de sus pies, y se ponen de puntillas para verme más de cerca.
               Me encanta su pelo. Es como tocar una nube marrón. Y huele bien. Bey me deja toqueteárselo mientras yo pienso en pajaritos. Creo que yo soy un pajarito que está surcando el cielo y atravesando las nubes y bailando entre sus corrientes de aire.
               Adoro cómo su pelo me hace cosquillas en la palma de la mano.
               Estoy tan concentrada que no oigo el timbre sonar. Ni la puerta abrirse. Ni los dos niños acompañados de una mujer pelirroja entrar en el salón corriendo y saludar a los que ya están aquí. Se inclinan también hacia mí.
               Pero yo sólo tengo ojos para la melena de Bey. Sólo existo para la sensación de sus rizos en mis dedos. Y me río. Y ella conmigo. Y Tam me acaricia un pie. Me hace cosquillas. Y yo me río. Y todos contienen el aliento.
               Y estiran la mano todos a la vez. Un millón de dedos me hacen cosquillas por todo el cuerpo y yo me retuerzo y me río y chillo. Y me encanta mi vida.
               Los padres se inclinan hacia mí. Me observan, me acarician la mejilla, me dicen que soy preciosa y se lo dicen a mis padres. Como si no lo supieran ya. Como si no me lo dijeran cada cinco minutos.
               Los recién llegados también lo dicen.
               -Es un caramelito-proclama el de piel más oscura. Un tono al que yo nunca llegaré. Si yo soy chocolate con leche, él es directamente trufa. Todos lo miran y asienten. Sí, soy un caramelito.
               -¿Tendrá ella el pelo así?-se preguntará papá de noche. Mamá sonreirá, le dará un beso y responderá que sólo hay una manera de averiguarlo.
               -Jordan, Alec-dice Scott. Me recupera de los brazos de las chicas y me separa de mi felicidad. Pero Tommy me da mimos mientras Scott me sostiene con sus dos manos, así que cualquier disgusto que pudiera tener se me pasa enseguida-. Ésta es mi hermanita. Sabrae-anuncia, orgulloso. Los dos niños se inclinan hacia mí. Primero me fijo en el chico oscuro, el de color trufa. Me encanta lo negros que son sus ojos y su pelo, lo gruesos que ya tiene los labios. Yo los tendré un poco así también algún día.
               Y luego, miro un segundo al otro niño.
               O los dos pensábamos que iba a ser un segundo.
               Alec.
               Su nombre resuena en mi interior. Es como si ya lo conociera. Cuando nuestros ojos se encuentran, una descarga eléctrica muy placentera nos recorre de la cabeza a los pies. El aire a nuestro alrededor vibra. Nadie lo ve. Nadie puede verlo salvo nosotros dos.
               Tengo algo que no he tenido jamás en mi corta vida. Una certeza. Un pensamiento explota en mi joven mente como el primer fuego artificial de una noche de verano. Lo llena absolutamente todo.
               Alec va a ser para mí cuando yo sea mayor.
               Y yo voy a ser para Alec cuando él sea mayor.
               -Parece que le gustas, Al-comenta Bey, divertida. Y sí, me gusta. Me gusta y me ha gustado aunque no le he conocido hasta ahora y me gustará siempre.
               -Sí. Me recuerda un poco a Mimi-admite él. Y me encanta su voz. Sonríe un poco, tímido. Y también me encanta su sonrisa. Todavía nos dura el eco del aire vibrando a nuestro alrededor.
               El problema es que el aire sólo vibra una vez. Sólo hay una señal, y los dos somos demasiado pequeños para recordarla.
               Y también seremos demasiado cabezotas como para hacerle caso.
               Además, tenemos tiempo. Todo el del mundo. Abro la boca y bostezo. Ahora que se ha roto el hechizo, me he dado cuenta de que estoy cansada y necesito dormir. Así que escondo la cara en el pecho de Scott y cierro los ojos. Todos se ríen.
               Alec se ríe. Es lo último que escucho antes de dormirme.
               Scott se ríe. Y su risa me acuna cuando me dejo llevar por la oscuridad.
               Disfruto de un sueño tranquilo, del que sabe que el tiempo corre a su favor. No volveré a pensar en él en mucho, mucho tiempo. Será amigo de mi hermano y ya está. Una parte grande de mi infancia, pero una parte al fin y al cabo.
               De momento, sólo tengo ojos para Scott, papá y mamá. Y eso está bien.
               También tengo todo el tiempo del mundo para estar con ellos. Para que se enamoren de mí como yo lo estoy de ellos.
               O eso creo.



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10 comentarios:

  1. De verdad que solo lleva 3 capitulos pero no puedo estar más enamorada de Sabrae bebé porque es tan dulce, tan bonita y me la quiero comer a besos como hace Scott bebé. Es super tierno cada pensamiento que cruza por su cabecita y la manera en la que expresas las sensaciones que tiene cada vez que vive algo nuevo como el agua, le pelo de Bey o la aguja hace todo se sienta muchísimo más real.
    Tengo que admitir que me ha dado mucha pena todo el tema de Sher y como se siente con respecto a Sabrae y no ser su verdadera madre por el hecho de que no haya salido de ella, pero es comprensible después de haber pasado por un milagro como es Scott...
    AY DE VERDAD QUE ME ENCANTA SABRALEC, SON IDEALES INCLUSO CUANDO NO ERAN CONSCIENTE DE LA HISTORIA TAN BONITA QUE IBAN A TENER JUNTOS!!! ESTOY DESEANDO SABER TODO DE ELLOS DESDE EL PUNTO DE VISTA DE SABRAE CUANDO YA SEAN MAYORES!!

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    1. Es tan preciosura de verdad me duele muchísimo el corazón escribir con ella porque :((( se merece todo lo bueno del mundo, y su manera de experimentarlo todo por primera vez AY mi pequeñita
      A mí me da una lástima increíble todo lo de Sherezade pero sé que al final, más pronto que tarde va a acabar redimiéndose y dándose cuenta de que puede querer a la peque como quiere a Scott y lo hará y todo será precioso y ♥
      uf el momento en que se conocen es TAN bonito pero a la vez no quería hacerlo todo sobre Alec porque Sabrae es muchísimo más que él y de momento es un animal de familia y no va a dejar que nadiele haga sombra a Scott ( ˘͈ ᵕ ˘͈♡)

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  2. DIOD DIOS DIOD DIOS ALEC Y SABRAE SABRAE Y ALEC IM LIVING !!! SCOTT SE LA QUERÍA LLEVAR EN LA MOCHILA ME DESCOJONO �� zayn y sher ������
    -June

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    1. SABRALEC AL PODER, SCOTT EN MODO SECUESTRADOR, Z+S EL OTP DEFINITIVO es que lo tiene todo este capítulo uf

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  3. Me encanta Scott aprendiendo el arte de meter bebés en mochilas/bolsos de la gran Layla xd
    LA ESCENA DE LA BAÑERA HA SIDO HERMOSÍSIMA Y CUANDO SHER HABLA CON ABDEL TAMBIÉN HE LLORADO EN AMBAS ❤
    Me ha encantado el momento en que Alec y Sabrae se conocen, gracias por tanto ❤
    Esta novela es amor, de verdad. La ternura que transmite la narración de Sabrae y el amor entre la familia Malik me dan la vida, enamorada estoy.

    - Ana

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    1. Nadie aprecia lo suficiente la gran maestra que es Layla en este arte de robar bebés
      Tenía muchísimas ganas de escribir lo de la bañera porque fue de las primeras cosas que me imaginé de Sabrae de bebé y UF mi pequeña sirenita
      Y CUANDO ALEC Y SABRAE SE VEN POR PRIMERA VEZ AY MADRECITA SE PUEDE SER MÁS
      L I N D O S
      ( ˘͈ ᵕ ˘͈♡)
      Se nota poco que yo también le he entrado mi corazón a Sabrae es que uf es tan mona la chiquilla❤

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  4. ME VA A DAE UN CHUNGO O ALGO POR FAVOR QUÉ PRECIOSO TODO TODITO, TODO. Mira que estoy enamorada de chasing the stars y ay Sabrae es que... Me la como. Me encanta como descubre el mundo y a veces me meto tanto en la historia que se me olvida que no soy un bebé.
    P.D. ALEC AY MADRE EL MOMENTO CON ALEC.
    P.P.D. Muerta me hallo.
    Con amor @young_bloodx

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    1. EL MUNDO ES TAN LINDO DESDE LOS OJOS DE SABRAE DE VERDAD ESTA CHIQUILLA SE MERECE EL MUNDO ENTERO.
      Si supieras la ilusión que me ha hecho que me digas que te sientes como un bebé cada vez que lees un capítulo Nadia, es que te beso la cara jo ❤
      PD: Sabralec HA NACIDO
      PD2: y además eres cuqui

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  5. PERO SI ADORO MÁS A SABRAE EXPLOTO!!!! Nunca había leído una historia en la que el narrador fuera un bebé y me parece la cosa más dulce y tierna del mundo. Me encanta leer las escenas de Scott y Sabrae de mayores, pero que es que de pequeños son TAN BONITOS QUE QUIERO ACHUCHARLOS!! el momento Scott metiendo a Sabrae en la mochila y esperando que nadie se diera cuenta me ha matado de verdad. Me gusta mucho porque con Scott dejas claro que el ADN no es lo que hace una familia, pero a la vez tocas la "otra parte" con Sher y sus miedos por si no llega a quererla como si fuera su madre biológica, aunque para mí el hecho de que quiera darle el pecho sin importarle poner en riesgo su propia salud resuelve ya todo su conflicto.

    Y BUENO VAMOS AL MOMENTO EN CUESTIÓN EN EL QUE CONOCE AL AMOR DE SU VIDA CON UNA PUTA SEMANA Y OTRAS TENEMOS DIECIOCHO AÑOS Y SEGUIMOS A DOS VELAS DE VERDAD LAS HAY QUE NACEN AFORTUNADAS JAJAJAJA SON TAN MONOS DE VERDAD QUE ME MUERO!!!!!!
    Tengo muchísimas ganas de que crezca para empezar a saber toda la historia con Alec pero a la vez quiero que se quede pequeñita para siempre porque es pura magia, como tú al escribir!!!!
    UN BESO GIGANTEEEEE
    Pd: siento haber comentado tan tarde, pero he tenido un finde de locos!
    -María ❤️

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    1. MADRE ES QUE ME PASA LO MISMO, SABRAE ES LA RAZÓN DE MMI EXISTENCIA.
      Si te soy sincera yo tampoco he leído nunca una historia con un narrador bebé y para mí es un reto contar el mundo mirándolo a través de los ojos de alguien tan joven, pero con Sabrae se hace todo tan fácil... es que su vida es preciosa, sus relaciones con su familia son preciosas, cómo no entiende lo que sucede pero intenta describirlo lo mejor que puede, cómo describe a Sherezade y cómo la quiere y confía en que ella se dará cuenta de que madre es la que te cría y no la que te da a luz... ❤
      (Además, estoy súper de acuerdo contigo en que Sher ya está demostrando que es muy buena madre sólo por el hecho de querer amamantarla a toda costa).
      Y UF SABRALEC DE VERDAD BONICOS MÍOS es que me muero de ganas de contaros su vida juntos; va a ser tan preciosa que la vas a odiar (yo no le guardo rencor a mi pequeñina, no puedo).
      UN BESOTE❤
      PD: no te preocupes mujer, yo sí que siento haber tardado tanto en contestaros :(

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