Otra vez os tengo que dar las gracias por la avalancha de comentarios, ¡ojalá algún día pudiera deciros cuánto os echaba de menos y la ilusión que me hace leeros! No me esperaba la reacción al anterior capítulo a pesar de que tuviera Sceleanor, sólo espero que éste os guste tanto como el anterior.❤ ¡Nos vemos en una semana!
Cuando me desperté, Sabrae
estaba sentada en el borde de la cama, mirándome, apoyada en una mano y con una
sonrisita de suficiencia en la boca, enmarcada por unos rizos que llevaban
siglos sin alborotarse tanto. Una parte de mí recordó cuando era pequeña y se
dedicaba a corretear por casa con la melena así, suelta, bailando a su
alrededor, mientras ella acarreaba cosas en sus pequeñas manos, con carreras
tambaleantes pero firmes.
Pero Sabrae ya no era ese bebé, ya no era mi bebé. El mono carmesí que apenas le
cubría los muslos y cuyas cadenas doradas subían por sus hombros hasta
encontrarse con el satén rojo como la sangre de su espalda era la principal
prueba de ello, aunque los rastros del maquillaje no hicieran más que confirmar
que mi niña había crecido.
El brillo en sus ojos era propio de una mujer. Sólo un
hombre podía habérselo puesto ahí.
Me revolví bajo las mantas, mirándola con los ojos
entrecerrados.
-He llegado a las dos y cinco-informó, victoriosa. Me
eché a reír, frotándome los ojos.
-Vaya respeto te infunde tu hermano, ¿eh?-Sabrae rió
entre dientes.
-No quería que llegara tarde; Annie se disgustaría.
Bastante mal le ha parecido que no me lleve a comer hoy.
-¿Qué tal con Alec?-inquirí. Sabrae alzó una ceja,
regodeándose en mi espera, en meditar lo que me contestaría.
-Espectacular-dijo por fin-. Como siempre-se acarició
una pierna, pensando-, en su línea-me miró de reojo y soltó una risita.
-¿Qué habéis hecho?
-Una dama no revelaría esas cosas jamás, Scott.
Miré en derredor, exagerando el gesto para que ella se
percatara de él.
-¿Ves a alguna dama en esta habitación?-pregunté.
Sabrae se echó a reír-. Tú solo… dime que habéis usado protección.
-¿Tantos celos le tienes a Alec, que no quieres que lo
hagamos sin nada, como Eleanor no te deja?
-Eleanor sí me deja. De vez en cuando-respondí-. Pero
eso no quita de que no me apetezca que te dediques a poner huevos-solté, y
Sabrae se echó a reír-. Con que haya una como tú en este mundo, ya hay de
sobra. No hacen falta más.
-Oh-ronroneó Sabrae. Me la quedé mirando.
-Es algo malo.
Ella puso mala cara, me quitó la almohada y me pegó
con ella.
-Mamá y papá están terminando con la comida. Baja
cuando te dé la gana, y ten cuidado, no te atragantes-espetó, mirándome de
arriba abajo. Me incorporé y chasqueó la lengua-. ¿Ahora siempre duermes
desnudo?
-Paso calor-protesté.
-¿Y por qué no te quitas una de las 4 mantas con las
que duermes?
-¡Porque me gusta sentir peso encima! Además… tendrás
tú mucha queja de que los tíos durmamos sólo con los bóxers cuando duermes con
Alec.
-No duerme sólo con los bóxers-discutió, y me eché a
reír.
-Chica, ¿tan fea eres desnuda, que le quitas las ganas
de más?
-No, imbécil-esbozó una sonrisa sardónica-. Alec
duerme sin nada… igual que yo.
Se bajó de la cama de un brinco y corrió hacia la
puerta mientras yo le tiraba la dichosa almohada, pervertida ya su misión en la
vida, gritándole que no quería más detalles, dándole las gracias por la imagen
mental que me perseguiría hasta el lecho de muerte.
Me tiró un beso cuando estaba en la puerta y la cerró,
dejándome solo con mis pensamientos.
Después de que Alec se marchara en el coche que solía
ser de Diana, nos habíamos quedado un ratito más de fiesta antes de decidir que
era hora de irnos. Yo sabía que me quedaría durmiendo gran parte de la mañana
(es lo que tiene follar como un loco durante el día y ser el rey de las fiestas
por la noche, que acabas molido), así que no quería desmadrarme demasiado. Me
apetecía estar con mi familia, y lo mejor de todo era que Tommy compartía ese
sentimiento, con lo que habíamos sido los dos contra el mundo una vez más, y no
como solía suceder durante los fines de semana: uno quería irse prontito, el
otro quería quedarse hasta el amanecer, el último suplicaba (puede que incluso
de rodillas) y el primero terminaba cediendo, porque había dos personas a las
que Tommy y yo no podíamos decir que no.
Eleanor y yo éramos las de Tommy.
Y Sabrae y Tommy eran las mías.
Así que regresamos apenas pasada la una y media de la
madrugada; me acompañaron a casa “no fuera a ser que me diera por huir, y
entonces a ver con quién se metería Jesy en el grupo” (qué graciosa era la
americana, madre mía, no se le enredaría la lengua en la polla de Tommy cuando
le hacía una mamada y tendrían que extirpársela en urgencias para que no se
asfixiara) y me dejaron a la puerta como se deja a un cachorrito abandonado,
con las orejas gachas y cara larga, mirando cómo se iban los cuatro (Mimi fue
la única un poco reticente a marcharse sin más) y gimoteando que esperaran a
que abriera la puerta, no fuera a ser que un secuestrador hubiera asaltado mi
casa para llevárseme.
Cuando había entrado, la lámpara de pie del salón
estaba encendida, y una figura reposaba en el sofá frente a la televisión
encendida. Me acerqué a comprobar si papá había vuelto a quedarse dormido
escribiendo, componiendo o corrigiendo exámenes (profesores, en fin, qué te voy
a contar), pero la melena negra que caía en cascada desde el reposabrazos me
sacó de mi error.
Mamá. Hacía años que no se quedaba despierta (o
intentándolo) esperando a que llegara. Me echaba de menos, a pesar de que aún
me tenía, a pesar de que me tendría siempre. Me incliné hacia ella y tiré un
poco de la manta que la cubría, intentando taparla mejor, pero sus pies asomaron
por el borde inferior.
-Llegas pronto-dijo una voz en una esquina oscura, y
yo di un brinco.
-¡Papá! ¿Es que quieres matarme?-siseé. Papá se metió
el teléfono el bolsillo de los pantalones de chándal y se acodó en las
rodillas. Se frotó las manos.
-Tu madre quería estar despierta cuando llegaras. Para
comprobar que estabas bien.
-No iba a emborracharme.
-Lo sé. Y ella también. Es sólo que… dale ese gusto,
¿quieres, S? Pensábamos que nos quedaba más tiempo contigo en casa.
Me quedé mirando el cuerpo dormido de mamá, escuchando
su respiración profunda y tranquila, disfrutando de un sueño plácido y
reparador. Era preciosa, lo mejor que tenía, mejor incluso de lo que me
merecía.
-Voy a echar de menos todo de ella-susurré, dándome
cuenta de que me había despedido de Sabrae, me había despedido de Shasha,
incluso me estaba despidiendo de Duna permitiéndole que me alimentara, pero
precisamente a las personas que me habían dado la vida, mis padres, no les
había empezado a decir adiós. Y deberían haber sido los primeros.
-¿Incluso cuando te riñe?-sonrió papá, acariciándose
la barba.
-Bueno, quizás eso no-repliqué, y le miré-. ¿Crees que
lo conseguiré, papá?-sus ojos chispearon cuando se encontraron con los míos.
-Si me estás preguntando si creo en ti… la respuesta
es sí. Llevo haciéndolo desde que naciste. Desde antes de que
nacieras-respondió. Me acerqué a él, me arrodillé entre sus piernas y le di un
beso. Él me lo devolvió, me acarició la oreja, el cuello, el pelo. Me senté
donde estaba colocado y los dos nos quedamos allí, hechizados, observando a mi
madre dormir.
No se me ocurría mejor manera de pasar mi última noche
en casa que observando a mi madre mientras mi padre me acariciaba los hombros.
-Necesito que me prometas una cosa, Scott-rompió el hechizo
del silencio, y yo giré la cabeza para mirarlo desde abajo-. No renuncies a tu
felicidad por un buen puesto-dijo-. No olvides quién eres. Sal de ahí con más
de lo que tienes, o con lo mismo, nunca con menos-sus ojos habían estado fijos
en ella, puede que viendo un pasado que había tenido y del que había abusado
tanto que terminó saliendo escaldado. Un pasado que dolía aun el tiempo que
había transcurrido.
El pasado que resurgía ante los ojos de una de las
juezas cada vez que posaba los ojos en mí.
Los ojos de papá se clavaron en los míos, como si
hubiera recordado que estaba ahí. Que ahora, la versión joven de Zayn Malik no
era Zayn Malik, sino su hijo.
-¿Me lo prometes?
Asentí con la cabeza, él me dio una palmada en el
hombro.
-Venga, despertemos a tu madre-invitó-. Sher-dijo,
sacudiéndola despacio en el hombro-. Sher. Nena. Scott ya está aquí-mamá abrió
un poco un ojo; era curioso cómo no reaccionaba ante su nombre, pero sí ante el
mío-. Mi amor, tu hijo está en casa.
-Scott-dijo mamá, medio dormida-. Oh, dios-se estiró y
bostezó-. Me he quedado dormida.
-Nos habíamos dado cuenta, mamá-sonreí. Ella también
sonrió, reprimiendo un nuevo bostezo.
-¿Te lo has pasado bien?
-Sí. Deberías ir con papá, a la cama. Está mimosón-le
confié, y papá expulsó el aire de su boca en una risa contenida.
-Todos estamos algo melosos últimamente-susurró mamá,
acariciándome la cara-. Ve a buscar a Duna. No ha callado en toda la noche con
que ibais a dormir juntos.
-¿De verdad?
-Shasha casi la asfixia-mamá sonrió-. Quizás deberías
meterla en tu cama a ella también.
-Tu madre quería dormir contigo, pero, visto todo el
sueño que tiene adelantado, seguramente trasnoche-bromeó papá. Mamá me dio un
beso en la nariz, otro en la frente.
-Mi niño-fue todo lo que dijo. Recogió la manta, se
envolvió en ella y subió las escaleras con el peso de la resignación
hundiéndole los hombros. Papá me miró un momento, como si quisiera decirme
algo, pero luego la siguió, y me dejaron solo, a oscuras, acompañado de mis
pensamientos.
Nunca se me ocurrió que mamá habría dormido conmigo
esa noche de no ser porque mi hermana más pequeña lo había anunciado a bombo y
platillo. Ahora les pertenece a ellas,
Sher, se había dicho, tú tienes a tu
marido, pero ellas van a perder a su hermano.
Ajeno a la
tormenta que se desarrollaba en el interior de mi madre, subí a la habitación
de Duna, la desperté con una sonrisa.
-Hola, pequeña. ¿Duermes conmigo?
Se espabiló enseguida, se colgó de mi cuello y me tocó
llevarla de nuevo como un koala. Llamamos a la puerta de Shasha, que se
revolvió en la cama y volvió la cara hacia nosotros.
-¿Qué?
-Fiesta de pijamas-dije, para disgusto de Duna, a
quien le aseguré que no notaría la presencia de Shasha, que sería todo suyo y
me podrían abrazar lo que quisieran. Estaría molido, pero seguía identificando
las emociones de mis hermanas como si las tuvieran escritas en la frente.
Así que me quité la ropa y me metí en la cama, a la
espera de que ellas cogieran posición. Se acurrucaron contra mi pecho y se
quedaron dormidas con la rapidez de quien estaba disfrutando del sueño hacía
apenas un minuto.
No me enteré de cuando se levantaron, ya cansadas de
estar dando vueltas en la cama. Le había pasado un brazo por encima de Duna y
ahora ella no era capaz de quitárselo de encima; Shasha la tuvo que ayudar, y
las dos se me quedaron mirando.
-Scott es muy guapo-observó Duna.
-Mm… meh-respondió Shasha, que preferiría que le diera
una trombosis a hacerme un cumplido.
-¿Le pintamos la cara?-sugirió al pequeña, y la
mediana se la quedó mirando-. Con algo que tarde una semana en irse.
-Pero… mañana se va al programa. Si aparece con la
cara pintada, puede que le echen. Nadie quiere ver a nadie feo en la tele.
-Pues por eso-respondió Duna, en tono que evidenció
que pensaba que Shasha era tonta por no darse cuenta-. Así no se va.
-Vale, lista, ¿y qué hacemos con Tommy?
Duna pensó un momento.
-Podemos raptarle. Le atamos al sofá del sótano y así
podrá estar con Scott.
-Dun, no puedes ir secuestrando a gente así porque sí.
-¿Por qué no? Mamá es abogada. Me defendería.
-No puedes, y punto. Venga, vamos a desayunar-instó,
agarrándola de la cintura-. Papá y mamá quieren tener la cocina despejada para
prepararle algo a Scott.
-¿Cuándo vuelve Sabrae?-preguntó la pequeña, cogiendo
la mano de la mediana.
-No sé. Cuando le dé.
-No me gusta esto de que os echéis novios. Tú no te
vas a echar novio también, ¿verdad que no, Shash? No quiero que tú también
dejes de dormir en casa.
-Los hombres me dan asco-espetó la mediana.
-¿Por qué?-inquirió Duna, escandalizada-. Papá es un
hombre.
-Bueno, pero papá es distinto. Papá es bueno.
-Y Scott también es un hombre.
-Ya, pero Scott es medio gilipollas, ¿no ves los
programas que le gustan?
-Pero hay que quererle igual-razonó Duna-. ¿No le vas
a echar de menos?
-Pues claro que sí, Dun, ¿tú no?
-A mí no me importan los programas que ve en la tele.
-Que nuestro hermano tenga un gusto televisivo pésimo
no quiere decir que le queramos menos por darnos cuenta, ¿sabes?
-¿Lo dices por las pelis de puñetazos que ve?-sugirió
la pequeña, poniéndole una mano en el brazo-. Porque es un chico. Es lo que les
gusta. Tampoco hay que darle muchas vueltas. A papá también le gustan, y no
dices que es medio gilipollas.
-Bueno…
-A Dan le gustan algunas. Las de explosiones más. Y no
creo que sea medio gilipollas-meditó.
-Qué vas a creer tú que Dan sea medio gilipollas, si
estás loquita por él-la pinchó Shasha, cerrando la puerta.
-¡No estoy loquita por él! No me duele la tripa cuando
estamos juntos como me duele cuando viene Alec. Sólo siento cosquillitas.
-Ay, si al final, la que va a terminar echándose
novio, vas a ser tú.
-¡Cállate, Shasha! ¡Eres muy tonta!-bramó Duna, y
salió corriendo escaleras abajo, para deleite de la mediana. Ahora que sabía
con qué picar a Duna, mi ausencia se le haría un poco más amena.
Cuando bajé al comedor, la mesa ya estaba puesta y mis
hermanas estaban esperándome. Duna empujó la silla vacía a su lado,
invitándome, mientras Shasha miraba de reojo los mensajes que enviaba Sabrae,
ya vestida con un pijama gordito con estampado de osos panda. Dedicamos
prácticamente media comida a meternos con ella, que parecía muerta de sueño y
no paraba de bostezar; Duna agitaba los pies por debajo de la mesa, divertida,
mirando alternativamente a Sabrae y a Shasha, que había hecho de su misión
personal el molestarla hasta el punto de que Sabrae tratara de clavarle un
tenedor en el ojo.
La otra mitad de la comida, papá y mamá se la pasaron
riñendo a mis hermanas, mientras Duna y yo aprovechábamos las distracciones
para alimentarme como a un bebé. Yo cogía el tenedor de la menor, pinchaba un
trozo de comida de mi plato y lo dejaba disimuladamente en reposo, asentía a la
reprimenda de turno que las pobres desgraciadas estaban sufriendo, y abría la
boca cuando Duna clavaba los ojos en mamá y acercaba el tenedor a mi cara,
cargado con comida, y sonreía complacida (y casi se ponía a aplaudir) cuando me
veía masticar.
Con la tripa abultada de una comida copiosa con la que
mis padres querían convencerme de que estaba metiendo la pata hasta el fondo
(como si no lo supiera ya), me senté en el sofá a ver la televisión, arropado
por las chicas, que se tiraron (literalmente) encima de mí. Me acurruqué contra
mamá y le di un beso en el hombro, a lo que respondió con uno en el cuello y
pasándome el brazo por la cintura.
-Te voy a echar tanto de menos, cariño-me dijo. Me
quedé allí un poco más, retrasando lo inevitable, pero a medida que las
manecillas del reloj se iban moviendo, yo sentía una presión creciente en el
pecho. Se me acababa mi último día en casa, sólo el tiempo diría cuánto
tardaría en volver.
A falta de una hora para mi salida triunfal, me
levanté del sofá, me sacudí a mis suplicantes y pesadas hermanas de las piernas
y me metí en la ducha. Remoloneé todo lo que pude bajo el chorro, imaginándome
una vida a la que estaba a punto de entrar. Cómo echaría de menos cualquier
detalle de lo que había tenido hasta entonces; seguramente añoraría hasta los
azulejos del baño. Salí de la ducha, me sequé, me vestí con la ropa con la que
tenía pensado entrar (una camiseta blanca, unos vaqueros negros y la chaqueta
de cuero negra que había comprado después de darle mi favorita a Eleanor) y
salí del baño por última vez, recién afeitado, limpio y a la vez con el alma
cargada hasta los topes de recuerdos, como intentando suplir la falta de
suciedad en mi cuerpo.
Me senté en mi habitación, observé los muebles, las
fotos, los recuerdos traídos de mil y un lugares, los libros sin leer que
reposaban impacientes por descubrirme sus maravillas en la estantería, al lado
de los otros libros, los que me sabía de memoria después de tanto leerlos. Cogí
el móvil, metí el cargador en el bolsillo exterior de mi bolsa de deportes, y
desbloqueé la pantalla. Estuve a punto de mandarle un mensaje a Tommy,
preguntando si sería demasiado melodramático hacerle una foto a mi habitación…
pero, joder, me encantaba mi habitación. Especialmente la pared que no habíamos
tocado a pesar del paso del tiempo, a pesar de las protestas de mamá porque,
como mínimo, había que retocarla, ya que estaba perdiendo su color; pero es que
el rincón en el que un astronauta de escafandra negra se deslizaba hacia una
minúscula Luna, del tamaño de su cuerpo, era tan sagrado como para mí como
podían serlo mis hermanas. Cuántas veces me había quedado tumbado mirando ese
garabato, esbozado por mi padre y pintado por mi madre, fantaseando con cómo
sería flotar, cómo sería no pesar, cómo sería no estar en el mundo, sino fuera, entre las estrellas…
Esperaba que fuera un poco como convertirse en una.
El teléfono se bloqueó en mis manos, la negrura de su
pantalla me reveló mi reflejo. Lo
recordaré, me dije. Igual que recordaba cómo olía Shasha cuando era un
bebé, igual que recordaba el sonido de mi nombre de labios de Sabrae, igual que
recordaba las risas de Duna la primera vez que la llevamos a la playa, igual
que recordaba el brillo en los ojos de Tommy cuando me contó que había perdido
la virginidad y que era mejor de lo que se esperaba, mejor de lo que nadie
decía, igual que recordaba exactamente el miedo que me llenó cuando Eri me
entregó a Eleanor recién nacida…
Hay cosas que te marcan, hay cosas que ves como si
fueran fotografías a pesar de no tenerlas delante. Cosas que, por
insignificantes que sean, te hacen ser quién eres: componen tu memoria a base
de uniones caprichosas, cordones entretejidos sin ninguna otra función que
convertirte en la persona que vas a ser.
Abrí el libro de las estrellas, el que me había
regalado Eri cuando yo apenas sabía lo que era un cumpleaños. Pasé los dedos
por los bordes desgastados, por las páginas reblandecidas de tantas horas que
las había estado acariciando, por las tiras de celo que cerraban heridas
ocasionadas hacía demasiado poco…
Una parte de mí me pedía a gritos que me lo llevara,
pero sabía que sufriría cada vez que me alejara del libro, temiendo perderlo o
que se estropeara incluso más. Y no podía perder una parte tan importante de mí
mismo.
Miré los planetas que saltaban hacia mí una vez más,
los cometas y las estrellas explicando que el sol no se movía, que éramos
nosotros, aunque no lo notáramos, y todo aquello me pareció tan lejano como un
suspiro al otro extremo del océano. Aquel libro era mi casa, aquella habitación
era mi casa, mi familia era mi casa, y yo estaba a punto de coger un barco y
probar suerte en el nuevo mundo.
Es la hora, me
dije a mí mismo, depositando el libro a mi lado y luchando por armarme de
valor. Joder, pensé que sería más fácil que esto. No podía llorar delante de
mamá ni de las niñas, tenía que ser fuerte, había que apechugar. Estiré el
brazo para coger la bolsa de deportes, me levanté…
… y me caí de culo de vuelta a la cama. Mi vida me
perseguía, no sabía cómo había hecho para llenar tanto la bolsa, conseguir que
pesara una tonelada a pesar de que no estaba llena, ni mucho menos.
-Qué cojones-bufé, tirando de ella, y ésta se balanceó
peligrosamente en mi mano, de una forma inesperada, como agitada por su peso
recién descubierto. Intenté colgármela al hombro, pero fallé, y la bolsa cayó
al suelo con un ruido sordo.
Y juro que se quejó.
O sea, la bolsa, claramente, exhaló un “au” ahogado,
como si quisiera guardar silencio durante mi luto particular.
Las bolsas no
hablan, Scott, me recriminó mi Tommy interior. Y, entonces, mi cerebro se
puso a trabajar. Yo conocía esas
quejas…
Me incliné sobre la bolsa, tiré de la cremallera y vi
un par de mechones azabache en un extremo.
-¿Duna?-espeté, estupefacto, retirando la camiseta de
hacer deporte que había puesto encima de todo a modo de protección.
Mi hermana pequeña se revolvió en su reducido espacio,
tapándose los ojos, molesta por la luz. Me miró y esbozó una sonrisa tímida,
muy de niña pequeña, la típica de uy, me
has pillado, pero voy a ser adorable y no te vas a enfadar conmigo.
-¿Qué coño haces ahí metida?
Se agarró a su camiseta. Vi que llevaba puestos dos
pantalones por debajo de ésta. Bueno, por lo menos era previsora.
-Me voy contigo.
-¿Qué dices?
-Sí, llevo todo lo necesario. Incluso he metido
bragas, mira-se retorció para coger un puñado de tela arrugado, y me mostró sus
bragas azules de borde rosa. Me mordisqueé el piercing, considerando seriamente
la posibilidad de ponerme a gritarle porque me estaba haciendo todo esto mucho
más difícil.
-Qué previsora-conseguí articular-. Pero, ¿no te has
dado cuenta de que hay un pequeñísimo problema en tu plan? Has tenido que sacar
mis cosas para poder ponerte tú. Además, no puedo llevarte, ¿pensabas que no me
daría cuenta de que no te habías despedido de mí?
-Tenía la esperanza de que te marcharas
enfadado-explicó-, y no te dieras cuenta de que la bolsa se movía y respiraba,
y tenía ojos, y… me terminaras encontrando en el concurso y te aborreciera
traerme de vuelta.
Me pellizqué el puente de la nariz.
-Sal de ahí-ordené, y Duna lo hizo sin rechistar. La
escuché bajarse los pantalones del pijama mientras pensaba en cómo seguir con
esto, rezando a Alá para que me diera fuerzas.
Me volví para mirarla, y me la encontré hecha un
manojo de lágrimas.
-¿Qué pasa?—pregunté, y ella negó con la cabeza,
retorciendo su camiseta.
-No quiero que te vayas, Scott-gimoteó-. No quiero que
dejes de vivir en casa.
-Cariño, no voy a dejar de vivir en casa-mentí un
poco, pero los hermanos mayores somos como 007: tenemos licencia para mentir.
Le acaricié los hombros-. Simplemente voy a ir a dormir a otro sitio durante
dos meses y medio.
-¡Eso es mucho tiempo!-bramó, lastimera, cogiéndome
las muñecas-. ¡No quiero que estés fuera de casa dos meses y medio! ¡Eso es
como… un verano! ¡NO, SCOTT, NO!-chilló a pleno pulmón, y se dejó caer en el
suelo, sentada sobre su desgracia, mientras se pasaba las manos por la cara
intentando controlar su llanto-. ¡NO QUIERO QUE ME DEJES SOLA!
-No vas a estar sola-le aseguré, acariciándole la
cabeza y besándole la frente-. Saab y Shash se quedan contigo. Y papá y mamá.
-¡NO QUIERO QUE TE QUEDES SOLO!
-Me voy con Tommy. Él me cuidará.
-No lo hagas, Scott, por favor-suplicó, cogiéndome las
manos, mirándome con esos ojazos suyos a los que yo no podía resistirme, pero
me tocaba hacerlo. Por una vez en mi vida, tenía que hacerlo-. ¿Es por el
dinero?-soltó de repente-. Porque tengo algo en mi huchita de cerdito, te puede
servir…
Negué con la cabeza y le di un beso en la frente.
-Es porque necesito ser feliz, princesa.
Duna me miró.
-¿No eres feliz aquí?
-Pues claro que sí. Pero tengo que buscar más
felicidad, ¿entiendes, amor? Tengo que buscarme mi futuro, tengo que conseguir
saber quién soy, y este programa es la forma de averiguarlo.
Duna se quedó callada, asimilando mis palabras.
-¿No sabes quién eres?
-Pues… sí, pero no sé quién puedo llegar a ser.
-¿Y no puedes ser varias cosas a la vez?
La cogí en mi regazo, le acaricié la cintura.
-Depende, ¿por qué?
-¿Y si dejamos de ser hermanos?-inquirió, lastimera, y
yo negué con la cabeza. Agitó sus puños en el aire, buscando mi atención-. ¡No,
Scott, escúchame! ¡Los hermanos deben vivir juntos! ¡Así lo hemos hecho
siempre! ¡No tienes derecho a irte así sin más! ¡¿Y si me pierdes?!
-Nunca te perderé, mi amor.
-¿Y SI YO TE PIERDO A TI?
Le di un beso en la mejilla.
-Siempre me vas a tener conmigo-le cogí una manita y
la acaricié con las mías. Duna las miró, llorando-. No quiero que estés triste
por cosas que no van a pasar. Yo siempre seré tu hermano, esté aquí, en el
concurso, o en China. Siempre voy a
ser tuyo, ¿vale? Pase lo que pase. Contra viento y marea; llueva, nieve, o haga
sol-le besé la mano y ella me miró, quejumbrosa.
-No quiero echarte de menos. Me moriré de pena
echándote de menos.
-No lo harás, pequeña. ¿Sabes por qué?
-¿Por qué?-su suspicacia teñía su tono de voz. Frunció
ligeramente el ceño.
-Porque siempre me vas a tener contigo…-dije,
levantándome y yendo a una estantería, cogiendo una lámpara con forma de
cohete-, si tienes encendida esta lámpara.
Duna se bajó de la cama, ya toda desconfianza.
-¿Qué tiene esa lámpara?
-¿No lo sabes? Es una lámpara mágica-expliqué,
arrodillándome frente a ella-. Si la enciendes en su interruptor, te dará
luz-se lo mostré, y la bombilla se encendió con una tímida incandescencia que
le borró las sombras del rostro-, pero, si giras la tapa, como si fueras un
astronauta que quiere salir a explorar…-la giré y miré al techo. Duna lo miró
también, inclinó la cabeza, pensando que estaba zumbado-. Ten fe-le pedí,
acercándome a la persiana-. Cierra los ojos.
Esperé a que se los tapara para bajarla de un plumazo.
-Ahora, ábrelos-la invité, y Duna los abrió, al igual
que la boca. Se quedó mirando el cielo de estrellas azules que ahora llenaba la
habitación, los planetas nada fieles a los reales pero que se movían en una
danza lenta e hipnótica que me había cautivado de pequeño igual que lo hacía
ahora con Duna. Yo también me los quedé mirando un momento, embobado en el giro
de las estrellas de cinco puntas que danzaban alrededor de la habitación. Los
ojos de Duna brillaban con un resplandor zafiro, pero sonreía, maravillada por
el espectáculo. Me acerqué a ella, me arrodillé por detrás y la rodeé con
brazos y piernas.
-Cuando sientas que me echas mucho, mucho de menos,
baja las persianas, enciende la lámpara, y me sentirás abrazándome como lo
estoy haciendo ahora-le susurré al oído, y ella asintió. Estiró el brazo, como
intentando capturar uno de los astros errantes. Le tendí la lámpara, haciendo
que el universo se sumiera en un efímero caos. La deposité en sus manos y me la
quedé mirando-. Mamá y papá me reglaron esto cuando era muy, muy pequeño-le
conté-. Tommy no había nacido aún. Estaba solo en el mundo, yo no me lo sentía,
pero… ver esto me tranquilizaba-era mentira a medias, dado que sí que me había
tranquilizado cuando había recordado estar mal, pero no recordaba (por suerte)
ninguna época que pudiéramos calificar como AdT (Antes de Tommy)-. Me hacía
saber que había alguien a quien estaba esperando pacientemente. Y ahora quiero
que lo tengas tú. Para que esperes pacientemente al día que yo vuelva a casa.
-¿Volverás?-inquirió, girándose hacia mí-. ¿Me lo
prometes?
-Te lo prometo, mi niña-juré, tendiéndole el meñique,
y ella lo enganchó con su minúsculo dedito. Le di un beso en el dorso de la
mano y ella se rió.
-Te quiero mucho, Scott.
-Yo también te quiero, Duna. Muchísimo.
-Eres el mejor hermano del mundo-me aseguró.
Y hay un tipo de valentía que no todo el mundo tiene:
el de decirle adiós a tu hermana más pequeña justo después de que te diga que
no hay nadie como tú.
Cuando sonó mi móvil con el
tono de un mensaje, creí que el remitente sería bien diferente: estaría en el
piso de abajo, tumbado sobre su cama, esperando a que le conteste a su sencilla
invitación: “¿Bajas y follamos?”
Pero no; ni era una invitación, ni el remitente estaba
en el piso de abajo, sino a un mundo de distancia.
-Alfred va a recogerte, tienes tu último trabajo con
Vogue dentro de hora y media. En 10 minutos llamará a tu puerta. Vais justos-me
escribía Kristen en formato prácticamente telegráfico. Fruncí el ceño y me
senté en la cama.
-Mañana entro en el programa, ya lo sabes.
-Es por eso que te he preparado un reportaje doble.
Vogue Reino Unido, y Vogue Italia. Ya puedes correr.
Me mordí el labio, valorando entre mis dos opciones:
terminar la maleta y bajar a acurrucarme contra mi inglés, conseguir
convencerlo de que metiera la boca entre mis muslos, o ser una ovejita
obediente y buena que acudía a su última cita con la moda.
-Serías la primera en estar en dos portadas de Vogue a
la vez antes de cumplir la mayoría de edad-me recordó mi agente, y eso inclinó
la balanza a su favor. Bajé como alma que lleva el diablo las escaleras y abrí
la puerta de Tommy sin llamar.
-Voy a ir a trabajar, ¿quieres venir?-le ofrecí. Él me
miró, apartándose un poco el móvil de la cara. No se me escapó el detalle de
que tenía una mano metida en los pantalones, y con la otra toqueteaba la
pantalla.
-Estoy haciendo la maleta.
-¿Tirado en la cama? ¿Acaso estás buscando un hechizo
para que se haga sola? ¿Qué tal con la varita, por cierto?-le piqué, aleteando
con las pestañas, y él esbozó una sonrisa.
-No estaba haciendo nada; sabes que me meto la mano en
los pantalones cuando me aburro.
-Ya. Sólo espero que estuvieras mirando fotos
mías-respondí. Negó con la cabeza y me mostró el móvil, su aldea guerrera
vibraba con el ajetreo de una potencia de zona-. No sé si debería preocuparme
porque te toques la polla mientras juegas a los soldaditos.
-No me pone cachondo. Pero es que no podía seguir.
-Haber subido-ronroneé-. Sabes que mi puerta, y lo que
no es mi puerta, está siempre abierta para ti-le guiñé un ojo y apoyé una mano
en la cadera. Tommy suspiró.
-Me agobia hacer las maletas, Diana, ¿vale?-gruñó, y
yo alcé las manos, me acerqué a él, le di un piquito rápido y le dije que nos
veríamos de noche. Subí a cambiarme y, cuando bajé las escaleras, me lo
encontré apoyado en el sofá, con la ropa de andar por casa olvidada en su
habitación, y una camiseta blanca y unos vaqueros azules que hacían que sus
ojos brillaran con luz propia.
-Creía que estabas agobiadísimo con tu maleta.
-No todos los días mi novia la modelo me ofrece ir a
ver cómo curra. Debería aprovechar y vivir el momento-se encogió de hombros, y
me siguió hacia el coche. Alfred nos abrió la puerta con una sonrisa indulgente
y se acomodó en su asiento mientras yo me acomodaba contra Tommy, pasándole una
pierna por encima de las suyas y le besaba.
-¿Cómo vamos de tiempo, Alfred?
-Vamos bien. Dependiendo del tráfico, estaremos en
nuestro destino en cuarenta y cinco minutos.
-Genial-empecé a besar a Tommy, y me dediqué a
quitarle el agobio durante todo el viaje. Le hice de rabiar, aumentando la
profundidad de mis besos y la valentía de mis caricias cuando nos quedaban diez
minutos para llegar. Incluso le dejé meterme mano, y yo no me quedé atrás, pero
rápidamente me aparté de él con una sonrisa de suficiencia en los labios en
cuanto el coche comenzó a aminorar.
-No puedes hacerme esto-gimió cuando no le permití
tocarme y me moví al asiento de la otra ventanilla. Le guiñé un ojo.
-¿Me va a pasar factura?
-Ojalá pudiera parar cuando te tengo tan cerca como lo
haces tú conmigo-se lamentó, acariciándose los labios, quitándose el carmín que
había dejado en ellos. Salimos del coche y rápidamente el torbellino de mi
mundo me engulló.
-¡Diana, preciosa, por fin has llegado!
-Tenemos un montón de preguntas que hacerte.
-¡Y el proyecto es completísimo!
Una estilista menuda de pelo oscuro se hizo paso entre
la gente que intentaba, sin éxito, agobiarme. Se acarició las puntas del pelo,
decoloradas en un morado chillón, a juego con su sombra de ojos.
-Estás hecha un desastre, Diana-me riñó, pero en sus
ojos verdes había un deje cariñoso que no se me escapó. Hacía un montón de tiempo
que no trabajaba con Donatella, una de las mejores maquilladoras al servicio de
Vogue. Noté los ojos de Tommy saltar de mí a la mujer, cuyo maquillaje ocultaba
arrugas y mostraba años de experiencia por igual.
-A trabajar, entonces, ¿no os gustan los
retos?-inquirí, mirando en derredor. Hubo risitas de apoyo, revoloteos urgentes
y órdenes susurradas y gritadas a partes iguales a mi alrededor.
-Íbamos a hacerlo con un compañero-me explicó
Donatella mientras me conducía a la caravana del maquillaje, ignorando a Tommy,
que me seguía como un obediente perrito-, pero se ha rajado en el último
momento. Tenía no sé qué compromiso con Bacardí. Ya ves tú. Hoy en día todo el
mundo tiene tantos compromisos que se les fríe el cerebro y se les olvida
quiénes son los verdaderamente importantes-se volvió para mirarme y me acarició
el pelo-. Te lo has cortado hace poco, ¿verdad?
-Sí.
-¿Y las raíces?
-Voy a volver a teñírmelas la semana que viene.
-¿No ibas de clausura?-espetó.
-Voy a un concurso, allí habrá estilistas.
-Chica, no dejes que ninguna peluquerucha de tres al
cuarto te toque esa melena que tienes con sus dedos zarrapastrosos. Con lo
preciosa que está…-capturó un mechón entre sus dedos-. Oro. ¿Te han dicho el
tema del proyecto?
-No.
-¡Fantástico, adoro las sorpresas!-me sentó en una
silla clavada ante un espejo de luces y me hizo girar, contemplándome en el
espejo-. ¿Quién es éste? Nunca te había visto pasear a los tíos a los que te
tiras.
-Es mi novio, Donatella-discutí, un poco molesta,
frunciendo el ceño.
-Ay, mira qué morritos de patito me pone-Donatella se
echó a reír, echándole un vistazo-. Eres guapo-Tommy se puso rojo-, y tu cara
me resulta familiar, ¿te he maquillado alguna vez?
-Es el hijo de Louis Tomlinson.
Donatella me miró.
-No me suena-dijo, esparciendo los productos frente a
mí.
-Me cae bien esta mujer-sonrió Tommy.
-¿Louis Tomlinson? ¿El compañero de banda de mi padre?
El de la voz dulce-informé, y Donatella negó con la cabeza. Puse los ojos en
blanco-. El que se peleó con Zayn Malik, el de Pillowtalk, por Twitter.
La italiana abrió la boca y chasqueó la lengua.
-¡Louis Tomlinson es tu padre! Un hombre como pocos
donde los haya, permíteme que te diga, chico.
-Sí, por eso no recordabas quién era-bufé.
-Y tú, te los buscas cercanos, ¿eh?-puse los ojos en
blanco, hice un gesto con la mano.
-Limítate a maquillarme, por favor.
-¿Cuánto vais a tardar?-inquirió Tommy con timidez,
sospechando que estar sentado mirando cómo me maquillaban no sería lo más
interesante del mundo.
-Oh, en una hora puedo devolverle ese fulgor divino
que le caracteriza.
-¿Una hora?-espetó mi chico, sorprendido-. Es
muchísimo. Didi, voy a…
-Vete a explorar-asentí, haciendo un nuevo gesto con
la mano para indicarle que tenía mi permiso. Me dejó solo con la perorata de
Donatella, quien me preguntó cuando él estaba a tiro si me estaba acostando con
él de forma más o menos regular (te
brilla mucho el pelo y tienes la piel perfecta, como si te pusieras una
mascarilla al día), qué tal amante era y cómo estaba de dotado.
-¿Me has visto alguna vez traerme a un tío al
trabajo?-le pregunté mientras terminaba de extenderme el corrector. Negó con la
cabeza-. Pues eso, cara amica-le dije
en su idioma, y ella se echó a reír.
Fue un día de locos, respondiendo preguntas mientras
me maquillaban y me vestían; no solíamos hacerlo así, pero no había otro
remedio. Si quería que me hicieran una buena sesión de fotos y quería aportar
respuestas coherentes, tenía que estar hablando ya desde el primer momento. Lo
de charlar mientras posaba se quedaría para otra ocasión: tenía la esperanza de
ser portada de Vogue Italia, y aquello no era una tontería que se pudiera hacer
mal.
Cuando descendí de la pequeña caravana y caminé por
las dunas en dirección al pequeño restaurante en el que me harían las fotos
como si de publicidad de hamburguesas de los 50 se tratara, me encontré a Tommy
sentado cerca de la puerta, escurriéndose por la silla, con gesto aburrido y
jugando en su teléfono. Levantó la vista un momento, más por la curiosidad de
saber a qué se debía tanto revuelo que por interés.
Abrió la boca, asombrado, e incluso se levantó como
haría un caballero en una cena de gala. Ingleses,
pensé, sonriendo para mis adentros. Me eché a reír y le di un beso en la
mejilla, cuidando de no hacer demasiada presión para no estropearme el
maquillaje.
-Ven-le invité, cogiéndole la mano-, quiero que estés
conmigo.
Me distrajo un poco mientras me hacían las fotos, pero
nada que no pudiera controlar. Contestaba a las preguntas mientras me cambiaba,
me quedaba callada posando y escuchaba las instrucciones del fotógrafo. Se me
pasó el día volando, y creo que a mi inglés también.
Incluso pidió que no me quitaran el maquillaje, y me
llevó de la mano de vuelta al coche, observando con atención el peinado cardado
que me habían hecho, enredando mi pelo de una forma tal que ya se acomodaba
sobre mis hombros, en lugar de caerme con libertad por la espalda.
-Estás… guau-silbó-. Se van a arrepentir de haberte
dejado marchar, nena.
Le apreté la mano y le di un nuevo beso en la mejilla,
agradecida de cómo me había infundido tranquilidad cuando la pregunta que sabía
que me harían, y que estaba temiendo, por fin se formuló:
-Sonabas como debutante firme para Victoria’s
Secret-la chica había esperado a que saliera del probador para poder verme la
cara cuando sacara el tema-, y de la noche a la mañana te han quitado de la web
y las fotos que tenían del año pasado en las que aparecías sentada en primera
fila. ¿Qué fue mal en el cortejo? ¿Estás a malas con la empresa?
-Para nada-dije, buscando un rostro familiar que me
ayudara a no saltar. Y lo encontré en él. Me acaricié el pelo, me lo eché sobre
un hombro y respondí-, es simplemente que no tenemos compatibilidad de
horarios. Y que, bueno, yo no estoy interesada en más pretendientes de los que
ya tengo-sonreí, mirando descaradamente a mi inglés, que me obsequió con una
sonrisa canalla que hizo que mojara un poco (un poquito) las bragas.
-Estoy yendo a donde quiero ir-respondí, y él sonrió,
me colocó una mano en el muslo y yo consentí-. Alfred-llamé al conductor con la
respiración acelerada.
-¿Sí?
-Ponte los cascos. Y conduce con cuidado-le pedí, y él
se echó a reír. Se colocó un auricular en la oreja y se puso las gafas de sol
para que éste no le molestara, mientras yo me sentaba encima de Tommy y le daba
las gracias por un día genial.
Nunca pensé que llegaría a estar tan cachonda como
para necesitar hacerlo en un coche en marcha.
Y nunca pensé que fuera a disfrutar tanto haciéndolo
en un coche en marcha, pero supongo que la compañía es lo que cuenta, y no
dónde y cómo lo haces.
Me deshice de todas las horquillas que me enredaban la
melena en formas imposibles, le limpié los restos de maquillaje de la cara a
Tommy, y esperé un momento más, dejé que la magia del hechizo hiciera vibrar el
aire unos instantes extra, los que necesitábamos.
-Quiero comprarle algo a tu madre.
-¿A mi madre?-Tommy se rió-. ¿Y eso por qué?
-Porque te ha traído al mundo, ¿te parece
poco?-respondí, y él me acarició los labios con el pulgar.
-Creo que ésa es una de las cosas más bonitas que me
has dicho nunca, Didi.
Así que allí estaba, sentada en el borde de mi cama,
después de que Tommy bebiera de mí durante un buen rato (intentando compensar
la interrupción que supuso tener que atender la llamada de Scott, que se
marchaba después de haber pasado toda la tarde con Eleanor, a lo que T me había
sugerido que mientras hablaba con él “me ocupara yo del asunto”), feliz y
satisfecha y plena como no lo había estado nunca, con un paquete gris acero en
la mano rodeado de una cinta blanca que terminaba en un lazo, esperando a que
mi suegra y madre adoptiva a partes iguales llegara a casa mientras Tommy
terminaba de hacer sus maletas. Bajé dando saltos las escaleras apenas oí unas
lejanas llaves introducirse en la cerradura, y sonreí a los niños que acababan
de llegar de una tarde en familia.
Astrid se quedó mirando el paquete, curiosa.
-¿Es para mí?
-Es para tu madre-respondí. Dan frunció el ceño.
-Pero, ¡si no es su cumpleaños, estamos en septiembre!-se
llevó una mano a la boca, consternado-. A no ser… ¡no será el día de la madre!
-No, Dan, no es el día de la madre-respondí, negando
con la cabeza. Eri apareció por la puerta del salón, quitándose una bufanda que
no sabía que necesitara (a 5 de marzo en Inglaterra, una neoyorquina ya puede
ponerse sus vaqueros cortos), las mejillas coloradas y una sombra de chocolate
en los labios.
-Amor-le dijo Louis, y ella se volvió, y le dio un
beso profundo con el que le limpió la sombra del bigote. Dan y Astrid se
quedaron fascinados, mirando a sus padres besarse, y yo no podía ser menos. Eri
se mordió el labio, sonriendo como una quinceañera (ya sabía de dónde había
sacado Eleanor esa sonrisilla tan tierna de pura timidez) y le dio las gracias
a su marido cuando él le explicó:
-Es que tenías un poco de chocolate-a lo que siguió el
agradecimiento, y Louis respondió acariciándole la cintura-, y me apetecía
besar a mi mujer.
Los dos Tomlinson se giraron y me miraron.
-¿Cuándo habéis vuelto?-preguntó la madre.
-Hace un rato. Scott ya se ha ido. Cena en casa. Tommy
me dijo que te lo dijera.
-Es lógico-respondió ella, sin más aceptación que un
encogimiento de hombros-. Vosotros también, ¿no? Mimi se queda a dormir, a
pesar de que hoy sea el cumpleaños de su hermano.
-Sí, pero luego nos vamos a celebrarlo. Aunque Tommy
quiere volver pronto. Por cierto-añadí, tendiéndole el paquete, las manos un
poco temblorosas. Su hijo me había asegurado que eso le haría más ilusión que
un anillo o unos pendientes, de los que su madre ya tenía cientos, porque sería
más especial, más concienzudo-. Te he traído esto.
Dan y Ash se giraron a mirar a su madre, que abrió la
boca y los ojos, llevándose una mano al pecho.
-¿Para mí?
-Sí.
-Pero, Diana… no hacía falta… no tenías…
-Es que me apetecía-respondí, escondiendo las manos
tras la espalda y balanceándome sobre mis pies adelante y atrás, adelante y
atrás, talón, puntas, talón, puntas.
Eri tiró del lazo y durante unos angustiosos segundos
se dedicó a retirar el celo con el que estaba envuelto el paquete luchando por
no romper el envoltorio.
-¡Mamá!-protestaron sus hijos, y ella los mandó
callar.
-Eri, estás poniendo histérica a Diana-le dijo su
marido, y ella me miró, se sonrojó un poco, me pidió disculpas y tiró del papel
sin más miramientos. Se quedó mirando la portada: una fotografía de su actriz
favorita, Meryl Streep, en blanco y negro, extraída del reportaje que Vanity
Fair había hecho sobre ella en 2016.
Cuando Tommy la había sacado de la estantería de la
tienda, me había quedado mirando el tomo con la duda plasmada claramente en los
ojos.
-¿Una biografía de Meryl Streep? Pero… ¿no era su
actriz favorita? Ya debe de saberlo todo de ella.
-Aunque lo sepa todo, le hará ilusión igual.
-¿Por qué? Es un libro que le resultará inútil.
-No es el libro, tonta; es porque te habrás acordado
de que es su actriz favorita.
-Pero, ¡si lo has encontrado tú!
-Ya-había sonreído su hijo-, pero yo no te he dicho en
ningún momento que ella fuera la actriz que más le gustaba a mi madre. Te has
acordado tú sola.
Eri ojeó el contenido del libro, pasándole hojas,
deteniéndose en algunas fotografías, más recientes unas, más antiguas otras. Me
miró con unos ojos empañados de lágrimas.
-Diana, esto… es un detallazo por tu parte. Muchas
gracias-dijo, y vino a abrazarme. Recordé cómo al principio de nuestra relación
me había chocado que fuera tan física y me había molestado que estuviera todo
el rato haciéndome tragar muestras de cariño que yo no pedía. Ahora, estaba
agradecida de que fuera así de cariñosa. Me gustaba cuando me abrazaba o me
daba un beso, en menos ocasiones que a sus hijos (se había dado cuenta de mis
reparos y no pretendía empujar mis fronteras), porque podía oler el perfume de
su cuello o fijarme en los diseños de sus ojos, que de lejos parecían simples
esferas marrones, pero cuando te acercabas veías surcos que te hacían pensar en
la corteza de un árbol.
-No ha sido nada. Tommy lo eligió-dije, y una voz en
la escalera me contradijo.
-No le hagas caso, mamá-respondió su hijo mayor-. Yo
sólo encontré el libro, fue ella la que decidió traerlo. Se acordaba de que te
gusta Meryl.
-Decir que Meryl me gusta es poco-sentenció la mujer,
firme, pero cuando volvió a posar sus ojos en mí, vi que estaba profundamente
conmovida. Me acarició la mejilla-. Muchísimas gracias, corazón.
Hizo amago de sentarse en el sofá a observar más
detalladamente el regalo, pero Tommy bajó las escaleras.
-¡De ninguna manera! ¿En esta casa no se cena, o qué?
-Ahí tienes la cocina-le indicó su madre con la
mandíbula, y Tommy se llevó una mano al corazón.
-O sea, ¿que no vas a cocinar con tu primogénito en su
última noche en casa?
-Si mi primogénito me convence…-se burló ella. Tommy
le dio un beso en la mejilla y los dos se encaminaron hacia la cocina. Me dejaron
mirar cómo cocinaban, sentada a la mesa en la que solíamos desayunar, con el
ordenador encendido ultimando detalles para el descanso de mi carrera. Respondí
mensajes de Kristen, luego, de unos cuantos clubs de fans, envié respuestas
personales agradeciendo a determinados profesionales su confianza y su
dedicación conmigo y las palabras de ánimo con las que habían llenado mi
bandeja de entrada.
Me metí en Instagram, limpié todos los mensajes
recibidos sin apenas mirarlos, y activé el filtro de “sólo mostrar
interacciones de personas a las que sigues”. Vi varios me gusta dispersos, un
par de comentarios… y la primera foto en la que aparecía con Tommy escaló hasta
mi pestaña de notificaciones. Me quedé mirando la bonita pareja que hacíamos.
Los comentarios de Layla celebrando nuestro amor. Los ojos de él, brillantes,
sin necesidad de ningún filtro para ser los más preciosos del mundo, sonriendo
igual que lo hacía su boca mientras yo le daba un beso en la mejilla.
Miré a Tommy, que seguía absorto en el cocinado, ajeno
a todo salvo a las manos con las que manipulaba utensilios e ingredientes por
igual. Miró a su madre cuando ella le dijo algo, asintió con la cabeza y volvió
su atención de nuevo a sus dedos.
Por dios, qué guapo era. Incluso cuando no me estaba
haciendo el más mínimo caso. Incluso cuando no intentaba serlo. Incluso cuando
me daba la espalda y yo sólo tenía el recuerdo de sus ojos. Incluso con el ceño
ligeramente fruncido, concentrado como estaba.
Especialmente concentrado
como estaba en algo que le gustaba tanto.
Una parte de mí no dejó de adorarlo en toda la noche;
incluso cuando me pasaba la mano por la cintura, recordándome que estaba ahí,
que era mío en todo su esplendor mortal, no podía dejar de verlo moviéndose en
la cocina como yo lo hacía en las pasarelas y en mundos de lujo y exceso. Cómo
le había acariciado la cintura a su madre para que no se moviera mientras ella
revolvía en una olla y él se inclinaba hacia uno de los armarios de la pared,
en busca de una fuente, cómo había bromeado con ella por cosas que yo no
entendía, cómo había intercambiado un par de frases con Eri en español,
olvidada ya mi presencia.
Me habló al oído, lo hizo en español, sabiendo de
sobra que eso me traería volando de Nueva York si era preciso. Me lo quedé
mirando, me apartó un mechón de pelo de la cabeza.
-¿Qué?
Negó con la cabeza, cerrando un angustioso momento
esos ojos de color azul cielo, un cielo que yo me moría por surcar, como si
fuera un pajarito. Bebimos, y seguí adorándolo, bailamos, y seguí adorándolo,
contemplamos a uno de sus mejores amigos abrir sus regalos en un completo
éxtasis, y una par de mí seguía adorándolo; nos besamos, nos acariciamos, nos
sonreímos entre beso y beso y también durante alguno, y yo seguí adorándolo,
seguía viendo cómo su esencia más pura se extendía ante mí, sin tapujos y sin
nada tras lo que ocultarse, perdidas todas las vergüenzas.
Nos despedimos de Scott, volvimos a su casa
acompañados de Mimi y Eleanor, abrimos la puerta y nos encontramos la casa en
el más absoluto silencio. Alguien nos había dejado las zapatillas en el hall,
para que no fuéramos descalzos por la casa. Subimos sigilosamente en dirección
al baño, nos cepillamos los dientes y nos despedimos de Eleanor y Mary, que
probablemente se pasarían media noche diciendo lo mucho que se echarían de
menos.
Era lo que habría hecho con Zoe de haber tenido tiempo
suficiente para digerir que me marchaba y que probablemente jamás volviera.
Lo habría hecho con más ahínco y hubiera llorado con
más rabia de saber que me iba a convertir en la chica de Tommy, olvidando
aquella Diana que tan poco vulnerable había sido, la reina de la ciudad más
poderosa del mundo.
Y, sobre todo, habría llorado con mucha más fuerza
porque me aterrorizaría descubrir que no me importaría perderlo todo una vez me
viera reflejada en esos ojos azules.
Me acerqué a Tommy y le pasé las manos por los
hombros, anticipando unos mimos que le daría y reclamaría esa misma noche. Él
me correspondió, me tomó de la cintura y me atrajo hacia sí, y me llevó hasta
la trampilla de mi habitación. Tiré del cordón para abrirla y que la escalera
cayera hacia abajo, y en ese instante le perdí. Él clavó los ojos en una
rendija de azul amarillenta que se colaba por debajo de la puerta de la
habitación de sus hermanos pequeños. Me miró disculpándose.
-Tengo que ir a verlos-dijo, y yo asentí con la
cabeza, tirando un poco de mi chaqueta para cubrir mi ropa de fiesta, que
parecía poco adecuada para ir a despedirme de unos niños a los que había
aprendido a querer como si fueran mis propios hermanos. Tommy se acercó con
sigilo a la puerta, la empujó con suavidad y metió la cabeza dentro-. Dan, ¿no
puedes dormir?
-Te estaba esperando-respondió una voz infantil,
tremendamente somnolienta. Me asomé a la puerta y descubrí al niño frotándose
los ojos, sujeto a un oso de peluche de aspecto viejo. Tommy le sonrió.
-Pues ya he llegado, ya puedes ponerte a dormir.
-¿Me lees un cuento?
-Te caes de sueño, campeón.
-¿Por favor?-insistió-. Es el último.
Tommy meneó la mandíbula, me miró por encima del
hombro, disculpándose una vez más. Se quitó la chaqueta y se la colgó de una
mano.
-Está bien, pero uno cortito, ¿vale?
Astrid abrió los ojos en algún momento de la noche,
atenta a las historias que les contaba su hermano mayor, y se rió y se arrebujó
y sonrió con satisfacción cuando Tommy la arropó como si fueran las nueve de la
noche en lugar de la madrugada, y le devolvió el beso en la mejilla y esperó
pacientemente a que yo depositara uno suavemente en su frente. Los dos niños bostezaron
y se quedaron dormidos antes de que yo pudiera tocar el pomo de la puerta.
La abrí y me giré para iniciar el cortejo (como lo
habían llamado en la entrevista con Tommy), sólo para adorarlo un poco y
enamorarme muchísimo más de él cuando lo descubrí mirando a los pequeños como
si fueran los tesoros más preciados que tuviera. Le acaricié la mano y él se
volvió hacia mí.
-No sé qué va a ser de mí mañana, cuando ya no pueda
venir a darles un beso de buenas noches.
-Siempre puedes dárselo a Eleanor-sonreí.
-Eleanor ya no quiere que la arrope-respondió, con una
sonrisa cansada. Me acerqué a él.
-Pues ella se lo pierde, más Tommy para mí-le acaricié
la cara y le di un suave beso en los labios. Él me apartó un mechón de pelo
detrás de la oreja y aprovechó para acariciarme el cuello. Me volvía loca
cuando hacía eso.
-Puede que hasta salga ganando con el cambio-susurró.
Me mordí el labio, navegando en aquellos ojos. Tiré de él, lo saqué de la
habitación de sus hermanos, y pasó de ser el hermano mayor a mi chico. Apoyé la
espalda en la pared y esperé a que él me acorralara con su cuerpo.
-Creo que mandarme aquí fue lo mejor que mis padres
pudieron haber hecho nunca-le confesé cuando subimos a mi habitación y me senté
en la cama, esperando a que empezáramos.
-Los regalos inesperados son los mejores-replicó él,
acariciándome el mentón como si quisiera tomarme las medidas para hacerme un
busto de mármol-, y tú eres uno que me ha llovido del cielo, Diana.
-Desnúdame-le dije al oído, suplicante-, y hazme el
amor.
Eso fue lo que hizo.
Fue la última vez que lo hicimos en aquella cama que
nunca hubiera tenido, que odié nada más llegar a Inglaterra, y que había
aprendido a querer poco a poco, a base de besos, caricias y sexo, como quieres
al río en el que pescas a tu primer pez.
La diferencia es que nunca terminas de adorar al río
como yo terminé adorando a aquella cama en la que había descubierto lo que era
que te quisieran por primera vez en mi vida.
Un timidísimo sol llamaba a la
ventana como queriendo recordarnos que aquel era el último mes de invierno
antes de la primavera. Abrí los ojos y rodé por la cama, casi acostumbrada a la
presencia que había a mi lado y que amanecía siempre ahí todas las noches. Me
giré para contemplar a Tommy dormir, tumbado sobre su tripa, con la cara vuelta
hacia mí, el pelo enmarañado y un pintalabios difuminado en sus labios. La
barra de labios que utilizaba para mantenerlos perfectos tenía un toque de
color que ahora hacía los labios de mi inglés mil veces más besables.
Pero dormía tan apaciblemente que no pude arriesgarme
a romper la magia del hechizo, así que me incorporé, decidida a hacer del
último día en casa de los Tomlinson el mejor hasta la fecha, por lo menos para
Tommy.
Sabía que lo pasaría mal, que echaría mucho de menos a
su familia y que se moriría por volver a la mínima oportunidad. Lo había
sentido en mis propias carnes, ese dolor acuciante al pensar que estabas lejos
de casa, la sensación de vacío al no tener nada a lo que llamar hogar mientras
te terminabas de marchar de un lado para instalarte en el otro.
El miedo a lo desconocido.
Y yo no tenía hermanos, lo cual lo hacía más difícil
aún. Yo me había ido de casa enemistada con mis padres, convencida de que no me
querían y se habían terminado hartando de mí.
Había decidido contrarrestarlo con muchos mimos y
atenciones. Era mi última oportunidad de tener detalles con él, por lo menos en
mucho tiempo, y lo cierto era que, por primera vez en mi vida, me apetecía
mimar y consentir a otra persona que no fuera Zoe. Y eso que no estábamos en el
cumpleaños de Tommy, y normalmente esta rama generosa me salía sólo en su
cumpleaños.
Vacilé un momento entre ponerme una camiseta mía o una
suya, y al final opté por la de él. Hay una pura inocencia y a la vez un cierto
erotismo en pasearte por ahí con la ropa que tu novio ha llevado la noche
anterior, y yo no iba a renunciar a esa mezcla de sensualidad tan alegremente.
Bajé las escaleras dando brincos silenciosos, sólo
para encontrarme con que Louis y Eri ya estaban despiertos, apoltronados en el
sofá, dispuestos a aprovechar su día haciendo entre nada y aún menos. Eri
devoraba el libro que le había regalado la tarde anterior, mientras Louis
simplemente estaba tirado contemplando la pantalla de su ordenador, mirando de
vez en cuando a su esposa, sonriendo al verla tan absorta y volviendo su
atención de nuevo a sus quehaceres informáticos.
-Buenos días-saludé, sonriente. Eri levantó la cabeza,
Louis la imitó.
-Qué madrugadora-observó él después de los saludos de
rigor. Me encogí de hombros.
-Es que le quiero hacer el desayuno a Tommy. Me hace
ilusión-expliqué-. Como él me lo ha hecho varias veces…
-¿Necesitas ayuda?
-Puedo sola, gracias-sonreí y me giré sobre las
plantas de los pies cual bailarina para entrar con valentía en la cocina. Me
peleé con un huevo crudo que rompí en un plato (me daba miedo echarlo
directamente sobre la sartén, por eso de que el aceite caliente saltaba y no
quería quemarme), con tan mala suerte que la yema se me rompió nada más
trasladarlo-. Mierda-gruñí, y levanté la vista, en busca de ayuda. Eri, que
llevaba observándome desde que encendí la cocina, se levantó y vino hacia mí,
dejando el libro abierto sobre la pequeña mesa frente a la televisión-. Se me
ha roto la yema-expliqué, y ella asintió con la cabeza.
-No pasa nada. Puedes hacérselos revueltos-dijo sin
más-. Le gustan igual.
-No sé hacerlos revueltos.
-Es fácil-respondió-. Coges un huevo: hecho-lo
señaló-. Lo cascas y lo echas en la sartén: hecho. Le rompes la yema.
-Hecho-sonreí, y su sonrisa se ensanchó.
-Y ahora, lo revuelves. No tiene más misterio.
No hizo amago de cogerme la cuchara de madera y
hacerlo ella, sino que depositó su total confianza en mí. Puso los brazos en
jarras, observando cómo lo hacía, y asintió con la cabeza.
-Si necesitas algo…
-Lo sé.
Se dio la vuelta y atravesó la puerta.
-Eri-la llamé, y se volvió-. Gracias.
-No se dan, tesoro.
-No, en serio. Gracias. Por todo.
Eri me dedicó una sonrisa afectuosa.
-No se dan-repitió-, cariño-y, sin decir nada más, volvió
a sentarse en el sofá, con el libro entre las manos, los ojos atentos en mí,
pero no por si metía la pata, sino con un orgullo olvidado para mí y cotidiano
para ella, el de una madre que observa a uno de sus retoños desenvolverse en el
mundo como un animal hecho y derecho.
Freí beicon, saqué un zumo de la nevera y también algo
de mermelada. Hice un par de tostadas en la propia sartén y lo distribuí todo
como buenamente pude en una bandeja.
-Madre de Dios, Diana, ¿cuándo va a ser la próxima vez
que coma?-preguntó Louis, divertido, pero Eri le dio un manotazo.
-Es americana, y los americanos desayunan bien, no
como vosotros, los ingleses.
-“¿Nosotros, los ingleses?”-repitió Louis, incrédulo-.
Nena, te has casado con un inglés, has parido a cuatro ingleses, llevas 20 años
viviendo en Inglaterra. Creo que
querías decir “nosotros, los ingleses”.
-Yo no soy inglesa-discutió la jefa de la casa, muy
pagada de sí misma-. Y desayuno bien.
-Lo que tú digas, mi amor.
Me peleé con la trampilla de mi habitación para poder
abrirla; no había contado con que tendría que escalar, abrirme paso por el
agujero, y sostener la bandeja en equilibrio, todo a la vez. La empujé con una
mano mientras hacía malabares con la otra y una pierna, luchando por mantener
la bandeja estable, y por fin, después de una complicada lucha, conseguí entrar
en mi habitación.
Al olor de comida, Tommy levantó la cabeza.
-Buenos días-canturreé, dejando la bandeja a su lado y
depositándole un beso en los labios. Como aperitivo, pensé, feliz.
-Días-replicó él, mirando la bandeja, confuso-. ¿Y
esto?
-Te he hecho el desayuno-expliqué, orgullosa de mis
improvisados huevos revueltos y de mi beicon casi quemado.
-¿Y me lo traes a la cama como una esposa servicial?
Me eché a reír.
-Puede ser.
-¿Acaso te estás entrenando?
-Yo nunca seré una esposa servicial.
-Qué novedad. Con lo obediente que eres, cualquiera lo
diría-contestó, incorporándose un poco.
-Ni una esposa-puntualicé, y él alzó las cejas.
-¿No quieres casarte?
-Nah. ¿Y tú?
-Joder, yo sí. Está bien que tengamos esta
conversación, Diana-se untó un poco de mermelada en la tostada.
-Menos mal que te queda Layla, ¿eh?
-También me quiero casar contigo-soltó, como si no
hiciera dos segundos que se acababa de despertar, o algo así. Noté cómo me
subía el color a las mejillas, imaginándome por primera vez en mi vida pasando
por una estúpida ceremonia en la que todas las invitadas intentaban hacer
sombra disimuladamente a la novia y en la que te hacías de una persona para
toda la vida… o hasta que te durara el divorcio.
Me imaginé vistiéndome de blanco, el color de la
pureza y la virginidad, y caminando hacia un cura que cantaría las alabanzas
del amor puro, como si no fuera la mayor golfa que había conocido Nueva York, a
la que más veces se lo habían comido y más veces se había comido ella pollas.
Me puse aún más roja al darme cuenta de que la
perspectiva había cambiado sólo por el mero hecho de que no me acercaría por el
pasillo a un ricachón estúpido o algún gilipollas que me hiciera reír con
contactos, sino al chico que ahora me miraba y sonreía mientras masticaba una
tostada a medio untar.
-Lo mejor de decirte estas cosas-comentó Tommy,
riéndose-, es la cara que pones porque no sabes qué contestar.
-Ah, ¿que era coña?-inquirí, un poco aliviada,
bastante decepcionada, y totalmente sorprendida por los sentimientos
encontrados que se arremolinaban en mi interior. Tommy se puso serio de
repente, como si le acabara de preguntar de dónde venían los niños o qué era
ese sofoco que sentía cuando veía a un chico guapo por la calle. Ganas de follar, mi vida.
Más o menos lo que
tienes ahora. Mira qué mandíbula tiene, por Dios. Mira cómo mastica.
-No-respondió
él, y tardé un segundo en seguir el hilo de la conversación de vuelta de mis
pensamientos-. Yo reconozco a la mujer de mi vida cuando la tengo delante-me
puse aún más colorada. Lo estaba pasando realmente mal. Tommy me sonrió,
dándose cuenta de dónde nos estábamos metiendo, y, sobre todo, de que yo aún no
estaba lista para hablar de aquello de lo que estábamos hablando-. O cuando me
trae el desayuno a la cama de un modo totalmente altruista.
-No ha sido altruista-respondí, echándome el pelo a un
lado, agradeciendo el terreno cedido por él, que no parecía querer presionarme.
-¿No?
-No-sonreí-.Es que me trae buenos recuerdos-ronroneé-.
Y me apetecía.
-Si te dijera las cosas que me apetecen a mí en este
momento-respondió él, echándome un vistazo de abajo arriba. Me reí.
-Come, venga, que se te va a enfriar.
Se incorporó un poco y me acarició la cara.
-Te das cuenta de que con eso, lo único que estás
haciendo es ser generosa y no pedirme nada a cambio, ¿verdad?
-Ya me has dado muchas cosas.
-Sí, ¿no? Como unas mejillas coloradas; apuesto a que
soy el primer chico que consigue que te pongas roja en toda tu vida.
Sentí cómo me subía el calor de nuevo a la cara, e
intenté tranquilizarme. Que me pidiera lo que quisiera: que me pusiera de
rodillas y le hiciera una mamada bestial, que me abriera de piernas y le
montara como si no hubiera un mañana, que separara mis muslos y le dejara
comerme como si fuera su último alimento antes de irse a la guerra. Pero que no
me hiciera esto. Que no me hiciera hablar de cuántas veces estaba siendo el
primero en tantísimas cosas, porque me sentía una niña en compañía del chaval
de instituto que le gusta, soñando con él cada noche, escribiendo cartas que
nunca le va a mandar y colándole mensajes de admiradora secreta en su taquilla
el día de San Valentín.
-Tommy, de verdad-dije, fingiéndome ofendida-. Que se
te va a enfriar.
Él me miró un momento más, terminando de masticar su
muy mermada tostada. Sus ojos se oscurecieron, y mi yo interior suspiró
aliviado. Eso sí que podíamos manejarlo.
-Ahora mismo, sólo quiero desayunarte a ti.
Apartó la bandeja hacia la mesilla de noche, me tomó
de la cintura, me tiró contra el colchón y, mientras yo caía, me agarró de las
bragas y tiró de ellas. Separé las piernas todo lo que pude, expectante, y
lancé un gemido cuando se lanzó hacia mí como un camello que por fin encuentra
un oasis, justo antes de que se agoten las reservas de su joroba. Me mordí el
labio, arañé el colchón, arqueé la espalda y separé un poco más las piernas,
dándole cancha para que hiciera lo que quisiera con mi sexo, sorprendentemente
dispuesto y anhelante de su lengua.
-Tommy-gemí, moviendo las caderas involuntariamente,
acompañando el envite de sus labios.
-Dios, sí, nena, di mi nombre; sabes lo que me pone
que digas mi nombre mientras te lo como.
-Tommy-repetí, jadeando, buscando aire, buscando el
frío, desabrochándome la camisa y acariciándome sin vergüenza ninguna,
recuperado el estado primitivo de la humanidad. Con una mano me acaricié los
pechos, igual que lo haría él de estar más arriba, y con la otra bajé hasta el
centro de mi ser. Recibió mis dedos anhelantes con un chupetón que hizo que me
estremeciera de arriba abajo, y que una oleada de calor me recorriera entera.
Abrí la boca y dejé escapar un jadeo tan escandaloso que estuve segura de que
me oirían hasta en mi ático de Nueva York.
Me masturbé mientras él me devoraba, y le noté
sonreír, dándose cuenta de lo que hacía.
-Tommy-gemí, suplicante-. Sube. Sube-rogué, pero le
noté negar con la cabeza.
-Yo creo en la simetría, Diana. Es nuestra última vez
en casa, ¿sabes cuántas veces voy a hacer que te corras?
-Oh, Dios mío-fue todo lo que pude responder antes de
que un orgasmo explosivo inundara cada rincón de mi ser, le prendiera fuego a
cada célula. Intenté apartarlo de mí, pero él no se alejó, y bebió del calor
líquido que era mi placer, los efectos que su lengua tenía en mi cuerpo.
Ya estaba agotada.
-Uno-anunció, triunfal.
Y todavía quedaban dos.
Subió por mi cuerpo, dándome besos, pero no dejó mi
sexo desatendido en ningún momento. Mientras me masajeaba en círculos, entrando
de vez en cuando para recordarme a quién le pertenecía cada fibra de mi ser con
un dedo, me fue dando besos hasta llegar a mis senos.
-Ni se...-empecé, pero él sonrió, me mordisqueó los
pechos y me catapultó a la velocidad de la luz de nuevo a las estrellas.
Terminé de retorcerme y abrí los ojos, sólo para encontrarme con los suyos, su
sonrisa victoriosa en la boca.
Y se chupó el dedo.
-No tienes vergüenza.
-Dos.
Esperó una eternidad. Separé las piernas, me froté
contra él.
-¿No quieres poseer a tu americana?-invité, coqueta.
-Ya pensaba que no se lo ibas a pedir a tu inglés.
-Pero, inglés-repliqué, frotándome aún más contra él,
disfrutando de las riendas de la situación-, con lo que me encanta la simetría-ronroneé, mirándole a los ojos, disfrutando de
cómo perdía el control y lo ganaba yo. Meneé las caderas en círculos,
incitante, y Tommy no se hizo de rogar. Apenas entró en mí, le noté romperse,
demasiado excitado por todo lo que me había hecho como para resistir como solía
hacer. Me mordió el hombro mientras se corría, cálido entre mis muslos y
palpitante en mi interior. Me miró como un corderito degollado, pidiendo
disculpas, pero yo alcé las cejas-. Vaya, vaya, parece que el cazador ha sido
cazado, ¿eh?
-¿Quieres cuatro? Porque tengo aguante para cuatro.
Me eché a reír, los dos gemimos, alentados por lo que
las carcajadas hacían a nuestra unión, suspiré y continué moviéndome debajo de
él. Me gustaba cuando estaba encima, tumbado sobre mí, acariciándome con todo
su cuerpo mientras yo me arrastraba bajo el suyo, ayudando a que sus empellones
fueran más profundos. Encontró un ritmo torturador y se quedó en él, haciendo
que mi boca vomitara frases inconexas de las apenas me percataba, tan ocupada
estaba en notar nuestros cuerpos unidos en tantos rincones que me era imposible
contarlos: nuestros sexos, nuestras caderas, sus abdominales en mi vientre, su
pecho sobre los míos, su boca en la mía, su lengua en mis labios, sus ojos
mirándome cuando necesitábamos respirar.
Sonrió al ver que me acercaba como el estudiante que
tiene bien resuelta la cuenta matemática y al que el profesor llama la atención
porque su resultado no es el mismo.
Me acarició las caderas, se arrodilló entre mis
piernas y me embistió tan dolorosamente despacio que creí que me volvería loca.
Sus empujes fueron profundos, sucios, animales, disfrutando de cómo mi cuerpo
se escapa a mi control. Me acarició los glúteos, me miró a los ojos, y en ellos
me vi reflejada, desnuda, postrada ante él, total e irremediablemente suya.
-Tres-dijo, y, como si hubiera estado esperando
precisamente esa señal, mi cuerpo se rompió en mil pedazos, me revolví en un
clímax increíble como pocos. Tommy se quedó quieto, saboreando la sensación,
midiendo mi descontrol. Me observó con curiosidad mientras los temblores remitían,
a la espera, y, cuando mis ojos se encontraron con los suyos, sonrió y exhaló,
agotado pero satisfecho.
Se tumbó a mi lado, su miembro todavía preparado para
continuar, pero de un tamaño menor al que tenía en sus momentos de apogeo. Me
relamí, pensando en cómo reaccionaría si me arrastraba y me lo metía en la
boca, haciéndole probar su propia medicina. Pero estaba exhausta, así que sólo
me quedó quedarme quieta, recuperando el aliento, dejando que mi corazón se
tranquilizara con los ojos fijos en el techo. Tommy estaba igual, mirando a la
nada, con la mente vagabundeando. Clavó sus ojos en mí después de unos minutos
en que nos dejamos en paz después de tanta guerra; era como atravesar un
terreno neutral entre trinchera y trinchera, nuestra Suiza particular.
-Después de hacerlo estás mil veces más guapa-me dijo,
y yo le miré y me eché a reír.
-Ídem, inglés.
-Y después de hacerlo, te quiero un poquito
más-añadió, experto como era en poner la guinda del pastel.
-Yo te quiero mucho más-respondí, apuñalando el
cadáver de la Diana que había sido para Zoe. Me puse de costado y él me imitó,
me acarició la cintura con la yema de los dedos.
-Uf, ya nos veo de viejitos, tú preciosa, y yo
enamoradísimo, con nuestros 80 años, casados…
-No nos vamos a casar, Tommy-le interrumpí, riéndome.
-Lo que yo te diga-contestó él. Nos quedamos en
silencio, sus dedos recorriéndome, mi piel revolucionándose bajo él.
-¿Y si no podemos follar así durante el
concurso?-pregunté. Echaría de menos los polvos sucios como aquél. No es que no
me gustara cuando lo hacíamos despacio, al contrario, me encantaba sentir que
conectábamos a niveles más trascendentales que nuestros cuerpos, pero… a veces
una necesita el cansancio que produce que tu novio te folle sin piedad.
Le viene bien al cutis.
-Pues, la semana que viene, me tiro por el suelo y
hago la croqueta en plena actuación, y Jesy nos echa fijo-sonrió-. Ya nos tiene
un odio por haber llevado a Scott…
Me quedé callada, a la espera de que dijera algo más.
-¿Crees que nos dará caña?
-¿Es coña?-replicó-. ¿Has visto cómo se puso con
nosotros en la audición? Ya podemos ser los mejores; entonces igual, con
suerte, en lugar de crucificarnos sólo nos arranca la piel a tiras.
-¿Tu padre no es amigo de Little Mix?
-Perrie y él eran cercanos. Especialmente después de
que Zayn rompiera con ella. Ya sabes, la época de “¿recuerdas cuando tenías una
vida?” y todo ese rollo-puso los ojos en blanco-. Pero eso no quita de que no
lo recuerden. Y, por una vez, que Scott sea igual que Zayn es un inconveniente
en lugar de una ventaja.
-Pero también te tenemos a ti-susurré, acariciándole
el mentón. Él asintió con la cabeza.
-Sí, bueno, y puede que ésa sea una de las razones por
las que no nos mandó a casa de una patada en…-se quedó callado, escuchando.
Acababan de llamarle desde el piso de abajo. Nos incorporamos de un brinco y
buscamos nuestra ropa en la maraña de sábanas-. Un segundo, papá-pidió, casi
suplicó, mientras se enredaba los pantalones en las piernas y se pasaba la
camiseta por los hombros. Le tiré los pantalones mientras yo me ponía su
camiseta de dormir-. Vale, ya puedes-dijo tras comprobar que yo estaba
presentable, y su versión más mayor asomó la cabeza por la trampilla.
-No hacía falta que os vistierais, todo el vecindario
ha podido oír a Diana-espetó, y los dos nos sonrojamos. Se volvió hacia su
hijo-. Tu madre va a ponerse a cocinar ya, ¿vas a bajar, o estás demasiado
ocupado comiendo?
-Ya voy-se excusó en tono vacilante y tímido, sacando
un pie de la cama y caminando hacia su padre, que se lo quedó mirando desde
abajo, y luego sonrió.
-Menudo semental estás tú hecho, Thomas, cómo se nota
que eres hijo mío.
-¿Verdad que sí?-soltó el susodicho, la madre que lo
parió, y padre e hijo se echaron a reír-. Pues tengo algunos truquitos que me
ha enseñado Scott, y que con Diana son mano de santo; por ejemplo, la cojo del
pelo mientras le meto la mano en…
-¡Tommy!-protesté, tirándole la almohada, y él se
giró, me miró, me dedicó una sonrisa canalla (la sonrisa que Scott tenía
patentada) y me guiñó un ojo.
-¿Bajas, americana?
Me puse de morros pero accedí, sabiendo que Tommy no
se iría de la lengua con su padre ahora que le había dicho que calladito estaba
más guapo. Me senté a contemplar cómo cocinaba, un poco dolorida por el
reciente contacto, y apreté los muslos instintivamente cuando él se puso de
puntillas en busca de algo que le había pedido Eri, mostrándome por un fugaz
momento sus calzoncillos.
Su madre le preguntó si usábamos condón siempre, y le
echó la bronca del siglo cuando consiguió sonsacarnos que lo habíamos hecho un
par de veces sin ningún tipo de protección, y que yo necesitaría la segunda
píldora en lo que llevábamos de año. Le gritó que era un inconsciente y un
egoísta, que si no sabía el chute hormonal que se producía con aquella
pastilla, que cómo podía ser tan tonto…
-Diana quiere tener hijos conmigo, mamá; así su
organismo se acostumbra a mi material genético-le soltó, y Eri se lo quedó
mirando un buen rato, estupefacta ante la respuesta que le acababa de dar. Se volvió
hacia mí.
-Con la cantidad de chicos que había en el vecindario,
¿tenías que acostarte con éste?
-Es que me adora-respondió Tommy.
-Es que era el que me quedaba más a mano-contesté yo. Tommy
me fulminó con la mirada y Eri se echó a reír, le dio con un paño de cocina en
el culo y anunció:
-Como me entere yo de que andáis haciendo el tonto por
ahí, te los corto, Thomas.
-¿Y si hay papeles de por medio?
-Pero no los hay.
-Pero, ¿y si los hay?
-Pero no los hay, Tommy-discutió su madre.
-¿Y si los hubiera?
-Qué pesado eres, chico-protestó Eri.
-Nada, Diana, que hay que casarse-Tommy se echó a reír-.
Con las ganas que tiene mi madre de un montón de nietos a los que mimar, ¿eh?
-Yo no necesito más críos a los que cuidar; contigo me
basta y me sobra, y todavía tengo que ocuparme de tus hermanos pequeños
también.
-Bueno, mamá, esta noche ya dejo de estar bajo tu
jurisdicción… así que, si la casa se queda demasiado vacía, nos lo dices a Diana
y a mí, ¿vale?-le dio un golpe con su cadera, y Eri lo miró un segundo. Se llevó
una mano a la boca-. Mamá, no llores-le pidió, pero ya era tarde. Los ojos de
su madre se habían convertido en auténticas cataratas por las que corría el
agua sin cesar. Dejó que su hijo la cogiera entre sus brazos y la estrechara
contra su pecho-. Mamá, no pasa nada.
-Es que hace dos días eras así-se llevó una mano a la
rodilla-, y ahora ya te me vas de casa…-gimoteó, y yo aparté la vista, también
un poco emocionada, admirando de paso la entereza con la que Tommy manejaba la
situación.
-Venga, mamá, si no me voy de casa, sólo me voy de
vacaciones unos meses.
Tommy la arrulló y la besó y la acunó mientras ella
desahogaba toda su tristeza. Ya tenía asumido que Eleanor se marchaba, lo que
había sido una sorpresa fue la partida de su primogénito también. Tommy le besó
la cabeza, le acarició la espalda, le aseguró que él siempre sería su niño
pequeño aun cuando fuera un ancianito de pelo blanco…
-¿Y si estás calvo?
-No, mujer; calvo va a estar Scott-sonrió él, y Eri se
echó a reír entre sollozos, y él le dio un beso en la mejilla, le acarició los
hombros-. ¿Mami? Se nos va a quemar el pollo. Deberíamos dejar tanto
sentimiento para otro momento-sugirió, y Eri se echó a reír, asintió con la
cabeza, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se volvió hacia su
cocina. Tommy me miró, yo le miré a él, nos sonreímos un segundo, y luego él
imitó a su madre.
Aguanté estoicamente que no me hicieran caso y que
hablaran en idiomas que yo no comprendía mientras cocinaban. Eri dijo algo, yo
no la escuché, y sonrió cuando di un brinco, dándome cuenta de que estaban
hablándome a mí.
Estaba tan ensimismada mirando a Tommy sin verlo
realmente, perdida en una película prefabricada en la que los dos teníamos la
familia con la que él soñaba, y con la que me sorprendí soñando yo también, que
se me había olvidado mi ente corpóreo.
-Parece que alguien te quiere mucho, ¿eh, T?-sonrió Eri.
-Mamá, no hables de ti en tercera persona. Es raro.
-Es que…-suspiré-. Está tan bien hecho, Eri. Lo hicisteis
con ganas, ¿verdad que sí?
Tommy no se dignó en girarse, pero pude ver su sonrisa
de disfrute aun desde mi ángulo.
-No lo sabes tú bien, tesoro-le acarició la cara a su
hijo, que dio unos golpecitos en el suelo con la punta del pie como si fuera un
perrito.
Entraron Mary y Eleanor, preguntando si necesitaban
ayuda. Los dos negaron con la cabeza y, cuando las chicas se iban a marchar, Eri
las retuvo.
-¿Qué tal el chico que te gusta, Mimi? El bailarín.
-¿Trey?-Mimi se puso colorada, apartándose el pelo de
la cara. Tommy se la quedó mirando; probablemente nunca hubiera escuchado ese
nombre. Me regodeé en pensar que yo sí. Incluso le ponía cara al muchacho que
tenía a Mary medio enamorada-. Bien. Está bien.
-¿Ya le ha conocido tu hermano?
-Bueno… lo ve a la salida. Pero no sospecha nada. Aunque
dice que no tengo posibilidades.
Eri se irguió.
-¿Por qué? Con lo preciosa que tú eres. Podrías tener
a cualquier chico que quisieras.
-Es que dice que es gay-se frotó el brazo-. Aunque,
bueno, a Alec cualquier chico que no haya estado con tantas chicas como él, ya
le parece gay. Incluso a Louis lo consideraría.
-Pues no sería el primero, tesoro-sonrió Eri, y Eleanor
y Tommy se echaron a reír. Louis protestó desde el salón, a lo que Eri le
respondió con un “¡te quiero, mi amor”. Las chicas salieron, una divertida, la
otra muerta de vergüenza, pero un poco animada. Era increíble lo que aquella
mujer te podía hacer sentir con un par de palabras, era como si supiera
exactamente dónde te dolía algo para ir a ponerte la tirita.
Era paciente, cariñosa, y buena… y generosa, más que
mamá, quien de lo contrario no habría decidido dejar de quererme, seguiría
siendo como cuando era pequeña y como Eri seguía siéndolo con sus hijos, sin
importar su edad, riendo y acariciando y besando y mimando cada vez que se le
presentaba la oportunidad.
Me descubrí a mí misma con los ojos empañados. Tommy me
vio de reojo, y se giró con el ceño fruncido.
-¿Qué pasa, Didi?
Su madre también se giró.
-No te he dado las gracias por todo lo que has hecho
por mí-sollocé, y Eri se tocó el pecho, conmovida-, cómo me has cuidado y me
has aceptado como soy y… y no me juzgas, a pesar de todo lo que sabes de mí…-Tommy
miró a su madre, pero eligió no decir nada, gracias a Dios-. Yo… quería decirte
que te voy a echar mucho de menos. No voy a echar a nadie de menos tanto como
lo voy a hacer contigo-Eri vino a acariciarme la cabeza-. Para mí, tú eres mi
madre, y me da igual lo que diga la de Nueva York.
-Cariño, no digas eso, madre no hay más que una, y
ella se desvive por ti.
-Yo no la veo aquí, consolándome ni despidiéndose de
mí. Ni siquiera me ha llamado con lo del concurso, a pesar de que ya se sabe
que voy a irme un tiempo-me limpié las lágrimas con el dorso de la mano-. Madre
no es la que sale corriendo a la mínima oportunidad.
-Noemí no salió corriendo, y lo sabes-susurró,
paciente-. Le duele muchísimo estar lejos de ti, pero las tres sabemos que esto
era lo mejor para ti.
-A veces desearía que tú fueras mi madre y no ella.
Tommy se puso rígido, estupefacto ante tal afirmación,
pero Eri no movió ni una pestaña.
-Sé que te duele lo que ha pasado, pero algún día
entenderás el gran sacrificio que ha hecho tu madre apartándote de ella y de todo
lo que te hacía daño.
-Vive como una reina, sobre todo desde que yo estoy
aquí.
-Tú también vivías como una reina, hasta que conociste
a mi hijo, y luego, todo lo que tenías hasta entonces te parecía miseria
comparado con él-respondió, y yo me quedé mirándola, y miré a Tommy, que se
mordía el labio, pensativo-. Eso es lo que está viviendo tu madre ahora. Las vacaciones
que vivisteis los dos. Ese infierno que dura ya cinco meses.
Clavé la mirada en ella de nuevo.
-¿Ves? Hasta en defenderla eres mejor que ella.
-Yo no soy mejor que ella, porque yo no soy tu madre
ni lo voy a ser nunca, Diana-consoló en tono dulce-. Yo también te voy a echar
de menos, y para mí eres como una hija, ya lo sabes, pero… pero yo no voy a ser
nunca una madre para ti.
-La sangre no significa nada.
-La sangre, no; la infancia, sí. Y tus recuerdos más
felices están plagados de la imagen de Noemí, no de la mía. Yo soy como tu hada
madrina-sonrió-. Te ayudo cuando más lo necesitas, pero la que está para levantarte
cuando tropieces cada día, es Noe.
Me dio un beso en la frente.
-Algún día, lo entenderás.
Parpadeé, anegada en lágrimas. Tommy me acarició los hombros,
me preguntó si quería que hiciéramos algo, pero negué con la cabeza. Era su
último día en casa, sus últimos momentos con su madre; no se lo arrebataría
como me habían arrebatado mi vida.
Astrid y Dan entraron en la cocina en el instante en
que yo terminaba de convencer a Tommy de que estaba bien.
-¿Diana?
-Ahora no es un buen momento, chicos-les dije. No quería
jugar, quería quedarme en esa burbuja de protección que su madre parecía llevar
a cuestas.
-Es que tenemos un regalo para ti.
Fruncí el ceño.
-¿Un regalo?-inquirí-. ¿Para mí?
-Esto no me lo pierdo-Tommy dejó una cuchara de madera
sobre la encimera y se volvió. Astrid se acercó y me cogió la mano.
-Sí, lo tenemos en nuestra habitación, pero tienes que
cerrar los ojos.
-Pero…
-¡Cierra los ojos, Diana!-protestó la niña, y yo
asentí. Noté cómo unos dedos se cerraban en torno a mi otra mano, mientras Dan
y Astrid me guiaban por la cocina, escaleras arriba, indicándome los obstáculos
para que los sorteara. Los pasos de Tommy nos seguían de cerca, cautelosos. Otros
dos pares de pasos se unieron a la comitiva: Eleanor y Mary.
Noté a Dan empujando una puerta, a Astrid abriéndola
con ímpetu y llevándome hacia el centro de la habitación. Olisqueé el ambiente,
preguntándome qué sería, sin poder dilucidar nada. Sentí la tentación de echar un
vistazo por entre las pestañas, pero eso les disgustaría y rompería la magia
del momento.
-Vale, ¡ya puedes abrirlos!-celebraron los niños, ya
soltadas mis manos. Hice lo que me pedían.
Y mi cerebro se desconectó.
Apoyadas sobre una cómoda de colores, había una maraña
de plumas blancas y azuladas pegadas, de una forma descuidada para un adulto
pero cuidadosa para un niño, a un cartón que habían pintado previamente con
acuarela blanca.
No se me escapó su forma de lágrima invertida, con
ondulaciones hacia los picos.
Tommy sonrió al ver cómo mi boca se curvaba en una
sonrisa, observando aquellas alas que mi yo anterior habrían calificado como
chapuceras y desastrosas, pero que ahora me parecían las más preciosas del
mundo. Dan hinchó el pecho y comenzó a hablar.
-Como estabas un poco tristona porque esos hijos de… Tommy
no me deja decir esa palabra…
-Puta-susurró Astrid, tapándose la boca de modo que
sólo yo pudiera ver sus labios. Todos nos echamos a reír.
-¿Qué has dicho, Ash?-inquirió su hermano mayor.
-Fruta.
-Ya me parecía.
-Decidimos hacerte nosotros unas. Para que vean esos
cabrones que tú no te vas a quedar sin alas sólo porque ellos sean tontos-Dan
asintió, satisfecho.
-¿Te gustan?-preguntó Astrid, cogiéndolas-. Mira,
incluso le cortamos las asas a una mochila vieja para que te las puedas colgar.
¡Parecerás una princesa alada!
Fue entonces cuando empecé a llorar. Nadie había hecho
algo tan bonito por mí en mi vida. Eso de dedicarme tiempo, esfuerzo, paciencia…
y ser tan creativo, sin esperar nada a cambio.
Y eran unos niños, por dios bendito. Les quería como
si fueran mis propios hermanos. Les quería tanto que me dolía el pecho y me
costaba respirar. Me incliné y los cubrí a besos, les di las gracias, les
achuché con fuerza, les dije que eran los mejores y que nunca se me olvidaría
lo que habían hecho por mí, y que los quería, y que los quería, y que los
quería…
-¿Quieres probártelas?
-¡Claro que sí!-respondí entre sollozos, y me senté en
el suelo para que ellos me las colocaran, con cuidado de no estropearlas. Les
senté en mi regazo y les di más y más besos mientras Tommy nos hacía fotos, que
no tardaría en subir a Instagram sin ningún tipo de filtro, porque las caras de
ilusión de mis niños por mi felicidad, y la mía propia al tener unas alas, ya eran
inmejorables.
Me las quité, las acaricié, pasé los dedos por las
plumas más grandes (eran de diferente tamaño, lo tenían todo pensado) y, cuando
me calmé, las llevé a mi habitación. Me quedé pensando en cómo haría para
meterlas en la bolsa sin estropearlas, hasta que decidí llevarlas aparte. Ni de
coña me iba a separar de ellas, representando todo lo que representaban: eran,
literalmente, la prueba de mi estancia en casa de Tommy.
-Cualquiera diría que eres la misma chica que vino de Nueva
York-observó él, mirando cómo las metía en la bolsa más grande que pude
encontrar.
-Me siento como si nunca hubiera sido realmente esa
chica-respondí.
-Diana la modelo me ponía, muchísimo-admitió-; pero no
sabes cómo amo a Didi, mi americana.
Me metí el móvil en el bolsillo.
-A mí también me encanta ser sólo Didi-respondí,
ignorando las continuas vibraciones por las notificaciones en Instagram al que
se convertiría en mi publicación favorita: yo, sentada con las piernas
cruzadas, con unas alas de cartón blanco-azuladas hechas a mano, y con los
hermanos pequeños de Tommy sentados en mis rodillas, riéndose mientras yo me
los comía, literalmente, a besos.
¿La frase? Lo mejor de toda la publicación.
“No necesito vuestras alas, dos ángeles me las han
hecho caseras.”
El cuarto capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! A más gente apuntada, antes subiré❤
Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads❤, te estaré súper agradecida.😍
ESTOY LLORANDO
ResponderEliminarLLOREMOS JUNTAS
EliminarAYYYYY TODO EL CAPÍTULO HA SIDO UN VERDADERO BIZCOCHITO RELLENO DE MUCHO MUCHO AMOR
ResponderEliminarDe verdad, no super ni una sola palabra del capítulo de lo tierno que ha sido todo. ME DUELE EL CORAZÓN Y LOS OJOS DE LLORAR.
Me ha parecido tan preciosa la despedida de Duna y Scott que me muero, no lo voy a superar nunca. Encima la pequeña Dun dun metiéndose en la mochila. YO ES QUE ME MUERO DE AMOR.
Y si no teníamos suficiente llegan Astrid y Dan a darle las alas a Diana para animaría antes de que se fueran al concurso. De verdad YO ASÍ NO PUEDO!!!
Que le den a Scommy, los verdaderos protagonistas de esta historia es el trío que forman Duna, Astrid y Dan. YO LO SE Y EXIJO UN SPIN ODF QUE HABLE DE SUS AVENTURAS EN EQUIPO!!
AYYYYYYYYYYY ari no sabes lo que me gusta que te haya gustado jo, cuqui que eres cuqui ♥
EliminarPor favor apreciemos que Duna Malik se ha metidoEN LA MOCHILA DE SU HERMANO para intentar irse con él estoy súper dolida con lo bella que es esta familia
Y LOS PEQUES DE LOS TOMLINSON DE VERDAD APRECIEMOS A LOS PEQUES. Que los mayores son cuquísimos pero POR FAVOR LOS PEQUES.
Calla calla, no me pidas spinoffs porque entonces me pongo a pensar en cosas y al final termino como con sabrae, con una libreta aparte en Evernote y casi 400 notas en menos de 9 meses
QUÉ LLORERA MADRE MÍA
ResponderEliminarCuando Scott se despide de Duna y le da la lámpara, qué cosa más tierna ❤
Diana es amor puro en este capítulo. Haciéndole el regalo a Eri, dándole las gracias por todo, cuando Ash y Dan le regalan las alas...Simplemente increíble ❤
Me ha encantado este capítulo, me ha encantado lo tierno que es y me ha encantado que me haya hecho llorar de tristeza y de felicidad. Gracias de nuevo por lo que nos das Eri, nos has bendecido con tus historias ❤
Bueno y dejo esto aquí porque me ha encantado "Hay cosas que te marcan, hay cosas que ves como si fueran fotografías a pesar de no tenerlas delante. Cosas que, por insignificantes que sean, te hacen ser quién eres: componen tu memoria a base de uniones caprichosas, cordones entretejidos sin ninguna otra función que convertirte en la persona que vas a ser."
- Ana
ME HA DOLIDO LA VIDA ESCRIBIR ESTO ES QUE YA ME ESTOY DESPIDIENDO DE CHASING THE STARS Y NO
EliminarQUIERO.
Tengo que acordarme de poner qué cosas les da Scott a cada una de sus hermanas porque de verdad, lo que quiere a las chicas este chaval no es ni medio normal, qué buena madre ha sido Sherezade inculcándole tanto amor para que él lo vaya repartiendo con tanta facilidad ME DUELE TODO.
Por favor es que no me canso de decir que la evolución del personaje de Diana es CON DIFERENCIA lo mejor de esta novela, literalmente parecen dos personas diferentes????
A mí me ha encantado más tu comentario y lo que me dices de las emociones encontradas, gracias A VOSOTRAS por seguir comentando y dejando que mis historias entren en vuestras cabezas aunque sea por un momento ᵔᵕᵔ
PD: estoy muy orgullosa de esa frase la verdad, muchísimas gracias por ponerla ❤