viernes, 6 de octubre de 2017

Horan.




La mejor noche de mi vida empezó con los chicos. Nos quedaban apenas un par de conciertos en Inglaterra antes de la gira internacional por puntos elegidos de Estados Unidos y Europa. La siguiente parada fuera del país sería en España, después de mucho insistir Tommy y Layla en que no cruzarían el océano sin antes visitar su país. A mí me encantaría ir primero por España, hacer la gira por Europa antes que en Estados Unidos, porque mi madre salía de cuentas dentro de poco; a Diana le daba igual, y Scott quería ir a ese país y quedarse a vivir en Marbella, atiborrándose de marisco y tortillas de patata con extra de cebolla.
               Habría supuesto que, a estas alturas de la gira, después de pasar por casi todos los pueblos de Reino Unido que contaran con un estadio, por muy pequeño que fuera, en el que dar conciertos, estaríamos agotados. Pero la verdad era que nos sentíamos mejor que nunca.
               Se nos disparaba la adrenalina cuando salíamos al escenario y todo el mundo comenzaba a corear nuestros nombres y cantar las canciones que no habíamos compuesto nosotros, pero de las que nos habíamos terminado apropiando.
               -¡BUEEEEEEEEEEENAS NOCHEEEEEEEEEEEES, SAN DIEGOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!-bramó Tommy nada más salir, al terminar la primera canción y que todo el mundo empezara a chillar como loco. A nadie pareció importarle que San Diego estuviera en la otra punta del mundo.
               -Tío-le recriminó Scott, poniéndole una mano en el hombro con gesto teatral-. Estamos en Liverpool-un coro de carcajadas y proposiciones de matrimonio por igual acompañaron esta afirmación. Tommy se encogió de hombros.
               -Ya lo sé, tío, pero es que me hacía ilusión decirlo. Bueno-Tommy se paseó por el escenario-, ¿os lo estáis pasando bien?
               Un rugido de un público entregadísimo fue su respuesta, pero Tommy sonrió, y miró a la americana.
               -Didi, ¿tú dirías que están despiertos?
               -No lo sé, T. Están un poco calladitos; puede que estén dormidos.
               -¡No os oímos, Liverpool!-grité yo, y la audiencia volvió a rugir. Layla recogió una bandera de la Unión de entre la gente y se la entregó a Diana, que se aferró a ella como si su vida dependiera de ello. Caminó por la pasarela con gesto serio, decidido, acercándose al pequeño escenario auxiliar, imitación del que habían utilizado nuestros padres en la gira Where We Are.
               -¡Liverpool!-proclamó Diana, levantando la bandera por encima de su cabeza y mirando al público. Las personas allí congregadas gritaron de nuevo, reconociendo a la chica que se enfrentaba a ellos-. ¿Qué coño es esto? Me habían dicho que los ingleses erais muy ruidosos, ¡y resulta que estáis más callados que cuando en América está a punto de sonar el himno! ¿OS LO ESTÁIS PASANDO BIEN?-rugió la rubia, y un montón de manos y gargantas se alzaron para asentir. Diana sonrió, más satisfecha-. Eso está mejor.

               -Estamos muy felices de estar con vosotros esta noche-me acerqué a la americana-, por la cálida bienvenida que nos habéis dado. Me siento como en casa, a pesar de estar lejos de mi país.
               Diana hizo una mueca y asintió con la cabeza, se llevó la mano al corazón y empezó a tirar besos a diestro y siniestro.
               -Quizás conozcáis nuestra siguiente canción-informó Layla, paseándose por la parte trasera del escenario-, fue una de las primeras que cantamos juntos. Y la primera que cantamos en televisión.
               -¿Alguien de aquí conoce a Ed Sheeran?-preguntó Scott, y otra vez la gente comenzó a chillar. Scott asintió con la cabeza, sonriendo-. Ya me parecía.
               -Un público culto-respondió Tommy, dándole un toquecito con la cadera.
               -¡Cantad con nosotros!-animé, y Diana volvió a sostener la bandera en alto, llamando la atención de todos los presentes.
               -¡Nada de cantar! ¡COMO NO OS REVIENTEN LOS PULMONES MIENTRAS GRITÁIS A TODO LO QUE OS DÉ LA VOZ, NO VOLVEMOS A LIVERPOOL!-prometió la Styles, muy en la línea de su padre, que era siempre quien animaba al público a hacer ruido y cantar con nosotros. Nos pasamos la siguiente media hora intercalando canciones y bromas mientras el sol se iba poniendo, hasta que nos tocó llamar a Eleanor para que cerrara el concierto como la ganadora que era de la nueva edición.
               -Pero antes-dijo Tommy, levantando el dedo índice-, tenemos una última sorpresa para vosotros. ¿Lay? ¿Puedes ayudarme?
               -Quizás ya lo sepáis, pero, a cada sitio que vamos, les pedimos a los de realización un momento extra para que elijáis a vuestro favorito-Layla sonrió, sus ojos lucían preciosos en la pantalla gigante de detrás de ella-, y poder cantaros una última canción, esta vez como solistas.
               Hubo un bramido de entusiasmo.
               -¡Bien, Liverpool! ¡Queremos oír vuestra decisión!-proclamó Scott-. ¿Será nuestro dulce Chad?-preguntó, señalándome. Yo alcé las manos y la gente comenzó a chillar-. ¿Nuestra otra extranjera, Diana?-más gritos-. ¿La tierna e inocente Layla?-más gritos-. ¿El rey absoluto, el mesías, el salvador de la humanidad…?
               -Vaya, S, no hace falta que me des tantos títulos. Yo también te quiero bromeó Tommy, pero Scott le ignoró.
               -¿… la mejor voz de esta banda y probablemente de todas las bandas, o sea, un servidor? ¿QUIÉN COÑO QUIERE OÍRME CANTANDO ALGO DEL REPERTORIO DEL GRAN ZAYN MALIK?
               Un rugido ensordecedor, un poco más alto que los anteriores, respondió a su provocación.
               -Vale, ¿alguien se cayó de pequeño y quiere que cante Tommy?-preguntó Scott, alzando una ceja.
               -Gilipollas, yo te mato-le dio un manotazo en la cara, y Scott se apartó, riéndose. Hubo gritos agudos por la interacción entre ellos dos.
               -No me ha quedado muy claro, S-Layla negó con la cabeza.
               -¿Quién es vuestro favorito, Liverpool?-insistí, y escuché nombres variados, y también muchos “todos, todos, cantad todos”. Me volví hacia los demás, sonreí y me giré de nuevo para enfrentarme al estadio-. ¡Bien, vosotros lo habéis querido! ¡Cantaremos una canción nueva para vosotros, en exclusiva! ¿QUÉ OS PARECE ESO?
               Y nos afanamos con Love runs out. Cuando terminamos la canción, me dolían los pulmones y la garganta, pero me sentía feliz, tremendamente feliz. Me abracé a los chicos y le dimos paso a Eleanor, que salió con una sonrisa radiante, saludando y desfilando por la pasarela como si el mundo el perteneciera. En cierta medida, así era.
               Nosotros bajamos las escaleras en dirección al backstage y nos sentamos en los sofás, agotados. A pesar de estar en un grupo y ser de los que menos deberíamos cansarnos, a la hora de la verdad éramos quienes más nos movíamos, y terminábamos agotados. Diana me pasó una toalla para que me secara el sudor de la frente y del cuello (no nos dejaban ducharnos hasta no haber terminado el día, por eso de que todos los concursantes salíamos y cantábamos una canción a coro a modo de despedida), y cogí al vuelo la botella que me lanzó Scott desde la nevera portátil. Cada uno se la bebió de un trago, tan sedientos como estábamos. Tommy me mostró una manzana y yo negué con la cabeza.
               Fue entonces cuando me incliné a recoger el móvil y comprobar si todo iba bien. Solía mandarme mensajes con papá cuando llegaba a un descanso, para preguntar cómo estaba mamá y cómo se encontraba él.
               Y vi un porrón de mensajes en la pantalla de inicio, varias llamadas perdidas, tanto de él como de la abuela. Me incorporé en el asiento y Layla me miró, preocupada.
               -¿Va todo bien, C?
               -No sé-respondí, notando cómo me echaba a temblar. Papá sabía que estaría actuando hacía unos diez minutos, y aun así se había pasado la última media hora mandándome mensajes que intentaban tranquilizarme pero no lo conseguían en absoluto, y dejándome el buzón de voz lleno de urgentes “llámanos cuando puedas, no te preocupes, no ha pasado nada malo, pero llámanos en cuando escuches esto”.
               Toqué su nombre y me quedé esperando, pero nada ocurrió. Los toques se sucedieron en el tiempo, cada uno más angustioso e inquietante que el anterior. ¿Por qué papá había insistido en que le llamara si luego no iba a cogerme el teléfono?
               Empecé a mordisquearme las uñas, repitiendo un mantra en silencio. Que no haya pasado nada malo, que el bebé esté bien, por favor, que a mi hermanita no le haya pasado nada…
               Se me abrieron los cielos cuando decidí probar con la abuela. Gracias a Dios, respondió al tercer pitido.
               -¡Cariño!-celebró, y yo me puse en pie como un resorte. Alguien estaba gritando. ¿Mamá?
               Diana, Scott, Tommy y Layla se giraron para mirarme, preocupados. Los gritos eran inconfundibles, aún no demasiado altos pero inquietantemente ahogados. Algo iba mal. Mamá no salía de cuentas hasta dentro de quince días. Tiempo más que de sobra para terminar la gira, tomarme un descanso, asistir al nacimiento de mi hermanita y luego…
               -Niall, tengo a Chad-anunció la abuela, empujando algo con la mano. Me quedé helado. ¿Estaban en un hospital?-. Cariño-dijo, refiriéndose a mí-, no te preocupes, pero, en cuanto termines el concierto, tienes que venir.
               -¿Qué? ¿Por qué?-un pinchazo ardiente se instaló en mis dedos. Me los miré y descubrí que me había hecho sangre.
               -Es…-comenzó la abuela, pero alguien le quitó el teléfono.
               -Chad-dijo papá, y yo enderecé la espalda-. Tienes que venir ya. Es Avery. Ya viene.
               Es Avery. Ya viene.
               Es Avery.
               Ya viene.
               Avery.
               Viene.
               Ya.
               -Te he mandado el avión, C-anunció papá-, debería estar ahí en diez minutos. Es justo lo que tardas en llegar del recinto al aeropuerto. Los médicos dicen que aún falta un poco, pero tu madre está segura…
               -ME DUELE-bramó mamá, y a mí se me dilataron las pupilas del miedo.
               -Lo sé, cariño, lo sé. Grita todo lo que quieras, estás en tu derecho-papá le acarició la mano-. Chad, tienes que venir ya.
               -Todavía nos queda la última canción-respondí.
               -¿Qué pasa?-preguntó Layla. La realidad me pasó por encima como un camión.
               -Mi hermana-dije, y sentí cómo me mareaba al pronunciar aquella palabra-. Está naciendo.
               -¿Ya?-respondió Tommy, estupefacto, y yo asentí.
               -Tienes que ir-cortó Diana.
               -Los partos son una cosa muy traumática-discutió Scott.
               -¿Qué sabrás  tú de cosas traumáticas?
               -¿Cuántos hermanos tienes?-replicó el inglés, y la americana apretó los puños.
               -Vale ya-cortó Tommy-. Diana tiene razón, C. tienes que ir. No te preocupes, estaremos bien. Nadie te juzgará.
               -Pero… tengo que quedarme. No puedo decepcionar a toda esa gente-señalé el hueco por el que se colaban los gritos y la música generados por Eleanor-. Han venido a vernos a todos.
               -Estoy seguro de que te lo perdonarán.
               -No podemos empezar ya con lo de ir faltando-respondí, negando con la cabeza.
               -C, te vas a…
               -Dejadle-replicó Layla-. Si quiere quedarse, es su decisión. Algo me dice que no te vas a perder mucho por estar aquí, con nosotros-Layla sonrió-. ¿Cuánto hace que rompió aguas?
               -No… no lo sé. Las llamadas empezaron hace 45 minutos-titubeé, mirando el reloj. Layla asintió con la cabeza, abrazándose a sí misma.
               -Siendo su segundo hijo, creo que aún le quedan un par de horas de contracciones antes de dar a luz.
               -Un par de horas es tiempo muy justo-discutió Tommy. Layla negó con la cabeza.
               -Es más que suficiente. Chad puede quedarse hasta el final, marcharse rápidamente, y llegar al hospital a tiempo para recibir a su hermanita. Haz lo que quieras, C-Layla me puso una mano en el antebrazo-, pero yo creo que vas a poder hacer las dos cosas a la vez.
               Los miré a todos. Los ojos de Scott y Tommy chispeaban con anticipación. Una parte de ellos quería que me quedara, porque no sería lo mismo salir a cantar  sin mí, y otra, muy poderosa, quería que me fuera. No había nada como conocer a tu hermanita apenas había llegado al mundo.
               Diana esperaba con miedo, temiendo mi reacción. La única que me transmitía tranquilidad era Layla, supongo que porque sabía de qué iba todo aquello, y su instinto le decía que no iba a pasar nada, que todo saldría bien, que aquél sería un buen día, o, más bien, una buena noche.
               Tomé mi decisión mirándola a los ojos, pero la anuncié mirando a los demás.
               -Me quedo.
               Asintieron, Diana suspiró. Había estado conteniendo el aire y ahora lo expulsaba en un mar de resignación.
               Salimos a cantar la última canción, en que interveníamos todos, desde el primer expulsado hasta la ganadora. Secret Love Song, de Little Mix y Jason Derulo. En el patio, por cada esquina, se encendieron palitos luminosos en señal de celebración y despedida, de un agradecimiento sincero y la súplica de una promesa de que pronto regresaríamos. Nos cogimos por los hombros, nos inclinamos, dando las gracias, y caminamos hacia la plataforma.
               No quise correr. Me parecía una falta de respeto hacia mi público marcharme a toda prisa, como si no me lo hubiera pasado bien. Se merecían algo mejor.
               Pero, en cuanto atravesé las bambalinas, me lancé en una carrera enloquecida. El coche estaba esperando ya por mí, con la puerta abierta y la mochila con mis cosas preparada y depositada en un rincón. Apenas había cerrado la puerta, el coche arrancó, y salí despedido hacia atrás mientras el conductor se saltaba todos los semáforos que se le ponían por delante y hacía gala de una habilidad de conducción que ya quisieran los de las películas de carreras.
               Llegamos al aeropuerto en tiempo récord, la mitad de lo que se tardaba si se seguían las señales de tráfico o no se conducía como un kamikaze. El avión privado de papá también estaba esperándome, con la pasarela bajada, lista para que me subiera y emprender el vuelo. Tiré la mochila en uno de los asientos de cuero y me abroché el cinturón mientras el aparato caminaba perezosamente, pero con un aire de cierta urgencia, por la pista.
               Despegamos en tiempo récord y, en cuanto cogimos la suficiente altura, el avión dio un giro de 180º y salió disparado en dirección al espacio aéreo irlandés. Me arrebujé en mi asiento y acepté con una sonrisa la cena que las azafatas me llevaron, mis platos favoritos, seguramente indicados por papá antes de que el avión despegara de Irlanda.
               Apenas pude llevarme a la boca, el estómago bailaba por los nervios y las turbulencias. Tenía un chute de adrenalina encima que casi no conseguía estarme quieto.
               Me bebí 5 botellas de agua en lo que duró el viaje, en diez minutos cada una, y, apenas el aparato tocó tierra, me desabroché el cinturón, recogí mis cosas, me metí el móvil en el bolsillo y me acerqué a la puerta. Las azafatas no me dijeron nada. El copiloto se volvió y me observó un segundo, con una sonrisa en los labios.
               -Cuando veas lo que está pasando-advirtió-, desearás haber llegado tarde.
               -Es el milagro de la vida, Jaden, no seas capullo-respondió una voz en el interior de la cabina. El avión se detuvo con parsimonia y yo empujé la puerta, comencé a bajar las escaleras antes de que la pasarela tocara tierra. Bajé de un salto y miré en derredor hasta que me encontré con otro coche aparcado a unos 50 metros de distancia.
               Nunca en mi vida había corrido tanto ni tan rápido. Estaba seguro de que acababa de romper un récord de velocidad.
               Otra carrera frenética hasta el hotel, ascensores que no llegaban y escaleras que yo iba saltando de dos en dos, en dirección al paritorio. Me resbalé un par de veces y casi me caigo otras tantas, recorriendo a toda velocidad unos pasillos laberínticos que parecían diseñados para que te pasaras el resto de tu vida recorriéndolos, en un vano intento por encontrar la salida a aquel laberinto de blanco reluciente.
               Encontré el camino a la primera, acerté todos los giros, movido por un instinto ancestral que nunca antes había sentido, pero con el que Tommy, Scott y Layla estaban muy familiarizados ya.
               Tenía que proteger a mi hermanita.
               Me encontré a la abuela sentada en una silla de plástico, al lado del abuelo y del tío Greg, apretándole las manos al abuelo y haciendo una mueca cada vez que mi madre exhalaba un grito. Ahora eran mucho más agudos, largos y dolorosos.
               Layla tenía razón. No me había perdido nada.
               -Hola-espeté, apresurado, y empujé la puerta oscilante para entrar en la sala.
               Un olor a sangre, sudor y antiséptico me golpeó la nariz y me hizo detenerme en seco. Una enfermera se volvió hacia mí y comenzó a empujarme en dirección al pasillo.
               -¡No puedes estar aquí, chico! ¡Tienes que salir!
               -¡No!-respondió papá-. Es mi hijo-se acercó a mí con una bata verde, hecha con papel, y me abrazó. Me lo quedé mirando y luego miré a mamá.
               Su vientre, abultadísimo, que parecía desafiar cada ley de la física existente, se movía arriba y abajo, acompañando sus contracciones. Su cara estaba retorcida en una mueca de dolor y esfuerzo, tenía el pelo pegado a la cara y recogido a la vez en una coleta hecha apresuradamente.
               Estaba empapada en sudor. Me miró y estiró la mano en mi dirección.
               -Chad-me llamó, suplicante. Prácticamente me pidió mi nombre-, Chad.
               -Mamá-respondí, acercándome a ella, cogiéndole la mano y besándole el dorso, tremendamente caliente. Una nueva contracción sacudió su cuerpo y ella clavó sus uñas en la palma de mi mano. Dejé escapar un jadeo que ella ocultó con sus gemidos ahogados, buscando aire desesperadamente mientras traía una nueva vida a este mundo.
               Qué fuerza tenía. Nunca había hecho algo así. Me miré las manos y reconocí las marcas de sus dedos en ellas, las medias lunas de sus uñas en las palmas, cortando los surcos, poniéndose ya verdes.
               -Niall-pidió mamá, y papá se situó a toda velocidad a su lado. Le apartó el pelo de la cara y le dijo que lo estaba haciendo genial, que no parara, que siguiera, más, más, másmámásmás hasta que las enfermeras gritaron que no quedaba nada,  que siguiera empujando, un último esfuerzo.
               Mamá se encorvó mientras una nueva contracción arrasaba con su cuerpo, lanzó un grito al aire, mostrándole los dientes al planeta, y papá exhaló una exclamación de dolor mientras las enfermeras proclamaban:
               -¡Ya está aquí!
               Mamá se echó a llorar, sintiendo que la presión cedía. Papá se colocó entre sus piernas y recogió un bulto gelatinoso y sanguinolento que acababa de salir de ellas. Sus ojos chispearon de pura felicidad mientras colocaba sobre su regazo la pequeña masa, afianzada entre sus brazos, y la depositaba en el vientre de mamá.
               Soy un hermano, pensé, maravillado, observando las manitas minúsculas de la pequeña Avery agitándose en el aire. Alguien le dio una palmada y la niña rompió a llorar, con un rugido potente y escandalizado, mira que venir al mundo sólo para que le hicieran aquella faena…
               Mamá se incorporó para mirarla, la recogió entre sus brazos y se echó a llorar.
               -Eres preciosa-le dijo, y yo me acerqué a mirarla mientras mamá le limpiaba la sangre de la cabeza con la ayuda de una toalla. Todos los males se le habían olvidado, los dolores eran cosa del pasado, ahora sólo importaba la dulce presión del cuerpecito de su hija, por fin en el exterior después de una espera tan larga-. Mi niña. No sabes el tiempo que llevábamos esperándote.
               Noté los ojos de papá sobre mí, y, sobrepasado por la situación, levanté la mirada para encontrar la suya. Me dedicó una sonrisa feliz, torcida.
               -¿Qué tal si le cortas tú el cordón, C?
               Asentí con la cabeza, mareado ante tanta responsabilidad. Ni se me ocurrió que pudiera hacerlo mal. Vi cómo le colocaban una pinza en el ombligo aún inexistente al bebé y me tendían unas tijeras. Temblando, conseguí segar el último vínculo que tenía mamá con su exclusividad sobre la pequeña, mi hermana, se me ocurrió de repente, y Avery se retorció en brazos de mamá.
               La observé un rato más, y no me di cuenta de que tenía la boca abierta hasta que mamá sonrió en mi dirección, agotada, sudorosa, pero tremendamente feliz.
               -¿Quieres coger a tu hermanita, Chad?
               Asentí con la cabeza con tanta vehemencia que me sorprendió que no me saliera disparada. Me daba miedo hacerlo mal y a la vez no soportaba la sola idea de estar un minuto más sin entrar en contacto con su cuerpecito caliente y perfecto. Mamá la besó una última vez y me la entregó con cuidado.
               La recogí como lo que era: lo más valioso del mundo.
               Avery abrió los ojos.
               Y los tenía verdes, como mamá.
               Fue entonces cuando yo desaparecí. En ese mismo instante, toda mi importancia, mis miedos y mis sueños se esfumaron. Dejé de existir, pasé de ser Chad Horan a simplemente el hermano mayor de Avery. Ella lanzó un tremendo bostezo, aburrida, que acompañó con un adorable sonido que hizo que me temblaran las piernas. Sus manos seguían agitándose en el aire, en busca de algo a lo que aferrarse, mientras a mí me sacudían un millón de emociones.
               Era un milagro. Ella era un milagro, la magia que todas las religiones predicaban de su dios. Apenas llevaba un minuto entre mis brazos y yo ya sentía un amor inconmensurable que me llenaba y me llenaba y parecía a punto de rebosar, pero nunca llegaba. Me sentía como si llevara toda la vida queriendo al 10% de mi capacidad, y de repente hubiera llegado ella a abrirme el corazón y demostrarme que podía amar hasta unos límites que yo nunca sospeché ni que existían.
               Avery se revolvió en mis brazos, quizás sabiéndose segura, y esbozó una sonrisa de felicidad mientras examinaba la bata del hospital. Mamá y papá se rieron cuando yo me senté para no arriesgarme a que se me cayera; en cualquier momento me desmayaría de lo hermosa y perfecta y buena y gloriosa que era mi hermanita.
               Avery me toqueteó la cara y se contentó con aferrarse a mi dedo con una fuerza que me sorprendió. Noté que algo húmedo me resbalaba por las mejillas.
               Estaba llorando.
               Levanté la vista y miré a papá y mamá, que nos miraban a los dos mientras él le acariciaba el hombro a ella y ella se lo acariciaba a él.
               Mamá cerró los ojos un momento, conteniendo las lágrimas mientras yo volvía a centrarme en la pequeñita. Se me antojaba imposible que en tan solo nueve meses hubiera surgido algo así de bueno. Papá le levantó la mandíbula a mamá y la miró a los ojos húmedos.
               -Te amo-le dijo, y depositó un dulce beso en sus labios mientras yo vencía a la timidez y comenzaba a comerme a besos a la pequeña, que exhaló una risita (era imposible, yo lo sabía, pero juro que Avery se rió) mientras yo le hacía carantoñas, le daba mordisquitos, sin importarme su sabor metálico y a algo viscoso que no lograría identificar hasta mucho después, cuando mi madre expulsara la placenta y yo me diera cuenta de que en aquella cosa semejante a una medusa había estado metida y creciendo la pequeña.
               Avery buscó mi pecho con la cara y cogió de nuevo la bata, era como si quisiera besarme el corazón.
               Me derretí. Me habría caído al suelo de no estar ya sentado. La acuné en mi regazo y disfruté del calorcito que manaba de su cuerpo hasta que mamá estiró la mano en nuestra dirección. Me levanté y se la tendí a regañadientes.
               -No-susurró, en tono cansado-. Mis niños-acarició la cama a su lado y yo comprendí lo que quería. Me tendí a su vera y me acurruqué contra ella, asegurándome de que nada ni nadie molestaba al bebé. Papá me dio un beso en la frente y le dio otro a Avery en la cabeza, que se revolvió un segundo por lo inesperado del contacto, hasta que él le tendió la mano y ella, como reconociendo su piel, se aferró a su dedo.
               Mamá se quedó dormida unos minutos. Para cuando expulsó la placenta y pudimos ir a una habitación en la que ella descansara más cómoda y la familia pudiera conocer a la recién llegada, la noche se había comido el mundo y las estrellas cuajaban el cielo gobernado por la luna, que proyectaba su luz de plata sobre las facciones de mi hermanita recién nacida, tumbada en su cuna como una reina se sienta en su trono. No aparté la vista de ella en toda la noche, y papá tampoco lo hizo, paseándose por la habitación, cerrando y abriendo las ventanas y preguntando si quería algo por tener una excusa para comprobar si podría dejarnos solos.
               Yo no le pedí nada, y papá no tuvo que salir.
               Para cuando se hizo de día, los abuelos ya habían llegado a Dublín y llenaban la habitación con sus grititos de emoción al ver a la pequeña. Kiara apareció a eso del mediodía con una cestita de mimbre abarrotada de productos para bebés, chocolatinas, y un inmenso lazo rosa en su asa.
               -No tenías que haberte molestado-le dijo mi padre, pero ella negó con la cabeza.
               -Me hacía ilusión. Además, es como mi hermanita blanca-añadió-, un dulce profiterol en un mar de bombones.
               Kiara recogió a Avery y la arrulló con manos expertas, los que tiene una chica que ha visto nacer y crecer a un montón de hermanos.
               Aiden llegó a la hora de comer, con el pelo revuelto como si hubiera venido a la carrera, todavía llevando el uniforme del instituto. Pensé con nostalgia en lo mucho que me estaba perdiendo ahora que había dejado de estudiar, invirtiendo mi tiempo en ensayar mucho y componer más bien poco. Las risas en clase, los exámenes, la angustia de los deberes, los ensayos para la obra de final de curso.
               Los recreos con Kiara.
               Los besos que Aiden y yo nos daríamos en el pasillo. Las miradas furtivas de un extremo a otro de la clase. Las caricias por debajo de la mesa, donde nadie podría descubrirnos nunca, a no ser que les diera por mirar.
               Recogió a mi hermana y yo creí que me moriría de amor. La trajo bailando hacia mí y la acercó a mi pecho mientras me daba un beso.
               -Qué guapo te pones, cuando estás feliz-sonrió-, hermano mayor.
               Respondí a su beso con insistencia y anhelo, echando de menos cada poro de su piel, la sensación de su cuerpo desnudo debajo o encima del mío.
               Cuando a mi madre y a Avery les dieron el alta, lo celebramos por todo lo alto, con una comida familiar en la que Kiara y Aiden estuvieron presentes, y una tarde de holgazanear con un poco de sexo. Me quedé tumbado a su lado, con la espalda arqueada y los ojos brillantes después de todo lo que habíamos hecho, y Aiden rodó sobre su costado para besarme el pecho y el hombro.
               -No quiero volver al tour.
               -Te encanta el tour.
               -Me encantaba antes, porque era mi vida. Ahora mi vida es mil veces mejor.
               Aiden se puso encima de mí. Noté el delicioso roce de su miembro colgando sobre el mío y acariciándome la piel. Me agarró de las muñecas, como si fuera un prófugo de la justicia, y sus ojos chocolate brillaron cuando sugirió:
               -Pues deja tu carrera de cantante. Sé mi modelo. No puedo pagarte mucho, pero cuando sea un fotógrafo de éxito, creo que podré mantenerte bien.
               Busqué sus labios, que sabían tremendamente bien.
-Soy un animal de gustos caros.
               -¿De veras?-coqueteó Aiden, mordisqueándome el cuello-, porque estoy dispuesto a robar un puñado de bancos con tal de complacerte.
               -Lo que necesitas hacer para complacerme no tiene nada que ver con dinero-respondí, y Aiden se me quedó mirando, sentado a la altura de mi cintura. Me pellizcó la mandíbula mientras me taladraba con aquellos pozos de madera.
               -No dejes el tour. Te está sacando de tu cascarón.
               -Me gusta mi cascarón.
               -A mí también. Pero eres como una ostra. Tienes una perla en tu interior.
               -¿Una perla?-me eché a reír, y Aiden asintió.
               -Sí, una perla dura, grande…-ronroneó, juguetón, volviendo a tumbarse sobre mí-, sabrosa…
               -Aid-me reí-, por favor. Que mi hermana está a dos habitaciones de distancia.
               -Así tienes una excusa para mantener la boca cerrada-me la besó y se metió debajo de las sábanas-. Me encanta el ruidito que haces cuando no podemos hacer ruido pero disfrutas mucho con lo que te hago con la boca.
               Empezó a pasar la lengua alrededor de mi erección y me lanzó a un clímax explosivo y farfullado entre dientes. Me dio un beso salado y se quedó echado a mi lado un ratito más, mirando al techo, dejando que mis dedos jugaran con los suyos.
-Aid-susurré, girando la cara para poder mirarle.
-Mm-respondió él.
               -Te quiero.
               Aiden sonrió, asintió con la cabeza.
               -Yo también te quiero, C-respondió, acercándose a mí y dándome un suave beso en los labios, que me supo más a gloria incluso que lo que habíamos hecho antes.
               Me pasé esa última semana del tour descansando en mi cama, con Avery en el regazo y mirando vídeos con ella de lo que hacían los demás en mi ausencia. La mayor parte del tiempo se lamentaban de que yo no estuviera y decían que me echaban de menos, lo cual me subía bastante el ego. Siempre había tenido la sensación de que en el grupo yo sobraba. Si no estuviera yo, habría dos chicos y dos chicas, todo perfecto y equilibrado para los bailes por parejas. Mi presencia hacía un poco mejores las interpretaciones cuando cantábamos los cinco, dejando que uno se pusiera en el centro mientras los otros le guardaban, cada uno a cada lado.
               Incluso en el concurso yo notaba que era el que menos entusiasmo despertaba. Me sentía un poco mal, pensando que no estaba haciendo algo de la forma correcta. Al fin y al cabo, papá era el que más seguidores tenía en la banda, el más querido y al que mejor le había ido cuando se dieron aquel descanso en 2015 y cada uno se puso a experimentar con su propia música. Quizás fuera demasiado tímido. Quizás no luchaba bastante por destacar como hacían los demás.
               Quizá fuera por ser irlandés.
               O quizá era que, simplemente, yo no me teñía el pelo ni tenía esa aura divertida y feliz todo el rato. Me habían llevado al límite y varias veces había sentido que me asfixiaba y que iba a estallar de un momento a otro. Lo había echado de menos todo de mi vida anterior, incluso las veces en que me lo hacían pasar mal cuando me obligaban a hacer presentaciones delante de toda la clase y yo me quedaba en blanco y me sudaban las manos y la gente se reía mientras cuchicheaban entre sí cómo tenía las pocas luces de querer ser artista y dar conciertos, de desear presentarme ante miles de personas con mi guitarra y mi voz, si no era capaz de hablar cinco minutos sobre Aristóteles o Sócrates.
               Todavía no me explicaba cómo había conseguido sobrevivir, pero ahora, ya no importaba. Estábamos fuera y éramos un poco más libres, al menos lo suficiente como para poder escaparnos a conocer a nuestra hermanita pequeña. Le di un beso a Avery en la cabeza mientras contemplaba la espalda de Tommy a la vez que él se subía al autobús que los llevaría al siguiente destino.
               -Me pido primero para la ducha-anunció.
               -Está Scott-respondió Diana, sentada en las camas incrustadas en la pared, con las piernas colgando.
               -Joder.
               -Puedes meterte con él.
               -O contigo-bromeó Layla, y Diana se echó a reír mientras Tommy se ponía colorado.
               -¿Os queréis callar?-las riñó-. Tenemos gente vigilándonos.
               -Vamos, Tommy, todo el mundo sabe que no eres virgen.
               -No hay nada de malo en eso-sonrió Layla, y Tommy puso los ojos en blanco y se volvió hacia la cámara.
               -Chad, tío, a ver si vuelves pronto a defenderme, que se me comen vivo.
               Me eché a reír y me limpié una lágrima indiscreta de la comisura del ojo. Me gustaba que mi ausencia se mencionara cada dos minutos. Me gustaba sentirme importante a pesar de que ya no lo era, de que lo único valioso en mi vida ahora mismo eran mis brazos por lo que sostenía entre ellos. Abracé a Avery con un poco más de fuerza y salté de vídeo para verlos cantando Shape of you y quedarse callados en las partes que me había tocado hacer a mí. Diana sonreía y se llevaba las manos a los oídos, provocando al público para que cantara más fuerte.
               Las coreografías eran raras, se notaba que faltaba una persona y que los demás iban por inercia.
               -Perdonad que sonemos tan mal-se disculpó Layla, juntando las manos ante ella-, es que nos falta nuestro pequeño irlandés.
               -Está viviendo la buena vida en alguna playa recóndita de Bahamas con su chico, ¿por qué sigue siendo el favorito de alguna gente?-riñó Scott, sacudiendo la cabeza-. Replanteaos vuestras prioridades.
               -En realidad, Scott le tiene envidia porque Chad acaba de tener una hermanita-confió Tommy-, y no quiere perder ahora el estatus de hermano más veterano de la banda.
               -Yo tengo tres, le regalo las que quiera.
               -¿Y si yo te las pido?
               -A ti no te las doy, que a saber cómo las tratas. Serán repelentes a rabiar, pero son mis hermanas, y yo las quiero-sentenció Scott, y eso levantó un coro de amorosos “oh” en el público. Scott se giró y se paseó por la pasarela, sonriendo-. Bueno, las quiero porque no me queda otro remedio, mis padres no me han educado para que las odie, aunque me entran muchas ganas cuando me tocan los huevos.
               -Me pregunto de quién lo habrán sacado-cacareó Tommy, riéndose. Scott lo fulminó con la mirada a más de 20 metros de distancia.
               -¿Qué tengo que hacer para que cierres esa boquita tuya que no hace más que soltar tonterías?-inquirió el musulmán, y el español dio un sorbo de su botella de agua mientras alguien entre el público gritaba, con la fuerza suficiente como para que se le escuchara a través del micrófono:
               -¡Cómele la boca, Scott!
               Todos se echaron a reír y Scott negó con la cabeza.
               -Muy bien, la última actuación de esta noche es de cierto irlandés, seguro que la conocéis-sonrió.
               -¡Que todo el mundo la cante, para que Chad y su hermanita la oigan!-pidió Diana. Volví a besar a Avery mientras se ponían manos a la obra con On the loose, y apretujé un poco más al bebé cuando se despidieron diciendo que eran Layla, Diana, Scott y Tommy, porque faltaba yo, y si no estábamos todos, no éramos Chasing the stars.
               Me dormí sintiéndome importante y querido, con Avery en brazos, disfrutando del sueño profundo que sólo los bebés pueden tener. Los vídeos siguieron reproduciéndose hasta que mamá entró para venir a ver al bebé, y quizás darle el pecho, y nos descubrió, enternecida, durmiendo juntos y dándonos calor mutuamente, ella disfrutando de la protección de mis brazos y yo de su suave presión en mi pecho cada vez que me movía. Nos tapó con una manta y se marchó de nuevo, dejándonos en la oscuridad de mi habitación, mientras se preguntaba cómo había podido vivir negándose a tener esto durante más de 15 años.
               Mi deporte favorito desde el nacimiento de Avery se convirtió en tumbarme en la cama y mirar cómo respondía a los estímulos que le íbamos poniendo por delante, o miraba a todos lados con una intensidad digna de un científico, más que de un bebé, o simplemente dormía y cambiaba la cara con cada sueño que tenía. Su tripa era el lugar donde más me gustaba pasear los dedos y su cara era el sitio que yo no podía parar de besar, buscando que se riera o que hiciera algún gesto adorable típico de bebé que me hiciera morirme de felicidad.
               Kiara venía y se tumbaba a mi lado, y los dos nos la quedábamos mirando largamente, en silencio, hasta que ella recordaba que había un montón de cosas que no me había contado y procedía a darme buena cuenta de lo que estaba sucediendo ahora en su vida. Diana insistía en convertirla en su estilista personal, y Kiara no veía el momento de graduarse para poder marcharse de gira con nosotros.
               Eso me entristecía un poco. No quería compartir a Kiara con los demás. Sabía que era muy egoísta por mi parte, que tenía talento y podría salir por fin de la situación tan asfixiante que vivía su familia por culpa del dichoso dinero, pero una parte de mí se sentía aterrorizada de mostrar a Kiara ante el mundo y que ella echara a volar cuando yo apenas había terminado de desperezarme las alas. No quería que Kiara viniera con nosotros de gira, estrechara lazos con Diana y luego me dejara atrás para poder irse a las semanas de la moda con ella; no quería encontrármela en el bus compartiendo confidencias con Layla, y preguntar de qué hablaban y que ambas sacudieran la cabeza y dijeran “cosas de chicas”, no por mantener el secreto sino porque yo no entendería.
               La banda me había hecho alejarme de ella y, a la vez, la banda me haría perderla. Estaba seguro y me moría de miedo ante la perspectiva de despertarme un día y darme cuenta de que  en todo el día anterior no había cruzado ni una sola palabra con ella.
               Eso me ponía triste, y, cómo no, lo notó.
               -¿Qué ocurre?
               Le expliqué lo que me atemorizaba, porque si había algo bueno que teníamos Kiara y yo, era que podíamos hablar de lo que fuera sin importar ofender al otro. Le conté mis miedos y mis inseguridades, y ella asintió con la cabeza, siempre atenta y escuchando, mientras le acariciaba la tripita a Avery y me escuchaba a mí vomitar tontería tras tontería. Sonrió.
               -Creo que no debería, pero me alegra de que te pongas celoso por mí.
               -No son celos.
               -Sí lo son.
               -No, K, no lo son.
               -Sí que lo son, S-respondió ella, riéndose, y se inclinó para darme un beso en la mejilla-. Pero no pasa nada. Yo seguiría contándote mis “asuntos de chicas”-me sacó la lengua-, lo quieras o no.
               Hice chirriar los dientes.
               -Además-añadió-, así me ahorro el ir a una escuela. Puedo ir con vosotros de gira y observar cómo trabajan vuestros maquilladores. Y gratis. Aprendería un montón de cosas, cogería experiencia, y eso sería una carta de recomendación genial.
               -¿No lo entiendes, K? No quiero que tengas cartas de recomendación. No quiero que las necesites. Quiero que estés conmigo siempre.
               -Y lo estaré-aseguró, tumbándose sobre su vientre-. Míralo de este modo: tú te has ido de vacaciones dos meses, y me has dejado aquí, pero hemos seguido juntos. Yo podría irme a algún sitio dos meses y seguiríamos juntos igual. Te cobraré mi deuda de soledad, ya lo creo-asintió con la cabeza y exhibió sus blanquísimos dientes-. Pero creo que esto es una oportunidad. Para ti, para mí, para los dos. Vas a viajar por el mundo. Yo podría ir contigo. Podría conseguir por mí misma todo lo que siempre has querido darme-me cogió la mano y me sonrió con calidez-. Imagínatelo, C. Tú, yo, y los estadios más imponentes del planeta, los dos juntos, preparándote para salir a cantar, yo dando saltos en el backstage cantando tus canciones. Y luego, nos escabullimos para ir a hacer turismo nocturno. A mí me parece que es un plan genial. ¿A ti no?
               -Sé que es egoísta, pero no quiero compartirte-admití, y Kiara alzó las cejas.
               -¿Compartirme? Por favor, Layla es muy heterosexual, siempre estaré más cómoda contigo.
               -No es Layla la que me preocupa-respondí, y Kiara se echó a reír.
               -¿Temes que me enamore de Diana?
               -Es preciosa.
               -Ya lo sé. Es modelo. La maquillé. Tiene un cutis genial.
               -Y también le gustan las chicas-recordé, haciendo memoria de la ocasión en que nos contó de pasada cómo se había enrollado por primera vez con Zoe en una noche loca, y las veces que eso se repitió.
               -Lo cual denota que tiene buen gusto. Pero, ¿sabes cuál es el problema?
               -¿Cuál?
               -Que me parece guapa, pero ya está. No me gusta. Seríamos amigas, y punto-Kiara se encogió de hombros-. Y, encima, está Tommy.
               -No creo que a él le importe…
               -A mí sí. Yo no comparto-sentenció Kiara, y me acarició la mandíbula-. Avery es la excepción. Bueno, y Aiden también. Pero que se ande con ojo, que como dejes de pasar tanto tiempo conmigo, van a llover los cuchillos.
               -Pasamos un poco menos de tiempo desde que salimos.
               -No hablo de Aiden. Hablo de Avie, aquí presente-la señaló y le hizo una carantoña cuando la niña la miró. Avery estalló en una adorable risita-. Yo estaba antes que tú, señorita. Esta preferencia que te está mostrando últimamente no me hace ni pizca de gracia, que lo sepas-la cogió en brazos y le sopló en la tripa, haciendo que el bebé chillara aún con más fuerza. La acunó contra su pecho y le dio varios besos antes de volver a dejarla en la cama, a mi lado. Avery me buscó y me dedicó una sonrisa de reconocimiento, feliz de constatar que estaba allí, con ella, que no la había abandonado. No lo haría en mi vida.
               Estaba dándole vueltas a eso con Aiden tumbado a mi lado y Avery durmiendo plácidamente cuando él, de repente, espetó:
               -Odio haber descubierto que soy gay.
               Me lo quedé mirando, helado, sin saber qué decir. Ya me parecía a mí que todo me iba demasiado bien. Ahora Aiden se arrepentía de lo nuestro. Miré a Avery un segundo, preguntándome si su presencia conseguiría calmar el corazón que ya empezaba a resquebrajarse dentro de mi caja torácica. Aiden seguía callado, así que me obligué a preguntarle:
               -¿Por qué?
               -Nunca voy a tener hijos. No voy a mirar a un bebé y verme reflejado en él, como a ti te pasa con ella. Tenéis la misma nariz.
               -¿Querías tener hijos?
               -Sí. Aún lo quiero. ¿Y tú?
               -También-me mordí la lengua para no decirle “contigo”, porque la ciencia había avanzado, pero no lo suficiente.
               Aiden exhaló un suspiro.
               -¿Puedo confesarte algo?
               Me arrebujé al lado de Avery y asentí. Acerqué mi mano a las suyas y ella capturó con habilidad, aun estando en sueños, uno de mis dedos entre los suyos, diminutos.
               -Desde que ella nació, he estado pensando muchísimo en nosotros. En nuestro futuro-Aiden tragó saliva, buscando las palabras.
               -Si quieres dejarlo-me escuché decir-, hazlo ahora-sus ojos se abrieron-. No te andes con rodeos-negué con la cabeza-.Va a dolerme igual. No necesitas tener tacto. Sé que me quisiste y…
               -¿Qué? No. Ni loco quiero dejarlo. Es más bien todo lo contrario-Aiden sonrió-. Chad, nunca me había planteado formar una familia. Es decir, sí que había pensado que me gustaría tener hijos algún día; un par de veces… Pero siempre me pareció una idea vaga. Hasta…-tragó saliva y me miró. Me cogió la mano-, hasta que llegaste tú. Entonces, lo supe. Quiero una familia contigo-susurró, besándome el dorso de la mano, los nudillos-. Me muero por hacerme mayor y estar a tu lado. Me muero por envejecer juntos y ver una casa llena de niños, nuestros nietos, correteando por el jardín mientras nosotros nos sentamos en el porche a mirarlos. Me muero por que Avery crezca y me diga que soy como un hermano para él, porque en cierta medida, eso es, exactamente, lo que soy: un hermano para ella. C, tú eres parte de mi familia.
               -Y tú de la mía-susurré, y él sonrió.
               -Y quiero que los dos hagamos crecer nuestras familias. Formar una nosotros dos. Con esta pequeñita-sonrió, besando a Avery, que se revolvió en sueños, aunque las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba-, y con otros bebés. Me encantan los bebés-confesó.
               -A mí también-respondí. ¿Cómo no iban a gustarme? Nada que estuviera relacionado con Avery podría causarme otro sentimiento que no fuera la más absoluta adoración.
               Todas las tardes me pasaba horas pensando cómo era posible querer tanto a algo tan pequeño.
               Nos la quedamos mirando un momento, tímidos de repente ante la magnitud de nuestras respectivas confesiones. Por fin, me armé de valor para levantar la vista y mirar a Aiden a los ojos.
               -No va a ser fácil.
               -Lo sé.
               -Voy a recorrer el mundo.
               -Lo sé.
               -Puede… puede que me pierda su infancia-miré a Avery, y la idea de perderme los momentos demás importantes de su vida, sus primeras veces, se me antojó insoportable. Tenía que estar ahí, siempre, tenía que verla dar sus primeros pasos, darle su primera papilla, ser su primera palabra y estar ahí para cuando le rompieran el corazón por primera vez. Ser su roca.
               Eso era lo único que importaba ahora: mi hermanita, y mi deber de protegerla de cualquier cosa.
               El resto eran planes secundarios y escenas de fondo de la inmensa película que sería su vida.
               Aiden me cogió la mano y me la apretó.
               -Yo te la contaré. Y la documentaré para que la puedas ver en bucle cuando te invada la nostalgia.
               Le di un beso en los labios y me recosté de nuevo. Aiden se quedó apoyado sobre su codo, observando al bebé.
               -Se parece tanto a ti…
               -Ella es perfecta. Yo estoy lejos de serlo.
               -Hay opiniones-sonrió Aiden. Me eché a reír y negué con la cabeza.
               -¿Por qué lo has dicho así?-pregunté después de una pausa en la que Aiden se dedicó a acariciarle las mejillas a la pequeña.
               -¿El qué?
               -Lo de que te encantan los bebés. Como si tuvieras que renunciar a ellos-me encogí de hombros-. Si quieres bebés, podemos tener bebés.
               -Tendríamos que adoptarlos.
               -¿Y?
               -Las adopciones son lentas, C. Además… los bebés, tan de pequeños, necesitan a una mujer. Necesitan una madre.
               -Yo podría ser su madre-discutí-. Tengo un lado sensible que muy pocas chicas igualan.
               Aiden se echó a reír.
               -Ya sabes a lo que me refiero, C. No quiero ser la típica pareja que hace todo lo posible por suplir la ausencia femenina en las primeras etapas de la vida de un niño. Además… si te soy sincero, creo de verdad que los bebés necesitan a una mujer cerca. Por lo menos, cuando son así de pequeños. Aun en el caso de que consiguiéramos uno…
               -No lo digas de esa manera. Adoptar es bastante sencillo, si sabes dónde buscar. Sabrae tenía días cuando los padres de Scott la adoptaron-le recordé. Aiden frunció el ceño y los labios, pensativo. Quería discutir mi afirmación, pero no sabía cómo-. ¿Quieres que les preguntemos?
               -¿A Zayn y a su mujer?-espetó, incrédulo-. ¿No crees que es un poco… precipitado? Igual se acojonan.
               -O sea, que no te parece precipitado pensar en formar una familia conmigo, pero sí preguntarles a Zayn y Sherezade cómo se hace-asentí, divertido-. Comprendo.
               -Yo ya sé cómo se hace-discutió Aiden, obcecado en llevar la razón. Se ponía guapísimo cuando se volvía así de tozudo.
               -Me consta que lo sabes, y lo sabes muy bien-le contesté, y empecé a besarle con insistencia, como pidiéndole hacerlo sin pretenderlo realmente. Me gustaba tontear con él. Me gustaba muchísimo. Me gustaba pasarle las manos por los brazos y el vientre y descubrir el efecto que mis caricias tenían en su piel. Se le ponía de gallina. Se le aceleraba el pulso. Se le descontrolaba la respiración.
               -Esto no es justo-protestó-, estás usando tu aura de estrella del rock para seducirme.
               -¿Tengo un aura de estrella del rock?
               -Oh, sí.
               -¿Y funciona?
               -Oh, joder, sí.
               Le di un manotazo en el hombro.
               -¡Aiden! No digas palabrotas delante de Avie-gruñí-. Podría aprenderlas.
               Aiden entrecerró los ojos un segundo, divertido.
               -O sea, ¿voy a ser el padre? ¿Y tú vas a ser la madre?
               Le pegué un nuevo manotazo en el hombro.
               -Debería darte vergüenza, promover estereotipos homófobos con Avery presente.
               -No se entera de nada, C-puso los ojos en blanco y yo contuve el impulso de chuparle la cara.
               -Me da lo mismo. En presencia de Avery, quiero que te comportes. Se merece que la tengan en consideración como a la reina que es.
               -Cualquiera se olvida de que está por aquí, con tus alertas de hermano mayor sonando a todo volumen.
               Me estremecí.
               -Repite lo que acabas de decir.
               -¿El qué?-coqueteó-. ¿Todo volumen?
               -No, Aid, que pareces gil…-observé por el rabillo del ojo al bebé- tonto-me corregí-. Lo de mis alertas de…
               -¿Hermano mayor?-paladeó Aiden, en un tono tan erótico que rayaba en lo obsceno. Contuve el impulso de taparle los oídos a la pequeña. Eso la despertaría.
               Aiden lo repitió varias veces y yo fingí llegar a un orgasmo, cerramos los ojos y nos reímos en silencio. Volví a rodar para situarme de costado y a acariciarle el vientre a mi hermanita. Aiden se nos quedó mirando.
               -Sigo sin creerme que sea real. Que esté aquí de verdad.
               -Es muy mona-asintió. Fue lo más ofensivo que le escuché decir en toda mi vida.
               ¿Avery?
               ¿Mona?
               ¿Estábamos locos? Era la criatura más preciosa de todo el universo. Mona era un puto insulto, en lo que a ella respecta.
               -Ya puedes ir cambiando tu actitud con ella-aduje-, si quieres que lo nuestro tenga futuro.
               -¿Y eso?-Aiden esbozó una cálida sonrisa que hizo que todo en mi interior se revolucionara, pero yo ya estaba acostumbrado a vivir en una nube. Llevaba haciéndolo desde el momento en que entré en contacto con mi hermana. Era un pajarito que se guiaba por las corrientes de aire, ya no le temía a las turbulencias.
               -Será una jueza implacable en materia de chicos. Lo sé. Se los tendrá que quitar de encima. Confía en mí, tengo ojo para estas cosas. Y tú no estás haciendo nada por trabajártela.
               -¿Una jueza implacable? A mí me parece más bien una dulce y dormilona sobrinita. Lo que me apetece es achucharla hasta que me muerda un ojo, no dorarle la píldora para que hable en mi favor.
               -Pues es tu cuñada-sentencié-, así que mucho jito con ella, porque te la vas a tener que ganar si quieres que lo nuestro llegue a alguna parte.
               -Yo ya la tengo en el bolsillo-discutió Aiden-, no hay más que ver cómo me miras. Es imposible que Avie no me adore si ve lo enamoradísimo que estás de mí.
               Empezamos a besarnos. Aiden tocó sin querer a Avery de la que me estaba acariciando, y ella abrió los ojos y exhaló un suspiro, como quejándose porque la hubiéramos despertado. Le dimos mimos hasta quitarle la mala cara por la falta de sueño, y continuamos hasta que exhaló una dulce carcajada de felicidad y satisfacción, agitándose en el colchón como si fuera una oruga luchando por salir de su crisálida y poder echar a volar.
               Estábamos en eso cuando escuchamos pasos fuera de la habitación y murmullos ahogados, siseos mandando callar y siseos devolviendo la orden.
               -¿Deberíamos llamar?-preguntó una voz.
               -A ver si el bebé va a estar durmiendo…-respondió otra.
               -Tenemos que llamar-una tercera intervino-, a ver si están haciendo cochinadas y les…
               -Qué van a estar haciendo cochinadas, con el bebé al lado, Tommy, eres un putísimo depravado, haz el favor de llamar a la puerta-gruñó una cuarta.
               Unos nudillos tímidos rozaron la puerta. Les dije que podían pasar y me incorporé, sonriendo como un tonto, consciente de que tenía el pelo despeinado y las mejillas enrojecidas por las cosas que Aiden me había hecho antes y por el calorcito que me invadía escuchar la risa de Avery.
               -¿Ves?-espetó Tommy, girándose hacia Scott-. Te dije que estaban haciendo cochinadas, ¿o es que tú siempre cierras la puerta cuando estás con Eleanor en la hab…?-comenzó, pero Layla lo empujó a un lado y entró en tromba a la habitación, viniendo derechita a por Avery, que abrió los ojos un momento, asustada.
               -¡HOLA, MI CIELO!-celebró Layla, recogiéndola de la cama y colocándosela con habilidad contra el pecho-. ¡MI TERRONCITO DE AZÚCAR!-se puso a bailar por la habitación, arrancando carcajadas de Avery, quien parecía preferir mil veces la fiesta a los mimos tranquilos. Se notaba que había salido a papá. Yo me parecía más a mamá-. ¡MI TESORITO! ¡Ven, que te dé un besote!-sonrió Layla, sujetándole la cabeza y plantándole un enorme beso en la mejilla-. ¡Mua!-sonorizó-. ¡Mua!-le pegó un mordisquito a Avery en la mejilla-. ¡MUA!-repitió, dándole un lametón y haciendo que ella vibrara de felicidad. Layla siguió dando vueltas sobre sí misma con Avery en brazos, recorriendo la habitación como si bailara un vals que sólo ella podía escuchar.
               Diana sonreía, apartada en un rincón, temiendo inmiscuirse en el pequeño festival de felicidad. No sabría decir quién de las dos chicas estaba más contenta de haber conocido por fin a la otra: si Avery o Layla.
               Me sentía a las puertas del cielo, con una sonrisa tonta partiéndome la cara en dos e hinchándome las mejillas hasta el punto de que sentía que mi cara se iba a romper. Aiden me cogió la mano y me dio un beso en el cuello mientras continuaba observando la escena.
               Tommy y Scott se miraron entre sí, estupefactos.
               -¿Y nosotros somos los anormales del grupo?-preguntó Scott.
               -No había visto a nadie alegrarse tanto por un bebé en mi vida-confesó Tommy.
               -Intentó secuestrarnos a todos los presentes siendo una enana, ¿qué esperabas?-espetó su mejor amigo-. ¿Que la ofreciera en sacrificio?
               -Dulce tocinito de cielo-concluyó la retahíla Layla, levantando a Avery sobre su cabeza y pegándola de nuevo contra su pecho. La niña se retorció entre sus brazos, y de repente la muchacha pareció hacerse consciente de todo lo que había sucedido a su alrededor, del pequeño huracán festivo que había desatado. Se sonrojó deliciosamente y se acercó para depositar con cuidado a Avery en mis brazos-. Lo siento. Me encantan los bebés-confesó, y miró a Tommy como si le estuviera pidiendo disculpas.
               -No pasa nada, Lay-respondió Scott-. A Tommy le encanta hacerlos.
               -Te voy a asesinar mientras duermes-aseguró Tommy, girándose hacia él.
               Diana se acercó como si fuera pisando huevos, cada paso era una verdadera cruzada para ella. Se inclinó para mirar a Avery.
               -Qué bonita-sentenció por fin-. Venid a mirar, chicos-añadió, girándose hacia los ingleses, que no se hicieron de rogar.
               Mi hermana se convirtió en el centro de atención, tanto en mis brazos como los de Layla. Después de muchas carantoñas, mimos y saludos, Avery volvió a quedarse dormida, agotada ante tantas emociones. Diana se sentó al lado de Layla y le agarró un pie al bebé.
               -¿Qué tal la semana?-preguntó. Sonreí.
               -Muy bien. No me canso de mirarla.
               -Yo estaba igual con Sabrae-confesó Scott-. Todo lo que hacía me parecía fascinante. Luego empezó a hablar y se convirtió en la gilipollas repelente que es ahora. La puto detesto.
               -Besas el suelo que ella pisa, S-le recordó Tommy.
               -Y también me follo a tu hermana-soltó Scott, y Tommy volvió a darle un puñetazo.
               -Son adorables-me confió Tommy-, hasta que empiezan a tirarse a tus amigos y te quitan tiempo para pasar con ellos.
               -¿Celoso?-se burló Scott.
               -Yo te tenía antes, Eleanor debería esperar y conformarse, no al revés.
               -¿Qué hace?-preguntó Diana, interesada. Me senté en la cama para dejarles espacio. Aiden me imitó y le dedicó una sonrisa cortés a Layla mientras ésta acunaba a mi preciosa hermanita.
               -Pues… se ríe. Y se mueve. Es adorable. Mirarla. Y ella en sí.
               -Ajá-asintió Diana, observándola-. ¿Y qué más hace?
               -Dormir. Y mamar. Me encanta mirarla mamar. ¿Es normal?-pregunté. Layla, Tommy y Scott asintieron.
               -Scott y yo nos sentábamos a mirar mamar a Eleanor cuando era un bebé. Con la boca abierta. Mamá dice que a veces le dábamos hasta lástima.
               -Por lo retrasados-aclaró Scott.
               -Retrasado lo serás tú.
               -Pues saqué una centésima más que tú en la prueba de acceso a la universidad.
               -En matemáticas-aclaró Tommy.
               -La única asignatura que importa.
               -Scott, se te dan bien los números, pero ya tienes 18 años, es hora de que lo asumas: eres gilipollas. Tus padres te concibieron estando borrachos. Seguro que los espermatozoides de Zayn iban dando bandazos por el útero de Sherezade.
               -Y, aun así, mira qué bien he salido-respondió Scott-. Ojalá pudiéramos decir lo mismo de Don Mis Padres Me Buscaron.
               -Ojalá tengas en regla el puto testamento, porque no pasas de esta noche-le prometió Tommy.
               -¿Y qué más hace?-preguntó Diana, insistente. Me encogí de hombros.
               -No mucho más. Caca.
               Diana se quedó pensando un momento.
               -Interesante. ¿Ya la bañáis?
               -¡NO!-gritó Layla, y Avery dio un respingo y se echó a llorar-. Oh, dios mío, lo siento tanto, cariño…-Layla la acunó y la besó hasta que su llanto bajó el volumen, pero, al ver que mi pequeña no se calmaba, me la entregó. La apretujé contra mi pecho y le dije que no pasaba nada mientras le palmeaba la espalda y le daba besitos-. Mira qué bien huele. Sería un sacrilegio quitarle ese delicioso olor a bebé.
               Avery exhaló un tímido “uuuuuh” cuando cesó su llorera y se pasó un puñito por la cara, limpiándose las lágrimas.
               -Ay, jolín, quiero cincuenta como ella-suspiró.
               -Pues ya puedes poner a Tommy a trabajar, Lay-bromeó Scott, y Diana y él se echaron a reír.
               -Estoy agotado cada puta noche porque yo llevo todo el peso de la banda sobre mis hombros, ¿y todavía tienes los cojones tan gordos de protestar por mi vida sexual? Al menos yo la tengo.
               -Escasa-respondió Diana, mirándolo por encima del hombro y sacándole la lengua.
               -¡Pero si me presto a lo que queráis, ¿qué coño me estás contando, chavala?!
               -¡Lo de tener dos novias, precioso, pero a la hora de cumplir con ellas, ni un puto músculo movemos!
               -¡Igual te piensas que esto es un gato hidráulico, tía!
               -¡Sólo digo que no tienes intención!
               -Por dios, Diana, ¿cuándo te he dicho yo que no quería follar?-discutió Tommy-. ¡Trabajo como un esclavo las 24 horas del día, discúlpame por no ir trotando como un cachorrito a tu cama por las noches, pero es que no tengo fuerzas para más!
               -Habéis elegido mal, chicas-Scott se tiró del pecho de la camiseta y se rió, mordisqueándose el piercing de una forma que me atrajo incluso hasta a mí.
               -Te estás esforzando mucho en tocarme los cojones, y lo estás consiguiendo, Scott-advirtió Tommy.
               -Chicos-llamé a la calma-, ¿os importaría medir vuestro vocabulario? Los bebés se enteran de todo, y no quiero que la primera palabra de Avery sea… c-o-j-o-n-e-s-deletreé después de mirarla. Tommy se mordió el labio mientras Scott fruncía el ceño.
               -¿Por qué se la deletreas? A ver si se queda con la copla y te la escribe.
               -Que a ti no te den las neuronas no significa que ella sea estúpida-respondió Diana.
               -Cómeme los cojones, americana.
               Tommy le soltó un bofetón.
               -Un poco de respeto, tío, que es mi novia.
               -Sí, la novia a la que tienes a pan y agua.
               -Qué imbéciles sois-suspiró Layla, negando con la cabeza, y extendiendo los brazos para recuperar a Avery-. Con la cantidad de cosas bonitas que le podríais decir a la niña, y malgastáis la saliva escupiéndoos tonterías-negó con la cabeza-. No sé si me gusta esta actitud, chicos.
               -Lo sentimos-cedieron ellos, genuinamente arrepentidos.
               -¿Cuánto pesó?-preguntó Layla, inaugurando la modesta rueda de prensa sobre los detalles de la llegada y estancia de Avery al mundo. Volvió a dormirse en sus brazos y se las apañó para que una aterrorizada Diana la sostuviera. Tuvimos que enseñarle cómo hacerlo.
               Nunca había sostenido un bebé en brazos.
               Puede que fuera millonaria, pero, en lo que se refería a experiencias vitales, la pobre era la más pobre de las mendigas.
               Papá entró y les preguntó si querían quedarse a dormir. Scott y Tommy bromeaban con si pretendía que durmieran en la calle, a lo que él respondió que de ningún modo: con dormir en el jardín sería más que suficiente. Les daría un mantel para que hiciera as veces de manta.
               -¿Cómo os organizáis?-quiso saber mi madre, mirando a Tommy y a las chicas, mientras terminaba de calentar un poco de chocolate para todos en una inmensa olla. Papá se estaba encargando de la cena, y yo me ocupaba de mantener a Avery calentita y cómoda en mi regazo. Aiden se ofreció en dos ocasiones a poner la mesa, y en las dos mis padres se volvieron a la vez y lo fulminaron con la mirada, como si acabara de sugerir que vendiéramos los órganos del bebé en el mercado negro en lugar de ofrecer un poco de ayuda en la casa.
               -Yo duermo solo-se adelantó Scott-. Tommy, Layla y Diana duermen juntos.
               -Si tenéis una cama lo bastante grande, claro-intervino la americana. Layla asintió con la cabeza.
               -Si no, Diana y yo dormimos juntas, y Tommy y Scott comparten cama.
               -Pero no hay nada raro-se apresuró a añadir el musulmán-. O sea, nada de tocamientos impuros ni nada de eso.
               -¿Por qué mientes, Scott?-espetó Tommy, y todos nos echamos a reír. Avery abrió un ojo, sorprendida y confusa, pero lo cerró al poco tiempo, cuando deposité un besito sobre su frente.
               -Tenemos dos camas-aludió papá-, pero en habitaciones diferentes. ¿Supone eso un problema?
               -Yo no me preocuparía tanto por las habitaciones como por los sofás-murmuró Scott-. Tommy y Diana tienen fetichismo por ello.
               -Me gusta casi tanto como fantasear con que te asfixio con la almohada mientras duermes-aseguró Tommy. Scott puso mala cara y le dio un empujón cuando se abalanzó sobre él para tratar de darle un beso.
               Acostamos al bebé y nos quedamos un rato en el sofá, Aiden y el grupo juntos, poniéndonos al día de lo que había sucedido. Dentro de un par de días tendríamos los conciertos en Irlanda, y luego tocaría marcharse por Europa, terminar la parte oriental de nuestro tour y marcharnos a Estados Unidos.
               -Y todavía nos queda el disco-murmuré, mirando la cuna en la que mi hermanita reposaba. De repente ya no me parecía tan buena idea marcharme. Todos mis planes se habían visto trastocados por el mero hecho de no haber sabido calcular bien en qué momento llegaría ella al mundo.
               Y cuánto la querría yo, y lo difícil que se me iba a hacer separarme de ella.
               -Vamos a posponerlo un poco-anunció Scott, y yo me lo quedé mirando. Jugueteó con las mangas de su sudadera y miró a los demás. Me fijé en que le semblante de Tommy se había endurecido y miraba al suelo con decisión, como si estuviera resolviendo un cálculo mental complicadísimo del que dependiera toda su vida-. Un año, o así.
               -Pero… creía que queríais…
               -Si sacamos el disco en enero-reflexionó Layla-, tendremos que irnos de promoción aunque tardemos en hacer el tour. Y no podremos posponer el tour.
               -Tiene que haber otra solución-respondí yo, mientras Aiden me acariciaba el antebrazo-, eso podría perjudicarnos, y no quiero que todos os sacrifiquéis… Avery… puede venir a vernos. Yo iba de tour con papá y los demás cuando era pequeño.
               -No es por Avery-contestó Scott.
               -No es sólo por Avery-matizó Tommy, y levantó la cabeza. Reparé entonces en que Diana guardaba un incómodo silencio, la cara semioculta en la manga de su sudadera, estirada y deformada hasta el punto de utilizarla como un guante de boxeo-. También lo hacemos por el bebé, pero no es sólo por ella. Es posible que no vuelvas a tener otra hermana, C. y no queremos que te pierdas los primeros momentos de su vida.
               -Es mágico-asintió Scott.
               Clavé los ojos en Diana.
               -¿Y la segunda razón?
               -LA segunda razón es que Diana tiene que entrar en rehabilitación ya-informó Tommy en tono plano.
               -Pero… ha mejorado. Ya no se mete.
               -He tenido una recaída-confesó ella, avergonzada. Cerró los ojos para ocultar las lágrimas. Tommy ni parpadeó.
               -Lo estabas haciendo genial, Didi. Es normal que te pasen estas cosas-le aseguró Layla, agarrándole la mano.
               -Bueno… tampoco es tan grave, ¿no?
               -Tuvimos que llevarla al hospital-contestó su novio en tono neutro-. Se metió lo mismo que las otras veces, pero ahora ya es demasiado para ella.
               -Lo tenía bajo control-se defendió la americana.
               -No voy a enterrarte por una sobredosis, Diana-le avisó el inglés. Diana se volvió hacia él, con la espalda rígida.
               -Con que mis padres me odien por lo de las drogas ya tengo bastante, Thomas-respondió, gélida-, no necesito que lo hagas tú también.
               Tommy bufó una sonrisa y negó con la cabeza.
               -¿Ves cómo estás de mal? No sólo crees que controlas la situación, sino que piensas que tus padres te odian. O que yo podría hacerlo-negó con la cabeza y se cruzó de brazos-. Estoy de muy mala hostia contigo, Diana, pero eso no quiere decir que deje de quererte. Precisamente porque te quiero, quiero que entres ya en esa clínica.
               Diana meneó la mandíbula, conteniendo una contestación sarcástica.
               -¿Tan mal te pusiste?-pregunté, poniéndole una mano en la rodilla. La americana puso los ojos en blanco.
               -Es él, que es un exagerado.
               -Te encontramos inconsciente en el puto baño del bus, Diana-rugió Tommy en voz baja.
               -No era la primera vez que me pasaba.
               -¿Y se supone que eso tiene que tranquilizarnos? No haces más que darme argumentos para meterte aunque sea a rastras en rehabilitación.
               -Chicos, por favor-pidió Layla-. Todavía queda un tiempo para que todo esto pase. De momento, tenemos que concentrarnos en el tour.
               -No voy a esperar a darte la ocasión a que te pases un día y la palmes de una sobredosis, Diana.
               -Lo tengo todo controlado, Thomas.
               Se miraron fijamente durante largo rato. Aiden se inclinó hacia mí y me susurró al oído:
               -¿Siempre son así de intensos?
               -Y eso que no les has oído follando-respondí en su oreja también. Scott carraspeó.
               -Pareja, creo que Layla tiene razón. No es momento ni lugar para hablar de estas cosas. Tendremos más vigilada a Diana, y ya está-tranquilizó a Tommy, que se relajó visiblemente, aunque la tensión continuaba en sus hombros-. Te esconderemos todas las drogas-añadió, mirando a Diana-, y estarás acompañada las 24 horas del día.
               -Podré tener mis momentos de…
               -Te metes en el baño, Diana. Tenemos una chica en el grupo. Layla puede entrar contigo.
               -¿Ni mear tranquila puedo ya?
               -Las drogas o yo, Diana. Ya te lo dije una vez. O las dejas o te dejo. No nos puedes tener a los dos-sentenció Tommy.
               -¿Queréis parar? Necesita que la ayudemos, no que le pongamos más presión. Precisamente por influencias externas es por lo que se ha enganchado. Tenemos que estar ahí para apoyarla-Layla le cogió una mano-. Entiendo que esta situación os asuste, pero lo superaremos si estamos juntos.
               Diana paseó su pulgar por el dorso de la mano de Layla, mirando las líneas de su piel, pensativa. La tensión que manaba de Tommy era tan evidente que no podías pensar que no estaba pasando algo muy gordo. La americana se había salvado por los pelos.
               Y le entendía. Ahora que tenía a Avery, le entendía. Cuando quieres tanto a una persona, la sola idea de pensar en que se esfume y te devuelva a aquel momento de tu vida en que no existía te parece la más terrorífica de todas. Ni la muerte se puede comparar a la soledad de perder a alguien que te importa tanto.
               -Disculpaos-exigió Layla, en un tono autoritario que jamás le había escuchado utilizar. Scott se mordisqueó el piercing mientras Tommy tragaba saliva y miraba a Diana.
               -No soporto la idea de perderte-le dijo-. Pero perdona que te lo esté haciendo pasar tan mal. Es que… todo esto me supera-musitó.
               -Yo no quiero decepcionarte, T-los ojos de Diana brillaban en la oscuridad-. Siento haber recaído.
               -Lo estabas haciendo muy bien-susurró él, apartándole el pelo del cuello y hundiendo sus dedos en el cuero cabelludo. Diana apoyó la mejilla en la palma de su mano de manera instintiva, buscando el calor de su cercanía.
               -Lamento haberte defraudado.
               -Sigo estando orgulloso de ti.
               Diana sonrió, tímida. Tuve la impresión de que se les había olvidado nuestra presencia.
               -Me alegro de que sigas estando orgulloso de mí.
               -Y yo me alegro de que me llames Thomas cuando te enfadas conmigo. Debería picarte más a menudo.
               -¿Te gusta?
               -Es sexy.
               -¿También es sexy cuando te lo llamo yo?-intervino Scott, y yo me giré hacia él.
               -Tío, sin ánimo de ofender, pero a veces me apetece pegarte un puñetazo.
               -Deberías ponerte a la cola, irlandés. Es un poquito larga-confió Tommy, pasándole un brazo por la cintura y besando a una de sus chicas en la sien. Todos miramos de nuevo hacia Avery, cada uno pensando en el futuro. Seguro que Aiden ya estaba haciendo planes de lo que haríamos cuando regresara del tour.
               Estaba mal que lo pensara, pero tenía ganas de que Diana entrara en la clínica de desintoxicación, sólo por tener garantizados unos meses en los que nadie esperaría que hiciera algo diferente a aguardar el momento en que ella saliera. Podría disfrutar de Avery creciendo, podría disfrutar de componer cosas que ella me inspirara, podría acostumbrarme a ser un hermano mayor, el mejor hermano posible para ella.
               La salida de Diana del ojo del huracán la empujaría a una tormenta, pero yo navegaba tranquilo en el remanso de paz que había entre las nubes y los vientos, cuidando de que a mi pequeña no le pasara nada y de que todo fuera lo más confortable posible.
               -Creo que esto nos va a venir bien-reflexionó Aiden, y todos lo miraron-. Tendréis una excusa para que no os exploten como sucedió con One Direction-explicó, y varias cejas se alzaron-. Descubriréis quiénes sois. Podéis hacer cosas mientras tanto. Preparar estudios, o lo que sea. Estaréis con vuestras familias-añadió, mirándome-. Y con vuestros amigos. En casa. Os echamos de menos. Muchísimo. Ni os lo podéis imaginar.
               Tragué saliva y asentí con la cabeza, acariciándole la nuca, el punto en el que su columna vertebral se unía con su cráneo, que tanto le gustaba. Aiden se estremeció y cerró los ojos.
               -Y nosotros a vosotros.
               Nos arrebujamos en los sofás un rato más, contemplando la sombra luminosa de la luna arrancar destellos entre las nubes.
               -¿No os parece fascinante-susurró Scott, rompiendo la magia del momento-, que los humanos nos juntemos los unos con los otros, y boom, fabriquemos otro?
               Nos volvimos a mirarle.
               -A mí, lo que me parece fascinante-respondió Tommy-, es que tú seas el resultado de millones de años de evolución.
               Empezaron a insultarse hasta que yo les lancé una mirada envenenada, momento que aprovecharon para decir que, quizás, era buena hora para irse a la cama. Se despidieron de Aiden y de mí y se fueron en fila por el pasillo, atravesando mi casa y cerrando la puerta de una de las habitaciones. Aiden se volvió hacia mí.
               -¿Estás pensando lo mismo que yo?
               -¿Que mi casa se va a convertir esta noche en un picadero internacional?-sugerí, alzando una ceja. Aiden se echó a reír y negó con la cabeza.
               -No. Sé que tenías miedo de perderte cosas sobre la pequeña. Esto es un regalo, C-la señaló-, disfrutarla es otro aún más grande. No lo desaproveches.
               -No voy a hacerlo.
               -¿Y el tiempo conmigo?-ronroneó, pegándose más a mí. Busqué su boca.
               -Menos aún-contesté. Me lo llevé a la cama y nos desnudamos en silencio.



No veía la hora de bajarme del avión y reunirme con mis padres y Avery. Después de casi un mes de tour por Estados Unidos, por fin habíamos terminado el último concierto, firmado el último disco y hecho la última foto. Había cambiado de avión en Londres y les había deseado suerte a los demás. Nos prometimos que estaríamos en contacto y vi que ellos pretendían cumplir la promesa, porque dedicaron la siguiente media hora a llenar el chat con mensajes de despedida y fotos de animales monos. Me reí mientras observaba un gif de dos conejos boca arriba, meneando rápidamente sus narices cerca de la cara del otro, como si se estuvieran mandando besos, enviado por Diana hacía un par de minutos.
               Me levanté el primero del asiento, le di la vuelta a la gorra y sonreí a una anciana cuando le ayudé a bajar la maleta de cabina del portaequipajes. La señora me devolvió la sonrisa y me preguntó si me conocía de algo. Yo le respondí que no había tenido el gusto y le di la mano. Le dije que me llamaba Chad. Ella me contestó si alguna vez me había hecho algún bocadillo de chocolate y yo negué con la cabeza.
               -Es que me suenas tanto, hijo… ¿estás seguro?
               -Sí, señora. Bueno, igual me ha visto por la tele-respondí. No me gustaba ir pregonando que era famoso, me daba la sensación de que era ponerme una etiqueta que no terminaba de encajar en mí. Era como si se perdiera toda mi humanidad, como si sólo me convirtiera en mi profesión en el momento en que decía a qué me dedicaba, y todo lo que había detrás de ella, cada sentimiento, recuerdo y experiencia se disipara en el aire.
               La señora se echó a reír y negó con la cabeza.
-Qué gracioso eres, guapo. Estos jóvenes, madre mía.
               Salió la primera del avión y enseguida la perdí entre la gente.
               Habíamos salido a Estados Unidos en un avión privado que no hizo más que bambolearse durante casi medio trayecto. No me había sentido tan mareado en toda mi vida, y Scott incluso se puso pálido, más incluso que yo en invierno, y se aferró al brazo de Tommy con tanta fuerza que le dejó marcados los dedos y las falanges. Eso no quitó de que, cuando el avión aterrizó en Nueva York, después de angustiosas horas de viaje, fuera a permitir a Diana regresar a casa como si nada.
               Él fue el último en bajar, y Jake, Tommy y yo nos burlamos de él por quedarse clavado en el último escalón de la escalerilla. Miró a Tommy, suplicante, y éste suspiró, se acercó a él.
               -Sabes lo que te dije de no pisar Estados Unidos en toda mi vida.
               -Pues has escogido un mal momento para acordarte de eso. Podrías haber pensado en ello antes de subirte al avión. O de clasificarte como finalista de The Talented Generation.
               -Creo que os voy a esperar aquí.
               -Scott, no seas tonto, venga-instó Eleanor, poniendo los brazos en jarras-. Estoy cansada, quiero irme al hotel y echarme una siesta. Y no estás ayudando.
               -¡Soy un hombre de principios, Eleanor, no puedes pedirme que acepte todo lo que este país le ha hecho a mi cultura!
               -Nadie te está pidiendo que lo hagas, sólo te estamos diciendo que haga el favor de bajarte del avión para que podamos ir a descansar.
               -No-respondió, tozudo. Tommy se masajeó las sienes.
               -Didi, ¿puedes ayudarnos?
               -Scott-respondió la americana, acercándose a él-. En nombre de todos los hombres, mujeres y niños de mi país, te pido perdón por la islamofobia que hemos practicado durante casi el último medio siglo.
               Scott entrecerró los ojos. Su abrazo sobre la barandilla se debilitó un poco.
               -Está bien…-cedió-. Ahora, di que el 11 de septiembre lo hizo Bush.
               -No pienso…-empezó ella, pero Tommy negó con la cabeza y le hizo un gesto con la mano, como diciendo tú dilo, y ya está. Diana puso los ojos en blanco-. Está bien. Dios mío-suspiró-. El 11 de septiembre lo hizo Bush.
               -Genial. Y ahora…-Scott extendió la pierna ante ella-. Bésame un pie.
               Diana se lo quedó mirando un momento, se volvió hacia Tommy y le espetó:
               -Inglés, eres con diferencia el chico que mejor folla con el que he estado nunca, pero si para estar contigo tengo que aguantar a este subnormal, creo que me meteré en un convento. Pasáoslo bien intentando bajarlo de ahí-sentenció, caminando por la pista en dirección al coche que nos esperaba.
               -¡Diana!-protestó Scott.
               -¡Nos vemos dentro de un mes, musulmán! ¡Suerte encontrando comida que no contenga nada de cerdo!
               -¡Yo como cerdo!
               -¡Bien por ti!-respondió ella, dejando que le abrieran la puerta y metiéndose en el coche negro. Tommy se giró en redondo y tiró de Scott.
               -Déjate de hacer el gilipollas, que me tienes frito ya, tío.
               Scott pisó suelo estadounidense, fingió un paro cardíaco y, cuando vio que nadie le hacía caso y que estábamos más que dispuestos a dejarlo tirado en medio de la pista de aterrizaje, se levantó y se limpió la suciedad de la ropa.
               -Ya veréis cuando me vaya del grupo y empiece a escupir veneno-espetó-. Si pensabais que mi padre se sobró echando mierda, con lo rencoroso que yo soy, vais a flipar.
               Enseguida se le pasó el cabreo. A él y a todos, en realidad. Cuando Diana se sentó en la parte delantera de la limusina y sacó la cabeza por el techo panorámico, pensamos que se había vuelto loca. Se puso de pie y abrió los brazos como si fuera un pájaro, saludó a cada coche que adelantábamos y se echaba a reír cuando los coches le devolvían el saludo. Nos invitó a levantarnos y fue indicándonos el nombre y contenido de todos y cada uno de los rascacielos más relevantes de la ciudad. Nos señaló el monumento al atentado del 11 de septiembre y nos dio con orgullo neoyorquino información sobre la torre con forma de aguja que se alzaba sobre el skyline de la ciudad, retorciéndose sobre sí misma como si quisiera contemplar cada rincón de sus dominios.
               -¡Mi casa!-celebró cuando pasamos por la Quinta Avenida, señalando con un dedo un edificio que se levantaba un poco más que los demás, cuyo tejado acristalado refulgía con el esplendor del atardecer-. La de la esquina es mi habitación-informó-. Se ve toda la calle. Tengo unas vistas impresionantes de Times Square en Año Nuevo-añadió, orgullosa-. Está en esa dirección-añadió-, y cuando ponen las pantallas, puedo verlas desde mi cama.
               -¿Estamos invitados a venir en Año Nuevo?-preguntó Taraji, entusiasmada. Diana se revolvió en el asiento.
               -Claro. O sea, en Año Nuevo y siempre que queráis. Si yo no estoy en la ciudad, vais al Plaza y pedís mi suite.
               -¿Tienes una suite?-espeté, incrédulo, y Diana volvió a asentir.
               -Sí, bueno, es de mis padres, pero lleva mi nombre, nadie lo sabe, así que si venís y la pedís, saben que sois amigos míos.
               -¿Tienes una suite con tu nombre?-repitió Tommy, estupefacto.
               -Creía que te lo había dicho.
               -Didi, si me hubieras dicho algo así, me acordaría.
               -Bueno, pues tengo una suite con mi nombre.
               -¿Es ahí adonde vamos?-quiso saber Eleanor. Diana negó con la cabeza.
               -Dios, no. Nueva York es súper ruidosa en esta época del año. Bastante ruido vamos a soportar ya. Vamos a un sitio mejor.
               -¿Dónde?
               -Los Hamptons-Diana cerró el techo panorámico y se sentó en los sofás de cuero color crema.
               -Pero… ¿eso no está súper lejos?
               -En bote, no. Sólo hay que rodear Long Island-se encogió de hombros y desbloqueó su móvil, empezó a escribir mensajes de manera frenética, como si le acabara de ocurrir que sería buena idea celebrar una fiesta. Nos bajamos del coche en unos astilleros y nos subimos a un yate en el que nos sirvieron champán y todo tipo de canapés.
               -Dime que este barco no es tuyo-le pidió Layla.
               -Es de Zoe, en realidad. Bueno, de sus padres. Están arreglando la casa de los Hamptons y se alojan en la nuestra. Tienen la llave. Están al lado.
               Me sorprendía la forma en que lo decía, como si no tuviera importancia que sus amigas tuvieran barcos o cosas así. No es que en mi casa no pudiéramos permitírnoslo, todo lo contrario, pero aquel nivel de lujo y ostentación me parecía tan… tan de otro mundo. Me sentía como si estuviera en otra dimensión.
               Habíamos iniciado el viaje durmiendo en una mansión inmensa, imitando a las casas victorianas que pertenecían a la realeza al otro lado del océano. Cuando nos bajamos del bote y caminamos hacia la casa marrón que se levantaba entre los árboles, asombrados, Diana puso mala cara.
               -¿Adónde os creéis que vais?
               -¿No es tu casa?-preguntó Jake, un poco desilusionado. Diana negó con la cabeza.
               -¡No! Es la del servicio-y comenzó a caminar por un sendero empedrado, arrastrando su maleta con una mano y pegando a la oreja su móvil. Atravesamos unos jardines y la imponente mansión en la que pasamos nuestra estancia en Nueva York se alzó ante nosotros, orgullosa-. Ésta es mi casa.
               Nos lo pasamos en grande mientras Zoe y Diana se ponían al día, correteando por los pasillos, toqueteando los muebles y descubriendo rincones ocultos que era posible que ni Diana conociera. Olvidado nuestro cansancio, nos dedicamos a jugar al escondite y estuvimos buscando cerca de media hora a Beth, que resultó haberse perdido en uno de los baños sin saber explicar cómo había llegado hasta allí. Incluso nos mandó su ubicación por Telegram, y Scott y Tommy chillaron.
               -¡Esta puta casa tiene Google Maps!-rugieron, estupefactos.
               Me lo había pasado genial en el viaje, a pesar de que fue incluso más estresante que el tour europeo. Descubrí que el país de Diana era uno inmenso y que podías estar conduciendo 24 horas sin salir del mismo estado, que cada condado tenía su propia comida y mascota y que recorrer Estados Unidos de punta a punta podía llevarte 2 días, sin detenerte a dormir ni repostar. El público americano era más lanzado, incluso maleducado, que el inglés, pero nadie quiso comentarlo y no me apeteció ser yo quien señalara los aspectos negativos de nuestra vida.
               Disfruté de cada segundo como si fuera el último, mentalizándome de que puede que no volviera a ese país en mucho tiempo, y descubriendo maravillado que ni siquiera me importaba. Yo sólo quería regresar pronto a casa y estar con Avery.
               Así que no es de extrañar que la encontrara con facilidad entre la multitud, esperándome pacientemente mientras chupeteaba su chupete con emoción y cierta alegría. Mamá me abrazó y me dejó sacarla del carricoche y comérmela a besos, sin sentir ni una pizca de celos. Era yo quien los sentía de ella, más bien. Avery se había puesto enorme en mi ausencia y ella había estado ahí para disfrutar de ello.
               -¿Y papá?-pregunté, buscándolo. Me esperaba que estuviera mirando guitarras o algo por el estilo, pero mamá negó con la cabeza.
               -No ha podido venir. Lo siento, cielo.
               -Es igual-respondí. Aunque no lo era, no exactamente. La intranquilidad de que sólo mamá hubiera venido a buscarme se veía eclipsada por la belleza de mi hermanita y su peso en mis brazos. La colocamos en su capazo y me senté en la parte trasera, en el centro, de forma que tuviera visibilidad tanto de la carretera como de las dos mujeres más importantes de mi vida, con permiso de Kiara.
               Pero, cuando llegamos a casa, fue la intranquilidad la que eclipsó a toda mi felicidad.
               Porque en el salón había unas maletas que yo reconocí apenas se abrió la puerta. Pertenecían a mi madre.
               Y estaban llenas.
               Dejé a Avery en su cuna y me acerqué un poco para examinarlas, como si fueran un animal exótico aunque peligroso. Recorrí con los dedos la cerradura de la cremallera y me encaminé a mi habitación, enfurecido. No quería estar cerca del bebé y que ella notara la tensión que manaba de mí. No podía hacerle bien.
               Esperé a que papá llegara, cargado con la compra y con el estuche de una guitarra a la espalda, para salir de la habitación y dirigirme a la cocina, dispuesto a encararme con ellos.
               -Hola, C, ¿qué tal el viaje?-preguntó papá, viniendo a abrazarme, pero yo no le devolví el saludo. Había algo en el ambiente que me decía que había vuelto a cagarla.
               Y por eso las maletas de mamá estaban en el salón, no las suyas. Mamá se marchaba. Se separaban.
               Con un bebé de por medio.
               Otra vez.
               -¿Creéis que soy tonto?
               Papá se quedó clavado en el sitio y mamá se volvió. Ambos estaban helados.
               -¿Qué?
               -¿Pensáis que no me doy cuenta de lo que está pasando? ¿Qué ha sido esta vez?-me crucé de brazos y ellos se miraron-. ¿Sabéis qué? Dejadlo. No me interesa. Entiendo que lo hicierais conmigo, al fin y al cabo erais jóvenes y yo lo llevé bastante bien. Apenas me di cuenta de que mi familia estaba rota.
               -¿De qué estás hablando, Chad?
               -¿Es que no os da vergüenza? Avery no se merece esto. Ella es buena. Le vais a destrozar la vida. ¿Cómo podéis ser tan inconscientes? Si pensabais que lo vuestro no tenía futuro, no haberla tenido. No me parecía tan complicado. Simplemente, podríais haber usado protección. Ella no es un juego. Me da igual que yo fuera un experimento para vosotros, pero no voy a tolerar que os dediquéis a hacer pruebas con ella también. Avery se merece que estéis juntos, se merece tener dos padres, no uno de cada vez, como tuve yo. No deberíais ir a tur…
               -Para, para, ¿qué? ¿Uno de cada vez?-preguntó mamá, confusa, frunciendo el ceño-. ¿De qué estás hablando, Chad?
               Bufé.
               -Os vais a separar.
               Mamá y papá se miraron.
               -¿De dónde has sacado eso?
               -De las maletas-señalé el salón-. No soy imbécil, ¿sabéis? Ya me lo hicisteis una vez, y yo os lo perdoné, os lo perdonaría todas las veces que quisierais, porque sois mis padres, pero ahora deberíais pensar también en el bebé.
               -Estamos pensando en el bebé-zanjó mamá.
               -¿Ah, sí? ¿En qué sentido?
               -Chad-papá me puso una mano en el brazo-, en esas maletas está la ropa que quedaba de tu madre en su casa.
               Noté cómo me ponía colorado.
               -¿Qué?
               -Voy a vender el apartamento-informó mamá-. Y, con el dinero que saque, crearé mi propio negocio. Estoy cansada de que no me den facilidades en el trabajo, C. Quiero estar con tu hermana, y contigo, y con tu padre, pero también quiero trabajar.
               -No es que lo necesitemos-me tranquilizó papá.
               -Pero yo quiero hacerlo-respondió ella, más para mí que para él-. Quiero ser más que una madre o una esposa. Abriré una pequeña oficina y tendré mis propios horarios. Debería habértelo dicho nada más verte, pero… pensamos que lo mejor sería que te lo dijéramos estando los dos juntos.
               Los miré a uno y a otro, mis ojos saltando de los ojos azules de papá, los que había heredado; y los verdes de mamá.
               -¿No os separáis?-dije con un hilo de voz, temiendo que aquello era demasiado bueno para ser real. Se rieron.
               -No.
               -¿Es verdad? ¿De la buena?
               -De la buena-asintieron-. Estamos mejor que nunca.
               -Esperaré un poco para abrir la oficina. Quiero pasar tiempo contigo y con la pequeña.
               -Pero… ¿estáis seguros?
               -Ella no acepta mi dinero, así que sí-papá se encogió de hombros y suspiró, abriendo los brazos.
               -Tenemos que ir despacio-respondió mamá, mirándole con una sonrisa. Papá se volvió hacia ella.
               -Nena, llevamos casi 20 años de relación. He visto caracoles ir más rápido que nosotros.
               Mamá se mordió los labios con una sonrisa y susurró un tímido “es verdad”.
               -Y eso no es todo, C-añadió papá, hinchando el pecho. Me lo quedé mirando, sin entender.
               -¿No me notas nada raro?-preguntó mamá, pasándose una mano por el pelo y capturando varios mechones detrás de la oreja. Me encogí de hombros.
               -No… sé. Tienes le pelo más largo-observé, y ella asintió-. Y estás más guapa.
               -Eso no es novedad; tu madre está más guapa cada día que pasa.
               -No seas zalamero, Niall, ya no te hace falta.
               -Voy a serlo lo que me quede de vida, Vee.
               La estudié con atención, pero no había nada en ella que mereciera reseñar. Apenas se le notaba ya la tripa del embarazo y había mejorado su aspecto, superado el cansancio de las primeras semanas de maternidad.
               Después de un rato de análisis infructuoso, mamá puso los ojos en blanco y se rió.
               -Madre mía, ¡cómo sois los hombres! No os enteráis de nada-se acercó y estiró una mano en mi dirección. Me la quedé mirando sin registrar lo que quería mostrarme. ¿Sus uñas? ¿Se había hecho un minúsculo tatuaje en honor a Avery? Porque yo lo había considerado en varias ocasiones, especialmente después de ver los tatuajes que Scott y Tommy compartían, el día de nacimiento del otro grabado para siempre en el costado izquierdo, donde tenían el corazón.
               Si no fuera porque me habían dicho que dolía horrores, me lo habría hecho sin pensármelo dos veces.
               Pero yo era muy cagado para esas cosas, demasiado sensible al dolor, así que finalmente me quedé con las ganas y me conformé con ofrecerle mi amor, y no mi piel, a mi preciosa hermanita.
               Los miré sin entender.
               -Por dios, Chad. Mírale el dedo-suplicó papá.
               Fue entonces cuando lo vi, un anillo con un diamante en el centro, bastante discreto, muy del estilo de mamá.
               Levanté la mirada, estupefacto.
               -¡Nos vamos a casar!-festejó mamá, rodeando la mesa de la cocina y viniendo a abrazarme.
               Una nueva oleada de sentimientos me pasó por encima y arrasó con todo en mi interior. Me sentía incluso mareado. Nos abrazamos y lo celebramos con besos y risas, hasta que mis padres se separaron de mí y, nerviosos, me preguntaron qué me parecía.
               -Pues me parece muy mal-admití, y me deleité en sus caras de decepción un momento antes de añadir-, ¿cómo se os ocurre hacerlo sin mí?



La alianza de mamá me rascaba la manga del traje allá por donde me sujetaba el antebrazo mientras caminábamos hacia el altar. Vi a Avery revolverse en el asiento, enfundada en un vestido verde que le realzaba los ojos y que iba a juego con el de nuestra madre, mientras papá le pedía que se estuviera quieta. A sus 10 años, era un torbellino de vida y era incapaz de mantenerse en el mismo lugar durante dos segundos seguidos. Me atreví a mirar alrededor como si estuviera viviendo un sueño, un sueño de esos tan bonitos que tienen que ser reales, porque tu cerebro no es capaz de inventarse algo así.
               Del lado derecho de los asientos, estaban mis invitados. Scott y Eleanor me sonrieron, cogidos de las manos mientras ella sostenía a un bebé de apenas unos meses de vida y él le daba la mano a una niña que no paraba de tirarle de la chaqueta del traje y señalar a cada persona presente en la ceremonia, exigiendo de inmediato saber su nombre y su importancia. Tommy me guiñó un ojo y le pidió a Eleanor que le devolviera a su hija, mientras Layla y Diana comentaban los vestidos de cada una de las presentes y se paraban un segundo a admirar el de mi madre, que no había escatimado en elegancia y a la que había tenido que convencer de que una de las madrinas de la boda no podía llevar una cola de diez metros, que no era ella la que se casaba. Casi tuve que amenazarla con pedirle a Kiara que me acompañara ella al altar, y después de estar dos días sin hablarme, finalmente se plantó en mi casa y dijo que había reconsiderado su decisión y que acortaría la cola de su vestido, “pero el metro de cola no me lo quita nadie, y que sepas que lo hago por Aiden, no por ti”, añadió, muy digna, antes de recoger su bolso y bajar las escaleras de mi casa en dirección a la calle con la cabeza bien alta y Avery tirando de ella y diciendo que quería quedarse un rato a verme, que me echaba de menos.
               Me temblaban las rodillas, y creo que todo el mundo se dio cuenta, pero nadie lo mencionó. Gracias a Dios. Mis abuelas se limpiaron las lágrimas del rabillo del ojo mientras yo pasaba a su lado, y de la que nos situábamos en la parte central del gran salón del ayuntamiento, decorado con flores blancas y lazos marfil que hacían juego con mi traje y con el de Aiden, escuché a papá susurrar:
               -Avery, te lo juro por dios, como no te estés quieta, le echo la llave al piano un mes, y me la llevo a trabajar.
               Avery se sentó inmediatamente y cruzó las manos sobre su regazo. Se le daba increíblemente bien el piano, y eso que no era el primer instrumento que había empezado a tocar. En sus primeras navidades, recibió lo típico: peluches con cascabeles en su interior, sonajeros que emitían luz y pequeños experimentos que realizar para ir acostumbrándose al mundo.
               Su primer cumpleaños había sido muy diferente, recibiendo una guitarra de plástico que rompió en dos días. En casa, se lo recompensamos dejándole jugar con todas y cada una de las guitarras que se le antojaran, hasta que le dio por aporrearlas contra el suelo y tuvimos que guardarlas bajo llave.
               Una cosa era que las toqueteara para arrancarles sonidos, aunque fueran más bien ruidos que otra cosa, y les diera golpes en el agujero, en un ataque creativo, y otra muy diferente era que permitiéramos que levantara por encima de su cabeza piezas de coleccionista y las estampara contra el suelo repetidas veces, hasta echarse a llorar porque el mástil se había separado del cuerpo de la guitarra.
               Una cosa era que experimentara y se volviera una científica loca. Otra muy diferente era que le permitiéramos convertirse en una terrorista musical.
               La solución había sido sencilla al final de todo: cambiamos las guitarras por un piano de pared en cuyo taburete papá sentaba a la niña para que aporreara las teclas que quisiera. Después de que yo le enseñara un par de acordes y Avery se dedicara a mover sus minúsculos dedos por las teclas, balanceándose a un lado y a otro como hacían los señores de los conciertos que tanto le gustaban ver, mamá sugirió que la apuntáramos a clases de piano.
               Mi hermanita aprendió a tocar el piano antes incluso que a escribir.
               Y tenía bien claro a lo que quería dedicarse: quería ser concertista, ir por el mundo con su piano de cola, hecho a medida para ella, interpretando piezas imposibles para los dedos que no habían empezado a tocar antes que a trazar líneas en un papel.
               El piano era su arma más poderosa, y a la vez su talón de Aquiles.
               Le guiñé un ojo al pasar y ella agitó la mano, emocionada, antes de ponerse de pie de un salto de nuevo y decirle a papá:
               -Papi, ¡me ha visto! ¿Has visto? Chad me ha visto.
               Te vería incluso en un estadio abarrotado, mi amor, me habría gustado decirle, pero ya estaba demasiado lejos, colocado sobre las escaleras del salón que había sido construido especialmente para aquellos que no teníamos el derecho a casarnos por la Iglesia.
               Tomé aire y lo expulsé lentamente, girándome con disimulo para buscar a Kiara. Estaba sentada al lado de mi padre, en primera fila, con un vestido blanco vaporoso que la hacía parecer un ángel. Me dedicó una sonrisa llena de dientes impolutos, todos igual de níveos que su alma, la más pura que había conocido nunca.
               Mamá me dio un suave apretón en el brazo cuando las puertas se abrieron y los dos nos giramos.
               Aiden y yo habíamos bromeado varias veces con que mi lado sensible me convertía en la chica de la relación, así que él debería esperar por mí en el altar y no al revés, pero, después de todo lo que me hizo esperar, al final me vi arrodillado ante él, pidiéndole que se casara conmigo.
               Quería convertirlo en mi marido y yo convertirme en el suyo. Quería que todo el mundo supiera que él me pertenecía, y yo a él.
               Y Aiden lo sabía. Lo sabía y me provocaba, me ponía contra las cuerdas y me hacía desesperarme cada vez que se agachaba a mi lado y yo creía que me lo iba a pedir, pero sólo se estaba anudando los cordones de los zapatos o recogiendo una moneda o acariciando a un animalito que, casualmente, se había acercado a él.
               Dios, si no le hubiera querido tanto, habría llegado a odiarle.
               Pero, quien reía el último, reía mejor. En el último concierto de la gira europea de nuestro tercer disco, me había asegurado de que el escenario tuviera unas escaleras para subir al escenario secundario. Aiden estaba allí, haciéndonos fotos, como el fotógrafo profesional que teníamos asignado por ciertos chanchullos que no me avergonzaba admitir. Había insistido e incluso chantajeado a la productora con que me largaría de la banda si no cogían a mi novio como fotógrafo y a mi mejor amiga como estilista del grupo (tema en el que me vi apoyado por Diana), así que mi plan iba como la seda, y Aiden no se esperaba nada.
               Había salido de mi cascarón hasta cierto punto, solía decirme.
               Seguía teniendo un punto tímido que a él le encantaba.
               Siempre tendría ese punto tímido.
               Lo que pasaba era que yo disfrutaba haciéndole pasar vergüenza, y encima del escenario yo me desinhibía.
               Así que, cuando terminamos una de las canciones más bonitas que habíamos compuesto (Tommy y Scott la habían escrito cuando éste último se había convertido en padre, mientras Layla aún permanecía en el hospital, con su hija recién nacida en brazos y Diana cuidando de ambas como la segunda madre que iba a ser siempre), pedí a todo el mundo que guardara silencio un momento, paseándome por el escenario y levantando una mano.
               -Esta ciudad me lo ha dado todo-dije, inclinando la cabeza con respeto en señal de deferencia hacia Dublín, nuestra hermosa capital-. He nacido en ella, he crecido en ella, he madurado en ella y he cumplido mis sueños aquí. He conocido a gente maravillosa y le he puesto nombre a cosas increíbles que me han sucedido-me giré y sonreí a los demás, que permanecían sentados en los bancos de la pasarela-dentro de esta ciudad. Dublín es mi hogar, el sitio al que pertenezco. Es por eso que no se me ocurre mejor lugar, y mejor compañía que la vuestra, para dar otro paso más en mi vida. Estoy seguro de que muchos sabéis que comparto mi vida con una persona increíble, con la que tengo la suerte de compartir también viajes y sentimientos. No os miento si digo que Dublín me ha dado mi mitad, y que me siento muy afortunado de despertarme a su lado cada mañana y de irme a la cama con él cada noche. Ya no tengo sueños, porque mi vida con él es mucho mejor de lo que puedo llegar a soñarme. Incluso la más bonita de las fantasías que me visita por la noche no es más que una dulce pesadilla, si la comparamos con lo que vivo por la mañana. Aiden-me giré y él se puso pálido, aterrorizado ante la idea de subirse al escenario. Sabía lo que le iba a pedir antes de que lo hiciera-, ¿puedes subir aquí, por favor, para que todo el mundo te vea?
               Aiden miró alrededor, las chicas de primera fila le animaron a subir, una incluso le dijo que le daría una patada en el culo si no lo hacía inmediatamente. Después de un momento de duda, por fin reunió el valor suficiente para subir las escaleras y encontrarse conmigo. Le sonreí y le cogí la mano, le di un beso y me volví hacia el público, cuyos gritos enardecidos se acallaron en el momento en que me llevé el micrófono de nuevo a la boca.
               -Dublín-continué, recordando el discurso que había escrito en las notas de mi móvil mientras Aiden se duchaba después de nuestro último paseo y su último intento de pedida fallido-, me muestro vulnerable ante vosotros porque confío en que celebraréis conmigo el amor que este hombre y yo nos profesamos. Aiden-me volví hacia él, que me miró y tragó saliva-, sabes que te quiero con locura, sabes que eres el amor de mi vida y la luz de todos y cada uno de mis días. Sabes que te considero una parte fundamental de mi familia, y sabes que me enorgullece formar parte de la tuya. Sabes que quiero a tus padres como si fueran los míos y que los míos te quieren como si fueras su hijo. Sabes que me haces más feliz de lo que nada ni nadie me ha hecho nunca, así que…
               Di un paso atrás y me arrodillé ante él.
               El suelo vibró cuando todo el mundo se puso a chillar. Diana lloraba a mares, con la boca escondida tras su mano.
               -Aiden Fitzgerald-le dije, sacándome un pequeño anillo de platino, sin ningún tipo de adorno, del bolsillo del pantalón-, ¿me harías el inmenso honor de casarte conmigo?
               Aiden asintió sin poder decir nada, y yo me levanté de un brinco, le puse el anillo en el dedo y le di un abrazo y el beso más apasionado de mi vida.
               Las primeras palabras de mi prometido tras convertirse en eso fueron:
               -Eres un hijo de puta.
               Me reí en su oído, le di un beso y se lo mostré con orgullo a todo Dublín. Los mensajes de felicitación se sucedieron durante días, y volvieron a su máximo apogeo un par de días antes de nuestra boda.
               Y allí estaba él, vestido con un traje blanco, idéntico al mío, sonriendo como si el mundo le perteneciera (puede que no el mundo, pero sí mi alma y toda mi vida), avanzando con parsimonia con su madre engarzada en su brazo, cual piedra preciosa. Se acercaron hacia nosotros y se situaron a nuestro lado, acallando todos los murmullos. Aiden y yo miramos hacia atrás un segundo, sin poder creernos lo que nos estaba pasando, la cantidad de gente que se alegraba de nuestra felicidad.
               Tomé aire y lo solté, con el corazón acelerado, mientras Aiden se colocaba a mi lado y buscaba mis manos. Me acarició la palma de la mano, sudorosa por los nervios, con un pulgar juguetón.
               Nos miramos un segundo y el tiempo se detuvo. Aiden me guiñó el ojo y yo le saqué la lengua. Soltó una risita y negó con la cabeza.
               -Estás muy guapo-observé.
               -Y tú, C. Pero… ¿me has copiado el traje?-bromeó, y nos volvimos a reír. Mi futura suegra no observó a ambos con una sonrisa mal contenida, y mi madre ya estaba llorando como una magdalena, al lado de Aiden.
               -Mamá, por favor-susurré-, que todavía ni hemos empezado.
               Aiden se rió, mordisqueándose los labios para no ofender a mi madre, y se puso recto cuando la alcaldesa dio un paso al frente para acallar los murmullos.
               Nuestra boda se me hizo eterna pero a la vez fue preciosa. Temblaba como una hoja cuando dije el sí quiero justo después de Aiden, sin poder creerme mi suerte. Nos giramos y nos miramos con timidez, cohibidos por un segundo ante la inmensidad del futuro que nos aguardaba.
               Nos calmamos en cuanto nuestros labios entraron en contacto, sellando ese destino por el que tantísima gente había luchado y muerto, sólo para que nosotros tuviéramos derecho a estar allí y ser felices. La madre de Aiden me tomó del brazo y salió conmigo del salón del ayuntamiento, con mi madre y mi recién estrenado marido (guau, no podía creerme que Aiden Fitzgerald, el chico más guapo del guapo del instituto, de Irlanda y probablemente del mundo, fuera mi recién estrenado marido) siguiéndonos con solemnidad.
               El banquete fue precioso, en un restaurante algo modesto que consiguió sobrevivir gracias a nuestra visita (Aiden y yo habíamos estado informándonos para poder hacer un poco mejor el mundo con nuestro matrimonio), e incluso aumentó su nivel cuando se hizo conocido y la gente decidió rescatarlo de la ruina, situado entre montañas, a orillas de un precioso lago en el que los invitados podían pasear en barca.
               Por la noche, me dolían tanto las mejillas de sonreír que temí que mi cara se quedara insensibilizada.
               Y, a la mañana siguiente, ocurrió un pequeño milagro. El restaurante contaba con un hotel en la parte superior en el que algunos invitados decidieron pasar la noche, Kiara incluida. Llegó a primera hora de la mañana, sonriendo como si fuera tonta y hubiera pasado la mejor noche del milenio, o ambas cosas. A mí me dolía la cabeza, tanto por el exceso de alcohol como por la falta de sueño (Aiden y yo estábamos agotados en el banquete, pero nos pasamos toda la noche dando buena cuenta de la habitación nupcial, del champán y los bombones que nos habían regalado pero que acabaríamos pagando por terquedad mía), pero me sentía tan feliz por lo que me estaba sucediendo que le habría abierto la puerta sonriente incluso a mi peor enemigo, ya no digamos a mi mejor amiga.
               -No quiero molestarte, señor de Fitzgerald-bromeó Kiara, y yo sonreí. Que hubiera mantenido mi apellido no significara que no fantaseara con cómo sonaba mi nombre con el apellido de Aiden (y sonaba jodidísimamente bien)-, pero he pasado la noche con una chica que resulta que es ginecóloga, y, ¡adivina de qué hemos hablado!
               -Sospecho que de úteros-sonreí. Kiara me imitó.
               -Algo así. ¿Puedo pasar? Vengo descalza-se señaló los pies-, y no quiero que tus invitados me miren mal.
               Me hice a un lado para que pasara y cerré la puerta detrás de mí. Aiden se revolvió en la cama, se frotó la cara y se incorporó un poco.
               -¿Chad? ¿Qué pasa?
               -Strip-tease a domicilio. Ponte cómodo, cariño.
               -Soy gay-me recordó, como si no lo supiera-. Las mujeres me dan igual.
               -Eso me ha dolido, Aid-bromeó Kiara, tomando asiento en el sofá. Le di un manotazo a Aiden para que se incorporara; sospechaba que, si Kiara había venido a buscarme a mi habitación, era porque quería hablar con los dos. Aiden buscó sus calzoncillos, se los puso debajo de las sábanas y se sentó con las piernas cruzadas.
               Me percaté de la cantidad de chupetones que le había hecho, y aparté la mirada, avergonzado, rezando en silencio porque Kiara no lo mencionara.
               -Bien, ¿recordáis cuando os pregunté qué queríais que os regalara, y vosotros me contestasteis que no queríais nada?
               -No te dijimos que no quisiéramos nada, ¿nos has conseguido un unicornio?-pregunté. Aiden se rió.
               -Eres un estereotipo con patas, amor.
               -Los unicornios son de los gays, no de los bisexuales-respondí. Aiden me mordisqueó el brazo y yo me eché a reír.
               -Bueno, no os he conseguido el unicornio, pero hablando con la chica, se me ha ocurrido una idea.
               -¿Qué chica?-quiso saber Aiden.
               -La nueva novia de Kiara.
               -No es mi novia, sólo es un rollo. Podríamos llegar a ser amigas. Es interesante, pero nada más. El caso, Aiden, es que es ginecóloga. Trabaja en una clínica especializada en reproducción.
               -Suele ser lo que hacen los ginecólogos, sí-asentí-. Vamos, yo nunca les he visto revisando la vista a nadie.
               -Déjala hablar, amor-pidió Aiden, mientras Kiara me lanzaba una mirada envenenada.
               -El caso es que trabajan con los mejores profesionales en reproducción asistida.
               Aiden y yo nos la quedamos mirando, sin entender… o temiendo hacerlo.
               -¿Qué estáis insinuando?
               -¿Recordáis cuando nació Avery, y vosotros hablabais de lo mucho que os gustaría tener un bebé? ¿Recordáis que yo os dije que también me gustaría tener uno?-los ojos oscuros de Kiara saltaron de Aiden a mí, de vuelta a Aiden, y de nuevo a mí.
               -Hemos decidido adoptar-comentó Aiden.
               -Sí, pero dentro de un poco. O sea, antes de compartir a mi marido con nadie, quiero disfrutar de tenerlo para mí solo-ronroneé, besándole los labios. Aiden se rió y correspondió a mi beso.
               -Y creo que yo también haré eso, pero, por otro lado, no quiero perderme la experiencia de un embarazo-explicó Kiara-. Y la principal pega de adoptar un niño es que no se parece a ninguno de los dos, ¿verdad?-preguntó, y los dos asentimos. Habíamos descubierto que nos daba igual, que le querríamos por el mero hecho de ser nuestro hijo, que la sangre no implicaba amor necesariamente, ni que no compartir genes no influía a la hora de querer.
               -Sí, pero nos da igual-respondí, y Kiara me miró.
               -Os da igual porque nunca os lo habéis planteado en serio, ¿verdad?
               -¿A qué te refieres, K?
               -C-susurró-, te quiero como a un hermano, te quiero como no puedo querer a ningún otro chico. Si en la vida de una persona hay un hombre, desde luego, tú eres el hombre de mi vida. Y creo que yo soy la mujer de la tuya. Lo que te estoy proponiendo es que sellemos nuestra amistad con lo único que no podría disolverse ni aunque quisiéramos-hizo una pausa, tomó aire y finalizó-: un hijo en común.
               Aiden alzó las cejas y me miró. Me había quedado de piedra.
               -¿Quieres tener… un hijo… conmigo?
               -No quiero que sea ahora-explicó Kiara, con calma-. Quiero disfrutar un poco más de la libertad de no tener responsabilidades antes de embarcarme en esa aventura. Pero quiero saber qué se siente al estar embarazada, Chad. Y no quiero tener al bebé de un desconocido sabiendo que tú también quieres uno. Nos estaríamos regalando algo precioso: tú me haces madre, y yo te hago padre.
               Me dieron ganas de echarme a llorar de felicidad. No podía creerme la suerte que tenía por tener a Kiara en mi vida. Estaba seguro de que, aunque tuviera una pareja del otro sexo, yo habría accedido a aquello que me pedía gustoso.
               Era cumplir un deseo de mi chica favorita en el mundo a la vez que uno de los míos se cumplía.
               Nadie podía tener tanta suerte. Sentirse tan feliz debía ser ilegal.
               -Os dejo para que lo penséis-sonrió Kiara, incorporándose.
               -Por mí, no hay nada que pensar-respondió Aiden, dándome un toquecito en la parte baja de la espalda-. Es decir, ¿un mini Chad? ¿Aunque sea en chica? ¿Dónde tengo que firmar?-bromeó, y yo lo miré.
               -Pero… no se parecería a ti.
               -Bah. Gente con el pelo marrón y ojos marrones hay a patadas, Chad. Sois los de los ojos azules los que tenéis que reproduciros sí o sí-se encogió de hombros. Me volví hacia Kiara.
               -¿Estás segura? Es decir, lo que me estás ofreciendo es… increíblemente generoso por tu parte.
               -¿Generoso? ¿Atarte a mí de por vida?-Kiara se echó a reír-. Yo, más bien, lo veo como el negocio del siglo, pero supongo que son puntos de vista.
               -¿Y si algún día encuentras a un chico y te apetece ser madre con él?
               -No me parecéis interesantes, C. No te preocupes por eso. No va a haber ningún otro chico en mi vida que no seas tú. Creo sinceramente que estamos destinados a estar juntos-respondió Kiara-, lo que pasa es que, a veces, las personas que están destinadas a estar juntas no tienen por qué enamorarse entre sí. A veces, con ser amigos, simplemente basta. Y a mí me basta.
               -A mí también-susurré, sonriendo. Me levanté y le di un beso y un abrazo, inhalando el perfume de su pelo ahora suelto en rizos imposibles y dejando que sus dedos recorrieran mi espalda.
               -Te dejo para que disfrutes de tu marido-susurró, pellizcándome la mejilla-, voy a ver si mi ginecóloga sigue en la habitación.
               Y se marchó así, sin más.
               Tres años después, Kiara y yo recibíamos a nuestro primer y único hijo en común. Le pusimos el nombre de su difunto hermano, arrebatado en un callejón oscuro por una panda de cobardes anónimos en los que no volvimos a pensar.
               A ese hijo, Aiden y yo le dimos una hermana mayor. Nos dimos cuenta de que era egoísta fijarnos sólo en bebés cuando había muchos más niños faltos de cariño con menos posibilidades, simplemente porque ya habían pasado su más tierna infancia.
               Y, lo más importante, es que fui feliz. Desde ese día en que Kiara se presentó en mi habitación para hacerme el regalo de mi vida, hasta mi último aliento. Mi vida fue un sueño, desde el principio hasta el final.

               Y, como sucede con los mejores sueños, las palabras no eran suficientes para poder expresarlos, ni acercarse un poco a su perfección.


13 comentarios:

  1. AYYYYYYYY PERO QUE BONITO ES CHAD POR FAVOR, NO PUEDE SER MÁS PERFECTO PORQUE ES COMPLETAMENTE IMPOSBLE TE LO UURO POR LO MÁS SAGARADO
    ESTOY LLORANDO LO QUE NO ESTÁ ESCRITO Y ES QUE ME ALEGROT ANTO POR EL: HABER TENIDO UNA HERMANITA, QUE SUS PADRES SE CASARAN POR FIN, QUE ÉL SE CASAR CON UN CHICO QUE REALMENTE AMABA Y QUE PUDIERA FORMAR UN VERDADERA FAMILIA!!! YO TE JURO QUE ME MUERO DE AMOR CON TODO ESOTO
    Y SI ESTE ES EL DE CHAD NO SÉ QUE HARÉ CON MI VIDA CON EL RESTO Y SOBRETODO CON EL ÚLTIMO SABIENDO QUE NO ME ESPERA NADA MÁS. CREO QUE PEGARME UN TIRO ES MENOS DOLOROSO QUE TODO ESOTO

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  2. He llorado literalmente como una puta magdalena (me imagino que habrás visto mi foto por el grupo) y es que no he podido encariñarme más con estos personajes y leer este capítulo de Chad me ha hecho darme cuenta de que se me están yendo poco ade poco y me muero de pena. Todo lo que ocurre en el capítulo es increíble, Chad se merece eso y mucho más, ver a Avery crecer, estar con Aiden, ser padre... Se merece tanto tanto y solo espero que este capítulo tenga mil comentarios porque me da igual que al final Chad haya quedado como un "secundario" SE MERECE TODO LO BUENO Y CINCO MIL COMENTARIOS.

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  3. AVERY Y CHAD JUNTOS ME DAN MIL ATAQUES EN EL CORAZÓN POR DIOS. ESTO SE ACABA ME MUERO DE PUTA PENA ERIKA.

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  4. CHAIDEN ENDGAME ES LO ÚNICO QUE HE PEDIDO DESDE QUE EMPEZARON Y SE ME HA CUMPLIDO, QUIERO LLORAR DE PUTA FELICIDAD SEÑOR.

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  5. YA SÉ QUE EL CAPITULO ES DE CHAD PERO LO SIENTO NO PUEDO DEJAR QUE NO SE ME NOTE EL FAVORITISMO Y MENOS CUANDO ES PORQUE SCOTT MALIK TIENE UNA HIJA SEÑORES UNA HIJA CON ELEANOR
    TENGO UNA HERMANA!!!!!!!!!!!!!
    Mira tu sabes que angustia por culpa de ari en el momento antes de que chad viera las maletas???????? Que me pensaba que estaban serios porque le iban a contar a chad que niall tenia u a enfermedad terminal o algo puta ariadna como la odio
    Y CHAD Y AIDEN UNOS BABYS POR DIOS CUANDO AIDEN LE DICE QUE QUIERE TENER HIJOS Y LUEGO DIEZ AÑOS DESPUES KIARA LE DICE ESO A CHAD Y AIDEN EN PLAN SI POR FAVOR QUIERO MIL NIÑOS CON TU CARA ES QUE ME LO COMO
    Y CHAD HABLANDO DE SU HERMANA HOLA QUIENES SON SCOTT Y SABRAE????????? DIOS ES QUE TODO LO QUE DICE DE ELLA Y NO TIENE NI UN MES ME MUERO
    BUENO Y YA ESTA QUE YO EN TEORIA NO ME IBA A LEER EL CAPÍTULO HOY PORQUE TENIA QUE ESTUDIAR Y AL FINAL ME HE LIAO Y MIRAME

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  6. CHAD SE MERECE TANTÍSIMO TODO LO QUE LE HA PASADO Y LE PASARÁ NO PUEDO ESTAR MÁS FELIZ POR MI NIÑO

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  7. Estoy llorando un montón. Pero un monton. No me creo que haya leido el ultimo capitulo de Chad. No me lo puedo creer. No me lo quiero creer.
    Me da muchisima pena Didi dios mio, puede Tommy dejar de ser tan tonto y de decirle que elija entre el y la droga?! Cuando Scott se ha negado a pisar America ha sido lo mejor de todo JAJAJAJAJAJ
    La declaracion de Chad y la boda ya ha sido otro nivel. Yo siempre digo que mi favorito es Scott pero es que Chad es jodidamente perfecto. Le amo. Amo a los Horan y quiero llorar.

    -Patricia

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  8. CHAD Y KIARA SON MAURI Y BEA DE AQUÍ NO HAY QUIÉN VIVA !!!!

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  9. AHHHHH HE INTENTADO COMENTAR MILLONES DE VECES Y AHORA POR FIN PUEDO❤️ qué ilusión.

    Ann

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  10. Por favor Erika, quieres matarme. ¿que será de mí cuando todo esto acabe?
    Eres la mejorrrrr con diferencia ����������

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  11. AI ERI QUE ES EL DE CHAD MI NIÑO MI OJITO DERECHO GRACIAS POR TANTO
    UFF TODO EL CAPITULO LLORANDO DE VERDAD ESTO NO ES NORMAL
    PERO ES QUE EL NACIMIENTO DE AVERY HA SIDO PRECIOSO Y LA BODA Y LA PROPOSICIÓN CHAIDEN TAMBIÉN ❤
    Layla con Avery es muy yo cuando veo un bebé xd
    Y Scott negándose a pisar estados unidos joder me he descojonado con esa parte
    Y SCELEANOR SON PADRES Y TOMMY/LAYLA/DIANA TAMBIÉN DIOS SOY FELIZ Y CHADIEN!!!!! LOS HIJOS DE CHAIDEN!!!! ES QUE DESDE QUE HABLARON DE TENER HIJOS YO SABÍA QUE UNO DE ESOS HIJOS LOS IBA A PARIR KIARA
    DIOS ME ALEGRA TANTO VER LO FELIZ QUE HA SIDO CHAD ❤

    "Ya no tengo sueños, porque mi vida con él es mucho mejor de lo que puedo llegar a soñarme. Incluso la más bonita de las fantasías que me visita por la noche no es más que una dulce pesadilla, si la comparamos con lo que vivo por la mañana."

    - Ana

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  12. HE LLORADO TODO LO QUE HE PODIDO Y MÁS CON ESTE CAPÍTULO CHAD MI BEBÉ MI NIÑO MI HIJO QUE MARAVILLA DE CAPÍTULO, ES QUE SE MERECE TODO LO QUE LE HA PASADO Y MÁS DIOS

    Con su hermana es que MIRA SE PUEDE SER MÁS TIERNO LA RESPUESTA ES NO ojalá ser Avery para que me adorara tanto estoy done

    Layla con el bebé es que me la imagino con los suyos y me muero de amor qué ganas de leer su parteee

    "-¿Siempre son así de intensos?
    -Y eso que no les has oído follando-respondí en su oreja también." La situación era muy tensa pero me he tenido que reir lo siento

    " Y Aiden lo sabía. Lo sabía y me provocaba, me ponía contra las cuerdas y me hacía desesperarme cada vez que se agachaba a mi lado y yo creía que me lo iba a pedir, pero sólo se estaba anudando los cordones de los zapatos o recogiendo una moneda o acariciando a un animalito que, casualmente, se había acercado a él." ESTO ES TAN LOUIS EN I1DB. Y LA PEDIDA DE CHAD ME HA ENCANTADO, ES TAN POCO ÉL QUE HE GRITADO MUCHO EJISNAVEHIXMAWVKDOS

    y la boda que ya vuelve a su caparazón es que qué tierno mi niño. Y BUENO LO DEL HIJO CON KIARA GRITANDO EN TODOS LOS IDIOMAS, ES QUE NO SE PUEDE SER MÁS CUQUIS Y MÁS BONITOS Y MÁS TODO

    Ha sido su último capítulo y ay, cómo le voy a echar de menos :(

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  13. VIVA IRLANDA, VIVAN LOS HORAN Y VIVAN CHASING THE STARS PERO PERO PERO QUÉ NIALL Y VEE VAN A SER PAPÁS Y CHAD Y KIARA Y AIDEN Y SCOTT Y ELEANOR TIENEN UNA NENA POR FAVOR LA PUTA FELICIDAD hasta a mi me han entrado ganas de ser madre oye
    Chad Horan: te voy a extrañar la vida

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