viernes, 20 de octubre de 2017

Infatuated.



-No nos lo van a dar-susurró Scott a mi derecha, mordiéndose el piercing tan fuerte que prácticamente se hizo sangre. Me sorprendió que de su boca no brotara el típico líquido rubí que acusaba cada herida.
               -Ya lo sabemos-gruñó de nuevo Chad.
               -Es que no nos lo van a dar-repitió el inglés.
               -Que ya lo sabemos…-espetó Chad.
               -Me va a dar algo-gimió Layla a mi lado.
               Diana tenía los hombros cuadrados y el pelo le caía en cascada por la espalda desnuda, brillando dorado sobre su piel bronceada. Se miraba los pies y juntaba las manos con tanta fuerza que tenía los nudillos pálidos. Tomó aire y lo expulsó en una bocanada ruidosa, apretando sus párpados con fuerza, elevando una plegaria al cielo, por favor, por favor.
               Yo tragué saliva y traté de abstraerme al mismo momento hacía un año, cuando Eleanor había sacado su primer disco y había estado nominada a la misma categoría que nosotros: mejor artista revelación.
               Y ella había dado un brinco inmenso cuando anunciaron su nombre, casi tan grande como el que habíamos dado Scott y yo cuando nos dieron nuestro primer premio, hacía unos meses, en septiembre, en una gala de la Mtv. Nos habíamos sacudido los hombros y nos habíamos puesto a gritar mientras Layla y Chad se abrían paso entre la multitud que buscaba felicitarnos mientras Diana trotaba en dirección al escenario para ser la primera en tocar nuestro tan ansiado trofeo y anunciar entre lágrimas que era el primer premio que recibía a pesar del tiempo que llevaba trabajando, en el ojo público. Se tapó la boca y se refugió entre mis brazos, y los gritos aumentaron cuando Scott se acercó al micrófono para agradecer a cada persona que había hecho posible que nosotros estuviéramos sobre aquel escenario cada gramo de esfuerzo. Diana había levantado los ojos y me había mirado con ellos llenos de lágrimas, y yo no pude evitarlo.
               Sabía que me estaba mirando todo el mundo, sabía que el público americano era muy quejica e incluso represivo, pero me daba igual. Me incliné, le cogí la cara y la besé mientras Chad pasaba a la parte frontal del escenario y se inclinaba sobre el micrófono, precisamente en el momento en que los gritos se elevaban un poco más. Layla había sonreído y me había tocado la espalda, me había hecho un gesto con la mano para que pasara a la parte delantera. Temblando como una hoja, lo único que había podido decir para imponerme sobre el rugido de una audiencia entregadísima había sido:
               -Mamá, te quiero.
               Para que luego ella fuera diciendo por ahí que no tenía favoritos; y una mierda que los tenía.
               Conté tres latidos de corazón donde antes sólo había uno, y unos treinta antes de que por fin las dos estrellas consagradas de la música consiguieran romper el sobre con el gramófono dorado sobre fondo negro, ella se acercara al micrófono mientras él miraba en otra dirección, buscando una cámara, o buscando al ganador, que no podíamos ser nosotros, sus ojos no nos encontraron, su mirada no nos buscó, su…
               -¡CHASING THE STARS!-bramó la chica, y sentí cómo todo mi mundo explotaba en una espiral de fuegos artificiales. Estupefacto, me volví hacia Scott, que se puso en pie de un brinco y lanzó las manos al cielo gritando de alegría, mientras Chad y Layla se abrazaban y Diana enterraba el rostro en la cara y se echaba a llorar.
               Fui consciente cuando Scott tiró de mí y me abrazó con fuerza.
               Habíamos ganado un Grammy.
               Acabábamos de ganar un Grammy.
               Diana se levantó temblando como una hoja para venir a reunirse con nosotros en un abrazo que nos supo a gloria, a triunfo y a lágrimas de felicidad por algo que no creíamos merecernos aún. Scott tiró de las mangas de su traje y tomó aire, asintiendo con la cabeza a mi mirada de pregunta, y me puso una mano en la espalda para que yo nos guiara en dirección al escenario mientras el confeti llovía.
               Jamás en mi vida un trayecto se me había hecho tan largo, jamás en mi vida había experimentado la sensación de caerme al suelo con cada paso que daba. Ni siquiera en la audición. Ni siquiera en la final.
               Subí las escaleras y me permití el lujo de echar un vistazo en derredor mientras avanzábamos hacia la pequeña plataforma redonda sobre la gente que alzaba las manos buscando tocarnos y robarnos un poco de gloria, tratando de localizar a nuestras familias. Allí estaban, en una de las filas de sillas de las partes más atrasadas, con los ojos brillantes de la emoción y el orgullo, mis hermanos brincando y abrazándose, las hermanas de Scott chillando y agitando en el aire banderas con su cara (las Malik son así, qué vamos a hacerle), Avery bailando con sus zapatos nuevos y su vestido de fiesta mientras Vee se apartaba el pelo de la cara y se sonaba de una forma muy acústica.
               Llegamos por fin con los que nos entregarían el premio, que nos sonrieron cordialmente, nos abrazaron y nos pasaron el gramófono.
               -Que lo coja Tommy, que lo coja Tommy-pidió Layla-. La idea fue suya, que lo coja Tommy.
               Me entregaron el objeto más valioso del mundo y noté cómo se resbalaba por entre mis dedos, el sudor haciendo que se me escurriera por las manos mientras lo sopesaba.
               Era extrañamente pesado a la vez que ligero, como si el esfuerzo de los artistas que habían venido antes que nosotros lo empujara hacia la tierra mientras que nuestros propios sacrificios se encargaban de levantarlo y se aseguraban de que no se me escurría y se precipitaba al suelo.
               Y era precioso. Increíblemente precioso. Nunca me había fijado en lo perfectamente pulida que estaba su superficie, quizá porque papá lo había cuidado tanto que había terminado estropeándolo. Además, sobre el oro de la boca del gramófono no había ninguna huella más que las que ahora le estaba dejando yo mientras lo tocaba y lo examinaba.
               No podía creerme que toda la sangre, sudor y lágrimas que habíamos derramado los cinco para poder llevar a cabo el disco con el que podíamos llegar donde estábamos ahora cupiera en aquella pequeña escultura de oro con pedestal negro como la noche.
               Pero cabía, cabía de sobra, y merecía la pena.
               Me di cuenta un segundo antes de que comenzaran las carcajadas de que los chicos estaban esperando a que yo dijera algo, y éstas empezaron por mi joder al darme cuenta de que probablemente estuviera quedando como un imbécil al mirar embobado un pequeño premio que no me cabía en las manos y que se me estaba escurriendo a causa del sudor y los nervios cuando todo el mundo esperaba claramente que diera un paso al frente y me pusiera a dar las gracias a diestro y siniestro. Scott sonrió, mordisqueándose el piercing  y mirando a las cámaras de reojo, como asegurándose de que habían captado el momento exacto en que de mi boca había escapado esa palabra.
               -Guau-gemí, acercándome al micrófono e inclinándome hacia delante, examinando siempre nuestra nueva adquisición-. Guau, esto es increíble, eh… Vale, no traigo nada preparado de casa, y estas cosas se me dan fatal-me encogí de hombros y me sonrojé un poco, lo cual enterneció a toda la audiencia. Creo que no hay nada que le guste más a un grupo de gente que ver cómo un chaval que acaba de entrar en la edad adulta colapsa en vivo y en directo-, así que voy a intentar ser breve-tomé aire y cerré los ojos-. Gracias a todos los que han hecho posible que hoy estemos aquí. Jamás pensé que podríamos llegar a conseguir algo como esto con nuestro primer disco. Sinceramente, pensaba que lo más cerca que estaría de ganar un Grammy sería cuando Scott viniera a recoger el suyo con su primer trabajo en solitario y subiera al escenario detrás de él-me volví y él se rió-, porque, asúmelo, S, vas a escribir un disco sobre mí, así que espero que me des créditos-todo el mundo se rió-. Vale. Gracias a todo el equipo de The Talented Generation por esforzarse tanto en que nuestras actuaciones fueran perfectas; creo sinceramente que nosotros ahora somos perfeccionistas porque a vosotros nunca os bastaba tener nada a medias. Os agradezco las horas que me pasé durmiendo en el suelo esperando a que el escenario tuviera perfecto el tono de azul medianoche que queríais darle al suelo-sonreí y la gente se rió-. Gracias a las juezas, Gaga, Nicki, y Jesy, por darnos tanta caña y hacer que nos superáramos cada semana y encontráramos nuestros verdaderos límites. Emm…-tragué saliva-, gracias a nuestras familias, evidentemente-me encogí de hombros y hubo más risas-, por cómo nos han apoyado y han entendido que teníamos que perdernos cosas por el trabajo. No sois el segundo plato, aunque os pueda haber parecido-busqué a mi madre entre el público y asentí en su dirección-. Sabemos lo mucho que os habéis tenido que sacrificar por nosotros, y lo agradecemos de todo corazón. A nuestros amigos, por votarnos como locos en el programa (aunque no bastó, dado que quedamos segundos)-puse los ojos en blanco y hasta Diana se echó a reír-y venir a animarnos y ser sinceros con nosotros cuando más lo necesitábamos. Y ahora, esto ya es personal-miré a ambos lados, a Scott y a Chad, a Layla y Diana-, S, C, Lay, Didi. Muchísimas gracias por aguantarme en el programa y en el tour y en las grabaciones. Bien sabe dios que me pongo insoportable cuando tengo hambre o sueño. Nunca habría podido pedir unos compañeros de banda mejores que vosotros. Da gusto trabajar cuando se trabaja en familia y da gusto viajar cuando se viaja en casa-tragué saliva y asentí mientras ellas me tiraban besos, Scott me guiñaba un ojo y Chad me daba una palmadita en la espalda-. Muchísimas gracias a todos, de verdad.
               Le pasé el premio a Chad, que se inclinó hacia el micrófono.
               -Espero que no tengamos límite de tiempo porque hay un par de cosas que queremos decir todos… desde luego, T, menos mal que no se te daban bien los discursos-sonrió, mirándome por encima del hombro-. Guau, esto es realmente increíble. Vale-tomó aire-, cuando era pequeño, papá me dejaba jugar con sus premios, con premios como éste-lo levantó en alto-, y no le importaba si yo lo aporreaba contra el suelo, o lo mordía, o lo chupaba. Ni siquiera lo limpiaba cuando yo lo sacaba a pasear sobre mi patinete por el jardín, como si fuera un perro, por mucho que yo lo embarrara-sonrió, nostálgico-. Ahora sé lo mucho que me quieres, papá-añadió, y escuchamos la risa inconfundible de Niall alzándose entre el público-. Quiero que todo el mundo sepa que me ha dolido en el alma tener que separarme de mi hermana pequeña, y que esto es una buena compensación, aunque un poco escasa, por todos esos momentos que no se van a repetir. Avie, siento en el alma cada segundo que nos hemos echado de menos porque yo estaba al otro lado del mundo. Esto es para ti, mi niña-dijo Chad, alzando de nuevo el gramófono, y todos le aplaudimos mientras Diana lo recogía y se acercaba temblando como una hoja al micro.
               -Yo sólo quiero decir rápidamente que estoy súper agradecida de lo bien que me habéis acogido en esta industria-dijo-. Sé que mi presencia aquí le quita oportunidades a otra persona que seguramente se lo mereciera mil veces más que yo, pero… quiero que sepáis que aprecio-Diana se aferró al gramófono y cerró los ojos, llevándoselo al pecho-, en el alma, la bienvenida que me habéis dado a este mundo. La música es preciosa, preciosa, ¡preciosa!-sonrió, sacudiendo la cabeza-, y no puedo creer lo sincero que se hace desnudar tu alma y mostrarte vulnerable y que venga la gente por la calle a decirte que se identifican muchísimo con las palabras que te repetías como un mantra estando en tu peor momento para poder sobrevivir. Me ha ayudado a no sentirme sola. Me ha ayudado a no estar sola. Así que muchísimas gracias por este reconocimiento-Diana sostuvo el Grammy frente así-, no sabéis lo mucho que significa para mí que hasta el momento más destructivo pueda crear algo tan precioso como esto.
               Miró hacia atrás y le pasó el premio a Layla, que lo examinó maravillada y miró al público para soltar un sencillo:
               -Muchísimas gracias por confiar en nosotros.
               No necesitó nada más para arrancar aplausos y vítores, que se callaron de repente cuando Scott recogió el testigo y se acercó al micrófono. Sostuvo el Grammy con una mano mientras se pasaba otra por el pelo, observándolo.
               -Eleanor-dijo, sonriendo, mirando al premio y luego al público- no me creyó cuando le dije que su nombre sería la primera palabra que yo dijera si ganaba un Grammy… cuando ganara un Grammy-matizó-. Ahí lo tienes, nena-sonrió, mordisqueándose un poco el piercing, y noté cómo se le cayeron las bragas al suelo hasta a la última chica-. Bien, todos han dicho básicamente lo que yo quería decir, así que no quiero repetirme, pero… este año ha sido muy difícil para nosotros. Muy, muy difícil. Estábamos lejos de casa, la mayoría en un país extraño, haciendo algo que no sabíamos si iba a salir bien y con la sombra de ya sabéis quiénes planeando sobre nosotros. Menos mal que aquí reconocéis el talento y no os habéis hecho de rogar dándonos esto-añadió-, en lugar de hacernos esperar como pasó con nuestros padres-sonrió mientras arrancaban las carcajadas-. Supongo que no hay que ser muy listo para darse cuenta de que todo lo que hemos escrito en este disco tiene nombres y apellidos. Como seguramente ya sepáis, yo escribo más sobre mujeres que sobre hombres. Tengo la suerte de contar con muchísimas chicas increíbles en mi vida: mamá, Sabrae, Shasha, Duna, Eleanor… hasta Layla y Diana. Os quiero chicas, aunque me ponga gruñón cuando acabáis el agua caliente de la ducha del bus-ellas se rieron-. Pero… que yo no escriba sobre chicos no significa que no tenga amigos increíbles compartiendo mi vida. Chad, Tommy-se giró y nos miró-, puede que no os escriba canciones de amor, pero que sepáis que os quiero con locura. Joder, os daría un morreo ahora mismo. Me siento muy afortunado de que mi madre no pudiera darme un hermano, porque descubrir lo que es tenerlo con vosotros dos es un privilegio que no voy a dar por sentado ni un segundo. Os quiero un montón, de verdad-asintió con la cabeza y carraspeó, me miró-. Y Tommy… tío, espero que los demás me perdonen, pero es que tengo que decirlo. Doy las gracias cada instante de no acordarme del momento en el que tú todavía no estabas conmigo. Cada momento que pasamos juntos es genial. Sé la suerte que tengo de contar contigo para todo lo que necesito y de compartir al menos una profesión. Esto es tuyo, hermano-sonrió, levantando el trofeo-, esta es mi forma de darte las gracias por cada sacrificio que has hecho por mí.
               -Te como con patatas-respondí, sonriendo, y Scott me devolvió la sonrisa, se giró hacia el público y finalizó-: Bueno, ya dejamos de daros el tostón. Seguid con la fiesta, que vamos a coger la borrachera del siglo.
               Y nos marchamos del escenario entre risas, aplausos y coros de “¡Chasing the stars, Chasing the Stars!”.
               Sólo me sentí como aquella vez otras dos en mi vida: cuando sostuve en brazos a mi hija con Layla, y cuando sostuve en brazos a mi hija con Diana, por primera vez.
              

Estaba disfrutando de un sueño profundo y placentero cuando comenzó a sonar el timbre. Me revolví debajo de los brazos de Layla y Diana, que dormían a mi lado, cada una a un costado, la americana boca abajo, y la inglesa de lado, ésta con la mano en mi hombro, la otra con la mano en mi pecho.
               Y pensar que de adolescente no podía dormir boca arriba, me era imposible, y ahora lo hacía así cada noche, o por lo menos las noches en que tenía a las dos conmigo…
               -La puerta-gimió Layla, tirando de la manta para taparse mejor.
               -Te toca a ti-respondí, revolviéndome y poniéndome de lado, aun sabiendo dos cosas:
               La primera, que iban a conseguir que fuera a abrir.
               Y la segunda, que no duraría ni dos segundos antes de que Diana se revolviera y tirara de mí para ponerme contra su cara, siquiera en sueños.
               Efectivamente, Diana empezó a clavarme las uñas para que me girara.
               -Mm, Tommy…-ronroneó, molesta, mientras el timbre volvía a sonar.
               -Le toca a Layla-me resistí, pero no hubo suerte.
               -Votemos-sugirió la inglesa-, a la de tres, señalamos quién debería ir a abrir. Una… dos… ¡tres!-tanto ella como Diana me tocaron la cara mientras yo le daba una palmada a Layla en el costado, cerca de sus pechos. Suspiré.
               -Menos mal que me dejáis dormir con vosotras en la cama, porque es lo único que no me hace parecer un esclavo.
               -Te queremos-respondieron mientras salía de entre las mantas y se acercaban la una a la otra para conservar el calor. Entre el sonido del timbre y mi dolor de cabeza, distinguí la risa de una de ellas, aunque no sabría decir de cuál de las dos.
               Seguramente les pareciera tope gracioso que me tuvieran de esclavo, cocinando y follando cuando les apetecía y abriendo las puertas cuando estaban demasiado cansadas a pesar de que les tocaba a ellas.
               Otro timbrazo me sacó de mis ensoñaciones de furia mientras me acercaba la puerta diciendo que ya iba, joder, un segundo. Fuera quien fuera, no se iba a morir por esperar un minuto a que yo me recuperara lo suficiente de mi increíble resaca.
               Se me pasó un poco el mal humor la recordar la increíble noche que habíamos tenido ayer. Scott y Eleanor habían ido a casa de Sher y Zayn a no sé qué cena a la que no pude ir (a pesar de estar invitado, porque puede que Eleanor sea la esposa de Scott, pero yo soy su acompañante oficial a eventos familiares, o por lo menos el sujetavelas permanente), así que Diana, Layla y yo habíamos decidido salir a cenar fuera para celebrar que a Diana acababan de concederle el estatus de ángel oficial de Victoria’s Secret, y no sólo eso: el año que viene, desfilaría con el sujetador más caro del mundo, para el que ya habían comenzado a tomarle las medidas y le habían hecho firmar un contrato que la hacía responder por el valor de los daños infringidos al sujetador multiplicado por 10.
               Lo cual, no hacía falta ser un ingeniero para calcularlo (pero yo lo era, más o menos), era una puta burrada por un paseíto de, como máximo, 50 metros.
               Una cosa había llevado a la otra, y habíamos decidido tomar el postre en casa, siendo el postre los demás. Nos habíamos metido en la cama y habíamos tenido los tres un sexo increíble, de esos que sólo puedes tener cuando estás medio borracho porque tus sentidos se embotan y todo lo que te hagan, por muy mal que esté, te parece lo más glorioso del mundo.
               No es que Diana y Layla follaran mal. Para nada. Eran geniales por separado e increíbles cuando estaban juntas. Incluso lo había hablado con los chicos una vez: yo lo llegaba a pasar mal en los tríos, porque ellas se empeñaban en hacerme disfrutar de cosas que nunca pensé que me gustarían, y hasta el más mínimo movimiento suyo me parecía lo más erótico del mundo.
               Incluso cuando yo acababa KO y ellas decidían terminar la faena solas, juntas y revueltas, a mí m parecía la hostia. Me encantaba verlas mientras se besaban, se acariciaban, se masturbaban y follaban entre ellas.
               Incluso me apetecía meterme entre ellas y volver a la acción, pero después de una jornada laboral de sus buenas 10 horas, de pie trabajando a todo lo que daba, intentando conseguir un hueco en la cocina de uno de los mejores chefs internacionales del mundo, originario del mismo país que mi madre, y de una cena copiosa en la que corría el alcohol en ríos que no se terminaban nunca, si se te levantaba tu amiguito aunque fuera sólo una vez ya tenías que darle las gracias a la virgen de Fátima, como mínimo.
               Así que cualquiera hace dos tríos seguidos, borracho y agotado de tanto currar.
               Y ahí me tenían, caminando en gayumbos por el pasillo del piso, con ellas durmiendo bien tapaditas y acomodadas bajo las mantas, con un dolor de cabeza impresionante y loco por satisfacerlas y hacerlas felices.
               Para que luego digan que el amor te vuelve tonto. Yo tenía que serlo ya de antes, de lo contrario, no dejaría que Diana y Layla me torearan así.
               El timbre volvió a sonar, arrancándome de un plumazo de mis recuerdos de la noche anterior, de Diana agachándose frente a mí mientras Layla se acercaba y me besaba y me acariciaba el pelo y…
               -Ya voooooooooooooooy-gemí, inclinándome hacia la mirilla y descorriendo los cerrojos. Di un paso atrás y me tapé con una mano mientras con la otra tiraba de la puerta para permitir a la pelma de mi hermana pasar.
               Eleanor sonreía, con una carpeta debajo del brazo, con una coleta haciéndole un semirrecogido y unos pendientes haciendo que sus ojos brillaran un poco más.
               Cualquiera diría que estaba colocada, de la manera de sonreír que tenía.
               -¡Hola!-celebró, colgándose de mi cuello y dándome un beso.
               -Dios, Eleanor, ¿qué hora es? ¿Qué quieres?-bufé, molesto, mientras me la quitaba de encima (la tía pesaba un huevo) y cerraba la puerta. Eleanor se echó a reír, una risa estridente y musical que me perforó los tímpanos. Me froté la cara, intentando mirarla en la penumbra de mi casa. Sí que estaba diferente, parecía irradiar luz propia.
               -Madre mía, ¿qué os pasa? ¿No os levantáis? ¡Hace un día precioso!-dijo, caminando hacia el salón y tirando de la persiana para abrirla de par en par. Me escondí detrás de la puerta, que Eleanor entreabrió para mirarme-. Vaya, T, me alegra saber que tienes una vida sexual muy activa-sonrió, señalando mis bóxers negros. Me masajeé las sienes.
               -Eleanor…
               -Quién iba a decir que ahora te diera por dormir así.
               -Tu marido no es el único que puede dormir desnudo, ¿vale?-espeté, y su sonrisa titiló con amplitud cuando pronuncié las palabras “tu marido”-. ¿Qué pasa?
               -Tengo noticias.
               Eso disparó todas mis alarmas. Me sentí resurgir de la neblina del alcohol restante en mi cuerpo y las toxinas liberadas por éste, del campo de batalla de mis defensas y demás, como un resorte, como una especie de caballero dragón que se alza por encima de las nubes antes de pedirle a su bestia alada que se lance en picado contra el suelo y arrase el bastión que se le resiste.
               Mi cerebro comenzó a trabajar a toda velocidad, o a toda la velocidad que se podía permitir sin explotar, al menos. Me la quedé mirando y me froté la cara, pensando, calculando en mi cabeza cuánto hacía de su boda y… no sabía qué relación tenía eso con nada, pero me vi en la obligación de ponerme a contar los días.
               No sabía qué otra cosa podía hacer.
               ¿Eleanor había encontrado un nuevo sitio en el que pasar su aniversario de boda? Llevaba parloteando sobre ello casi desde que volvimos de su luna de miel.
               ¿Cuánto faltaba para su aniversario de boda?
               En silencio, pero incapaz de contener una sonrisa de oreja a oreja, Eleanor me tendió la carpeta que llevaba bajo el brazo, llena a rebosar de papeles  impresos a blanco y negro y color. La abrí y me acerqué a la ventana para observarla, creyendo que se trataba de un proyecto de nuevo disco o del escenario de alguna gala benéfica para el que quisiera sacar un single.
               Miré de reojo cómo Eleanor se contemplaba los anillos que Scott le había regalado, el de compromiso y el de boda, mientras inspeccionaba el contenido de la carpeta. Se trataba de planos, fotos y tablas con información de una zona del sur de Inglaterra.
               -¿Qué es esto?
               -Mira la última página.
               Pasé al a última página y me encontré con una foto de un par de casas, una marrón y otra blanca, en la linde de un bosque. Al fondo de la imagen se distinguía la silueta inconfundible y perfectamente plana del mar fusionándose con el horizonte.
               Me quedé mirando la casa blanca. Algo en mi interior me decía que aquel lugar iba a ser importante para mí.
               Me sentía como si lo conociera. Como si hubiera vivido en él en otra vida y ahora mi alma reconociera un sitio en el que había sido tremendamente feliz.
               -¿Te gusta?-inquirió Eleanor, y se tomó mi confuso asentimiento como una invitación para comenzar a hablar-. Genial, porque no podía dormir esta noche, así que me dediqué a mirar por internet en agencias inmobiliarias qué ofertas tenían. Me encontré con varias casas interesantes, creo que habrían encajado bien con lo que estamos buscando todos, pero…-Eleanor se apartó el pelo de la cara-, no había muchas disponibles que tuvieran otra en venta al lado. Y sé que Scott y tú queréis vivir puerta con puerta, así que me cansé de ir mirando e ilusionarme y luego ver que no había nada más a la venta, y puse en el criterio de búsqueda proximidad con otros terrenos también disponibles. Lo de la playa es idea mía-añadió, tocando la imagen-. Me gustaría mucho tener una casa al lado de la playa. ¿Seguro que te gusta?-preguntó de nuevo, y yo volví a asentir.
               -Sí, está bien, pero…
               -Genial, porque deberíamos ir a verla cuanto antes. No tenemos tiempo que perder. Estoy segura de que la casa marrón le gustará a Scott. He estado mirando por internet y el pueblecito en el que se encuentran las casas es uno de los que menos nubosidad tiene durante todo el año. Aunque también llueve, claro. Por eso está todo verde. Sé que para Scott es importante estar bien situado.
               -¿Para qué?
               -Para ver las estrellas-Eleanor se me quedó mirando-, y, como no hay muchas luces cerca, por eso de que la zona es residencial y las farolas son de un LED especial, no habrá demasiada contaminación. Es el sitio desde el que mejor se pueden ver las constelaciones. Scott las echa de menos-dijo-. Sé que no es una casita en una isla desierta sin ningún tipo de luminosidad pero algo es…
               -El mar va a ser un problema para lo de las estrellas.
               Eleanor frunció el ceño.
               -¿Por qué?
               -La humedad-expliqué-. Modifica la refracción de la atmósfera, y… bueno, para que lo entiendas, las partículas de agua en suspensión que vienen del mar mientras éste se está evaporando pueden tapar algunas estrellas.
               Eleanor se quedó callada un momento.
               -Ah-respondió, cogiendo la carpeta y pasando un par de hojas-. Vaya, pues… lo del mar lo quería en parte, porque de esa zona no va a venir luz.
               -El mejor sitio para ver las estrellas es desde un desierto. Allí no hay humedad que te tape las constelaciones.
               Eleanor torció la boca.
               -Pero, vamos, que estoy seguro que desde ahí se va a ver todo genial, Scott no tendrá problema y…
               -¿Tú crees?
               -Le gusta el mar. A ver, El. Es inglés-le recordé-. Nos gusta el mar. Por naturaleza. ¿Qué remedio nos queda? Vivimos en una isla. Y él es de ascendencia pakistaní. Desierto-le recordé-. Arena. Poco agua. Por eso le gusta incluso más.
               -Menos mal-asintió ella-, porque me he pasado toda la noche buscando, con lo de las náuseas del embarazo no puedo dormir… es que, ¡son perfectas, Tommy!-celebró-. ¡Fíjate! ¡Mira qué jardín! Anda que no serían felices nuestros hijos aquí, jugando con sus respectivos primos-sonrió, feliz-. Podríamos incluso quitar el seto y juntar los jardines, quizás poner una pequeña piscina climatizada para los días de invierno… ¿qué opinas?
               -Sí, sí-asentí, frotándome la mandíbula.
               -¿Puedes verlo?-insistió, cogiéndome una mano-. ¿A nuestros hijos? ¿Jugando juntos? ¿Creciendo aquí? Imagínatelo, T. Es como tú y Scott queríais. Os haréis viejos, sentados en vuestro porche, mirando a vuestros nietos jugar. Nietos que también van a ser míos-sonrió.
               -Sí, El, todo suena genial, pero, ¿no crees que estás corriendo un poco?
               -¿Corriendo, por qué? ¡Tenemos que darnos prisa antes de que nos las quiten!
               -No lo digo por las casas-me eché a reír-, bien sabe dios que llevamos buscándolas un montón de tiempo. Lo digo por lo de los nietos. Ni siquiera tenemos hijos aún, ¿no crees que es un poco precipitado pensar en Scott y yo, viejos y gruñones, rodeados de críos mientras protestamos porque hacen demasiado ruido? Que ninguno de los dos es padre aún, nenita. No corras tanto, ¿te parece?
               -Supongo que tienes razón-reflexionó, recogiendo las hojas y juntándolas, haciéndolas un taquito-. Es que… es un poco difícil no emocionarse con los planes de futuro cuando vas a tener un bebé.
               La miré, estupefacto. Eleanor me miró de reojo y esbozó una sonrisa se suficiencia.
               -¿Qué?
               Se volvió hacia mí.
               -Recapacita, Tommy, ¿por qué he estado despierta toda la noche?
               -La mitad de las cosas que dices yo ni las escucho.
               -¡Tommy!
               -¡Es por mi bien! ¡Cuando te da por hablar, no callas ni debajo del agua! ¿Quieres que me vuelva loco?
               Eleanor me cogió las manos.
               -Tommy, en cualquier otra ocasión, te pegaría un tortazo-admitió, y yo puse los ojos en blanco-, pero ahora soy tan feliz…
               -Dime que es por lo que creo que es.
               -Vas a ser tío-anunció, contenta, mientras sus ojos chisporroteaban felicidad. Me la quedé mirando, le miré la tripa, temiendo que en cualquier momento me dijera que era una broma e ilusionarme para nada.
               Eleanor.
               Embarazada.
               Y, para colmo, de mi mejor amigo.
               Guau.
               -¿De cuánto estás?-le pregunté, incapaz de moverme, de hacer nada más que no fuera mirarla. Eleanor sonrió.
               -De unas tres semanas. Ni siquiera he tenido la primera falta, pero… he tenido el presentimiento, ¿sabes? Me desperté y lo supe. Fui a una farmacia. Compré unos cuantos tests, los hice en el baño mientras Scott dormía…
               -¿Cuándo fue eso?
               -Hace unos tres días.
               -¿TRES DÍAS?-grité, y Eleanor dio un brinco-. ¿EL HIJO DE PUTA DE SCOTT VA A SER PADRE Y NO VIENE DERECHITO A CONTÁRMELO?-bramé-. ¡YO LO MATO! ¡TE LO JURO, ELEANOR, YO MATO A TU MARIDO! ¡ME VISTO Y LE ASESINO!
               -Scott no lo sabe-respondió, tapándome la boca, negando con la cabeza-. Quiero que sea una sorpresa. Sólo lo sabes tú.
               Abrí los ojos.
               -¿A ti te parece normal decírselo al tío del bebé antes que al padre?-gruñí, pensando en cómo me pondría yo si Layla le fuera con el cuento a Scott de que estaba embarazada antes de decírmelo a mí.
               -Quiero que sea especial. No sé cómo decírselo aún. Me gusta la casa, puede que, cuando vayamos a verla…
               -Eleanor, no te montes películas. ¿Por qué yo antes que él?
               -Porque tú eres mi hermano-respondió, mirándome con sus ojazos llenos de emoción contenida-. Y porque no le tendría a él si no te tuviera a ti.
               Me la quedé mirando, un torbellino de emociones desatándose en mi interior.
               -Eleanor…
               -No te lo tomes a mal, pero quiero que sea una niña. Creo que somos más fáciles de educar que vosotros. Pero… Tommy, ¿te imaginas? Voy a tener un bebé. De Scott. Del amor de mi vida. Llevo queriéndole desde que tengo uso de razón-se le empaparon los ojos-. Y ahora llevo a su hijo en mi interior. Y puede que sea una niña. O puede que sea un niño. Y le pondremos tu nombre. Le pondremos tu nombre, Tommy-repitió, echándose a llorar-, porque eres la persona más importante de nuestras vidas y te queremos con locura y tú has hecho posible que nosotros dos nos queramos…-gimoteó, ocultándose en mis brazos. Le besé la cabeza y la estreché con fuerza contra mí.
               -Voy a aprovechar para abrazarte muy, muy fuerte, para cuando no pueda hacerlo por no hacerle daño al pequeñín-sonreí, besándole la cabeza-. No sabes lo que te quiero, mi princesita.
               La noté sonreír en mi pecho.
               A los pocos días, fuimos a ver la casa.
               Y en persona me encantó incluso más que en las fotos. No les había dicho nada a las chicas de que me gustaba; quería asegurarme de que nos quedábamos con aquel lugar porque a todos nos había llamado la atención y no por ser buenas conmigo.
               Pero, incluso si el edificio y su localización no las hubiera conquistado, incluso si yo no hubiera puesto de mi parte para conseguir seducirlas, la sonrisa de felicidad de Scott al bajar las escaleras de la que se convertiría en su casa después de enterarse de que iba a ser padre decantó la balanza a favor de la compra.
               Casi una semana después de que Eleanor llegara a casa con los papeles, pasábamos nuestra primera noche sobre una cama recién comprada en Ikea y montada por Scott y por mí a toda prisa aprovechando las últimas luces del crepúsculo, mientras las chicas se encargaban de abrir las cajas de los muebles e ir pasándolas de un lado a otro, metiéndolas en sus respectivas habitaciones y ojeando con rabia los catálogos de muebles.
               Creo que no hará falta destacar que Scott y yo apenas dejamos que Eleanor hiciera nada cocinar y poco más. Hasta le impedíamos llevar las ollas con la comida de la cocina al comedor, con una mesa ajada por el tiempo que habíamos encontrado en una tienda de segunda mano del barrio y a la que Diana le dio varias capas de pintura. Las ollas pesaban demasiado y no íbamos a poner en peligro al pequeñín o pequeñita que venía en camino, así que Eleanor se limitaba a pasear de un lado a otro, tirando del celo de las cajas y colocando los objetos de menor peso, como los jabones, las toallas o la ropa de cama.
               Cuando terminamos con la casa de Scott y Eleanor, pasamos al a nuestra. Repetimos la operación, Scott y yo más agobiados porque ahora había dos chicas en lugar de una escogiendo los muebles y discutiendo por dónde podrían ponerse, con lo que teníamos más trabajo que hacer, aunque mucho más rápido. Layla y Diana no dudaron en remangarse y montar ellas mismas los armarios de las habitaciones y pintar el techo mientras Scott y yo nos ocupábamos de las paredes, escuchando a Eleanor cantar a voz en grito pero en un tono dulce mientras llenaba la casa de los ruidos de la cocina y el olor de una apetitosa comida que íbamos a devorar.
               Me moría por empezar mi nueva vida.
               Y me moría por formar mi propia familia.
               No me había dado cuenta de las ganas que tenía de tener descendencia, descendencia real, palpable, hasta que vi la sonrisa de mis padres y sus ojos chisporroteando ilusión cuando Eleanor anunció que estaba esperando un hijo de Scott. La mesa prorrumpió en aplausos y felicitaciones mientras Scott y ella se besaban, y yo me moría de envidia, de envidia sana, eso sí.
               Scott. Siendo padre.
               Eleanor. Siendo madre.
               Yo. Siendo tío.
               Del hijo de Scott.
               Del hijo de Eleanor.
               Del hijo de los dos.
               Joder, ¿podía haber algo más perfecto?
               Ya me imaginaba a nuestros hijos, jugando y riéndose y creciendo juntos como habíamos hecho Scott y yo, siendo inseparables, como uña y carne, como alma y cuerpo, tanto que no podrían concebir sus vidas sin los otros, tanto que no podrían estar separados durante mucho tiempo…
               Hasta que caí en que debería darme prisa si no quería que nuestros planes se vieran truncados antes incluso de terminar de pintarse. Bey me dio un beso en la mejilla al despedirse y me susurró al oído:
               -Creo que deberías ir espabilando, ¿no te parece?
               -¿A qué te refieres?
               -Si tardas mucho en dejar embarazada a una de tus chicas, tu hijo no irá a la misma clase que Scott.
               Me había quedado mirándola, aterrorizado, sin caer en aquel pequeño detalle. Las clases, claro. Si nacían en años distintos, irían a cursos distintos. Un par de horas de diferencia incluso resultarían cruciales. Bey se rió, me dijo que no pusiera esa cara de susto y que todo saldría bien, que no importaba que los niños no fueran juntos, a la misma clase, pero yo sabía hasta qué punto mis lazos con Scott se habían estrechado en lo educativo. De no ser por nuestras clases, de no ser por las peleas por los folios y el robarnos los bolis el uno al otro, de no ser por ir corriendo al recreo, no seríamos quienes éramos.
               Yo no tenía recuerdos que no compartiera con Scott en el instituto, en el colegio, en el jardín de infancia, porque Scott era parte de mi vida y yo era parte de la suya.
               Y me había quedado mirando a Diana, que me había dicho que no quería tener hijos, no ahora, en lo más alto de su carrera. Y había mirado a Layla, que me había dicho que por supuesto que quería tener muchos niños, pero le iba un poco mal precisamente ahora que estaba a punto de graduarse y conseguir una buena plaza; un bebé no haría más que molestarla, y yo lo sabía.
               Lo sabía y no quería creérmelo del todo, porque sabía que Layla se moría por tener un hijo, sabía que era uno de sus mayores sueños… pero, a veces, un sueño mayor tiene que dar un paso atrás para que otro ocupe su lugar al estar en un momento más propicio.
               Traté de convencerme de que Bey tenía razón y el hecho de que el hijo de Scott no tuviera la misma edad que el mío no sería impedimento para que no fueran inseparables, pero la verdad era incontestable: yo no me llevaba con Sabrae como me llevaba con Logan, ni siquiera Scott se llevaba con Sabrae como se llevaba conmigo, y yo no me relacionaba con Eleanor de la misma forma en que lo hacía con Dan, ya no digamos Ash.
               Llevaba frotando el mismo plato cerca de cinco minutos cuando la puerta de la cocina se abrió y por ella entró Layla, con el pelo listo y suelto, cayéndole en cascada por la espalda, los zapatos de tacón haciendo que superara los dos metros y el vestido de cuero negro resaltando su bronceado, que todavía conservaba, adquirido en Bahamas. Me acercó una copa de vino.
               -Puedes dejar eso para mañana. Yo lo fregaré-prometió, sonriendo. Había venido tanta gente a casa que habíamos tenido que coger parte de nuestra vajilla y trasladarla al inmenso salón de casa de Scott.
               -Me gusta dejar la cocina limpia.
               -Ya has trabajado bastante hoy, ¿no te parece?
               -Bah, ¿qué son dos ingredientes más?-sonreí, encogiéndome de hombros. Layla parpadeó, sus ojos enmarcados por un contorno negro como el cabrón, sus labios con un ligero toque de color, y se encogió de hombros. Dejó la copa a mi lado, al alcance de mi mano, y se puso detrás de mí mientras yo terminaba de fregar. Me colocó las manos en los hombros y me acarició la piel por debajo de la camisa, muy, muy despacio.
               -Qué tenso estás-comentó, y en su tono había una ligera sonrisa que yo identifiqué a la perfección. Llevaba escuchándola sonreír mientras hablaba desde que me había ido a Estados Unidos. Me había convertido en un experto en el arte de interpretar hasta su más mínimo cambio de entonación. La leía como un libro abierto.
               -Es que estoy cansado. Han sido unas semanas algo intensas.
               -Tienes razón-asintió-. Tanto viaje en coche, elegir tantas cosas… acaban con cualquiera-me besó el punto en el que el hombro y el cuello se encuentran y apoyó la cabeza allí.
               Continué con los platos, haciendo que la pila aumentara a marchas forzadas. El trabajo en el restaurante me había hecho pasar a ser poco menos que un dios del fregado. Ya no perdía el tiempo como lo había hecho antes.
               Layla secó los platos y me ayudó a meterlos en las alacenas, con la noche muy avanzada y la casa llena de gente, nuestros amigos y familiares repartidos entre Scott y yo. Se apoyó en la pared de la puerta de la cocina con su copa de vino en la mano y dio un sorbo. La bebida le dejó un volátil tatuaje carmesí que se borró con un suave movimiento de la lengua. Me pasó de nuevo la copa y yo la acepté, mi cadera pegada a la suya y mi mano libre en su cintura. La luna que se colaba por los cristales que daban al mar le daba un aspecto sobrenatural a Layla, prácticamente fantasmal.
               Era como una aparición, una sirena de piernas increíblemente largas y ojos arrebatadores llegada de las profundidades con el único objetivo de llevarte a rastras con ella de vuelta a su hogar.
               Y yo iría. Gustoso. No tendría que arrastrarme.
               -¿Y Diana?-pregunté, cayendo en la cuenta de que era muy raro que la americana no hubiera venido a ver qué hacía como Layla. Ella sonrió.
               -Está con Alec y Sabrae-dijo, y por la sutileza con que pronunció sus nombres y la ligera disminución de volumen supe qué estaba haciendo con ellos dos.
               -Ah-sonreí-. Me alegra saber que ya se siente lo bastante libre.
               -Dijiste que no te importaba la otra vez.
               -Y no lo hace-respondí, acariciándole la cintura-. Las dos sois libres. Podéis acostaros con quien queráis.
               Habíamos coincidido en el tour en uno de los países que Alec y Sabrae estaban visitando, nos habíamos ido a bailar, y Diana se pasó toda la noche coqueteando descaradamente con mi amigo. Yo ya había superado mi etapa de gilipollas y me había dado cuenta de que no podía exigirle a Diana nada a lo que yo no estuviera dispuesto a renunciar, así que sólo me había sentado a disfrutar del espectáculo que era ver el tira y afloja de los dos, desinhibidos por el alcohol y las luces. Habían terminado marchándose a bailar mientras Sabrae y Scott discutían acaloradamente sobre algo que no hacía más que arrancarles carcajadas.
               Diana había vuelto a las dos canciones, se había sentado a mi lado, me había cogido de la mano y me había mirado a los ojos para hacerme la pregunta del millón.
               -¿Te importa si me acuesto con Alec?
               -Yo no soy tu dueño-le había contestado, y ella había puesto los ojos en blanco.
               -Te he preguntado si te importa, no si me das tu permiso.
               -Corre a catar el género inglés-la animé-, a ver si atas en corto a ese gilipollas y consigues que se le bajen los aires de grandeza.
               Ella se había reído y había salido disparada entre la gente, siguió brincando bajo los focos cuando Alec volvió con nosotros y me gritó en la oreja para hacerse oír:
               -T, ¿puedo acostarme con Diana?
               Incluso sopesé la idea de decirle que no, que no se lo consentía, que ella era mía y sólo mía, pero, ¿qué demonios? Yo no iba a poder pararles, llevaban teniendo tensión sexual desde que se conocieron. Si yo les pusiera trabas, acabaría siendo peor.
               -Ponte gomita, ¿eh? A ver si le pegas algo.
               Alec se había girado hacia Sabrae en ese mismo momento.
               -Me ha dicho que sí.
               -Te dije que Tommy era legal-contestó ella, levantándose y siguiéndolo entre la gente.
               A la mañana siguiente, Diana había amanecido en nuestra cama con los tacones desperdigados por ahí y un albornoz a modo de abrigo, sin nada debajo. Lo único que nos dijo cuando Lay y yo le preguntamos qué tal le había ido la noche fue:
               -Tío, los ingleses sois geniales en la cama, pero las inglesas están a otro nivel-y me había guiñado un ojo y se había echado a reír.
               Me pregunté si hoy le aborrecería venir a dormir a nuestra cama o si, por el contrario, ya estaría con nosotros.
               -A mí no me apetece acostarme con otro-respondió Layla en tono suave, mirándose los pies.
               No le dije que eso no iba a cambiar absolutamente nada.
               Porque lo sabía.
               Y porque no lo decía en ese sentido.
               Layla era demasiado buena como para intentar hacerme elegir. Siempre defendería a Diana, jamás se aprovecharía de un error de la americana para hacer que yo me decantara por ella.
               Me quería demasiado como para hacerme elegir. Y quería a Diana demasiado como para sacarla de mi vida y de la suya.
               -Estás muy callado-observó, y yo me encogí de hombros.
               -Tengo… un par de cosas rondándome la cabeza.
               -¿Me las cuentas?-pidió, hundiendo sus dedos en mi pelo-. Soy buena escuchando.
               -Estoy preocupado-admití.
               -¿Por el bebé?
               -Sí.
               -Los primeros cuatro meses son los más peligrosos para el embarazo-comentó-, pero Eleanor es joven y está sana. La he acompañado al primer chequeo. Todo está en orden.
               -No me preocupa exactamente el bebé en sí-respondí, dando un sorbo del vino y disfrutando del sabor macerado en la boca de éste. Layla esperó.
               -Explícate-musitó en tono suave. Yo me encogí de hombros y dejé la copa de vino a un lado, gesto que ella imitó.
               -No sé, no tiene mucho sentido, pero tengo la sensación de que las cosas no van a salir como yo había querido toda mi vida, ¿entiendes?
               -Te escucho.
               -Con Scott… siempre habíamos hablado de tener hijos. Desde críos-admití-. A nuestros padres les hacía gracia porque apenas nos enteramos de cómo se hacían los niños, Scott y yo ya estábamos planeando cómo entretejeríamos nuestras familias hasta convertirlas en una sola. Por divertido que parezca, Eleanor no formaba parte del plan. Siempre eran chicas anónimas, chicas con las que nos casaríamos a la vez, chicas que se quedarían embarazadas a la vez, chicas que tendrían los mismos hijos con nosotros, con los mismos espacios, con las mismas diferencias y parecidos. El primero sería igual a nosotros, el segundo igual a ellas… primero dos niños, luego, dos niñas, para que sus hermanos las protegieran… pero supongo que cuando piensas con demasiado detalle, te terminas olvidando del cuadro en general.
               -No siempre las cosas salen como uno quiere, T. Tú lo sabes. Querías a un amor de tu vida, y tienes dos-susurró, acariciándome el mentón.
               -Lo sé. Lo sé. Y, créeme, sé que estoy siendo egoísta… las cosas me van genial, no puedo quejarme de nada, tengo una familia que me quiere, un trabajo que adoro, dos trabajos en realidad-sonreí-. Y dos chicas increíbles a mi lado. Sé que soy afortunado.
               -Hasta la persona más rica del mundo sigue teniendo problemas y miedos, mi amor-respondió, y yo tragué saliva. Miré la luna, las estrellas. Ya podía ver a Scott inclinándose sobre la silueta de un niño pequeño y siguiendo su dedo para decirle el nombre de la constelación que su hijo apuntaba.
               Porque sus hijos tenían que tener una pasión por las estrellas tan grande como el corazón de su padre. No se discutía. Nadie se atrevería a cuestionarlo.
               -Tienes miedo-observó ella, y yo la miré. Se me hacía tan fácil hablar con Layla, era como si comprendiera todo lo que yo iba a decir antes incluso de que lo dijera.
               Tragué saliva.
               -Me asusta que mis hijos no se lleven con los de Scott como nos llevamos nosotros.
               -Seguro que se adorarán.
               -No es sólo que se adoren, es que… yo no adoro a Scott. No quiero a Scott. Lo que siento por él es algo más. No hay… es tan… complicado-bufé, pasándome una mano por el pelo-. Todas las palabras que se me ocurren se me quedan cortas para describir lo que él y yo compartimos, Lay. Y… por dios, parece que estoy enamorado de él-me eché a reír, incómodo, pero Layla sonrió.
               -Es que lo estás-respondió ella, y yo me la quedé mirando-. Y lo estás de mí. Y de Diana. Y de tus hermanos. Y de tus padres. Y de la vida que llevas. Y de esta casa. Es lo que más me gusta de ti, T. Que estás tan enamorado de la vida que es imposible que no se lo contagies a los que te rodean. ¿Por qué crees que todos a tu alrededor te adoran? Tienes algo que nos hace querer protegerte a toda costa.
               -Lay…
               -Pero entiendo lo que quieres decir. Y créeme, os envidio. Me encantaría tener algo como lo que tenéis Scott y tú. Aunque me basta con mirarlo desde la barrera, si te soy sincera-se encogió de hombros-. Creo que eso de no poder estar más de tres días sin una persona acabaría conmigo.
               -No es eso, es… la posibilidad de la relación. Yo tenía unas expectativas. Quizá eran un poco exorbitadas, pero… para mí tenía todo el sentido del mundo dar por sentado que mi vida sería así. Pero no lo es. Aunque lo agradezco-me apresuré a decir.
               -Estás preocupado por cosas que ni siquiera han pasado aún, T. Queda muchísimo tiempo para eso que dices. Toda una vida. La vida que estamos empezando en común-me besó la palma de la mano y acunó el rostro contra ésta cuando yo le acaricié el mentón.
               -Sí, supongo que tienes razón. Pero… es sólo que no puedo evitar angustiarme un poco por cómo será todo cuando nuestros niños no tengan la misma edad que los de mi hermana y Scott, y… no sé. La edad influye muchísimo en la gente y sus relaciones.
               -Bueno-respondió ella, calmada-. Eso tiene solución.
               Se llevó las manos a la espalda y se bajó la cremallera del vestido. Lentamente, mirándome a los ojos, se quitó el pelo del hombro y se bajó los tirantes, tiró un poco de la cintura del vestido y dejó al descubierto sus pechos. No llevaba sujetador.
               Sentí cómo se me secaba la boca y ella sonrió, complacida por mis repentinas atenciones. Creo que no hay nada como dejar sin aliento a la persona a la que amas con tu desnudez.
               Layla era perfecta. Perfecta en todas sus imperfecciones, en las marquitas de nacimiento y las cicatrices de sus caídas.
               Y me gustaba tenerla desnuda frente a mí. Me gustaba poder acariciarle los senos y que ella sonriera mientras se le erizaba el vello, que se mordiera el labio cuando yo me inclinaba y la besara, que susurrara sin aliento que le hiciera el amor.
               Para mí, que las chicas se quitaran la ropa conmigo delante me parecía una experiencia casi mística. La desnudez estaba tremendamente sexualizada y a la vez muy infravalorada; evidentemente, viéndola así, mostrando sus atributos femeninos y ofreciéndomelos a la luz de la luna, por supuesto que me entraban ganas de follar, de bebernos a morro, pero a la vez me encantaba, la amaba más que nunca, porque me quería lo suficiente y se sentía lo bastante cómoda conmigo para quitarse a ropa y mostrarse vulnerable y feliz con sus defectos en mi presencia. La desnudez era un gesto de confianza e intimidad inigualable, el salgo de fe de quien sabe que yo la querría igual aunque se mostrara humana (pero, desnuda, es como más diosa es).
               Layla se bajó de sus tacones y los apartó con el pie. En el silencio de la noche, sólo se escuchaban nuestras respiraciones acompasadas y acelerándose lentamente, en un tranquilo crescendo que escalaba con la confianza del más experimentado alpinista, el que se atreve a girarse para disfrutar de la vista y el que mira hacia abajo porque hace siglos que no tiene miedo de las alturas.
               -¿Sabes que algunas tribus de Asia central consideran que sólo se es adulto cuando tienes un hijo?-me dijo, y yo la miré.
               -¿De veras?
               -Sí-asintió, acariciándome el pelo-. Sólo eres adulto cuando te casas, y sólo te casas cuando tienes un hijo-me miró a los ojos-. Hazme tu mujer, Tommy. Elígeme a mí. Sólo por esta vez.
               Di un paso y la besé en los labios. Su boca sabía a vino y a la cena que habíamos tomado, pero también a algo más, a la promesa de algo increíble.
               -Lay…
               -Poséeme-me pidió-. Hazme un bebé. Nada me haría más feliz que ser la madre de tus hijos, Tommy. Nada. Hazme el amor-me miró a los ojos-, planta su semilla en mi interior, regálame un niño de ojos azules como los de su padre.
               Terminé de bajarle la cremallera del vestido y metí la mano por su falda, abriéndome paso por su sexo. Subimos a la habitación y cerramos la puerta despacio. Nos quitamos la ropa e hicimos el amor lentamente.
               Cada mes en el que Layla tuviera su período sería una punzada en el corazón, porque la tripa de Eleanor se abultaba más y más, y Layla no conseguía quedarse embarazada. Llegó a desesperarse, a decir que la cambiara por Diana, que no podía desaprovechar mi oportunidad, que puede que fuera estéril, pero a mí eso me daba igual, en el fondo me daba igual.
               Porque había pensado en mis hijos y en los de Scott como cosas abstractas a las que yo no quería, no realmente, no más de lo que quería a los muebles con los que había crecido.
               Y entonces, llegó Aisha. Y me enseñó un nuevo tipo de amor que yo no había conocido hasta la fecha, un amor que me obligaba a dar gustoso mi vida por ella, un amor con el que nunca tomaba las suficientes precauciones, un amor que no me cansaba, que dolía como ningún otro, que era peligroso y cómodo y seguro a la vez.
               Y, cuando ya no me importó ni siquiera que quizás nunca tuviera hijos, llegó Olivia. Y me enseñó que el amor que sentía por Aisha no era nada comparado con lo que podía sentir por alguien. Con Aisha, yo era importante, yo era un protector, era relevante. Con Olivia, yo no importaba. Mi vida no valía nada más allá de lo que podía hacer por proteger a mi niña. Mi existencia se extendía hasta el límite de las necesidades de mi pequeña. Ya no me llamaba Tommy. Ya no me llamaba Thomas. Ahora yo era papá, y no era hijo de nadie, no era sobrino ni nieto ni primo ni hermano. La única relación que tenía con alguien era con ella, una creación tan perfecta que me costaba creer que yo fuera uno de los que la habían hecho posible.
               Y entonces, Diana se quedó embarazada de otra niña. La llamamos Penélope, por la chica que la había traído a mis brazos, porque Diana quería disculparse con ella, cumplir penitencia… y porque le gustaba ese nombre. Y nuestra hija de ojos azules, no marrones como los de su hermana, la miraba y le sonreía y Diana se sentía perdonada, saldada su deuda, a gusto y en paz.
               Penélope y Eris habían nacido el mismo año.
               Eran las Scott y Tommy más perfectas que hubiéramos podido soñar. Eran mil veces mejores que nosotros.
               Y entonces…
               … Scott empezó a toser.
              
              
Al principio no le dimos importancia. Ni siquiera él pensó que las cosas pudieran terminar degenerando tanto. La primera tos que yo le escuché fue a finales de febrero, una época muy peligrosa en cuanto a cambios de temperatura. Él se subía la manga del jersey y se tapaba la boca y tosía, y sonreía con los ojos un poco húmedos cuando le decías que estaba podrido por dentro.
               Además, Aisha se había puesto enferma en el colegio. Así que era normal que le pegara el catarro a su padre, o eso comentamos todos nosotros, excepto Layla. Lo gracioso era que ésta nunca abrió la boca mientras Scott tosía, como si supiera escuchar la verdad que se escondía en sus pulmones, gestándose en sus alveolos como una guerra en una embajada de un país lejano.
               Pasaron las semanas, y Scott, por mucha leche con miel que se tomara, por muchas medicinas y por mucho que continuara abrigándose, siempre terminaba tosiendo en algún momento.
               Eleanor empezó a decirle que quizá fuera hora de considerar seriamente dejar de fumar. Él le había prometido que lo dejaría cuando nació Aisha, pero al poco tiempo se había puesto a preparar su siguiente disco y no había manera de sacarlo a delante sin un poco de nicotina en sangre.
               Aquel disco que escribió y que preparamos juntos, con el que volvió a empezar a fumar después de convertirse en padre, fue el primero de los que esperábamos que fueran muchos, un disco de los dos, sólo de nosotros. Habíamos sido increíblemente sinceros y creativos en lo que preparamos para aquel trabajo, en la obra de arte que habíamos hecho después de desnudar nuestras almas hasta llegar a descubrir cosas que no habíamos visto hasta la fecha. Nos habíamos metido en el estudio y habíamos jugado con nuestras voces con la confianza del que domina a una bestia pero aun así respeta su instinto salvaje y de liberación.
               En la portada, aparecíamos los dos sentados, sin camiseta, mirando al borde del disco y con los tatuajes del costado al descubierto: Scott semi echado por delante de mí, yo con las piernas dobladas y la rodillas pegadas al pecho, mi 23 sobre la cabeza de él, su 17 en números romanos al borde, justo sobre el cuadrado de aviso parental por el contenido explícito de algunas letras.
               Y Eleanor sólo había puesto los ojos en blanco y había dicho “lo que sea, como te pase algo, verás”, agitando la mano y negando con la cabeza mientras afianzaba el abrazo sobre su hija cuando lo cazó fumando mientras garabateaba sobre un papel arrugado y sucio.
               No habían vuelto a hablarlo hasta entonces.
               Y él le prometió que lo iba a dejar, se fumaría la última cajetilla, y adiós al tabaco, para siempre, lo juraba, lo juraba.
               Y, entonces, un día, se le olvidó coger una sudadera de tonos oscuros y tosió mientras vigilábamos a nuestras hijas jugar en el parque. Layla clavó los ojos en él, perspicaz, y en la mancha carmesí que se quedó en sus mangas.
               -¿Cuánto tiempo llevas expectorando sangre?-le preguntó sin rodeos, y yo me la quedé mirando un momento, preguntándome a qué la elección de palabras… hasta que caí en la cuenta de que las niñas no habían mirado en nuestra dirección, pero sí lo habrían hecho de haber usado Layla una palabra que ellas entendieran.
               Scott escondió la manga en el bolsillo central de su sudadera y esbozó un vacilante:
               -Eh…
               Él lo sabía. Algo de él sabía lo que sucedía en su interior. Yo no lo habría ocultado. Sabiendo que Layla era médico, que podría ayudarme, no me habría esforzado tanto en esconder mis síntomas, eligiendo sudaderas oscuras, dejando sutilmente a un lado las drogas, tapándome siempre la boca con la fuerza suficiente como para que ni una gotita de sangre se escapara de ella. Yo habría ido corriendo a preguntarle si esto de sangrar al toser era normal en cuanto notara que escupía algo levemente rojo.
               Imagínate si hubiera tosido coágulos como los de Scott.
               -Un par de días-admitió, y Layla entrecerró los ojos. Sabía detectar a la perfección la mentira de un paciente. Y Scott ya era un paciente.
               -¿Y por qué no me lo dijiste?
               -Pensaba que era normal. O sea, con el tiempo que llevo arrastrando este catarro, creí que la garganta podría sangrar si estaba lo bastante… irritada.
               Layla parpadeó, sin decir nada.
               -Para ser sincero-añadió-, tengo una herida en la boca. Es del piercing-explicó-. Debería ir pensando en quitármelo. Es decir, tengo 30 años. Ya no soy un crío. En cualquier momento empezaré a estar ridículo con él, y…-una nueva tos le interrumpió. Cerró los ojos y todo su cuerpo se estremeció con violencia mientras tosía. Las niñas se giraron un momento, interrumpiendo sus juegos, para observar al padre de dos de ellas.
               -Papi…-dijo Eris.
               -Estoy bien-respondió Scott-. No os preocupéis, chicas. Seguid jugando.
               Se pasó la lengua por los labios y miró a Layla. Ni se atrevía a mirarme a mí.
               Por lo menos tenía la decencia de intentar huir de mi mirada de reproche, de mis envenenados y silenciosos cómo has podido, de cada una de las lamentaciones que se manifestaban en mi cara, eres padre, tienes que pensar un poco más en ellas, ya no eres un crío, y esto de hacer como que las cosas están bien cuando estás sangrando es bastante infantil.
               No eres Dios.
               Y tampoco eres un héroe.
               Layla se levantó sin decir nada, atravesó el jardín y abrió la puerta de la verja que daba al nuestro. Scott clavó los ojos en las niñas mientras yo lo fulminaba con la mirada.
               -Scott…-comencé.
               -Estoy bien-espetó-. Ni se te ocurra sermonearme, que no eres mi madre. Ya tengo una edad-gruñó, y yo alcé las cejas.
               -No sé por qué parte de esa frase empezar, si por el “estoy bien” o por el “ya tengo una edad”.
               -Pues no empieces-sentenció, clavando los ojos en mí-. Seguro que no me pasa nada.
               -¿Cuánto tiempo llevas repitiéndote eso por la noche?
               -Ni que me estuviera muriendo, Thomas-siseó-. Es un poco de sangre, nada más. Podría ser por cualquier cosa. Como te he dicho, me he hecho una herida con el piercing.
               -Hace años que no te haces una herida con el piercing.
               -Y tú hace años que no eres tan pesado, hijo—gruñó. Layla apareció por la puerta, que volvió a cerrar con cuidado, y le hizo una señal a Scott para que la siguiera al interior de su casa. Él suspiró, se puso de pie, se tiró de la manga de la sudadera y se recolocó la capucha mientras seguía a mi chica en dirección a las puertas de cristal.
               -Olivia-dije, y la niña se volvió-. Te quedas de responsable, tengo que hacer una cosa.
               -Pero, ¡la mayor soy yo!-protestó Aisha.
               -Y también la más cafre de las 4-discutí-. Nada de acercarse a la piscina ni de salir del jardín, ¿queda claro?-pregunté, y ellas murmuraron un asentimiento-. No os oigo.
               -Sí-balaron, dóciles cuales corderitos. Noté la presencia de Eleanor acercándose a la terraza de la parte superior, y cuando abrí la vista, allí me la encontré. Con un asentimiento me indicó que ella se encargaba, que no me preocupara y que fuera a hacer lo que me hubiera surgido. Así que entré en la casa, y me encontré a Layla sentada en el sofá, colocándole el estetoscopio a Scott, que se había abierto la camisa, en el pecho.
               Me quedé quieto, observando la escena.
               -Tose-ordenó Layla, y Scott me miró un momento. Sus ojos se deslizaron al cristal.
               Me puse entre él y la pared del jardín, ocultándolo de posibles miradas accidentales (o no tanto) de las niñas y le tendí un pañuelo de papel. Scott se lo llevó a la boca y por fin obedeció. Layla frunció el ceño, escuchando.
               -Otra vez.
               Scott volvió a toser, esta vez con menos ganas. Comprobé con gran alivio que el pañuelo no se había teñido de rojo.
               -Otra vez más.
               Scott tosió una tercera vez con la parte circular del estetoscopio en el esternón.
               -Vuelve a respirar hondo, como antes.
               Scott cogió una gran bocanada de aire y la soltó despacio. Layla fue pasándole el aparato por el pecho, buscando algún sonido, algo que delatara al mal que crecía en su interior.
               -Quítate la camisa-ordenó, dándole la vuelta y colocando la parte circular en su piel. Repitieron la operación y luego Layla le tomó el pulso a Scott, contando en silencio mientras miraba el cronómetro del teléfono-. La tensión está bien-dijo, y empezó a revolver en su bolsa de aparatos en busca de uno de esos palos horribles que usan para mirarte la garganta. Le pidió que abriera la boca y echó un vistazo a su garganta-. Sí que la tienes irritada-comentó.
               -¿Do vez?-dijo Scott, mirándome de reojo. Me dieron ganas de darle una bofetada.
               -Pero tienes que ir al hospital-respondió ella, partiendo el palo y dejándolo sobre la mesa de los mandos. Mi corazón se detuvo por un instante y toda la sangre huyó de mi rostro.
               -¿Qué? ¿Por qué?
               -A hacerte más pruebas. No me gusta cómo te suenan los pulmones cuando estás tosiendo. No suenan bien.
               -¿Cómo van a sonar bien?-discutió Scott-. Si son pulmones, están hechos para respirar, no para toser.
               -Cállate y haz lo que te dicen, por una vez en tu puta vida-ladré yo. Layla suspiró.
               -Mañana por la mañana Eleanor y tú venís conmigo a trabajar. Pediré el día para poder estar con vosotros y colaros en los escáneres.
               Aquella noche fue la más larga de mi vida. Layla se tumbó a mi lado y apenas pudo pegar ojo, de tanto que yo me moví a un lado y a otro. Para colmo, Diana estaba en uno de sus viajes por trabajo, preparando una campaña que saldría dentro de un año. No estaba con nosotros, metida en la misma cama, para poder sujetarme e impedir que me moviera. Layla me susurraba palabras tranquilizadoras, pero cuando un médico es totalmente sincero y te dice que no tiene por qué significar nada, a lo que más atención le prestas de todo eso es al tiene y no al nada.
               Llamé por la mañana a la americana explicándole la situación y ésta cogió un avión al poco de colgar que la trajo a mi lado en menos tiempo del que Scott, Eleanor y Layla se pasaron en el hospital. Para intentar distraerme y tranquilizar a las niñas, hicimos entre todos una tarta de calabaza que decoramos como si estuviéramos preparándonos para un concurso de Halloween. Estábamos acabando la decoración del cementerio del piso superior de la tarta cuando escuchamos el ruido de un coche que se acercaba por el camino y se detenía en el asfalto, entre las dos casas.
               Me asomé a la ventana del salón para no perderme el momento exacto en que Eleanor se bajaba del coche y, llorando en silencio, iba derecha a su casa, con el rostro bañado en lágrimas, las mejillas enrojecidas y el pelo alborotado, como si hubiera estado sacudiendo la cabeza durante todo el trayecto desde el hospital.
               Se me instaló una presión en el pecho que no hizo más que aumentar cuando vi a Layla bajarse del asiento del conductor y rodear el coche para reunirse con Scott. Intercambiaron un par de palabras, gesticularon, negaron con la cabeza y él le cogió las manos.
               -Quiero decírselo yo.
               Como si supiera que yo estaba mirándole, Scott se giró y clavó los ojos en la ventana, en su reflejo en el cristal, justo donde yo estaba. Hizo un gesto con la cabeza, confiando en que yo lo vería, y rodeó la casa.
               -Didi os ayudará a terminarla, ¿vale, chicas?-les dije a las niñas, sorprendido de la tranquilidad con que puse las cosas en su sitio mientras el resto del mundo se desmoronaba-. Ella es modelo, trabaja con cosas bonitas, así que se le dará mejor que a mí.
               -Vale-balaron.
               -¿Podemos hacer un coche de bizcocho para Frankenstein?-preguntó Olivia a Diana, que asintió con la cabeza no sin antes decirle que eso les llevaría n poco más de tiempo, pero, si les apetecía, adelante.
               Atravesé la valla que delimitaba el jardín y te daba acceso a la playa en el momento en que Scott aparecía por la esquina de los setos y caminaba a mi encuentro. En silencio, fuimos hasta la playa, lejos de los oídos de nuestras hijas. Scott se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirando el mar, armándose de valor.
               La expectación me estaba matando.
               O, más bien, el deseo de que dijera que todo era una coña, feliz día de los inocentes.
               No le presioné. Con cualquier otra persona, me habría puesto a gritar que venga, que dijera lo que tuviera que decir, que arrancara la tirita de un tirón, que así todo dolía mucho más. Pero a Scott era incapaz de pedirle eso.
               Tendría toda la paciencia del mundo, si a cambio él no se desmoronaba.
               Scott se sentó en la arena, con las piernas dobladas, las rodillas separadas, los codos sobre las rodillas.
               -Me han hecho un escáner-informó en tono neutro, el propio de un muerto. Me senté a su lado, temiéndome lo peor, lo que estaba por venir.
               -¿Y te han dado ya los resultados?
               -Sí-susurró-. Gracias a Layla.
               -¿Y qué decían?
               Scott tomó aire, cerró los ojos, tragó saliva, se mordió el piercing, y clavó la mirada en el horizonte para decir la frase más horrible de todas las frases horribles, muy superior a “ya no te quiero”, muy por encima de “hay otro”, justo por delante de “tu hija no es en realidad tuya”.
               -Tengo cáncer.
               Sentí como si una inmensa garra se metiera en mi interior y me arrancara la entrañas, revolviendo en el agujero y deleitándose en hacerlo más grande. Con los ojos húmedos, me levanté y empecé a caminar por la arena, pasándome las manos por el pelo, por la cara, incapaz de pensar, de reaccionar, de hacer nada que no fuera caminar y tratar de concentrarme en el ahora, en la arena, en Scott sentado a mi lado, casi sano, casi bien, casi eterno.
               Ojalá nunca existieran los casi.
               -¿Qué vamos a hacer?-pregunté. Porque no lo sabía, estaba acostumbrado a tener todas las respuestas, o a que Scott me las diera en las pocas ocasiones en que no sabía cómo responder. Pero no era capaz de hacerlo, esta vez no.
               Casi podía verla, toda mi vida desfilando ante mis ojos, cada momento, cada risa y cada llanto, con Scott a mi lado, él siempre ahí, siempre, siempre, siempre, como el sol, como la luna, las estrellas, como las nubes. Siempre estaba ahí, era imposible encontrar algo que no tuviera relación con él.
               Y ahora, se estaba devorando a sí mismo.
               -Tommy, tranquilo-me pidió, mirándome-. Respira-descubrí que estaba hiperventilando, manda huevos, él se moría y yo era el que me ponía histérico-. No pasa nada. Todo va a salir bien. ¿Vale? Todo va a salir bien.
               Conseguí tranquilizarme, controlar la riada de pensamientos que me ahogaban la mente.
               -¿Cómo… es?-quise saber cuando estuve lo bastante calmado como para mantenerme quieto en el mismo lugar durante dos segundos seguidos. Scott parpadeó.
               -En el pulmón. Al lado del corazón-se le rompió la voz y yo sentí cómo me derrumbaba de nuevo-. Dicen que lo hemos pillado a tiempo, que no tiene por qué pasarme nada. Un poco de quimio, radiación, quizá extirpar la zona…
               Me estremecí. Me lo imaginé sobre una mesa de operaciones, su pecho abierto en canal, derramando sangre por todas partes.
               Me entraron ganas de vomitar.
               -T, eh-Scott se levantó-. Voy a estar bien. Me voy a poner bien, ¿vale? Pero necesito que seas valiente. Por las niñas. Por las chicas. Incluso por mí. No podré hacer esto solo, ¿vale? No podré, no sin ti. Necesito que estés a mi lado. Ahora lo necesito más que nunca.
               Asentí con la cabeza.
               -Voy a luchar-me prometió-. Como un jabato. Te lo prometo. No sabe con quién se ha metido, esta puta enfermedad-sonrió, y consiguió arrancarme una tímida sonrisa-. Mira, Layla me lo ha explicado todo. La semana que viene iremos al hospital de nuevo para que empiecen con el tratamiento. Me voy a quedar hecho mierda-bromeó, y yo lo miré-, creo que la quimio te desbarajusta todo. Puede que incluso me quede calvo, ¿crees que tu hermana me querrá aunque se me caiga el pelo?-preguntó, y no había ni rastro de temor en su voz. Era como si estuviéramos jugando a un juego más atrevido que los de los demás, en el que podías perderlo todo, pero con un matiz: Scott era invencible, su poder estaba en su mente, y él no se iba a dejar amedrentar así como así.
               Lo bueno que tiene que tu vida sea perfecta es que no vas a renunciar a ella sin luchar.
               -Con la cara de feto que tienes-respondí yo-, y que ella te quiera igual… seguro que no le importa no tener pelo de donde agarrar.
               Scott sonrió, me dio un beso en la sien.
               -No dejes que me hunda-me pidió.
               -No dejes que me rinda-le pedí yo.
               No sabía cómo, pero estaba seguro de que las cosas terminarían saliendo bien, como cuando nos peleamos y al final conseguimos reconciliarnos, o cuando nos escapábamos del programa y sólo nos echaban una bronca antes de dejarnos entrar de nuevo al edificio, o cuando llegábamos un poco tarde a los conciertos pero nadie se había marchado, o cuando yo no conseguía aprobar los exámenes y Scott hizo que me sacara la carrera obteniendo de la mano de Shasha las pruebas que tendría que superar.
               Eleanor ocupó mi lugar en su visita al hospital de la semana siguiente, después de que Scott la convenciera de que él no podría hacer nada sin ella, de que estando con ella allí se sentiría mucho más fuerte porque ella le hacía inmensamente más fuerte.
               Fue la segunda y penúltima vez que atravesaron las puertas de aquel hospital. Cuando salieron y regresaron a casa, ni siquiera pasaron por la nuestra para contarnos qué tal había sido la experiencia. Hecho un manojo de nervios, atravesé el pasillo que conectaba nuestras dos casas y empujé la puerta. Subí las escaleras y me encontré a mi niña tumbada en la cama, hecha un ovillo, con la vista perdida entre los árboles, los ojos húmedos y sin ningún tipo de luz.
               No quise creérmelo. Él no se lo merecía, y ella, aún menos.
               -Eleanor…-murmuré, y ella se giró, me miró con los ojos como platos y negó con la cabeza. Cerró los ojos y se echó a llorar, con unos sollozos horribles. Me acerqué a ella, dispuesto a protegerla de lo que fuera, a pesar de saber que mis intentos no servirían para nada, que el mal que la amenazaba ni se inmutaría de mi presencia.
               -Está en la playa-susurró-. Vete con él. Te necesita más que yo.
               -Eleanor, ¿qué ha pasado?
               -No puedo, es tan horrible-gimió, llorando en mi pecho, agarrándose a mí, convulsionándose con cada sollozo. Le besé el pelo y le acaricié la espalda, le dije que todo saldría bien y que todo se arreglaría. Aunque yo sabía que no era verdad.
               Porque si Scott no había venido a verme, era porque las cosas estaban a punto de irse a la mierda.
               Salí de la habitación temblando de miedo, atravesé una casa en un silencio fantasmal (las niñas estaban todas en la mía, jugando y viendo una película, plan que pensábamos repetir cada semana para que no se preguntaran dónde habían ido Scott y Eleanor) y abrí la puerta de la terraza. El aire de una tormenta primaveral me revolvió el pelo y me hizo tiritar, o quizá fuera el frío de mi interior, no estaba seguro.
               Caminé por el césped, el sendero, la arena, hasta que lo encontré, sentado sobre una duna, envuelto en las hierbas de colores pálidos que crecen al lado del mar, contemplando el embate insistente de las olas, en silencio, hecho un ovillo, igual que su mujer.
               Se volvió al escuchar mis pasos y se limpió las lágrimas. No, no quería verle llorar. A Scott, no. Él era mi roca. Necesitaba que estuviera bien, ahora más que nunca. Necesitaba que se curara.
               Me descubrí pensando que daría mi vida por él, a pesar de todo lo que tenía que cuidar y proteger ahora.
               Y me dio absolutamente igual. Él era más importante que nada de lo que yo tuviera.
               Él era parte de mí.
               Él era yo, sentado en aquella duna, viendo el destino que se cernía sobre él como el cuchillo de un carnicero a punto de rebanarle el pescuezo, sin ninguna posibilidad de resistirse o tratar de escapar.
               -¿Necesitas estar solo?-pregunté, desenado que me dijera que no. Él se lo pensó un momento y finalmente negó con la cabeza. Me senté a su lado y me lo quedé mirando. Le pasé un brazo por los hombros, reconfortándome en la firmeza de su cuerpo y en el calor que desprendía.
               Él era como un volcán.
               Un volcán que se estaba apagando.
               -He estado con mi hermana. Por eso no he venido antes-expliqué, en tono de disculpa. Scott asintió, jugando con una brizna de hierba.
               -Así deben ser las cosas. Ella va primero. Es tu hermana.
               -Tú también, Scott.
               -Yo no voy a estar aquí mucho tiempo.
               Me dolió la forma en que lo dijo, con rabia, con resignación, como si ya estuviera muerto por dentro y su cuerpo estuviera reflejando lo que había hecho en vida, una vida gloriosa y plena, pero una vida anterior.
               -¿Qué quieres decir?
               -Hoy me han hecho otro escáner. Para ir preparando el plan de radiación. No me han puesto la quimio al final-comentó, y se me quedó mirando-. ¿Quieres saber por qué?
               -¿Por qué?
               -Metástasis-pronunció, y su labio tembló un momento-. Lo tengo por todo el cuerpo.
               -¿Ellos se han negado?-pregunté, escandalizado, pero Scott negó con la cabeza.
               -No. Me he negado yo. Y tu hermana, eso, no me lo va a perdonar en la vida.
               -¿Por qué?-jadeé, incapaz de comprender que él no quisiera aferrarse a lo que tenía con uñas y dientes. Scott se me quedó mirando con los ojos rojos abiertos de par en par.
               -¿Que por qué?-replicó-. Porque me estoy muriendo, Tommy-escupió con asco, con rabia, y con una tristeza y una desesperación veladas que me dieron ganas de echarme a llorar y empezar a gritar a la vez-. Está extendido por todo el cuerpo, no saben exactamente por qué, creen que se ha pasado a la sangre y de ahí se ha ido desplazando.  Dicen que las posibilidades eran una entre un millón-sonrió, mirándose las manos-. Al final resulta que yo soy la excepción a todas las reglas: el condón que se rompe, la píldora que falla, el bastardo que nace y forma una familia-apretó los puños-, el milagro de mi madre, y ahora, al que le detectan un cáncer minúsculo en un pulmón una semana y a la siguiente no tiene cáncer; el cáncer le tiene a él.
               -Scott-jadeé-, tienes que luchar. Hacerlo por nosotros.
               -No me pidas eso, Tommy-respondió.
               -No quiero que te mueras. No puedes morirte. ¿Qué va a ser de mí? ¿Qué va a ser de mi hermana? ¿Qué va a ser de tus hijas?
               -Es por ellas por lo que lo hago, ¿no lo entiendes? No quiero ser un cobarde. No quiero que me vean luchando y dándoselo todo a algo que no va aceptar nada que no sea mi vida-rugió entre dientes, en voz baja-. No quiero que el último recuerdo que Eris y Aisha tengan de mí sea de yo postrado en una cama, hecho una mierda, consumido por la medicación y por la enfermedad, calvo, chupado y lejos de todo lo que yo he sido durante toda mi vida. No quiero que ellas piensen que me pasé la vida suplicando clemencia a algo que no la tiene. No quiero que me recuerden como una criatura sin dignidad. No quiero que…-se le quebró la voz, hundió los hombros, y comenzó a llorar-, no quiero que crezcan y alguna eche la vista atrás y se avergüencen de mí por suplicar por mi vida cuando yo sabía que no tenía sentido.
               -No es suplicar por tu vida, Scott-susurré, sintiendo cómo el aire me quemaba en los ojos, cómo la arena se me metía en ellos y cómo todo mi mundo se hacía pedazos en silencio, sin ningún tipo de sonido que acusara su destrucción.
               -Quiero tener dignidad-dijo-. Y no hay dignidad en pasarlo mal por algo inútil.
               -Tampoco la hay en rendirse-acusé yo, hiriente, pero él no me hizo caso, se limpió las lágrimas con la mano y jadeó:
               -Debería haber dejado de fumar. Debería haber dejado de componer ese estúpido disco. Debería haber dejado la música cuando tuve la ocasión. No sé cómo he tenido los cojones de decir que mis hijas han sido lo más importante que me ha pasado, cuando tuve la primera y yo seguí empeñado en seguir haciendo canciones.
               -Era tu vocación.
               -Era una gilipollez.
               -Era lo que querías.
               -¡Lo que yo quería era envejecer con tu hermana!-gritó, volviéndose hacia mí, empujándome y tirándome sobre la arena-. ¡Quería ver crecer a mis hijas! ¡Enamorarse! ¡Llevarlas al altar! ¡Verlas convertirse en madres! ¡Tener 80 años y mirar a mis nietos correr por el jardín! ¡Sentir que lo he hecho todo!-sollozó, escondiendo la cara entre las manos-. ¿Por qué no me paraste los pies?
               -Porque querías escribirle una canción, como Zayn se la escribió a Sabrae-le recordé-. Querías darle un Grammy como él se lo dio a ella. Querías ser el padre que el tuyo fue para tu hermana, y para eso tenías que regalarle canciones.
               Scott me miró, callado, sin moverse.
               -Porque era lo que querías-continué-. Querías seguir haciendo música para mi hermana y para mí y para todos los que te rodean, porque es como expresas tu amor, lo expresas con la música como yo lo expreso cocinando. No habrías sido feliz si no hubieras escrito ese disco. Los dos habríamos muerto decepcionados y tristes con 90 años si no lo hubiéramos sacado. No me arrepiento de lo que hicimos, Scott-aseguré-. Lo que hicimos y conseguimos es mucho más de lo que yo me habría atrevido a soñar.
               -Soñamos que tendríamos nietos juntos y ahora vas a tener que tenerlos tú solo-acusó.
               -Tengo la sensación de que nos hemos pasado toda la vida soñando con la felicidad que nos van a aportar otras personas-respondí-, en lugar de conseguir la nuestra propia.
               Él no contestó durante un momento. Luego, en sus labios se dibujó una sonrisa triste.
               -¿Ves a lo que me refiero?-susurró-. No puedo hacer esto en un hospital, con las niñas mirándome. Jamás me lo perdonaría. Si hay otra vida, viviría avergonzado durante toda la eternidad por haber montado este numerito-señaló el suelo y yo no dije nada-. Sé lo que los hospitales le hacen a la gente. Acuérdate de la depresión de Alec. Y él sabía que iba a salir. Yo no quiero convertir un lugar tan frío como un hospital en mi segunda casa. No quiero morirme en una cama en la que ya se han muerto, y se van a morir, otras personas, no quiero aferrarme a una vida que ya no va a parecer una vida. Si me tengo que ir, si tengo que morir joven-me dijo-, quiero que sea como he sido hasta ahora. Quiero morir siendo yo. Quiero morir jugando con las chicas o tomándome algo con los chicos o riéndome contigo o haciendo el amor con mi mujer. Quiero estar viviendo en el momento en que todo termine, Tommy. No quiero llevar meses muerto y sobreviviendo. No quiero sobrevivir. Es lo único por lo que no estoy dispuesto a pasar.
               Scott cerró los ojos, se limpió las lágrimas de la cara y jadeó.
               -Justo ahora, que todo iba perfecto y encaminado… justo ahora tenía que pasarnos esto.
               -A ti siempre te ha gustado joderles las fiestas a los demás-solté sin pensar, y él se me quedó mirando un momento, estupefacto.
               Y luego, como si fuéramos imbéciles, nos echamos a reír, histéricos.
               Me atraganté con mis palabras cuando las pronuncié:
               -¿Cuánto te queda?
               -Me han dicho que entre seis y nueve meses-respondió, mordiéndose el piercing. Se frotó la cara y se presionó el puente de la nariz-. Dios mío, con todo lo que me queda por hacer…
               -Tenemos que darnos prisa-dije, y él asintió-. Ir preparando… dejaré de ir al restaurante.
               -No-contestó.
               -Sí, me quita un montón de tiempo, y quiero aprovechar lo que nos quede juntos, S.
               -No te voy a quitar tu vida también a ti-contestó. Yo puse los ojos en blanco.
               -Soy chef de sala, puedo hacer lo que me dé la gana.
               -Es mucha responsabilidad.
               -Qué cojones sabrás tú lo que hago yo-espeté-. En lo que a ti respecta, puede que vaya al restaurante todos los días y me infle a picatostes mientras los demás curran.
               -No has trabajado todo este tiempo para…
               -Mira que eres terco, ¿eh, Scott?-protesté-. No eres mi madre. Ya soy mayorcito. Puedo hacer lo que me dé la gana. Y si quiero dejar mi trabajo en el puto restaurante y dedicarme a la alfarería, o a la prostitución, o a tirarme a la bartola el resto de mi vida e ir bronceándome cada vez más y más, ¿sabes que es lo único que tú puedes decir respecto a eso?
               -¿Qué?
               -“Amén, hermano”.
               Scott se mordisqueó el piercing, conteniendo la sonrisa.
               -Eres un puto gilipollas.
               -Fijo que esta movida del cáncer te la estás inventando para que pase más tiempo contigo, porque estás celoso porque me paso la vida en el restaurante-le piqué.
               -A mí lo que me extraña es no haberme muerto de leucemia con 12 años, si está claro que estar cerca de ti no podía ser bueno. Bastante he durado ya.
               -Mala hierba nunca muere, como dicen en España.
               Scott sonrió.
               -¿Cuándo vas a decírselo a tu familia?
               Se estiró y suspiró.
               -No lo sé. Una parte de mí no quiere hacerlo y otra se muere por llamar a mamá y contárselo todo y dejar que ella venga y me acaricie el pelo y me cure con sus manos mágicas.
               Sonreí.
               -Fijo que Sher sería capaz de hacer eso.
               -Mamá es increíble-asintió él, hundiendo la mano en su pelo.
               -Y… respecto de tus cosas pendientes… ¿qué son?
               -Creo que Eleanor debería estar presente, ¿no te parece?-respondió, y yo asentí. Hice amago de levantarme pero él tiró de mí-. No te vayas todavía. Quiero estar aquí un rato más. Fingir que todo va bien unos minutos extra antes de conducirnos al desastre.
               Asentí con la cabeza, alcé las manos y volví a posar el culo en la arena. Pasaron los minutos y Scott seguía con la vista fija en el horizonte. Y, entonces, suspiró, y asintió con la cabeza.
               -¿Listo?-pregunté.
               -No-contestó-. Pero tengo que aprovechar el tiempo.
               Se levantó antes que yo y me tendió la mano, que yo recogí, agradecido, contemplando la ironía de que fuera él quien me levantara y no al revés, y finalmente emprendimos camino a casa. Entramos en su habitación y Eleanor se giró y se nos quedó mirando.
               -Scott…
               -No espero que lo entiendas ahora-contestó él, sentándose a su lado-. Pero toda la vida me has visto como tu héroe, y no quiero que, justo cuando nos separemos, me haya convertido en una víctima de la que tengas que avergonzarte.
               -Tú jamás serás una víctima-contestó ella, acariciándole la cara y negando con la cabeza-. Siempre serás el niño que me cuidaba, el chico del que me enamoré, el hombre con el que me casé y tuve a mis dos preciosas hijas.
               -Te amo-contestó él, besándole los párpados-. Con cada puta célula de mi cuerpo. Sana o enferma. Creo que por eso me han salido tumores-bromeó, y Eleanor lo miró-, de tanto que te quiero, han tenido que reproducirse a toda velocidad para poder abarcar ese amor.
               Eleanor se rió, triste.
               -Eres tonto.
               -Y lo que te encanta.
               -Hazme el amor-le pidió mi hermana.
               -Con gusto-respondió mi cuñado.
               Y yo salí de la habitación.
              


Llamaron a la puerta del bungaló justo cuando terminaba de abrocharme la camisa. Cuando la abrí, un Scott radiante, bronceado y con el pelo aún brillante por la ducha que se acababa de dar se materializó en la puerta. Sonrió con amplitud.
               -¿Estás listo?
               -Sí-asentí-, pero no sé dónde están Diana y Layla, tendremos que esperar un poco antes de…
               -No te preocupes. Ya están en el restaurante del hotel-informó. Yo levanté las cejas, sorprendido por aquel movimiento.
               Después de que Scott y Eleanor terminaran de hacer el amor el día en que descubrieron que su relación tenía fecha de caducidad establecida, ambos vinieron de la mano a nuestra casa y los cinco nos sentamos en el comedor mientras las niñas se echaban la siesta. Scott les dijo a las chicas lo que ellas ya sabían y procedimos a trazar una lista con los planes que él tenía pendientes aún. Ya habíamos tachado de la lista el preparar un single para el siguiente Red Nose Day, conseguir publicar las canciones que habíamos grabado pero que, por un motivo u otro, habían quedado fuera de los discos de Chasing the stars, y viajar a Pakistán y visitar la Meca.
               Lo habíamos preparado por ese orden, e incluso Chad había venido con nosotros en nuestra peregrinación a Pakistán y el monumento más sagrado de la religión de Scott, pero dejándonos espacio a él y a mí para que hiciéramos lo que quisiéramos y no perturbar nuestros planes. Ni siquiera las chicas se entrometieron demasiado en las cosas y nos dejaron plena libertad para ir de acá para allá, reuniéndonos por la noche y las mañanas o en sesiones de turismo muy concretas.
               La visita la Meca había sido la última que habíamos tachado de la lista a pesar de ser las primeras de Scott. Yo me había quedado por los alrededores, dando una vuelta, intentando comprender unos caracteres desordenados que se parecían, aunque no del todo, a los que los padres de Scott me habían enseñado a leer.
               Cuando él salió, con la cabeza cubierta, entre la multitud, yo me había acercado y le había tocado el hombro. Dio un brinco y se giró para mirarme, con una expresión de paz que le había visto muy pocas veces en la vida, cuando iba a las mezquitas y sentía que había conseguido contactar con su dios.
               -¿Qué tal ha ido?
               -Ha sido increíble-respondió Scott, quitándose la indumentaria de la cabeza, llevada por respeto al lugar más sagrado de la Tierra para los musulmanes-. Ahora me siento en paz con Él-comentó, y yo asentí mientras me recorría un estremecimiento.
               De tierra santa habíamos pasado a Hawái, donde Scott quería pasar una semana, a modo de imitación de su luna de miel. A pesar de que en el archipiélago era finales de otoño y comienzos de invierno, las islas nos recibieron con el entusiasmo del paraíso terrenal.
               -¿Vas a querer que vayan las niñas también?-preguntó Eleanor-. Lo digo porque va a ser mucho tiempo lejos de ellas.
               -Podemos endosárselas a Tommy cuando nos apetezca follar-respondió Scott.
               -O sea-contestó Eleanor-, que las va a cuidar mi hermano la semana al completo.
               -Me alegra que hayas conseguido captar el mensaje, mi amor-había contestado él, guiñándole el ojo.
               Así que habíamos llevado a toda la familia de viaje a la otra punta del mundo, llevábamos 3 días en aquel rincón paradisíaco y yo no quería marcharme ni loco. Las chicas se lo pasaban en grande jugando con las niñas en el agua o tomando el sol, descubriendo rincones desconocidos y hurgando en las tiendas mientras Scott, Chad, Aiden y yo les seguíamos con docilidad, los irlandeses con un poco más de reticencia que Scott y yo, que estábamos pasándonoslo tan bien con nuestras mujeres que bien podrían habernos pedido que nos lanzáramos al volcán y nosotros lo habíamos hecho sin pensárnoslo dos veces.
               Habíamos hecho de cenar en el restaurante del hotel un ritual del que participábamos todos, irlandeses e ingleses por igual, por el castillo de madera en el que las niñas podían jugar mientras nosotros bebíamos y jugábamos al bingo del hotel o simplemente nos reíamos mientras disfrutábamos del aire fresco.
               El primer día nos habíamos presentado por allí con el típico atuendo de turista: camisa de flores, guirnaldas de flores entregadas por las azafatas del hotel, y sandalias de ir a la playa. No es que hubiéramos destacado precisamente entre la multitud, pero Diana había declarado que ella no volvía a ponerse una horterada como era un pareo de flores con una camiseta de flores, a lo que Eris había respondido con un aplauso y un claro “sí, es muy poco chic”. Así que ahora procurábamos ir un poco más arreglados, o, por lo menos, que no pareciera que habíamos sacado nuestra ropa de una tienda de souvenirs hawaianos del aeropuerto (lo cual era en parte verdad, porque habíamos cogido la ropa del primer día en una tienda de recuerdos del hotel).
               Lo cual distaba bastante de la tozudez con que Scott me había insistido en que hoy me vistiera todo de blanco, con pantalones en condiciones y una camisa con la que estuviera cómodo pero elegante. Examinó mi atuendo con cuidado y asintió, visiblemente satisfecho, antes de ver los zapatos.
               -¿Vas a ir con eso?-espetó, escandalizado.
               -¿Qué pasa?-dije, mirándome los pies-. ¿Quién eres, la fashion police? Creía que Diana era la que se ocupaba de poner el grito en el cielo por mis estilismos-aunque, por regla general, la americana lo que hacía era mirarme con aprobación y acercárseme en las entregas de premios, justo en la alfombra roja, para decirme que ya no podía más y que se moría de ganas de llegar a casa y que la atara a la cama con la corbata (cosa que nunca me había dejado probar)-. Tira, que vamos a perder la reserva.
               -Que te cambies el calzado.
               -Que te muevas.
               -Ponte las alpargatas de lino-exigió Scott en un tono que no admitía réplica. Llamándolo de todo menos guapo, me volví a meter en el bungaló, revolví en los cajones hasta encontrar las dichosas alpargatas, las alcé sobre mi cabeza, me las puse y abrí los brazos.
               -¿Algo más? ¿Te hago una mamadita, de paso, o algo? Qué cruz de niño, Jesús-bufé, y Scott se echó a reír.
               -Eso puedes discutirlo con Eleanor. Venga, mueve el culo.
               Atravesamos los jardines del hotel, pero Scott se desvió en dirección a un saliente de la colina sobre la que se asentaba el hotel, en el que las olas chocaban con violencia y hacían llover pequeñas gotitas de espuma marina.
               -¿Adónde vas?
               -Es que hoy hemos pedido una mesa en un sitio especial. Por cambiar-Scott se encogió de hombros, como si la cosa no fuera con él.
               -Me gusta mi sitio de siempre-protesté, enfurruñado-. Se pueden ver los espectáculos de fuego sin cabezas de por medio, y…
               -Tommy.
               -¿Qué?
               -Cállate, anda-Scott me dio una palmada en el hombro y me condujo por un sendero que daba a la playa, en la que había instalado un pequeño toldo rodeado de antorchas, presidiendo una reunión de sillas blancas, como si fueran de una boda.
               Me detuve en seco y me volví hacia Scott.
               -¿Qué cojones?-espeté, pero él no dijo nada, siguió caminando con una sonrisa en los labios. Así que troté para alcanzarle, atravesamos la vegetación, y por fin salimos a la playa, sólo para encontrarnos con que las sillas no eran blancas, sino de mimbre. Lo que era blanco era el atuendo de la gente que estaba sentada en ella, y que se levantó en cuanto nos vio aparecer.
               Me quedé parado de nuevo, a unos metros de las sillas, observando sin procesar los rostros de mis seres queridos, que se suponía que estaban en la otra punta del mundo.
               -Scott…-me volví hacia él, que sonreía.
               -Mira, cuando les conté mi plan a los demás, me dijeron que ni de coña querían perderse un momentazo como éste.
               -¿Has traído a mis padres a las vacaciones de Hawái?-ladré, sin poder creérmelo. Scott se pasó una mano por el pelo.
               -No exactamente-respondió-. Los he traído a tu boda.
               -¿CÓMO?
               -Mira, T-Scott se volvió hacia mí y se metió las manos en los bolsillos-. Los dos sabemos que tú eres un animal de costumbres. Un tío chapado a la antigua.
               -No soy un…
               -No me interrumpas, que soy mayor que tú-gruñó Scott, molesto-. Y sí, sí que lo eres, al menos un poco. Toda la vida has hablado de matrimonio, hijos, familia, bla bla bla.
               -Y tú también.
               -Yo no quería casarme de adolescente.
               -Y sin embargo, te has casado-repliqué con malicia.
               -Hombre, es que, ¡a ver si le dices tú a la mujer que yo tengo que no te quieres casar nunca, y arriesgarte a perderla! Además, a mí me apetecía con Eleanor. A ti te apetecía en general.
               -Sólo hay un problema.
               -¿Por qué tengo la sensación de que me lo vas a decir?
               -¡TENGO DOS NOVIAS!
               -Eso no es problema-respondió Scott, encogiéndose de hombros-. Las tribus hawaianas son partidarias del amor libre, y creían en la poligamia. De hecho, en Hawái incluso te ofrecerían una casa sólo por haber sido abanderado del poliamor desde que saliste de The Talented Generation.
               -Eso no tiene sen…
               -Por dios, Tommy, ¡usa la cabecita! Me he estado informando por internet. Que hayamos venido a Hawái, de todas las islas a las que podíamos venir, no es casualidad-me dio un toquecito entre las cejas, que yo alcé-. A ver si lo entiendes así: casándote, estás cumpliendo uno de los sueños de mi vida. Quiero verte casado, chaval. Con una mujer de bien. O con dos. Con lo burro que tú eres, bien sabe Dios que vas a necesitar a dos para que te consigan tener controlado. Y ahora, ¿haces el favor de ir con tu madre para que te coja del brazo y te lleve al altar a esperar a Layla y a Diana?
               -Estás mal de la cabeza-espeté, y Alec, que se había acercado a escuchar nuestra conversación, saltó:
               -A ver, T, que si no te quieres casar con Diana, pues me caso yo con ella, no hay inconveniente.
               -Alec-protestó Sabrae, y él se volvió hacia ella.
               -Bros before hoes, nena, ya lo sabes.
               -Vete a sentarte antes de que te dé un barrigazo con tu hijo no nato-ordenó Sabrae, pasándose una mano por el abultado vientre en un gesto de cariño y amenaza a la vez. Alec suspiró, asintió con la cabeza y se dio media vuelta-. Y luego, vas al restaurante y me pides unos calamares en su tinta.
               -Aquí no hay calamares, Sabrae-protestó Alec.
               -Eso no es problema mío, es problema tuyo-Sabrae se volvió hacia mí y me sonrió-. Estás muy guapo, T. Y quiero que sepas que estoy muy orgullosa de que hayas tomado esta decisión.
               -Yo no he tomado nada-protesté-. Ha sido Scott.
               Sabrae lo fulminó con la mirada.
               -Menos mal que se le han juntado las dos neuronas para conseguir sacar algo de provecho.
               -Al menos yo tengo dos-discutió su hermano-. Tú tienes una, y ni siquiera te pertenece.
               -Luego protestas porque no le quiero poner tu nombre a mi hijo.
               -Scott Malik-Whitelaw suena horrible-Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Pero Scott Whitelaw-Malik suena genial-se metió Alec desde la distancia, que estaba poniendo la oreja a pesar de estar hablando con las gemelas.
               -¿Sabes qué suena genial también?-rebatió Sabrae-. Cállate-la-boca-papi Malik-Whitelaw-sonrió ella, y él sacudió la cabeza.
               -De todo lo que has dicho, bombón, sólo me he quedado con el “papi”.
               Sabrae se echó a reír, nos miró y me dio un apretón en las manos.
               -Buena suerte. Voy a vigilar que a Lexie no le dé por intentar secuestrar a un delfín.
               -¿Has visto ya a Kiara?-preguntó Scott con intención.
               -¿Y tú a Ashley?-respondió Sabrae, alejándose sin mirarnos. Scott sacudió la cabeza y torció la mandíbula.
               -Bueno, T, ¿qué me dices? ¿Te apuntas al club de los casados? Tenemos ventajas fiscales.
               Miré por encima del hombro, al pequeño bungaló donde Diana le cepillaba el pelo a Layla y le colocaba una flor.
               -Joder-respondí, mirando a Scott-. Sí. ¡Que me caso, Scott, joder!
               Scott se echó a reír, me dio una palmada en el hombro y llamó a mi madre, que me dio un beso en la mejilla, me dijo que estaba muy guapo (ella también, con un vestido de corte ibicenco que le resaltaba el moreno de la piel, conseguido en España) y me llevó hasta el altar, donde una sacerdotisa (idea de Shasha, me diría después Sabrae cuando me acercara a ella a preguntarle si había sido cosa suya) nos esperaba con una sonrisa sincera. Me volví en el momento en que Diana y Layla venían a nuestro encuentro del brazo de sus padres… sólo que Diana se quedó a un lado, esperando mientras Scott me traía a Layla.
               Me recorrió un escalofrío cuando Scott dejó la mano de Layla sobre la mía y se volvió para ir a por Diana, que le sonrió con diversión.
               -¿Vas a empujarme cuando llegue?
               -Todavía me lo estoy pensando-bromeó mientras pasaban al lado de Liam y Harry, a quienes no parecía importarles que les hubieran quitado el privilegio de entregar a sus hijas.
               La sacerdotisa nos indicó que no nos soltáramos todavía, y se sacó un lazo blanco del vestido. Anudó nuestras manos unidas, hizo un lazo sobre el que colocó dos flores de hibisco, las que las chicas llevaban en el pelo, de color blanco con el interior anaranjado, y nos hizo pronunciar nuestros votos.
               Prometimos a los dioses de la tierra y del cielo que con nuestro amor daríamos fertilidad a la tierra que pisáramos, que cuidaríamos de la hierba y de los árboles de nuestra casa, que de un lecho de flores haríamos nuestra cama, y que de los cuerpos de los otros construiríamos nuestro hogar. Que nuestra sangre estaba unida y que ya nada podría separarla, y que caminaríamos juntos por el cielo cuajado de estrellas una vez los dioses nos reclamaran de vuelta a nuestro hogar.
               Que, cuando el primero de nosotros se fuera, los dos verterían un mar de lágrimas del que brotarían nuevas islas, así repitiendo el círculo hasta que el mundo se cubriera de agua, y el agua, de nuevas tierras por cuidar.
               La sacerdotisa tomó una caracola blanca de interior rosado y la hizo sonar cuando besé a Layla, y volvió a hacerla sonar cuando le tocó el turno a Diana, llamando la atención de los dioses para que estos se fijaran en nosotros y vertieran sobre nuestras almas sus bendiciones divinas.
               -Que Maui os saque una isla del océano y que Laka tenga a bien regalaros hijos con los que llenarla-nos deseó la sacerdotisa, colocándonos a cada uno una flor en el pelo, del color de la caracola. Dio un paso atrás e hizo una pequeña reverencia, que nosotros imitamos.
               Me volví hacia las chicas, que estaban increíbles, con sus vestidos blancos vaporosos ondeando con el viento del mar como estandartes.
               Me incliné a besarlas, primero a una y luego a la otra, cogiéndolas de la cintura mientras la que no estaba entre mis brazos aplaudía. Paseamos por el mar, con el agua hasta los tobillos, las olas lamiéndonos la piel y tirando de la arena de entre nuestros pies, y Olivia y Penélope se encargaron de recoger las flores del pelo de sus madres y de ponerlas en el mar, entregando su esencia al océano que, según la cultura hawaiana, nos había dado la vida y al cual teníamos que volver.
               Me volví hacia los invitados, que nos esperaban con pequeñas velas encendidas, dispuestos a celebrar nuestra pequeña ceremonia por todo lo alto. Bey, Logan, Max, Karlie Jordan, Alec, Tam y Scott se lanzaron a felicitarme mientras Zoe se afanaba con Diana y Kristen celebraba la unión con Layla, que le dio las gracias por venir, tanto a ella como a su mujer.
               Me costó muchísimo marcharme de aquella isla, porque sabía que los momentos de felicidad que tuve en ella no iban a durar para siempre, además de ser los últimos.
               Y, como sospechaba, Hawái se convirtió en mi paraíso personal, ese al que volver algún día, pero al que realmente nunca consigues regresar. No del todo, al menos.


Scott se había visto obligado a decirles a nuestras familias por qué teníamos que ir a Hawái tan urgentemente y por qué ir era tan importante en una visita semi por sorpresa que hicimos a Londres. Niall y Harry fueron los últimos en enterarse por la lejanía de sus viviendas, pero aun así volaron a Inglaterra con la intención de aprovechar los momentos que a Scott le quedaran con nosotros, por escasos que fueran.
               Él no parecía peor. Seguía tosiendo y sangrando, pero por lo demás, todo continuaba igual. Lo que nadie sabía, nadie más que yo, era la lucha eterna que se libraba en su interior contra el dolor, un dolor punzante que amenazaba con dejarlo sin sentido ni aliento, un dolor que se le calaba en los huesos a pesar de proceder sólo de su cabeza.
               Un dolor que le angustiaba, porque era el recordatorio de los ojos del destino fijos en él.
               Tachó de la lista el último de los deseos que le faltaba el día que Sabrae dio a luz a su segundo hijo con Alec, un niño al que le pusieron Seth y que pesó nada menos que tres kilos, 250 g, todo un logro para una madre tan pequeñita como Sabrae. Los padres de la criatura insistieron en que Scott les gustaba como nombre y se lo pondrían si él quería, pero negó con la cabeza y dijo que, igual que no podía haber un Scott sin un Tommy, tampoco podía haber dos Scott para el mismo Tommy.
               Sabrae lloró muchísimo cuando su hermano insistió en que no le pusieran su nombre a su hijo, pero en el fondo, sabía que era justo, que si Seth había sido el nombre con el que habían pensado en él durante los meses de embarazo en los que Sabrae no sabía que su hermano no estaría allí para ver crecer a su hijo, con Seth debía quedarse el pequeño.
               Y, a los pocos días de nacer Seth, Scott se puso muy mal. Mal de tener que ir a urgencias, con Layla durmiendo ya en la habitación de al lado, los días concedidos por los médicos a punto de agotarse y las encargadas de los hilos de la vida con las tijeras afiladas, acorralando ya el hilo dorado de la existencia de Scott.
               Sólo le pusieron oxígeno, porque él lo pidió así: nada de pruebas, nada de intentar salvarlo, nada de nada, porque eso sólo le haría sufrir, eso sólo le haría dejar de ser quien era.
               Toda la familia se trasladó al hospital, entrando por turnos en una habitación en el que lo estable éramos Sherezade, Zayn, Eleanor y yo. Le habían puesto en una cama de hospital desde la que se podían ver las estrellas, a las que Scott sólo contempló una vez. No estuvo ni dos días ocupando esa cama, dos días que él detestó, por lo que nos estaba haciendo a todos, y por el miedo que le daba morirse en ella. No quería sumarse a la lista de personas que habían perdido su vida sobre aquel colchón, no quería convertirse en alguien anónimo y perder lo poco que le quedaba en una cama que no era la suya, en una habitación que no era la suya, en un edificio que había detestado desde el momento en que entró.
               El último favor que le pidió a Layla fue que lo sacara de allí, pero Eleanor consiguió convencerlo de que allí estaría más cómodo, más a gusto, que todo le pasaría mejor, así que Scott no dijo nada.
               No dijo nada porque sabía que mi hermana tenía razón, que aquello era lo mejor. Así que se dejó hacer, respirando con dificultad, mirándonos a todos con ojos inteligentes que detestaban en lo que se había convertido, unos ojos que habían visto en las estrellas verdaderos mapas en los que orientarse, unos ojos que habían esbozado constelaciones en los ojos de mi hermana, unos ojos que se habían encendido con rabia cuando alguien se metía conmigo.
               Diana trajo a las niñas, a quienes habíamos mantenido en la ignorancia hasta el último momento. Les dijimos que tenían que despedirse de su padre, de su tío, que estaba a punto de hacer un viaje y que ya no podría abrazarlas más. Se iba a ir para siempre, a reunirse con las estrellas, a irse a ver a su bisabuela, a la que nunca había conocido, a la que ni siquiera la abuela de las niñas había podido ver. Aisha y Eris lloraron en brazos de su padre, que las tranquilizó y las acunó y les juró que las quería y las querría en todas las vidas, desde todos los lugares. Les pidió que fueran fuertes, que no le olvidaran, que no le recordaran así, sino feliz y fuerte y divertido, y que no lloraran por él, que no lloraran por él, por favor, que no lloraran por él.
               -Papá…-jadearon las dos, abrazándose a su cuello, besándole y acariciándole y volviéndole a besar, diciéndole que era muy guapo, que se quedara con ellas… hasta que por fin entendieron que había cosas que, simplemente, escapaban al control de su padre.
               Llegó el turno de nuestros amigos, a quienes Scott les dio las gracias por todo lo que habían hecho por él, y ellos respondieron de la misma manera. Jamás le olvidarían, se lo prometieron, y él tampoco les olvidaría a ellos, lo prometió.
               Le cogió la mano a Alec cuando todos se marchaban, y él se lo quedó mirando, con las lágrimas bajándole por las mejillas.
               -Acuérdate de lo que me prometiste-le ordenó-. Acuérdate de tu promesa.
               -Lo haré-prometió Alec-. Lo haré, S. Descansa, amigo. Te lo mereces, hermano.
               -Adiós, hermano-se despidió Scott, y Alec salió por la puerta cabizbajo, llorando como un niño, como nadie nunca le había visto llorar.       
               Cuando Scott se había visto tan mal, aquella vez que nos peleamos por su relación con Eleanor, cuando dejamos de hablarnos, estando vacío por dentro, muerto como nunca, se había girado hacia él y había dicho:
               -Alec-había dicho, llamando la atención del interpelado-. Si me pasa algo, ¿cuidarás de Sabrae?
               -¿Qué?-había espetado él, tenso-. No. No, ni de puta coña. No te voy a dar luz verde para que te tragues un bote de pastillas diciendo que me voy a ocupar de tu hermana. Si te haces daño, yo se lo haré a ella. La dejaré, ¿me oyes?-había amenazado-. Le destruiré el corazón.
               Los dos se habían acordado de ese momento cuando Scott dijo que se estaba muriendo.
               Y Alec le prometió que la cuidaría mejor que nunca y que jamás la dejaría marchar una segunda vez.
               Les tocó el turno a sus hermanas, que entraron en tropel, llorando a moco tendido, y se rieron cuando Scott les dijo que vaya feas que estaban. Shasha se sonó de una forma escandalosa mientras Duna escuchaba lo que Scott le decía con ojos como platos, Sabrae tan apenada que apenas veía lo que tenía delante. Le agarraron las manos y le prometieron que no le olvidarían, que serían felices, que serían fuertes.
               Dan y Astrid estaban al fondo, consolando a Eleanor, y él levantó la cabeza cuando Scott le llamó.
               -Más te vale espabilarte con la mujer que tienes-le dijo-, que es, con diferencia, la peor de las tres.
               -Aguanta hasta que nos casemos, Scott-le pidió Duna, desesperada por conservarlo con ella unos días más-. Quiero que me lleves tú al altar.
               -Papá podrá hacerlo igual de bien que yo. Ya he llevado a demasiadas chicas al altar-sonrió, mirándome, y me obligué a sonreír.
               -Scott, por favor.
               -Dime adiós, Duna-pidió Scott-. Dime adiós y sé feliz. Jamás me perdonaría el irme de este mundo sabiendo que hay una posibilidad de que lo pases mal.
               -Adiós, Scott-dijeron todas, una a una, y le dieron un último beso y salieron de la habitación, porque Scott no quería que lo vieran morir.
               Quería seguir siendo su héroe, que lo último que vieran de él fuera la tranquilidad con que se despedía de ellas.
               A continuación, Scott se volvió hacia sus padres.
               -Mamá… papá…
               -No-dijeron los dos a la vez, y Sher añadió un suplicante-: por favor…
               -Ningún padre tendría que ver morir a su hijo-replicó Scott-. Habéis sido los mejores padres que nadie podría tener. No quiero obligaros a que paséis por esto.
               -Queremos hacerlo-respondieron ellos.
               -No quiero que lo veáis. Papá, por favor… por favor…-suplicó Scott, y Zayn se levantó, asintió con la cabeza, y después de cubrir de besos a su hijo, de abrazarle y decirle que le quería y que siempre estaría orgulloso del hombre en que se había convertido, hizo que su madre se despidiera también de él.
               -Daría mi vida por ti-le prometió Sher-. Ojalá pudiéramos cambiarnos.
               -Voy a ver a la abuela-le dijo Scott, y Sher empezó a llorar con más fuerza aún-. Intentaré contarle lo buena madre que has sido a pesar de no conocerla.
               -Cariño-sollozó Sher-, si la encuentras, seguro que ve que lo he hecho bien cuando vea el hombre que eres ahora.
               -Adiós, mamá-se despidió Scott-. Haz que papá me escriba una canción.
               -Te escribiré un disco entero-le prometió Zayn.
               -Ojalá supere al primero-contestó Scott, sonriendo, y Zayn también le sonrió, echándose a llorar. Se dieron la mano una última vez, se dieron el último beso, y luego salieron de la habitación, destrozados.
               -Eleanor-dijo por fin Scott, y yo me volví hacia él. Eleanor lo miró con pánico.
               -Scott… por favor.
               -Ahora te toca saber cómo es el mundo sin mí-le dijo él-. Ven conmigo.
               Ella se acercó a la cama, pero él le pidió que se sentara a mi lado.
               -Quiero morirme viendo vuestros ojos-susurró-. Los de los dos.
               Lloramos en silencio mientras su respiración se iba apagando poco a poco.
               -Siento todos los años que pasé sin hacerte el caso que te merecías.
               -No pasa nada, Scott…-jadeó Eleanor.
               -Ojalá pudiéramos haberlos aprovechado como es debido.
               -Scott…
               -Cuida de nuestras hijas. Son lo único que puedo darte. Viviré siempre en ellas. Te amaré desde cualquier rincón al que me vaya a marchar-le prometió Scott, y ella se inclinó y le dio un beso en los labios, él le besó la mano, se quedó con ella entre los dedos-. Eres el amor de mi alma. Ni siquiera el de mi vida. El de mi alma.
               Eleanor asintió con la cabeza.
               -Y tú de la mía, mi amor. Tranquilo. Me quedaré aquí.
               Scott se volvió hacia mí, que le sonreí con tristeza, y le cogí una mano, y la estreché entre las mías.
               -Tommy…
               -Nada va a poder separarnos, S-le prometí, y él sonrió.
               -Ya sabes todo lo que te quiero decir.
               -Sí.
               Junté nuestras frentes, dejando que el torrente de energía que nos atravesaba cuando nos tocábamos como lo hacíamos nos recorriera una última vez. Cómo iba a extrañar sentir el universo en cada una de mis células, el Big Bang reproduciéndose una y mil veces en mi interior.
               -Estoy cansado de luchar-susurró, y yo abrí los ojos y le miré, memoricé sus pupilas, la forma en que el marrón se desintegraba en verde y dorado aquí y allá, como una tarta de chocolate espolvoreada con pistachos y oro.
               -Pues duerme, hermano.
               -Te voy a echar mucho de menos. Eres mi hermano, T.
               -Y tú el mío.
               -Cuida de mis hijas-me pidió-. Y de mi chica.
               -No me pidas eso, Scott. Por favor, no me hagas esto-supliqué.
               -Cuídalas-tragó saliva-. Cuídalas por mí, por favor.
               -No puedo, S.
               -Ten un hijo-continuó-. Ponle mi nombre. Es lo que queríamos. Dale otra oportunidad a Diana. Sé que ella se muere por darte un varón.
               -Scott…
               -Te esperaré mil años-prometió-. Sé feliz sin mí. Prométemelo, Tommy-se aferró a mis manos, me separó los dedos, me sujetó con la fuerza del moribundo que tiene que conseguir por todos los medios que su último deseo se cumpla-. Prométemelo, Tommy.
               -Te lo prometo-cedí-. Te lo prometo, S. Te lo prometo.
               Se quedó respirando despacio, cada inhalación le costaba horrores.
               -Tengo frío-susurró, y Eleanor y yo nos incorporamos para taparle con la manta-. Estoy asustado.
               -No te preocupes, mi amor-le dijo Eleanor.
               -Nos quedaremos aquí-prometí.
               -Dile a mi familia que lo siento.
               -Lo saben.
               -Tú pídeles perdón igual.
               -Lo haré. Duerme, S-le pedí, viendo cómo le costaba cada vez más y más inhalar y exhalar. Estaba luchando por estar con nosotros. Estaba luchando por vivir.
               -Nosotros te cuidamos, S.
               -Tommy…-jadeó.
               -Scott-le sonreí.
               -Eleanor-respondió él, y Eleanor se echó a llorar.
               -Adiós, mi amor. Mi luz. Mis estrellas. Adiós, padre de mis hijas-le acarició el mentón y Scott apoyó la mejilla en él. Me miró a los ojos.
               -Adiós, hermano-me despedí, y de sus boca se escapó una T-. Adiós, Scott-le di la mano y me lo quedé mirando.
               Y dejó de respirar.
               La luz de sus ojos se apagó como se apagaron sus tan queridas estrellas cuando comienza el amanecer. Y noté la conexión, dejé de sentirlo al otro lado, como cuando hay ruido en el ambiente y tú te percatas cuando éste se acaba.
               Así fue como Scott se marchó.
               Así es como yo descubro que lo que nos unía era algo real. Llevaba toda la vida ahí, consolidado, real. Lo mire a través de un velo, sentí su cuerpo más allá de éste, la conexión vibrando hasta desaparecer, su alma abandonándonos.
               Abandonándome.
               Estoy solo.
               Eleanor solloza a mi lado, mirando sus ojos sin vida. Estiro la mano para cerrárselos, conocedor de cómo tengo que proceder, pero su esposa, su viuda, me pone la mano sobre las mías.
               -No-me pide-. Por favor. Sólo un minuto más.
               Recuerdo con qué debilidad latió su corazón, cómo su aliento se fue haciendo más y más superficial, cómo su cuerpo se fue moviendo menos hasta detenerse finalmente del todo.
               -Me ha dado una vida increíble-jadeo, y Eleanor me acaricia la mano-. No sé cómo voy a sobrevivir sin él.
               -¿Quieres que te sea sincera?-pregunta, y yo la miro-. No lo vas a conseguir. Yo sí. No tengo elección. Pero tú no, Tommy. Tú no. Y, francamente… no creo ni que debas. Es más tuyo que mío. Siempre fue así.
               Trago saliva, conteniendo el llanto, y asiento con la cabeza. Eleanor asiente también, se incorpora y deposita un beso en sus labios aún cálidos, con el fantasma de una vida vivida al límite, un regalo de los dioses para su mortal favorito.
               Entonces, yo me incorporo también. Le cierro los ojos y le acaricio el pelo. Le doy un beso en la frente y le acaricio el tatuaje con el día en que yo nací, que ya no vibra, ya no late, el corazón oculto tras él parado.
               Salgo de la habitación, y todos se levantan.
               -Sher-me vuelvo hacia su madre, porque me parece lo correcto, y porque creo que ella es quien más entiende cómo me siento yo ahora. No quiero saber qué es que se te muera un hijo, no quiero saber qué es perder la razón por la que eres padre.
               Si Sher quiere a Scott más de lo que le quiero yo, lo que está pasando es un calvario que ya la está matando.
               -Lo siento mucho-susurro con la voz rota, y ella niega con la cabeza, se levanta y viene a abrazarme.
               -No te disculpes-me dice, y usa las mismas palabras que yo-. La vida que le has dado ha tenido más amor que la de nadie. Gracias por hacerle especial.
               -Él nació así-respondo-. Es imposible no quererle.
               Zayn se queda un rato apoyado en la ventana, mirando hacia el cielo, como esperando que él baje de éste como una aparición y declare que todo ha sido una broma. Pero no sucede. Después de un rato en el que él y Sher lloran en silencio y todos nos quedamos callados por respeto a su dolor, asiente con la cabeza.
               -Es la hora.
               Lo llevamos a casa. Max, Jordan, Alec, Logan, Zayn y yo nos ocupamos de lavarlo, según la tradición musulmana. Me sorprende lo pálido que se pone en cuestión de horas, es como si la vida en él se manifestara tiñendo su piel de un suave color café, y ahora se esté convirtiendo en una bebida láctea sin ningún tipo de cafeína que te despierte.
                Me sorprende lo poco que nadie me manda callar mientras jadeo y gimo y lloro en silencio cuando le pasamos las esponjas con aceites especiales y le lavamos el pelo. Me sorprende que nadie me diga que me controle, que ni su padre está llorando tanto como lo hago yo.
               Parece que incluso Zayn considera que nuestra conexión era más fuerte.
               No le llevamos a un cementerio. Lo enterramos en un acantilado, como él quería, que se ve desde nuestra casa, y plantamos un árbol en él. Quiere ser un árbol. Quería. Quiere.
               Mis amigos se quedan conmigo para darme apoyo, hacer todo lo que esté en su mano para conseguir que yo me recupere.
               Pero no lo hago.
               Sé que no lo voy a hacer.
               En el fondo, Scott también lo sabía.
               Por eso me hizo prometer que cuidaría de mi hermana y mis sobrinas, en un intento desesperado de conseguir que yo me quedara en este mundo en lugar de seguirle adonde fuera.
               Poco a poco, se van marchando. Tienen que volver a sus vidas. Eleanor se recluye en su casa, no quiere levantarse, no quiere comer, sólo está ahí para cuidar a sus hijas, de las que Diana y Layla se ocupan en sus ratos libres, cuando no están cuidándome a mí.
               Lo único que me mantiene atado a ese mundo es que Eleanor me dice que tiene una falta, que no quería decirle nada a Scott porque entonces me obligaría a intentar sobreponerme. Y ella sabe lo que estoy sufriendo. Y no quiere que lo sufra, aunque no se atreve a decírmelo.
               Aguanto todo lo que puedo, pensando que no puede haber un Scott sin un Tommy, y yo tengo que estar ahí si él decide volver.
               Pero el disgusto puede con ella, el luto puede con mi hermana… y pierde al bebé.
               Y, en el momento en que me lo cuenta, yo sé que no lo voy a conseguir.
               La cuestión es cuándo.
               Y el cuándo, me lo dice Penélope. Es una noche estrellada. Estamos en su casa, en la que compartió con Eleanor hasta sus últimos momentos. A Penélope le encanta todo eso de las constelaciones. Adoraba a Scott. Aún le adora y aún me pregunta por él, y yo le explico que ya no está, que se ha ido a las estrellas para no volver, pero creo que ella cree que si pregunta lo suficiente, él regresará.
               Ojalá esté en lo cierto. Ojalá no deje de preguntar, me digo.
               -Papá-me dice esa noche-. ¿Podemos buscar la estrella en la que se ha convertido Scott?-pregunta, y yo la miro. Asiento con la cabeza y dejo que busque y busque y busque hasta que se queda dormida y yo me la llevo en brazos a su cama, al lado de la de Olivia, que ya duerme profundamente.
               Y, de repente, estoy en la playa en la que decidí que iría con él a Estados Unidos, donde resolvimos el problema más grande.
               -Es tan insultante que nos comparen con ellas, Tommy-había dicho él, mirándolas, estando los dos tirados sobre la arena en una jornada de descanso del tour-. Jamás seremos tan hermosos como ellas. Nunca.
               -Te prometo que te llevaré al cielo-le dije, y él me miró y sonrió y se mordisqueó el piercing de esa forma tan suya-. Como si tengo que vender mi alma. Te compensaré todos tus sacrificios, S.
               -No son sacrificios, S-me respondió él-. Son inversiones. Si me hacían estar contigo, son inversiones.
               No puedo ocupar tu lugar, Scott, me digo a mí mismo, y le siento dentro de mí. No puedo. Ni siquiera me quedan fuerzas para respirar.
               Pero me siento horrible, me siento lo más mezquino y miserable del planeta cuando me meto bajo la ducha a dejar que el agua hirviendo me recorra, y Layla entra conmigo y me acaricia y me masajea y me dice que Diana y ella se esforzarán en ayudarme a superarlo… me siento horrible porque yo sé que nada de lo que ellas hayan podrá hacerme superarlo.
               Alec me salva. Me ve fatal, viene de visita, a ver cómo estoy. Me dice que Eleanor les ha invitado a él y a Sabrae a pasar un tiempo con ellos, y que probablemente acepten. Sabrae quiere estar cerca de cosas de su hermano, para sentirle más cerca. Yo espeto que el irse a su casa no nos lo va a devolver, a lo que Alec responde con silencio. Penélope y Lexie, que tienen la misma edad, corren por la playa mientras nosotros las seguimos a un paso más lento, con el agua lamiéndonos los pies.
               -Debes luchar por él, T. Y por ellas-añade, señalando a nuestras hijas.
               -Si no me ha pasado nada ya, es por ellas-aseguro-. Pero apenas me quedan fuerzas ya, Al. Tú has recuperado a Sabrae, pero yo nunca recuperaré a Scott. Se ha ido. Para siempre. Y estoy cansado de buscarlo, estoy cansado de fingir que estoy bien, estoy cansado de fingir que puedo sobrevivir sin él…
               Alec se detiene, me pone una mano en el hombro que hace que me pare yo también.
               Y hace lo que mejor se le da.
               Decirte exactamente lo que necesitas oír.
               -Pues descansa, hermano. Ve con él. Yo cuidaré de las chicas. De todas. 
               Estoy a punto de contestar cuando Lexie se acerca a nosotros.
               -Papá-se lamenta, frotándose la cara-. Estoy cansada.
               -Claro, es que eso de ir poniendo la música en el coche y quedarnos sin dormir la siesta es lo que tiene, que cansa.
               -¿Me llevas a caballito?
               -Sí, a potro, te voy a llevar-contesta Alec, y su hija le pone ojitos, y Alec pone los ojos en blanco y asiente con la cabeza-. Madre mía, lo que yo no haré por ti…-se lamenta, sacudiendo la cabeza y cogiéndola en brazos. Lexie se echa a reír y apoya la cabeza en su hombro. A los dos segundos, está dormida.
               Penélope se acerca a nosotros.
               -¿Quieres que te coja, mi amor?-le pregunto, pero ella niega con la cabeza.
               -Es que no tengo bolsillos, y estoy cogiendo conchitas. ¿Me guardas estas?-pregunta, enseñándome las manos, llenas de cáscaras de moluscos, algunas rotas, otras enteras, de todos los tamaños y variedades.
               -Claro-respondo, cogiendo lo que me da, abriendo las manos y llenándome los bolsillos. Se me caen unas cuantas y Penélope se agacha para recogerlas, apartándose el pelo de la cara con unas manos húmedas, manchadas de salitre. Sigue recogiendo conchas mientras Alec carga con Lexie y yo camino al lado de él.
               -Te pareceré un egoísta de mierda-comento, pero él niega con la cabeza.
               -No me parece egoísta querer dejar de sufrir.
               Trago saliva y asiento.
               -Puedes protegerlas, Tommy-me dice, y yo le miro. Siempre me sorprende su capacidad de observación, la forma en que se entera de todo lo que sucede a su alrededor. Me ha dolido que Penélope no quiera que la lleve en brazos, me ha dolido tirar sus conchitas, me ha dolido el serle completamente inútil.
               Soy completamente inútil sin Scott.
               -Les estoy haciendo daño-me percato, y Alec asiente despacio con la cabeza.
               -Siempre van a necesitar un padre-dice-. Y tú siempre vas a ser ese padre. Pero no puedes sacrificarte por ellas, T. Si quieres irte… lo entenderán. Algún día, lo entenderán-me promete, y yo me detengo, y él se detiene.
               -Gracias, Al.
               -Siempre he tenido envidia de vosotros dos, ¿sabes? La forma en que sabíais qué quería el otro, vuestra comunicación no verbal… parecíais la misma persona. Y yo sé por lo que estás pasando. Yo también lo tuve, en cierto sentido, cuando Sabrae y yo lo dejamos. Lo peor de perderla fue que no perdí a mi novia. Perdí a mi otra mitad. Y no se puede vivir sin otra mitad por mucho tiempo. Ya no digamos si la mitad se ha ido para siempre.
               -¿Te despedirás de los demás por mí?
               -Puedes hacerlo tú mismo. Scott dejó vídeos para las niñas. Tú puedes hacerlo igual.
               -¿Por qué me estás diciendo esto? No tiene sentido…
               -Te echaré de menos-me promete-. A rabiar. Lloraré como un bebé cuando suceda. Pero no puedo retenerte a mi lado si no eres feliz aquí. Vas a ser feliz con él como yo lo fui cuando volví con ella. No hay nada mejor que reencontrarte con tu alma gemela, T.
               -¿Y si no hay nada?
               -Scott está en algún sitio. Y tú conseguirás llegar hasta él. Siempre os encontrabais. Siempre-le da un beso en el pelo a Lexie y le acaricia la espalda-. Siempre.
               Seguimos andando, nos detenemos en la puerta del jardín.
               -Prométeme algo-le pido.
               -Lo que tú quieras-me responde.
               -Vete con Diana-digo, y él alza las cejas.
               -¿A qué viene…?
               -Está embarazada. No dejes que lo pierda.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Simplemente, lo sé.
               Entramos en la casa. Preparo la cena, y la quemo. Ya no se me da bien cocinar. No se me da bien hacer nada. Alec se la come sin hacer ningún comentario de cómo han disminuido mis aptitudes culinarias.
               Esa noche, las chicas se meten en la habitación, se me insinúan, y me besan con insistencia hasta que me dan por perdido otra vez.
               Me doy la vuelta en la cama, de madrugada, y descubro a Diana mirándome. Tiene los ojos brillantes, no sé si porque está llorando, o si por el reflejo de la luna.
               -¿Quieres morir?-pregunta, sin rodeos. Me besa los nudillos, esperando sinceridad. Y yo ya estoy tan cansado de mentir cuando digo que estoy bien…
               -Ya lo estoy-contesto-. Tan sólo estoy respirando.
               -Te perdonaremos. Todos. Los que están y los que vienen-me promete, y yo asiento con la cabeza.
               -Siento que vayas a tener que criarlo tú sola.
               -No pasa nada-responde ella-. Tengo a Layla. Y te tendré a ti, vigilándome, ¿verdad?
               -Verdad.
               A la mañana siguiente, sé que es mi último amanecer. Preparo una comida que me sale moderadamente bien. Juego con las niñas. Nos bañamos en la playa. Y de noche, me despido de ellas como se despidió Scott.
               Hago el amor con Diana y con Layla, dejo mi semilla en el interior de esta última. Las dos se acurrucan a mi lado, abrazándome, besándome el pecho. Les doy un beso y cierro los ojos.
               Y ya no los vuelvo a abrir.


Es cierto lo que dicen. Lo de la luz y lo del oído. La luz me cubre por completo y oigo a Layla y a Diana decir mi nombre y decirme adiós, a Olivia y Penélope llamarme papá. Lo siento mucho por ellas, me disculpo en silencio, les prometo que cuidaré de ellas y haré todo lo posible por mandarles buena fortuna.
               Pero ahora estoy donde debo estar, lo sé porque la parte de mí que estaba vacía y rota ahora está llena y arreglada. Ya no hay fisuras.
               En lo que no acierta la gente respecto a lo que hay una vez tu corazón deja de latir y has exhalado tu último aliento es en lo que es, realmente. No es una nube, sino un bosque de luz por el que corre un arroyo. Es vida en estado puro, todo lo que ha vivido y ha ido a parar aquí.
               Camino hacia un claro, siguiendo mi instinto, la voz en mi interior que me dice dónde ir.
               Y me lo encuentro, con las manos en los bolsillos, con el aspecto que tenía cuando tenía 17 años y era invencible y nada podía con él, cuando la enfermedad era algo remoto y un futuro amplio y brillante se abría ante él, lleno de posibilidades.
               Se mordisquea el piercing cuando me acerco, conteniendo una sonrisa.
               -Pensaste que me iba a rajar las venas, ¿a que sí?-acuso-. Quién iba a decir que sólo me moriría de pena.
               Scott se echa a reír. Parece tan sano, tan vivo, tan brillante. Mil veces más brillante de lo que era en vida.
               -Sólo a ti te sale ser tan melodramático-sonríe, dedicándome su mejor sonrisa de Seductor™. Riendo, me acerco a él, que me estrecha entre sus brazos. Nos quedamos así un rato, con el tiempo detenido, hasta que finalmente él se separa de mí y me observa.

               -¿Por qué siempre tengo que estar esperando por ti?

8 comentarios:

  1. NO NO NO NO NO NO. NO. SIMPLEMENTE NO. ¿POR QUÉ? El pecho me va a explotar de un momento a otro.

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  2. Queridos Scommy,
    A lo largo de este camino muchas veces duro de nuestra vida, ésta nos regala la presencia de un ser irrepetible al que nosotros tenemos la suerte de conocer. Una persona que su sola presencia irradia tanta paz, que todo aquel que está a su lado se siente dichoso.
    Mientras sigamos viviendo, vosotross formareis parte de nosotros: Cada palabra que pronunciasteis, quedará sellada en nuestros labios. Cada gesto que hicisteis, quedará grabado en nuestra retina. Cada abrazo que nos disteis, quedará para siempre en nuestro cuerpo. Cada mirada amorosa que nos brindasteis, quedará en nuestro corazón. Pero sobre todo CADA SILENCIO QUE COMPARTIMOS NOS UNIÓ PARA SIEMPRE CON VOSOTROS. No hay palabras para expresar lo que vosotros habeis significado para tanta gente, solamente hay miles de corazones llenos de ese amor que vosotrod nos disteis. Id tranquilos que nosotros os dejamos marchar y esperadnos en donde vosotros siempre queríais estar: EN EL SILENCIO.
    Me he sentido demasiado triste en estos días y no puedo creer que todo haya ocurrido de esta manera. Siempre os llevaré en mi recuerdo y aunque ya no os encontréis a mi lado, os seguiré considerando mis mejores amigos.

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  3. Sin palabras. Ni siquiera voy a escribir en mayúsculas porque da igual lo que haga o todo lo que te diga que no voy a ser incapaz de explicar todo lo que siento ahora mismo. Cuando he visto en twitter que habías subido el capítulo me ha dado un vuelco el corazón y no quería leerlo porque sabía lo que venía, pero al final he tardado dos segundos en darle click y entrar al blog.
    No sé qué decir, enserio. El principio ha sido tan bonito que por un momento he pensado que no ibas a hacerlo, pero al final de la primera parte ya estaba llorando, justo cuando Scott tose por primera vez. La forma en que lo has escrito ha hecho que sienta que yo estaba allí con ellos, que conocía a Scott desde pequeña y que era mi gran amigo el que iba a morirse, no sé ni por qué me sorprendo porque siempre consigues lo mismo. Ha sido durísimo. El capítulo más duro de esta historia y me atrevo a decir que de cualquier otra que haya leído. Más que el capítulo de cualquier serie que haya podido ver (y llevo 14 temporadas de anatomía de grey, y Shonda es una puta sádica, con eso te lo digo todo)
    Desde que leí el capítulo de Scott me imaginé que cuando el muriese, Tommy iba a ir detrás, de una manera u otra. Y no me gustó. En ese momento, le sentí un egoísta sin ni siquiera saber qué iba a hacer, egoísta por dejar a su familia atrás. Pero leyendo este capítulo... Era lo que tenía que pasar. He sentido su angustia, su dolor, su agonía. Los días de la vida de Tommy Tomlinson sin Scott Malik han sido... ni siquiera encuentro una palabra que los describa, me rompe el corazón que Tommy haya tenido que saber lo que es la vida sin Scott. Leyéndolo lo he sabido: Tenía que seguirle, tenían que encontrarse y estar juntos para siempre. Te he dicho mil veces que Scommy es la verdadera otp de esta historia, pero hoy lo han sido más que nunca. Estoy súper triste, he leído el capítulo hace una hora y sigo con un nudo en la garganta que no me deja casi ni respirar,ya ni te digo hablar y ahora escribiendo esto, me estoy acordando del capítulo y quiero llorar otra vez.
    Me ha encantado la lista de Scott, me ha encantado que la cumplieran juntos, me ha encantado que Scott le dedicara el grammy a Tommy, me ha encantado que le hiciera casarse para poder verlo (por un segundo creí que se casarían ellos dos y te juro que me hubiera encantado), me ha encantado la escena de la playa, las dos. Me ha encantado que cuando Tommy se entera lo primero que hace es preguntar "¿Qué hacemos" porque están los dos juntos, porque si Scott tiene cáncer, Tommy también y lo van a vivir juntos. Me ha encantado, que la última palabra que haya dicho Scott haya sido para Tommy y que ni siquiera haya sido una palabra, sino una letra, que se le escapara sin poder evitarlo.
    Tengo que decirlo, he respirado al ver que Sabralec siguen juntos, pero aguantaría que no hubieran vuelto solo porque Scott no hubiera muerto.
    Alec... Alec es lo más bonito que hay en esta historia, su manera de entenderle, de apoyarle, de decirle que descansara... Alec es un grande.
    No es justo que Duna no pueda andar hacia el altar con Scott del brazo, no es justo que Sher y Zayn le pierdan tan joven, no es justo que Zayn tenga que escribirle un disco a su hijo, no por esa razón. No es justo que no vaya a ver crecer a sus hijas, ni a envejecer con Eleanor. No es justo que tenga que separarse de Tommy tan pronto.

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    1. Una de las cosas que más me ha marcado y que me ha roto del todo, ha sido cuando Tommy ha empezado a narrar en presente. Algo se ha roto te lo juro. LLevo años leyéndote, con I1DB y con CTS y Tommy hablando en presente ha sido lo que ha puesto el punto y final a esta historia que ni siquiera ha acabado aún. Ojalá que sea un sueño, ojalá que en el próximo capítulo se despierten los dos, habiendo tenido la misma pesadilla, pero que solo sea eso. Pero si no... solo me queda darte las gracias, la historia aun no ha terminado pero hoy algo de todas las que llevamos contigo y con esta historia tanto tiempo se ha ido con Scommy. Gracias por hacerme vivir algo tan intensamente. Por hacerme darme cuenta de miles de cosas y por conseguir evadirme al leer la historia de T y S.
      Lo más bonito de esto es que están juntos, no importa en qué vida, Scommy vivirá para siempre.

      "Junté nuestras frentes, dejando que el torrente de energía que nos atravesaba cuando nos tocábamos como lo hacíamos nos recorriera una última vez. Cómo iba a extrañar sentir el universo en cada una de mis células, el Big Bang reproduciéndose una y mil veces en mi interior.
      -Estoy cansado de luchar-susurró, y yo abrí los ojos y le miré, memoricé sus pupilas, la forma en que el marrón se desintegraba en verde y dorado aquí y allá, como una tarta de chocolate espolvoreada con pistachos y oro.
      -Pues duerme, hermano.
      -Te voy a echar mucho de menos. Eres mi hermano, T.
      -Y tú el mío."

      -María ��

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  4. No puedo comentar este capítulo sin decir antes que nunca lo había pasado tan mal leyendo algo en toda mi vida. Nunca he tenido grandes perdidas entre mi familia y amigos, nunca he experimentado la muerte de cerca, pero hoy creo que me he acercado. Leer como Scott moría, de la misma forma que vivió, siendo un grande, me ha desgarrado el corazón. Pueda que suene irreal que una historia que al fin y al cabo no es real te llegue tan adentro hasta el punto de que la muerte de un personaje te haga llorar como un bebé, te cierre el estómago y te llene el alma de una tristeza indescriptible. Scott ha sido de lejos lo mejor que he leído en mi vida, no es para nada un personaje complejo, que haya que sobrenalizar para entenderlo, para nada. A Scott se le ve venir, es un chulo, un tierno, es como cualquier chico que puedas conocer por la calle y a la vez como ninguno. Comete errores, mogollón y que los cometa lo convierte en humano y en alguien muy real. Todos los personajes de la novela son maravillosos a su manera, no hay ni uno del que pueda decir algo malo con respecto a su desarrollo. Seguro que si me pongo a pensar mucho en ciertas cosas hubiera preferido otros deselances, pero da igual. Da igual, porque a pesar de que algunas cosas no hayan ido por el camino que yo hubiese querido eso también me ha hecho darme cuenta de que es normal, es una historia que no está en mis manos, es al fin y al cabo la vida. La vida a pesar de que sea tuya, nunca está del todo en tus manos y esta la tenías en las tuyas tú Eri. Por supuesto que he odiado que Scott muriese y que aun encima Tommy lo siguiese, pero es que al final las cosas que no nos gustan forman parte de la vida y eso es lo que hace tan real tu novela. Puede que a mucha gente no le guste como ha acabado todo para Tommy y Scott, pero a mí, sí. Scott se ha comido tanto la novela y ha desencadenado tantas cosas que incluso no tenían que ver con su desarrollo como personaje que dejarlo vivo era algo demasiado pobre para él. Nació cuando nadie lo buscaba y nadie lo quería ni lo necesitaba y se fue siendo querido por miles de personas, siendo necesitado por muchísima gente. No sé, me parece una contradicción perfecta y un resumen magnífico de lo que es Scott Malik.
    De nuevo te vuelvo a decir que nunca dejes de escribir, nunca nadie me había hecho sufrir tanto leyendo algo y sé que puede parecer un comentario peyorativo o destructivo, pero para nada. Para mi el sufrimiento es una de las emociones más reales y que algo que al fin y al cabo no existe me lo haya provocado me hace darme cuenta de lo bueno que es. Así que una vez más, gracias por escribir así Erika.

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  5. No te puedes imaginar lo mucho que estoy llorando ahora mismo, Erika te odio!!!!!
    Muchísimas gracias por todos estos años, ambas partes d la novela formaban parte d mi rutina, espero que te inventes algo para solucionar el vacío que acabas d dejarnos a todas las que amábamos esta historia. 😘❤️❤️❤️❤️❤️❤️

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  6. He tenido que volverme a leer el capítulo para comentarlo, estoy llorando más que ayer y me acabo de dar cuenta de una cosa. Yo hasta hace unos meses no había vivido la muerte de ningún familiar, se murió mi abuelo cuando yo era pequeña pero a parte de que no entendía la situación no le conocía porque vivía en la otra parte del mundo asique sólo me dolió ver a mi madre mal. Desde que tengo uso de razón quiero estudiar ciencias de la salud y en especial medicina. En 2012 a mi abuela le entró cáncer y ahí decidí que mi vida la dedicaría a estudiar esa enfermedad. 3 años después a mi abuela la dijeron que había ganado al cáncer pero yo no me di por satisfecha porque eso nunca se supera del todo, y menos mal que no lo hice. Hace uno cuantos meses se lo volvieron a diagnosticar, mi familia no me dijo nada porque yo tenia que dedicarme 100% a los estudios para poder conseguir lo que siempre había querido y justo en mi recta final mi abuela murió. A mi se me vino el mundo encima pero conseguí dar el pasito para entrar en la carrera que me permitirá tener la oportunidad de darle a alguien ese tiempo que mi abuela no tuvo. Hago farmacia por mi abuela, pero la fuerza y la motivación que me dio ayer Scott no se puede comparar a ninguna otra que haya sentido antes. Sé que puede parecer exageradisimo que alguien que ni existe me haya hecho sentir tanto, pero es que Scott Malik es mágico, asi que gracias por hacer magia con tus manos Erika.
    Lo último que quería para Scott era este final y tu ya lo sabes, no es el final que se merece pero porque Scott no se merece tener ningún final, se merece ser eterno. Y por eso quiero acabar mencionando la frase de "no se muere quien se va, se muere quien se olvida". Vas a ser eterno Scott Malik, porque yo no te voy a olvidar nunca.

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  7. No tengo palabras para describir lo que me han hecho sentir Scott y Tommy en este capítulo, lo suyo es tan especial y maravilloso...Me ha dolido muchísimo ver cómo moría Scott, cómo sufría Tommy sin tener a Scott en este mundo...Pero esta última escena me ha llenado de vida, me ha curado. Es algo tan precioso, pero tan triste y feliz a la vez...Estoy maravillada Eri, lo que haces con las palabras no tiene nombre, nunca antes me había sentido así al leer algo.
    (Bueno y ahora viene el fangirleo, con las mayúsculas y esas cosas ea)
    AI MADRE QUÉ LLORERA CUANDO ELEANOR LE DICE A TOMMY QUE ESTÁ EMBARAZADA
    PENELOPE Y ERIS SON EL SCOMMY DE SU GENERACIÓN AW ❤
    QUE ALGUIEN ME DIGA QUE NO SOY LA ÚNICA QUE PENSABA QUE LOS QUE SE IBAN A CASAR EN HAWAI ERAN SCOMMY

    SABRALEC IS BACK BITCHES Y CON HIJOS ❤

    LO QUE HE LLORADO CON LA MUERTE DE SCOTT NO ESTÁ ESCRITO MADRE MÍA ESTABA  ECHANDO UNOS LAGRIMONES IMPRESIONANTES NO ASIMILO QUE HAYA MUERTO ES QUE NO PUEDE SER JODER Y ENCIMA AHORA SE MUERE TOMMY TAMBIÉN

    "Él era parte de mí.
    Él era yo, sentado en aquella duna, viendo el destino que se cernía sobre él como el cuchillo de un carnicero a punto de rebanarle el pescuezo, sin ninguna posibilidad de resistirse o tratar de escapar." ❤

    - Ana

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