domingo, 8 de octubre de 2017

Payne.



Mentiría si dijera que no me gustaba cómo Tommy se volvía protector con todos nosotros, incluso cuando era más pequeño, tanto en edad como en estatura. Nos defendía como un león defendería a sus cachorros y se abalanzaba ante quien tuviera la mala idea de pensar, siquiera, en importunarnos.
               Pero, si me gustaba esta faceta suya de perro territorial defendiendo a muerte a su hogar y a los suyos, aún más me gustaba cuando se convertía en un dulce cachorrito que se tumbaba panza arriba y agitaba las patitas traseras, a la espera de que le hicieran cosquillas.
               El tour se convirtió en una montaña rusa para nosotros, que estábamos más o menos acostumbrados a una libertad de la que la gente de nuestra edad no solía disfrutar. Era lo que ocasionaba el no tener que preocuparse del dinero, tenerlo todo hecho incluso cuando te vendría bien aprender un poco cómo iba la vida.
               Pasamos de la comodidad más absoluta a dormir unas pocas horas, en la carretera, y a tener que sonreír cada vez que salíamos del bus. Estábamos agradecidos por lo que nos ocurría y nos sentíamos muy afortunados, ¿cómo no?, pero eso no significaba que el cansancio no nos pasase factura.
               A todos, menos a él. Con cada sincera sonrisa que le dedicaba hasta a la persona más irrelevante con la que nos cruzábamos y cada “gracias” y “por favor” a altas horas de la madrugada, cuando a todos los demás se nos habían olvidado hasta nuestros nombres, Tommy conseguía que yo me enamorara un poquito más de él. La felicidad está en los pequeños detalles, decían.
               Bien, pues la felicidad y el amor tienen, por fuerza, que ir de la mano. Porque yo no podía pasar por alto la forma en que se apartaba para que Diana y yo entráramos a un sitio en primer lugar, cómo empujaba las botellas de agua al fondo de la pequeña nevera para que se enfriaran antes a pesar de ser el único que lo hacía, la forma en que se aseguraba de que Eleanor se había terminado la comida y no tenía más hambre, sus risas entre dientes cuando Scott se encontraba en la ducha con que no había cogido ropa para cambiarse, o la forma en que agarraba a Chad por la camiseta cuando éste se inclinaba al final de los conciertos a darle la púa de su guitarra a la fan más afortunada de la noche, todo con tal de evitar que nuestro despreocupado irlandés se cayera de morros.
               No podía evitar sentirme atraída hacia él como un asteroide hacia el campo gravitatorio del planeta más masivo del sistema que atravesaba. No podía no devolverle la sonrisa y sonrojarme un poco cuando encontrábamos un segundo de intimidad en que darnos la mano, un roce o un rápido beso antes de salir a trabajar.
               Incluso cuando iba a ver a Diana, incluso cuando yo iba a buscarlo y él estaba demasiado cansado para hacer nada, seguía teniendo el mismo tacto de siempre. Seguía queriendo achucharle, meterle en una cajita de cristal y no dejar que nadie se le acercara bajo ningún pretexto.
               En aquella espiral sin control en que se habían convertido nuestras vidas, Tommy era el punto fijo en el que todos clavábamos la vista para evitar marearnos.
               Y a él le encantaban esas atenciones.
               Varias veces me descubrí pensando que haría un padre excelente, y varias veces me dormí fantaseando con alumbrar a un hijo suyo. La mayoría de las veces, me había encontrado sola en mi pequeña cama-cubículo, pero, cuando nos permitían el lujo de alojarnos en la habitación de algún hotel, y Diana y yo nos tumbábamos a su lado y él nos pasaba los brazos por la cintura, nos besaba la frente y susurraba un amoroso “mis chicas”, no podía evitar dejar que mi imaginación volara. Olía tan bien. Era tan cálido. Resultaba tan firme, fuerte y protector.
               Y sus mimos. Oh, sus mismos. La forma en que me buscaba de noche. Su voz ronca cuando me preguntaba si estaba muy cansada, si me apetecía hacerlo. Sus labios en mi boca, sus manos en mis caderas, su sexo en mi interior.
               Estaba viviendo una luna de miel acelerada, como si vieras la película más romántica con la reproducción aumentada, pero no me importaba.
               Pronto llegaría aquel remanso de paz que sería su cumpleaños. Había estado hablándolo con Diana: después de que él hiciera del 22 de junio y del 19 de agosto los días más relajados y amorosos de nuestras vidas, la americana y yo habíamos decidido compensárselo con creces. En junio, fue exclusivamente mío, dando la bienvenida a mi veintena con dulces preparados por él de madrugada en la cocina del restaurante de turno. Había tenido que convencer al dueño y al chef de que lo trataría todo con cuidado y dejaría la cocina impoluta, casi hasta poniéndose de rodillas.
               -Tuve que llamar a tu pobre madre para preguntarle cuáles eran tus pasteles favoritos-explicó cuando depositó una bandejita de papel dorado a los pies de la cama-. Incluso he intentado hacer esferificaciones con arándano, como en Masterchef-señaló unas minúsculas bolitas que coronaban una magdalena con trocitos rojos de inconfundible frambuesa-. Es la primera vez que las hago, así que no me han salido muy bien.
               A pesar de sus ojeras y del cansancio que le dominaba, sonreía, y su sonrisa se amplió cuando di un buen bocado del muffin de frambuesa, yogur y corazón de mermelada de maracuyá mientras las bolitas de zumo de arándanos se deshacían en mi paladar.
               -¿Te gusta?-preguntó, ansioso, mientras Diana cogía un pastelito que había dejado apartado para ella.
               -¿Qué si me gusta?-respondí, lamiéndome los dedos.
               -La repostería no es mi fuerte-se disculpó, pasándose una mano por el pelo.
               -Como ser el mejor novio del mundo, entonces-le guiñé un ojo y me incliné para besarle. Se me olvidó que Diana estaba allí, en la cama, a mi lado, vestida sólo con unas bragas y una camiseta de tirantes que le cubría los pechos a duras penas, y dejaba al descubierto su vientre plano como la pista de aterrizaje de un aeropuerto internacional. Tommy respondió con entusiasmo a mi beso y me llevó a dar una vuelta por un pueblecito costero que había descubierto por internet. Me regaló un colgante con un círculo de circonitas rosas rodeado de pequeños brillantes que no me quitaba más que para ducharme.
               Y, en agosto, le tocó el turno a Diana. Se pasó toda la tarde desaparecido, con Scott inventándose pobres excusas de lo que le sucedía para no aparecer. A Diana le iba más lo salado, así que se había propuesto prepararle una cena con sus platos favoritos, entre los cuales se contaba un plato que Louis tenía poco menos que patentado. Fueron a una discoteca, lo dieron todo en el baile, y no llegaron a la cama en la habitación del hotel. Terminaron haciéndolo en el suelo enmoquetado, borrachos y felices y despreocupados por un segundo.
               Había hecho que nuestros cumpleaños fueran los mejores de nuestras vidas, y ahora Diana y yo nos habíamos propuesto devolverle el favor. Scott nos había explicado en qué consistía la tradición de su grupo en lo que se refería a aniversarios (“básicamente, coger la borrachera del siglo”, nos resumió), y, cuando Diana y yo le expusimos nuestros planes, el mayor de los chicos dio un sorbo a su botella de agua, se recostó en el sofá de la parte trasera del bus, miró el pequeño baño en el que Tommy se duchaba y susurró:
               -Los hay que nacen con suerte-esbozó su típica sonrisa torcida y asintió con la cabeza-. Sí, os lo puedo traer de noche, pero no antes del amanecer.
               -¿Y no podéis posponerlo, aunque sólo sea unas horas? Que esté con nosotras y luego se va con vosotros-pidió Diana, ansiosa, pero Scott frunció el ceño.
               -¿Es coña? No va a querer marcharse de vuestro lado, y los demás no le perdonarán en la vida que les haya vendido así. Joder, ni yo se lo perdonaría-Scott sonrió, sacudió la cabeza y dio un nuevo sorbo a su botella de agua.
               Fue rastrero por nuestra parte, pero tuvimos que acudir a las artes más sucias para salirnos con la nuestra: llamamos a Alec.
               A su campamento de voluntariado, en África.
               Y Alec le estuvo gritando a Scott al teléfono durante casi tres cuartos de hora (43 minutos y 27 segundos, sí, los cronometré), diciéndole que qué sucia traición era aquella de celebrar el cumpleaños de Tommy como si nada hubiera pasado cuando, hola, estaba claro que la pieza fundamental del grupo, o sea, él, faltaba, y por lo tanto debería guardarse luto nacional porque el mayor de los amigos no estaba en el mismo continente que los demás cuando el más pequeño cumpliera por fin la mayoría de edad.
               Scott se acercó a nosotros cabizbajo y resentido, y soltó en tono cortante:
               -Os lo traeré a media noche. Pero primero, lo voy a emborrachar. Y que Alec tenga cojones de venir a impedírmelo-sentenció, como si su amigo pudiera escuchar su reto.
               Así que allí estábamos, en la habitación del hotel de Londres, aprovechando un fin de semana estratégico en el que Tommy cumpliría los 18 años, turnándonos para meternos en el baño y arreglarnos para la ocasión al tiempo que la otra ultimaba detalles. Diana y yo habíamos decidido pedir algo al restaurante, por eso de que nosotras no teníamos las dotes de persuasión que tenía Tommy (¿Cómo que no? Cada una tiene un par, soltó Diana, echándose a reír, y yo le repliqué que no íbamos a enseñarle las tetas a nadie para que nos dejaran hacerle la cena a nuestro chico), porque no teníamos la misma mano que él en la cocina… y porque, francamente, de lo que teníamos más ganas era de comérnoslo. No de cocinar para él.
               Diana se asomó a la puerta del baño con un beauty blender en una mano y un botecito de maquillaje en la otra.
               -Lay.
               -¿Mm?
               -¿Te vas a maquillar?
               Levanté la vista del menú y me la quedé mirando. Estaba preciosa, con el pelo dorado y húmedo cayéndole sobre los hombros y la espalda desnudos, el rostro ligeramente enrojecido por el calor de la ducha y la piel brillando por las cremas hidratantes que se había aplicado.
               -¿Para qué? ¿Para que se me corra? No, gracias, creo que me quedo con mis granos.
               -No tienes granos, tía.
               -Ya me entiendes, Didi. ¿Y tú?
               -No sé-suspiró, trágica, dejando la esponjita con forma de lágrima en el  lavabo y se atusó el pelo-. ¿Ni rímel, ni nada?
               -No lo había pensado-admití. Diana volvió a suspirar-. A ver, amor, que si quieres echarte algo y no quieres sentirte…
               -Yo es que me imagino con rímel. No sé. Es su cumpleaños. Quiero estar más guapa de lo normal-se encogió de hombros.
               -Tú siempre estás más guapa de lo normal, Didi.
               Diana sonrió, con aquella sonrisa suya del millón de dólares.
               -¿Sabes qué?-me animé, levantándome y dejando a un lado la carta con el menú-. Quizás sí que me eche un poco de pintalabios. ¿Qué te parece?
               Nos pasamos la siguiente hora haciendo el tonto y ocupándonos en tonterías hasta que se acercó la madrugada. Diana llamó por teléfono a recepción y, después de tener que dar el nombre y apellidos para que nos subieran la cena, tirando de su fama internacional, se quedó tumbada en la cama, vestida con la bata de algodón con filigrana dorada y el emblema del hotel en el pecho.
               El reloj dio las 12 y nos revolvimos. Le abrimos al botones y le dimos una propina de 200 libras, por las molestias ocasionadas. Nos sentamos a esperar. Miramos el móvil. Nada. Bueno, se lo estarían pasando bien, es normal que no avisaran de que iban a llegar un poco tarde.
               Y cuarto.
               Y media.
               Diana comenzó a impacientarse.
               La una menos cuarto. Diana bufó, se incorporó y levantó las campanas de acero con las bandejas. La comida seguía caliente.
               La una.
               Mi estómago rugió. Diana y yo nos miramos.
               A la una y cinco, nos pusimos a comer. Dejamos con su campana el plato que habíamos pedido para Tommy y dimos buena cuenta de nuestra cena viendo telebasura. A la una y media, Diana sugirió que llamáramos a la teletienda y pidiéramos el aparato más absurdo e inútil que ofrecieran, lo pagáramos con la tarjeta de Tommy y encargáramos 20 para su casa, para que su madre le echara la bronca. Le respondí que no fuera nada, pero cuando dieron las dos y Tommy y Scott no daban señales de vida, aquella infantil y pequeña venganza ya no me parecía tan mal.
               Diana se metió en el baño, refunfuñando sobre el tiempo que habíamos perdido cuando yo podría haber ido a Wolverhampton y ella haber salido de fiesta.
               -Me he echado crema hidratante con extracto de maracuyá por él-gruñó en el baño-, seré estúpida, la madre que lo parió, cuando vuelva, me va a oír…
               Yo me sentía tristísima. Tristísima y ligeramente preocupada. No era propio de Tommy desaparecer así. ¿Y si le había pasado algo?
               Diana salió del baño, se sentó conmigo, y a las dos y media, se levantó, cogió las bandejas con la cena de Tommy y las tiró a la basura, destrozando la porcelana con el mismo diseño que nuestros albornoces. Se desanudó el suyo y rehízo el nudo con más fuerza. Se me quedó mirando un momento.
               -Deberíamos mandarle a la mierda y follar entre nosotras-soltó. Yo me reí.
               -¿No habrás orquestado todo esto para quedarte a solas, con poca ropa, conmigo, eh, Didi?
               -Estoy cansada de que nos trate como si fuéramos cromos-espetó-. Somos personas, no puede cogernos a una u otra indistintamente, como si fuéramos las tazas del desayuno. Tenemos sentimientos-acusó.
               -No sabemos qué le ha pasado-respondí, tratando de calmarla. Lo último que quería era que Diana tuviera esa actitud tan beligerante cuando Tommy llegara. Si es que llegaba, pensé para mis adentros.
               -Lo sabemos de sobra. Estará borracho, por ahí, puede que incluso en un puto club de strip-tease. ¿Sabías que querían ir a uno cuando todos fueran mayores de edad? Repugnante-Diana sacudió la cabeza. No dije nada-. Voy a acostarme-dijo después de una pausa-. Deberías hacer lo mismo. No va a venir, Layla.
               Entró en una de las habitaciones individuales y cerró la puerta. No aguanté ni quince minutos sola. Con un suspiro, y por inercia, por tener algo que hacer, recogí los platos sucios, los deposité sobre el carrito en el que habían traído la cena y me fui al baño, a quitarme el pintalabios y lavarme la cara antes de acostarme.
               Fui a la habitación de Diana. Entreabrí la puerta y la miré en la penumbra. Tenía los ojos cerrados, pero su respiración no era lo bastante profunda. Estaba despierta.
               -¿Puedo dormir contigo?
               -Claro-contestó, sin volverse. Me acomodé en el lado de la cama que no me correspondía y miré al techo. Me faltaba algo. Me faltaba su olor, el calor de su cuerpo, su brazo en mi cintura y su beso en la frente a modo de despedida.
               Diana sorbió por la nariz. Me incorporé y encendí la luz.
               -¿Estás llorando?
               -He cogido frío.
               -Didi…-gemí.
               -Son las hormonas.
               -Vamos, pequeña…-le dije, tocándole la mano-. Seguro que todo tiene una explicación.
               -Estoy en mi semana de descanso-saltó, dando un brinco y girándose hacia mí. Tenía los ojos rojos-. Y sigo tomando la píldora. Sigo tomando la píldora como una gilipollas para que no me toque la regla el día de su cumpleaños, y poder acostarme con él y contigo a la vez sin dejarlo todo como el set de rodaje de una película gore cutre. Y él no se digna en aparecer. Sus amigotes son más importantes que nosotras.
               -Eso no es justo, Didi. Sabes que hace un montón que no los ve.
               -¿Y qué? Podría habernos invitado, podría habernos dicho “hey, chicas, veníos”. Y ni una sola palabra. Nada. Un “hasta luego”, y da gracias. Es como los demás. Será muy detallista y todo lo que tú quieras, pero es como los demás. En lo único que se diferencia de los gilipollas que me follaba en Nueva York es en ese acento suyo, ese estúpido acento, me iría a la mierda por ese acento, dejaría que me hunda por ese…-tragó saliva y cerró los ojos. La abracé y le di un beso en la mejilla.
               -Entiendo que estés disgustada, mi amor. Yo también lo estoy un poco. Pero Tommy no es nuestro. Es libre de hacer lo que quiera. Además, se supone que esto es una sorpresa, ¿no?-le limpié las lágrimas y vi cómo empezaba a entrar en razón-. No tiene ni idea de que le estamos esperando. Se le habrá ido el santo al cielo, y…
               Se escuchó el pitido inconfundible de la puerta desbloqueándose cuando alguien pasaba la llave por la cerradura, y el pestillo se descorrió con un clic. Diana se levantó de la cama como un resorte y salió como una exhalación de la habitación.
               -Más le vale venir con un brazo colgando, te juro que…
               Me levanté y la seguí, apresurada pero cautelosa. En el umbral de la puerta, con ojos vidriosos y tambaleante, estaba Tommy. Diana se acercó a él.
               -Hola-saludó él, arrastrando las vocales. Madre mía, estaba borrachísimo-, nennnnnnaaaaaaa…
               Diana salvó la distancia que les separaba y le cruzó la cara de un tortazo. Tommy, Scott, y yo, nos quedamos petrificados, clavados en el sitio.
               Un tercer chico en el que yo no me había fijado se echó a reír.
               -Joder, ¡menuda hostia te ha dado, tronco! Desde luego, empiezas fuerte la edad adulta.
               Diana abrió los ojos, confundida, y se inclinó hacia un lado para ver a la otra figura.
               -¿Alec?-preguntó, y él dio un paso para que la luz del techo iluminara sus facciones. Le guiñó un ojo a la americana y se llevó dos dedos a la frente, haciendo el saludo militar. Scott aguantaba a duras penas la risa.
               -Por dios, Diana, si hubiera sabido que eres así de dominante, te habría pedido rollo nada más conocerte, y me la habría sudado que te estuvieras follando ya a Tommy.
               -¿A qué ha venido eso?-protestó Tommy, llevándose la mano a la mejilla. Diana parpadeó.
               -Estabas en África-dijo Diana, sin hacer caso a Tommy.
               -Allí también hay aviones-respondió Alec, en tono divertido.
               -Layla, ¿qué coño le pasa?-preguntó Tommy.
               -¿Por qué no has venido antes?
               -Ems, ¿porque no iba a dejar tirados a mis amigos en mi cumpleaños? Alec se ha tragado 7 horas de vuelo.
               -Ocho-corrigió él-, pero qué son un par de escalas comparado con la fantasía de ver a una modelo maltratando a uno de tus mejores amigos. He nacido para ver esto.
               -Es una pena que ningún rinoceronte no te haya pisado la lengua-espetó Scott.
               -Todavía no hago patrullas por la Sabana-replicó Alec.
               -Es una lástima, la temporada en la que las jirafas se dedican a dar patadas está a punto de terminarse.
               -¿Has venido… desde África… para la fiesta de Tommy?-pregunté. Todos los ojos se clavaron en mí. Noté que estaba ofensivamente desnuda, o por lo menos, así me lo sentía, con la camiseta de tirantes y las bragas negras que me quedaban algo pequeñas.
               -Las discotecas ahí abajo son una mierda-respondió Alec-. Y ni de coña iba a dejar el cumpleaños del bebé del grupo en manos de esta panda de incompetentes. ¿Volver a casa a las 12?-se volvió hacia Scott-. Pero, ¿cuántos años tenéis? ¿Ocho? Hasta Duna trasnocha más que tú.
               -Tenía que traerlo con ellas.
               -¿Para que le dieran una hostia? Hijo, Scott, con amigos como tú, no hace falta tener enemigos.
               -¡No, gilipollas, para que se acostaran con él!-Scott señaló a Tommy, que se volvió hacia sus amigos, incrédulo. Se le había pasado la borrachera con la sorpresa del bofetón de Diana.
               -¿Qué?-preguntó nuestro chico, y sus ojos volaron de Diana a mí. Diana se llevó una mano al pelo y se paseó por la habitación, roja por la vergüenza. Yo cambié el peso del cuerpo de un pie a otro.
               -Un trío-paladeó Alec, apoyándose en el vano de la puerta y cruzándose de brazos-. Chicas, no se lo merece. Si vierais cómo ha bebido… os va a decepcionar, creedme. Yo, en cambio, tengo ciertas credenciales…
               -Tú lo que tienes es más cara que espalda, y mira qué puta espalda tienes, Alec-gruñó Scott-. Si se te confunde con un elefante.
               -¿Lo dices por la trompa?
               -Tíos-bufó Tommy-. Me estáis levantando dolor de cabeza, ¿os podéis callar? Dos segundos. No pido más. ¿Crees que podrás, Al? ¿O te explotará un pulmón?
               Alec se pasó una cremallera imaginaria por los labios y la tiró lejos. Tommy se volvió hacia Diana.
               -¿Por qué no me lo dijisteis?
               -Porque queríamos que fuera una sorpresa-respondió Diana-, pero ahora, ya, da lo mismo. Joder, Tommy, si incluso te pedimos la cena. Tuve que chantajear al director del hotel con no volver nunca, y me encanta este hotel-le dio un empujón-. Eres un puto gilipollas.
               -¿Siempre son así antes del coito?-quiso saber Alec.
               -La americana es jodidamente vocal. Antes y durante. Te terminas acostumbrando-respondió Scott.
               -La madre que me parió. El año que viene, me apunto yo al concurso.
               -¿OS FALTÓ OXÍGENO AL NACER?-bramó Tommy-. ¡Si os vais a quedar mirando, cerrad la puta boca!
               -¿No podías llamarnos? Estuvimos esperando por ti una hora y media. Vestidas y listas. En la puta cama. Como dos pringadas. Y tú por ahí, de parranda, sin pensar en nosotras.
               -He pensado en vosotras. ¿Quién crees que insistió en volver pronto?
               -¿Las tres de la mañana es pronto?
               -¡Solíamos volver hasta que sale el sol, Diana!-discutió Tommy.
               -¡Ah, o sea, que tengo que darte las gracias por tenerme esperando como una imbécil!
               -¿TE CREES QUE TE HABRÍA DEJADO ESPERÁNDOME SI SUPIERA QUE LO ESTABAS HACIENDO?
               -Igual deberíamos habértelo dicho-espetó Diana, hiriente-. Si te hubiéramos dejado caer lo del trío, fijo que no te habrías separado de nosotras en toda la tarde. Una lástima, tenía ganas de compartirte con otra y que tú lo recordaras, para variar. Pero veo que lo de emborracharse antes de estar con dos chicas a la vez es un patrón en ti.
               Diana se dio la vuelta y se encaminó a la habitación, pero Tommy la cogió del brazo y tiró de ella para pegarla a su pecho.
               -¿Cuándo te he negado yo nada de lo que tú querías?
               -¿Ahora me estás llamando caprichosa?
               -Tengo más vida que tú, por extraño que te parezca.
               -Pues vete a vivirla, corre-espetó, separándose de él y encaminándose hacia una nueva puerta-. Hablaremos por la mañana, cuando no estés como una cuba.
               Y se quitó la camiseta. Tommy la miró, impertérrito, mientras Scott y Alec dejaban caer su mandíbula al suelo. Tiró la camiseta el suelo, abrió la puerta y se metió en la otra habitación, cubriéndose los pechos estratégicamente con los codos. Dio un portazo, esperó unos segundos, y luego abrió de nuevo la puerta, sacó la mano y dejó caer un trozo de tela negro.
               Los bóxers de Tommy.
               Estaba desnuda, al otro lado de la puerta, y así pretendía dormir.
               Tommy negó con la cabeza y levantó la vista al cielo.
               -Tienes que darme el teléfono de Harry y Noemí-le dijo Alec a Scott-. Tienen que hacer otra como ella.
               -¿Qué hay de mi puñetera hermana, chaval?-espetó el interpelado.
               -La otra parte del trío-contestó Alec-. Sabes que la quiero con locura, pero también sabes que tengo un alma libre y un espíritu salvaje difícil de domar-Alec le dio una palmadita en el hombro.
               -Eso lo dices ahora, porque no la tienes delante. Se te cae la baba en cuanto la ves, flipado.
               -No es para menos. O sea, no es por nada, pero, ¿tú la has visto bien?
               -¿Que si la he visto? Yo la encontré, retrasado. De nada, por cierto.
               -Hasta mañana, tíos-se despidió Tommy. Alec y Scott se lo quedaron mirando.
               -¿Seguro, T?
               -¿Estarás bien?
               -Sí. Tengo que solucionar esto.
               -Oye, mira, ha sido culpa mía-admitió Scott, mirándome-. Se me fue el santo al cielo, me lié, y no me acordé de…
               -Diana está muy disgustada.
               -Nos hemos dado cuenta-asintió Alec, abandonando el tono jocoso del que siempre alardeaba.
               -¿Se lo dirás, por favor? Que no se enfade con Tommy. Él es el único que no tiene la culpa de nada.
               -Hablaré con ella-asentí, abrazándome la cintura. Los chicos se despidieron de Tommy, que cerró la puerta tras ellos. Se volvió para mirarme.
               -No pretendía que todo se saliera de madre como se ha…
               -Eres el centro de su mundo, Tommy-respondí-. Le ha dolido descubrir que ella no lo es del tuyo.
               -Lo es. Lo sois. Las dos. Pero… dios. Hace un montón que no veo a mis amigos, realmente me apetecía… os quiero muchísimo, lo sabéis, pero… les echaba de menos. Me ha venido bien. Es decir, si hubiera sabido que todo iba a acabar así de mal, lo habría pospuesto o…
               -Ellos son tus amigos-respondí-. Estarán ahí siempre. Incluso si nosotras nos vamos. Simplemente está decepcionada. Quería hacer de hoy un día muy especial para ti.
               -Lo es. Cada día que paso con vosotros es especial.
               Sonreí, triste.
               -¿Tienes hambre?
               -Tiene comida en la basura-gruñó Diana a través de la puerta. Puse los ojos en blanco y me metí en la habitación en la que estaba. Se había hecho un ovillo y se cubría con varias mantas, posiblemente acusando el frío que la falta de ropa y un cuerpo caliente a su lado, un cuerpo cálido, fuerte y masculino, le ocasionaba.
               Tommy sonrió sin poder evitarlo.
               -Didi…
               -Ni Didi ni hostias-protestó ella.
               -Te pones tan guapa cuando te enfadas.
               -Pues, ahora mismo, debo de ser Miss Mundo.
               -Espera-respondió él, y tiñó su voz de un exagerado asombro-, ¿no lo eres ya?
               Diana tardó un momento en contestar.
               -Cállate.
               Cuando lo hizo, su voz estaba impregnada de una sonrisa. Tommy se acercó a la puerta y la abrió. Le acaricié el pelo a la americana mientras él se acercaba a la cama. Diana levantó la mirada y se acomodó en la cama.
               -No vas a conseguir que nos acostemos contigo después de todo lo de hoy.
               -Vale, pero, ¿tienes un momento para hablar de nuestro señor y salvador, Jesucristo?
               Diana y yo soltamos una risita.
               -Eres un payaso-dijo ella.
               -Si no estuvierais tan guapas cuando os reís, no sería un payaso-respondió, inclinándose a darle un beso en los labios. Luego, se acercó y me besó a mí. Sabía a alcohol y a cigarros, pero también a algo más. A alegrarse de estar con nosotras. A intimidad y a hogar. A un espacio seguro en una zona de guerra-. ¿Cómo puedo compensaros lo de esta noche?-preguntó, sentándose a nuestro lado en la cama. Ahí estaba otra vez, el chico que cuidaba de todos, el que se preocupaba de la felicidad de los demás más que de la suya propia.
               -Tu oportunidad de trío ha pasado, amigo-Diana chasqueó los dedos y se incorporó, cubriéndose el torso con la sábana. Tommy se encogió de hombros.
               -Es igual. Yo, lo que no quiero, es que estéis enfadadas conmigo. Así que decidme, mis chicas, ¿qué queréis que haga?
               -Un masaje en los pies no estaría mal-bromeé. Tommy asintió.
               -Vale. Descálzate.
               Diana y yo nos miramos.
               -¿Qué?
               -No puedo hacerte un masaje en los pies si estás calzada, por muy endebles que sean las zapatillas, princesa.
               Me estremecí. Princesa. Pues claro, era su princesa.
               -Estás cansado-dije.
               -Y borracho-añadió Diana.
               -Créeme, americana, con la hostia que me has dado nada más llegar, se me ha bajado hasta el primer zumo que tomé en mi vida.
               Diana se rió.
               -¿Te he dado muy fuerte?
               -Un poco.
               -Te aguantas. Por capullo.
               Tommy se echó a reír y empezó a besarla.
               -Entonces… lo del masaje…-recordé, y los dos se rieron-. Que Diana estaba muy enfadada contigo, pero de la que pasas, es de mí-protesté, medio en broma.
               -Hacemos una cosa. Me ducho, me lavo los dientes, vamos a la cama… a dormir, tranquilas-aclaró cuando vio cómo Diana alzaba una ceja-. Os hago el masaje y nos echamos a dormir. ¿Hecho?
               -Hecho-cedí, enterrando el hacha de guerra antes de que Diana pudiera recogerla. Tommy asintió, esbozó un tímido “bien” y se levantó de la cama. Dejó la puerta entreabierta y se fue derechito al baño, cuya puerta tampoco cerró. Diana se volvió a tumbar en la cama y exhaló un bufido.
               -No vamos a hacer nada con él.
               -Habla por ti, chica-sonreí, escuchando el sonido del agua correr. Diana puso los ojos en blanco.
               -No deberías dejar que tu amor por él te ciegue, Lay.
               -Tú tampoco deberías dejar que el mono te diga que él no te quiere-respondí. Diana no contestó, juraría que no me había escuchado. Se quedó en silencio un rato hasta que se vistió y me siguió a la cama del dormitorio principal, en la que habíamos comido y esperado a Tommy, que aún desprendía el dulce aroma de nuestras cremas hidratantes con esencia de frutas. Nos quedamos calladas, escuchando cómo se preparaba para reunirse con nosotras. Diana se revolvió en la cama, sumida en sus pensamientos.
               -Estoy siendo dura con él, ¿verdad?-susurró.
               -Un poco. Te entiendo, pero también le entiendo a él. No tenemos el monopolio en exclusiva sobre su vida.
               -Por desgracia-se lamentó, abrazándose las piernas y apoyando la mejilla en sus rodillas.
               -Sí-asentí-, por desgracia. Aunque, por lo menos, de noche nos pertenece sólo a nosotras dos.
               Diana se giró para mirarme, parpadeó un par de veces, esbozó una sonrisa pícara, y se quitó la ropa de nuevo. Se envolvió con la sábana y se dispuso a esperar una señal. Aliviada, yo también me quité la camiseta.
               Impacientes, esperamos a que Tommy terminara de lavarse los dientes y se presentara en la habitación. Fue a buscarnos a la cama en la que nos había encontrado, miró en la habitación de la que habíamos salido cuando llegó de fiesta… y por fin se encontró con nosotras en la cama más grande de la suite del hotel. Se nos quedó mirando a ambas, enfocándonos a través de sus sentidos todavía embotados por el alcohol. Bostezó, se pasó una mano por la cara y susurró:
               -Vale, ¿quién es la primera?
               Diana y yo nos miramos, sonriendo traviesas. Los ojos de la americana fueron los primeros en volver a los del inglés.
               -Tú, Tommy-respondió en tono sensual. Me ocupé de tirar de la sábana lo justo y necesario para descubrir nuestros pechos desnudos, con los pezones endurecidos por el frío y la anticipación. Un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo mientras mi piel se erizaba al contacto con el aire helado de la habitación. No me había percatado hasta entonces de que no habíamos encendido la calefacción.
               Lo cual daba una idea muy acertada de cómo nos sentíamos Diana y yo.
               Me regodeé en la expresión de Tommy, en cómo sus pupilas se agrandaron hasta cubrir la práctica totalidad de sus iris en una muestra de deseo y sorpresa que le había visto, por desgracia, demasiado poco. Su cerebro se desconectó. Solté una risita mientras él abría la boca, observándonos a las dos, con la expresión del diabético al que una vez al año se le permite entrar en una pastelería para deleitarse con su tarta favorita.
               -¿Estás bien, T?-sonreí.
               -No-contestó, y Diana y yo nos echamos a reír-. O sea, sí. Quiero decir… ¿qué?
               Se puso colorado mientras algo en sus pantalones también se despertaba. Diana se incorporó, gateó por la cama, completamente desnuda, y le cogió la mano. Tiró de él suavemente, que se dejó llevar, dócil cual corderito.
               -Ven con nosotras-ronroneó la americana. Las piernas de Tommy tocaron la parte de abajo del colchón y ella se sentó sobre sus nalgas, separando las piernas y acariciándole los abdominales. Tommy apenas acertaba a respirar.
               -¿No estáis… enfadadas… conmigo?-jadeó mientras Diana se incorporaba para quitarle la camiseta y comenzaba a besarle el pecho. Yo también salí de debajo de las sábanas y me acerqué a ellos dos.
               -Es que eres demasiado guapo como para estar molestas mucho tiempo.
               -Puedes hacer que se nos pase el disgusto, ¿verdad que sí?-coqueteó Diana, utilizando una voz que bien podría expulsar a la humanidad del Edén. Se colgó del cuello de Tommy y empezó a besarlo mientras yo le daba mordisquitos en el costado, bajando y bajando más. Acaricié su erección por encima de los pantalones mientras él jadeaba, luchando por no desmayarse y por pensar con claridad. Diana tiró de él y consiguió que se arrodillara en la cama, momento que ambas aprovechamos para arrastrarlo sobre el colchón y quitarle los pantalones. Nos tumbamos a su lado y seguimos acariciándole, besándole por turnos y metiendo las manos por dentro de sus bóxers. Me rodeó la cintura con un brazo mientras su lengua pasaba por mi boca y su otra mano se deslizaba por entre los muslos de Diana, que exhaló un gemido y separó las piernas a modo de respuesta.
               -Chicas…-susurró él, con una voz deliciosamente ronca, excitada, teñida de un tono sucio, primitivo y animal. Me estremecí de pies a cabeza y noté que me empapaba allá por donde sus dedos estaban explorando, aún por encima de la tela de mis bragas. Diana estaba desnuda, era un blanco fácil, pero a mí no me iba a dejar desatendida.
               -Quítale las bragas a Layla-le animó la americana, mordisqueándole el oído, y Tommy así lo hizo. Tiró del elástico de la tela negra hasta que dejó al descubierto mi sexo, palpitante y hambriento de él. Diana siguió tirando de mi ropa interior hasta que consiguió que llegara más allá de mis tobillos, y yo me las quité y las lancé lejos. Luego, cogió la mano de nuestro chico y la guió de vuelta a los pliegues de mi sexo. Diana y Tommy me acariciaron a la vez, él introduciendo un par de dedos en mi interior mientras ella me masajeaba el clítoris en círculos. Cerré los ojos y mi cuerpo se dejó llevar, con mis caderas respondiendo al contacto de sus manos.
               Tommy se volvió y comenzó a besar a Diana, mientras sus dedos seguían dentro de mí y la americana pasaba a acariciarle el paquete, de un tamaño que no le había visto alcanzar hasta la fecha. Me adelanté a ella y tiré de sus bóxers para liberar su virilidad y acariciarla con las manos, haciendo la presión justa para que él cerrara los ojos, tragara saliva y apretara la mandíbula.
               Me encantaba cuando los chicos apretaban la mandíbula. Era señal de que adoraban lo que les estabas haciendo.
               -Chicas-repitió él, y las dos nos volvimos a su boca, le besamos a la vez. Probé el regusto del pintalabios de Diana y ella probó mis besos, y sonreímos mientras él trataba torpemente de correspondernos a ambas a la vez-. Por favor, decidme que no vamos a parar-alcanzó a decir en tono acuciante, y yo sonreí y negué con la cabeza.
               -Fóllanos-le pidió Diana, mordisqueándole de nuevo el cuello-. A las dos.
               -Somos tu regalo de cumpleaños-expliqué yo mientras Diana se incorporaba, le quitaba los bóxers y los lanzaba lejos, al mismo rincón en que reposaban mis bragas. Noté que la palma de la mano se volvía pringosa a causa del líquido preseminal de Tommy, pensado para hacernos disfrutar a ambas a la hora de la penetración.
               Sin pensármelo dos veces, me incorporé, me di la vuelta y me metí su miembro en la boca, mientras él lanzaba un gemido de excitación y sus manos pasaban acariciar a Diana, que se abrió de piernas para permitirle hacerle lo que quisiera. La americana arqueó la espalda y la dejó contra la pared. Se tocó los pechos mientras él la masturbaba enloquecedoramente despacio, siguiendo el mismo ritmo que yo marcaba con mi lengua en la punta de su erección.
               -Tommy-gimió Diana.
               -Diana-respondió él, y que no dijera mi nombre lanzó una descarga eléctrica por toda mi columna vertebral. Lo necesitaba dentro de mí. Lo necesitaba ya. Estaba delicioso, era húmedo, cálido y fuerte.
               Volví a darme la vuelta y me senté sobre su erección, con los muslos separados, haciendo que él entrara en mí. Tommy arqueó la espalda, siguiendo el movimiento de mis caderas, y me las agarró instintivamente, conduciéndome, de modo y manera que llegara más profundo y nos diera más placer a ambos.
               Diana se tumbó a su lado, sobre un costado, y comenzó a basarle mientras yo le montaba lentamente, deleitándome en la sensación de las manos de la americana recorriendo mi cuerpo mientras Tommy me sujetaba, como si la mera idea de que yo me fuera a ninguna parte fuera demasiado dolorosa y tuviera que asegurarse de que no se hacía realidad.
               Diana le puso un dedo en la mandíbula y le obligó a girarse para mirarla. Yo continué moviéndome sobre él, observándolos a los dos.
               -Vamos a tener que hacer cosas que no te gustan mucho.
               -Ah-respondió él, dejándose llevar un momento-. Oh. Espera, ¿qué?-susurró, entre dientes, demasiado excitado como para levantar la voz. No quería arriesgarse a levantar un poco el tono y ponerse a gritar ya. Aún no-. ¿No os habréis comprado un consolador y pretenderéis usarlo conmigo, verdad?
               -Es una buena idea-respondí, acariciándole los abdominales, reclamando un poco de su atención. Sus manos subieron hasta mis pechos y jugó con mis pezones.
               -No, fiera, a ver si la veas a coger el gusto y nos dejas por Scott-ronroneó Diana.
               -¿Qué es?-quiso saber él, ignorando la pulla, demasiado concentrado en nuestro contacto como para responder con alguna frase mordaz.
               -Cambiar de postura-Diana le acarició el pecho-. Unas pocas veces. Nada que no puedas soportar, inglés.
               Sintiéndome cerca, pero a regañadientes, me bajé de su miembro y volví a chupárselo mientras Diana se reunía conmigo. Su lengua siguió a la mía y en ocasiones ambas jugaron mientras Tommy movía involuntariamente las caderas, tocándonos a las dos. Diana me miró un segundo, me guiñó un ojo, y se metió su polla en la boca, todo lo profundo que pudo, mientras yo le echaba el pelo a un lado y aprovechaba para acariciarle a él también. Me tumbé de nuevo a su lado y jugué con la lengua de Tommy, dándole besos salados que sabían a la excitación de los dos, mientras Diana seguía chupándosela, lamiéndosela y sacudiéndosela a un ritmo cada vez más acelerado. Llevé la mano de Tommy al interior de Diana y me masturbé mirándolos, con una rodilla sobre su vientre y derramando el calor líquido de mi propia excitación sobre mi costado. Diana empezó a calentarse y a mojarse entre sus dedos.
               -Diana-la llamó Tommy, y ella se detuvo un momento, alzó los ojos y le miró. Tommy se llevó dos dedos a la boca y se los chupó de una forma tan obscena como sensual. Diana esbozó una sonrisa lobuna mientras yo llevaba mi propia excitación a su lengua.
               -Ahora, pruébame a mí-le dije, acercando mis dedos a su boca y mirándole a los ojos mientras él me lamía a conciencia. Sus ojos brillaban como el acero gris expuesto al sol. Sin decir una palabra, Diana gateó hasta nosotros, se sentó a lo indio y me tomó la cara entre las manos.
               Tommy se tocó mientras nosotras nos besábamos, nos acariciábamos y nos tocábamos la una a la otra, en una espiral de sexo y pasión que no había sentido nunca en mi vida. Descubrí que me gustaba, más de lo que nunca habría llegado a sospechar. Me gustaba la manera en que Diana conducía sus manos por mi cuerpo, conociendo a la perfección una anatomía que ella misma poseía. Me tumbé sobre la espalda y dejé que ella se pusiera encima de mí mientras Tommy nos observaba. Diana se puso a horcajadas, las rodillas entre mis muslos, y frotó su torso contra el mío mientras nuestras lenguas se enredaban.
               Dejó escapar un gemido de satisfacción y yo abrí los ojos. Detrás de su hombro, la cara de Tommy estaba contraída en una mueca.
               -Fóllanos a las dos-repitió la americana, y volvió a cerrar los ojos y a besarme.
               Nos repartimos a Tommy. Daba un par de empellones en el interior de la americana, se detenía, se introducía en mí y repetía la operación. Me gustaba más cuando estaba dentro de ella, porque nos movíamos ambas, frotando nuestros clítoris y haciendo que tembláramos de placer. Y, a la vez, me gustaba cuando estaba dentro de mí, pues me sentía llena, completa.
               Diana se echó a temblar. Tommy la agarró del pelo y tiró suavemente de él, haciendo que se incorporara, su miembro dentro de ella, en un ángulo deliciosamente imposible que sentaba de miedo, tanto en nosotras como en ellos.
               -¿Vas a correrte?-le preguntó, acariciándole los pechos. Diana asintió mientras yo me pegaba a ellos y utilizaba la inercia de sus empellones en mi beneficio. Tommy bajó los dedos por su anatomía, una mano exploraba sus curvas mientras otra le magreaba los pechos, e hizo presión en aquel pequeño montículo plagado de terminaciones nerviosas que las mujeres poseíamos a la puerta de nuestro cielo personal.
               Diana se quedó quieta una millonésima de segundo, abrió la boca y dejó escapar una exclamación, celebrando la presencia de Tommy con un maremoto de placer y júbilo que la hizo vibrar de la emoción. Sonrió, se sacudió, dejó que ambos la tocáramos y se cayó boca abajo sobre mí, de nuevo. Le besé la boca y ella respondió separando los labios y dejando que su lengua jugara con la mía.
               -Mi turno-dije, sacando la polla de Tommy de su interior y metiéndomela. Tommy respondió embistiéndome con entusiasmo, y Diana rápidamente se puso en pie para acariciarle y besarle.
               Cuando ella estuvo lo suficiente recuperada como para continuar, tumbamos a Tommy en la cama, se la acariciamos y le besamos mientras nos poníamos en posición. Me senté sobre ella y volví a cabalgarla, mientras Diana ponía una rodilla a cada lado de la boca de Tommy y se inclinaba lo suficiente como para permitirle degustarla. Clavó las uñas en el cabecero de la cama y dejó escapar una exhalación, abandonándose a los empellones de su lengua.
               Tommy gimió, me clavó las uñas en la cadera, y por un segundo pensé que se iba a derramar en mi interior.
               Pero no.
               -Para, para, para-pidió rápidamente-. No os lancéis, que lo estoy haciendo con dos chicas alucinantes, y estoy intentando concentrarme para aguantar por vosotras y no correrme ya.
               -Vaya, vaya, Lay-ronroneó Diana-. Nuestro inglés quiere hacerse el duro.
               -Vamos, T, si estás deseando perder el control. Es lo que queremos-respondí, arañándole el vientre. Tommy cerró los ojos un momento, jadeó cuando volví a la carga, y volvió a abrir la boca para comerse a Diana, que se dio la vuelta y comenzó a besarme mientras yo me acercaba más y más al cielo. Sus manos se perdieron en mi torso y las mías en el punto en que Tommy y ella jugaban, la sonrisa horizontal de él esbozando la vertical de ella, hasta que, de repente, el cielo se abrió para mí.
               Me balanceé sobre él, aferrándome a nuestra unión con decisión, deslizándome sobre su dureza una y otra vez mientras lanzaba una exclamación a las estrellas. Tommy se tensó debajo de mí y sentí un calor goteante que nada tenía que ver conmigo (o, más bien, todo) deslizarse por entre mis muslos.
               -Dios mío…-gimió él, pero continuó comiéndoselo a Diana hasta que ella volvió a retorcerse, presa de un orgasmo más intenso que el anterior.
               Me dejé caer al lado del cuerpo sudoroso de él mientras Diana se quedaba sentada sobre una almohada, con los glúteos muy cerca de la cara de Tommy, que levantó la mano y le acarició la cara interna de las rodillas. Diana le dio un manotazo, medio en broma, medio en serio, pero no se quejó cuando él siguió subiendo y le dio un suave pellizquito en el clítoris.
               -Cuántas atenciones, ¿es tu favorita?-le provoqué. Diana y Tommy se volvieron y me miraron, sonrientes, agotados-. Voy a ponerme celosa.
               -Yo no tengo favoritas, princesa.
               -Seguro que sí.
               Él alzó las cejas, se mordisqueó el labio.
               -No sabes lo que acabas de hacer-advirtió Diana, mientras él se incorporaba, me separaba los muslos y me daba besos por todo el cuerpo, hasta que su lengua se encontró con mi rincón rizado, que le recibió con el entusiasmo y la pompa propios de un cortejo real. Hizo que me corriera otra vez, sujetándome las caderas y emitiendo gruñidos animales que me volvieron loca mientras sus labios se paseaban por las puertas de mi vagina y su lengua llegaba todo lo profundo que le permitían los pliegues de mi sexo.
               Me devoró como si fuera el manjar más delicioso que había probado nunca. Para cuando terminé, agotada, retorciéndome después de un tercer orgasmo que consiguió darme, volvía a estar empalmado. Me quedé mirando su miembro mientras Diana se lo acariciaba, le guiñaba un ojo y se lo metía en la boca, tocándose mientras le daba placer.
               Terminamos agotados, con la luna ocultándose por el oeste y las respiraciones aceleradas. Estábamos pegajosos por el sudor y los restos de nuestro placer, pero nos sentíamos felices y conectados a niveles más profundos que nunca.
               -Si lo llego a saber-comentó-, no me voy de fiesta.
               -Es agradable pensar que de esto te vas a acordar durante mucho tiempo-le picó Diana. Él se incorporó ligeramente.
               -¿Mucho tiempo? Os habéis morreado y os habéis tocado, joder. Voy a llevar esa imagen grabada en la retina durante las siguientes 3 reencarnaciones-se volvió y me guiñó un ojo-. Tengo que cabrearos más a menudo.
               -A ver la suerte que tienes-respondí, riéndome, besándole en la boca.
               -Yo de ti me portaría bien, T. esto ha sido un regalo de cumpleaños-aclaró Diana. Tommy le pasó una mano por la cintura.
               -Por favor, decidme que no tenemos que esperar a mi próximo cumpleaños para repetir esto.
               -Lo siento-respondí, encogiéndome de hombros. Él chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco, negando con la cabeza, pero se echó a reír.
               No tuvimos que esperar a su siguiente cumpleaños para acostarnos los tres. Lo hicimos otra vez al cabo de casi dos meses, cuando Diana estaba a punto de entrar en rehabilitación.



El sonido de los cajones abriéndose y cerrándose, de cacerolas entrechocando y cubiertos de madera rasgando suavemente la superficie de estos me despertó. Me froté los ojos y palpé la cama a mi lado, encontrándome con un huequecito vacío nimio antes de un cuerpo cálido y suave que tenía demasiadas curvas para ser el que estaba buscando.
               Diana se despertó también. Lanzó un gemido quejumbroso y se dio la vuelta.
               -Te toca a ti-anunció antes de taparse de nuevo con la manta, suspirar una mezcla de satisfacción y cansancio y meter las manos debajo de la almohada.
               Encendí la lámpara de la mesilla de noche, descolgué mi bata y bajé las escaleras, siguiendo el camino que había recorrido tantas veces ya.
               Habíamos acabado el tercer tour hacía apenas unos meses. Era el primero después de una pausa de varios años en el que cada uno se había dedicado un poco a lo suyo. Yo había terminado de estudiar la carrera y la especialización, que había resultado evidente para todo el mundo salvo para mí. Diana había sido la encargada de apuntarme en la dirección correcta: pediatría, por supuesto. Adoraba a los niños, ¿por qué no curarles?
               Me encantaba mi trabajo, en el que yo pensaba como el principal a pesar de ser el secundario, una suerte de capricho con consecuencias económicas positivas. Tenía suficiente dinero gracias a la música como para vivir tirada a la bartola el resto de mi vida.
               La pena es que no me apetecía.
               Y lo mejor era que nadie me miraba mal por ello. Chad había terminado sus estudios sobre Música y era el único que se dedicaba en exclusiva a ella, con sus canciones en solitario acopladas a las que sacaba con la banda cuando le avisábamos para reunirnos. Diana había seguido con su carrera de modelo, y ahora pasaba unas semanas de descanso en casa antes de volver a viajar por el mundo, representando a las firmas más importantes en la industria de la moda e, incluso, animándose a sacar su propia línea de ropa y cosméticos en un par de ocasiones. Hacía casi cuatro años que se había ganado el estatus de ángel de Victoria’s Secret, y dos desde que llevara por primera vez el Fantasy Bra. Su época oscura, dirigida por las drogas y el exceso, había concluido de una forma radicalmente opuesta a lo que había empezado: con varias recaídas y muchos disgustos, había conseguido salir de rehabilitación, un poco tocada, pero sobre todo asustada por los cambios que se generarían en su vida ahora que ya no tenía unos polvos mágicos a los que recurrir.
               Llevaba tres años limpia. Tres maravillosos años en los que había sido más ella que nunca, tres maravillosos años en los que íbamos a esperarla al aeropuerto y a despedirla al mismo lugar, tres maravillosos años en que no tenías que preocuparte de encontrártela tirada en el suelo, demasiado drogada como para responder a tus súplicas. Tres años en los que había hecho a Tommy inmensamente feliz, compensando todo lo mal que lo habían pasado ambos y lo mucho que se resintió su relación cuando ella intentó dejarlo ir, sin éxito, para que no sufriera más. Suerte que él era terco como una mula y no aceptó apartarse de su lado, por mucho que le doliera verse en qué se había convertido su americana favorita en el mundo.
               Scott y Tommy se habían mudado a Estados Unidos aprovechando el primer ingreso de Diana. Después de desembolsar una cantidad ingente de dinero, habían conseguido que les aceptaran en la única escuela que preparaba a los ingenieros de la Nasa. Tommy se matriculó el primer año, y al tercer examen entregado en blanco porque no entendía las putas ecuaciones que le planteaban, decidió desmatricularse y dejar que Scott volara solo. Scott se graduó en un discreto 17º puesto en una promoción de 20; sus amigos se habrían burlado de él por ser el tercero por la cola de no saber lo jodida que era la carrera de Ingeniería Aeroespacial en la universidad de Columbia, la más cercana a la sede de la institución a la que Scott aspiraba a formar parte, siquiera por un par de semanas, las suficientes para darse un paseíto por el espacio, cumplir su sueño y volver a posar los pies en la Tierra.
               Nadie sabía cómo, pero al año siguiente, después de que Scott le metiera caña y el miedo en el cuerpo al insinuar que los cohetes eran muy inestables, que podrían desintegrarse en cualquier ignición, y a ver cómo iba a vivir Tommy sin siquiera poder enterrarle, éste se graduó el último de su promoción, con un cinco raspadísimo que a Scott le supo más a gloria que su propio 8,735 (sí, las centésimas eran importantes). Subieron a la Estación Espacial Internacional después de soltar más dinero, estuvieron una semana, y cuando volvieron, Tommy le juró a Scott que, si quería, se pegaría un tiro en el ojo, pero ni de coña volvía a salir de la atmósfera, que le quería mucho, muchísimo, pero no hasta ese extremo.
               Scott consiguió sacarle otra vez en un vuelo suborbital por el que Tommy estuvo sin dirigirle la palabra cerca de un mes. No quiso arriesgarse a ponerle a prueba otra vez, no porque no se fiara de que Tommy se lo perdonara, sino porque estaba seguro de que tanta adrenalina en el cuerpo de mi chico terminaría matándolo, deteniendo su corazón, o haciendo que le explotara un pulmón (Scott seguía convencido de que esto último era posible, a pesar de que yo le había dicho una y mil veces que los pulmones no estallan por influencia de compuestos químicos generados por el cuerpo).
               Después de eso, se habían mudado de vuelta a Inglaterra y se habían dedicado a gandulear durante aproximadamente medio año, hasta que a Scott le dio por sacar música y a Tommy por ponerse en contacto con el chef que había conocido en Estados Unidos, de origen español, para el que había estado haciendo prácticas remuneradas (había sido Tommy quien había pagado por trabajar, lo cual no tenía mucho sentido, pero él me explicó que aquello era normal en el mundo de la cocina, y que pagar por prácticas era básicamente un privilegio que le ofrecían a muy pocos) y le pidió trabajo en uno de sus restaurantes en Londres.
               Me siento mal al admitirlo, pero me sorprendió saber que a Tommy le ascendieron rápidamente, porque no sólo se le daba genial la cocina, sino que sabía muchísimo a pesar de no haber estudiado nada.
               Él decía que el curso online de los programas culinarios de talentos era bastante completo, pero no pensé que fuera tan completo como para permitirle llegar a ser, a los veintipocos, encargado de los entrantes en un restaurante con una estrella Michelín.
               Claro que Tommy se lo tomaba muy en serio. Trabajaba de sol a sol, apenas le veía cuando yo estaba a turnos, y llegaba a casa agotado pero inmensamente feliz. Nos daba a Diana y a mí un beso y se iba directo a la cocina a hacernos la cena, porque no quería que se lo hiciéramos nosotras a él, no por nada, sino porque concebía la cocina como un acto de amor más, un acto de amor que compensaría sus prolongadas ausencias de casa.
               Y, algunas noches, noches como aquella, se levantaba con una idea rondándole la cabeza y se ponía a cocinar a la luz de las lámparas, entreabriendo la puerta para no molestarnos con los sonidos pero para que el olor de lo que estaba preparando subiera hasta la habitación y nos animara a bajar, como si de un canto de sirena se tratase.
               Un poco mareada y con los pies descalzos, bajé la escalera de nuestra casa. Adoraba ese lugar, una construcción moderna hecha más con cristal que con hormigón, con un precioso jardín del que me encantaba ocuparme junto a Diana en nuestros ratos libres, con vistas al mar en una lujosa población del sur de Inglaterra.
               Encontrarla había sido un verdadero calvario. Lo comenté con mis padres, cómo habían logrado dar con una casa que les gustara, y me dijeron que era muy sencillo coincidir cuando se trataba de dos personas.
               El problema era que nosotros no sólo no éramos dos, y ya estaba, sino que éramos cinco.
               Ah, porque Tommy y Scott ni de coña iban a vivir en casas cuya separación fuera mayor que un seto. E incluso de eso se habían desecho, construyendo un verano un desastroso pasadizo de ladrillo que conectaba ambas casas, con un techo de acero que repicaba escandalosamente cuando llovía, para poder ir de un lado a otro cuando les viniera en gana sin mojarse.
               Diana había llamado un día a una compañía de obras y había montado la bronca del siglo con Tommy y Scott, que creían que queríamos separarles, hasta que los ingleses tuvieron a bien callarse lo suficiente como para que ella les explicara que lo único que quería era tirar ese pasillo y construir otro que no le diera ganas de suicidarse al mirarlo.
               El caso es que habíamos pasado cerca de un año en busca de una casa, saltando de un sitio a otro Eleanor, Scott, Tommy, Diana y yo, buscando un lugar en el que asentarnos hasta que nos encontramos con estas dos construcciones, una más moderna, en tonos blancos y grises, y otra más clásica, con el mismo corte de construcción pero tirando más a los tonos madera, al oeste de la nuestra, en la que vivían Scott y Eleanor con su adorable hija. Había sido amor a primera vista, abrir la puerta y enamorarnos los tres de la vivienda mientras Eleanor y Scott la examinaban con curiosidad, presintiendo que esto mismo les pasaría a ellos cando visitáramos la casa contigua.
               -Este sitio es genial para criar a nuestros hijos-espetó Tommy, dando vueltas por un salón inmenso al que la ausencia de muebles no perjudicaba.
               -¿A los de quién?-preguntó Diana, divertida. La agente inmobiliaria parpadeó y murmuró una excusa entre dientes para retirarse. A la gente seguía incomodándole un poco la naturalidad con la que nos tomábamos nuestra peculiar situación.
               -A los de los tres, ¿o no?-respondió él, cauto. Diana puso los brazos en jarras.
               -¿Cuántos quieres tener, exactamente?-pregunté, sacándole la lengua.
               -Ay, ¡a mí no me miréis! Yo no me voy a repartir. Vosotras sois las de los partos; los que queráis.
               -También te incumbe a ti-acusó Diana-, tendrás que ocuparte de ellos, educarlos, y eso.
               -Qué va, nena; yo juego todo lo que queráis, cambio pañales y hago la comida, pero de educar nada, si no les puedo decir que no a mis niñas, ¿cómo lo voy a hacer con mis hijos?
               Paseamos por la casa, que seguía vacía de muebles, hasta terminar en la cocina. Scott miró a Tommy y sonrió.
               -Es más grande que la de tu madre.
               -No quiero sonar melodramático ni nada-respondió T-, pero como no pueda utilizar esta cocina, entraré en depresión y me moriré de pena.
               -¿Descartamos la casa, entonces?-Scott se volvió hacia Eleanor, que volvió a sonreír-. No sé, la zona no me convence.
               -Scott, no me calientes, porque te mato aquí mismo-gruñó Tommy, casi en broma, casi en serio.
               Por suerte, les pasó lo mismo con la casa de al lado, que esa noche permanecía a oscuras. A veces, como llamados por la misma voz, Scott y Tommy se despertaban y levantaban a la vez, y uno iba a la casa del otro y se pasaban la noche haciendo el tonto o mirando a Aisha dormir.
               Pero hoy, Tommy estaba solo. Me arrebujé en mi bata y empujé la puerta de la cocina, dejando que los aromas me inundaran las fosas nasales e hicieran que mi cabeza diera vueltas. Sintiendo que el estómago me hacía un triple salto mortal, me tapé disimuladamente la nariz mientras me apoyaba en el marco de la puerta.
               Tardó un momento en darse cuenta de que había bajado y ahora estaba con él, y fue un momento glorioso, en el que pude ver la soltura con la que se desenvolvía. Cuando cocinaba, se convertía en otra persona. Su rostro se contraía en una expresión de concentración, fruncía ligeramente el ceño y sus ojos saltaban con inteligencia de un lado a otro, buscando utensilios, trazando planes, controlando tiempos de cocción mientras sus manos cortaban con habilidad, o manipulaban o amasaban o limpiaban, el ingrediente que tenía entre manos.
               Se separó un momento de la cocina, pensativo. Añadió unos polvos recién picados a la mezcla que burbujeaba lentamente en uno de los fogones de la cocina y se volvió para beber un poco de agua. Fue entonces cuando me vio. Le dediqué una sonrisa somnolienta y culpable. Sentía que me había entrometido en una especie de ritual.
               Pero él no me lo tuvo en cuenta.
               -Hola, princesa-susurró, y me recorrió un escalofrío. Que hubiera pasado tanto tiempo y siguiera llamándome así me llenaba de amor-. ¿Te he despertado?
               -Me desperté y no estabas-respondí, acercándome a él y abrazándole la cintura, mimosa-. ¿Cuál es el experimento de hoy?
               Metió una cuchara en el guiso que estaba preparando y me la acercó a la boca.
               -¿Qué opinas?
               -Le sobra comino-susurré. Tommy alzó las cejas y sonrió.
               -Lo tendré en cuenta la próxima vez. Igual, hasta se lo hecho.
               No se me daban bien estas cosas; todo lo que me daba estaba delicioso. Quizás no fuera nada imparcial, pero cada plato que él preparaba, a mí me parecía un manjar.
               -¿Tienes hambre?-preguntó, y yo negué con la cabeza. Me senté en uno de los taburetes de la isla de la cocina y apoyé la cabeza en la mano, expectante-. Enseguida subo.
               -Te espero aquí.
               -Voy a tardar un poco.
               -¿En qué quedamos? ¿Subes enseguida, o vas a tardar?-pregunté, y él se rió, se acercó a mí y me dio un piquito.
               -Vete a dormir. Mañana tienes guardia.
               Suspiré, asentí con la cabeza y me encaminé a las escaleras.
               -Lay-llamó, y me detuve, me di la vuelta y me tendió la cuchara. Probé de nuevo el caldo y asentí-. ¿Así mejor?
               -Ahora le falta tomillo-bromeé.
               -Pues tendré que echárselo-respondió él, divertido. Me dio una palmadita en el culo y volvió a meterse en la cocina. Reparé en que iba descalzo. Me encantaba su manía de ir descalzo por casa, especialmente porque no se ponía enfermo jamás.
               Subí las escaleras amodorrada. Cuando llegué a la parte superior, apenas una decena de escalones por encima de la planta baja, sentí que me mareaba. El líquido del guiso que me había ofrecido Tommy se revolvió en mi estómago y subió por mi esófago como la lava de un volcán. Mis entrañas se revolvieron, se retorcieron con una arcada, y eché a correr al baño, con la mano en la boca para no ensuciar nada. Abrí la puerta a toda velocidad, tan fuerte que chocó contra la pared, causando un estrépito, levanté la taza del váter y metí la cabeza dentro, abriendo la boca y expulsando las arcadas por la boca. Me sujeté el pelo con una mano mientras con la otra impedía que mi cabeza diera contra el inodoro.
               Alguien vino en mi ayuda, y unas manos amigas me recogieron el pelo.
               -Por dios, Lay, ¿qué coño te ha dado Tommy esta vez?-preguntó Diana, temblando de pies a cabeza. Sacudí la mía para que no se enfadara más ni fuera decirle nada a Tommy. Terminé de devolver y me quedé un segundo con los ojos cerrados, negándome a contemplar mi vómito. Me separé de la taza del váter, cerré la tapa y tiré de la cadena. Hice gárgaras y me senté en el borde de la bañera mientras Diana me pasaba una toallita húmeda con agua caliente por la frente.
               -Yo me lo cargo, mira que usarnos de conejillos de Indias…
               -Lo que está preparando estaba rico-respondí-. Creo que ha sido la cena. No debería haberme tomado ese último sashimi-susurré. Diana se arrodilló a mi lado y sacudió la cabeza.
               -Siempre sales en su defensa, ¿verdad?-me acarició la mejilla y me dio un beso en la frente-. Espérame aquí. Te traeré la botella de agua de mi mesilla de noche.
               Después de dar un par de sorbos y sentir que estaba recompuesta, dejé que Diana me llevara de la mano a la cama, me tapara con las mantas y toqueteara la almohada bajo mi cabeza. Nos dimos un beso de buenas noches en la mejilla y apagó las luces.
               Cuando me desperté, Tommy seguía tumbado en la cama, entre nosotras. Siempre me preguntaba cómo se las arreglaba para meterse dentro de nuevo sin que ninguna se enterara. Y no sólo cómo hacía para entrar: cómo conseguía que nos girásemos automáticamente, buscando su calor y la tranquilidad del aroma de su cuerpo. Me acurruqué contra su pecho y me lo quedé mirando un momento, la paz de sus facciones me transmitió una calma que se disipó en cuanto cerré los ojos y acerqué la nariz a su cuello para inhalar el aroma de su pelo.
               Un nueva arcada me hizo levantarme como un resorte e ir a vomitar otra vez. Olía demasiado a especias. Diana volvió a despertarse y vino de nuevo conmigo, me sujetó el pelo y repitió la operación.
               -Yo lo mato-escupió Diana, que estaba segura de que todo lo malo que me pasaba a mí tenía directa relación con Tommy. Supongo que creía que, como a veces se pasaba un par de semanas sin verlo, él no conseguía asentar su influencia en ella y por eso yo era más sensible a todo lo que tuviera que ver con él.
               Le quería muchísimo. Le quería tanto que le dolía, yo lo sabía, sabía que Diana se sentía así respecto a él.  Y también me quería a mí. Aunque había una parte de ella que me consideraba todavía inocente, frágil, quizá incluso un poco débil.
               No temía que Tommy me hiciera nada, por descontado. Temía que yo dependiera tanto de él hasta el punto de enfermar si él no me prestaba las suficientes atenciones. Precisamente lo que venía sucediendo desde que le encomendaron la difícil tarea de ocuparse de que las salsas de los platos estuvieran perfectas.
               -No es su culpa, Diana. Estoy un poco revuelta, eso es todo.
               -Sí, por su puñetera comida de cinco estrellas Michelin.
               -La máxima son tres-sonreí-. Y su restaurante sólo tiene una.
               -Pues más razón para que se relaje-respondió Diana, un poco más tranquila ella también. Me enjuagué la boca y le dije que enseguida volvía a la cama. Me quedé mirando mi reflejo, ojeroso y pálido, pero con una nueva luz. Me descubrí a mí misma imaginándome cómo sería si ahora despertaba a Tommy y lo montaba salvajemente, si hacía que él llegara tarde y con una sonrisa boba en la mirada. Apreté los muslos instintiva e inconscientemente y sonreí para mis adentros, apartando esa imagen de mi cabeza. Con lo revuelta que estaba, lo último que necesitaba era una sesión de sexo. Regresé a la cama y me lo encontré despierto, sentado en ella, con la espalda contra la pared.
               -¿Estás bien?
               -Sólo son náuseas. Creo que el sushi de ayer estaba un poco pasado-expliqué, ocultándome de nuevo bajo las sábanas.
               -¿Seguro? ¿No prefieres ir al médico?
               -Soy médico, Tommy-sonreí-. Sobreviviré.
               -¿Quieres que me quede hoy? Puedo tomarme el día libre. Andrés lo entenderá.
               Negué con la cabeza.
               -Diana me hará compañía. Además, hoy tengo guardia. ¿Y si me llaman, y tú te has tomado el día libre? De ningún modo voy a dejar que te aproveches de mi debilidad para estar a solas con Diana. Que os conozco-les guiñé un ojo y ellos se rieron. Tommy nos hizo el desayuno y yo me obligué a mostrarme entusiasmada con las crêpes con chocolate, masticando y tragando casi sin ganas sólo por no herir sus sentimientos. Cuando se marchó, me senté delante de la alacena, abrí una lata de atún y me la comí con un poco de pan de molde a modo de ayuda. Diana estaba duchándose, así que nadie cabal pudo ver mi pequeño sacrilegio.
               Nos fuimos a casa de Scott y Eleanor, sólo para encontrarnos con que ella había salido al estudio, dejando a su marido y a su hija pintando en las paredes.
               -A Eleanor no le va a gustar-comenté, señalando el tren de colores que padre e hija habían pintado ya por medio salón, en cuyos vagones viajaban payasos, astronautas, cebras, e incluso un pulpo. Scott nos miró a ambas y se levantó, tiró de un pliegue en el dibujo y lo arrancó de la pared, dejando así un rectángulo limpio en el que Aisha se puso a dibujar de inmediato.
               -Mira, papi, eres tú-le dijo, después de dibujar a un monigote de pelo negro, cabeza, manos y pies color marrón, sonrisa roja y ojos verdes y amarillos-, de paseo.
               -Qué bien me dibujas, mi niña-sonrió Scott, dándole un beso a su hija.
               -Pues sí-asintió Aisha, cerrando sus ojos verdosos, herencia de su padre y de su abuela, y haciendo que sus ricitos negros bailaran en torno a su cara-. Incluso te he puesto el prisin-añadió, dando un toquecito en la pared, señalando una raya negra que cruzaba la sonrisa roja de Scott.
               -¡Qué chulo!-respondió él-. ¿Por qué no dibujas ahora a mamá?
               -Le voy a poner un micro y un Crani-respondió la niña, señalando el gramófono dorado con el nombre de su madre que descansaba en una vitrina en el salón. Scott le dio una palmadita en el culo y le dijo que le parecía estupendo. La niña dibujó a su madre con espirales marrones en la cabeza, le sacó la lengua a su padre cuando éste le preguntó por qué su dibujo tenía el mismo color de pie que el pelo de mamá (ay, papi, pues porque mamá es rosa, y tú y yo somos marrones, contestó la chiquilla), y luego pasó a dibujarnos a Diana y a mí. Diana la tomó en volandas y se puso a bailar con ella, se hicieron una profunda reverencia cada vez que se terminaba una canción y luego se cogían de las manos y daban vueltas sobre sí mismas.
               -¿Cuándo se marcha?-preguntó Scott, mirando a la americana y a la niña bailar, apoyado en el sofá con las manos en los bolsillos de los vaqueros.
               -En una semana.
               -¿Cómo lo lleva Tommy?
               -Todavía no hay cambios-susurré. Scott asintió y tragó saliva. Tommy se deprimía un poco cuando Diana se marchaba. Las partidas de la americana solían significar semanas sin pasar por casa, horas de vuelo para ir a verla aunque sólo fuera una noche. Cómo la echaba de menos. Ambos lo hacíamos.
               -Va a sonar cruel lo que te voy a decir-murmuró Scott en voz baja, de modo que sólo yo le oyera. Me lo quedé mirando-, pero no veo la hora de que se haga vieja y se retire.
               -Sí que ha sonado un poco cruel-admití, mirándome las manos.
               -Tú no le ves como le veo yo, Layla. Nadie ve a Tommy como yo le veo. Le mata que Diana se marche.
               -Es su vida-respondí.
               -Lo sé. Igual que la música lo es la de Eleanor. ¿Sabes qué es una de las cosas que más me tranquiliza de Aisha?-confesó-. Dios, voy a quedar como un puto miserable por hablar así de mi hija, pero lo bueno de ella es que así puedo estar más tiempo con su madre. Eleanor ya no va a irse de gira tan a la ligera. Le va a costar más irse de aquí, sólo porque ahora la tenemos a ella.
               -No es miserable-respondí-. Estás siendo sincero. ¿Qué tal le va?
               -Tiene un bloqueo.
               -Lo siento.
               -Sí, bueno, estoy intentando ayudarla. Vamos a volver a cantar juntos, ¿sabes?-sonrió, orgulloso.
               -Ya era hora. El mundo os lo agradecerá. Hacéis cosas geniales juntos-le miré, y los ojos de él se posaron en su hija, que ahora se reía mientras Diana le hacía cosquillas, tirada en el suelo y soplándole en la tripa.
               En sus ojos había un amor que yo me moría por sentir.
               -Por dios, ya lo creo-susurró, pasándose una mano por la boca y mordisqueándose el piercing-. No quiero saber cómo es el cielo, si lo de aquí abajo es así de perfecto.
               Yo también fijé la vista en los juegos de la americana y la pequeña. Sentí los ojos de Scott sobre mí. Quería preguntarme lo que todo el mundo nos preguntaba a Tommy y a mí cuando Diana se marchaba y nosotros acudíamos a eventos solos, sin ella, en pareja. Para cuándo los niños.
               Algún ente supremo había decidido que la sociedad me calificara como la mujer de Tommy, y Diana quedaba relegada a un segundo puesto, como a una amante consentida, o algo así, cada vez que se marchaba. Me costa que nunca le habían preguntado a ella cuando pensaba tener hijos con él.
               Ni siquiera sabía si lo habían hablado.
               Lo que sí sabía era que Tommy y yo lo estábamos deseando, pero todavía no habíamos tenido esa suerte.
               ¿Para cuándo vosotros?
               Scott tuvo la delicadeza de no preguntarlo en voz alta.
               -¿No os animáis a tener más?-pregunté. Sus ojos chispearon.
               -Queremos disfrutar un poco más de ella antes de recibir otro bebé.
               -¿Queremos?
               -Quiero-admitió-. Cualquiera diría que me gustaría tener hijos de seguido, para que sea como fue con mis hermanas, pero… no sé-se encogió de hombros-. Ahora mismo me apetece disfrutar de lo que tengo, Lay.
               -¿Es eso, o estás esperando a que Tommy tenga un hijo y que se lleven poco entre ellos, como tú y él?
               Me dedicó su típica sonrisa de Seductor™, la cual debería cambiar de nombre, debido al tiempo que hacía que había dejado de ser aquello. Parecía que el Scott padre y el Scott de 17 años que cambiaba más de chica que de ropa interior fueran dos personas diferentes, sin ningún nexo en común más que su mejor amigo.
               -¿Tanto se me nota? Tenéis que tener descendencia ya, para unir a las dos estirpes. Lo que no consiguieron nuestros padres, lo vamos a conseguir nosotros.
               -¿Y Eleanor, qué dice?
               -Que haga el favor de admitir que soy gay ya y que estoy enamorado de su hermano, que como espere a tener 5 hijos para darme cuenta y fugarme con él, utilizará a mi madre para dejarme sin coche, sin casa y sin nada.
               -Qué cruel.
               -A mí Eleanor puede hacerme lo que quiera. Mientras me siga mirando como lo hace, como si me hunde en la mierda.
               Me miré los pies, enternecida. Aisha vino a tirarme de la pernera de los pantalones y a exigirme que jugara con ella y, cuando le dije que estaba un poco pachucha, se empeñó en jugar a los médicos conmigo. Me tumbó en el sofá, me tapó con una manta, me tocó la frente, sentenció que tenía fiebre y fue a por una taza vacía, llena con una medicina milagrosa que me curaría de todos los males, siempre y cuando me estuviera quietecita durante una hora.
               Mientras me intentaba hacer trenzas en el pelo, le preguntó a su padre qué día irían a visitar a los abuelos.
               -El sábado, nenita.
               -¿Qué día es el sábado?
               -21.
               -¿Y por qué vamos el sábado?
               -Porque sí-sentenció Scott. Se levantó a hacerse un café y a mí me sobrevinieron de nuevo las náuseas. Me apresuré al baño ante las protestas de Aisha y eché el pestillo a la puerta. Scott me preguntó si me encontraba bien, y yo dije que sí, y me las apañé para llevarme a Diana de vuelva a casa con la excusa de que teníamos que ir a recoger un encargo a una tienda. Diana me siguió el rollo sin saber muy bien de qué iba el asunto, y trató de disimular su nerviosismo cuando nos encaminamos a la puerta de nuestra casa. Una vez en nuestro territorio, se volvió hacia mí, preocupada.
               -¿Te encuentras peor?
               -¿Sabes qué día es hoy?-le pregunté, y Diana frunció el ceño.
               -¿Es una pregunta trampa?
               -No, Didi, de verdad, ¿qué día es hoy?
               -16-contestó, entrecerrando los ojos-, ¿por qué?
               -Creo que ya sé por qué tengo náuseas-susurré, volviéndome hacia el calendario y echando cuentas. Diana se puso de puntillas para ver por encima de mi hombro.
               -¿A qué te refieres?
               -Tengo un retraso-anuncié, y ella parpadeó, estupefacta-. Debería haberme dado cuenta, me tendría que haber venido la regla a principios de mes, pero con lo de los turnos…
               -¿Estás… embarazada?-espetó, como si fuera una locura siquiera planteárselo. Le puse un dedo en los labios y negué con la cabeza.
               -Tenemos que asegurarnos todavía. Con los turnos, a veces, se nos revolucionan las hormonas.
               No quería hacerme ilusiones. Ya me las había hecho otras veces y lo había pasado fatal. Siempre me terminaba despertando con las bragas un poco manchadas, y con unas ganas de llorar tremendas. Tommy también se había entusiasmado en un par de ocasiones, y casi me dolía más decírselo a él que mirar la prueba de que, otro mes más, seguía sin quedarme en estado. Me dolía cómo trataba de ser fuerte por los dos, me abrazaba y me consolaba cuando lo único que él quería era llenar esa casa con los ruidos de un bebé.
               Diana me metió en el coche y saltó al asiento del conductor, condujo como una loca hasta la farmacia más cercana y regresó a casa derrapando. A punto estuvimos de atropellar a un anciano, pero estábamos tan aceleradas que ni nos dimos cuenta. Nos metimos en el baño y leímos las instrucciones del test de embarazo, nerviosas. Tuve que leer el prospecto tres veces antes de comprender lo que se esperaba de mí.
               -¿Quieres que salga?-preguntó Diana cuando saqué el palito azul y blanco de su envoltorio y lo examiné. Le apreté la mano.
               -Quédate, por favor. Tú también eres parte de esto.
               Diana asintió con la cabeza, me cogió la mano y se quedó a mi lado mientras orinaba sobre la parte del test señalada a tal efecto. Los cinco minutos que siguieron antes de que éste diera su resultado se me hicieron eternos.
               Por suerte para nosotras y el resto de mujeres del mundo, los test ahora tenían con una pequeña pantalla que te indicaba con palabras qué ocurría dentro de ti. Ya no había líneas borrosas que identificar, sino una palabra simple que leer.
               Me llevé una mano a la boca, sin poder creérmelo.
               Embarazada, rezaba el test, 3-4 semanas.
               Diana y yo nos miramos un segundo, anonadadas. Una sonrisa se extendió por su boca, una sonrisa feliz, ilusionada, cargada de sueños.
               -Lay…
               -Voy a hacerme otro. Para estar segura.
               El siguiente dio el mismo resultado.
               Y el tercero.
               Diana no me dejó abrir la cuarta caja.
               -¡Lay, Lay, Lay, vas a ser madre!-celebró, dando brincos.
               A modo de celebración, cambiamos las sábanas de la cama, reorganizamos los muebles de la casa y nos pasamos medio día en la cocina. Cuando Eleanor vino con Aisha a pedirnos azúcar, y de paso que nos quedáramos con la niña (hacíamos de canguro cuando ella y Scott necesitaban un poco de tiempo conyugal), nuestra cuñada nos miró con perspicacia.
               -¿Qué tramáis?-preguntó. Me sentí un poco mal por no decírselo en aquel momento, pero sentía que Tommy debía saberlo antes que ella. Al fin y al cabo, era el padre del bebé que crecía en mi interior. Diana y yo negamos con la cabeza-. Que sí, que sí, que os traéis algo entre manos, ¿qué es?
               -Me han ofrecido abrir un show de Chanel-mintió Diana. Eleanor frunció el ceño.
               -Pero, ¡si ya has abierto un montón!
               -Sí, pero no en la semana de la moda de París-espetó la americana, y Eleanor asintió con la cabeza, sorprendida. Jugamos con Aisha, la entretuvimos, y Diana se la llevó abrazada al pecho a casa de sus padres cuando se acercó la hora de la vuelta de Tommy. Yo habría llevado a la niña gustosa, pero la americana insistió en que no debía cargar peso, teniendo en cuenta mi estado.
               -Didi, ¡pero si es microscópico!-me eché a reír.
               -Me da igual; eres la primera madre de esta familia y no consentiré que hagas nada para escaquearte de tu beber para con la raza humana-le dio un beso a Aisha en la cabeza-. No le digas a los de Planet Parenthood que he dicho esa movida-añadió antes de irse. Yo me quedé en la cocina, preparando las carrilleras al vino que cenaríamos esa noche.
               Cuando llegó Tommy, Diana y yo estábamos sentadas en el sofá, con la televisión encendida pero sin verla realmente, vestidas con sendas blusas y pantalones elegantes que nos realzaban el busto y nos hacían sentir increíblemente guapas (bueno, Diana lo estaba siempre).
               -Hola, chicas-saludó, colgando su abrigo y descalzándose. A modo de contestación, soltamos una risita cómplice. Él frunció el ceño, sin comprender-. ¿Qué pasa?
               -Nada, nada-balamos cual corderitos, levantándonos y yendo a acariciarle el cuello, los hombros, y darle un beso de bienvenida a casa.
               -Hemos hecho la cena-expliqué cuando él olisqueó el aire, tratando de descifrar el aroma. Me puso las manos en las caderas, haciendo que me derritiera, y estudió mis ojos.
               -… vale-cedió, sabiendo había algo raro, pero sin identificar el qué. Lo llevamos hasta la cocina y lo obligamos a sentarse a la mesa, y yo observé con diversión cómo no sabía qué hacer, acostumbrado a ser él quien nos ponía la comida a nosotras, y no al revés. Diana colocó una botella de vino sin abrir en el centro y él, agradecido, se levantó para descorcharla. Vertió el líquido rubí en la copa de Diana y luego se inclinó a la mía.
               -No, a mí no-susurré, tapándome la boca-, pero gracias, T.
               -¿Seguro?
               -Sí-sonreí. Me dolían las mejillas de tanto hacerlo durante todo el día. Diana me miró, se sentó, se mordisqueó los labios, impaciente.
               -¿Qué pasa?-preguntó Tommy, mirándonos a ambas. Te lo juro, a veces parece tonto.
               Sin decir nada, me levanté, fui hasta el salón, donde habíamos dejado los test positivos metidos en una cajita con un lazo, a modo de regalo (había sido idea de la americana) y volví con ella a la cocina. Se la entregué a Tommy, que la cogió con desconfianza.
               -Joder, ¿qué día es hoy? ¿Se me ha olvidado algo?
               Negamos con la cabeza, como si a él se le olvidaran las fechas importantes, o algo así.
               Diana estiró la mano y entrelazó los dedos con los míos mientras Tommy tiraba del lazo, temblando de los nervios, y abría la caja. Se quedó mirando los palitos blancos y azules un momento, sin comprender.
               Recogió uno y lo leyó.
               Dios, qué precioso se ponía cuando era feliz. Levantó la vista, estupefacto, nos miró a ambas, y volvió a bajar la mirada. Leyó la palabra de dentro de la pantalla y, a continuación, sacó los otros dos test, con el mismo resultado.
               Se le llenaron los ojos de lágrimas. Tragó saliva, emocionado, y se me quedó mirando.
               -¿Es verdad?-dijo con la voz rota. Estaba a punto de llorar. Asentí con la cabeza.
               -Sí-susurré-, vas a ser padre, Tommy.
               -Dios-susurró-. Dios-se puso en pie y me abrazó-. Dios, te quiero. Te quiero, te quiero, te quiero, gracias-musitó, besándome en los labios, la cara, los hombros, abrazándome muy fuerte. Se separó de mí y me tocó la tripa, todavía plana. Depositó con cuidado la palma de su mano en mi vientre y sonrió, como si ya pudiera ver a nuestro hijo creciendo dentro de mí. Me besó, me besó una y mil veces, me acarició el pelo y lloró contra mi cara y me volvió a besar, y luego miró a Diana, la cogió de la mano, la atrajo con nosotros y también la besó.
               -¿Podemos ir a la cama?-pidió, y yo me estremecí. Qué bueno era, qué mono, qué tierno, qué todo-. Me gustaría celebrarlo.
               Sabía lo que me estaba pidiendo, y yo estaba más que dispuesta. Diana no parecía muy convencida, aún un poco cohibida por la situación y sin terminar de digerir la noticia.
               -¿Seguro que no queréis estar solos?-preguntó, mirando a Tommy, mirándome a mí, pidiendo permiso para compartir a nuestro chico. Yo asentí con la cabeza, claro que no me importaba, claro que era parte de mi familia.
               -Mis hijos son los tuyos-le dijo Tommy, besándole los nudillos-. No importa si les da a luz Layla.
               Diana sonrió, emocionada, asintió con la cabeza y tiró de él, que tiró de mí. Nos desnudamos e hicimos el amor muy, muy despacito. Incluso nos dolió lo lento que fue, el cariño que le pusimos.
               -Dentro de poco, cuando Layla tenga tripita-sonrió Diana, con mi boca en sus pechos y los dedos de Tommy en su interior-, esto va a considerarse más bien una orgía.
               Tommy se rió, yo también me reí, y eso tuvo un efecto curioso en nuestra unión. Terminamos, nos vestimos, y bajamos a cenar. Nos reímos y nos besamos y nos dimos mimos y puede que nos metiéramos mano un poquito más de la cuenta, pero estábamos tan felices…
               Después del postre, él se levantó.
               -Tengo que ir a contárselo a Scott-se excusó. Diana y yo le miramos.
               -Tommy, aún es pronto-intentó detenerle la americana.
               -Tiene que saberlo. Quiero que lo sepa. Es mi hermano.
               -Tommy, ¿y si da mala suerte?
               -Es imposible. Nadie nos quitará a nuestro bebé, Lay. Nadie-me prometió. Conseguimos convencerle de que no se fuera, que esperara un poco, a que todo estuviera más asentado.
               Aguantó un día. En cuanto Scott y él se encontraron, al día siguiente, cuando trajeron a Aisha porque la chiquilla quería probarse los vestidos de las galas de Diana, Tommy y Scott se miraron y yo supe que las promesas que nos había hecho el día anterior acababan de esfumarse.
               Apenas abrió la puerta y lo vio, espetó:
               -Layla está embarazada.
               Scott se quedó clavado en el sitio, estupefacto. Me miró a mí y luego miró a Tommy de nuevo. Sus ojos saltaron de uno a otro durante un tiempo.
               Hasta que se giró, movido por un resorte.
               -¡ELEANOR!-gritó, y su mujer apareció corriendo por la puerta del pasadizo, con las mejillas coloradas y semblante preocupado.
               -¿Qué? ¿Qué? ¿Está mal la niña? ¿Qué pasa, mi amor?
               -Thomas-exigió Scott-, rpeite eso.
               Tommy se levantó y Eleanor se lo quedó mirando, preocupada, considerando las posibilidades de que Scott y Tommy se hubieran vuelto locos.
               -Layla está embarazada.
               Eleanor abrió muchísimo los ojos, se volvió hacia mí, asentí con la cabeza… y sonreí. Su felicitación se ahogó en la de Scott.
               -¡ASÍ SE HACE, JODER!-le dio una palmada a Tommy en la espalda-. ¡VAMOS A LLAMAR A LOS DEMÁS! ¡ESTO HAY QUE CELEBRARLO! ¡LA MADRE QUE TE PARIÓ, THOMAS, ESTOY TAN ORGULLOSO DE TI, TE DARÍA UN PUTO MORRO AHORA MISMO!
               Aisha miró a su padre y su tío, expectante. Le gustaba mucho ver a Chad y Aiden besarse porque lo consideraba “una tradición muy irlandesa”. A la pobre no le cuadraban las cuentas cuando Logan traía a casa a sus novios y se besaba con ellos, porque Logan era inglés y Aisha creía que los ingleses nos besábamos con gente de diferente sexo, y los irlandeses, con gente del mismo.
               Eleanor se acercó a mí y me tocó el vientre, de la misma forma en que lo había hecho su hermano pero no con la misma adoración que él.
               -¿De cuánto estás?
               -De tres semanas, aproximadamente.
               -¿Y cuándo se puede saber si es niño o niña?
               -¿Te imaginas que es niño?-interrumpió Scott-. Un novio para mi nenita.
               -Mira, ojalá sea un niño para ponerle Yasser-lo pinchó Tommy, y Scott sonrió.
               -Escúchame, le pones a tu hijo Yasser por mí, y yo dejo de responder a Scott, ¿qué coño te parece?
               -Me parece que le voy a poner tu puto nombre, respondas por el que respondas, porque tu puto nombre tiene que ser para uno de mis hijos.
               -Mira, Tommy, como tengas un niño y le pongas mi nombre, es que me escapo contigo de luna de miel-le prometió Scott.
               Por suerte para la relación de Diana y mía con Tommy, y el matrimonio de Scott y Eleanor, yo llevaba en mi interior a una niña.
               Así que no hubo ningún intento de fuga que fracturara nuestras vidas.


Me moría de ganas de volver a casa y poder tumbarme en el sofá a ver una película, tapada con la manta, con Tommy acunándome con su respiración y acariciándome la tripa después de hacerme un pequeño masajito en los pies. Me quedaban unos pocos días de trabajo antes de la baja por maternidad, y estaba deseando irme a casa para no hacer absolutamente nada.
               O, al menos, eso pensaba cuando estaba en el trabajo. Porque, cuando llegaba a casa y todo el mundo me acribillaba a visitas, me moría de ganas por regresar al hospital y ocuparme de los niños, atender a cuantos me fuera posible y hacerles la vida un poco más amena.
               Además, hoy era un día especial. Después de casi dos meses fuera de casa, Diana volvía como la hija pródiga tras triunfar en las pasarelas. Tommy saldría antes del restaurante y se dedicaría a elaborar la cena de la noche, consistente en los platos preferidos de la americana y el postre más delicioso del mundo, que cada día variaba, y que ya me había hecho engordar medio kilo más de lo que debería.
               Pero confiaba en que mi pequeña viniera sana. Los chequeos y mi alma así lo señalaban, y yo tenía fe en ella. Me moría de ganas de ver por fin su carita, poder abrazarla, achucharla y no soltarla nunca, nunca, nunca. Solía soñar con ella por las noches y me despertaba de un humor increíble, feliz y a gusto con la vida, a pesar de los continuos dolores y molestias que me ocasionaba el embarazo.
               Me masajeé la parte baja de la espalda y recogí el historial del pequeño de la 37A. Bebí un vaso de agua, me cambié la coleta de lado y entré en la habitación después de comprobar que todo estaba en orden. Inconscientemente, me llevé la mano al vientre mientras me acercaba al pequeño, de piel traslúcida por el tiempo que llevaba dentro de la habitación, sin recibir luz solar, al menos no directamente, y cabeza completamente calva.
               Leucemia. A cuántos niños nos habría arrebatado, sólo en ese hospital.
               Pero el pequeñín parecía estar superándola, lo cual me llenaba de alegría. Siempre lo pasaba muy mal cuando uno de ellos caía en picado y no nos daba tiempo a recogerlo. Los médicos más veteranos decían que pronto me acostumbraría a la decepción, pero cada vez que yo tenía que firmar el parte de defunción de uno de aquellos niños a los que había visto reír, jugar e incluso llorar, se me partía el alma. Lloraba en silencio en mi consulta por el fallecido del día, demasiado frustrada y enfadada con el mundo como para pensar que aquello era ley de vida.
               -Hola, guapo-saludé-, ¿cómo estás hoy?
               -Estoy bien. Me han traído galletas con forma de dinosaurio. Mira-el niñito en cuestión me tendió una, y yo sonreí y la recogí.
               -Qué rica, ¿puedo comérmela?
               -¡No!-espetó, y se echó a reír-. ¡Ya estás muy gorda!
               -¡Frederick!-le regañó su madre, pero yo hice un gesto con la mano, para indicar que no pasaba nada. No me había ofendido, pues no lo decía con mala intención.
               -¿Por qué estás gorda de tripa, si tienes los brazos bien?-quiso saber.
               -No estoy gorda, cariño-respondí, anotando sus constantes y tomándole la temperatura-. Estoy embarazada-expliqué, y cuando vi su cara de confusión al no relacionar los dos conceptos, continué-: estoy esperando un bebé. Lo tengo dentro, aquí-dije, tocándome el vientre. El niño alzó las cejas.
               -¿Te lo has comido?-espetó, mirando a su madre con temor, preguntándose cómo un monstruo devora-bebés podía trabajar en un hospital.
               Me eché a reír.
               -No, cariño. De hecho, está creciendo.
               -¿Cómo?
               -Pues verás-dije, sentándome en la cama al lado de él, y le di un pellizco en la nariz-. Mi novio y yo hablamos con unos duendecillos, y ellos entraron en mi tripa por mi ombligo, y ahora lo están montando.
               -¡Ooooooooooooh!-festejó el niño, ya más convencido. Sospechaba que lo interesante del asunto para él eran los duendes-. ¿Y hacen cosquillas?
               -Muchísimas, amor-sonreí-. ¿Sabes? A veces, ponen musiquita, y el bebé baila.
               -¿Que baila?-soltó, estupefacto, y yo asentí.
               -Sí, da pataditas y baila al son de su música.
               -¿Podemos ponerle música ahora para que baile?-pidió, girándose hacia su madre. Yo sonreí, quitándome el estetoscopio.
               -No podemos poner música porque molestamos al resto de niños de la planta-le dije-, pero, si quieres, puedes escuchar su corazón. ¿Te apetece?-dije, tendiéndole los auriculares. Por toda respuesta, el niño se los metió en los oídos y esperó a que yo me llevara la parte redonda al vientre. Abrió mucho los ojos, oyendo los latidos de mi niña aumentados por la simple tecnología del aparato.
               A mí me encantaba hacer eso cuando estaba en casa. Adoraba la sensación de calor y amor que desprendía mi hogar cuando me tumbaba en la cama y me ponía a escuchar los latidos del corazón de mi niña. Tommy solía ponerse entre mis piernas para escucharla mientras me acariciaba el vientre y me besaba. Dios, qué buen padre iba a ser cuando ella naciera. Ya estaba dispuesto a morir por ella a pesar de que ella ni siquiera había nacido.
               Le di un beso en el pelo al chiquillo y asentí en dirección a la madre cuando me dio las gracias. Un día menos, pensé, mientras metía las observaciones del día en el fichero de la puerta y me encaminaba hacia la máquina de cafés, saboreando ya el chocolate de primera ronda.
               Lo bueno del embarazo era que podía volver a casa un poco antes, así que al terminar la segunda ronda, pedí que me relevaran y me fui, con los pies hinchados y unas ganas tremendas de echarme a dormir. Empujé la puerta de casa e inhalé el aroma de las flores del jardín, que seguía cuidando con la ayuda de Aisha, a quien le encantaba ensuciarse las manos con la tierra y que era muy buena siguiendo instrucciones.
               -Voy a hablar con mi madre para denunciarte por explotación infantil, Lay-solía bromear Scott, pero Aisha negaba con la cabeza y hundía la nariz en las flores para inhalar su perfume, feliz y disfrutando de la vida. Scott se reía, negaba con la cabeza y se metía en casa para preparar con Tommy algo de merendar.
               -Estamos en casa-anuncié, dejando caer las llaves en el cuenco y cerrando la puerta detrás de mí. Desde que había tenido que empezar a usar la ropa de premamá, había cogido la costumbre de hablar de mí misma en plural. Eleanor también había cogido esa costumbre después de leer que el estado de ánimo de la madre influía en el del bebé, así que había dedicado los nueve meses de su embarazo a brincar de un lado a otro proclamando que “estaban muy felices, ¿verdad que sí, Aish?”, le decía a su tripa, le daba un beso a su marido y luego se volvía a ir brincando.
               Tommy se asomó a la puerta de la cocina, cubierto de harina hasta las cejas. Scott apareció detrás de él. Cómo no.
               -¡Tía Layla!-celebró Aisha, tirando sus coches de juguete al suelo y corriendo hacia mí. Chocó contra mi tripa, que yo ya tenía protegida por las manos.
               -¡Ogh, qué ímpetu!-protesté, pero miré a Scott y negué con la cabeza, deteniendo su riña hacia la niña.
               -¿Sabías que eres mi tía por mi mamá y no por papá?
               Me quedé mirando a Tommy y Scott, que asintieron con la cabeza y se encogieron de hombros.
               -¡Anda! ¿Y eso?
               -Resulta que papá y tío Tommy no son hermanos de verdad. Pero mamá y tío Tommy, sí. ¿Te lo puedes creer? ¡Si son chico y chica! ¡Ha tenido que haber una equivocación!-se llevó las manos a la cara y yo me eché a reír.
               -¿Quién te lo ha contado?
               -Mamá.
               -Mamá lo que tiene es envidia-respondió Tommy, riéndose. Se acercó a mí y me rodeó la cintura con las manos, se puso de puntillas para salvar mi abultado vientre y me saludó con un sensual hola y un beso.
               -¡Es que no tiene ningún sentido! Papá y tú sois chicos. Mamá es una chica. ¡¿Cómo vas a ser mi tío porque seas hermano de mamá?!
               -Sabrae, Shasha y Duna son tus tías-reflexionó Scott-. Y son mis hermanas. No tienes que ser chica para tener hermanas, Aisha.
               -¡Eso no tiene sentido!-lloró la niña. Scott se rió.
               -Así es la vida, tesoro. Ya te irás acostumbrando-respondió, cogiéndola en volandas y dándole un sonoro beso en la mejilla. Aisha se revolvió y protestó por el contacto inesperado, pero su sonrisa delataba lo mucho que le gustaban las atenciones que le dedicaba su padre.
               Scott y Aisha se fueron a su casa y nos dejaron a Tommy y a mí un rato a solas. Él me besó, me acarició la tripa, sonrió mientras el bebé daba patadas en mi interior, como anticipando que Diana pronto estaría en casa y la familia estaría completa, y, después de un delicioso masaje en los pies, se fue a la ducha. Yo me quedé tendida en el sofá, mirando la televisión y dándole mimos a mi abultado vientre mientras esperaba a que llegara la hora de recoger a Diana en el aeropuerto.
               Cuando volvió la americana y le anunciamos qué nombre íbamos a ponerle, se echó a llorar de felicidad. Nos abrazó y nos dio besos y las gracias, y, después de cenar y de que yo me marchara a la cama, se quedó acurrucada contra Tommy un ratito antes de armarse de valor y confesarle que había cambiado de parecer: ella también quería quedarse embarazada, también quería tener un hijo con él.
               Se pusieron manos a la obra esa misma noche, pero no hubo suerte.
               Sin embargo, toda tristeza que pudieran albergar sus corazones se disipó a medida que se acercaba la fecha en la que salía de cuentas. Chad y Aiden hicieron coincidir su visita para entregarnos en persona las invitaciones de boda (a ver cuándo hacéis la vuestra, nos picó nuestro irlandés) con los días en que se suponía que yo debía dar a luz.
               Nuestra hija se hizo de rogar. Mis padres y mi hermano se trasladaron a Londres para la ocasión; Louis y Eri les acogieron en su casa mientras nosotros ocupábamos el piso de los padres de él, mucho más céntrico y cercano al hospital. Tommy dejó de ir al restaurante para no perderse nada, Scott volvió a casa de sus padres con Aisha y Eleanor para estar más cerca, y Chad y Aiden se quedaron en el hotel donde Tommy, Diana y yo nos habíamos acostado por primera vez.
               El bebé decidió venir al mundo un día antes de la cita que había pedido para que me provocaran el parto. Llevaba casi 10 meses de embarazo cuando por fin rompí aguas. Tommy solía bromear con que se notaba que era hija suya porque le gustaba estar dentro de mí, a lo cual yo respondía dándole un manotazo en el hombro y haciéndome la ofendida pero sin sentírmelo realmente.
               El parto fue horrible. Nada de lo que te puedan decir de él te prepara para lo que sientes. Todas las metáforas se quedan cortas: ni abrirte en canal con una motosierra, ni pasarte por encima con un camión. Tienes que expulsar de tu cuerpo a una sandía por un agujero en el que a duras penas entra una pelota de tenis.
               Tienes que abrirte.
               Y eso duele. Mucho.
               Por suerte para ti, todo el mundo espera que lo pases muy mal y prácticamente celebra tu dolor. Yo no llegué al extremo de romperle una mano a Tommy mientras él me sujetaba y me animaba a que empujara, como sí había ocurrido con Vee y Niall, pero no sería porque yo no lo intentara. Él aguantó, estoico, mis insultos y mis amenazas, le grité que le odiaba y que nunca le perdonaría el que me hiciera pasar por semejante dolor, a lo que me respondió con asentimientos, te quieros, besos en la frente y caricias mientras me susurraba que lo estaba haciendo muy bien.
               Llegué a odiarle, detesté cada fibra de su ser que era incapaz de cabrearse conmigo igual que yo lo estaba con él. Detesté cómo se ponía nervioso y a la vez mantenía la calma, detesté cómo continuaba siendo adorable en una situación límite como puede ser el nacimiento de un hijo. Scott estaba al otro lado de la puerta hecho un manojo de nervios, y eso que la pequeña que venía en camino sólo era su sobrina. Quería que Tommy se pusiera histérico igual que se lo había puesto Scott en el parto de Eleanor, quería tener una excusa para no sentirme como una mierda en el rincón de mí en que se acurrucaba la conciencia de lo que había sido toda mi vida y dejaría de ser en unos instantes: un ser independiente, el último eslabón de la cadena que era mi familia, la Layla a la que todo el mundo conocía.
               Llegué a odiarle, a detestarle y a tenerle asco durante unas horas.
               Y todo se disipó en el momento en que la escuché. Me dejé caer en la cama, agotada, mientras Tommy la miraba con ojos como platos, enamorado, enamorado ciegamente de una criatura de segundos de vida. Escuché su llanto hacerse con los ruidos de la habitación y haciendo que el mundo bajara de volumen. Después de un segundo de descanso, por fin, conseguí reunir las fuerzas suficientes de nuevo para incorporarme y tratar de mirarla.
               -Tommy-susurré. La primera palabra que dije siendo madre era el nombre del hombre que me había convertido en aquello, el hombre que había cumplido mi sueño, el hombre que en sí mismo era un sueño-, Tommy, déjame mirarla.
               Tommy la sostuvo entre sus brazos, le cortó el cordón umbilical y la depositó en los míos. Estaba sucia, viscosa y empapada en sangre, mi sangre y la suya. Berreaba como una descosida y estaba arrugadita y bastante roja.
               Era preciosa.
               Era perfecta.
               Mi hija.
               La niña que llevaba el nombre de una canción.
               -Mi niña-murmuré, acariciándola con los dedos y sosteniéndola contra mi pecho. Me encantaba su olor, su textura y todo lo que ella conllevaba. Tommy se acercó a nosotras y nos acarició. Me dio un beso en la frente y otro a ella, me besó en los labios y a ella le comió los deliciosos mofletitos. Terminó de limpiarla y fue a la puerta mientras yo la estudiaba, sin poder creer todavía que estuviera por fin allí, con nosotros.
               Había dejado de ser mía y a la vez jamás dejaría de pertenecerme.
               Diana, Scott, Eleanor, Chad y los abuelos de la pequeña entraron en tromba en la habitación. Se la quedaron mirando mientras ella se calmaba y se giraba hacia mí, reclamándome como suya y reconociéndome a la vez como su dueña. La besé, una y mil veces, sintiendo que un amor inconmensurable me inundaba.
               Descubrí que amaba a Tommy, amaba a Diana, amaba a mis padres, amaba a mi hermano… y a la vez no me importaban nada, nadie me importaba nada al lado de mi pequeña. Se merecía el mundo. Se merecía todo el universo, que le bajara las estrellas y le permitiera jugar con ellas entre sus diminutas manos.
               Levanté la mirada y busqué a Chad. Él había compuesto una canción sobre su hermana, con su mismo nombre como título, como una vez hiciera Zayn con Sabrae.
               Olivia se merecía eso. Se merecía eso y mucho más.
               -Tienes que ayudarme a escribir una canción que lleve su nombre. La canción más preciosa de todas-dije, agotada. Y Chad sonrió, asintió con la cabeza y se llevó una mano al corazón, jurando en silencio.
               Dedicaríamos todos nuestros esfuerzos a devolverle al universo los regalos que nos estaba haciendo. A hacer que el mundo supiera hasta qué punto mi pequeña era arte.
               Mi preciosa hijita, de ojos de un decepcionante color marrón. Siempre que había soñado con ella, en su mirada habitaban los océanos que se agitaban en los de su padre.
               Pero no importaba. Estaba con nosotros, estaba sana, era preciosa y era perfecta.
               Era todo lo que una chica cuyo nombre procedía de una canción tenía que ser: arte, en estado puro.
               Mi pequeña.
               Mi hija.
               -Olivia-susurramos Tommy y yo a la vez.

               

5 comentarios:

  1. TE JURO QUE YO NO SÉ COMO LO HAGO PERO SIEMPRE ACABO ADIVINANDO ALGO. EL CAPÍTULO ES PRECIOSISIMO.EL TRÍO ME HA DEJADO EN EL SUELO Y LAYLA Y DIANA Y TOMMY AUN MÁS, QUIERO QUE ME ADOPTEN.VER COMO SCOMMY SON INCAPACES DE VIVIR A MÁS DE DOS METROS ME CALIENTA EL ALMA Y SCOTT Y AISHA ME HA DEJADO EN LA MIERDA LITERALMENTE.YA NO QUEDA NADA Y ME ESTOY PONIENDO TRISTÍSIMA, NO.QUIERO QUE SE ACABE JO.
    PD: LA APARICIÓN ESPORÁDICA DE ALEC. IT IS A YES FROM ME.

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  2. Madre mia. MADRE MIA EL TRIO. MADRE MIAAAAAAAAAAAA. ME HE PUESTO HASTA MALA DE LO CACHONDA QUE ESTABA. ESTOS TRES ME DAN LA VIDA JODER. AMO TODO. YO NO SE COMO VAN ACABAR ESTOS TRES PERO CHICA QUE VAN A TENER HIJOS Y SIGUEN LOS TREN JUNTOS, YA NO LOS SEPARES QUE A MI ME DA ALGO.
    Scott con hija es lo del mejor del mundo. Es el puto Nirvana de la vida. Tiene que ser tan buen padre que lloro de imaginarmelo. Al igual que lo sera Tommy. Aisha y Olivia van a ser los Tommy y Scott en chica y mira no puedo llorar mas. Amo mi familia joder.
    POR CIERTO, CUANDO HA APARECIDO EL PUTO ALEC JAJAJAJAJA MIRA DE VERDAD, YO LE COMIA TODA LA TROMPA DE ELEFANTE QUE TIENE.
    no me puedo creer que esto esté terminando de verdad, estot super amo, vot a ponerme musica triste y a llorar

    -Patricia

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  3. ESTOY SUPER FELIZ POR TOMMY Y POR SCOTT QUE SE VAN AL ESPACIO JODER
    EL TRIO HA ESTADO SUPER A LA ALTURA MUY BIEN ERIKA MAS CINCUENTA PUNTOS PARA TI LO MEJOR DE TODO LAYLA Y DIANA MORREANDOSE CIENTO TREINTA CAPITULOS PARA ESTO
    TIO TENIA MUCHO MIEDO DE QUE SCOTT Y TOMMY VIVIERAN LEJOS Y SE ACABARAN DISTANCIANDO MENOS MAL QUE MIS HIJITOS HAN USADO EL CEREBRO PARA ALGO POR UNA VEZ EN SU VIDA
    EL MOMENTO EN EL QUE LAYLA LE DICE A SCOTT QUE ÉL Y ELEANOR HACEN COSAS INCREÍBLES JUNTOS Y ÉL MIRA A SU HIJA POR FAVOR ESTOY LLORANDO MI CORAZONCITO NO PUEDE CON ESTO
    TOMMY Y LAYLA ACABANDO JUNTOS VIVIR PARA VER VAMOS NO HABRIA APOSTADO NI UN EURITO PERO VAYA QUE ME ALEGRO MUCHÍSIMO DE QUE ACABEN LOS TRES JUNTOS SUPER BIEN Y APRENDAN A VIVIR CON ELLO LARGA VIDA A DAYMMY
    QUIERO QUE LLEGUE YA EL CAPITULO DE TOMMY PARA VER COMO TRATA A OLIVIA PERO A ÑA VEZ NO PORQUE SE QUE VA A SER EL ULTIMO LLORANDO MUCHISIMO ERIKA QUE ESTO SE ACABA
    LA APARICION ESTELAR DE ALEC GRACIAS DIOS

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  4. El trío ha sido increíble y más de lo wue esperaba...
    La aparición de ALEC OLE por su trompa de elefante entre las.piernas.
    Scommy viviendo juntos prácticamente. Scommy hiendo al espacio. Scommy queriendo que sus hijos estén juntos. Scommy puteandose en los partos. Viva scommy
    El trío juntos para siempre. Que grande que les hayas dado ese final

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  5. TOMMY SIENDO EL PILAR DE CTS ME ENCANTA PORQUE EL PUTO PILAR DE 1D ERA LOUIS Y ESO NO ME LO PUEDEN NEGAR
    Alec volviendo de África para el cumpleaños de Tommy aw qué monísimo es ❤
    EL TRIO MADRE MIA ESTOY CHILLANDO
    SCOMMY YENDO AL ESPACIO JODER Y TODA LA ÚLTIMA PARTE DE LAYLA/TOMMY/DIANA DESCUBRIENDO LO DEL EMBARAZO Y CONVIRTIÉNDOSE EN PADRES HA SIDO PRECISA ❤
    Aisha es monísima ❤

    "No quiero saber cómo es el cielo, si lo de aquí abajo es así de perfecto."

    - Ana

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