domingo, 10 de diciembre de 2017

Origen.

Empujé la puerta con entusiasmo mientras me recolocaba el jersey. Me saqué los rizos del cuello de algodón y le di la vuelta.
               Scott dio un brinco en la cama y cerró a toda velocidad la tapa de su ordenador portátil.
               -¿No sabes llamar?-ladró, antes de que yo pudiera pedirle disculpas. Que se pusiera tan chulito sin yo darle motivos me irritó. Con lo que me había costado convencer a papá y mamá para que me dejaran ir con él, para ver las luces de navidad del centro con Amoke… y ahora él se hacía el ofendido.
               -¿Qué hacías?-pregunté, entrando en la habitación. Scott se puso colorado, colocó su ordenador a un lado de la cama y se incorporó.
               -Nada-respondió, tirando de su sudadera y fulminándome con la mirada, retándome a seguir.
               -¿No estarías viendo vídeos guarros?-pregunté. Scott se puso aún más rojo, pillado con las manos en la masa.
               -¡Claro que no!
               -Mamá se disgustaría mucho si se enterara de que te gusta ver vídeos guarros.
               -¡No veo vídeos guarros, pesada! ¡Fuera de mi habitación, venga!-tronó, caminando hacia mí y empujándome en dirección a la puerta, pero yo me resistí.
               -¿Por qué te gusta verlos? Con lo bonita que es la ropa que le ponen a algunas actrices en las películas, ¿qué sentido tiene que quieras verlas desnudas?
               -¡Que no los veo!-respondió el, rojo de vergüenza, arrastrándome hacia la puerta.
               -Entonces, si no estabas viendo vídeos guarros, ¿me enseñas lo que estabas viendo?
               -No.
               -¿Por qué?
               -Son cosas de mayores-contestó, cogiendo el abrigo e interponiéndose entre la puerta y yo.
               -¿Lo ves?
               -Los mayores hacemos otras cosas que no son ver porno-espetó, cerrando de un portazo y haciendo un gesto con la cabeza en dirección a las escaleras. Como yo no me moví, me dio otro empujón.
               -¡Ay! ¡Mamá!-protesté, y desde la otra punta de la casa llegó la voz de mi madre nombrando a mi hermano, que puso los ojos en blanca, escupió un “chivata” y echó a andar hacia las escaleras. Le seguí al trote, con la mochila a modo de bolso en la que llevaría el móvil de papá y un poco de dinero colgada al hombro.
               Mamá nos recolocó la bufanda, se aseguró de que tenía bien puesto el gorro de lana gris y rosa, a juego con mi jersey azulado, y nos dio un beso en la mejilla.
               -Abrigaos. No cojáis frío-indicó, y luego se volvió hacia Scott-. No pierdas de vista a tu hermana.
               -No.
               -Cógela de la mano en los pasos de peatones.
               -Que sí.
               -Ni se te ocurra dejarla sola.
               -Que noooooooooo-baló Scott, poniendo los ojos en blanco y negando con la cabeza. Se mordió el labio y se sacó el teléfono del bolsillo.
               -No cojáis el metro a partir de las 7, ¿de acuerdo? Nos llamáis y os vamos a buscar. No quiero que vayáis en transporte público vosotros tan tarde.
               -Voy con Tommy, mamá-le recordó Scott.
               -No me importa. Cuando queráis volver, llamáis a casa y nos pasaremos a recogeros, donde sea. Id por sitios en los que haya gente, pero no demasiada gente, ¿entendido, hombrecito?-dijo mamá, tirando de la bufanda de Scott y dándole una vuelta alrededor de su cuello.
               -¡Mamá!-se quejó Scott-. ¡Que ya no soy un niño! Venga, ¿podemos irnos ya?
               -¿Lleváis los móviles con suficiente batería?-inquirió ella, y asentimos con la cabeza, enseñándoles la pantalla libre encendida-. Estupendo. Pasáoslo bien-sonrió, dándonos un último beso y abriendo la puerta para que pudiéramos salir.
               -¿A ella no le vas a decir nada sobre que sea obediente?-se quejó Scott, y mamá se echó a reír.
               -Ella ya lo es, ¿verdad, cariño?
               -Mucho, mami-sonreí, y me giré para sacarle la lengua a Scott, que puso cara de fastidio y no dijo nada más.
               Scott me dio la mano apenas atravesamos la valla de nuestra casa y echamos a andar a un ritmo apresurado hacia el sitio en el que habíamos quedado con Tommy. El Tomlinson nos esperaba dando vueltas sobre sí mismo, aburrido, con una bufanda que le tapaba medio rostro, unos guantes de esquiar en las manos y un abrigo que le hacía parecer el muñeco de Michelín. Se giró para mirarnos en cuanto nos vio aparecer por la calle y esperó a que le alcanzáramos. Sólo cuando llegamos a su lado me percaté en las dos figuras que había a su lado, un poco más altas que yo, pero menos que ellos.
               -Hola-saludé, tímida. Pensaba que sólo estaríamos Scott, Tommy, y yo. A lo sumo, podría venir Eleanor. Pero que viniera Mary me pilló un poco por sorpresa.
               Los ojos castaños de Mary se achinaron cuando la bufanda ocultó su sonrisa. Eleanor me dio un abrazo y me preguntó si estaba emocionada ante mi primera salida sin padres.
               Estaba un poco, muy nerviosa, la verdad. Me sentía como si acabara de cruzar una frontera invisible que ya no podía atravesar de nuevo. Me creía poderosa, fuerte y tremendamente independiente, no teniendo que ir de la mano de mamá o papá a todas partes.
               Era consciente de que Scott no me soltaría en los momentos en que más gente hubiera a nuestro alrededor, pero aun así me pareció que mi independencia no podía ser mayor.
               -Venga, al bus-ordenó Tommy, y él, su hermana y Mary echaron a andar, pero yo me quedé clavada en el sitio, temiendo decir nada.
               -Quieto, fiera-instó Scott, y Tommy se volvió hacia él-. Tenemos que ir a por Amoke.
               -¿Ella también viene?-preguntó en tono sorprendido, y Scott asintió. Tommy me miró y yo me puse colorada bajo su escrutinio de mar; el calor que me proporcionaron sus ojos hizo que me sobraran todas las capas de abrigo que me había puesto encima. Finalmente, se encogió de hombros y me pidió que le indicara la calle de mi amiga.
               -No sé cuál es-respondí, llevándome una mano a la boca, como hacía Duna cuando la pillaban con las manos en la masa, haciendo algo que sabía que estaba mal-. Pero sé llegar.
               -Algo es algo-contestó Tommy ante el suspiro de Scott, como queriendo tranquilizarlo. A veces quería más a Tommy que a Scott, él tenía mucha más paciencia que mi hermano, era más comprensivo y no te metía la misma prisa que te metía Scott.
               O, por lo menos, no lo hacía conmigo.
               Curiosamente, el comportamiento de Tommy conmigo era el mismo que el de Scott con Eleanor.
               La diferencia estaba en que a mí Tommy me gustaba mucho, mucho, mucho, pero no me gustaba lo suficiente como para ponerme roja y soltar risitas cada vez que él me miraba, como le pasaba a Eleanor con mi hermano.
               Recogimos a Amoke en su casa; atravesó el camino de la entrada como un bólido, resbaló con el hielo y la nieve acumulada y por poco se cae de culo. Por suerte, Scott y yo la cogimos antes de que tuviéramos que lamentar un mal mayor y, riéndose, mi amiga me dio un abrazo y me cogió de la mano.
               Nos subimos al bus entusiasmadas, contemplamos cada persona que se subía al vehículo con curiosidad, nos inventábamos historias por lo bajo para explicar sus pintas, nos las susurrábamos la una a la otra y nos reíamos cuando alguien nos pillaba elucubrando, alzaba una ceja o negaba con la cabeza, lamentando que la juventud de hoy en día no tuviera respeto alguno. Mary y Eleanor hablaban a toda velocidad de sus planes para Navidad (tenían pensado convencer a Eri y Annie para que las dejaran ir al a pista de hielo que habían montado en un barrio cercano al nuestro y pasarse las vacaciones suplicando a la madre de Eleanor que hiciera sus dulces navideños especiales), y Scott y Tommy se inclinaban en la pantalla del teléfono de este último, mirando la lista de tiendas del centro comercial al que tenían pensado llevarnos.
               Cuando finalmente llegamos a nuestra parada y me bajé del autobús, cogida de la mano de Scott y bien aferrada a él, con la de Amoke en la otra libre, y levanté la vista, me sentí un poco mal por Shasha. A las dos nos encantaba venir de compras navideñas con mamá y papá aprovechando los descuentos para coger jerséis con estampado de invierno, con renos y muñecos de nieve y rechonchos Papá Noel bordados con hilo gordo, dar una vuelta por las tiendas y luego sentarnos en una cafetería a tomar un chocolate caliente, limpiándonos la nariz mutuamente cuando nos la ensuciábamos con la bebida, y mirando las luces de Navidad de todos los colores, tamaños y formas. A Shasha le encantaban las luces de colores que se tendían por encima de las calles, colgadas entre los edificios, y que tenían forma de abetos, acebos, regalices de navidad o ángeles tocando trompetas.
               A mí me gustaban más las luces que se ponían en los edificios, las que escribían mensajes que iban cambiando, o imitaban copos de nieve cayendo, deslizándose por las fachadas de las tiendas como hojas marrones en otoño.
               A las dos nos encantaban los arbolitos que se colocaban en las entradas de las tiendas,  y cuando nadie miraba yo cogía un bastón de caramelo del más cercano y se lo pasaba a mi hermana, que comenzaba a chuparlo con cara de no haber roto un plato y se encogía de hombros cuando alguien le preguntaba de dónde había sacado esa golosina, como si fuera un milagro navideño.
               Scott se giró  y se me quedó mirando cuando me detuve para admirar un par de renos de luces doradas y plateadas en la parada del bus. Sonrió y me apretó la mano, me dio un beso en la mejilla, tocándome con una nariz helada, y dijo:
               -El fin de semana podemos venir con papá y mamá y traernos a las peques, ¿te parece, chiquitina?
               Asentí con la cabeza, arrebujándome en mi bufanda.
               La razón por la que Shasha no había podido venir con nosotros hoy era que, a pesar de que ya sabía que Papá Noel no era sólo “Papá”, aún era demasiado pequeña como para ir sola a un sitio tan abarrotado de gente como podía ser el centro de Londres en plena época de compras navideñas. Ella aún se distraía un poco y le era fácil quedarse atrás y perderse, y yo me moriría si a Shasha le pasaba algo, así que no podía imaginarme lo que sentiría mamá.
               Además, papá nos había prometido que, en cuanto se tomara un descanso del disco, nos llevaría a dar una vuelta por los jardines de palacio y pasaríamos el día viendo las esculturas de hielo que instalaban en Hyde Park. Iríamos todos juntos, puede que incluso comiéramos fuera de casa, y nos lo pasaríamos en grande viendo a los artistas callejeros y las figuras tan trabajadas que cada año abarrotaban nuestra ciudad.
               Me dejé llevar por Scott en dirección al centro comercial, con Amoke siempre de mi mano, encadenada a Tommy, que la traía bien sujeta por miedo a perderla. Eleanor se agarró a la mano de este último y Mary hizo lo mismo con la de ella, y juntos formamos una pequeña cadena humana que los turistas tenían que sortear en cuanto se nos ponían a tiro.
               Amoke y yo estábamos emocionadísimas, contemplando los puestos de manzanas asadas o caramelizadas y la nieve acumulada en las esquinas. Varias veces intentamos separarnos de los chicos para ir a coger un puñado de nieve y tirárselo a alguien, pero cada vez que yo hacía amago de soltarme Scott me regañaba y me agarraba con más fuerza.
               Para cuando entramos en el centro comercial, ya nos habíamos detenido cien veces y habíamos lloriqueado inútilmente para mi hermano y Tommy nos dejaran coger alguna golosina de los puestos de la calle. Nos quitamos las bufandas y las guardamos en nuestras mochilas, junto con nuestros gorros y los guantes. Amoke agitó su melena y yo le quité unos cuantos copos de nieve que debían de haberse caído de un tejado mientras avanzábamos por entre la gente.
               Eleanor y Mary se acercaron al mapa del centro comercial y empezaron a señalar las tiendas que querían visitar, pero Tommy alzó las manos.
               -¡Para, para, para!-le dijo a su hermana-. Primero, los regalos de papá y mamá, Dan y Ash. Luego, ya, si quieres, vamos a mirar juguetes.
               -¿Qué piensas regalarles a los pequeños-quiso saber Eleanor-, si no son juguetes?
               -Un plan de pensiones-respondió Tommy, y Eleanor frunció el ceño.
               -¿Qué es eso?
               -No sé, pero como papá no para de hablar de ello, supongo que es algo importante y, cuanto antes lo tengas, mejor-explicó su hermano, tomándole el pelo.
               -Sabes que un plan de pensiones no se puede regalar, ¿verdad?-intervino Scott.
               -Claro que se puede regalar, tío, ¡todo se puede regalar!
               -No todo-zanjó Eleanor.
               -A ver, tía lista, ¿cómo no voy a poder regalar un plan de pensiones?
               -Los planes de pensiones son cosas que hacen los adultos cuando están trabajando para luego tener pensión cuando son viejos-explicó Scott-. Es como una hucha.
               -¿Quién coño se pondría a guardar el salario en una hucha si el gobierno ya te da pensión?-espetó Tommy, y Scott se encogió de hombros.
               -Hay gente a la que le gusta ahorrar.
               -¿En serio? Dime una persona.
               -Ay, Tommy, ¡no lo sé!-estalló Scott-. ¡Pero que yo no conozca a nadie no significa que no los haya!
               -No les conoces porque no los hay.
               -Yo no conozco a ningún chino, ¿te crees que no hay chinos en el mundo por el simple hecho de que yo no los conozca?
               Tommy lo fulminó con la mirada.
               -A patadas-intervino Eleanor. Scott le sonrió y ella se puso roja hasta las orejas.
               -Gracias, El.
               -De nada, S.
               -Bueno, cuando termines de ligar con mi hermana-escupió Tommy, girándose sobre sus talones y echando a andar en dirección a las escaleras-, estaré en la librería, buscando ese libro que mi madre tanto quiere.
               -¡No puedes regalarle ese libro!-discutió Eleanor, corriendo tras él-. ¡Tenía pensado dárselo yo!
               -¡No estoy ligando con tu hermana!-protestó Scott, siguiéndoles. Amoke y yo echamos a andar tras ellos y les seguimos hasta el último piso. Entramos en la librería más grande que había en toda la ciudad y entre Scott y yo elegimos el regalo para papá y para Duna, después de encontrarnos con un libro de animales de cuento con un montón de texturas diferentes que a nuestra hermana más pequeña le encantaría.
               Encontrar algo para mamá y Shasha fue un poco más complicado, pero al salir del al librería y empezar a pasear por las tiendas, dimos con unos guantes para mamá y una lámpara de un osito panda para ella.
               Entonces, con los regalos ya comprados y apretujados en mi mochila (Scott no había traído nada porque no era nada previsor), me vi en el apuro de sorprender a mi hermano con un regalo que no podía comprar delante de él.
               Por suerte, él ya venía con la idea de coger algo para mí, así que cuando salimos de las tiendas, con los regalos ya empaquetados y guardados, y nos quedamos mirando un momento, Scott y yo nos echamos a reír. Tommy frunció el ceño, sin saber lo que pasaba. Mary se miraba los pies, esperando a que parásemos de reírnos y que la gente dejara de mirarnos como lo hacía, cuando, y Amoke simplemente mordisqueaba una galleta extraída del paquete que había traído guardado en su mochila.
               -¿Me esperas aquí mientras voy a por algo para ti?-preguntó Scott, pero yo negué con la cabeza.
               -Mamá dijo que no nos separásemos.
               -Volveré a por ti en seguida, pequeña-respondió.
               -Pero… mamá…
               -Mamá no se va a enterar. Y a ti no te va a pasar nada.
               -Es que yo… también tengo que ir a cogerte algo-respondí, mirando, indecisa, en derredor. Scott torció la boca, examinando como yo las tiendas cuando, de repente, se le ocurrió una idea.
               -Podríamos dividirnos, como en Scooby Doo-sugirió, y miró a Tommy-. Yo voy a por el regalo de Sabrae y tú vas con ella a por mi regalo. Y, de paso,  me coges el mío.
               -¿Quién te ha dicho a ti que yo te voy a regalar nada?
               -No sé, ¿el amor que me profesas?
               Tommy se echó a reír.
               -Vuela, venga. Nos vemos aquí en media hora. ¿Sincronizamos relojes?
               -Tío, tenemos los relojes del móvil, y se sincronizan al wifi de nuestra casa-respondió Scott, sacando el teléfono de su bolsillo. Tommy abrió los ojos y puso cara de tristeza-. Ahora, que si te hace ilusión, pues…
               -Me la hace.
               Scott suspiró, abrió la aplicación del reloj y comprobó que su hora era la misma que la de Tommy.
               Me dio un beso en la mejilla y me dijo que me portara bien antes de desaparecer entre la gente seguido de Eleanor y Mary, para hacer un equipo de 3 personas. Tommy se volvió hacia nosotras y nos contempló.
               -Vale, chicas, ¿qué tenéis pensado?
               -Una maqueta de una nave espacial-expliqué, y Tommy asintió con la cabeza.
               -Un clásico atemporal, me gusta.
               -No sé qué es “atemporal”-respondí. Tommy se encogió de hombros.
               -No importa. Vamos a por ello, y luego, si queréis, nos tomamos un batido. Conozco un sitio por aquí… ¿te parece, Amoke?-le dijo a mi amiga, que se había girado a contemplar el escaparate de una tienda de productos para animales.
               -¿Podemos cambiar el batido por venir a acariciar conejitos? Me encantan los conejitos-pidió, y Tommy se encogió de hombros.
               -Sois mujeres-respondió-, vosotras mandáis-sentenció. Así que subimos las escaleras, Tommy eligió los regalos para Scott y para Eleanor, bajamos al segundo piso y nos dirigimos a la tienda de animales, donde había un montón de conejitos esperando a ser acariciados. El dependiente hizo un gesto con la mano como diciendo “todos vuestros” cuando Tommy nos detuvo mientras escalábamos la pequeña verja que los encerraba en una esquina de la tienda, y Amoke y yo nos dejamos caer sobre los trozos de papel de periódico diseminados, esperando a que la marea de orejas inmensas y patitas pequeñas se acercara a nosotras como finalmente hizo.
               Tommy se quedó a nuestro lado, observando cómo hundíamos las manos en el pelo de las preciosas criaturas, y acariciando él también un cachorro de pastor alemán al que le hizo un montón de fotos.
               -¿Te lo vas a quedar?-preguntó Amoke, y Tommy negó con la cabeza con gesto triste.
               -Mi madre se puso muy mal cuando se murió su perro, así que no quiere ningún otro.
               -Eso es triste-respondí, y él se encogió de hombros.
               -Pero… éste va a tardar en morirse-observó Amoke-, le quedarán, por lo menos, 80 años. ¿Cuántos años tiene pensados vivir tu madre?
               -Los perros viven mucho menos que las personas-contestó él, dejando en el suelo el pequeño animal y permitiendo que se fuera con sus hermanos. Amoke se puso pálida.
               -¿Cuánto tiempo?-preguntó, soltando a un conejito de pelo blanco y canela que enseguida echó a correr a su alrededor, reclamando su atención. Tommy se pasó una mano por el pelo y se encogió de hombros.
               -No sé. No lo suficiente-respondió después de un rato de silencio, sumido en sus pensamientos. Amoke y yo nos miramos con los ojos llenos de lágrimas. Con lo graciosos y cariñosos que eran los perros, se merecían vivir un millón de años, como mínimo. Eso de que vivieran menos que nosotros era muy injusto.
               Por suerte, los conejos que nos rodeaban se encargaron de quitarnos el disgusto y, para cuando Scott, Eleanor y Mary llegaron, nosotras ya estábamos emocionadas de nuevo con la suavidad de nuestros nuevos amiguitos.
               -¿Qué hacéis ahí metidas?-preguntó Scott mientras Eleanor daba un gritito de emoción y Mary abría los ojos de par en par. Una sonrisa inmensa se extendió por su cara al ver tanto animalito junto.
               -Les damos mimos a los conejos-respondí, y Scott negó con la cabeza.
               -Sal de ahí, Sabrae; lo último que necesitamos es que le cojas cariño a uno y te empecines en llevártelo a casa.
               -¡Los quiero a todos!-respondí, achuchando uno de pelo marrón, de un tono parecido al de Mary, que en ese momento estaba subiéndose a una caja para saltar la valla y poder hundir las manos en todos las criaturas que se le pusieran a tiro. Scott se volvió hacia Tommy y espetó, en tono de reproche, un quejumbroso:
               -¡Tío!
               Tommy alzó las manos.
               -¡A mí no me mires! La culpa es tuya, ya sabes que yo a las niñas no les sé decir que no.
               -Y a Dan tampoco.
               -Ya, pero eso es porque es mi hermano, no porque sea una chica.
               -Con esa fuerza de voluntad, al final vas a ser gay. Y no hay nada de malo en ser gay-aclaró, mirándonos a Amoke, Mary, Eleanor y a mí.
               -No soy gay.
               -Bueno, tú dale tiempo al tiempo-respondió una voz a mi espalda, y yo me giré como un resorte al reconocerla. Alec.
               Jopé, ¿por qué siempre aparecía cuando me lo estaba pasando bien con mi hermano? Estaba harta de que acabara con mis tardes de diversión y monopolio sobre Scott. Cuando Shasha y Duna se iban a dormir la siesta y Scott no se iba a casa de Tommy, raro era el día en que Alec no llamaba a la puerta de mi casa y le ofrecía a mi hermano un plan que no podía rechazar.
               Los chicos se saludaron con las típicas tonterías de chocar rápido las manos; yo no entendía por qué hacían eso, con lo genial que es darse un abrazo, pero mamá ya me había explicado que Scott estaba entrando en una etapa un tanto fría con el resto de gente y que lo entendiera si él necesitaba más espacio.
               Pero a mí no me daba la gana entenderlo. Si yo era su hermana y tenía ganas de que me diera mimos, su obligación como hermano mayor era dármelos y disfrutarlos como los disfrutaba yo.
               Y que sus amigos fueran tan distantes con él no ayudaba en lo que respectaba a mi cruzada personal de conservar a Scott a mi lado.
               Jordan hundió las manos en mis rizos y yo levanté la cabeza.
               -Hola, guapa-saludó, y yo asentí, volviendo la vista hacia los conejos, que ahora se repartían entre cuatro chicas, en lugar de dos.
               -¿Qué hacéis aquí?-preguntó Tommy, y Alec se encogió de hombros.
               -Lo mismo que vosotros, me imagino. Compras navideñas-levantó un par de bolsas que llevaba cargadas del brazo-. Tío, de verdad, maldita la hora en que se te ocurrió hacer lo del amigo invisible.
               Contuve las ganas de volverme y preguntar qué era eso porque a Alec le encantaba ser el centro de atención, y yo estaba demasiado molesta con él por cómo me estaba arrebatando a Scott como para darle esa satisfacción.
               Por suerte, Amoke no le tenía tanta inquina y no dudó en preguntar:
               -¿Qué es eso?
               Se lo agradecería toda mi vida, lo admito. Eso de “amigo invisible” no tenía ni pies ni cabeza: ¿cómo vas a tener un amigo invisible? ¿Cómo se supone que vas a jugar con él, a ir a su casa a merendar? Porque está claro que su casa tendría que ser invisible, y, ¿cómo vas a encontrar una casa invisible? Seguro que ni sale en el GPS.
               -Es un juego que hay en España-explicó Scott, y yo me giré hacia él.
               -¿Dónde está España?-preguntó Amoke, sin entender.
               -Al sur de aquí-respondió Tommy-. Es el país de mi madre.
               -¿Tu madre tiene un país?-inquirió ella, sorprendida. Sabía que los padres de Tommy y los míos tenían mucho dinero, pero no que fuera suficiente como para tener un país.
               -No, mi madre nació en otro país.
               -Oh. Mola-sonrió Amoke.
               -¿Cómo se juega?-quise saber.
               -Pues… coges a un grupo de amigos, escribís vuestros nombres en un papelito, y los metéis en un saco. Vais sacando papelitos del saco, y a la persona que te ha tocado, tienes que hacerle un regalo por navidad.
               -¡Qué guay!-celebró Mary, y se giró hacia Eleanor-. ¡El, tienes que enseñarnos a jugar a eso!
               -Y… ¿ya está?
               -Bueno, Saab, la gracia de todo está en que la persona a la que le haces el regalo no sabe quién eres. Lo tiene que adivinar.
               -¿Y qué pasa cuando lo adivina?
               -Que le cubren de gloria-sonrió Alec, y yo fruncí el ceño.
               -¿Y para qué sirve la gloria?
               Sus hombros se hundieron un poco y miró a Scott con un deje de tristeza que me revolvió por dentro.
               Pero porque tengo conciencia.
               No porque me guste Alec ni nada por el estilo.
               Puaj.
               -Tu hermana me odia-le dijo a mi hermano.
               -No te odio-respondí, pero sí que le odiaba, lo que pasa es que soy un poquito mentirosa.
               -¿Quién os ha tocado?-quiso saber Jordan, y Scott y Tommy se pusieron rígidos, se miraron entre sí y negaron con la cabeza.
               -No os lo vamos a decir.
               -Venga, tíos, ¡que no se lo vamos a contar a nadie!
               -Eso es cargarse el espíritu del juego, Jor-le recriminó Tommy.
               -Venga, T, que no pasa nada. No lo vamos a ir diciendo por ahí. ¿Cuáles son las posibilidades de que los demás se enteren? Somos cuatro contra cuatro.
               -Eso hace un uno contra uno-calculó Scott, y Tommy se giró hacia él.
               -Deberíamos llevarte a uno de esos programas de cálculo de la tele. Fijo que te forras.
               Scott sonrió, sacando un poco la lengua, igual que lo hacía papá. Me pregunto si yo sonreía así.
               -Venga, a la de tres, lo decimos todos a la vez, ¿os parece?-instó Jordan, y Tommy sacudió con la cabeza.
               -Una…-contó Alec.
               -No.
               -Dos…
               -Ni siquiera se lo he dicho a Scott-discutió Tommy.
               -¡Tres!
               -Alec-dijo Jordan.
               -Alec-dijo Scott.
               -Alec-cedió Tommy.
               -Bey-respondió Alec, riéndose. Y todos se lo quedaron mirando-. ¿Qué? No me voy a hacer el regalo yo, eso no tendría gracia.
               -¿HAS HECHO TRAMPAS?-gritó Tommy, dándole un empujón. Alec se pasó una mano por el pelo.
               -¿Qué pasa? Me gusta que me hagan regalos.
               -¡Eres imbécil, tío!
               Puse los ojos en blanco, por supuesto que Alec se cargaría un juego quedándose con todos los regalos para él.
               -¿De qué te ríes?-protestó Jordan, dándole otro empujón-. ¡Te has cargado el puto juego, tramposo de mierda!
               -A mí me parece una jodida leyenda-respondió Scott, tendiéndole la mano, que Alec estrechó con una carcajada-. A tus pies, Whitelaw-le dijo, y Alec empezó a hacer reverencias como si fuera un payaso de circo.
               -Gracias-decía, inclinándose hacia delante-, gracias, gracias.
               -¿Cómo lo hiciste?-gruñó Tommy.
               -Cambié la bolsa. Fue muy fácil. La culpa es vuestra, por confiarme a mí las cosas.
               ¿Ves? Si hasta él mismo admite que no es de fiar.
               -¿Y por qué te has quedado tú con Bey?
               -Porque se gustan-atacó Jordan, y Alec le soltó un manotazo.
               -¡No me gusta Bey!
               -¡Te estás poniendo rojo!-se burló Tommy.
               -¡No es verdad!-respondió él, tapándose la cara.
               -¡Alec está por Bey, Alec está por Bey, Alec está por Bey!-rieron todos, y Alec negó con la cabeza y trató de marcharse, ofendido.
               -Pero, ¡no te piques, hombre!
               -¡Sois unos imbéciles! ¡Ahora mismo voy a devolver vuestros regalos y a fundirme el dinero en los recreativos de al lado del cine!
               Tommy y Scott se miraron entre sí.
               -¿Nos has comprado regalos?
               Vaya, eso sí que me sorprendía.
               -Pues claro, ¿tan hijo de puta os pensáis que soy? No os iba a dejar a todos sin regalo sólo porque yo quiera muchos. Así que os he cogido una cosa a cada uno.
               -Pusimos de límite 10 libras-comentó Tommy, asustado.
               -Ya. Y he procurado no pasarme. Aunque en algunos no lo he conseguido.
               -Somos nueve, Alec-le dijo Jordan.
               -¿Te has gastado noventa putas libras en los regalos de Navidad?-inquirió Scott, escandalizado. Alec se puso rígido y respondió, defensivo:
               -No lo sé, a mí no se me dan tan bien las mates como a ti, ¿sabes? He ido a distintas tiendas y no tengo el cerebro como para ir calculando lo que llevo gastado.
               -Eres un peligro público.
               -También he cogido los regalos de mis padres y de Mimi. Lo cual me recuerda… ¡Mary Elizabeth!-regañó-. Sal de ahí. Ya sabes que mamá no quiere que te reboces contra animales desconocidos.
               -No me estoy rebozando-discutió Mary con valentía-. Y no son desconocidos. Éste se llama Horacio-dijo, alzando un conejo blanco con las puntas de las orejas y las patas grises.
               -Es un nombre horrible-discutió Alec.
               -Tú sí que eres horrible-me metí a defender a Mimi, que había abierto los ojos de par en par.
               -Vaya, pero, ¡si me habla!
               -Y mira qué bien lo hago: gilipollas-espeté, y Alec se quedó a cuadros mientras todos los demás se echaban a reír.
               -Qué brava-observó Tommy.
               -Una verdadera Malik-festejó Scott.
               -Calladita está más guapa-discutió Alec.
               -Mamá no quiere que esté guapa, quiere que me defienda-respondí.
               -Que no me hables-zanjó Alec.
               -No me hables tú a mí.
               -Escucho un zumbido, Jordan, ¿será una mosca?
               -Tú sí que eres una mosca.
               -Los que se pelean se desean-canturreó Jordan.
               -¡Y dale! ¿Qué obsesión tienes con juntarme con todas las chicas que se me ponen a tiro?
               -Qué más quisieras tú que mi hermanase te pusiera a tiro, fantasma-rió Scott. Yo puse los ojos en blanco y fingí una arcada mientras Amoke se reía.
               -Qué más quisiera ella que yo le prestara esas atenciones.
               -Sois como el perro y el gato; al final, todavía, os termináis casando-vaticinó Tommy.
               -¡QUÉ ASCO!-grité, y uno de los conejos que tenía al lado dio un brinco y se escabulló, asustado.
               -Sí, claro, con lo enana que es... ahora mismo vamos a la iglesia.
               -¡Yo no soy pequeña, Alec!-discutí.
               -Calma, Julieta, que a Alec le gustan tozudas, al final se va a terminar enamorando de ti-terció Jordan.
               -Qué más quisiera ella-Alec se cruzó de brazos.
               -¿Cómo me has llamado?
               -Julieta.
               -¿Y quién coño es esa?
               -Sabrae Malik-me riñó Scott-. Esa boca. ¿Te la voy a tener que lavar con jabón?
               -Ah, o sea, que puede llamarme “gilipollas”, pero no puede decir “coño”, ¿no es así?-se peleó Alec.
               -Es que no te estaría insultando, te está calificando-puntualizó Tommy-, y en Inglaterra hay libertad de expresión.
               Alec lo fulminó con la mirada.
               En ese momento decidí que de mayor me iba a casar con Tommy.
               -Yo que os iba a decir de ir a comer unos nuggets…
               -Nos apuntamos-saltamos Amoke y yo. Alec se me quedó mirando.
               -¿Tú no me odiabas?
               -Bueno, pero si me invitas a unos nuggets, pues igual se me pasa un poco.
               Los chicos se echaron a reír.
               -Qué interesada-dijo uno.
               -Es que es mujer-respondió otro.
               -Eso es machista-señaló, para mi sorpresa, Alec. Tommy asintió con la cabeza y Jordan pidió perdón. Nos despedimos de los conejitos y salimos de la jaula, pero Mimi era reticente a abandonar a una bolita de pelo marrón con las puntas de las orejas de un color mucho más oscuro. El conejo se restregaba contra ella, que lo abrazaba y no parecía querer soltarlo bajo ningún concepto. Miró a su hermano con ojos suplicantes.
               -Alec…-ronroneó, pero él negó con la cabeza.
               -No puede ser, lo sabes, Mimi.
               -Pero es tan mono… quiero llorar-dijo ella.
               -Mamá nos mata.
               -¡No tiene por qué enterarse! ¡Por favor!-suplicó, abrazando al conejo como si le fuera la vida en ello-. ¡Podemos dejarlo en una cajita debajo de mi cama y coger zanahorias de la nevera! ¡Mamá y papá no sabrán nada!
               -Los animales tienen que estar sueltos y correteando, Mím, no encerrados en cajas esperando a que llegues del cole.
               -¡Pues la convencemos! Por favor. Le quiero, Alec-aseguró ella, poniendo ojos de corderito degollado.
               -¿Vas a llorar?
               -¿Funcionaría?
               -Depende, ¿qué es lo que quieres? ¿Qué te deje aquí sola? Sí. ¿Qué esté yo mal toda la tarde porque ya sabes que no soporto cuando te pones a llorar? Madre mía, reina, me pasaría triste toda la semana. Ahora, ¿quieres al conejo? No. No nos lo podemos llevar.
               -Alec…-suplicó.
               -No-dijo él.
               -Al…
               -Para.
               -Al… porfa. Porfa, porfa, porfa.
               Alec tomó aire.
               -Tienes que ser fuerte-le dijeron los chicos, y él asintió con la cabeza.
               -Sal de ahí, Mary Elizabeth.
               -Al...-imploró, con unos lagrimones cayéndole por las mejillas del tamaño de mis puños.
               -No hagas eso. Deja de llorar. Tenemos que irnos. ¡Mary!-protestó Alec-. ¿Quieres que te deje aquí? ¿Te traigo mañana una manta y te quedas a vivir con él?
               -¡Sí!
               -Si te quedas a vivir con él, ya no vives conmigo. ¿Es lo que quieres?
               Mimi se quedó callada. Miró al conejo, le dio un beso en la cabeza y empezó a levantarse.
               -Espérame-le dijo después de salir de la jaula-. Espérame, por favor. Vendré a por ti. No lo venda-se volvió hacia el dependiente, que asintió con la cabeza-. Por favor, no lo venda. Ahorraré y vendré a por él. Cuídele. Rásquele la tripita. Eso le gusta.
               -Mimi…
               -Me voy a morir de pena-se lamentó ella.
               -Venga, Mimi, nos tenemos que ir-Alec le cogió la mano y le dio un beso en la cabeza.
               -Tienes que ayudarme a convencer a mamá.
               -Vale.
               -¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo.
               -¿Promesa de meñique?
               -Promesa de meñique.
               -Dame el meñique.
               -Toma. El izquierdo. Para que veas que voy en serio-sonrió él, y Mary lo miró, soltó un gritito y se colgó de su cuello. Le dio un millón de besos y se giró con esperanza en dirección a la tienda, donde el conejito esperaba con impaciencia a que ella regresara y continuara acariciándolo entre las orejas.
               Se me pasó un poco el odio hacia Alec cuando vi lo atento que era con Mimi mientras subíamos en las escaleras mecánicas, cómo se esforzaba por hacer que se riera y se olvidara del conejo que acababa de dejar atrás. Le hacía carantoñas, cosquillas, y le decía cualquier tontería con tal de conseguir que se riera. Cuando llegamos a la hamburguesería y nos acercamos a pedir, ella dijo que quería un helado con chocolate, para superar el duro momento que estaba atravesando, y él le respondió: “¿lo quieres con extra de sirope?”, y ella lo miró y asintió y se echó a reír y Alec le sonrió como yo nunca le había visto sonreír a nadie. Dejó un billete en el mostrador y esperó a que le dieran el vaso de cartón a su hermana, tamborileó con las manos encima de la mesa y se giró hacia mí.
               -¿Qué salsa quieres con los nuggets, Sabrae?
               -Mostaza y miel-respondí, notando cómo se me encendían las mejillas. Qué tonta.
               Alec sonrió, asintió con la cabeza en tono aprobado y susurró:
               -Ésa es mi chica.
               No podría haberme dicho algo que me gustara más que eso en toda mi vida. Recogió el paquetito de los nuggets y me lo entregó para que me los fuera comiendo cuando nos sentamos a la mesa; Amoke devoró sus patatas fritas y me robó uno antes de que yo pudiera defenderme. Scott recolocó la inmensa bolsa con la que se había hecho durante nuestra separación y se rió de algo que Jordan le mostró en el teléfono mientras Eleanor hablaba de una tienda con maquillaje que iban a abrir pronto, con productos ecológicos que seguro que su madre le dejaría usar, porque esos no hacían daño a la piel como el resto de las marcas. Mary asentía y sonreía, emocionada ante la perspectiva de empezar a maquillarse, pero a mí todo me parecía tan lejano que no podía prestar atención a la conversación.
               Sólo podía mirar a Alec, en la esquina opuesta de la mesa, riéndose, cogiendo patatas, dando mordiscos a su hamburguesa y negando con la cabeza cuando Tommy le decía algo. Escuchó con atención algo que Scott le susurró al oído, señalando la bolsa, y susurró un “qué guay”, mirándome de reojo.
               Avergonzada, me concentré en proteger mis nuggets del ataque de Amoke, que continuaba hambrienta pero rechazaba cualquier intento de nadie de ir a comprarle un poco de comida.
               Le di mi último nugget a Alec, al fin y al cabo, yo no tenía más hambre y me había invitado él (a pesar de que Scott había repetido como 40 veces que yo era su hermana y mis gastos debían correr de mi cuenta). Mereció la pena renunciar a un último bocado que yo no iba a disfrutar por la sonrisa que me dedicó y su “gracias, Saab”.
               No entendía lo que estaba pasando; cuando Scott le entregó la bolsa con el regalo inmenso a Eleanor, yo ni siquiera me inmuté. Debería haberme puesto triste y haberme desilusionado, pues había creído que el bulto enorme era para mí, algún peluche o algo por el estilo, y el descubrir que no era así debería haberme hecho daño.
               Pero, cuando mama vino a buscarnos en el coche y nos preguntó qué tal lo habíamos pasado, le había dicho que bien, que había estado genial. No le hablé de la pelea que tuve con Alec, ni mencioné que Scott y yo nos habíamos separado para ir a comprar nuestros respectivos regalos, aunque sí que toqué un poco la tienda de animales y los conejos, pero no hubo suerte.
               Dejamos a Amoke en casa y repetimos la perorata con papá en la cena.
               En ningún momento mencioné el “ésa es mi chica”. Me daba demasiada vergüenza admitir en voz alta lo mucho que me había gustado escuchar a Alec decir eso. Me sentía hasta un poco nerviosa, pensando en que podrían descubrirlo en mi cara.
               Pero estos nervios eran buenos. No sabía por qué los sentía ni por qué había tardado tanto en descubrirlo. Me gustaba reproducir en bucle esa frase: ésa es mi chica, ésa es mi chica, ésa es mi chica.
               Incluso me dormí escuchándola.



Scott llamó a la puerta de mi habitación, pero no esperó a que le dijera que podía pasar. Tampoco es que lo necesitara: nos había oído a Duna, Shasha y a mí riéndonos mientras mirábamos vídeos en Youtube en su ordenador. Lo habíamos sacado de su habitación después de preguntarle adónde iba y cuánto tenía pensado tardar. Como nos dio una respuesta vaga, habíamos decidido que teníamos tiempo suficiente para ver un montón de vídeos de caídas y de animales haciendo cosas graciosas antes de que él llegara.
               Cerramos la pantalla a toda velocidad, como había hecho él aquella tarde en la que dejé en casa a Shasha y a Duna y me fui con él. La misma tarde en que Scott me había engañado y me había comprado el peluche con el que ahora dormía cada noche, una versión de Bugs Bunny de bebé con una zanahoria aferrada a su pecho y unas orejas que eran casi más grandes que yo, cayéndole por la espalda como un par de cascadas hechas de pelo.
               Me encantaba abrazarme a ese conejo cada noche y dormirme bien pegada a él, recordando el momento en el que Scott me lo había dado. Resultó que Eleanor le había sugerido que le dejara llevarse el regalo a su casa para que fuera más sorpresa cuando yo me lo encontrara, que si no, no resistiría la tentación (y, en el fondo, tenía razón). Así que, cuando habíamos llegado a casa de los Tomlinson para presumir de regalos, y me había encontrado el bulto con mi nombre debajo del árbol, había empezado a chillar y había llegado a llorar de la emoción mientras mis padres se reían y Scott disfrutaba más que nunca, ilusionado de que mi regalo me hubiera gustado tanto y que me hubiera sorprendido aún más.
               Apartamos el peluche y nos quedamos mirando a nuestro hermano mayor, intentando disimular el miedo que nos daba que nos pillara con su ordenador y se enfadara.
               -¿Queréis ver algo flipante?-preguntó, con media cara aún oculta por la bufanda. Shasha y yo nos miramos, preocupadas, y asentimos con la cabeza segundos después de que Duna chillara un entusiasmado:
               -¡CLARO!
               Los ojos de Scott chispearon al escucharnos, y, lentamente, se quitó la bufanda.
               Me dio un vuelco el corazón.
               Me entraron ganas de llorar.
               Tenía algo en el labio.
               -¿QUÉ ES ESO?-gritó Shasha, levantándose como un resorte y corriendo hacia él. Se puso de puntillas y le agarró la cara para examinar con atención aquella cosa negra que tenía en el labio.
               -Me he hecho un piercing-anunció, y algo dentro de mí hizo clic.
               El día que habíamos ido a comprar los regalos, Shasha había ido a la habitación de Scott para ponerle una peli a Duna y poder jugar a la consola tranquila. Había abierto la tapa del ordenador y se había encontrado con el buscador aún encendido, en una página de cotilleos americana que daba cuenta de todos los tatuajes que tenía papá.
               Extrañada, había mirado la búsqueda que había hecho Scott para llegar hasta allí. Zayn tatuajes piercings +establecimiento.
               Me lo había mencionado pero yo me había encogido de hombros, pensando que quizás pretendía regalarle a papá otro tatuaje, un bono o algo así.
               -Sabes que eso no existe, ¿verdad?
               -Estoy cansada, Shash-le había dicho, y me había dado la vuelta en la cama para que ella captara la indirecta de que quería quedarme sola, y reproducir en bucle la dichosa frasecita de Alec.
               -¿Duele?-preguntó Shasha, estirando la mano y tocando el labio de nuestro hermano, que dio un brinco y la empujó.
               -¡AU! ¡PUTA CRÍA DE LOS COJONES! SÍ, JODER, ¡DUELE!-gritó, llevándose una mano a la boca-. La madre que…-gruñó, llevándose una mano a la boca y comprobando que no se estuviera haciendo sangre, a juzgar por cómo se miró los dedos después de tocarse el labio herido.
               -¿Por qué te lo has hecho?-espeté, herida porque no me hubiera contado sus intenciones. Scott se encogió de hombros.
               -Me apetecía.
               -Pareces un cani-recriminé.
               -¡Qué va!-respondió Duna, estirando las manos para que Scott la cogiera en brazos, como efectivamente hizo-. ¡Parece un rapero! ¡Márcate un free style!-pidió, y Scott se echó a reír.
               -Quizás en otra ocasión.
               -Pull up in a monster automobile gangsta…-empezó Duna-, with a bad…
               Scott le tapó la boca antes de que pudiera continuar.
               -Ésa no es una canción para que la cante una joven señorita como yo.
               -Es que si tú no vas a defender el prestigio rapero de la familia Malik en el barrio, alguien tiene que hacerlo-respondió Duna, cruzándose de brazos y levantando la barbilla, dispuesta a retar al primero que se le pusiera por delante a una batalla de gallos a muerte. Scott alzó las cejas y se echó a reír.
               -De acuerdo, ¡de acuerdo, reina del rap! Cuando deje de dolerme esta mierda, os suelto un par de rimas, con flow, ¿os parece?
               -Si no lo haces con flow, no lo hagas-sentencié yo, levantando la mano y mostrándole la palma. Scott se echó a reír y se sentó en la cama, a mis pies.
               -Entonces, ¿os gusta?
               -Me parece mal que no nos dijeras nada-corté-. ¿No deberíamos tener algo que decir aquí?
               -Sí, Scott, somos tus hermanas. Nuestra opinión debería contar-intervino Shasha.
               -Y cuenta. ¿Estoy guapo, o no?
               -No-dijimos las tres a la vez.
               -Qué lástima, me la suda-se encogió de hombros y se levantó-, porque el piercing ha venido para quedarse.
               -Si el Scott te vacila, tú te callas y lo asimilas-me burlé.
               -En tu barrio te vacilo, en el mío marco estilo-sonrió Shasha, y las dos nos echamos a reír. Scott puso los ojos en blanco y se presionó el puente de la nariz.
               -Con lo bien que estaba yo siendo hijo único, por qué les pediría a papá y mamá más hermanas.
               -Porque nos quieres mucho-sonrió Duna, cogiéndose las puntas de los pies.
               -Es que eso es lo que ponía en el contrato-contestó Scott.
               -¿Qué contrato?-quiso saber Duna.
               -¿Qué?
               -¿Qué?
               -¿Eh?-se rió Scott, y Duna se echó a reír. Eran un poco tontos, los de los extremos. Menos mal que Shasha y yo habíamos salido normales.
               Bueno, más o menos.
               -Necesito vuestra ayuda.
               -¿Para quitarte esa cosa horrible de la cara? Cuenta conmigo-me ofrecí.
               -Gilipollas, no-Scott negó con la cabeza-. Venid conmigo a enseñarles el piercing a papá y mamá.
               -¿Por qué?
               -Porque no me van a matar con vosotras delante.
               -Es que es lo que te mereces-respondió Shasha-, que te arranquen la cabeza. Con lo bonita que tenías la cara, y vas y te la estropeas así.
               -Creía que te gustaba, Shash.
               -Tengo sentimientos encontrados-zanjó ella. Salimos de la cama y seguimos a Scott en dirección al salón, donde mamá veía una película mientras papá garabateaba en una libreta.
               -Padre-empezó Scott en tono místico-, madre-añadió-. Tengo que enseñaros una cosa.
               -No os enfadéis con él-pidió Duna.
               -Si le pegáis, que no sea en la cara-añadí yo.
               -Qué más dará ahora, si ya se la ha desgraciado para toda la vida.
               Scott volvió a quitarse la bufanda y esperó una reacción por parte de papá y mamá.
               A papá se le escurrió el bolígrafo que tenía de entre los dedos y abrió la boca de par en par. Mamá se puso pálida, pasándose una mano por la frente.
               -¿Qué cojones tienes en la boca?-preguntó, y Shasha, Duna, y yo, dimos un paso atrás, aterrorizadas y agradecidas a partes iguales. Aterrorizadas por mamá, y agradecidas de no ser Scott.
               Iba a matarlo.
               Y es que con razón. ¿A quién se le ocurría hacerse un piercing sin hablarlo con nadie?
               -¡TE QUITAS ESO INMEDIATAMENTE!-bramó mamá, levantándose como un resorte y acercándose a Scott, que se quedó clavado en el sitio, paralizado de miedo.
               La verdad  es que nadie se esperaba que mamá reaccionara así. Nos esperábamos unos gritos, reprimendas por no haberlo hablado, pero, ¿un ataque de ira como el que estaba teniendo? No era propio de ella, con lo buena que era con nosotros, siempre dándonos libertad para decidir lo que queríamos…
               Pero si había tardado en hacerme los agujeros de las orejas sólo para asegurarse de que yo quería hacerme pendientes, por el amor de dios.
               Papá también nos sorprendió, aunque, pensándolo mejor, actuó en su línea: estaba lleno de tatuajes, tenía pendientes y un piercing en la nariz. Era lógico que defendiera a Scott.
               Toda su piel le obligaba a hacerlo; de lo contrario, sería un hipócrita.
               -Deja que se exprese como quiera, Sher-intercedió-, es un puto artista.
               Mamá se giró en redondo hacia él.
               -Sí, mamá, es mi cuerpo-añadió Scott, un poco envalentonado por el cambio de foco de atención de mamá.
               -Claro, dejamos que se haga un agujero a los 13, a los 14 nos viene tatuado, y el día menos pensado, ¡NOS VIENE CON UN TATUAJE DE LOS ANGRY BIRDS!
               -¡ESTABA BORRACHO, SHEREZADE!-ladró papá-, ¿CUÁNTAS VECES VAS A SACARME EL DICHOSO TEMITA? YA ME TAPÉ EL TATUAJE, ¿QUÉ MÁS QUIERES QUE HAGA?
               -¡NADIE EN ESTA CASA VA A EMPEZAR A AGUJEREARSE!-gritó, volviéndose hacia nosotros-, ¡que luego parecéis putos coladores!
               -Pues yo estoy bien agujereado, y bien que te gusté lo suficiente como para bajarte las bragas a la hora de conocerme-refunfuñó papá antes de poder contenerse. Mamá parpadeó, tomó aire, se volvió lentamente hacia él.
               Fulminó a papá con la mirada, pero alguien habló antes que ella.
               -¿Qué se supone que significa eso?-quiso saber Scott, y Shasha, Duna, y yo, nos lo quedamos mirando. Papá tragó saliva y dejó a un lado la libreta y el bolígrafo.
               -Qué grande eres, Zayn-recriminó mamá.
               -Tarde o temprano tendría que saberlo, Sherezade-respondió papá. Ella suspiró, se apartó el pelo de la cara y negó con la cabeza.
               -¿Alguien puede decirme de qué cojones estáis hablando?-gruñó Scott.
               -Siéntate. Sentaos. Los cuatro-instó mamá. Scott se quedó clavado en el sitio, y con él, nosotras. Éramos un todo. Reaccionábamos en cadena. Si él no se movía, nosotras tampoco-. Scott-susurró mamá-, por favor.
               Scott se mordisqueó el labio, hizo una mueca al hacerse daño en la parte dolorida con el piercing, asintió con la cabeza y se sentó en el sofá. Shasha se sentó a su izquierda, y Duna y yo, a su derecha. Mamá se colocó al lado de papá en el sofá, juntó las rodillas y se inclinó hacia delante. Papá se reclinó en el asiento, esperando a que ella hablara, tenso.
               -No hemos sido… totalmente sinceros con vosotros.
               -¿Cuándo?
               -A la hora de contarnos cómo nos conocimos-explicó papá, y mamá asintió con la cabeza Scott frunció el ceño.
               -¿No os conocisteis en una fiesta?
               -Sí, esa parte es verdad, pero…-mamá tragó saliva, se frotó las manos, se miró los dedos-. No en la fiesta que vosotros pensáis.
               ¿En qué fiesta se iban a conocer papá y mamá? Habían ido a una fiesta de la universidad organizada por los estudiantes de Medicina para irse de viaje de estudios a América. Tenían amigos en común que los presentaron, se habían quedado toda la noche hablando, bebiendo y riéndose, papá la había acompañado a la residencia, se habían besado y habían quedado para el día siguiente.
               ¿Verdad?
               ¿Verdad?
               -Estábamos en Ibiza-empezó papá, mirando a mamá. Le acarició el pelo y ella le devolvió la mirada-. En un yate.
               -Qué glamuroso-admiró Shasha. Mamá sonrió.
               -Si supierais lo que tuve que ahorrar para poder irme a ese viaje.
               -Era el cumpleaños de vuestra madre. Pero no me lo dijo-papá negó con la cabeza-. Yo estaba celebrando el lanzamiento de un single que había ido genial… Cruel. Ya sabéis-hizo un gesto con la mano y nosotros asentimos con la cabeza-. Y ella… ella sólo estaba allí.
               -Nunca había estado en una fiesta en un yate, ya sabéis de dónde vengo. No me habría podido permitir ir a otra en años, pero en ese viaje… bueno, estaba en modo “ahora o nunca”.
               -Si vierais lo guapa que estaba…-admiró papá-, con su vestido color vino, y sus tacones, y…
               -Aún lo tengo. Todo lo que llevaba esa noche.
               -Estabas preciosa.
               Mamá se puso colorada y se mordió los labios.
               -Si tan bien fue cuando os conocisteis, ¿por qué no nos contasteis la verdad?-preguntó Scott, y papá y mamá se lo quedaron mirando.
               -Porque no queríamos que te sintieras mal.
               -¿Yo? ¿Por qué iba a sentirme mal?-espetó él, sin entender. Mamá tomó aire y asintió con la cabeza, le cogió la mano a papá y apretó sus dedos entre los de ella.
               -Porque la noche en que conocí a tu padre fue la noche en que me quedé embarazada de ti, Scott.
               Scott parpadeó sin entender.
               -Pero… no. Os conocíais de hacía meses. No es…
               -Haz cálculos-replicó mamá. Soy 22 años y nueve meses mayor que tú, hijo.
               Scott la estudió sin dar crédito.
               -Pero… eso… no. Ya os conocíais de hacía unos meses.
               -Fue esa noche-insistió mamá, y le cogió la mano-. Fue mi cumpleaños. Tu padre me hizo el mejor regalo que…
               -¿Por qué no me lo dijisteis? No pasa nada, es decir, bueno… hay un montón de gente que folla nada más conocerse.
               -Lo sé, cariño-sonrió mamá-, lo sé, mi amor.
               -Sher…-murmuró papá. Ella tragó saliva y lo miró.
               -No tenemos por qué…
               -Tiene que saberlo-respondió él, y ella cerró los ojos, negó con la cabeza y apretó con más fuerza las manos de Scott.
               -Yo no puedo… no puedo decírselo, Zayn.
               -¿Decirme qué?
               Papá se quedó callado.
               -¿¡Decirme qué!?-insistió Scott. Papá tragó saliva y se inclinó hacia delante. Ahora, mamá y él estaban en posiciones idénticas, pero invertidas, a las que acababan de adoptar hacía unos minutos.
               -Usamos protección.
               Duna frunció el ceño.
               -¿Qué es eso?
               -Calla, Dun-susurré yo, acariciándole las mejillas y negando con la cabeza-. Ahora no.
               Scott tragó saliva y se quedó mirando a papá como si fuera un bicho venido del espacio, con los ojos como platos. Mamá cerró los ojos, negó con la cabeza y se limpió una lágrima.
               -Zayn…
               -Se nos rompió el preservativo.
               -Zayn, por favor…
               -Tiene que enterarse, Sherezade-zanjó papá-. Necesita saber de dónde viene.
               -¿No… queríais… tenerme?-preguntó Scott, casi sin aliento. Sentí un nudo en la garganta cuando lo miré.
               La mera idea de que Scott pudiera no existir me volvía loca. Me atravesaba la piel y se me retorcía por dentro, como si tuviera unas garras que daban zarpazos en mi interior, deshaciéndome entera.
               -Claro que queríamos-respondió papá-. Es sólo que no lo teníamos planeado.
               -Entiéndenos, Scott-dijo mamá-. No nos conocíamos, era sólo sexo… nos sentimos atraídos el uno por el otro nada más vernos. No nos conocíamos-repitió-. Podría haber pasado cualquier cosa.
               -Sí, como que te hubieras quedado preñada de un tío al que no conocías, ¿verdad?-escupió Scott, venenoso, levantándose del sofá.
               -¡Scott!-espetó papá, escandalizado.
               -No es eso, cariño, yo…-mamá se limpió más lágrimas-. Que no fueras planeado no quiere decir que no te quisiéramos.
               -Desde el primer minuto-aseguró papá, y Scott negó con la cabeza, se llevó una mano al pelo y bufó.
               -No te lo dijimos porque queríamos protegerte.
               -¿Protegerme? ¿De qué? Nadie lo sabría. Nadie, salvo vosotros. ¿Por qué cojones me lo habéis tenido que contar ahora?
               -Necesitabas saberlo-respondió papá, pero Scott negó con la cabeza.
               -No. Eso es mentira. Preferiría mil veces creer que yo… que vosotros… joder-sacudió la cabeza y echó a correr escaleras arriba. Mamá se acurrucó contra papá y se echó a llorar.
               -Mami, no llores-susurró Duna, levantándose del sofá y yendo hacia ella. Le abrazó las piernas y mamá la recogió en brazos y la estrechó entre estos. Shasha miraba por la ventana, totalmente ida.
               Me encontré con los ojos de papá.
               -Te necesita, Saab.
               Y yo no necesité que me dijera nada más. Asentí con la cabeza y me fui escaleras arriba, familiarizada con esa llamada que sentía en mi interior. Mi faceta de hermana mayor protectora se estaba despertando, y cuidaría de Scott, como él había hecho conmigo. Le trataría bien, le daría mimos, como él hacía conmigo cuando yo me encontraba mal.
               Llamé con los nudillos a su puerta y la entreabrí sin esperar respuesta. Se había tumbado en la cama y se había abrazado a sí mismo, sollozaba ligeramente con el rostro vuelto contra la pared.
               -Scott…
               -Déjame.
               Di un par de pasos en dirección a la cama.
               -Márchate, Sabrae.
               Pero no le hice caso. Me subí a su cama y le di un beso en la mejilla, me abracé a él y me acurruqué contra su pecho. Le acaricié la cintura y busqué sus manos, que él enseguida me dio, más necesitado de ellas de lo que yo había estado en mi vida.
               -No estés triste, S-le dije, aunque sabía que eso de poco serviría. Pero no se me ocurrió qué otra cosa decirle. Simplemente estaba ahí, pasándolo mal, y yo me sentía fatal porque no sabía cómo podía ayudarle.
               No estaba hecha para ver a Scott sufrir.
               Nadie estaba hecho para ver a Scott sufrir.
               -Papá y mamá te quieren.
               Él no contestó.
               -Sabes que lo hacen. Nos quieren muchísimo a todos.
               -Soy un accidente, Sabrae-espetó, sin mirarme, tremendamente dolido y enfadado con el mundo. Se me revolvieron las tripas y sentí ganas de vomitar, pero me obligué a quedarme con él-. Ellos no querían tenerme, no querían que estuviera aquí, no…
               -Si no te quisieran-respondí-, ¿por qué estás aquí?-creo que nunca fui tan elocuente, en toda mi vida,  como en ese preciso instante en que Scott me necesitó tanto y yo supe exactamente lo que tenía que decirle-. Podrían haberte dado a otra familia, igual que hicieron conmigo-se volvió hacia mí, sorprendido. Era la primera vez que mencionaba mis orígenes sin que me doliera, o sin que nadie me los hiciera destacar primero-. Pero tú estabas destinado a estar con nosotros-le aparté un mechón de pelo de la cara como hacía mamá justo antes de darle un beso en la frente-. Yo creo que más bien, fuiste una sorpresa, como el piercing o el peluche de Bugs Bunny-sonreí, y él intentó sonreír. Estaba consiguiendo algo, ¡bien!-. Que algo te sorprenda no quiere decir que sea un accidente, ¿o es que yo tengo que pensar que te hiciste el piercing de chiripa?
               Scott se lo mordisqueó.
               -Yo creo que te lo estuviste pensando un tiempo, ¿verdad?
               Sonrió y asintió despacio con la cabeza, con los ojos enrojecidos por las lágrimas. Me acurruqué contra su pecho y cerré los ojos, disfrutando del aroma de su ropa, impregnada de la esencia de él. No quería moverme de allí, pero sabía que había alguien que necesitaba a Scott más que yo en ese momento: nuestros padres.
               -Quizás fuiste más bien un regalo inesperado. El regalo de cumpleaños de mamá.
               -Llegué 9 meses tarde-respondió él.
               -Bueno, ya ha pasado más veces, que pedimos una pizza y tardan en traérnosla 40 minutos en lugar de 30. Y sigue siendo una pizza, aunque venga un poco fría, ¿no te parece?
               Se me quedó mirando, se estrechó contra mí y me dio un beso en la frente.
               -Cuánto te quiero, pequeñita-me dijo al oído antes de darme un beso en la mejilla.
               -Vamos con papá y mamá. No quiero que estén tristes por nuestra culpa-le tendí la mano, que él me aceptó después de mirarla un momento, y tiré de él para levantarlo. Se hizo el muerto y yo me eché a reír.
               -¡Scott!
               -¡Sabrae!
               -El número al que usted llama no se encuentra disponible en este momento-contesté yo-, por favor, deje su mensaje después de la señal.
               Le di un mordisco en la mejilla y se echó a reír. Se levantó y vino detrás de mí hasta el salón. Bajamos las escaleras y nos sentamos de nuevo en el sofá, esta vez, mucho más cerca de papá y mamá. Mamá se limpió las lágrimas y posó los pies en el suelo. Papá le dio un apretón cariñoso en la cintura.
               -¿Cómo fue?-preguntó, y yo me lo quedé mirando. Mamá frunció el ceño.
               -¿Cómo fue el qué?
               -Cómo me hicisteis.
               -Pues fue bestial-respondió papá. Mamá le dio un codazo y Scott se echó a reír.
               -¡Zayn! ¡No vamos a contarle cómo fue… el polvo!
               -A ver, nena, le hicimos con ganas, eso salta a la vista. Si ya se lo imaginará-espetó nuestro padre, haciendo un gesto con la mano en su dirección. Todos nos reímos y él asintió con la cabeza-. Así me gusta, niños, que os riais.
               -Dios mío, me pasé como 15 días desesperada buscándole. Incluso hice una lista con todas las posibles direcciones que conseguí encontrar por internet-mamá se apartó el pelo de la cara y sonrió, sumida en los recuerdos.
               -¿Cómo sabéis que se os rompió el condón?-preguntó Scott-. O sea, eso, ¿se nota, o qué?
               Papá se echó a reír.
               -Sí, hijo, se nota. O sea, si se te rompe como el nuestro, se nota.
               -Lo noté yo-respondió mamá.
               -Y se puso en modo dominatrix, diciendo “vamos a follar igual, venga, que me da igual que se haya roto, fiesta máxima”-se rió papá, y nosotros volvimos a reírnos mientras mamá lo fulminaba con la mirada, con gesto aburrido.
               -Eres un gilipollas. Yo no era así de irresponsable.
               -Me acuerdo de lo que me dijiste como si me lo hubieras dicho ayer, Sherezade.
               -Por eso te pusimos Yasser-informó mamá, y Scott la miró-. Protegido por dios. Si nos pasó eso, era porque Él quería que te tuviéramos.
               -Tampoco es para tanto, mamá. O sea, que gracias a Alá y todo eso, pero…
               -Tomé la píldora del día después-dijo ella. Scott silbó.
               -Jo. Der.
               -Bueno, al menos, eso es lo que dice tu madre-intervino papá, y mamá le dio un codazo.
               -Es la verdad. Y, además, se suponía que yo no podía tener hijos.
               Scott parpadeó, nos miró a Shasha, Duna y a mí, y asintió con la cabeza.
               -Ya lo veo, sí.
               -¿Te quieres callar?-mamá se echó a reír-. ¡Me lo habían dicho los médicos! ¡Qué sabría yo!
               -Qué sabrían ellos, Sherezade-respondió papá, toqueteándole el pelo-, si podríamos montar nuestro propio equipo de fútbol si nos diera la gana.
               -Yo no voy a pasar por más partos-advirtió mamá-, si quieres más niños, el siguiente embarazo lo soportas tú.
               -Algún apañito se podrá hacer, mujer-papá la abrazó y le mordisqueó la oreja, y mamá se echó a reír.
               -¿Cuándo empezasteis a quererme?-preguntó Scott, y nuestros padres se detuvieron en seco.
               -Desde el principio-aseveró mamá.
               -Sed sinceros-pidió él en tono neutro.
               -Es la verdad, Scott.  Tú me diste a tu madre, y esta vida, y a tus hermanas, y eres lo que yo más quiero… y siempre te estaré agradecido por eso.
               Scott se lo quedó mirando, sin saber si creérselo o no. Papá suspiró.
               -A ver, chaval, si eso fuera mentira, ¿me habría hecho los tatuajes?
               -¿Qué tatuajes?
               -¿Cómo que…? La madre que te parió, niño-espetó papá-. Que yo no me he jodido los mejores diseños que tenía para que tú ahora no te des cuenta de que llevo tatuajes relacionados contigo.
               -¿Y conmigo?-preguntó Duna.
               -Los llevo con todos, mi amor. Hasta con mamá.
               -Como para que ahora nos divorciemos, ¿eh?-bromeó ella.
               -Me quieres demasiado como para estar separada de mí una noche entera.
               -Pues qué quieres que te diga, cariño, pero duermo genial cuando te vas a algún evento, con toda la cama para mí sola.
               -¿Y no está fría?
               -Te acostumbras.
               -Seguro que ni siquiera duermes desnuda cuando yo no estoy en casa.
               -Es tontería-mamá se encogió de hombros-. ¿Pasar frío si no voy a tener sexo? Qué desperdicio-mamá se miró las manos, se toqueteó las uñas.
               -Así que, ¿no haces nada cuando yo no estoy?-coqueteó papá.
               -A ti te lo voy a decir-sonrió mamá, dejándose besar.
               -Vale, padres, ¿me vais a enseñar los tatuajes de papá o me tengo que llevar a las niñas para que folléis tranquilos en el sofá?-soltó Scott, y mamá y papá se echaron a reír y negaron con la cabeza. Papá se quitó el jersey-. Gracias.
               Tiró de las mangas de su camiseta de manga larga hasta descubrirse el brazo y nos enseñó cinco círculos que tenía en la piel. Sólo acercándote y fijándote veías que eran más bien como espirales mal dibujadas.
               -Tus huellas dactilares-explicó papá, y Scott se lo quedó mirando. Se quitó la camiseta y nos enseñó el pecho-. La huella de Sabrae-enumeró, mostrando una pequeña mano rosa en el centro de su pecho. Duna puso la mano en ella y exclamó un:
               -¡Qué pequeñita!
               -Tenía meses cuando me lo hice-explicó papá-. La huella de Shasha-explicó, mostrándonos la huella de un pie que tenía en la cadera-y el primer dibujo de Duna-añadió, enseñándonos la cara interna de la muñeca, donde había una especie de pulpo mal dibujado.
               -Soy una artista-presumió Duna, llevándose una mano al pecho.
               -¿Qué se supone que es eso?-la chinché.
               -La palomita de la mano de papá, tonta. De verdad, la gente que no tiene talento, cómo es-negó con la cabeza y todos nos echamos a reír.
               -Bueno, las fechas de nacimiento con vuestros nombres-continuó papá, enseñándonos inscripciones en letras asiáticas-, y… eh…
               -Enséñale las barras-pidió mamá, que estaba disfrutando del espectáculo.
               -Ah, claro, las barras-asintió papá, girándose y señalando su omóplato. En él tenía tatuados unos rectángulos pequeñitos que yo siempre había pensado que eran palillos chinos, pero, ahora que me fijaba, descubrí que eran más cortos e irregulares que esos.
               -¿Qué son?-quiso saber Shasha, sin entender qué era eso.
               -El ADN de Scott que coincide con el mío-contestó papá, poniéndose la camiseta de nuevo.
               -¿Te hiciste una prueba de paternidad?-espetó Scott, estupefacto.
               -No-contestó mamá-, te la hice yo nada más nacer, porque estaba hasta el coño de que tu abuela insistiera en que se la estaba metiendo doblada a tu padre. Insistía en que no eras de Zayn.
               -Mamá es tonta-replicó papá.
               -Pero, ¡si soy igual que él!
               -Lo decía antes de que nacieras-explicó nuestra madre-, porque, claro, al nacer tú, y verte, ya se tuvo que bajar de la burra.
               -¿Y aun así me la hiciste?-insistió Scott, y mamá se encogió de hombros.
               -¿Tú sabes la satisfacción que me dio ver la cara de tu abuela cuando le di los resultados? Todavía estoy esperando a que tu padre encuentre la manera de hacerme disfrutar como tu abuela en aquella ocasión.
               -¡Sherezade!-protestó papá, y mamá se echó a reír, le dio una palmadita en la cara y puntualizó:
               -Sé que te esfuerzas, cariño. Y aprecio mucho el esfuerzo, te lo digo de corazón.
               -Pues para pasarlo tan mal conmigo, bien que te gusta hacer bebés juntos.
               Ella se echó a reír.
               -Es que nos salen muy bien.
               -Sí, especialmente cuando los hacéis sin querer-se jactó Scott.
               -¿Tú no estabas deprimido, con una crisis existencial del copón?-soltó Shasha.
               -Lo estaba-Scott se encogió de hombros-, pero, ahora que me he enterado de que papá tiene dos tatuajes relacionados conmigo y sólo uno para cada una de vosotras, pues… creo que las de la crisis existencial deberíais ser vosotras, hermanitas.
               -Me caías mejor cuando papá y mamá no te habían hecho borrachos-le dijo Shasha.
               -Bueno, ahora, cuando se ponga a hacer gilipolleces, ya sabemos de quién es la culpa-me encogí de hombros.
               -¿De quién?-preguntó Duna.
               -Pues… del alcohol. Seguro que hacerte borracho te afecta aquí-dije, tocándome la cabeza.
               -Ahora que lo dices, Saab, la verdad es que tiene todo el sentido del mundo-sonrió mamá, y Scott se la quedó mirando, herido.
               -Para un único hijo varón que tienes, ¿por qué te empeñas en hacerme la vida imposible, mamá?
               -Scott, me diste un parto horrible. Te estuve pariendo tres días-le recordó-, creo que me he ganado el derecho de meterme contigo un poco.
               -Encima de que me resistí a salir porque estaba a gusto-se lamentó Scott.
               -¿Dentro de ella?-se quiso asegurar papá-. Colega, ya somos dos.
               Mamá le dio un manotazo en la pierna y nos echamos a reír.

               

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6 comentarios:

  1. Por favor!!! ¿PUEDEN DEJAR DE SER TAN MARAVILLOSOS?!! De verdad es que me pueden, mi pequeño corazoncito se infla cada vez que puedo leer un poco de estos pequeños seres maravillosos
    SABRAE MUERTA DE AMOR POR TOMMY, eso si que era algo que no me esperaba por nada del mundo
    SABRAE CON LOS CONEJITOS, eso es amor puro y necesito una imagen gráfica ya de eso
    "Mamá no quiere que esté guapa, quiere que me defienda" OLE ESE COÑO MALIK ME CAGO EN DIOS Y EN TODO LO QUE SE MENEA
    SABRALEC Y LOS NUGGETS!!! SABRALEC Y LOS NUGGETS!!!!!
    Scott bebé cuando se ha enterado de donde viene!!!
    ZAYN Y SHER COQUETEANDO UFFFF ES LO MEJOR QUE LE HA PASADO A LA VIDA

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  2. Sabrae pillada de Tommy, o sea, aún estoy shockeada vale. Por otro lado me duele el corazón imaginarme a Scott de trece añitos llorando en la cama y Sabrae abrazandolo, o sea que dolor por Dios. Y por cierto Sabrae poniendo a Alec en su sitio es taaan top. Puta niña joder, que fan soy.

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  3. me encanta la parte de Sher en plan madre total: abrigaos, los móviles con bateria, no os separéis!!!!!!!! y Scott súper fastidiado me meo

    y la parte de las compras SÚPER CUQUIS Y YA LO DE LOS CONEJOS ES QUE YO TAMBIÉN QUERIA ESTAR AHÍ Y LLEVÁRMELOS A TODOSSSSSSSS

    Alec y lo de los regalos putíasimo amo aunque luego sea subnormal y tenga que gastarse 100 pavos pero en fin el chaval a veces no da pa más

    y Sabrae durmiéndose pensando en lo de "esa es mi chica" soy yo esta noche imaginando que me lo dice a mi :))))))

    y lo del piercing de Scott, yo creía que Sher le partía lwa cara a Zayn menos mal que el tío sabe defenderse porque se ha librao de unas pocas ya. Y bueno lo de Z a Sabrae de "te necesita Saab" en plan que ni Tommy ni nadie solo ella me puto muero de amor

    Y LO DE LOS TATUAJES ES QUE YO NO HE DADO MÁS EN ESTE CAPÍTULO CREO QUE MEO PURPURINA SABES

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  4. "-anda mira pero si habla
    -y mira que bien lo hago:gilipollas" YAAAASSSS THATS MY QUEEN
    Tommy y sabrae juntos en un universo paralelo yo pago millones por eso
    Scott en el papel de hermano mayor ay me muero
    ALEC HACIENDO QUE A TODOS LES TOQUE ÉL ES MI ÍDOLO DE VERDAD JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJA
    ALEC LE VA A REGALAR EL CONEJO A MIMI POR NAVIDAD LO SÉ
    SABRAE Y ALEC CON LOS NUGGETS YA EMPIEZAN A SER MIS PADRES AAAAAAAAAHHHHHHHHH
    scott con el pircing que prácticamente no le regañan porque zayn es un bocazas es que jurao que ha habido un momento que pensaba que sher me cruzaba la cara a él MADRE MÍA QUE INTENSO TODO YA EMPIEZA EL SCOTT DRAMÁTICO DE ES QUE SOY UN ACCIDENTE YO NO TENDRIA QUE ESTAR AQUI
    (mañana repaso a ver si he comentado todos los puntos que quería que ahora tengo mucho sueño y si falta algo vuelvo a comentar)

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  5. Me encanta como todos bromeaban con que todavía Sabrae y Alec acababan juntos ay, pobres almas inocentes, no sabían lo que les esperaba.
    SABRAE DEJANDO MAL A ALEC ME TIENE LIVING Y EL PUTO ALEC AMAÑANDO EL AMIGO INVISIBLE Y LUEGO COMPRANDO REGALOS PARA TODOS ES QUE ESTE PUTO NIÑO NO TIENE REMEDIO ME ENCANTA
    Momentazo el de Scott enseñándoles el piercing "Si el Scott te vacila, tú te callas y lo asimilas" ME MEO
    Y el momento tatuajes ha sido tan bonito ❤ Me tiene enamoradita la familia Malik

    "Que algo te sorprenda no quiere decir que sea un accidente." ❤

    Pd: Fetus Sceleanor cuando Scott todavía no sabía que la quería ❤ (Que no se me note el favoritismo)

    - Ana

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