domingo, 18 de febrero de 2018

Leona.


Mentiría si dijera que no me encantaba ese pseudo paseíto de la vergüenza que se marcaba Scott cada vez que volvía de fiesta un poco borracho pero con una sonrisa tonta en los labios que alguna chica le había teñido de pintalabios y, quizá, hasta un poco de rímel. Sería una cínica si asegurara que no disfrutaba con la manera en que mi hermano se sonrojaba al saberse pillado después de haber metido las manos hasta los codos en la caja de las galletas.
               Incluso sería muy triste que tratara de engañar infructuosamente a alguien si proclamara que me sentía algo mal cuando mi hermano entraba dando tumbos en casa, borracho como una cuba, y Tommy me miraba y suspiraba y decía “lo voy a dejar en su habitación, que si se muere en ella, la culpa es tuya” y procedía a subir las escaleras peleándose con su cuerpo. Claro que esto último lo había visto un par de veces, especialmente en fiestas importantes, como Fin de Año o la Fiesta No Oficial de Graduación, donde mi hermano cogía unas borracheras que le impedían recordar incluso su dirección… pero Tommy no se lo terminaba llevando a casa para evitarse una bronca.
               No sólo mentiría como una bellaca si dijera que no disfrutaba de todo eso, sino que para colmo nadie me creería, porque la sonrisa de satisfacción que se me dibujaba en la cara cuando escuchaba las llaves de Scott tintinear al otro lado de la puerta bien podría pagarme un máster en Yale.
               No me malinterpretes: adoro a mi hermano; le adoraba y le adoraré toda mi vida.
               Pero es que es demasiado divertido verle en los momentos en que se está ganando a pulso una bronca.
               Fue por eso por lo que me levanté como un resorte, movida por el anhelo de descubrir cuánto alcohol se había metido en vena esta vez, o cuántos besos le habían dado, y troté en silencio hacia la puerta, como si de una pantera en su hábitat natural se tratara.
               Aún es pronto, pensé para mis adentros, consultando el reloj de pared. Eso significaba que la noche había ido muy bien y que apenas podía tenerse en pie ya… o que había ido muy mal y le habían dado calabazas varias chicas de seguido.
               No estaba segura de qué era lo que me apetecía más (mentira, en realidad, era lo primero; le vendría bien una cura de humildad, que ser el único hijo varón de Zayn Malik se lo tenía muy creído últimamente).
               Abrí la puerta mientras escuchaba cómo el luchaba contra sus llaves.
               Y me decepcionó un poco descubrir que venía bastante menos afectado de lo que yo creía porque, para ser sincera, no pensé realmente que nadie le hubiera dado calabazas a Scott.
               Se había puesto la chupa de cuero negra.
               Y cuando Scott Malik se ponía la chupa de cuero negra, significaba que Scott Malik había salido a matar. No iba a tomar prisioneros.
               Quizá tuviera algo que ver la recién llegada a casa de Tommy: Diana Styles, que no sólo se había hecho con los mejores rasgos genéticos de su padre, Harry, sino que, para colmo, era modelo, lo cual implicaba que tenía un cuerpo de infarto y una belleza de otro mundo.
               -Qué lástima-siseé, divertida, mirándole de arriba abajo-. No te has muerto-sacudí la cabeza y me hice a un lado para permitirle pasar.
               -No tengo tiempo para gilipolleces, niña-ladró-. No están despiertos, ¿verdad?-señaló con la cabeza en dirección a las escaleras. Aunque el cuarto de nuestros padres no estaba en esa dirección, le comprendí.
               -Sólo estoy yo-concedí, pasando la lengua por la piruleta que me había estado acompañando durante los anuncios del programa y que estaba perdiendo su forma esférica. Scott miró sin prestar mucha atención al reality sin sonido que había estado viendo hasta su llegada, haciendo tiempo de una forma un poco fútil, la verdad. Podría haber aprovechado para dibujar, pero a esas horas, no me apetecía hacer nada más que sentarme a ver la televisión y ponerme hasta arriba de comida basura.
               Scott tomó aire de forma muy profunda y cerró los ojos.
               -Qué bien vienes-comenté, decidida a pincharle.
               -He tenido un percance-contestó, críptico, y yo me crucé de brazos.
               -No lo digas como si no fuera siempre así.

               -Sé útil, anda, y tráeme un boli-decidió ignorarme por la cuenta que le traía, pero yo no iba a rendirme tan fácilmente. Le notaba tenso, incluso hostil. Me sería muy fácil cabrearlo. Me sería muy fácil hacer que saltara.
               Esa es la misión principal de una hermana pequeña cuando vuelves de fiesta: tocarte tanto los huevos que termines pensando que la noche ha sido una mierda sólo porque te la han terminado amargando cuando llegaste a casa.
               -¿Te pasa algo en las manos?
               -Sabrae-espetó-, no me jodas. Dame un puto boli-siseó, pero yo no le hice caso. Agité mis trenzas hacia un lado y me fui a sentar en el sofá mientras él gruñía por lo bajo algo como “puta cría de mierda”, rebuscaba en los cajones del mueble de la entrada y sacaba un bolígrafo con el que escribir. Notó mis ojos sobre él mientras escribía apresuradamente en una hoja que arrancó de una revista. Me fijé en que estaba escribiendo en urdu, lo cual me hizo sonreír.
               Cuando terminó la nota, me incliné un poco hacia un lado para poder leerla. Se dirigía sólo a mamá, como si a papá no le preocupara dónde estaba, y le decía que se quedaba en casa de Tommy a dormir, que volvería cuando se despertara y que no se preocupara.
               Se mordisqueó el piercing mientras repasaba la nota, comprobando que sonara lo bastante dócil como para hacer que mamá se tranquilizara.
               -Cuelga esto en la nevera-exigió, y si me lo hubiera pedido por favor, quizás no hubiera contestado a la velocidad de la luz. Sólo a la del rayo.
               -No soy tu puta esclava.
               -Tommy está mal-soltó, como si yo fuera tonta y no lo hubiera deducido del tono de su nota. Estaba repitiendo el mismo protocolo de siempre: traer al borracho a casa, ir a avisar a la propia de que no iba a quedarse, regresar con el borracho para cuidarlo durante la noche. Tommy y Scott se intercambiaban los papeles de forma indistinta, y nadie parpadeaba.
               Creo que una parte de su conexión se debía precisamente a eso: podían moldearla a su gusto. Ser mejores amigos, hermanos de otra madre, incluso un padre especialmente protector y cuidadoso. Eran esenciales en la vida del otro.
               Así que eso no me habría servido de explicación, de no ser por la segunda parte de la frase:
               -He dejado a Eleanor sola.
               -Se las apañará-sentencié, encogiéndome de hombros. Siempre me escamaba que Scott hablase de Eleanor. Me parecía increíble que supiera de su existencia y aun así no se diera cuenta de cuánto lo quería. Estaba enamorada de él hasta las trancas. Me habría dado pena de Eleanor, enamorada de alguien que no se percataba de ello, de no sentir una profunda envidia de la naturalidad con la que Eleanor prácticamente celebraba aquel sentimiento.
               Ojalá yo pudiera querer a alguien como Eleanor quería a mi hermano: sin remordimientos, sin desear nada a cambio, de forma totalmente altruista, feliz en la distancia por sentir algo tan fuerte que, aunque no era correspondido, era puro y hermoso, y bastaba en sí.
               El tono de Scott cambió radicalmente cuando dije aquello. Noté cómo se le hundían sus hombros y le abandonaba esa actitud suya tan prepotente que podía reunir los fines de semana.
               -Casi la violan esta noche, Saab-me confió. Me lo quedé mirando, estupefacta. Noté cómo mis pestañas se enredaban con los pelitos inferiores de las cejas de tanto que abrí los ojos. Me saqué la piruleta de la boca, como si eso fuera a evitar que Scott hubiera dicho lo que acababa de decir.
               -¿Quién?-pregunté, sin embargo. Porque el cambio de actitud de mi hermano fue tan evidente que yo supe que no lo había oído mal. Y supe que Scott no bromearía con algo así. Era subnormal en ocasiones (en muchas ocasiones), pero no un gilipollas de campeonato.
               Se tensó de nuevo, percibiendo el camino por el que iban mis pensamientos.
               -¿Importa quién, niña?
               -¿Lo mataste?-quise saber. La rabia se estaba apoderando de mí, envenenaba mi cuerpo y oscurecía mi espíritu.
               -¿Lo mataste?
               -No-contestó, y noté frustración en su voz. Apretó la mandíbula-. Casi-respondió-. Un poco.
               -Se me escapa ese matiz, ¿cómo puedes matar a alguien un poco?
               -Pegándole una paliza de muerte-se pasó una mano por el pelo-. Yo que sé, cría.
               -Se lo merecía-aseguré, calmada, poniendo rostro a un ente que no lo tenía. Intenté imaginarme la situación, pero cada pensamiento que me cruzaba la mente me asustaba más que el anterior. Intenté, sin éxito, parar. No podía. No debía. No quería.
               -Consiguió pararme-comentó él después de un momento de cavilación que se me hizo eterno. Él tenía recuerdos a los que agarrarse, límites que su cerebro no sobrepasaba por los hechos que había presenciado. En cambio, yo, estaba ciega, suelta a la intemperie en un terreno yermo que no sabía si era un desierto o un desván.
               Y la imaginación siempre tiende a engrandecer todo lo que desconoce, por lo que yo me sentía en un desierto, rodeada de nada más que arena.
               -A ver quién me para a mí el lunes-gruñí, decidida a tomarme la justicia por mi mano y planeando ya mi venganza. No necesitaba tener la víctima clara para mis planes; el quién era lo de menos. Lo que más importaba era, sobre todo, el cómo.
               Y el cómo era con muchísimo dolor.
               Noté algo punzante en el interior de mi boca. Me quedé mirando la piruleta, y descubrí que le había pegado un mordisco, perdida en mis ensoñaciones de una tortura que iba a disfrutar de una forma oscura, casi sádica. Qué no haría yo por una chica, tan concienciada como estaba con el feminismo.
               Pero, si esa chica era buena amiga mía… no me gustaría estar en la piel de quien intentó hacerle daño.
               -Ya estoy yo en ello-zanjó Scott, tendiéndome el papel arrugado-. Tú cuelga esto. Y vete a dormir pronto.
               -Estoy muy cabreada-anuncié, sacudiendo la cabeza. Me sentía como un volcán en erupción, incapaz de controlar la lava que salía de mi interior a borbotones-. Identifícame a ese hijo de puta, ¿quieres?-pedí-. Hace mucho que no le parto la boca a nadie.
               Scott sonrió entre dientes, exhalando una carcajada que no llegó a nacer del todo. Asintió con la cabeza y se encaminó hacia la puerta.
               -Scott-pedí, y él se volvió-. ¿Lo dejaste K.O.?-quise saber, toqueteándome las trenzas sin darme cuenta, como hacía cada vez que tenía frente a mí un problema particularmente complicado y estaba buscando la forma de pedirle a Scott que me explicara cómo resolverlo sin que él resoplara porque “son reglas fijas, chica, 2 y 2 son siempre 4, no entiendo cómo no te lo memorizas, y ya está”.
               Una sonrisa chula se dibujó en su boca. Su típica sonrisa torcida. Recordaba verla de pequeña, de bebé, incluso. Y eso me tranquilizó de una forma extraña, pero tremendamente mística.
               Si Scott podía sonreír así a pesar de todo, era que el peligro de mi cabeza no era tan grande como en un principio había pensado.
               -Estás hablando conmigo-contestó.
               -Estoy orgullosa de que seas mi hermano-informé, y el orgullo del que hablé me tiñó la voz. Decirle que le quería en ese momento habría sido contraproducente. Se habría puesto a la defensiva con un “yo a ti no”, aunque fuera una mentira como una catedral. Yo no estaba triste o mimosa, no necesitaba que él pusiera por palabras el amor que me profesaba. Se notaba en el aire incluso cuando me insultaba. No podía dejar de mirarme como lo había hecho siempre, de aquella manera que me había obligado a que mi primera palabra fuera su nombre-. Sólo quería que lo supieras.
               Scott sonrió, agradecido. Puede que él siempre supiera qué decirme, pero yo tampoco me quedaba corta. Siempre tenía una frase con la que arreglarle el día, al igual que tenía otra para estropearle una noche de juerga… aunque no se la terminara de estropear del todo.
               Me tiró un beso y me guiñó el ojo.           
               -Ve a la cama-me recordó.
               -Que sí, mamá-jadeé, negando con la cabeza y forzando una sonrisa que se esfumó de mis labios en cuanto escuché el sonido de la puerta al cerrarse. Me dejó sola con mis pensamientos, sopesando unas posibilidades que, en realidad, no tenía por qué tener en cuenta.
               ¿Se vengarían? Por supuesto que sí. Scott no dejaría que nadie me hiciera daño. Tommy no dejaría que nadie hiciera daño a Eleanor.
               Incluso Tommy me protegería y Scott protegería a Eleanor, como había hecho.
               ¿Cuándo sería? Cuanto antes, esperaba. Eso de que la venganza se servía fría era una tontería como una casa. Lo mejor es hacer sufrir a tu enemigo. Que no pueda recuperarse de la victoria que te sacó, porque ya le sacas ventaja con tu revancha.
               ¿Me dejarían ir con ellos cuando sucediera? No, estaba claro, pero, ¿acaso importaba?
               ¿Podría ir? Lo difícil sería que me quedara en casa de brazos cruzados. Nunca me había gustado que me echaran una mano en las cosas que tenía que hacer por mí misma. Y esto tenía que hacerlo por mí misma. Eleanor no podía conseguir justicia, así que me correspondía a mí.
               Me vibró el móvil mientras meditaba, tan sumida en mis pensamientos que se me había olvidado que mi entorno existía. Me había convertido en un ser mitológico que no tenía cuerpo, cuya mente trascendía las fronteras de la dimensión en que se encontraba, examinando cada escenario, deleitándose en cada posibilidad de recuperar el honor perdido.
               Me incliné a recogerlo con exasperación, y por mi mente cruzó una idea que se diluyó en el océano de mi subconsciente al segundo. Quizás debería mandarle un mensaje para ver cómo se encuentra. Deseché la idea al momento; si yo hubiera pasado por algo parecido, querría pasar página cuanto antes y que nadie me preguntara por ello.
               Le di la vuelta a la pantalla y me quedé mirando la burbuja que flotaba en medio de mi fondo.
               ¿Qué haces esta noche?, escribía Peter, uno de los chicos de mi clase.
               Follar contigo, no, pensé. Decidí ignorar sus palabras, le di la vuelta al teléfono para no ver su pantalla, por si Peter no pillaba la indirecta y decidía insistir, y lamí lo poco que quedaba de mi piruleta, mirando la televisión sin verla realmente. Volvía a estar perdida en mis pensamientos.
               No sé por qué, comencé a pensar en Hugo. En Hugo y en la suerte que había tenido con él, a pesar de que no había sido lo que necesitaba a largo plazo, y en la suerte que había tenido con el resto de chicos con los que me había terminado enrollando.
               Hugo y yo lo habíamos dejado a mediados de verano, justo antes de que  yo me fuera de vacaciones a España y él se fuera con su familia de viaje a Francia. Nos habíamos pasado el verano haciendo huecos tímidos en unas agendas que no teníamos tan apretadas realmente para vernos, y la mayor parte de las veces ese “vernos” conllevaba sesiones de sexo en que, al menos, uno de los dos lo terminaba pasando mal.
               A él le daban vergüenza algunas cosas que a mí me gustaban y que yo necesitaba. Acariciarme los pechos mientras lo hacíamos era algo en que muchas veces tenía que insistirle yo, porque sentía que me estaba utilizando, no quería propasarse conmigo, no quería que yo sintiera que me trataba como a un objeto.
               A mí no terminaba de encajarme esa timidez, esa necesidad de que yo siempre le empujara a hacer más cosas, a hacerme más cosas, a probar algo diferente. Me gustaba que fuera introvertido, sí, me encantaba que se sonrojara todavía después de besarnos, pero ahora sentía que teníamos una complicidad que superaba ese respeto casi reverencial que habíamos tenido un principio a la cercanía del otro.
               Hugo era tímido de por sí, y tremendamente tímido cuando estábamos en la cama. Y eso le había encantado a mi versión más inocente, pero yo ya no era esa niña inocente que casi se echa a llorar porque perder la virginidad fue un completo y absoluto desastre. Me sentía como una flor, una flor que abría sus pétalos en la primavera, dispuesta a disfrutar del contacto de los abejorros… y Hugo era un abejorro que se colocaba debajo de mi capullo con la esperanza de que se me cayera un poco de néctar y él poder saborearlo sin tener que importunarme.
               Ya no me gustaba que fuera tan tímido.
               Y él no disfrutaba conmigo siendo tan lanzada.
               Así que lo habíamos hablado largo y tendido, y para mi sorpresa, la conversación que mantuvimos fue la más honesta y bidireccional que había tenido en mi vida. Los dos nos habíamos dado cuenta del problema que teníamos y habíamos llegado a la misma conclusión: que no estaba bien que intentáramos hacer cambiar al otro, y que no sacábamos nada empujándonos a hacer cosas con las que no nos sentíamos cómodos.
               Que dos personas dieran sus primeros pasos juntas a la vez no significaba que también fueran a echar a correr en el mismo momento.
               Así que lo habíamos decidido, habíamos identificado el problema y lo habíamos cortado de raíz: lo mejor sería que lo dejáramos, ahora que todavía nuestro amor estaba intacto y podíamos podarlo para convertirlo en una amistad, antes de empezar a cogernos tirria el uno al otro y no soportar nuestra presencia por intentar alargar las cosas de un modo absurdo.
               Y nos había funcionado. Al principio pensamos que nos costaría un poco, especialmente cuando empezamos las clases y la inercia nos llevaba a buscarnos, pero el verano había contribuido a enfriar las cosas entre nosotros y, aunque yo le quería con locura y no me arrepentía de nada de lo que había hecho con él, y de hecho me alegraba de haberlo hecho con él, al igual que él conmigo, en el fondo me alegraba de mi decisión. Me sentía más libre. Más auténtica. Más dispuesta a ser yo, ser yo con mayúsculas.
               Me había liado con chicos, nada serio. Incluso me había acostado con un par de ellos, y cuando ellos me tocaban y me exploraban y me besaban y gemían contra mi piel cuando estábamos juntos, yo no me arrepentía de haberle entregado mi virginidad a Hugo. Pero tampoco le echaba de menos.
               Peter era el último de los chicos con los que había estado. Nos habíamos enrollado unas cuantas veces y nos habíamos acostado en un par de ocasiones. Siempre habíamos tenido mucho cuidado y yo me sentía particularmente a gusto con él: le gustaban las mismas cosas que a mí y no parecía tener la cabeza donde suelen tenerla los tíos de mi edad, con la excepción de Hugo: en lo que viene siendo la punta de la polla.
               Bueno, eso sólo lo parecía cuando no salía con sus amigos y le entraba el calentón y decidía de repente recordar que yo existía. No me molestaba que pensara en mí sólo para eso, porque yo sólo pensaba en él también para eso (no quería una relación, ni nada por el estilo, estaba genial tal y como estaba); lo que me molestaba era que siempre pensaba en mí con cinco segundos de antelación. Y me mandaba un mensaje de madrugada, dando por sentado que yo tendría que estar disponible. Como esa noche.
               Peter me trataba bien. Hugo me había tratado mejor, demasiado, quizás.
               ¿Y a Eleanor, que era mil veces mejor que yo, más buena, más inocente, más pura, no le tocaba la misma suerte que a mí?
               Bueno, pues esta flor estaba dispuesta a pelear. Me convertiría en una planta carnívora si hacía falta para defender a mis amigas.
               Mañana mismo le dejaría bien claro a Scott que, fuera cual fuera su plan de venganza, debía contarme en él.
               Con esa resolución en mente, decidida como pocas veces lo había estado en mi vida, mordí el último trozo de piruleta, apagué la televisión y, masticándolo, subí las escaleras en dirección a mi habitación.
               ¿Querían guerra?
               La iban a tener.


Tuve la gran suerte de que Scott se levantara mucho más tarde que el resto de mi familia. Papá ya estaba en el salón cuando él abrió la puerta y le impidió escaquearse, esconderse rápido en su habitación y obligarme a ir a abordarlo. Escuché cómo hablaba con él, cómo le daba un beso y, finalmente y con resignación, mi hermano se asomó al jardín para ver cómo golpeaba con furia el saco de boxeo.
               Apenas había dormido esa noche, pero lo poco que lo había hecho resultó en un sueño profundo y reparador que hizo que mis neuronas trabajaran mucho más rápido. Entrenaría  ya por la mañana para sentir el calor que sólo los músculos preparados y ansiosos de acción podrían darte. Me pelearía con Scott si hacía falta. Discutiría rabiosa con él y finalmente ganaría, porque no había nada que le fastidiara más que tener que pelearse conmigo cuando sabía que mi decisión estaba tomada y pensaba llevarla a cabo.
               -Saab-saludó, apoyándose en la pared de forma casual.
               -Te has levantado pronto-ironicé, sonriendo y negando con la cabeza mientras volvía a arremeter contra el saco de boxeo. Me confesó que se había liado con Eleanor y yo me lo quedé mirando un segundo, estupefacta. Me alegré por ella y me fastidió por él, porque seguro que ahora Eleanor se ilusionaba con algo que mi hermano no iba a darle.
               No es que la quisiera.
               Pero a Scott le gustaba demasiado ir de flor en flor como para quedarse y fundar una colmena.
               Le tome un poco el pelo porque me confesó que no tenía pensado contárselo a Tommy, y yo estuve a punto de soltarle que no sería el primer secreto relacionado con hermanas que ellos dos se guardaban. Terminé callándomelo no sé muy bien por qué. Quizá me daba miedo, en el fondo, que ocurriera lo que Scott y Tommy más temían: que Eleanor o yo nos metiéramos entre ellos y las cosas resultaran diferentes. Lo dudaba mucho, pero el riesgo era demasiado grande, y no estaba dispuesta a correrlo sólo por la satisfacción de un comentario mordaz.
               -¿Cuándo vas a ir a cargarte al otro tío?-quise saber, apoyándome yo también en el saco de boxeo, que se ablandaba a marchas forzadas. Scott puso los ojos en blanco.
               -Esta noche-informó, y ante la sonrisa que se me formó en la boca, exigió-: Y no te rías así. No vas a venir conmigo.
               -¿Por qué no? Quiero partirle la cara-le di otro puñetazo al saco-. Puedo partirle la cara. Debo partirle la cara-expliqué, mirándole de reojo-, en nombre de toda la comunidad femenina.
               -No quiero tener que pegarme también por ti, Saab-contestó con chulería, y yo desencajé la mandíbula para darle más énfasis al modo en que lo examiné.
               -Te puedo tumbar cuando yo quiera-él soltó una risa entre dientes y se rascó la nariz, se cruzó de brazos-. Y no es nada sexual-espeté-. Va en serio, Scott. Contrólate.
               No estaba segura de si entendía por qué se lo decía, pero ahora no estaba hablando de la pelea. Él hizo una mueca y agitó la mano en el aire, haciéndome ver que el asunto estaba zanjado.
               Se dirigió hacia la casa, pero se detuvo a medio camino y se giró para mirarme.
               -¿Podrías, por favor-pidió-, no usar mis putas sudaderas para entrenar?-señaló las mangas de la sudadera que me había atado a la cintura, y que había usado mientras entraba en calor. Ahora ya no la necesitaba.
               -¿Por qué no? Son muchísimo más cómodas que las mías. Me permiten más libertad.
               -Porque las sudas-escupió él, molesto, y yo me giré.
               -Vaya, Scott, ¿quién iba a decir que las sudaderas están hechas para recoger tu sudor? Estoy pervirtiendo su significado.
               Puso los ojos en blanco.
               -No hay quien te soporte, puta cría.
               -Si no quiere que te las coja, escóndelas como escondes los condones.
               -Que yo esconda los condones no te impidió tirarte a tu novio, ¿a que no?
               -Hicimos marcha atrás-contesté, y él se puso rígido.
               -Sabrae-dijo en tono de advertencia, el mismo tono que usaban papá y mamá cuando había dicho una gilipollez más grande que otras y tenían que hacerme ver que lo que acababa de soltar por mi boca estaba mal.
               -¡Que es coña!-me burlé, señalándole con un guante y echándome a reír-. Tu puta cara, me descojono.
               Scott se masajeó las sienes y negó con la cabeza.
               -A quién mataría yo en otra vida para merecer este castigo, señor…-murmuró mientras se marchaba, y yo negué con la cabeza, conteniendo una sonrisa.
               Me esperaba un día bien movidito y no estaba dispuesta a que mi hermano se cargara la adrenalina que me corría por las venas. Incluso se me ocurrió darle mi postre para que estuviera más receptivo a la hora de marcharnos “de fiesta”. No les dijo nada a papá y mamá, lo cual me sorprendió bastante.
               Salté el sofá en el momento en que me dijo que se iba para hacerle ver que lo interpretaba como un aviso para que yo estuviera preparada. Cogí mi chaqueta, colocada cuidadosamente en la silla, guardé mi móvil en el bolso y troté escaleras abajo como alma que lleva el diablo, confiada y segura en mi atuendo de luchadora de película de acción: medias negras, botas altas, camiseta blanca y shorts de cuero que no eran muy cómodos, pero que me hacían un culo increíble y me recordaban un poco a los que llevaba Harley Quinn en Suicide Squad.
               Scott gimió una protesta cuando me vio aparece y sonreír, contemplando mi atuendo y reconociendo que yo no había salido a jugar. Se mordió el piercing y negó con la cabeza, señaló la puerta y me dejó salir delante de él.
               Si me sorprendió un poco la facilidad con la que aceptó que me uniera a sus planes, más me impactó encontrarme con que Tommy y Eleanor no le esperaban solos: a su lado había una pareja conformada por un chico y una chica.
               El chico no era otro que Chad Horan, el único hijo de Niall, que había venido de visita aprovechando un negocio que se traía entre manos para saludar a sus viejos amigos, y se había traído a su retoño para que no perdiera el contacto. Le sonreí con calidez antes de clavar los ojos en la otra persona.
               Había una cuarta figura en la que yo no caí en un principio.
               Hasta que clavó los ojos en mí, y aquel verde esmeralda me dijo todo lo que yo necesitaba saber.
               Diana Styles.
               Había que reconocer que la amiga no estaba nada, pero que nada mal: se había enfundado las piernas en unos vaqueros que se le ceñían como una segunda piel, más incluso que mis propias medias, y marcaban a la perfección lo estilizadas y tonificadas que las tenía. Eran largas como las estelas de los aviones en el cielo de verano. Su tripa era una verdadera pista de aterrizaje, y el jersey beige que llevaba resaltaba su busto y el ligero bronceado de su piel. El pelo dorado le caía en suaves ondulaciones por los hombros, y de su cuello colgaba un discreto colgante que hacía resaltar su cara.
               Y su cara era de otro mundo. Habría pensado que se trataba de una diosa griega de no haberse mordido el labio mientras me contemplaba con curiosidad porque, ¿qué divinidad contempla a una mortal así?
               No pude evitar fijarme en su boca, lo carnosos que tenía los labios, la forma perfecta de su nariz y el brillo salvaje de su mirada, que lo examinaba todo de mí con una inteligencia fría, más propia de un felino que de un ambiente inanimado. No sé por qué, Diana me recordó a un jaguar sin manchas que albergaba en sus ojos la jungla en la que vivía.
               Justo cuando pensé que Diana no podría ser más preciosa, su boca esbozó una cálida sonrisa llena de dientes blancos que podrían haberme cegado.
               -Diana, ¿verdad?-sonreí, acercándome a ella, disfrutando del tono de fastidio con el que Scott bufó y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta.
               -Tú debes de ser Sabrae-contestó Diana con una voz tremendamente musical e, incluso, sensual. Se inclinó a darme un beso en la mejilla-. Encantada de conocer por fin a una Malik decente-sonrió, mirando con intención a mi hermano, que la fulminó con la mirada y apretó la mandíbula.
               -¿Acaso no has conocido a nuestro padre?-bromeé, marcando un poco las distancias. Noté que Scott no confiaba en ella y me pregunté por qué, cuando Tommy parecía muy cómodo en su presencia. Incluso se acercaba instintivamente hacia ella, como un satélite que ajusta su órbita a los cambios de posición de su planeta.
               Diana se echó a reír, se sacudió el pelo con una mano y sus ojos titilaron con un pensamiento que se parecía a una advertencia hacia sí misma de andarse con cuidado con mi familia.
               Me cogí del brazo de Chad y le pregunté cómo le iba todo mientras Eleanor y Diana avanzaban delante de mí, charlando sobre algo a lo que apenas le presté atención. Chad me contó que había un chico que le gustaba y que su mejor amiga le decía que tenía posibilidades con él, pero Chad no la creía.
               -Con lo guapo que tú eres, cualquiera caerá rendido a tus pies-le prometí, dándole un beso en la mejilla, a lo que respondió sonrojándose. Me recordó muchísimo a Hugo y, a la vez, pensé que no podía haber personas tan distintas como ellos dos, a pesar de lo mucho que se parecían: en su timidez, en el color especial de sus ojos, incluso en la forma en que sonreían mirando al suelo cuando les decías algo que les complacía, pero que les sonrojaba también.
               -Eso le digo yo-contestó Eleanor, que había escuchado la conversación discretamente-, pero no me quiere hacer caso.
               -Es que… tendríais que verlo, chicas-comentó Chad, y Diana sonrió.
               -Te vemos a ti.
               Parecía que no era mala tía, después de todo.
               Llegamos por fin al bar en el que los chicos habían quedado con sus amigos. Entramos sorteando a la gente y nos dirigimos al fondo del local, rodeado de paneles azules y rosas que llenaban el ambiente de una atmósfera de videoclip. Mientras nos acomodábamos en el sofá y le decíamos a la camarera lo que queríamos, Scott silbó y consiguió que Jordan se acercara con gesto fastidiado. Cuando pregunté, Diana me explicó que había escuchado que Jordan se encargaba de las apuestas que la gente que iba a los locales de su familia y que, si nadie iba a reclamar lo ganado, se lo terminaba quedando para sí.
               -¿Viste el paquetito que te dejé anoche en el baño?-preguntó Scott, y Jordan puso los ojos en blanco.
               -Podrías haberme avisado, tío. Tuve que evitar que mi camarera llamara a la policía. Me hubieras jodido la noche, y sabe dios qué habrían pensado al ver tanta pasta ahí.
               -¿Sabes dónde está?-quiso saber Scott.
               -Lo jodiste, pero no lo bastante como para que lo tuvieran que ingresar-informó Jordan, estirándose.
               -Hoy voy a enterrarlo-prometió mi hermano, y Tommy sonrió con orgullo. Eleanor se mordía el labio, nerviosa. Le cogí la mano y le susurré que no iba a pasarle nada.
               -No es por mí por quien tengo miedo-contestó-, es por ellos-señaló con la cabeza a los chicos, que conspiraban como si de verdaderos mafiosos se tratara. Cuando Eleanor se metió en la conversación para decir que conocía al chico, que era del instituto, que iba a su curso, Scott y Tommy se miraron un momento y comenzaron a discutir, decidiendo quién se quedaba y quién iba. Tommy quería ir, quería vengarse, quería darle la lección de su vida a ese chico ahora que sabía que su hermana tendría que verlo todos los días. No quería que el castigo se quedara corto  y le hiciera pensar, siquiera por un momento, que valía la pena caer en la tentación.
               Empezaron a trazar su plan, determinando los protagonistas que formarían parte de él. Decidieron que irían cuatro: Scott, Logan, Alec y Max.
               -Cuatro-zanjó Tommy, asintiendo con inocencia después de que Scott le dijera que no le quería por allí, no fuera a tener que vigilarlo-. ¿Serán bastantes?
               -De sobra-contestó Scott.
               -Somos cinco-contesté, apartándome una trenza del hombro con chulería y clavando la mirada en Jordan, que había estado a punto de echarse a reír.
               -Somos cuatro, Sabrae-gruñó Scott-. Tú no vienes.
               -Y un coño como una catedral-discutí-. Somos cinco, claro que voy. Peleo mejor que tú-le recordé-. Puedo tumbaros a ti y a este gilipollas-señalé a Jordan- a la vez sin que se me suban las pulsaciones, ¿quieres que probemos?
               -Me gustaría verlo, chiqui…-empezó Jordan, y yo no le dejé acabar. Me levanté como una exhalación, me agaché hacia abajo, y, con un barrido de pierna, como había visto hacer en el gimnasio varias veces, y en las películas de artes marciales, cantidad, apoyada en la palma de la mano, le di una patada a Jordan en los pies que hizo que perdiera el equilibrio y cayera el suelo, precipitándose hacia el lado contrario al que yo me lancé. Ágil como una gata, me coloqué a su lado y le agarré por la muñeca, dando un golpe seco en su brazo mientras me incorporaba, haciendo que su cuerpo cambiara de trayectoria y girándolo para que cayera boca abajo. Me costó un poco mantener el equilibrio cuando el brazo de Jordan se tensó al quedar éste suspendido a un par de centímetros del suelo, pero lo logré. Afiancé mi posición balanceándome un momento sobre mis pies, cambiando el centro de gravedad de nuestros cuerpos, y dejé a Jordan suavemente en el suelo, sin soltarle el brazo, que le retorcí por detrás.
               Jordan apretó los dientes, pero no dijo nada. Por las sonrisas de Scott y Tommy supe que era orgulloso y que o iba a suplicar que le dejara tranquilo. He de decir que respetaba eso. La postura dolía, el brazo tenía que arderle, y que aun así se mantuviera estoico era un ejercicio de soberbia y autocontrol que no podía dejar de admirar.
               -A mí nadie me llama chiquilla si no es de mi familia, ¿estamos, nene?
               Jordan se echó a reír, y mi respeto por él se perdió. Aquel chico no era orgulloso, sino directamente gilipollas. Y yo detestaba a los gilipollas. Tire un poco más de su brazo, acercándolo a su cuello, y Jordan lanzó un aullido que hizo que Tommy se girara para comprobar si había alguien más disfrutando del espectáculo en el bar. Por desgracia, no era así.
               -¿Alguna vez te han sacado el hombro, gilipollas?-le grité en el oído-. ¿De qué coño te ríes? ¿Quieres reírte por algo?
               -Scott-gimió Jordan-, dile a tu hermana que me deje-exigió, mordiéndose el labio con tanta fuerza que se estaba haciendo sangre.
               -Yo no mando en ella, Jordan, tendrás que pedirle perdón-contestó Scott, disimulando una sonrisa tras su mano.
               -Yo no le pido perdón a crías que… AH-bramó de repente, interrumpida su amenaza. Me eché a reír.
               -Prueba otra vez, Jordan-siseé, relajando la presión que acababa de aumentar para evitarle tener una excusa para no pensar-. Seguro que sabes algo mejor.
               -Jordan, tío, pídele perdón-instó Tommy, riéndose-. Aprende a respetar a las damas.
               -Sí, Jordan, tío, aprende a respetarnos.
               Jordan gimió por lo bajo, le pregunté qué había dicho, gruñó de nuevo, le dije que no le entendía, y, cuando obtuve un claro “perdona, Sabrae, no quería ofenderte”, le solté el brazo y me quité de encima de él. Me senté y le sonreí cuando se incorporó, masajeándose el hombro, y asentí con la cabeza cuando Jordan me contempló con renovado respeto y coincidió conmigo:
               -Sois cinco.
               Se marchó a buscar a sus amigos, que respondieron prestos a la llamada y escucharon con atención cuál era el plan. Alec frunció el ceño y me miró, divertido, cuando Jordan le contó lo que había hecho con él.
               -Eso no tiene ningún mérito, a ti te tumba cualquiera. Pero si lo estás deseando-protestó, y yo puse los ojos en blanco y me crucé de brazos.
               -Podría hacer lo mismo contigo con los ojos cerrados, Alec-informé, y él se echó a reír.
               -Créeme, nena: quieres tenerlos abiertos cuando me tumbes.
               -… y entonces-continuó Scott, relatando lo que se le había ocurrido-, los metemos en el maletero del coche, prendemos fuego al coche y lo tiramos a un lago.
               -No sé si esa última parte me convence-comentó Eleanor, toqueteándose el pelo.
               -Sí, a mí tampoco-reflexionó Max-, ¿no sería mejor que le prendiéramos fuego, y, una vez que no quedasen más que cenizas, lo tirásemos al agua?-sugirió, y todos se lo quedaron mirando.
               -Eres un estratega nato, Max-admiró Logan.
               -Es que juego al LOL.
               -Yo también juego al LOL y eso me hace entender de dragones, no de putos coches quemados-espetó Alec-, ¿seguro que es el LOL?
               -Me vas a decir tú a mí a qué juego yo, Alexander.
               -Que no me llames Alexander, tío, que no estoy de cachondeo-protestó Alec-. Qué pesadito estás.
               -Antes te encantaba, bribón.
               -Eso era antes de que decidieras cambiarme el nombre.
               -No lo pillo-cortó Diana-, ¿Alec es diminutivo de Alexander?
               -No-contestó Alec-, es este imbécil, que no sabe cuándo parar una coña. Cuando fuimos a Chipre, conocimos a unas chicas y ellas se empeñaron en que yo me llamaba Alexander y Max, Maximiliam, pero que nadie nos llamaba por nuestro nombre porque éramos una especie de miembros de la nobleza, o algo así.
               -Las francesas, que están como cabras-Max se encogió de hombros.
               -Aunque no iban desencaminadas, también te lo tengo que decir-respondió Alec, mirando a su amigo-. Es decir, no es por nada, pero yo soy el Rey de los Polvos.
               -Y luego, te despertaste-intervine yo, y todos se echaron a reír, incluido Alec.
               -Cuando quieras, te pasas por mi castillo y te enseño mis aposentos, bonita-ofreció, cogiendo un vaso de chupito y bebiéndoselo de un trago. He de decir que no me terminó de disgustar la idea, aunque lo achaqué al alcohol que había ingerido y la anticipación por lo que estábamos a punto de hacer.
               Salimos a la calle, nos despedimos de los chicos, nos disculpamos con Chad por no poder estar con él en una de las pocas noches que iba a pasar en Inglaterra, y nos dirigimos a la residencia donde dormían los estudiantes procedentes de otras zonas del país. Allí descubrimos que el imbécil de Simon, el chico que había intentado violar a Eleanor, nos esperaba con un estúpido séquito de acólitos en el gimnasio de nuestro instituto.
               Cuando llegamos al edificio, yo estaba prácticamente dando brincos. La idea de un enfrentamiento abierto que yo sabía que no podíamos perder me entusiasmaba.
               Saltamos la verja (yo con ayuda de Logan, debido a mi estatura, necesité un empujoncito) y nos colamos en el edificio por una ventana que los conserjes nunca recordaban cerrar. Scott me agarró del brazo y tiró de mí hacia atrás.
               -Poneos detrás de mí-ordenó Scott, arrastrándonos a Eleanor y a mí a su espalda.
               -Ahora no vayáis de machitos protectores-gruñí-, que no cuela.
               Le di un codazo a mi hermano y volví a adelantarle, pero él no me dejó ir muy lejos: me cogió de una trenza e hizo que me detuviera en seco.
               -Ya tendrás tiempo de ser Lara Croft, niña.
               No me quejé e hice lo que me pedía. No volví a abrir la boca; que todos saliéramos bien parados de aquella era más importante que mi sed de sangre.
               Pasamos por los pasillos en penumbra en el más absoluto silencio, afinando el oído para escuchar alguna amenaza.
               Pero no ocurrió nada. No fue hasta que llegamos al gimnasio cuando empezamos a oír unas voces provenientes del interior. Eran Simon y el resto de gilipollas que estaban con él, jactándose de que no habíamos venido como en un principio creían. Qué equivocados estaban.
               La puerta estaba entreabierta y un poco de luz se colaba por ella. Eleanor se acercó a la puerta y echó un vistazo al interior, a pesar de las protestas silenciosas de Scott.
               -Están calentando-informó Eleanor.
               -¿Llevan armas?-preguntó Max, y yo me puse nerviosa. No había pensado en que la pelea fuera con algo más que nuestros cuerpos. Claramente estaríamos en desventaja si habían decidido hacerse con algo para dañarnos.
               -Yo sí-contestó Logan, y nos lo quedamos mirando mientras sacaba una navaja.
               -¿De dónde coño has sacado tú eso?-preguntó Alec, estupefacto.
               -De…
               -¿Qué más da de dónde lo haya sacado?-siseó Scott-. Guarda eso. Y más te vale no usarla.
               -Ciérrala bien, anda. Que no queremos que te pinches-regañó Alec, pero Logan no hizo el menor caso.
               -Sabrae-exigió Scott, colocándome tras él de nuevo. Hizo piña con sus amigos mientras decidían cómo proceder.
               Pero yo estaba harta.
               Entendía que mi hermano quisiera protegerme y mantenerme a su espalda para poder cuidarme fácilmente, y en cierto modo echaría de menos ser esa niña pequeña que siempre confiaba en que él me protegería. Pero, por otro lado, ya estaba cansada de ser una niña asustada e independiente. Ahora más que nunca, escuchándolos fardar en el interior del gimnasio de lo que nos harían, la adrenalina y mi rabia me hacían sentir una mujer. Me sentía preparada y confiaba en mi propia fuerza.
               Es por eso que hice caso omiso de lo que me decía Scott. Le rodeé con habilidad, aprovechando que él estaba examinando la situación, di una patada a la puerta y me deleité con la forma en que los gilipollas dieron un brinco ante lo inesperado del sonido. Entré en el gimnasio haciendo notar mi presencia de una forma que ni los propios chicos que me acompañaban se habrían esperado.
               Así que no era de extrañar que los otros, que ni siquiera me esperaban, se asustaran al verme con tanta confianza.
               La fuerza realmente está en el interior, pensé, observándolos en silencio mientras ponía los brazos en jarras. Era, como mínimo, 20 centímetros más baja que el mayor de todos ellos, y sin embargo ninguno salía de su estupefacción y la preocupación que les producía mi entrada triunfal.
               Escuché dos frases de dos personas diferentes antes de hablar:
               -Yo la mato-dijo mi hermano.
               -Los tiene bien puestos-admiró Alec, en un tono que denotó una sonrisa que yo sentí clavada en mi nuca.
               -Me habían dicho que aquí había una fiesta-hablé, abriendo los brazos y paseándome por el ancho de la estancia como una leona que selecciona a qué gacela va a devorar primero. Oí pasos a mi espalda, pero no me giré. Supe, con una sensación mística, que los chicos me habían seguido al interior. Scott le dijo algo a Eleanor, que asintió con la cabeza.
               -No sabía que ibas a traer animadoras, Scott-rió uno de los tíos que acompañaban al tal Simon con condescendencia. A ese le arrancaría los dientes el primero, decidí.
               -Ni yo que vuestro amigo no se fuera a fiar de que no solucione mis cosas solo-contestó mi hermano.
               -A ti tampoco te pareció buena idea venir solo, ¿a que no?-inquirió el más pequeño de todos, Simon.
               -Cuando tratas con escoria, escoria crees que son.
               -¿Hemos venido a componer haikus, o a resolver esto como hombres?
               -Eso de “como hombres” me ha gustado-sonreí, alzando la barbilla-. ¿Puedo jugar yo también con los machitos?
               -Yo no me peleo con crías-contestó el mayor de todos, el más cuadrado de los seis. Sonreí con satisfacción.
               -Suerte que yo no sea una cría.
               Y eché a correr hacia él a toda velocidad, me impulsé de un taconazo en el suelo y salí disparada hacia arriba. Le solté una patada en la boca al tío, que se desplomó a mis pies, con todo el mundo observando en absoluta fascinación. Aterricé grácilmente, rebotando un segundo sobre la parte delantera de mis botas, y me giré para ponerle el pie en la cara y apretársela contra el suelo.
               Miré a los demás.
               -¿Quién es el siguiente?-pregunté con seguridad.
               Y, como si de las palabras del mismísimo dios se tratara, mi voz desató el movimiento en todo lo que me rodeaba.
               Eleanor se deslizó hacia la derecha, en dirección a Simon, que todavía no salía de su asombro, mientras el pavo al que había decidido machacar el primero corría en mi dirección, enloquecido. Me giré hacia un lado en el momento en que él cargaba contra mí como un toro furioso, y le di un empujón para tirarlo al suelo y poder darle una patada en el costado que le arrancó un gemido.
               Una sombra a mi espalda me alertó de que me había convertido en el enemigo a batir. Cuando me giré hacia ella, para enfrentarme a otro chaval que tenía prácticamente encima, el segundo al que había tumbado me agarró del tobillo y me hizo trastabillar, perdiendo el equilibrio un momento y, sorprendentemente, salvándome de lo más fuerte del golpe que venía dirigido directamente hacia mi cara.
               Pero el tercero no estaba dispuesto a renunciar a su presa, con tan mala suerte de que trató de ponerme una rodilla en el pecho para mantenerme quieta y sólo consiguió machacarme un poco la mano al rodar yo lejos. Me incorporé de un brinco y calculé el golpe que necesitaría para ocuparme de los dos.
               Me preparé para arremeter contra ellos, incluso separé las piernas, lista para abalanzarme, cuando una sombra se interpuso entre ellos y yo.
               -¿Te importa si te los robo, Sabrae?-preguntó Alec, jocoso, a quien ya le habían dado un puñetazo en la mandíbula pero que se las arregló para tumbar al que me había desconcentrado.
               -Todos tuyos, rey-contesté yo, y él se echó a reír mientras yo corría hacia ellos y me enganchaba del hombro de Alec para dirigir una patada directamente hacia la boca del segundo.
               Calculé mal.
               No le salté los dientes.
               Pero sí le reventé la nariz.
               -Grande-admiró Alec sin aliento, jadeando mientras forcejeaba con el que nos quedaba. El de la nariz rota se arrastró por el suelo, formando un reguero de sangre en el que resbalé antes de encararme con un nuevo individuo. Cuando me caí al suelo, me golpeé la cabeza, lo que me aturdió lo suficiente para no convertirme en un peligro a tratar.
               Los demás estaban ocupados con los chicos mientras Alec se peleaba con el que hasta entonces había sido mi contrincante y ahora tenía que lidiar con el que había venido a por mí y había desistido en su intento al caerme yo al suelo. Me toqué la cabeza un momento, aturullada, y miré en dirección a Scott.
               Se me encogió el corazón y se me formó un nudo en el estómago.
               Scott estaba tirado en el suelo, pataleando y tratando de librarse de un mastodonte que le apretaba el cuello con tanta fuerza que se le notaban las venas de los brazos.
               Un pensamiento lacerante me heló la sangre.
               Lo va a matar.
               Ni siquiera lo pensé, ni siquiera me molesté en calcular si el color ligeramente amoratado de Scott me daría medio minuto o sólo un segundo: me lancé a por aquel hijo de puta que se atrevía a tocar a mi hermano  y le di una patada en las costillas, haciendo que el monstruo gimiera y aflojara su presa sobre el cuello de mi hermano, que boqueó con furia y tosió mientras se retorcía en el suelo y yo acababa con él.
               -¡DEJA A MI HERMANO, HIJO DE PUTA!-grité. Me colgué del cuello de aquel pavo y hundí mis dedos en sus ojos, presta a arrancárselos, y lo habría conseguido de no haber venido escuchado otro grito de dolor, más agudo que ninguno que hubiéramos escuchado hasta la fecha.
               Miré en dirección al sonido y descubrí que Alec se había hecho con la navaja de Logan y se defendía de dos tíos a navajazo limpio.
               Pero, ¿cuántos son?, me pregunté desesperada mientras intentaba darle sentido a la situación.
               Momento que otros dos gorilas aprovecharon para venir a por mí, tirarme al suelo y ponerse sobre mi cuerpo.
               -Te vas a enterrar, zorra-gruñó uno, y por la forma en que me miró, supe que a mí no me deparaba un destino como el de los demás. Tanto me daba. Moriría luchando, si hacía falta.
               Pero no lo hizo. Porque con un grito y una nueva patada, Scott me quitó a uno de encima y eso fue suficiente para que yo pudiera respirar un segundo y darle un rodillazo en los lumbares el que se me había puesto encima. Se retorció de dolor y yo lancé mi puño hacia su estómago expuesto, lo que hizo que se doblara hacia delante y me pusiera la cara a tiro. Le di un puñetazo que le hizo perder el equilibrio y caer a mi lado, pero me costó zafarme de sus piernas y perdí unos segundos preciosos en los que otro sicario de mierda vino a ayudar a su compañero y se me echaron encima.
               Me preparé para un puñetazo que bien podría haberme reventado el cráneo, aunque no me hizo falta: de repente, el mundo se deshizo en un borrón a mi alrededor. Alguien me había arrastrado hacia sí por el suelo, y yo lancé un alarido de sorpresa.
               -¿Tanto te alegras de verme?-preguntó Alec.
               -No te imaginas cuánto.
               Alec alzó la mirada.
               -Vuelve a hacer lo de antes, bombón-me dio la mano y tiró de mí para incorporarme, y yo supe a qué se refería. Volví a impulsarme con los pies en el suelo y, aprovechando su brazo, me di la vuelta en el aire y le di con el talón en toda la mandíbula a uno de mis antiguos atacantes, con tanta suerte que cayó sobre el otro en un efecto dominó precioso. Me fijé en la cuerda de saltar a la comba que estaba enrollada en una de las espalderas del gimnasio y no me lo pensé: trepé a por ella y salté al lado de los tíos en el momento en que los chicos se afanaban en sus respectivos uno contra uno. Le pisé el cuello al mayor de los dos para impedir que se levantara y rodeé al otro con la cuerda rápidamente, alejándolo de mí, peor pesaba demasiado y no podía mantenerlo lejos por mucho tiempo.
               -¡Alec!-llamé, y él vino a mi encuentro, desentendiéndose de su pelea-. No puedo con él.
               -Las chicas no son tan guerreras, ¿no?-rió, aceptando la cuerda y tirando de ella con fuerza, alejando a mi atacante de mí. Estaba por contestarle con un insulto cuando vi por el rabillo del ojo que el chico con el que había estado zurrándose corría hacia él. Le empujé con un pie en el estómago y esperé a que el muy gilipollas de su contrincante llegara a mi encuentro, se apoyara en la espaldera para absorber su impacto y me mirara con una sonrisa lasciva.
               -Hola, guapita.
               -¿Qué tal?-contesté con una sonrisa, antes de darle el rodillazo de su vida. Sí, se lo di en los huevos.
               Porque, si en la vida hay que jugar sucio, a mí no me importa mancharme las manos.
               -¿Qué decías, Al?-pregunté, alzando las cejas, y él imitó mi sonrisa.
               -¡Eh, pareja, cuando acabéis de ligar, si os apetece…!-empezó Logan, pero un grito le interrumpió y miré en aquella dirección.
               Eleanor había conseguido acorralar a Simon y se había tirado encima de él, a darle patadas y arañazos a Simon. Scott la cogió por las axilas mientras ella gritaba, y Eleanor se las arregló para darle una última patada a su cuerpo tendido en el suelo, sollozando y chillando cosas inconexas.
               -¿Sigo siendo tuya, hijo de puta? ¿Sigo siendo inferior, eh? ¿Sigues siendo más fuerte que yo?
               Max desató la cuerda del cuello de una de mis víctimas y la usó para atar los cuerpos mientras los demás nos acercábamos a Eleanor y Simon, que sollozaba en un rincón.
               Me hirvió la sangre ver cómo aquella bestia sin honor se arrastraba por el suelo mirándola, cuando no debería tener derecho ni a poseer ojos con los que hacerlo. No me lo pensé dos veces, alentada por el dolor de unas heridas que exhibiría con orgullo durante el resto de mi vida. Me acerqué a una de las espalderas y tiré de las barras con tanta fuerza que conseguí arrancar una, y todos, incluso Alec, que bien podría haber conseguido lo mismo que yo si se lo hubiera propuesto, se quedaron helados mirándome acercarme cual pantera hacia Simon.
               Me deleité en el sonido de la madera astillada arañando el suelo, desfilé como lo haría Diana en una semana de la moda en dirección a Simon, que se arrastró, aterrorizado, en dirección a la salida.
               Pero yo fui más rápida, a pesar de que no me apresuré: puse un pie en  su pecho y lo miré desde abajo.
               -Con estos shorts puedes verme las bragas, ¿eh, gilipollas?-apoyé la barra a su lado, asegurándome de que le acariciaba la oreja. Un delicioso veneno me recorría las venas-. ¿Qué tal si nos ocupamos de que un cabrón misógino como tú no vuelva a menospreciar a una mujer?
               Extendí la mano.
               -Alec-pedí-. La navaja.
               -Sabrae, no-contestaron él, mi hermano, y Eleanor. Y eso me enfureció. ¿Cómo se atrevían, después de cómo había luchado, a negarme lo que quería?
               Di un bastonazo muy cerca del hombro de Simon, que dio un brinco y empezó a llorar.
               -¡AQUÍ MANDO YO AHORA!-rugí-. ¡LA NAVAJA, ALEC! ¡O TE DESTROZO A TI TAMBIÉN!
               No me hubiera creído capaz en cualquier otro momento de hacerle daño a Alec, no sólo por ser uno de los amigos de mi hermano, sino por ser Alec. Sin embargo, entonces, estaba enloquecida.
               Alec se acercó despacio a mí, respetando mi ritmo. Cogí sin mirar el objeto que me tendía y me incliné despacio, terriblemente despacio, hacia Simon. Mi presa jadeó cuando me agaché para tener su cara a escasos centímetros de la mía.
               -¿Qué pasaría si ahora te dejase ciego?
               Simon empezó a chillar, histérico, pero yo lo acallé rápidamente con una bofetada cuyo eco reverberó en el gimnasio. Todos contenían el aliento, hipnotizados. Me sentía una diosa de la muerte y de la guerra que causaba adoración en sus súbditos.
               Sonreí mientras paseaba la punta del cuchillo por la cara de Simon, que respiró agitado y a punto estuvo de ponerse a suplicar. Cerró los ojos con fuerza, temiéndose lo peor… y eso que  yo no estaba haciendo fuerza para provocarle sangre.
               -¿Por qué tan serio?-jugué, imitando al acento del Joker de Heath Ledger.
               -Sabrae…-advirtió Scott, el único con células todavía no aterrorizadas que se atrevían a contestarme.
               -Cállate, Scott-lo apunté con la barra-. Aquí. Ahora. Mando. Yo.
               Coloqué mi dedo índice bajo la mandíbula de Simon, que tragó saliva con terror.
               -No vuelvas a acercarte a Eleanor-él asintió-. De hecho, no vuelvas a acercarte a ninguna mujer. Hazte gay-me encogí de hombros-. O asexual. Pero… no. Se. Te. Ocurra. Intentar. Otra. Vez. Lo. Que. Hiciste. Ayer. ¿Estamos?
               Simon asintió con más energía, decidido a hacerme saber que lo había comprendido.
               -¿Sabes qué decían las feministas de la tercera ola?-pregunté, y él tragó saliva. No se movió-. Eleanor.
               -Polla violadora, a la licuadora-contestó Eleanor, temblando entre los brazos de Scott. Logan se removió, incómodo, mientras Max tragaba saliva y Alec no se atrevía ni a respirar.
               Nadie parecía muy dispuesto a jurar que yo no iba a hacerle daño a Simon, que no iba a castrarle allí mismo. Ni yo misma sabía si lo haría. No sabía si estaba preparada.
               Lo único que tenía claro era que se lo merecía.
               -¿Deberíamos hacer eso contigo, Simon?-él negó rapidísimamente con la cabeza-. ¿Por qué no? Si no eres más que basura misógina, un puto violador de mierda. Deberíamos matarte, y se acabó el problema.
               -Sabrae, te estás pasando…-empezó Scott, pero yo me levanté como un resorte.
               -¡Nos mataron por miles, Scott! ¡Nos violaron!-le grité-. ¡No es por Eleanor! ¡No es por mí! ¡Os lo quitaremos a todos! ¡Os arrancaremos esa creencia de que somos vuestras, de que podéis coger lo que queráis y cuando queráis, de que os debemos algo!-noté que estaba temblando de rabia. Me costaba mantenerme en pie.
               Me estaban dando náuseas. La adrenalina se iba disipando en mi organismo, pero todavía quedaba ese puntito de locura que tan bien me hacía en mi papel de villana, de justiciera oscura.
               Lentamente, disfrutando cada milímetro que me movía, le pasé el cuchillo a Simon por la mejilla, haciendo un corte del que manó sangre a toda velocidad. Me llenó la mano de ese líquido rubí, pero continué hasta dibujarle  una línea bastante recta que iba desde la comisura de su labio hasta casi su oreja.
               -El miedo va a cambiar de bando-le prometí, alzando el cuchillo en el aire, como si fuera a hacer un sacrificio.
               Ni yo misma sabía qué pretendía hasta que no se lo clavé al lado de la cara, haciéndole un corte en la oreja que le dejaría una extraña cicatriz.
               -Ya no tienes un dios, hijo de puta-escupí, cogiéndolo del cuello de la camisa y zarandeándolo-. Tu diosa es una, y soy yo. Ten mucho cuidado. Puede que Scott te mande al infierno, pero allí abajo, la que reina soy yo.
               Simon se echó a llorar, aterrorizado. Le dediqué una sonrisa sádica, cogí la barra y le di un golpe en la cabeza.
               Cuando se desmayó, todas mis fuerzas me abandonaron. Me deslicé a su lado y me quedé sentada con las piernas cruzadas junto a su cuerpo inerte. Logan y Max retiraron el cuerpo mientras Alec abría el nudo que habían hecho en torno al resto y los dejaron unidos y amordazados. Scott mientras tanto, se acercó a mí y me ofreció una mano para ayudarme a levantarme.
               -Creí que ibas a cargártelo-comentó como si tal cosa.
               -Yo también-contesté, limpiándome las lágrimas que no sabía que estaba derramando y echándose a reír-. Papá te va a matar. Y te mereces que lo haga-añadí-. ¿A quién se le ocurre llevarse a su hermana pequeña a una pelea así?
               -A alguien que tiene una hermana tan genial como tú.
               Sonreí, acepté su mano, me incorporé y me pegué a su pecho. Ahora que no había ponzoña en mis venas, me sentía derrotada, terriblemente cansada y minúscula, una hormiga jugando a un juego de gigantes. Me abracé con fuerza a él, luchando por robarle calor corporal, y él me correspondió con ganas, protector. Me besó la cabeza.
               -Te quiero, pequeña-me susurró al oído, y yo me pegué con más fuerza aún a él. Me ehcé a llorar y noté sus lágrimas empapando mi cabeza. Escuché cómo Eleanor se echaba a llorar también. Los chicos nos rodearon y nos acariciaron la espalda, consoladores.
               Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y me eché a reír.
               -¿Crees que se habrá cagado en los pantalones?-inquirí, quitándole hierro al asunto.
               -Casi me cago yo en los pantalones, Sabrae-replicó Max, agitando la cabeza.
               -Larguémonos de aquí, tíos-instó Scott-. Señoras-añadió, haciéndonos una reverencia a Eleanor y a mí. Nos encaminamos a la salida, no sin antes dedicarles Eleanor una mirada envenenada, y yo un beso. Creo que nada podría aterrorizarles más que mi gesto en aquel instante.
               -¿Vamos a la hamburguesería, tíos?-preguntó Logan, aún en los pasillos del instituto. Estábamos eufóricos y nos daba igual en qué sitio estuviéramos, si en la calle, en el instituto, o en la franja de Gaza. Nos sentíamos invencibles-. ¿Creéis que son dignas?
               -La pregunta es-replicó Alec-, ¿somos dignos nosotros de estar en su presencia?
               Me giré y me encontré con sus ojos. En su mirada había orgullo y algo más. Tardé un poco en darme cuenta de qué era, y no fue hasta que lo experimenté en mis propias carnes: anhelo. Atracción. Un deseo tan irrefrenable como antiguo era el mundo.
               Recordé cuando Scott les contó que Ashley le había puesto los cuernos. La forma en que Alec se decidió a protegerle a toda costa, con toda su agresividad. La misma que había demostrado hoy, la fiereza con la que me había defendido hoy, con la que habíamos peleado juntos. Él había sido mi león, y yo había sido su leona.
               Dejé de sentirlo. Dejé de sentir asco de mí misma por haberme dejado contaminar de él, asco del placer que había experimentado gracias a él. Su rabia era mi rabia, su fuego era mi fuego, su lucha era mi lucha. Los dos éramos fieras defendiendo nuestros cachorros. Donde antes había sentido repulsión por su agresividad, por su potencia, por lo letal que podía llegar a ser, ahora lo admiraba, porque yo la tenía también.
               Estábamos desafiando todas las leyes de la física, íbamos a contracorriente del mundo. Antes, cuando éramos polos opuestos, nos repelíamos. Ahora que éramos iguales, nos veíamos arrastrados el uno hacia el otro. Todo lo que en un principio me repelía de él, ahora me atraía con la fuerza incontestable de un imán; era un agujero negro y yo, una pobre nave espacial que se había quedado sin combustible.
                Su boca era igual de apetecible, sus ojos eran tan hipnóticos como siempre.
               La diferencia era que yo ahora no estaba empachada, que no tenía ninguna venda tapándome los ojos.
               Así que no me extrañó reconocer ese fuego familiar que se encendió en la parte baja de mi vientre y se expandió por todo mi cuerpo cuando nuestros ojos se encontraron de nuevo… y nuestras miradas recorrieron el cuerpo del otro con un hambre que, esta vez, por fin, estábamos a punto de saciar.




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6 comentarios:

  1. ME ESTAN DANDO 30 EMBOLIAS Y 7 AMLES CAPITALES!! JODER ERIKA ME CAGO EN TODO LO CAGABLE JODER JODER JODR!!
    qUE GUSTAZO VER LA PELEA DESDE EL PUNTOD E VISTA DE sABRAE Y ELF IANL1!!! JODER EL FINAL
    tU ME QUIERES MATASR

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  2. ME CAGO EN MI MADRE. Esta parte de CTS siempre me puso los pelos de punta, pero ahora narrada por Sabrae hace que se me llene el pecho de orgullo. Me encanta lo que dice mientras tortuta a Simon pero mas me gusta su frase final. Lo que mas me duele es que esto pasa y ojalá un dia todas seamos Sabrae y partamos la piernas a todo aquel que se sobrepase lo minimo.

    Ademas este capitulo es el inicio de dos de las relaciones mas importantes: Sceleanor y Sabralec. Y por una parte no estoy nada preparada para lo que se nos viene encima y por otra lo estoy deseando a muerte. Y otra que estoy deseando es que llegue la escena en la que Sabrae canta en el bar y deja a todos con la boca abierta jejejejejeje.
    Amo a mi hija.

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  3. Me encanta ver la pedazo evolución de Sabrae. En los últimos capitulos he notado esa evolución poco a poco y la transición en este capítulo se ha visto genial. Se nota muchísimo como ha madurado y como esta madurando todavía y joder, que locura de chica, menudo personaje más increíble estás creando Erika.
    Parte de esa evolución se ve también reflejada en como ahora percibe a Alec. Mira, no recordaba desear tanto un capitulo desde la pelea Scommy o cuando Scott se declaró, que puto hype madre Santa. Aunque si te digo la verdad, mas que del polvo, de lo que mas ganas tengo es de lo que se viene, porque madre mía, todavía no hemos visto ni un 20% de todo y yo ya sé que Sabralec son la pareja del puto milenio.

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  4. No estaré yo llorando y chillando de la emoción por volver a leer uno de los mejores capítulos CTS pero esta vez desde la perspectiva de la mujer que lo hizo tan grande. Mira, ha sido leerlo y recordar mi exaltación cuando lo leí por primera vez desde el punto de vista de Scott y me flipo Sabrae de una forma inhumana e incluso la llegue a shippear con Jordan por la llave, ilusa de mí que no tenían ni putisima idea de que dos años después estaría babeando por leer algo de ella y Alec juntos.

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  5. YA HE VUELLLLLLLLLLLLLLLLLLLTO
    DIOS MÍO NO ME VUELVO A IR MÁS, TODO LO QUE HA PASADO ES QUE ME MATO!!!!
    Me ha encantado reconocer al instante a qué capítulo de chasing de stars se correspondía este pero al mismo tiempo me ha dado tanta nostalgia... Me ha encantado leer uno de los mejores capítulos de CTS ahora desde del punto de vista de Sabrae, es que pffff estoy enamorada de Sabrae, de su pensamiento, de su historia de cómo lo gestiona todo, cómo va madurando poco a poco...
    Llevo chillando internamente por Sabralec desde este capítulo en chasing the stars y claro, aquí no iba a ser menos.
    QUÉ GANAS TENGO DE VIVIR SU HISTORIA AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
    un beso enorme 💜

    -María

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  6. CHAD EL NIÑO DE MIS OJOS AY SOY FELIZ ❤

    QUÉ GRANDE ERES SABRAE REINA DIOSA


    "Que dos personas dieran sus primeros pasos juntas a la vez no significaba que también fueran a echar a correr en el mismo momento." ❤

    - Ana

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