Mentiría si dijera que no me encantaba ese pseudo paseíto
de la vergüenza que se marcaba Scott cada vez que volvía de fiesta un poco
borracho pero con una sonrisa tonta en los labios que alguna chica le había
teñido de pintalabios y, quizá, hasta un poco de rímel. Sería una cínica si
asegurara que no disfrutaba con la manera en que mi hermano se sonrojaba al
saberse pillado después de haber metido las manos hasta los codos en la caja de
las galletas.
Incluso
sería muy triste que tratara de engañar infructuosamente a alguien si
proclamara que me sentía algo mal cuando mi hermano entraba dando tumbos en
casa, borracho como una cuba, y Tommy me miraba y suspiraba y decía “lo voy a
dejar en su habitación, que si se muere en ella, la culpa es tuya” y procedía a
subir las escaleras peleándose con su cuerpo. Claro que esto último lo había
visto un par de veces, especialmente en fiestas importantes, como Fin de Año o
la Fiesta No Oficial de Graduación, donde mi hermano cogía unas borracheras que
le impedían recordar incluso su dirección… pero Tommy no se lo terminaba
llevando a casa para evitarse una bronca.
No
sólo mentiría como una bellaca si dijera que no disfrutaba de todo eso, sino
que para colmo nadie me creería, porque la sonrisa de satisfacción que se me
dibujaba en la cara cuando escuchaba las llaves de Scott tintinear al otro lado
de la puerta bien podría pagarme un máster en Yale.
No me
malinterpretes: adoro a mi hermano; le adoraba y le adoraré toda mi vida.
Pero
es que es demasiado divertido verle en los momentos en que se está ganando a
pulso una bronca.
Fue
por eso por lo que me levanté como un resorte, movida por el anhelo de
descubrir cuánto alcohol se había metido en vena esta vez, o cuántos besos le
habían dado, y troté en silencio hacia la puerta, como si de una pantera en su
hábitat natural se tratara.
Aún es pronto, pensé para mis adentros,
consultando el reloj de pared. Eso significaba que la noche había ido muy bien y
que apenas podía tenerse en pie ya… o que había ido muy mal y le habían dado
calabazas varias chicas de seguido.
No
estaba segura de qué era lo que me apetecía más (mentira, en realidad, era lo
primero; le vendría bien una cura de humildad, que ser el único hijo varón de Zayn Malik se lo tenía muy
creído últimamente).
Abrí
la puerta mientras escuchaba cómo el luchaba contra sus llaves.
Y me
decepcionó un poco descubrir que venía bastante menos afectado de lo que yo
creía porque, para ser sincera, no pensé realmente que nadie le hubiera dado
calabazas a Scott.
Se
había puesto la chupa de cuero negra.
Y
cuando Scott Malik se ponía la chupa de cuero negra, significaba que Scott
Malik había salido a matar. No iba a tomar prisioneros.
Quizá
tuviera algo que ver la recién llegada a casa de Tommy: Diana Styles, que no
sólo se había hecho con los mejores rasgos genéticos de su padre, Harry, sino
que, para colmo, era modelo, lo cual implicaba que tenía un cuerpo de infarto y
una belleza de otro mundo.
-Qué
lástima-siseé, divertida, mirándole de arriba abajo-. No te has muerto-sacudí
la cabeza y me hice a un lado para permitirle pasar.
-No
tengo tiempo para gilipolleces, niña-ladró-. No están despiertos,
¿verdad?-señaló con la cabeza en dirección a las escaleras. Aunque el cuarto de
nuestros padres no estaba en esa dirección, le comprendí.
-Sólo
estoy yo-concedí, pasando la lengua por la piruleta que me había estado
acompañando durante los anuncios del programa y que estaba perdiendo su forma
esférica. Scott miró sin prestar mucha atención al reality sin sonido que había estado viendo hasta su llegada,
haciendo tiempo de una forma un poco fútil, la verdad. Podría haber aprovechado
para dibujar, pero a esas horas, no me apetecía hacer nada más que sentarme a
ver la televisión y ponerme hasta arriba de comida basura.
Scott
tomó aire de forma muy profunda y cerró los ojos.
-Qué
bien vienes-comenté, decidida a pincharle.
-He
tenido un percance-contestó, críptico, y yo me crucé de brazos.
-No
lo digas como si no fuera siempre así.
-Sé
útil, anda, y tráeme un boli-decidió ignorarme por la cuenta que le traía, pero
yo no iba a rendirme tan fácilmente. Le notaba tenso, incluso hostil. Me sería
muy fácil cabrearlo. Me sería muy fácil hacer que saltara.
Esa
es la misión principal de una hermana pequeña cuando vuelves de fiesta: tocarte
tanto los huevos que termines pensando que la noche ha sido una mierda sólo
porque te la han terminado amargando cuando llegaste a casa.
-¿Te
pasa algo en las manos?
-Sabrae-espetó-,
no me jodas. Dame un puto boli-siseó, pero yo no le hice caso. Agité mis
trenzas hacia un lado y me fui a sentar en el sofá mientras él gruñía por lo
bajo algo como “puta cría de mierda”, rebuscaba en los cajones del mueble de la
entrada y sacaba un bolígrafo con el que escribir. Notó mis ojos sobre él
mientras escribía apresuradamente en una hoja que arrancó de una revista. Me
fijé en que estaba escribiendo en urdu, lo cual me hizo sonreír.
Cuando
terminó la nota, me incliné un poco hacia un lado para poder leerla. Se dirigía
sólo a mamá, como si a papá no le preocupara dónde estaba, y le decía que se
quedaba en casa de Tommy a dormir, que volvería cuando se despertara y que no
se preocupara.
Se
mordisqueó el piercing mientras repasaba la nota, comprobando que sonara lo
bastante dócil como para hacer que mamá se tranquilizara.
-Cuelga
esto en la nevera-exigió, y si me lo hubiera pedido por favor, quizás no
hubiera contestado a la velocidad de la luz. Sólo a la del rayo.
-No
soy tu puta esclava.
-Tommy
está mal-soltó, como si yo fuera tonta y no lo hubiera deducido del tono de su
nota. Estaba repitiendo el mismo protocolo de siempre: traer al borracho a
casa, ir a avisar a la propia de que no iba a quedarse, regresar con el
borracho para cuidarlo durante la noche. Tommy y Scott se intercambiaban los
papeles de forma indistinta, y nadie parpadeaba.
Creo
que una parte de su conexión se debía precisamente a eso: podían moldearla a su
gusto. Ser mejores amigos, hermanos de otra madre, incluso un padre especialmente
protector y cuidadoso. Eran esenciales en la vida del otro.
Así
que eso no me habría servido de explicación, de no ser por la segunda parte de
la frase:
-He
dejado a Eleanor sola.
-Se
las apañará-sentencié, encogiéndome de hombros. Siempre me escamaba que Scott
hablase de Eleanor. Me parecía increíble que supiera de su existencia y aun así
no se diera cuenta de cuánto lo quería. Estaba enamorada de él hasta las
trancas. Me habría dado pena de Eleanor, enamorada de alguien que no se
percataba de ello, de no sentir una profunda envidia de la naturalidad con la
que Eleanor prácticamente celebraba aquel sentimiento.
Ojalá
yo pudiera querer a alguien como Eleanor quería a mi hermano: sin
remordimientos, sin desear nada a cambio, de forma totalmente altruista, feliz
en la distancia por sentir algo tan fuerte que, aunque no era correspondido,
era puro y hermoso, y bastaba en sí.
El
tono de Scott cambió radicalmente cuando dije aquello. Noté cómo se le hundían
sus hombros y le abandonaba esa actitud suya tan prepotente que podía reunir
los fines de semana.
-Casi
la violan esta noche, Saab-me confió. Me lo quedé mirando, estupefacta. Noté
cómo mis pestañas se enredaban con los pelitos inferiores de las cejas de tanto
que abrí los ojos. Me saqué la piruleta de la boca, como si eso fuera a evitar
que Scott hubiera dicho lo que acababa de decir.
-¿Quién?-pregunté,
sin embargo. Porque el cambio de actitud de mi hermano fue tan evidente que yo
supe que no lo había oído mal. Y supe que Scott no bromearía con algo así. Era
subnormal en ocasiones (en muchas ocasiones),
pero no un gilipollas de campeonato.
Se
tensó de nuevo, percibiendo el camino por el que iban mis pensamientos.
-¿Importa
quién, niña?
-¿Lo
mataste?-quise saber. La rabia se estaba apoderando de mí, envenenaba mi cuerpo
y oscurecía mi espíritu.
-¿Lo
mataste?
-No-contestó,
y noté frustración en su voz. Apretó la mandíbula-. Casi-respondió-. Un poco.
-Se
me escapa ese matiz, ¿cómo puedes matar a alguien un poco?
-Pegándole
una paliza de muerte-se pasó una mano por el pelo-. Yo que sé, cría.
-Se
lo merecía-aseguré, calmada, poniendo rostro a un ente que no lo tenía. Intenté
imaginarme la situación, pero cada pensamiento que me cruzaba la mente me
asustaba más que el anterior. Intenté, sin éxito, parar. No podía. No debía. No
quería.
-Consiguió
pararme-comentó él después de un momento de cavilación que se me hizo eterno.
Él tenía recuerdos a los que agarrarse, límites que su cerebro no sobrepasaba
por los hechos que había presenciado. En cambio, yo, estaba ciega, suelta a la
intemperie en un terreno yermo que no sabía si era un desierto o un desván.
Y la
imaginación siempre tiende a engrandecer todo lo que desconoce, por lo que yo
me sentía en un desierto, rodeada de nada más que arena.
-A
ver quién me para a mí el lunes-gruñí, decidida a tomarme la justicia por mi
mano y planeando ya mi venganza. No necesitaba tener la víctima clara para mis
planes; el quién era lo de menos. Lo que más importaba era, sobre todo, el
cómo.
Y el
cómo era con muchísimo dolor.
Noté
algo punzante en el interior de mi boca. Me quedé mirando la piruleta, y
descubrí que le había pegado un mordisco, perdida en mis ensoñaciones de una
tortura que iba a disfrutar de una forma oscura, casi sádica. Qué no haría yo
por una chica, tan concienciada como estaba con el feminismo.
Pero,
si esa chica era buena amiga mía… no me gustaría estar en la piel de quien
intentó hacerle daño.
-Ya
estoy yo en ello-zanjó Scott, tendiéndome el papel arrugado-. Tú cuelga esto. Y
vete a dormir pronto.
-Estoy
muy cabreada-anuncié, sacudiendo la cabeza. Me sentía como un volcán en
erupción, incapaz de controlar la lava que salía de mi interior a borbotones-.
Identifícame a ese hijo de puta, ¿quieres?-pedí-. Hace mucho que no le parto la
boca a nadie.
Scott
sonrió entre dientes, exhalando una carcajada que no llegó a nacer del todo.
Asintió con la cabeza y se encaminó hacia la puerta.
-Scott-pedí,
y él se volvió-. ¿Lo dejaste K.O.?-quise saber, toqueteándome las trenzas sin
darme cuenta, como hacía cada vez que tenía frente a mí un problema
particularmente complicado y estaba buscando la forma de pedirle a Scott que me
explicara cómo resolverlo sin que él resoplara porque “son reglas fijas, chica,
2 y 2 son siempre 4, no entiendo cómo no te lo memorizas, y ya está”.
Una
sonrisa chula se dibujó en su boca. Su típica sonrisa torcida. Recordaba verla
de pequeña, de bebé, incluso. Y eso me tranquilizó de una forma extraña, pero
tremendamente mística.
Si
Scott podía sonreír así a pesar de todo, era que el peligro de mi cabeza no era
tan grande como en un principio había pensado.
-Estás
hablando conmigo-contestó.
-Estoy
orgullosa de que seas mi hermano-informé, y el orgullo del que hablé me tiñó la
voz. Decirle que le quería en ese momento habría sido contraproducente. Se
habría puesto a la defensiva con un “yo a ti no”, aunque fuera una mentira como
una catedral. Yo no estaba triste o mimosa, no necesitaba que él pusiera por
palabras el amor que me profesaba. Se notaba en el aire incluso cuando me insultaba.
No podía dejar de mirarme como lo había hecho siempre, de aquella manera que me
había obligado a que mi primera palabra fuera su nombre-. Sólo quería que lo
supieras.
Scott
sonrió, agradecido. Puede que él siempre supiera qué decirme, pero yo tampoco
me quedaba corta. Siempre tenía una frase con la que arreglarle el día, al
igual que tenía otra para estropearle una noche de juerga… aunque no se la
terminara de estropear del todo.
Me
tiró un beso y me guiñó el ojo.
-Ve a
la cama-me recordó.
-Que
sí, mamá-jadeé, negando con la cabeza y forzando una sonrisa que se esfumó de
mis labios en cuanto escuché el sonido de la puerta al cerrarse. Me dejó sola
con mis pensamientos, sopesando unas posibilidades que, en realidad, no tenía
por qué tener en cuenta.
¿Se
vengarían? Por supuesto que sí. Scott no dejaría que nadie me hiciera daño.
Tommy no dejaría que nadie hiciera daño a Eleanor.
Incluso
Tommy me protegería y Scott protegería a Eleanor, como había hecho.
¿Cuándo
sería? Cuanto antes, esperaba. Eso de que la venganza se servía fría era una
tontería como una casa. Lo mejor es hacer sufrir a tu enemigo. Que no pueda
recuperarse de la victoria que te sacó, porque ya le sacas ventaja con tu
revancha.
¿Me
dejarían ir con ellos cuando sucediera? No, estaba claro, pero, ¿acaso
importaba?
¿Podría
ir? Lo difícil sería que me quedara en casa de brazos cruzados. Nunca me había
gustado que me echaran una mano en las cosas que tenía que hacer por mí misma.
Y esto tenía que hacerlo por mí misma. Eleanor no podía conseguir justicia, así
que me correspondía a mí.
Me
vibró el móvil mientras meditaba, tan sumida en mis pensamientos que se me
había olvidado que mi entorno existía. Me había convertido en un ser mitológico
que no tenía cuerpo, cuya mente trascendía las fronteras de la dimensión en que
se encontraba, examinando cada escenario, deleitándose en cada posibilidad de
recuperar el honor perdido.
Me
incliné a recogerlo con exasperación, y por mi mente cruzó una idea que se
diluyó en el océano de mi subconsciente al segundo. Quizás debería mandarle un mensaje para ver cómo se encuentra. Deseché
la idea al momento; si yo hubiera pasado por algo parecido, querría pasar
página cuanto antes y que nadie me preguntara por ello.
Le di
la vuelta a la pantalla y me quedé mirando la burbuja que flotaba en medio de
mi fondo.
¿Qué haces esta noche?, escribía Peter,
uno de los chicos de mi clase.
Follar contigo, no, pensé. Decidí
ignorar sus palabras, le di la vuelta al teléfono para no ver su pantalla, por
si Peter no pillaba la indirecta y decidía insistir, y lamí lo poco que quedaba
de mi piruleta, mirando la televisión sin verla realmente. Volvía a estar
perdida en mis pensamientos.
No sé
por qué, comencé a pensar en Hugo. En Hugo y en la suerte que había tenido con
él, a pesar de que no había sido lo que necesitaba a largo plazo, y en la
suerte que había tenido con el resto de chicos con los que me había terminado
enrollando.
Hugo
y yo lo habíamos dejado a mediados de verano, justo antes de que yo me fuera de vacaciones a España y él se
fuera con su familia de viaje a Francia. Nos habíamos pasado el verano haciendo
huecos tímidos en unas agendas que no teníamos tan apretadas realmente para
vernos, y la mayor parte de las veces ese “vernos” conllevaba sesiones de sexo en
que, al menos, uno de los dos lo terminaba pasando mal.
A él
le daban vergüenza algunas cosas que a mí me gustaban y que yo necesitaba.
Acariciarme los pechos mientras lo hacíamos era algo en que muchas veces tenía
que insistirle yo, porque sentía que me estaba utilizando, no quería propasarse
conmigo, no quería que yo sintiera que me trataba como a un objeto.
A mí
no terminaba de encajarme esa timidez, esa necesidad de que yo siempre le
empujara a hacer más cosas, a hacerme más cosas, a probar algo diferente. Me
gustaba que fuera introvertido, sí, me encantaba que se sonrojara todavía
después de besarnos, pero ahora sentía que teníamos una complicidad que
superaba ese respeto casi reverencial que habíamos tenido un principio a la
cercanía del otro.
Hugo
era tímido de por sí, y tremendamente tímido cuando estábamos en la cama. Y eso
le había encantado a mi versión más inocente, pero yo ya no era esa niña
inocente que casi se echa a llorar porque perder la virginidad fue un completo
y absoluto desastre. Me sentía como una flor, una flor que abría sus pétalos en
la primavera, dispuesta a disfrutar del contacto de los abejorros… y Hugo era
un abejorro que se colocaba debajo de mi capullo con la esperanza de que se me
cayera un poco de néctar y él poder saborearlo sin tener que importunarme.
Ya no
me gustaba que fuera tan tímido.
Y él
no disfrutaba conmigo siendo tan lanzada.
Así
que lo habíamos hablado largo y tendido, y para mi sorpresa, la conversación
que mantuvimos fue la más honesta y bidireccional que había tenido en mi vida.
Los dos nos habíamos dado cuenta del problema que teníamos y habíamos llegado a
la misma conclusión: que no estaba bien que intentáramos hacer cambiar al otro,
y que no sacábamos nada empujándonos a hacer cosas con las que no nos sentíamos
cómodos.
Que
dos personas dieran sus primeros pasos juntas a la vez no significaba que
también fueran a echar a correr en el mismo momento.
Así
que lo habíamos decidido, habíamos identificado el problema y lo habíamos
cortado de raíz: lo mejor sería que lo dejáramos, ahora que
todavía nuestro amor estaba intacto y podíamos podarlo para convertirlo en una
amistad, antes de empezar a cogernos tirria el uno al otro y no soportar
nuestra presencia por intentar alargar las cosas de un modo absurdo.
Y nos había funcionado. Al
principio pensamos que nos costaría un poco, especialmente cuando empezamos las
clases y la inercia nos llevaba a buscarnos, pero el verano había contribuido a
enfriar las cosas entre nosotros y, aunque yo le quería con locura y no me
arrepentía de nada de lo que había hecho con él, y de hecho me alegraba de
haberlo hecho con él, al igual que él conmigo, en el fondo me alegraba de mi
decisión. Me sentía más libre. Más auténtica. Más dispuesta a ser yo, ser yo
con mayúsculas.
Me había liado con chicos, nada
serio. Incluso me había acostado con un par de ellos, y cuando ellos me tocaban
y me exploraban y me besaban y gemían contra mi piel cuando estábamos juntos,
yo no me arrepentía de haberle entregado mi virginidad a Hugo. Pero tampoco le
echaba de menos.
Peter era el último de los chicos
con los que había estado. Nos habíamos enrollado unas cuantas veces y nos
habíamos acostado en un par de ocasiones. Siempre habíamos tenido mucho cuidado
y yo me sentía particularmente a gusto con él: le gustaban las mismas cosas que
a mí y no parecía tener la cabeza donde suelen tenerla los tíos de mi
edad, con la excepción de Hugo: en lo que viene siendo la punta de la polla.
Bueno,
eso sólo lo parecía cuando no salía con sus amigos y le entraba el calentón y
decidía de repente recordar que yo existía. No me molestaba que pensara en mí
sólo para eso, porque yo sólo pensaba en él también para eso (no quería una
relación, ni nada por el estilo, estaba genial tal y como estaba); lo que me
molestaba era que siempre pensaba en
mí con cinco segundos de antelación. Y me mandaba un mensaje de madrugada,
dando por sentado que yo tendría que estar disponible. Como esa noche.
Peter
me trataba bien. Hugo me había tratado mejor, demasiado, quizás.
¿Y a
Eleanor, que era mil veces mejor que yo, más buena, más inocente, más pura, no
le tocaba la misma suerte que a mí?
Bueno,
pues esta flor estaba dispuesta a pelear. Me convertiría en una planta
carnívora si hacía falta para defender a mis amigas.
Mañana
mismo le dejaría bien claro a Scott que, fuera cual fuera su plan de venganza,
debía contarme en él.
Con
esa resolución en mente, decidida como pocas veces lo había estado en mi vida,
mordí el último trozo de piruleta, apagué la televisión y, masticándolo, subí
las escaleras en dirección a mi habitación.
¿Querían
guerra?
La
iban a tener.
Tuve la gran suerte de que Scott se levantara mucho más
tarde que el resto de mi familia. Papá ya estaba en el salón cuando él abrió la
puerta y le impidió escaquearse, esconderse rápido en su habitación y obligarme
a ir a abordarlo. Escuché cómo hablaba con él, cómo le daba un beso y,
finalmente y con resignación, mi hermano se asomó al jardín para ver cómo
golpeaba con furia el saco de boxeo.
Apenas
había dormido esa noche, pero lo poco que lo había hecho resultó en un sueño
profundo y reparador que hizo que mis neuronas trabajaran mucho más rápido.
Entrenaría ya por la mañana para sentir
el calor que sólo los músculos preparados y ansiosos de acción podrían darte.
Me pelearía con Scott si hacía falta. Discutiría rabiosa con él y finalmente
ganaría, porque no había nada que le fastidiara más que tener que pelearse
conmigo cuando sabía que mi decisión estaba tomada y pensaba llevarla a cabo.
-Saab-saludó,
apoyándose en la pared de forma casual.
-Te
has levantado pronto-ironicé, sonriendo y negando con la cabeza mientras volvía
a arremeter contra el saco de boxeo. Me confesó que se había liado con Eleanor
y yo me lo quedé mirando un segundo, estupefacta. Me alegré por ella y me
fastidió por él, porque seguro que ahora Eleanor se ilusionaba con algo que mi
hermano no iba a darle.
No es
que la quisiera.
Pero
a Scott le gustaba demasiado ir de flor en flor como para quedarse y fundar una
colmena.
Le
tome un poco el pelo porque me confesó que no tenía pensado contárselo a Tommy,
y yo estuve a punto de soltarle que no sería el primer secreto relacionado con
hermanas que ellos dos se guardaban. Terminé callándomelo no sé muy bien por
qué. Quizá me daba miedo, en el fondo, que ocurriera lo que Scott y Tommy más
temían: que Eleanor o yo nos metiéramos entre ellos y las cosas resultaran
diferentes. Lo dudaba mucho, pero el riesgo era demasiado grande, y no estaba
dispuesta a correrlo sólo por la satisfacción de un comentario mordaz.
-¿Cuándo
vas a ir a cargarte al otro tío?-quise saber, apoyándome yo también en el saco
de boxeo, que se ablandaba a marchas forzadas. Scott puso los ojos en blanco.
-Esta
noche-informó, y ante la sonrisa que se me formó en la boca, exigió-: Y no te
rías así. No vas a venir conmigo.
-¿Por
qué no? Quiero partirle la cara-le di otro puñetazo al saco-. Puedo partirle la
cara. Debo partirle la cara-expliqué,
mirándole de reojo-, en nombre de toda la comunidad femenina.
-No
quiero tener que pegarme también por ti, Saab-contestó con chulería, y yo
desencajé la mandíbula para darle más énfasis al modo en que lo examiné.
-Te
puedo tumbar cuando yo quiera-él soltó una risa entre dientes y se rascó la
nariz, se cruzó de brazos-. Y no es nada sexual-espeté-. Va en serio, Scott.
Contrólate.
No
estaba segura de si entendía por qué se lo decía, pero ahora no estaba hablando
de la pelea. Él hizo una mueca y agitó la mano en el aire, haciéndome ver que
el asunto estaba zanjado.
Se
dirigió hacia la casa, pero se detuvo a medio camino y se giró para mirarme.
-¿Podrías,
por favor-pidió-, no usar mis putas sudaderas para entrenar?-señaló las mangas
de la sudadera que me había atado a la cintura, y que había usado mientras
entraba en calor. Ahora ya no la necesitaba.
-¿Por
qué no? Son muchísimo más cómodas que las mías. Me permiten más libertad.
-Porque
las sudas-escupió él, molesto, y yo me giré.
-Vaya,
Scott, ¿quién iba a decir que las sudaderas están hechas para recoger tu sudor?
Estoy pervirtiendo su significado.
Puso
los ojos en blanco.
-No
hay quien te soporte, puta cría.
-Si
no quiere que te las coja, escóndelas como escondes los condones.
-Que
yo esconda los condones no te impidió tirarte a tu novio, ¿a que no?
-Hicimos
marcha atrás-contesté, y él se puso rígido.
-Sabrae-dijo
en tono de advertencia, el mismo tono que usaban papá y mamá cuando había dicho
una gilipollez más grande que otras y tenían que hacerme ver que lo que acababa
de soltar por mi boca estaba mal.
-¡Que
es coña!-me burlé, señalándole con un guante y echándome a reír-. Tu puta cara,
me descojono.
Scott se masajeó las sienes y
negó con la cabeza.
-A
quién mataría yo en otra vida para merecer este castigo, señor…-murmuró
mientras se marchaba, y yo negué con la cabeza, conteniendo una sonrisa.
Me
esperaba un día bien movidito y no estaba dispuesta a que mi hermano se cargara
la adrenalina que me corría por las venas. Incluso se me ocurrió darle mi
postre para que estuviera más receptivo a la hora de marcharnos “de fiesta”. No
les dijo nada a papá y mamá, lo cual me sorprendió bastante.
Salté
el sofá en el momento en que me dijo que se iba para hacerle ver que lo
interpretaba como un aviso para que yo estuviera preparada. Cogí mi chaqueta,
colocada cuidadosamente en la silla, guardé mi móvil en el bolso y troté
escaleras abajo como alma que lleva el diablo, confiada y segura en mi atuendo
de luchadora de película de acción: medias negras, botas altas, camiseta blanca
y shorts de cuero que no eran muy cómodos, pero que me hacían un culo increíble
y me recordaban un poco a los que llevaba Harley Quinn en Suicide Squad.
Scott gimió una protesta
cuando me vio aparece y sonreír, contemplando mi atuendo y reconociendo que yo
no había salido a jugar. Se mordió el piercing y negó con la cabeza, señaló la
puerta y me dejó salir delante de él.
Si me
sorprendió un poco la facilidad con la que aceptó que me uniera a sus planes,
más me impactó encontrarme con que Tommy y Eleanor no le esperaban solos: a su
lado había una pareja conformada por un chico y una chica.
El
chico no era otro que Chad Horan, el único hijo de Niall, que había venido de
visita aprovechando un negocio que se traía entre manos para saludar a sus
viejos amigos, y se había traído a su retoño para que no perdiera el contacto.
Le sonreí con calidez antes de clavar los ojos en la otra persona.
Había
una cuarta figura en la que yo no caí en un principio.
Hasta
que clavó los ojos en mí, y aquel verde esmeralda me dijo todo lo que yo
necesitaba saber.
Diana Styles.
Había que reconocer que la
amiga no estaba nada, pero que nada mal: se había enfundado las piernas en unos
vaqueros que se le ceñían como una segunda piel, más incluso que mis propias
medias, y marcaban a la perfección lo estilizadas y tonificadas que las tenía.
Eran largas como las estelas de los aviones en el cielo de verano. Su tripa era
una verdadera pista de aterrizaje, y el jersey beige que llevaba resaltaba su
busto y el ligero bronceado de su piel. El pelo dorado le caía en suaves
ondulaciones por los hombros, y de su cuello colgaba un discreto colgante que
hacía resaltar su cara.
Y su
cara era de otro mundo. Habría pensado que se trataba de una diosa griega de no
haberse mordido el labio mientras me contemplaba con curiosidad porque, ¿qué
divinidad contempla a una mortal así?
No
pude evitar fijarme en su boca, lo carnosos que tenía los labios, la forma
perfecta de su nariz y el brillo salvaje de su mirada, que lo examinaba todo de
mí con una inteligencia fría, más propia de un felino que de un ambiente
inanimado. No sé por qué, Diana me recordó a un jaguar sin manchas que
albergaba en sus ojos la jungla en la que vivía.
Justo
cuando pensé que Diana no podría ser más preciosa, su boca esbozó una cálida
sonrisa llena de dientes blancos que podrían haberme cegado.
-Diana,
¿verdad?-sonreí, acercándome a ella, disfrutando del tono de fastidio con el
que Scott bufó y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta.
-Tú
debes de ser Sabrae-contestó Diana con una voz tremendamente musical e,
incluso, sensual. Se inclinó a darme un beso en la mejilla-. Encantada de
conocer por fin a una Malik decente-sonrió, mirando con intención a mi hermano,
que la fulminó con la mirada y apretó la mandíbula.
-¿Acaso
no has conocido a nuestro padre?-bromeé, marcando un poco las distancias. Noté
que Scott no confiaba en ella y me pregunté por qué, cuando Tommy parecía muy
cómodo en su presencia. Incluso se acercaba instintivamente hacia ella, como un
satélite que ajusta su órbita a los cambios de posición de su planeta.
Diana
se echó a reír, se sacudió el pelo con una mano y sus ojos titilaron con un
pensamiento que se parecía a una advertencia hacia sí misma de andarse con
cuidado con mi familia.
Me
cogí del brazo de Chad y le pregunté cómo le iba todo mientras Eleanor y Diana
avanzaban delante de mí, charlando sobre algo a lo que apenas le presté
atención. Chad me contó que había un chico que le gustaba y que su mejor amiga
le decía que tenía posibilidades con él, pero Chad no la creía.
-Con
lo guapo que tú eres, cualquiera caerá rendido a tus pies-le prometí, dándole
un beso en la mejilla, a lo que respondió sonrojándose. Me recordó muchísimo a
Hugo y, a la vez, pensé que no podía haber personas tan distintas como ellos
dos, a pesar de lo mucho que se parecían: en su timidez, en el color especial
de sus ojos, incluso en la forma en que sonreían mirando al suelo cuando les
decías algo que les complacía, pero que les sonrojaba también.
-Eso
le digo yo-contestó Eleanor, que había escuchado la conversación
discretamente-, pero no me quiere hacer caso.
-Es
que… tendríais que verlo, chicas-comentó Chad, y Diana sonrió.
-Te
vemos a ti.
Parecía
que no era mala tía, después de todo.
Llegamos
por fin al bar en el que los chicos habían quedado con sus amigos. Entramos
sorteando a la gente y nos dirigimos al fondo del local, rodeado de paneles
azules y rosas que llenaban el ambiente de una atmósfera de videoclip. Mientras
nos acomodábamos en el sofá y le decíamos a la camarera lo que queríamos, Scott
silbó y consiguió que Jordan se acercara con gesto fastidiado. Cuando pregunté,
Diana me explicó que había escuchado que Jordan se encargaba de las apuestas
que la gente que iba a los locales de su familia y que, si nadie iba a reclamar
lo ganado, se lo terminaba quedando para sí.
-¿Viste
el paquetito que te dejé anoche en el baño?-preguntó Scott, y Jordan puso los
ojos en blanco.
-Podrías
haberme avisado, tío. Tuve que evitar que mi camarera llamara a la policía. Me
hubieras jodido la noche, y sabe dios qué habrían pensado al ver tanta pasta
ahí.
-¿Sabes
dónde está?-quiso saber Scott.
-Lo
jodiste, pero no lo bastante como para que lo tuvieran que ingresar-informó
Jordan, estirándose.
-Hoy
voy a enterrarlo-prometió mi hermano, y Tommy sonrió con orgullo. Eleanor se
mordía el labio, nerviosa. Le cogí la mano y le susurré que no iba a pasarle
nada.
-No
es por mí por quien tengo miedo-contestó-, es por ellos-señaló con la cabeza a
los chicos, que conspiraban como si de verdaderos mafiosos se tratara. Cuando
Eleanor se metió en la conversación para decir que conocía al chico, que era
del instituto, que iba a su curso, Scott y Tommy se miraron un momento y
comenzaron a discutir, decidiendo quién se quedaba y quién iba. Tommy quería
ir, quería vengarse, quería darle la lección de su vida a ese chico ahora que
sabía que su hermana tendría que verlo todos los días. No quería que el castigo
se quedara corto y le hiciera pensar,
siquiera por un momento, que valía la pena caer en la tentación.
Empezaron
a trazar su plan, determinando los protagonistas que formarían parte de él.
Decidieron que irían cuatro: Scott, Logan, Alec y Max.
-Cuatro-zanjó
Tommy, asintiendo con inocencia después de que Scott le dijera que no le quería
por allí, no fuera a tener que vigilarlo-. ¿Serán bastantes?
-De
sobra-contestó Scott.
-Somos
cinco-contesté, apartándome una trenza del hombro con chulería y clavando la
mirada en Jordan, que había estado a punto de echarse a reír.
-Somos
cuatro, Sabrae-gruñó Scott-. Tú no vienes.
-Y un
coño como una catedral-discutí-. Somos cinco, claro que voy. Peleo mejor que
tú-le recordé-. Puedo tumbaros a ti y a este gilipollas-señalé a Jordan- a la
vez sin que se me suban las pulsaciones, ¿quieres que probemos?
-Me
gustaría verlo, chiqui…-empezó Jordan, y yo no le dejé acabar. Me levanté como
una exhalación, me agaché hacia abajo, y, con un barrido de pierna, como había
visto hacer en el gimnasio varias veces, y en las películas de artes marciales,
cantidad, apoyada en la palma de la mano, le di una patada a Jordan en los pies
que hizo que perdiera el equilibrio y cayera el suelo, precipitándose hacia el
lado contrario al que yo me lancé. Ágil como una gata, me coloqué a su lado y
le agarré por la muñeca, dando un golpe seco en su brazo mientras me
incorporaba, haciendo que su cuerpo cambiara de trayectoria y girándolo para
que cayera boca abajo. Me costó un poco mantener el equilibrio cuando el brazo
de Jordan se tensó al quedar éste suspendido a un par de centímetros del suelo,
pero lo logré. Afiancé mi posición balanceándome un momento sobre mis pies,
cambiando el centro de gravedad de nuestros cuerpos, y dejé a Jordan suavemente
en el suelo, sin soltarle el brazo, que le retorcí por detrás.
Jordan
apretó los dientes, pero no dijo nada. Por las sonrisas de Scott y Tommy supe
que era orgulloso y que o iba a suplicar que le dejara tranquilo. He de decir
que respetaba eso. La postura dolía, el brazo tenía que arderle, y que aun así
se mantuviera estoico era un ejercicio de soberbia y autocontrol que no podía
dejar de admirar.
-A mí
nadie me llama chiquilla si no es de
mi familia, ¿estamos, nene?
Jordan
se echó a reír, y mi respeto por él se perdió. Aquel chico no era orgulloso,
sino directamente gilipollas. Y yo detestaba a los gilipollas. Tire un poco más
de su brazo, acercándolo a su cuello, y Jordan lanzó un aullido que hizo que
Tommy se girara para comprobar si había alguien más disfrutando del espectáculo
en el bar. Por desgracia, no era así.
-¿Alguna
vez te han sacado el hombro, gilipollas?-le grité en el oído-. ¿De qué coño te
ríes? ¿Quieres reírte por algo?
-Scott-gimió
Jordan-, dile a tu hermana que me deje-exigió, mordiéndose el labio con tanta
fuerza que se estaba haciendo sangre.
-Yo
no mando en ella, Jordan, tendrás que pedirle perdón-contestó Scott,
disimulando una sonrisa tras su mano.
-Yo
no le pido perdón a crías que… AH-bramó de repente, interrumpida su amenaza. Me
eché a reír.
-Prueba
otra vez, Jordan-siseé, relajando la presión que acababa de aumentar para
evitarle tener una excusa para no pensar-. Seguro que sabes algo mejor.
-Jordan,
tío, pídele perdón-instó Tommy, riéndose-. Aprende a respetar a las damas.
-Sí,
Jordan, tío, aprende a respetarnos.
Jordan
gimió por lo bajo, le pregunté qué había dicho, gruñó de nuevo, le dije que no
le entendía, y, cuando obtuve un claro “perdona, Sabrae, no quería ofenderte”,
le solté el brazo y me quité de encima de él. Me senté y le sonreí cuando se
incorporó, masajeándose el hombro, y asentí con la cabeza cuando Jordan me
contempló con renovado respeto y coincidió conmigo:
-Sois
cinco.
Se
marchó a buscar a sus amigos, que respondieron prestos a la llamada y
escucharon con atención cuál era el plan. Alec frunció el ceño y me miró,
divertido, cuando Jordan le contó lo que había hecho con él.
-Eso
no tiene ningún mérito, a ti te tumba cualquiera. Pero si lo estás
deseando-protestó, y yo puse los ojos en blanco y me crucé de brazos.
-Podría
hacer lo mismo contigo con los ojos cerrados, Alec-informé, y él se echó a
reír.
-Créeme,
nena: quieres tenerlos abiertos cuando me tumbes.
-… y
entonces-continuó Scott, relatando lo que se le había ocurrido-, los metemos en
el maletero del coche, prendemos fuego al coche y lo tiramos a un lago.
-No
sé si esa última parte me convence-comentó Eleanor, toqueteándose el pelo.
-Sí,
a mí tampoco-reflexionó Max-, ¿no sería mejor que le prendiéramos fuego, y, una
vez que no quedasen más que cenizas, lo tirásemos al agua?-sugirió, y todos se
lo quedaron mirando.
-Eres
un estratega nato, Max-admiró Logan.
-Es
que juego al LOL.
-Yo
también juego al LOL y eso me hace entender de dragones, no de putos coches
quemados-espetó Alec-, ¿seguro que es el LOL?
-Me
vas a decir tú a mí a qué juego yo, Alexander.
-Que
no me llames Alexander, tío, que no estoy de cachondeo-protestó Alec-. Qué
pesadito estás.
-Antes
te encantaba, bribón.
-Eso
era antes de que decidieras cambiarme el nombre.
-No
lo pillo-cortó Diana-, ¿Alec es diminutivo de Alexander?
-No-contestó
Alec-, es este imbécil, que no sabe cuándo parar una coña. Cuando fuimos a
Chipre, conocimos a unas chicas y ellas se empeñaron en que yo me llamaba
Alexander y Max, Maximiliam, pero que nadie nos llamaba por nuestro nombre
porque éramos una especie de miembros de la nobleza, o algo así.
-Las
francesas, que están como cabras-Max se encogió de hombros.
-Aunque
no iban desencaminadas, también te lo tengo que decir-respondió Alec, mirando a
su amigo-. Es decir, no es por nada, pero yo soy el Rey de los Polvos.
-Y
luego, te despertaste-intervine yo, y todos se echaron a reír, incluido Alec.
-Cuando
quieras, te pasas por mi castillo y te enseño mis aposentos, bonita-ofreció,
cogiendo un vaso de chupito y bebiéndoselo de un trago. He de decir que no me
terminó de disgustar la idea, aunque lo achaqué al alcohol que había ingerido y
la anticipación por lo que estábamos a punto de hacer.
Salimos
a la calle, nos despedimos de los chicos, nos disculpamos con Chad por no poder
estar con él en una de las pocas noches que iba a pasar en Inglaterra, y nos
dirigimos a la residencia donde dormían los estudiantes procedentes de otras
zonas del país. Allí descubrimos que el imbécil de Simon, el chico que había
intentado violar a Eleanor, nos esperaba con un estúpido séquito de acólitos en
el gimnasio de nuestro instituto.
Cuando
llegamos al edificio, yo estaba prácticamente dando brincos. La idea de un
enfrentamiento abierto que yo sabía que no podíamos perder me entusiasmaba.
Saltamos
la verja (yo con ayuda de Logan, debido a mi estatura, necesité un empujoncito)
y nos colamos en el edificio por una ventana que los conserjes nunca recordaban
cerrar. Scott me agarró del brazo y tiró de mí hacia atrás.
-Poneos
detrás de mí-ordenó Scott, arrastrándonos a Eleanor y a mí a su espalda.
-Ahora
no vayáis de machitos protectores-gruñí-, que no cuela.
Le di
un codazo a mi hermano y volví a adelantarle, pero él no me dejó ir muy lejos:
me cogió de una trenza e hizo que me detuviera en seco.
-Ya
tendrás tiempo de ser Lara Croft, niña.
No me
quejé e hice lo que me pedía. No volví a abrir la boca; que todos saliéramos
bien parados de aquella era más importante que mi sed de sangre.
Pasamos
por los pasillos en penumbra en el más absoluto silencio, afinando el oído para
escuchar alguna amenaza.
Pero
no ocurrió nada. No fue hasta que llegamos al gimnasio cuando empezamos a oír
unas voces provenientes del interior. Eran Simon y el resto de gilipollas que
estaban con él, jactándose de que no habíamos venido como en un principio
creían. Qué equivocados estaban.
La
puerta estaba entreabierta y un poco de luz se colaba por ella. Eleanor se acercó
a la puerta y echó un vistazo al interior, a pesar de las protestas silenciosas
de Scott.
-Están
calentando-informó Eleanor.
-¿Llevan
armas?-preguntó Max, y yo me puse nerviosa. No había pensado en que la pelea
fuera con algo más que nuestros cuerpos. Claramente estaríamos en desventaja si
habían decidido hacerse con algo para dañarnos.
-Yo
sí-contestó Logan, y nos lo quedamos mirando mientras sacaba una navaja.
-¿De
dónde coño has sacado tú eso?-preguntó Alec, estupefacto.
-De…
-¿Qué
más da de dónde lo haya sacado?-siseó Scott-. Guarda eso. Y más te vale no
usarla.
-Ciérrala
bien, anda. Que no queremos que te pinches-regañó Alec, pero Logan no hizo el
menor caso.
-Sabrae-exigió
Scott, colocándome tras él de nuevo. Hizo piña con sus amigos mientras decidían
cómo proceder.
Pero
yo estaba harta.
Entendía
que mi hermano quisiera protegerme y mantenerme a su espalda para poder
cuidarme fácilmente, y en cierto modo echaría de menos ser esa niña pequeña que
siempre confiaba en que él me protegería. Pero, por otro lado, ya estaba
cansada de ser una niña asustada e independiente. Ahora más que nunca,
escuchándolos fardar en el interior del gimnasio de lo que nos harían, la
adrenalina y mi rabia me hacían sentir una mujer. Me sentía preparada y confiaba
en mi propia fuerza.
Es
por eso que hice caso omiso de lo que me decía Scott. Le rodeé con habilidad,
aprovechando que él estaba examinando la situación, di una patada a la puerta y
me deleité con la forma en que los gilipollas dieron un brinco ante lo inesperado
del sonido. Entré en el gimnasio haciendo notar mi presencia de una forma que
ni los propios chicos que me acompañaban se habrían esperado.
Así
que no era de extrañar que los otros, que ni siquiera me esperaban, se
asustaran al verme con tanta confianza.
La
fuerza realmente está en el interior, pensé, observándolos en silencio mientras
ponía los brazos en jarras. Era, como mínimo, 20 centímetros más baja que el
mayor de todos ellos, y sin embargo ninguno salía de su estupefacción y la
preocupación que les producía mi entrada triunfal.
Escuché
dos frases de dos personas diferentes antes de hablar:
-Yo
la mato-dijo mi hermano.
-Los
tiene bien puestos-admiró Alec, en un tono que denotó una sonrisa que yo sentí
clavada en mi nuca.
-Me
habían dicho que aquí había una fiesta-hablé, abriendo los brazos y paseándome
por el ancho de la estancia como una leona que selecciona a qué gacela va a
devorar primero. Oí pasos a mi espalda, pero no me giré. Supe, con una
sensación mística, que los chicos me habían seguido al interior. Scott le dijo
algo a Eleanor, que asintió con la cabeza.
-No
sabía que ibas a traer animadoras, Scott-rió uno de los tíos que acompañaban al
tal Simon con condescendencia. A ese le arrancaría los dientes el primero,
decidí.
-Ni
yo que vuestro amigo no se fuera a fiar de que no solucione mis cosas
solo-contestó mi hermano.
-A ti
tampoco te pareció buena idea venir solo, ¿a que no?-inquirió el más pequeño de
todos, Simon.
-Cuando
tratas con escoria, escoria crees que son.
-¿Hemos
venido a componer haikus, o a resolver esto como hombres?
-Eso
de “como hombres” me ha gustado-sonreí, alzando la barbilla-. ¿Puedo jugar yo
también con los machitos?
-Yo
no me peleo con crías-contestó el mayor de todos, el más cuadrado de los seis.
Sonreí con satisfacción.
-Suerte
que yo no sea una cría.
Y
eché a correr hacia él a toda velocidad, me impulsé de un taconazo en el suelo
y salí disparada hacia arriba. Le solté una patada en la boca al tío, que se
desplomó a mis pies, con todo el mundo observando en absoluta fascinación.
Aterricé grácilmente, rebotando un segundo sobre la parte delantera de mis
botas, y me giré para ponerle el pie en la cara y apretársela contra el suelo.
Miré
a los demás.
-¿Quién
es el siguiente?-pregunté con seguridad.
Y,
como si de las palabras del mismísimo dios se tratara, mi voz desató el
movimiento en todo lo que me rodeaba.
Eleanor
se deslizó hacia la derecha, en dirección a Simon, que todavía no salía de su
asombro, mientras el pavo al que había decidido machacar el primero corría en
mi dirección, enloquecido. Me giré hacia un lado en el momento en que él
cargaba contra mí como un toro furioso, y le di un empujón para tirarlo al
suelo y poder darle una patada en el costado que le arrancó un gemido.
Una
sombra a mi espalda me alertó de que me había convertido en el enemigo a batir.
Cuando me giré hacia ella, para enfrentarme a otro chaval que tenía
prácticamente encima, el segundo al que había tumbado me agarró del tobillo y
me hizo trastabillar, perdiendo el equilibrio un momento y, sorprendentemente,
salvándome de lo más fuerte del golpe que venía dirigido directamente hacia mi
cara.
Pero
el tercero no estaba dispuesto a renunciar a su presa, con tan mala suerte de
que trató de ponerme una rodilla en el pecho para mantenerme quieta y sólo
consiguió machacarme un poco la mano al rodar yo lejos. Me incorporé de un
brinco y calculé el golpe que necesitaría para ocuparme de los dos.
Me
preparé para arremeter contra ellos, incluso separé las piernas, lista para
abalanzarme, cuando una sombra se interpuso entre ellos y yo.
-¿Te
importa si te los robo, Sabrae?-preguntó Alec, jocoso, a quien ya le habían
dado un puñetazo en la mandíbula pero que se las arregló para tumbar al que me
había desconcentrado.
-Todos
tuyos, rey-contesté yo, y él se echó a reír mientras yo corría hacia ellos y me
enganchaba del hombro de Alec para dirigir una patada directamente hacia la
boca del segundo.
Calculé
mal.
No le
salté los dientes.
Pero
sí le reventé la nariz.
-Grande-admiró
Alec sin aliento, jadeando mientras forcejeaba con el que nos quedaba. El de la
nariz rota se arrastró por el suelo, formando un reguero de sangre en el que
resbalé antes de encararme con un nuevo individuo. Cuando me caí al suelo, me
golpeé la cabeza, lo que me aturdió lo suficiente para no convertirme en un
peligro a tratar.
Los
demás estaban ocupados con los chicos mientras Alec se peleaba con el que hasta
entonces había sido mi contrincante y ahora tenía que lidiar con el que había
venido a por mí y había desistido en su intento al caerme yo al suelo. Me toqué
la cabeza un momento, aturullada, y miré en dirección a Scott.
Se me
encogió el corazón y se me formó un nudo en el estómago.
Scott
estaba tirado en el suelo, pataleando y tratando de librarse de un mastodonte
que le apretaba el cuello con tanta fuerza que se le notaban las venas de los
brazos.
Un
pensamiento lacerante me heló la sangre.
Lo va a matar.
Ni siquiera lo pensé, ni
siquiera me molesté en calcular si el color ligeramente amoratado de Scott me
daría medio minuto o sólo un segundo: me lancé a por aquel hijo de puta que se
atrevía a tocar a mi hermano y le di una
patada en las costillas, haciendo que el monstruo gimiera y aflojara su presa
sobre el cuello de mi hermano, que boqueó con furia y tosió mientras se
retorcía en el suelo y yo acababa con él.
-¡DEJA
A MI HERMANO, HIJO DE PUTA!-grité. Me colgué del cuello de aquel pavo y hundí
mis dedos en sus ojos, presta a arrancárselos, y lo habría conseguido de no
haber venido escuchado otro grito de dolor, más agudo que ninguno que
hubiéramos escuchado hasta la fecha.
Miré
en dirección al sonido y descubrí que Alec se había hecho con la navaja de
Logan y se defendía de dos tíos a navajazo limpio.
Pero, ¿cuántos son?, me
pregunté desesperada mientras intentaba darle sentido a la situación.
Momento
que otros dos gorilas aprovecharon para venir a por mí, tirarme al suelo y
ponerse sobre mi cuerpo.
-Te
vas a enterrar, zorra-gruñó uno, y por la forma en que me miró, supe que a mí
no me deparaba un destino como el de los demás. Tanto me daba. Moriría
luchando, si hacía falta.
Pero
no lo hizo. Porque con un grito y una nueva patada, Scott me quitó a uno de
encima y eso fue suficiente para que yo pudiera respirar un segundo y darle un
rodillazo en los lumbares el que se me había puesto encima. Se retorció de
dolor y yo lancé mi puño hacia su estómago expuesto, lo que hizo que se doblara
hacia delante y me pusiera la cara a tiro. Le di un puñetazo que le hizo perder
el equilibrio y caer a mi lado, pero me costó zafarme de sus piernas y perdí
unos segundos preciosos en los que otro sicario de mierda vino a ayudar a su
compañero y se me echaron encima.
Me
preparé para un puñetazo que bien podría haberme reventado el cráneo, aunque no
me hizo falta: de repente, el mundo se deshizo en un borrón a mi alrededor.
Alguien me había arrastrado hacia sí por el suelo, y yo lancé un alarido de
sorpresa.
-¿Tanto
te alegras de verme?-preguntó Alec.
-No
te imaginas cuánto.
Alec
alzó la mirada.
-Vuelve
a hacer lo de antes, bombón-me dio la mano y tiró de mí para incorporarme, y yo
supe a qué se refería. Volví a impulsarme con los pies en el suelo y,
aprovechando su brazo, me di la vuelta en el aire y le di con el talón en toda
la mandíbula a uno de mis antiguos atacantes, con tanta suerte que cayó sobre
el otro en un efecto dominó precioso. Me fijé en la cuerda de saltar a la comba
que estaba enrollada en una de las espalderas del gimnasio y no me lo pensé:
trepé a por ella y salté al lado de los tíos en el momento en que los chicos se
afanaban en sus respectivos uno contra uno. Le pisé el cuello al mayor de los
dos para impedir que se levantara y rodeé al otro con la cuerda rápidamente,
alejándolo de mí, peor pesaba demasiado y no podía mantenerlo lejos por mucho
tiempo.
-¡Alec!-llamé,
y él vino a mi encuentro, desentendiéndose de su pelea-. No puedo con él.
-Las
chicas no son tan guerreras, ¿no?-rió, aceptando la cuerda y tirando de ella
con fuerza, alejando a mi atacante de mí. Estaba por contestarle con un insulto
cuando vi por el rabillo del ojo que el chico con el que había estado
zurrándose corría hacia él. Le empujé con un pie en el estómago y esperé a que
el muy gilipollas de su contrincante llegara a mi encuentro, se apoyara en la
espaldera para absorber su impacto y me mirara con una sonrisa lasciva.
-Hola,
guapita.
-¿Qué
tal?-contesté con una sonrisa, antes de darle el rodillazo de su vida. Sí, se
lo di en los huevos.
Porque,
si en la vida hay que jugar sucio, a mí no me importa mancharme las manos.
-¿Qué
decías, Al?-pregunté, alzando las cejas, y él imitó mi sonrisa.
-¡Eh,
pareja, cuando acabéis de ligar, si os apetece…!-empezó Logan, pero un grito le
interrumpió y miré en aquella dirección.
Eleanor
había conseguido acorralar a Simon y se había tirado encima de él, a darle
patadas y arañazos a Simon. Scott la cogió por las axilas mientras ella
gritaba, y Eleanor se las arregló para darle una última patada a su cuerpo
tendido en el suelo, sollozando y chillando cosas inconexas.
-¿Sigo
siendo tuya, hijo de puta? ¿Sigo siendo inferior, eh? ¿Sigues siendo más fuerte
que yo?
Max
desató la cuerda del cuello de una de mis víctimas y la usó para atar los
cuerpos mientras los demás nos acercábamos a Eleanor y Simon, que sollozaba en
un rincón.
Me
hirvió la sangre ver cómo aquella bestia sin honor se arrastraba por el suelo
mirándola, cuando no debería tener derecho ni a poseer ojos con los que
hacerlo. No me lo pensé dos veces, alentada por el dolor de unas heridas que
exhibiría con orgullo durante el resto de mi vida. Me acerqué a una de las
espalderas y tiré de las barras con tanta fuerza que conseguí arrancar una, y
todos, incluso Alec, que bien podría haber conseguido lo mismo que yo si se lo
hubiera propuesto, se quedaron helados mirándome acercarme cual pantera hacia
Simon.
Me
deleité en el sonido de la madera astillada arañando el suelo, desfilé como lo
haría Diana en una semana de la moda en dirección a Simon, que se arrastró,
aterrorizado, en dirección a la salida.
Pero
yo fui más rápida, a pesar de que no me apresuré: puse un pie en su pecho y lo miré desde abajo.
-Con
estos shorts puedes verme las bragas, ¿eh, gilipollas?-apoyé la barra a su
lado, asegurándome de que le acariciaba la oreja. Un delicioso veneno me
recorría las venas-. ¿Qué tal si nos ocupamos de que un cabrón misógino como tú
no vuelva a menospreciar a una mujer?
Extendí
la mano.
-Alec-pedí-.
La navaja.
-Sabrae,
no-contestaron él, mi hermano, y Eleanor. Y eso me enfureció. ¿Cómo se
atrevían, después de cómo había luchado, a negarme lo que quería?
Di un
bastonazo muy cerca del hombro de Simon, que dio un brinco y empezó a llorar.
-¡AQUÍ
MANDO YO AHORA!-rugí-. ¡LA NAVAJA, ALEC! ¡O TE DESTROZO A TI TAMBIÉN!
No me
hubiera creído capaz en cualquier otro momento de hacerle daño a Alec, no sólo
por ser uno de los amigos de mi hermano, sino por ser Alec. Sin embargo,
entonces, estaba enloquecida.
Alec
se acercó despacio a mí, respetando mi ritmo. Cogí sin mirar el objeto que me
tendía y me incliné despacio, terriblemente despacio, hacia Simon. Mi presa
jadeó cuando me agaché para tener su cara a escasos centímetros de la mía.
-¿Qué
pasaría si ahora te dejase ciego?
Simon
empezó a chillar, histérico, pero yo lo acallé rápidamente con una bofetada
cuyo eco reverberó en el gimnasio. Todos contenían el aliento, hipnotizados. Me
sentía una diosa de la muerte y de la guerra que causaba adoración en sus
súbditos.
Sonreí
mientras paseaba la punta del cuchillo por la cara de Simon, que respiró
agitado y a punto estuvo de ponerse a suplicar. Cerró los ojos con fuerza,
temiéndose lo peor… y eso que yo no
estaba haciendo fuerza para provocarle sangre.
-¿Por
qué tan serio?-jugué, imitando al acento del Joker de Heath Ledger.
-Sabrae…-advirtió
Scott, el único con células todavía no aterrorizadas que se atrevían a
contestarme.
-Cállate,
Scott-lo apunté con la barra-. Aquí. Ahora. Mando. Yo.
Coloqué
mi dedo índice bajo la mandíbula de Simon, que tragó saliva con terror.
-No
vuelvas a acercarte a Eleanor-él asintió-. De hecho, no vuelvas a acercarte a
ninguna mujer. Hazte gay-me encogí de hombros-. O asexual. Pero… no. Se. Te.
Ocurra. Intentar. Otra. Vez. Lo. Que. Hiciste. Ayer. ¿Estamos?
Simon
asintió con más energía, decidido a hacerme saber que lo había comprendido.
-¿Sabes
qué decían las feministas de la tercera ola?-pregunté, y él tragó saliva. No se
movió-. Eleanor.
-Polla
violadora, a la licuadora-contestó Eleanor, temblando entre los brazos de
Scott. Logan se removió, incómodo, mientras Max tragaba saliva y Alec no se
atrevía ni a respirar.
Nadie
parecía muy dispuesto a jurar que yo no iba a hacerle daño a Simon, que no iba
a castrarle allí mismo. Ni yo misma sabía si lo haría. No sabía si estaba
preparada.
Lo
único que tenía claro era que se lo merecía.
-¿Deberíamos
hacer eso contigo, Simon?-él negó rapidísimamente con la cabeza-. ¿Por qué no?
Si no eres más que basura misógina, un puto violador de mierda. Deberíamos
matarte, y se acabó el problema.
-Sabrae,
te estás pasando…-empezó Scott, pero yo me levanté como un resorte.
-¡Nos
mataron por miles, Scott! ¡Nos violaron!-le grité-. ¡No es por Eleanor! ¡No es
por mí! ¡Os lo quitaremos a todos! ¡Os arrancaremos esa creencia de que somos
vuestras, de que podéis coger lo que queráis y cuando queráis, de que os
debemos algo!-noté que estaba temblando de rabia. Me costaba mantenerme en pie.
Me
estaban dando náuseas. La adrenalina se iba disipando en mi organismo, pero
todavía quedaba ese puntito de locura que tan bien me hacía en mi papel de
villana, de justiciera oscura.
Lentamente,
disfrutando cada milímetro que me movía, le pasé el cuchillo a Simon por la
mejilla, haciendo un corte del que manó sangre a toda velocidad. Me llenó la
mano de ese líquido rubí, pero continué hasta dibujarle una línea bastante recta que iba desde la
comisura de su labio hasta casi su oreja.
-El
miedo va a cambiar de bando-le prometí, alzando el cuchillo en el aire, como si
fuera a hacer un sacrificio.
Ni yo
misma sabía qué pretendía hasta que no se lo clavé al lado de la cara,
haciéndole un corte en la oreja que le dejaría una extraña cicatriz.
-Ya
no tienes un dios, hijo de puta-escupí, cogiéndolo del cuello de la camisa y
zarandeándolo-. Tu diosa es una, y soy yo. Ten mucho cuidado. Puede que Scott
te mande al infierno, pero allí abajo, la que reina soy yo.
Simon
se echó a llorar, aterrorizado. Le dediqué una sonrisa sádica, cogí la barra y
le di un golpe en la cabeza.
Cuando
se desmayó, todas mis fuerzas me abandonaron. Me deslicé a su lado y me quedé
sentada con las piernas cruzadas junto a su cuerpo inerte. Logan y Max
retiraron el cuerpo mientras Alec abría el nudo que habían hecho en torno al
resto y los dejaron unidos y amordazados. Scott mientras tanto, se acercó a mí
y me ofreció una mano para ayudarme a levantarme.
-Creí
que ibas a cargártelo-comentó como si tal cosa.
-Yo
también-contesté, limpiándome las lágrimas que no sabía que estaba derramando y
echándose a reír-. Papá te va a matar. Y te mereces que lo haga-añadí-. ¿A
quién se le ocurre llevarse a su hermana pequeña a una pelea así?
-A alguien
que tiene una hermana tan genial como tú.
Sonreí,
acepté su mano, me incorporé y me pegué a su pecho. Ahora que no había ponzoña
en mis venas, me sentía derrotada, terriblemente cansada y minúscula, una
hormiga jugando a un juego de gigantes. Me abracé con fuerza a él, luchando por
robarle calor corporal, y él me correspondió con ganas, protector. Me besó la
cabeza.
-Te
quiero, pequeña-me susurró al oído, y yo me pegué con más fuerza aún a él. Me
ehcé a llorar y noté sus lágrimas empapando mi cabeza. Escuché cómo Eleanor se
echaba a llorar también. Los chicos nos rodearon y nos acariciaron la espalda,
consoladores.
Me
limpié las lágrimas con el dorso de la mano y me eché a reír.
-¿Crees
que se habrá cagado en los pantalones?-inquirí, quitándole hierro al asunto.
-Casi
me cago yo en los pantalones,
Sabrae-replicó Max, agitando la cabeza.
-Larguémonos
de aquí, tíos-instó Scott-. Señoras-añadió, haciéndonos una reverencia a
Eleanor y a mí. Nos encaminamos a la salida, no sin antes dedicarles Eleanor
una mirada envenenada, y yo un beso. Creo que nada podría aterrorizarles más
que mi gesto en aquel instante.
-¿Vamos
a la hamburguesería, tíos?-preguntó Logan, aún en los pasillos del instituto.
Estábamos eufóricos y nos daba igual en qué sitio estuviéramos, si en la calle,
en el instituto, o en la franja de Gaza. Nos sentíamos invencibles-. ¿Creéis
que son dignas?
-La
pregunta es-replicó Alec-, ¿somos dignos nosotros
de estar en su presencia?
Me
giré y me encontré con sus ojos. En su mirada había orgullo y algo más. Tardé
un poco en darme cuenta de qué era, y no fue hasta que lo experimenté en mis
propias carnes: anhelo. Atracción. Un deseo tan irrefrenable como antiguo era
el mundo.
Recordé
cuando Scott les contó que Ashley le había puesto los cuernos. La forma en que Alec
se decidió a protegerle a toda costa, con toda su agresividad. La misma que
había demostrado hoy, la fiereza con la que me había defendido hoy, con la que
habíamos peleado juntos. Él había sido mi león, y yo había sido su leona.
Dejé de
sentirlo. Dejé de sentir asco de mí misma por haberme dejado contaminar de él,
asco del placer que había experimentado gracias a él. Su rabia era mi rabia, su
fuego era mi fuego, su lucha era mi lucha. Los dos éramos fieras defendiendo
nuestros cachorros. Donde antes había sentido repulsión por su agresividad, por
su potencia, por lo letal que podía llegar a ser, ahora lo admiraba, porque yo
la tenía también.
Estábamos
desafiando todas las leyes de la física, íbamos a contracorriente del mundo. Antes,
cuando éramos polos opuestos, nos repelíamos. Ahora que éramos iguales, nos
veíamos arrastrados el uno hacia el otro. Todo lo que en un principio me
repelía de él, ahora me atraía con la fuerza incontestable de un imán; era un
agujero negro y yo, una pobre nave espacial que se había quedado sin combustible.
Su boca era igual de apetecible, sus ojos eran
tan hipnóticos como siempre.
La
diferencia era que yo ahora no estaba empachada, que no tenía ninguna venda
tapándome los ojos.
Así que
no me extrañó reconocer ese fuego familiar que se encendió en la parte baja de
mi vientre y se expandió por todo mi cuerpo cuando nuestros ojos se encontraron
de nuevo… y nuestras miradas recorrieron el cuerpo del otro con un hambre que,
esta vez, por fin, estábamos a punto de saciar.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤
ME ESTAN DANDO 30 EMBOLIAS Y 7 AMLES CAPITALES!! JODER ERIKA ME CAGO EN TODO LO CAGABLE JODER JODER JODR!!
ResponderEliminarqUE GUSTAZO VER LA PELEA DESDE EL PUNTOD E VISTA DE sABRAE Y ELF IANL1!!! JODER EL FINAL
tU ME QUIERES MATASR
ME CAGO EN MI MADRE. Esta parte de CTS siempre me puso los pelos de punta, pero ahora narrada por Sabrae hace que se me llene el pecho de orgullo. Me encanta lo que dice mientras tortuta a Simon pero mas me gusta su frase final. Lo que mas me duele es que esto pasa y ojalá un dia todas seamos Sabrae y partamos la piernas a todo aquel que se sobrepase lo minimo.
ResponderEliminarAdemas este capitulo es el inicio de dos de las relaciones mas importantes: Sceleanor y Sabralec. Y por una parte no estoy nada preparada para lo que se nos viene encima y por otra lo estoy deseando a muerte. Y otra que estoy deseando es que llegue la escena en la que Sabrae canta en el bar y deja a todos con la boca abierta jejejejejeje.
Amo a mi hija.
Me encanta ver la pedazo evolución de Sabrae. En los últimos capitulos he notado esa evolución poco a poco y la transición en este capítulo se ha visto genial. Se nota muchísimo como ha madurado y como esta madurando todavía y joder, que locura de chica, menudo personaje más increíble estás creando Erika.
ResponderEliminarParte de esa evolución se ve también reflejada en como ahora percibe a Alec. Mira, no recordaba desear tanto un capitulo desde la pelea Scommy o cuando Scott se declaró, que puto hype madre Santa. Aunque si te digo la verdad, mas que del polvo, de lo que mas ganas tengo es de lo que se viene, porque madre mía, todavía no hemos visto ni un 20% de todo y yo ya sé que Sabralec son la pareja del puto milenio.
No estaré yo llorando y chillando de la emoción por volver a leer uno de los mejores capítulos CTS pero esta vez desde la perspectiva de la mujer que lo hizo tan grande. Mira, ha sido leerlo y recordar mi exaltación cuando lo leí por primera vez desde el punto de vista de Scott y me flipo Sabrae de una forma inhumana e incluso la llegue a shippear con Jordan por la llave, ilusa de mí que no tenían ni putisima idea de que dos años después estaría babeando por leer algo de ella y Alec juntos.
ResponderEliminarYA HE VUELLLLLLLLLLLLLLLLLLLTO
ResponderEliminarDIOS MÍO NO ME VUELVO A IR MÁS, TODO LO QUE HA PASADO ES QUE ME MATO!!!!
Me ha encantado reconocer al instante a qué capítulo de chasing de stars se correspondía este pero al mismo tiempo me ha dado tanta nostalgia... Me ha encantado leer uno de los mejores capítulos de CTS ahora desde del punto de vista de Sabrae, es que pffff estoy enamorada de Sabrae, de su pensamiento, de su historia de cómo lo gestiona todo, cómo va madurando poco a poco...
Llevo chillando internamente por Sabralec desde este capítulo en chasing the stars y claro, aquí no iba a ser menos.
QUÉ GANAS TENGO DE VIVIR SU HISTORIA AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
un beso enorme 💜
-María
CHAD EL NIÑO DE MIS OJOS AY SOY FELIZ ❤
ResponderEliminarQUÉ GRANDE ERES SABRAE REINA DIOSA
"Que dos personas dieran sus primeros pasos juntas a la vez no significaba que también fueran a echar a correr en el mismo momento." ❤
- Ana